EL PAIS
Madrid – España
19 de marzo de 2016
Cincuenta años del
primer guión de Gabo
El paso de García
Márquez como guionista por México
se recuerda por su éxito
y su desencanto
Por Andrés Rodriguez
“Como sea me voy para México”, le dijo el
escritor colombiano Gabriel García Márquez a Plinio Apuleyo Mendoza, su amigo
íntimo, según cuenta este en el documental Gabo: la creación de Gabriel García
Márquez (2015). Y el futuro premio Nobel de Literatura, después de renunciar a
su trabajo como corresponsal de Prensa Latina en Nueva York, se fue en bus, en
1961, con su esposa y su primer hijo a México, donde tendría su hogar para el
resto de su vida. En el país norteamericano, desde 1963 a 1966, se constituyó
como un guionista de éxito. De esta etapa, hace 50 años, se recuerdan tres
películas en particular: El gallo de oro (1964); En este pueblo no hay ladrones
(1965) y Tiempo de morir (1966), antes del detonante en su carrera literaria
que llegó con Cien años de soledad.
De acuerdo
con Gerald Martin, el biógrafo del escritor colombiano, Gabo llega a México
“harto del periodismo” y un poco “desengañado con la literatura”, dos de sus
grandes amores junto al cine. “Era un escritor con una cantidad muy reducida de
lectores, y además estaba llegando al gran país hispánico del cine. El cine
mexicano era el más importante de todos, más importante que España e incluso
Argentina”, agrega.
Acapulco, 1965: Gabriel García Marquéz (con
gafas, sentado)
y a su derecha el
cineasta Luis Buñuel.
Entre
1961 y 1963, intenta entrar al cine, pero sin éxito, recuerda Martin. A través
del escritor Álvaro Mutis conoce al director Gustavo Alatriste, que inició su carrera al producir Viridiana (1961), de Luis Buñuel. “Alatriste jugó un
poco con él [Gabo], lo utilizó como periodista de revistas no muy elevadas en
temas de publicidad y relaciones públicas. Los primeros dos años escribe dos o
tres guiones, pero finalmente no logra colocar a ninguna de sus cosas hasta
mediados de 1963”, añade Martin.
Quien recuerda a García Márquez con
mucho cariño es el actor mexicano Ignacio López Tarso, de 91 años. Trabajó
junto al Nobel colombiano en El gallo de oro, un
cuento del escritor mexicano Juan Rulfo, que Gabo y el también novelista panameño,
nacionalizado mexicano, Carlos Fuentes guionizaron. López encarnaba a Dionisio
Pinzón, en esta historia de apasionado amor entre un "gallero" y de
la Caponera, cantante de palenques (ferias), mientras vagan entre ferias por el
centro del país.
El actor cuenta que al escritor de El coronel no tiene quien le escriba le gustaba involucrarse mucho en la
película. El largometraje que dirigió Roberto Gavaldón está considerado entre las 100 mejores cintas de México. López cree que la adaptación de
Fuentes y Gabo fue “magnífica”, porque manejaba muy bien el diálogo y las
pequeñas intervenciones.
También lo recuerda con humor, ya
que junto al equipo de producción recorrieron ferias como la de San Juan Del
Río, en el Estado de Querétaro, y la de San Marcos, en Aguas Calientes —ambas
en el centro del país—. López dice que Gabo era un “gallero” (le gustaban los
gallos de pelea) y que fue muy grato tenerlo cerca de las contiendas de estas
aves. Aunque menciona, con mucha nostalgia y humor, que no le gustaba perder; y
que se molestaba cuando su gallo era derrotado por el del actor. “Pues sí, a
cualquiera le molesta que pierda su gallo”, afirma sin poder contener la risa.
Desencanto y frustración
El escritor italiano Alessandro
Rocco, autor de Gabriel García Márquez and the cinema. Life and Works
(Tamesis Books), rememora que Gabo llega a México cuando la denominada época de
oro de la industria cinematográfica de este país está llegando a su fin, y se
encuentra con una “fermentación”, en la que se está intentando renovar la
industria a través de películas independientes, con influencias europeas, lejos
de lo que son las producciones industriales. A pesar del éxito que obtuvo,
tanto Rocco como Martin afirman que la experiencia del escritor colombiano como
guionista tuvo desencantos, y fue un tanto “frustrante”, ya que todavía tenía
la ilusión de encontrar en la redacción para cine la expresión más adecuada
para su mundo fantástico.
En
este pueblo no hay ladrones, dirigida por Alberto Isaac, El Güero –cineasta y nadador
olímpico mexicano–, es la famosa película en la que sale Buñuel, García Márquez, Rulfo y el escritor mexicano Carlos Monsivais. Para muchos es, quizá, “el mejor de los
guiones que hizo Gabo, y en cierto sentido su mejor película”, opina Martin. La
historia, un cuento corto del Nobel colombiano, narra la aventura y el
"infierno" en que se envuelve un pequeño pueblo al descubrir que han
desaparecido misteriosamente las bolas de billar del único centro de diversión
del lugar.
Este largometraje tiene mucho
aprecio. Son películas “parteaguas” que todavía se las estudia en las escuelas
de cine del país, explica Raúl Miranda, subdirector de documentación y
catalogación de la Cineteca
de México,
porque reflexionan sobre el trabajo del guionista y el relato cinematográfico.
“Es una película que habla sobre el mutismo y sobre este mundo provinciano
tedioso donde no pasa nada. No cae [la película] en el folclorismo del cine
mexicano, del personaje del charro cantarín, o entrañable y querido, como Pedro Infante o Jorge Negrete”, precisa.
Por otro lado, Tiempo de morir,
la ópera prima de un joven Arturo Ripstein, tuvo buena repercusión entre el público y
la crítica, afirma Miranda. El especialista en documentación recuerda que el
guion de García Márquez se titulaba originalmente El charro, pero que la
productora, Alameda Films –de Alfredo Ripstein, padre de Arturo–, decidió darle
una ambientación de wéstern. El género de vaqueros estaba en capa caída
en EE UU, dice Miranda, pero fue retomado por la cinematografía mexicana, como
muchas otras del mundo. Este chili-western, denominación del viejo oeste
mexicano, formaba parte de otro subgénero: el existencialista, por algunas
características propias del guion. “Las frases de los personajes suenan un
tanto literarias, así lo veía la crítica. Los diálogos tienen mucha fuerza y
queda en la memoria [la cinta] por este tipo de detalles. Tenía ribetes
intelectuales y elementos de resignificación (sic) del propio género, amplía
Miranda.
La penumbra del escritor de cine
El desencanto y frustración de
García Márquez la explica mejor Rocco. Cree que durante esos años sufre una
condición que es bastante común entre los guionistas en todas las épocas, que
es tener control completo de todo el ciclo de producción y realización de una
película. Cita como un ejemplo reciente la relación de trabajo en la denominada
Trilogía de la muerte (Amores perros; 21 gramos y Babel)
que realizaron juntos el guionista Guillermo Arriaga y el director Alejandro González Iñárritu. El escritor italiano afirma que en
un punto, Arriaga, sintió que su trabajo solo como escritor era limitado,
entonces decidió dirigir su propia película.
Gabriel García Márquez
conversa con el cineasta Alberto Isaac, quien en 1965
realizó la película 'En
este pueblo no hay ladrones'. EFE
Gabo, claramente “influenciado en su
escritura por el neorrealismo italiano”, nunca pasó a la dirección, explica
Rocco, porque creía que era una tarea sumamente complicada. “Siempre se quedó
en lo que él llamaba la penumbra del escritor de cine. Admiraba a esos
guionistas que sí habían logrado fama y prestigio como autores permaneciendo
como guionistas. El ejemplo más deslumbrante para Gabo era Cesare Zavattini, el guionista del neorrealismo y autor,
junto a Vittorio Sicca, de una de las películas emblemáticas de este movimiento
cinematográfico: El ladrón de bicicletas”
.
A propósito del desencanto, cuando
se cansa de las dificultades del mundo del cine, García Márquez empieza a escribir
la obra que fue el detonante en su carrera literaria, Cien años de soledad,
durante un viaje a Acapulco. “Dice que la escribe contra el cine [Cien años
de soledad]. Afirma que quiere liberarse de las limitaciones que le impone
el mundo cinematográfico y la escritura de guiones y que quiere hacer una
novela donde sea más libre de moverse como quiera”, finaliza Rocco. Aún con el
mal sabor que le dejó el mundo cinematográfico y la escritura de guiones, nunca
deja el cine por completo —como lo evidencia en otros momentos de su vida—,
deja de ser una de sus prioridades, pero no uno de sus amores.
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El Mundo
Madrid – España
19 de marzo de 2016
Literatura
La simiente de Gabo
En vísperas del segundo aniversario de la
muerte de Gabriel García Márquez, 'El viaje a la semilla' (Ariel), una
monumental investigación del crítico colombiano Dasso Saldívar, traza la
biografía del Nobel
Por Raúl Conde
Macondo era
entonces, en el recuerdo del coronel Aureliano Buendía, la aldea en la que
Gabriel García Márquez nació, creció y escribió sus primeras poesías. Un rincón
de la costa de Colombia, entre plantaciones de banano y las montañas de Santa
Marta, que hoy debe de tener alguna más que las 20 casas de barro que el
escritor pintó en Cien años de soledad (1967). La base del atlas
narrativo de Gabo radica en la geografía de Macondo. Pero la ciudad fundada por
José Arcadio Buendía continúa
siendo más un estado de ánimo que un lugar. Un topónimo de resonancias
poéticas. El punto de partida de uno de los escritores más importantes de todos
los tiempos.
García
Márquez nació en Aracataca, en el departamento colombiano de Magdalena, el 6 de
marzo de 1927. Su embrión intelectual, en cambio, puede remontarse al 19 de
octubre de 1908. Ese día, su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, veterano de la
guerra de los Mil Días, mató a un amigo por un asunto de honor en Barrancas.
"Este crimen prefigura la suerte
personal y literaria de García Márquez", explica a EL MUNDO Dasso
Saldívar, periodista y crítico colombiano que acaba de publicar El viaje a
la semilla (Ariel), la séptima edición -la tercera revisada- de una biografía de Gabo prolija y exhaustiva,
almibarada a tramos por un elogio incandescente.
Saldívar
invirtió más de dos décadas en investigar la huella de Gabo antes de ser un
icono global. Su trabajo se suma a otros volúmenes de referencia en la materia,
como Gabriel García Márquez. Una vida (Debate), la monumental biografía
escrita por el profesor británico Gerald Martin. Gabo quedó más contento con el
trazo de su paisano: "Si hubiera leído antes El viaje a la semilla
no habría escrito mis memorias". Eso dicen que dijo.
El próximo
17 de abril se cumplirá el segundo aniversario de la muerte del autor de El
coronel no tiene quien le escriba. Y el pasado 6 de marzo hubiera cumplido
89 años. Estimulado por Valentín Zapatero, el malogrado editor de Trieste,
Saldívar tomó la decisión de serpentear la vida de García Márquez tras la
concesión del Nobel en 1982. "Su
figura era desconocida, incluso para su familia. Y a mí me faltaba la
base proteínica. Ignoraba el folclor de su pueblo", confiesa.
El título original de 'Cien
años de soledad'
La
principal virtud de El viaje a la semilla es la profundización en las
raíces personales y familiares de García Márquez, sin las cuales resulta
imposible concebir su obra literaria. Saldívar detalla el universo totémico que
desembocó en la publicación de Cien años de soledad, originariamente titulada La casa,
justamente, por el peso de la casa familiar en el autor colombiano.
La
recreación literaria de su infancia en Aracataca encierra los pilares de la
creatividad del escritor que alumbró el boom latinoamericano. Sostiene
Saldívar: "La casa de Aracataca se convierte en el escenario en el que
cimenta la relación con sus abuelos, en una doble dimensión. La terrenal, que
le procuró su abuelo. Y la supersticiosa o mística, que le proporcionó su abuela doña Tranquilina Iguarán, que se
pasaba el día contando fábulas y leyendas". La estructura
espacio-temporal de Cien años de soledad está condicionada por esta
bifurcación. Y todo o casi todo en Gabo confluye en una casa convertida en un
Aleph borgiano.
Pero la
simiente de García Márquez, más allá de la vivienda telúrica de su pueblo,
parte de la presencia de la violencia y la muerte. El novelista no sólo
convierte el duelo de su abuelo en un hecho novelesco, sino que decide
trascenderlo literariamente en Cien años de soledad. «Hizo una trasposición
-explica Salvívar- y pone a pelear a sus gallos en la gallera, y lo que ocurre
es que José Arcadio Buendía mata con una lanza a Prudencio Aguilar». Y, de la
misma forma que el muerto acaba persiguiendo de por vida a Buendía, a Gabo el muerto de su abuelo le acaba
persiguiendo desde su niñez.
Gabriel
García Márquez, de padre farmacéutico y madre ama de casa, aprendió a escribir
a los cinco años. En 1936 se matriculó en el colegio San José de Barranquilla y
a los 12 años ya era un jovenzuelo maduro que pergeñaba versos satíricos. Una
década después, tras cursar el bachillerato en Zipaquirá, ingresó en la
Universidad Nacional de Bogotá para estudiar Derecho. No le interesaban las leyes, pero sí las materias de humanidades
que entonces conformaban el programa de esta especialidad. Según Saldívar,
"Gabo fue un buen estudiante, pero siempre lo ocultó porque tenía manía a
los académicos. Se consideraba un hombre enraizado en lo popular".
En Bogotá,
además de estudiar, García Márquez ocupa el tiempo leyendo. Lee desaforadamente.
Primero a los poetas del Siglo de Oro, a Cervantes y a los cronistas de Indias.
Pero, sobre todo, queda deslumbrado por Rulfo, Borges, Carpentier y Virginia
Woolf. "Gabo decía que los autores influyentes son aquellos que te cambian
la visión de las cosas, y los que más le cambiaron fueron Sófocles, Kafka y
Faulkner", evoca su biógrafo.
Sin
embargo, el auténtico caldo de cultivo que lanza a García Márquez a la creación
literaria reside en el conocido grupo de Barranquilla, una asociación de intelectuales
en la que el novelista aprendió a zambullirse en lecturas y enfoques hasta ese
momento inimaginables para quien procedía de un pueblín costero. Fue también la
época del éxtasis juvenil y las borracheras en el bar La Cueva. El cabeza de
este sanedrín era Ramón Vinyes, el sabio catalán, dueño de una librería en la
que se vendía lo más granado de la literatura española, italiana, francesa e
inglesa. García Márquez forjó en aquel clan amistades profundas. José Félix
Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas.
"Sabios que a Gabo le sirvieron para abrir los ojos y apoyar su
talento", matiza Saldívar.
Sólo la
figura de su esposa Mercedes Barcha, a quien conoció en 1943 y con quien tuvo
dos hijos (Rodrigo y Gonzalo), supera al grupo de Barranquilla en la
vertebración intelectual de Gabo. Una tarea galvanizada en el viaje a Europa
que el escritor realiza a mediados de los 50. El contraste formidable entre la
América caribeña y la aspereza continental termina de encender su vocación
periodística.
Gabriel García
Márquez, en una imagen tomada en 1962, en México DF. CORBIS
Publicada
La hojarasca, el diario El Espectador de Bogotá le envía en 1955 a
Ginebra a cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes. Después se escapa a la
Europa del Este, y allí se da de bruces con el frío metálico de la utopía
socialista: Berlín Oriental, Moscú, Budapest, Praga. Pero también descubre Cinecittà y la bohemia francesa.
"En París aprendió que nada mata a un escritor, ni siquiera el
hambre". Lo pasó mal. Sobrevivió con colaboraciones y trabajando de freelance,
pero durante esta etapa publicó El coronel no tiene quien le escriba (1961)
y La mala hora (1962).
El reportaje, una novela de
la vida real
Europa le valió a Gabo la forja de su conciencia política -"no fue comunista, fue un
socialdemócrata de principios liberales", remacha Saldívar-; además de la
expansión de su veta reportera. Fue un hallazgo de largo alcance. El periodismo
ocupó 51 años de la vida de Gabo y ocho volúmenes de sus obras completas. La
novela es un reportaje de la vida imaginaria y el reportaje, una novela de la
vida real. Tal era su máxima. El periodismo es hoy lo que es gracias
a García Márquez, entre otros maestros. Es su talento poético el que eleva este
género a categoría estética en Relato de un náufrago, Noticia de un
secuestro o Crónica de una muerte anunciada".
Pero la
consagración al autor de Aracataca le llega en 1967, cuando publica Cien años
de soledad. Llevaba casi 20 años rumiando la novela iniciática de su
literatura. "El libro aún impacta no solo porque está primorosamente
escrito, sino porque refleja la
vida de todo el mundo. Una fábula que condensa la realidad cotidiana e
histórica. Partiendo de una escena local, García Márquez consiguió trascenderla
a una realidad estética universal. Es lo mismo que hizo Cervantes con el Quijote
y con una provincia como La Mancha".
La novela es una enorme metáfora de su globalidad
creadora: leyendas, tragedias, diluvios, fertilidad, levitaciones. En el
argumento subyace, más allá de la fundación de Macondo como superficie
literaria perenne de García Márquez, una crónica de la historia colombiana
desde los tiempos de la independencia hasta los años 30 del siglo XX. "Es
la mejor novela que se ha escrito en castellano después de El Quijote", sentenció Pablo Neruda.
Saldívar
rechaza encasillar la pluma de Gabo. "El realismo mágico es una etiqueta
pobre que no encierra la complejidad de una obra como la suya". Ismail
Kadaré dijo: "Si el realismo mágico es meter en una novela la tierra y el
cielo, la ficción, la realidad, los sueños... ¡Con eso empezó la
literatura!". Es cierto. Esa es la materia prima de la que bebió Homero y
antes el poema de Gilgamesh. Y esa es la materia prima que García Márquez
convirtió en un bestseller de la mano de la editora Carmen Balcells. "Para estar entre españoles, lo mejor
es estar entre catalanes", solía decir. Saldívar cree que su éxito
mundial de ventas no hubiera sido tan colosal sin la mano de Mamá Grande, pero
tampoco sin Paco Porrúa, su editor en América Latina, descubridor de Cortázar,
Onetti y Roa Bastos.
La fama
marcó un punto de inflexión en la trayectoria de García Márquez. La fama. El
boato. La púrpura del ego. Los abrazos con Fidel Castro y Felipe González.
Entonces descubrió que la soledad del
poder se parece mucho a la soledad de la fama. El viaje a la
semilla acaba ahí. Porque, de la misma forma que las estirpes condenadas a cien
años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra, las estirpes
condenadas a la gloria encontraron todas las oportunidades sobre la tierra.
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