5 de septiembre de 2012

MEMORABILIA GGM 604
Cali – Colombia
5 de septiembre de 2012 

Como homenaje a la memoria de Alberto Aguirre, (R.I.P.) escritor antioqueño que falleció hoy en Medellín, publicamos las páginas correspondientes a la narración de los hechos que rodearon la puesta en venta de El coronel no tiene quien le escriba, libro de GGM del cual Aguirre fue quien publicó la primera edición, en forma de libro.
Asi fueron narrados los hechos por Dasso Saldivar en su biografía de GGM, El viaje a la semilla.
N. del E.

El coronel no tiene quien le escriba,
primera edición



Pero el cine seguía siendo una de sus (de GGM. N. del E.) grandes prioridades. Poco antes de viajar a La Habana estuvo considerando la posibilidad de retirarse de Prensa Latina, volver a Barranquilla y
fundar una escuela de cine a imagen y semejanza del Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Incluso llegó a redactar un esquema de lo que sería dicha escuela y lo hizo circular en ciertos
ambientes intelectuales de Bogotá. Fue durante estos días de septiembre cuando García Márquez viajó a Barranquilla invitado por el Centro Artístico de la ciudad, dirigido por su amigo Alvaro Cepeda Samudio, para discutir con otros delegados los estatutos de la futura Federación Colombiana de Cineclubes. El escritor participó corno delegado del Cineclub de Bogotá en compañía de Hernando Salcedo Silva, su fundador. El resto de los delegados eran de Medellín, Cali y Barranquilla.

Encerrados día y noche en el Centro Artístico, los delegados llegaron a un acuerdo de principios y de estatutos, de cuya redacción quedaron encargados García Márquez y Alberto Aguirre, el delegado del Cineclub de Medellín. En la reunión final se designó a Barranquilla como sede de la Federación y a Alvaro Cepeda Samudio como secretario de la misma. Pero ahí quedó todo, porque en la siguiente borrachera Cepeda Samudio perdió en un taxi los estatutos y el acuerdo de principios.

Alberto Aguirre recordaría que al día siguiente, cansados de esperar a Cepeda Samudio, que los había invitado a su casa a comer mojarras, García Márquez y él decidieron quedarse a almorzar en el mismo Hotel del Prado. Durante el almuerzo, el escritor le comentó que Mercedes lo había llamado de Bogotá para pedirle seiscientos pesos, pues les iban a cortar el suministro de los servicios. Alberto Aguirre era abogado, cinéfilo, librero y un editor de buena voluntad: había publicado algunos libros y estaba editando la obra completa del poeta León de Greiff, más por amor al arte que por negocio. Hacía dos años que había leído con verdadera delectación El coronel no tiene quien le escriba en la publicación que había hecho la revista Mito de Bogotá. Como el texto no había tenido aceptación en las editoriales y como era claro que su autor 

El coronel en la Revista MITO.  
Foto de Gabo del alma.

estaba necesitado, a Aguirre le pareció doblemente oportuno proponerle a García Márquez la edición de su obra. Entonces, después del almuerzo, se lo dejó caer: «Gabo, yo quiero editar El coronel no tiene quien le escriba». Éste, sorprendido, le dijo: «Estás loco, tú sabes que en Colombia no se venden los libros. Acuérdate de lo que pasó con la primera edición de La hojarasca». Había además un inconveniente legal: García Márquez tenía firmado un contrato con una editorial de Perú para editar la misma obra. Pero como aquella edición era una empresa remota, Aguirre insistió en su empeño: «No sólo lo vaya editar, sino que te vaya adelantar algo de los derechos de autor». Y ahí mismo cerraron el contrato verbalmente por un monto total de ochocientos pesos y doscientos de adelanto.

Un año después, al anunciarle el editor la salida del libro, García Márquez se quejaría ante aquél de ser «el único que hace contratos verbales enguayabado, tumbado en una mecedora de bambú, en el bochorno del trópico». A pesar de la buena voluntad del editor y de la excelente acogida de la crítica nacional e internacional, las predicciones del autor se iban a cumplir fatalmente: de aquella primera edición de dos mil ejemplares se venderían sólo ochocientos.

[…]

Cuando su editor Alberto Aguirre le comunicó desde Medellín, en agosto de 1961, que estaba a punto de salir la edición de El coronel no tiene quien le escriba,

 Primera edición

se mostró preocupado porque el lanzamiento del libro fuera a coincidir con la próxima salida de Los funerales de la Mamá Grande, y le pidió que se pusieran de acuerdo para «movilizar la maquinaria de la prensa, a ver si logro percibir algo más de los 200 pesos en billetes falsos que me diste a buena cuenta en Barranquilla». Cuando en marzo de 1962 recibió los primeros seis ejemplares por medio de Luis Vicens, le escribió a Aguirre quejándose de que con tan pocos ejemplares no podía hacer nada, que esperaba tener «al menos 50 ejemplares para empezar el bombardeo» en la prensa. Y cuando se enteró de que el semanario Marcha de Montevideo había hecho un comentario elogioso del libro, se hizo la ilusión de que tal vez se estuviera distribuyendo muy bien en el sur. Pero no: simplemente el impresor del libro en Buenos Aires, Torres Agüero, les había enviado ejemplares por su cuenta y riesgo a algunos críticos de Argentina, Chile y Uruguay.

Así que, promocionado por el autor, el editor y los amigos (Germán Vargas fue además su distribuidor en Colombia), El coronel no tiene quien le escriba tuvo una inmediata y entusiasta acogida por parte de la crítica de los principales países latinoamericanos y hasta una pronta traducción al francés por la editorial Julliard de París, pero lo triste es que de la edición de dos mil ejemplares que hizo Alberto Aguirre sólo se vendieron ochocientos. Descontando los ciento cincuenta que recibió García Márquez y otros ciento cincuenta que repartió el editor entre la crítica y la prensa nacionales, quedaron novecientos ejemplares que Aguirre tuvo que saldar al fin como pudo, junto a los restos de las obras completas de León de Greiff y un libro de Fernando González.

El viaje a la semilla.
(Alfaguara, 1997. P. 389 y ss.)

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