Santo Domingo – R.
D.
28 de diciembre del
2024
«La verdad del cuento»: Un texto poco conocido de
Gabriel García Márquez
La imaginación desbordante de Gabriel García
Márquez: su estilo y legado
Por Domingo Caba
Ramos
dcaba5@hotmail.com
«En las obras de Gabriel García Márquez encontramos dos rumbos que se
entrecruzan: el de un realismo cotidiano, tangible, expresado con claridad,
pero habitado por la magia de su palabra poética, lleno de sucesos verosímiles,
de resonancias, reconocibles desde nuestros parámetros de lo real (pero siempre
impregnados de ese halo de "misterio que les confiere la poesía...» (Inés
Posada Agudelo)
El principal rasgo que caracteriza el estilo literario del laureado
escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura y uno de los máximos
representantes del Realismo Mágico, Gabriel García Márquez (1927 – 2014) es su
imaginación desmesurada o desbordante. Con razón el «Gabo» ha sido llamado
«Poeta de la imaginación». Ese despliegue imaginativo se pone de manifiesto en
los cuentos y novelas que conforman su obra narrativa; pero de manera muy
especial, en la novela Cien años de soledad (1967), considerada su obra maestra
y la novela cumbre de la literatura del siglo XX.
Por esa razón, el más simple acontecimiento de la cotidianidad,
envuelto en la magia de la fantasía, García Márquez lo recrea y transforma en
una obra magistral que despierta en el lector las más conmovedoras sensaciones
y sentimientos. Así se pone de manifiesto en el cuento que a continuación se
transcribe, «La verdad del cuento», posiblemente uno de los textos menos
conocidos del también autor de El amor en los tiempos de cólera (1985), El coronel
no tiene quien le escriba (1961) y Los funerales de la mamá grande (1962),
entre otras:
LA VERDAD DEL CUENTO
"La historia es como la cuentan, pero tiene sus variantes. Es
verdad que él hizo un agujero en la pared que separaba su alcoba del cuarto de
su novia. Y es verdad también que ella hizo un agujero, a su vez, en la pared
que separaba su alcoba del cuarto de su novio. Pero no había más que un
agujero. Un agujero común que los enamorados perforaron , no de común acuerdo,
pero sí en colaboración, y sin que tampoco esta colaboración hubiera sido
acordada previamente.
Así las cosas, un día amaneció un agujero en la alcoba de ella, a
través del cual podría vigilarse el movimiento más insignificante que él
intentara en su cuarto.
Simultáneamente - puesto que era un agujero común - igual cosa ocurrió
en el cuarto del novio. Pero como él había hecho las cosas por su propia
iniciativa, y ella a su vez, había procedido a perforar la pared medianera,
ninguno de los dos tomó precaución alguna con respecto al otro, puesto que
ambos se sentían autores de ese agujero único, indiscreto, tremendo que
vulneraba la intimidad de los cuartos respectivos.
El error de quienes cuentan la historia radica en que comienzan a
contarla como si él y ella fueran novios en el momento en que perforaron el
agujero. Y no fue así, porque ellos no se conocían, y si lo perforaron, fue
precisamente porque cada uno de ellos, por su lado, tenía interés de saber
quién vivía en el cuarto vecino.
Pocas horas después de perforado el agujero, ella sabía que su vecino
era un hombre joven. Y él, por su parte, sabía que su vecina era una mujer
joven que procedía de la puerta para adentro con la naturalidad de quien ignora
la existencia de un vecino observador. Las cosas estuvieron de esa manera durante
varias semanas. Ella llegaba temprano, apagaba las luces y se acostaba en la
oscuridad a esperar a que sonara la puerta de al lado, y después las pisadas y
se encendiera la luz. Entonces se escurría hasta el agujero y se dedicaba a
observar los movimientos de él minuciosamente hasta cuando apagaba la luz y se
metía en la cama.
La diferencia consistía en que él no acostumbraba a hacer sus
observaciones sino por la mañana, y ella por la noche. Así que ella conocía la
manera de acostarse de él, que es lo que verdaderamente vale la pena en un
hombre, y él conocía la manera de acostarse de ella, que en una mujer es lo que
verdaderamente vale la pena.
Tres semanas después de perforado el agujero se conocían entre sí,
mucho más que si hubieran tenido muchos años de casados; pero se ignoraban por
completo en la vida.
Y así habrían seguido las cosas si no es porque una mañana, cuando se
aplicaba a hacer sus observaciones, a ella se le ocurrió saber cómo era él
cuando se levantaba. Cuando aplicó el ojo al agujero, se encontró con el ojo de
él, y supuso avergonzada que su vecino había descubierto la clave de todo y
había tapado el agujero.
El, por su parte, en el momento en que ella acercó el ojo al agujero,
supuso que era ella quien en ese preciso instante había acabado de taparlo. Sin
embargo, un momento después empezaron las dudas. Y entonces fue cuando ambos
salieron al corredor, se encontraron frente a frente, y sin hacer ningún
comentario se dieron cuenta de que en realidad habían vivido durante varios meses
en una misma pieza. Entonces hicieron lo único sensato que podría hacerse en
ese caso: se casaron y tumbaron la pared"
GABRIEL GARCIA MÁRQUEZ
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CAMBIO
Bogotá -
Colombia
26 de
junio de 2025
Cultura
El investigador y escritor Dasso
Saldívar, considerado como el mejor biógrafo de Gabriel García Márquez, le
contó a Gustavo Tatis Guerra acerca de sus hallazgos de las primeras obras
literarias del Nobel de literatura. CAMBIO reproduce dos de ellos.
Dasso Saldívar (San Julián, Antioquia, 1951),
es el autor de la mejor biografía escrita e investigada de Gabriel García
Márquez: El viaje a la semilla (1997), que ha ido ampliando en un segundo tomo,
más allá de la escritura de Cien años de soledad (1967), indagando en el mismo
escenario de los acontecimientos, y completando su rigurosa biografía, más allá
de la muerte del escritor en 2014. Saldívar le reveló a CAMBIO la primicia de
cómo encontró los primeros textos juveniles de García Márquez, sus
primeros poemas, que aportaron a la reciente y
monumental exposición 'Todo se sabe: el cuento de la creación de Gabo', sobre
el escritor en la Biblioteca Nacional de Colombia. Fue tras la primera edición
de la Gaceta Literaria, de 1944, incautada y desaparecida por el alcalde
conservador de Zipaquirá, quien consideró que ese material era subversivo, y
envió a dos policías para secuestrar toda la edición, en plena presentación en
el Liceo Nacional de Varones, en la que el estudiante García Márquez, era uno
de sus autores. CAMBIO conversó con el biógrafo y autor de la novela Los soles
de Amalfi, publicada en 2014.
CAMBIO:
¿Cómo fue el proceso de encontrar los primeros textos juveniles de García
Márquez en la revista Juventud del colegio San José?
Dasso Saldívar: Creo que fue en un manual
sobre literatura colombiana para estudiantes de bachillerato, del jesuita Luis
Posada Maldonado, quien había sido profesor de García Márquez en el colegio San
José de Barranquilla, donde leí, estando en quinto o sexto de bachillerato, que
sus primeros versos, crónicas y “bobadas” se habían publicado en la revista
Juventud de ese colegio.
Durante el segundo de bachillerato, yo había
leído 'Cien años de soledad', y el deslumbramiento que me produjo me llevó a
buscar toda la información posible sobre su autor, pues entonces se sabía poco
de su vida. García Márquez fue durante años el escritor más leído y uno de los
autores menos conocidos de Colombia. De modo que fui haciendo acopio de todo lo
que caía en mis manos, y, estando en quinto de bachillerato, llegué un domingo
a la vecina Copacabana para entrevistar a su hermana monja, sor Aída García
Márquez, que daba clases en un colegio salesiano. Conversamos unas dos horas y,
aunque al principio estuvo reticente a la entrevista, fue muy amable y prolija
hablándome de su hermano, de su infancia con los abuelos, de cómo éstos lo
habían educado en Aracataca, cuáles eran sus manías, costumbres, juegos y
cuáles habían sido sus lecturas de infancia y sus primeros escritos. Ese fue el
primer reportaje que escribí en mi vida, que Guillermo Cano me publicó en el
Magazín Dominical de El Espectador en octubre de 1972.
A principios del año siguiente, antes de
comenzar sexto de bachillerato y habiendo conocido a doña Luisa Márquez durante
una visita que le hizo a su hija Aída en Medellín, me aventuré a hacer mi
primer viaje a Aracataca. La madre me había invitado a que los visitara en su
casa del Pie de la Popa de Cartagena, donde me recibieron en febrero de 1973, y
tuve una larga conversación con el padre, Gabriel Eligio García, sobre la
infancia de su hijo: sus lecturas y aficiones a la música, sus primeros versos
y crónicas, así como sobre personajes y episodios de Aracataca, Sucre y
Barranquilla, que Gabo aprovecharía en sus relatos y novelas.
De Cartagena me fui directamente a Aracataca,
donde estuve varios días con un amigo mirándolo, preguntándolo y
fotografiándolo todo. A mi regreso a Medellín, escribí un segundo reportaje
macondiano, que Guillermo Cano me volvió a publicar en el Magazín Dominical en
dos entregas, en marzo del mismo año: 'En busca de Macondo' y 'Aracataca es
Macondo'. Fueron las primeras crónicas amplias que se publicaron en la prensa
de ámbito nacional sobre Aracataca y la casa natal del escritor, después de un
primer reportaje de Maruja Pachón en El Tiempo, si no recuerdo mal.
Pero no fue hasta mediados de 1974, habiendo
terminado el bachillerato el año anterior, cuando tuve la oportunidad de
detenerme en Barranquilla y visitar el Colegio San José, para husmear en los
archivos de su revista Juventud. En efecto, en ésta leí y copié las primeras
prosas y versos escritos por Gabriel García Márquez entre los trece y los
quince años: 'Crónica de la Segunda División', 'Instantáneas de la Segunda
División', 'Desde un rincón de la Segunda', 'Bobadas mías' y 'Crónica de la
Segunda División' (en verso), firmados con los nombres de Capitán Araña, Gabito
y Gabriel García. También conocí sus dibujos e ilustraciones, que eran todos,
de los seis primeros números de la revista.
Estos primeros textos de quien sería uno de
los más grandes fabuladores y escritores de todos los tiempos, los tuve conmigo
sin enseñarlos ni publicarlos durante cuatro años, hasta que, residiendo ya en
España, se los mandé a Guillermo Cano junto con un ensayo ('Gabriel García
Márquez: La realidad que comenzó no siendo'), y él y Héctor Muñoz, muy
sorprendidos con el hallazgo, los destacaron en la portada del Magazín
Dominical del 9 de octubre de 1977, incluyendo dos de ellos: 'Desde un rincón
de la Segunda' y 'Bobadas mías'. Esta fue pues la primera vez que se habló en
la prensa nacional de esos textos y se reprodujeron parcialmente.
CAMBIO:
¿Y cómo llegaste a sus prosas y poemas de Zipaquirá, que, en los tres últimos
años del bachillerato, firmaba con el seudónimo de Javier Garcés y algunos
fueron publicados en la Gaceta Literaria que él ayudó a fundar? ¿Se conserva
algún ejemplar de la Gaceta?
D. S.: Cuando llegué a Zipaquirá a mediados de
1992, después de llevar 20 años buscando al autor de Cien años de soledad, no
encontré ningún archivo en lo que fue el viejo Liceo Nacional de Varones,
aunque el local se conservaba casi intacto, y me mandaron al Colegio De La
Salle de la misma Zipaquirá, donde supuestamente estaban los archivos
académicos del Liceo Nacional. De Gabo solo encontré las matrículas y
calificaciones de tercero y cuarto, y faltaban las de quinto y sexto de
bachillerato, así como los dos mosaicos de la promoción de bachilleres de 1946:
el oficial de fotografías y el de caricaturas que había dibujado el mismo Gabo.
En enero de 1943, a punto de cumplir dieciséis
años, el joven estudiante había llegado a Zipaquirá para continuar el
bachillerato interrumpido en el colegio de San José, gracias a una beca
obtenida por concurso, y tuvo la suerte de que, al año siguiente, estando en
cuarto, fuera nombrado rector del liceo el poeta Carlos Martín, el benjamín de
Piedra y Cielo, en sustitución del anterior, que se había suicidado el 28 de
marzo de 1944 en el Parque Nacional de Bogotá. Lo primero que hizo Martín fue
acabar con el predominio de las matemáticas impuesto por su antecesor e
introducir el de la literatura. Implantó las lecturas nocturnas en los cuartos
de los dormitorios, con Cantaclaro, repartió ejemplares de sus libros, dio
conferencias y empezó su magisterio explicando a Rubén Darío. Dos o tres meses
después, los poetas Eduardo Carranza y Jorge Rojas, los capitanes del
movimiento Piedra y Cielo, lo visitaron en su casa del parque de Zipaquirá, y
el adolescente Gabriel García Márquez y Mario Convers, presidente y secretario
del Centro Literario de los Trece, y otros compañeros fueron invitados por
Martín al encuentro con los ilustres visitantes. El encuentro desbordó de
entusiasmo al grupo de Los Trece, y Gabo, con diecisiete años, era ya el más ardido
por “el sarampión literario”, como solía decir.
Carlos Martín me dijo que, aparte de hablarles
de la vida del padre del modernismo, les leyó y comentó detenidamente algunos
de sus mejores poemas, como Poema del otoño, Lo fatal y los Nocturnos, lo que
impulsó la búsqueda y estudio de la obra del maestro nicaragüense por parte del
joven cataquero. Fue así como Los Trece le pidieron ayuda a Martín para
publicar la Gaceta Literaria, que sería el “Órgano del Centro Literario de los
Trece”. La fecha de salida del primer número iba a ser el 18 de julio de 1944,
pero días antes se dio el conato de golpe de Estado al presidente liberal
Alfonso López Pumarejo, quien fue retenido dos días en Pasto por los militares
sublevados, y ese mismo día llegó el alcalde conservador de Zipaquirá al Liceo
Nacional y secuestró con sus policías toda la edición de la Gaceta Literaria
por considerarla material subversivo, pues Martín no solo le había hecho llegar
al Gobierno de López Pumarejo, a través del vicepresidente Darío Echandía, un
telegrama de apoyo en nombre de los profesores y alumnos del Liceo Nacional,
sino que la misma Gaceta se abría con un encendido artículo suyo, Ante la nueva
voz, sobre la oligarquía colombiana que había intentado deponer al progresista
López Pumarejo.
Con la destitución inmediata del poeta rector,
a mediados de julio de ese año, y la incautación de la edición sin llegar a ver
la luz pública, terminó la efímera aventura de la Gaceta Literaria. Pero en ese
primer número (y tal vez único), que me obsequió y envió Carlos Martín desde La
Haya, en abril de 1993, quedaron impresas tres cosas importantes de los
comienzos literarios y periodísticos de Gabriel García Márquez.
La sección de homenajes titulada Nuestros
Poetas, que encabeza la página 5, A Cargo de Javier Garcés (el seudónimo con el
que firmó sus textos de Zipaquirá), dedicada a Jorge Rojas, uno de los más
grandes poetas de Piedra y Cielo y a quien acababa de conocer junto a Carranza.
La antología de los cuatro poemas de Rojas y la nota de presentación subrayan
claramente la formación y el buen gusto poético que ya tenía el adolescente
cataquero de diecisiete años.
En la sección La Encuesta del Día, que
encabeza la página 7 de la Gaceta, está publicado el primer texto periodístico
de García Márquez del cual tenemos noticia. Se trata de una entrevista sobre la
juventud, la educación y la música colombianas, realizada a cuatro manos con
Mario Convers a los dos poetas visitantes, Rojas y Carranza, al músico y
compositor Guillermo Quevedo y al padre Juan de las Heras.
Y, en tercer lugar, en la misma página 7,
encabezándola por la derecha, aparece publicada la primera prosa lírica con
intención creativa que se conoce de García Márquez. Dedicado a Jorge Espinosa y
Domingo Vega, sus grandes amigos intelectuales de entonces, El instante de un
río es un texto inaugural y revelador. Desde la evocación de la “querida
hermana”, la imagen del río, “como enmarcado en una página de Platero y yo”, y
la caída de violetas, que “empezaron a llover sobre todas las cosas” esa tarde,
bien podría ser una transposición del río o caño de La Mojana, acolchado de
taruyas de flores de color violeta o lila, a través del cual salía o llegaba de
Sucre el joven poeta durante las vacaciones. Aparte de las imágenes del río y
de la lluvia de flores, El instante de un río esboza también, pese a las
ingenuidades propias del adolescente escritor, una de las constantes esenciales
de sus cuentos y novelas: la transposición poética por el reflejo de las
personas o de las cosas en los espejos del agua, del hielo, del sueño o de la
nostalgia. Esta puede ser considerada, por lo tanto, como la primera
publicación propiamente literaria de García Márquez.
CAMBIO:
¿Qué pasó con el poema Canción publicado en El Tiempo ese mismo año y que
podría considerarse también su primera publicación poética?
D. S.: Sí, Eduardo Carranza se lo publicó en
El Tiempo, en el suplemento literario Segunda Sección, el 31 de diciembre del
mismo año de la edición, que no publicación, de La Gaceta. El poema, inspirado
en la muerte temprana, a causa de un tifo exantemático, de su novia zipaquireña
de catorce años, Lolita Porras (a mediados de diciembre de 1943), lo aprobó el
mismo Eduardo Carranza, director del suplemento, a quien, como vimos, Gabriel
ya había conocido y entrevistado junto a Jorge Rojas en la casa de Carlos
Martín. Gabriel se enteró de la muerte de su amor platónico en febrero de 1944,
al regresar de sus vacaciones en Sucre, se derrumbó y escribió Canción, que
Carlos Martín elogió, y en la visita de Rojas y Carranza se lo pasó a éste,
quien lo publicó en la Segunda Sección con un epígrafe de su propia mano:
“Llueve en este poema... E. C.”.
Canción tal vez hubiera quedado en el olvido,
como muchos poemas suyos desde que él se graduó de bachiller en 1946, si no
hubiera sido porque su amigo y excondiscípulo de Zipaquirá, el bogotano Eduardo
Angulo Flórez, arquitecto humanista de una gran cultura literaria, me
proporcionó, en nuestras conversaciones de julio de 1992, las indicaciones que
me llevaron a recuperarlo en las hemerotecas de la Biblioteca Nacional y de la
Luis Ángel Arango. Tuve que recomponerlo echando mano de las dos hemerotecas,
pues en el ejemplar de El Tiempo de la primera se había borrado un verso que en
el de la segunda apenas empezaba a diluirse, pero que me permitió recuperarlo
completo. Acabo de saber por Álvaro Santana que también en el ejemplar de esa
hemeroteca se borró completamente ese verso. Por eso el poema aparece
incompleto en las diferentes reproducciones hechas recientemente. Así, pues, el
rescate completo de Canción está en la publicación que hizo Mario Rey en su
revista mexicana La Casa Grande, en febrero de 1997, justo un mes antes de que
saliera El viaje a la semilla.
Y, sí, podría considerarse como la primera
publicación poética en regla del adolescente García Márquez, pues sus poemas
piedracielistas de quinto y sexto de bachillerato, que son los mejores, no se
empezaron a publicar hasta muchos años después, siendo ya el famoso autor de
Cien años de soledad. Poemas como La espiga, Si alguien llama a tu puerta, La
muerte de la rosa y Soneto matinal a una colegiala ingrávida bien podrían
formar parte de cualquier buena antología de Piedra y Cielo.
CAMBIO:
Elegía a la Marisela y Poema desde un caracol marcan otro momento significativo
en los comienzos literarios de García Márquez, ¿verdad?
D. S.: La fiebre versificadora del joven
Gabriel García Márquez le llegó hasta julio de 1947, estando en primero de
Derecho, cuando se topó con un relato de un tal Franz Kafka que cambiaría su
vida de escritor por completo, impulsándolo a terminar de una sentada su primer
cuento: La tercera resignación. Acababa de escribir sus dos últimos poemas, que
firmó por primera vez con su nombre completo y que Camilo Torres y Luis Villar
Borda, sus amigos y condiscípulos de la Universidad Nacional, le habían
publicado en el suplemento La Vida Universitaria del periódico La Razón. Elegía
a la Marisela (Geografía celeste) y Poema desde un caracol, aparecieron el 1 y
el 22 de julio de 1947, precisamente por los días en que estaba leyendo La
metamorfosis. Estos poemas finales los obtuve gracias a una gestión personal
del generoso profesor y diplomático Luis Villar Borda, quien los buscó en la
hemeroteca y me los mandó con el ruego de que podía disponer de ellos cuando
quisiera. Fue en El Ángel, suplemento cultural del periódico mexicano Reforma,
y en la revista La Casa Grande, donde volvieron a ver la luz en febrero y marzo
de 1997.
Confesión
de madrugada
Dasso no cesa de encontrar secretos en los
intersticios del tiempo sobre la vida y obra de García Márquez, un clásico
universal colombiano que considera inagotable. Vuelve a leerlo y a releerlo en
las ediciones originales, a comparar los subrayados de las primeras lecturas, y
a sentir un raro temblor en la intimidad de su taller.
“¡Siento su presencia gozosa e iluminadora,
pero a la vez una nostalgia insoportable de lo tan física y visceral! Y me
vuelvo a repetir lo que dije a la prensa cuando él murió: ¡Sin García Márquez
el mundo es más pobre!”.
***
Se reproducen a continuación dos ejemplos
arriba citados de los primeros trabajos de Gabriel García Márquez.
La
encuesta del día
A cargo de Mario Convers y Javier Garcés
A pesar de la llovizna persistente, nos damos
a la tarea de localizar al distinguido músico y compositor Don Guillermo
Quevedo. Llegamos a su hogar y el maestro nos acoge con su eterna amabilidad.
Allí –frente al jardín- está la sala de visitas toda llena de jarrones de fina
labradura y, desde su zócalo, sobre el piano la mirada inquisitiva de Beethoven
parece reprocharnos la violación de aquel templo de la música. Enterado el
maestro de nuestro propósito se propone responder a nuestras preguntas:
1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana
actual?
-La juventud colombiana es una gran esperanza,
pero va muy de prisa; se madura biche como algunas frutas.
2-¿Cuál sería, en materia de educación, su
mejor iniciativa?
-La que se inspira en el concepto puramente
patriótico: por Colombia y para Colombia. Aprender a ser colombianos es lo
primero. Lo demás viene por añadidura.
3-¿Qué opina usted de la música nacional?
-Tiene un gran porvenir y podría estar
floreciendo ya si el gobierno le hubiera prestado algún apoyo como en otros
países: México, Argentina…, por ejemplo, que exportan música.
(Salimos. Afuera continúa la lluvia…)
* * *
Nos dirigimos ahora al hogar del doctor Carlos
Martín, rector de nuestro Liceo y presidente honorario del Centro Literario de
Los TRECE, en donde pensamos abordar -según ha dicho otro- a dos de las más
grandes figuras de la literatura contemporánea en Colombia: Eduardo Carranza y
Jorge Rojas. Allí los encontramos, efectivamente, en medio de una charla
amistosa.
Eduardo Carranza. Nuevo caudillo de las
juventudes, poeta, intelectual y revolucionario (?). Nos responde:
1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana
actual?
-Me parece que la juventud colombiana actual
empieza a ver claramente su destino: el de volver la patria a su antigua
grandeza y pureza; el de, otra vez, creer, servir, esforzarse, abstenerse; el
de ambicionar que la historia de Colombia vuelva a ser la historia de América;
el de sentir entrañablemente, con arrogancia, con angustia, SU PATRIA; de estar
a la altura de eso tan serio y hermoso que es ser colombiano sobre todas las
cosas.
2-¿Cuál sería, en materia de educación, su
mejor iniciativa?
-Enseñar a los colombianos a ser, antes que
todo, colombianos, orgullosos de su historia, de su raza y de su porvenir.
3-¿Qué fines prácticos persigue el movimiento
político que usted encabeza?
-Fines más bien ideales que prácticos en
principio: porque, ¿de qué les sirve a las patrias ganar las cosas terrenas si
pierde su alma? Ante todo, elevar la vida nacional a un plano superior de
verdad, honestidad e idealismo; luego, enseñar a las gentes a pensar
nacionalmente, no sectariamente como viene sucediendo; resolver las aparentes
antítesis de la vida colombiana en un ambicioso sentido de solidaridad e
integración nacional.
* * *
Jorge Rojas. Bonachón y entusiasta. Con su
eterna jovialidad nos responde:
1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana
actual?
-Creo en la juventud de todos los tiempos como
humanidad más pura, más incontaminada materia, más cálido aliento. La
particular de ahora pertenece a la historia y eso sólo lo sabe el porvenir. La
de aquí la considero inferior en actuación a todas las anteriores. (Tal vez
tenga guardadas para sí todas sus inquietudes).
2-¿Cuál sería, en materia de educación, su
mejor iniciativa?
-¿La mejor iniciativa? Una meta fija
cualquiera que sea. Que el estado sepa si quieres técnicos de ciencias,
humanistas, o algo…
3-¿Qué derroteros nuevos toma la Poesía?
-¿La nueva poesía? No sé; no me preocupa. La
mía, como siempre, su rumbo hondo, su más escondida realidad, mi misterio de
hombre. Decir todo eso, ese es mi milagro y mi pasmo. Cada poema mío me
sobrecoge como una revelación.
Seguimos bajo la lluvia y nos dirigimos a la
Casa Cural. Allí encontramos al Reverendo Padre Juan de las Heras, insigne
orador sagrado.
Nos responde amablemente:
1-¿Qué opina usted de la juventud colombiana actual?
-Que sufre del mal del siglo: la
desorientación y su secuela necesaria, la debilidad. Esto hablando de la masa
estudiantil. Pero se ven reacciones muy significativas, numerosas y selectas,
que abren amplio margen a esperanzas más risueñas. La juventud padece, pero no
perece.
2-En materia de educación, ¿cuál sería su
mejor iniciativa?
-Orientar programas, personal y organización
docente hacia la psicotecnia o formación vocacional. ¿Cómo? Simplificando los
primeros. Seleccionando los educadores, e imprimiendo en toda la maquinaria
educacional, primera, media y superior, un sentido más práctico de trabajo,
industrial, cultural y moral más en consonancia con la misión que a cada clase
social le corresponde.
3-¿Qué cree usted que afiance más la nacionalidad
de un pueblo?
-La unión de todos los ciudadanos de un amplio
sistema cooperacionista. El trabajo, la cultura y la política intertrabados en
sabias organizaciones sindicales, uniones profesionales, y la representación
por clases, multiplicaría la riqueza nacional. Despertaría un patriotismo más
práctico y proporcionaría mucha paz y largo progreso. Pero nada como la
religión sirve de aglutinante a las clases sociales. Y algo así como principio
vital para toda organización social o patriótica.
Y nos retiramos a la redacción a terminar
nuestra labor.
Gaceta Literaria, (Órgano del Centro Literario
de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág.
7.
* * *
Prosas
líricas de Javier Garcés
El instante de un río
A Jorge Espinosa; a Domingo Vega; apóstoles
del intelecto.
…Está bien querida hermana, ya que tanto
insistes, te voy a contar:
Aquella tarde en que tú te fuiste, el río
estaba todo lleno de una nostálgica melancolía como enmarcado en una página de
Platero y yo.
A esa hora los ríos campesinos* se adormecen
mansamente y todas las cosas vienen a mirarse en ellos al igual que en un
espejo flotante. Entonces son silenciosamente tristes y nadie ni nada se atreve
a profanar esa congoja líquida que arrastra so propia melancolía. Apenas de vez
en cuando una que otra extraviada golondrina traza la línea oblicua de su vuelo
sobre la superficie y con el ala húmeda de silencios se aleja por el doble
cielo del mundo y del agua sin dejar en el paisaje nada más que la angustia de
su ausencia.
Así son –querida hermana- esos ríos campesinos
que se pasan las horas en la curiosa distracción de duplicar los paisajes.
Pero te quiero hablar de aquella tarde, porque
aquel río era distinto y porque tenía algo como una manera especial de atardecer.
Ayer, por ejemplo, alguien estaba pensando en la ribera. Tal vez era yo… Acaso
nadie. A veces se escuchaba el ladrido de un perro o la música de un fauno
invisible que toca su flauta de pájaros. El río se deslizaba largamente como si
tuviera el presentimiento de que iba a ser partícipe de un gran prodigio. Y la
tarde –tarde clara, doncella instantánea- ya comenzaba a inaugurar su
telegrafía de grillos.
La hora estaba palpitante de presagios.
Y de pronto –sin que se supiera cómo ni
cuándo- las violetas de algún jardín celestial empezaron a llover sobre todas
las cosas. Todo el mundo era un gran silencio de violetas. Y en aquel momento
–“fugaz momento palpitante de una amorosa intensidad”- se encendió en un
crepúsculo sangrante sobre las velas de las barcas dormidas en mi pensamiento.
Entonces fue –querida hermana- cuando se
produjo el milagro del atardecer: El río tranquilo se movió con brusquedad.
Sintió que algo como un temblor de oro había caído sobre sus espejos sin hacer
círculo, y se estremeció al ver burladas sus leyes naturales. Pero al fin
–viejo conforme, paciente Job de los campos, Caupolicán vencido- se adormeció
mansamente…orgullosamente…
Había reventado en sus aguas el primer lucero.
Gaceta Literaria (Órgano del Centro Literario
de Los Trece, del Liceo Nacional), Zipaquirá, Año I, 18 de julio de 1944, Pág.
7.
*Aquí se elimina el término “comunique”, que,
sin duda, debe de tratarse de un error de imprenta.
** ** **
Revista literaria
EL CANDELABRO
Madrid –
España
20 de
agosto de 2025
Gabriel García Márquez y The
Beatles:
un encuentro cultural que cambió
la historia
Por
Roberto Pereira
Entre los cruces más fascinantes de la
historia cultural se encuentra el diálogo implícito entre Gabriel García
Márquez y The Beatles, dos fuerzas creativas que, desde esferas distintas,
transformaron la percepción del arte y la vida. El primero desde la literatura,
los segundos desde la música, ambos encendieron nuevas sensibilidades
colectivas. No se trató solo de talento, sino de abrir caminos que nadie había
transitado. ¿Qué significa que un escritor vea en un grupo musical un punto de
quiebre histórico? ¿Puede la música alterar la manera en que concebimos el
mundo?
Lo dijo todo en pocas palabras, como el gran
pensante que fue:
"Oigo a los Beatles con un cierto miedo, porque siento que me voy a acordar de ellos por todo el resto de mi vida", comenzó la estrella del realismo mágico y fulminó con la valía revolucionaria de los cuatro fabulosos de Liverpool:
"... Esta
tarde, pensando todo esto frente a una ventana lúgubre donde cae la nieve, con
más de cincuenta años encima y todavía sin saber muy bien quién soy, ni qué
carajos hago aquí, tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi
nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió
entonces".
Gabriel García
Márquez y The Beatles: El encuentro entre la literatura y la música que cambió
al mundo
Cuando Gabriel
García Márquez habló de The Beatles lo hizo con la brevedad fulminante que
caracterizaba su pensamiento. No se limitó a reconocer la calidad musical de
los cuatro de Liverpool, sino que percibió en ellos un cambio de época. Su
frase resuena con la fuerza de lo irreversible: “El mundo fue igual desde mi
nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces”. En
estas palabras se revela la percepción de un escritor que comprendió que la
cultura popular también podía redefinir la historia.
El Nobel de Literatura supo captar lo que
millones de personas sintieron en la década de los sesenta: la irrupción de una
nueva sensibilidad. The Beatles no fueron simplemente un grupo musical exitoso;
fueron un fenómeno cultural que alteró la manera de entender la juventud, la
libertad, la política y hasta la espiritualidad. García Márquez, quien
construyó universos literarios impregnados de realismo mágico, intuyó en ellos
un movimiento capaz de trastocar la manera en que los individuos se
relacionaban con el tiempo, con el deseo y con la memoria.
El escritor colombiano reconocía que escuchar
a The Beatles producía en él una extraña inquietud. Hablaba de un “cierto
miedo”, no por la música en sí, sino por la conciencia de estar ante un hecho
imborrable. Ese temor expresaba la certeza de que la experiencia sonora
trascendería el instante y quedaría anclada en la memoria colectiva. En sus
palabras se percibe la idea de que el arte popular no era efímero ni
superficial: se trataba de una manifestación tan profunda como la literatura o
la pintura, capaz de modificar la visión del mundo.
Los Beatles representaron un antes y un
después en la historia de la música moderna. Su capacidad de innovación, desde
las armonías vocales hasta la experimentación con nuevos géneros y técnicas de
grabación, los convirtió en pioneros. Pero lo que García Márquez subrayaba iba
más allá de lo estrictamente musical: señalaba la revolución cultural. Al
irrumpir en una época de cambios sociales —con la lucha por los derechos
civiles, el cuestionamiento a las guerras y el despertar de nuevas formas de
vida—, los Beatles se convirtieron en símbolo de transformación.
El paralelismo con el realismo mágico resulta
inevitable. Así como García Márquez transformó la literatura latinoamericana al
fundir lo cotidiano con lo maravilloso, The Beatles desdibujaron las fronteras
de lo que se entendía como música popular. En ambos casos, lo extraordinario
dejó de estar reservado a las élites: irrumpió en la vida diaria de millones.
Por ello, cuando el escritor habla del “cambio” que introdujo la banda, lo hace
con la misma solemnidad con que podría hablarse de un hito histórico o un
descubrimiento científico.
La dimensión generacional también es esencial.
García Márquez, ya adulto al escuchar a The Beatles, no los vivió como simple
entretenimiento juvenil. Su testimonio evidencia cómo la música de los sesenta
logró atravesar edades, geografías y clases sociales. La voz de Lennon,
McCartney, Harrison y Starr no fue solo un eco adolescente: fue un lenguaje
compartido por intelectuales, escritores, políticos y ciudadanos comunes. Esa
transversalidad, esa capacidad de unir mundos aparentemente lejanos, explica
por qué su impacto resultó tan profundo.
En su observación, García Márquez se confiesa
todavía sin saber “quién soy, ni qué carajos hago aquí”. Esa expresión, cargada
de sinceridad, conecta la experiencia personal del escritor con la de toda una
generación marcada por la incertidumbre. The Beatles aparecieron como una
brújula emocional en medio de la confusión moderna. No daban respuestas
definitivas, pero ofrecían melodías, versos y ritmos que ayudaban a sobrellevar
las preguntas existenciales. La música se convirtió en un refugio colectivo.
El poder transformador de The Beatles se
explica también por su capacidad de adaptación. En menos de una década pasaron
del rock and roll fresco de “She Loves You” a la complejidad experimental de “A
Day in the Life”. Ese tránsito reflejaba la velocidad de los cambios sociales
de la época y, al mismo tiempo, les otorgaba un aura de eternidad. Para García
Márquez, la sensación de que “todo cambió” se debía justamente a esa mutación
constante, a la idea de que los Beatles encarnaban el movimiento perpetuo de la
historia.
Al situar a The Beatles en su horizonte vital,
García Márquez les otorga un lugar junto a los grandes referentes de la
cultura. Así como Cervantes transformó la novela con “Don Quijote” o Kafka
abrió un universo de angustia existencial, los Beatles inauguraron un nuevo
modo de experimentar la música. El escritor colombiano entendió que la cultura
no se divide en alta o baja, sino que se mide por su capacidad de transformar
vidas. En esa lógica, el grupo inglés merece estar en el panteón de las artes
universales.
Hoy, más de medio siglo después, las palabras
de García Márquez siguen siendo vigentes. Escuchar a The Beatles no es solo un
acto nostálgico, sino un contacto con una raíz cultural que aún sostiene gran
parte de la música contemporánea. Su legado es palpable en artistas de todos
los géneros, desde el pop hasta el rock alternativo. Y la memoria de su impacto
cultural continúa alimentando la reflexión académica, literaria y social. El
miedo de recordar que mencionaba García Márquez es en realidad la certeza de
una inmortalidad compartida.
La grandeza de su observación radica en la
sencillez. En pocas frases, García Márquez logra explicar por qué los Beatles
marcaron un antes y un después. No necesitó un tratado de teoría musical ni un
análisis sociológico exhaustivo: bastó con su intuición de escritor para captar
lo que millones sentían sin poder expresarlo. Esa habilidad para condensar lo
universal en lo íntimo es lo que convierte tanto a su literatura como a su
opinión sobre los Beatles en testimonios imprescindibles para entender el siglo
XX.
En definitiva, las palabras de Gabriel García
Márquez sobre The Beatles nos recuerdan que la cultura no se mide únicamente
por el prestigio académico, sino por la capacidad de un fenómeno de transformar
la sensibilidad colectiva. Los Beatles no fueron simples músicos, del mismo
modo que García Márquez no fue solo un novelista. Ambos fueron catalizadores de
un cambio histórico, testigos y protagonistas de una época en que la música y
la literatura se unieron para decirle al mundo que nada volvería a ser igual.
Referencias
Bloom, H. (2003). The Western Canon. New York: Riverhead.
MacDonald, I. (2005). Revolution in the Head: The Beatles’ Records and
the Sixties. Chicago: Chicago
Review Press.
Márquez, G. G.
(1995). Vivir para contarla. Editorial Norma.
Martin, G. (1994). All You Need is Ears. St. Martin’s Press.
Subirana, R. (2017). Gabriel
García Márquez y la música popular: resonancias culturales. Revista de Estudios
Latinoamericanos, 45(2), 123-140.
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CLARIN
Buenos Aires – Argentina
26 de septiembre de 2025
Historias
García Márquez y Vargas
Llosa: dos escritores brillantes que tuvieron un rol estelar en el boom
literario latinoamericano
Ambos recibieron el Premio Nobel. Fueron amigos hasta
que se pelearon por “una cuestión de mujeres”. Pero nunca perdieron el respeto
por la obra del otro.
García Márquez y Vargas Llosa: dos escritores
brillantes que tuvieron un rol estelar en el boom literario latinoamericano.
Por Juan Cruz
A él, a Luis Harss, no le gustaría nada en
absoluto el titular que precede. De hecho, me advirtió de lo que él pensaba al
respecto. Pero es imposible que su timidez, su radical manera de verse a sí mismo
como parte principal de la historia general del Boom de la Literatura
latinoamericana, ensombrezca su enorme mérito.
Harss era un periodista, y un escritor, que
recibió un encargo y lo cumplió: explicarle al mundo (entonces el mundo no era
ancho, era ajeno y era muy chico) qué pasaba con aquellos escritores que
estaban haciendo, desde las tierras de Jorge Luis Borges y de Rómulo Gallegos o
de Jorge Amado, una literatura que o bien prolongaba la de esos titanes o bien
la superaba, por imaginación, por novedad, por atrevimiento.
Entre esos escritores, que eran una ristra
cuya importancia fue opacando en seguida a sus antecesores (menos a Borges, a
Borges no lo eclipsa nadie, él mismo es el firmamento), estaban los que luego
serían, con Julio Cortázar, el argentino con acento de París, o de Suiza, los
más importantes creadores de paisajes y de historias del continente literario
más fértil del siglo XX: el que configuraba, y que configura aun hoy, el boom
de la literatura latinoamericana.
El atrevimiento se hizo sólido y habitó entre
nosotros. Sus nombres propios más duraderos han sido los de Gabriel García
Márquez y Mario Vargas Llosa, que son los subrayados más nítidos de esta
historia ya imprescindible e imborrable. Cuando Clarín me pidió que me ocupara,
sobre todo, de ambos renglones me pareció oportuno pedirle a Luis Harss, que
vive desde hace años en Estados Unidos, su perspectiva actual de aquel
extraordinario hecho que cambió la historia de la literatura contemporánea en
nuestra lengua y en el mundo.
Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José
Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar
de los setenta, en Barcelona. Vargas Llosa y su mujer, Patricia Llosa; José
Donoso y Pilar Serrano, y el matrimonio García Márquez, en una foto sin fechar
de los setenta, en Barcelona.
Me dijo Harss, por escrito: “Te digo la
verdad, Juan, que en mi caso todo fue una casualidad y no he seguido interesado
en el fenómeno a través de los años. Hay que darle crédito a mi amigo Roger Klein,
editor con antenas de Harper and Row, que en un principio intuyó la existencia
de ese mundo y me dio un anticipo para investigarlo como periodista”.
“Publiqué el resultado en inglés,
naturalmente”, prosiguió Harss en su misiva. El
resultado de su pesquisa hecha libro, además,
tiene más de cuatrocientas páginas, es concienzudo y exacto, como un violín
afinado, y recoge minuciosamente lo que sus interlocutores le dijeron. Piensen
que ahí están, además de los más destacados del boom que nació de esa historia,
quienes ya formaban parte del ejército literario que ya estaba en marcha: Alejo
Carpentier, Joâo Guimeraes Rosa, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Juan Carlos
Onetti y Jorge Luis Borges. Los otros, aquellos tan destacados como Gabo y
Mario, se estaban haciendo, o ya estaban medio hechos, como Julio Cortázar.
Incluso Carlos Fuentes ya despuntaba también, y de hecho fue el que, con Gabo,
le fue contando a Harss la secuencia ideal de su relato.
La edición primera de este hallazgo, que ahora
está en la reliquia y la historia de la literatura, “salió bastante
descuidada”, según Harss, “porque Roger, entremedio, se suicidó y a nadie más
en la editorial le interesaba el tema. La traducción que conoces, plagada de
errores, la hice yo de apuro en un barco de carga que me llevó de Nueva York a
Buenos Aires. Fue toda una experiencia de dimensiones muy modestas”.
Siguió así este impar testimonio de Harss:
“Después qué pasó no sé. Las ruedas a veces andan solas. Para mí, el fenómeno
más deslumbrante del Boom fue Rayuela,
pero lo más perfecto como arte de novela trabajada en la oscuridad como debe
ser fue la primera mitad de La vida breve, antes que Onetti se perdiera en la
tormenta de Santa Rosa”.
Concluye el extraordinario inventor de una
historia tan perfecta, y tan duradera: “Lamento decepcionarte con tan poca
cosa, Juan, pero voy a hacer como Felisberto Hernández que decía que se metía
como un ratón en un agujero de la ciudad y salía del otro lado”.
Esa concisión, y esa alegría autocrítica de
contar, está en el propio libro, que es una especie de recuento del talento
ajeno. Los dos personajes que más se consultan, de todos los que nacieron de
aquel alumbramiento, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, son los más
duraderos y los que fueron marcados por un desenlace de la amistad que no fue
nada literario.
Están en el libro cuando aún eran muchachos de
bolígrafo en mano, trabajando en oficios que tenían que ver más con el
periodismo que con aquello que luego los hizo prosistas de extraordinaria invención.
Su inventor cuenta así, en Los nuestros, el balance de su encuentro con Mario:
“En el año 66 seguimos camino de nuestra novela totalizadora”. Mario era la
energía, acababa de cumplir los veintiséis años, había escrito dos libros de
cuentos y una novela, y qué novela, La ciudad y los perros, era talentoso e
inspirado, “parecía haber nacido bajo una lengua de fuego”, lo movían la fe, la
fuerza, “y la verdadera furia creadora”, y se había ganado “honradamente” la
fama…
En ese momento, cuando Harss lo consagraba,
Mario Vargas Llosa acababa de terminar Conversación en la Catedral, “en la que
sus dones se han multiplicado”. Esa entrevista que sigue tuvo incidentes de
periodista: se estropeó el magnetofón, entre otros encontronazos con la
realidad, pero no se empañó en ningún momento la convicción del entrevistador:
estaba ante “un poema sinfónico que experimenta y se impone en casi todos los
planos, estableciendo nuevas pautas para la novela latinoamericana”.
Esta pericia intelectual, y periodística, que
exhibía entonces, en 1966, el que fue realmente el inspirador del Boom, no sólo
refleja su propio afán literario, sino que acierta ahí y acierta en todos los
que fueron sus interlocutores. No hay ninguno de todos los que pasaron a la
historia, ninguno, que ahora no tengan su lugar en la gloria.
El otro que subraya en el devenir de su
conversatorio el argentino/chileno que los puso en danza en Los nuestros es,
sin duda, el que más fama alcanzó, Gabriel García Márquez. La historia quiso
que fueran los que más se quisieron, y también los que más pronto rompieron.
Mario se enfadó con Gabo, por “una cuestión de mujeres” (que es lo más lejos
que ha llegado Vargas Llosa sobre la razón que llevó a darle un puñetazo a su
amigo) y Gabo se quedó con un ojo a la virulé, como se dice en España.
Para que la historia fuera más rabiosamente
literaria que el cotilleo que vino después (¿por qué se pelearon así?) Vargas
Llosa había dejado escrita una obra magnífica de homenaje al autor de Cien años
de soledad: Historia de un deicidio. La extraordinaria novela de Gabo requería
un análisis como ese. Se consagró así una hermanad literaria, un acercamiento
de abrazo, y luego todo se rompió en el ámbito de la amistad, pero jamás en lo
que se refiere a la relación literaria entre los dos titanes.
Gabriel García Márquez ganó el Nobel de
Literatura en 1982. Gabriel García Márquez ganó el Nobel de Literatura en 1982.
Mientras seguían en el mundo (del cotilleo)
las especulaciones sobre la naturaleza de la riña, los dos siguieron cabalgando
tal como los vislumbró Luis Harss, quien dijo de Gabo nada más verlo: “Es duro
y macizo, pero ágil, con un impresionante mostachón, una nariz de coliflor y
los dientes emplomados. Luce una vistosa camisa de sport abierta, pantalones
estrechos, y un saco oscuro echado sobre los hombros”.
Carlos Fuentes y Julio Cortázar le dijeron a
Harss que fuera a verlos. Los encuentros sucesivos (en Los nuestros, primero va
Gabo y luego va Mario) los halla en plena ebullición literaria. Gabo le dijo a
Harss que la literatura de la que venía, de Colombia, era un “Inventario de
muertos”, con “excepciones honorables”. Él mismo aguardaba, le dijo a Harss, la
más grande de sus obras, Cien años de soledad, que será “como la base del
rompecabezas cuyas piezas he venido dando en los libros precedentes. Aquí están
dadas casi todas las claves. Se conoce el origen y el fin de los personajes, y
la historia completa, sin vacíos, de Macondo”.
La historia posterior es, eso, historia. Una
impresionante historia de aquellos dos que habían cabalgado juntos hasta el
despeñadero que los desunió… En cuanto al cotilleo… Tuve el privilegio de
observar cómo Mario Vargas Llosa siempre admiró la literatura de Gabo y cómo
éste, por ejemplo, me pidió que le dijera a su antiguo amigo hasta qué punto
admiraba lo que hizo con La fiesta del Chivo… Estuvieron a punto de saludarse,
cerca del final de los días de Gabo, cuando Héctor Abad Faciolince le pidió a
Daniel Samper que intercediera en Cartagena de Indias para que Mario fuera a
ver a Gabo. “Ya no me conocería, no es correcto”.
No se vieron más, pero se respetaron tanto,
por la literatura común, y por la historia que vivieron juntos, que tratarlos
como si fueran simplemente dos peleones resultaría un mezquino desperdicio de
la enorme calidad que tienen sus respectivas historias.
Gabriel García Márquez (6-3-1927 / 17-2-2014)
Colombiano de Aracataca, recibió el premio Nobel de Literatura en 1982.
Exponente del realismo mágico, su novela cumbre, Cien años de soledad, fue
adaptada recientemente al formato audiovisual por la plataforma Netflix.
Mario Vargas Llosa (28-3-1936 / 13-4-2025)
Peruano de Arequipa, obtuvo el premio Nobel de Literatura en 2010.
Novelas como La ciudad y los perros y Conversación en La Catedral le dieron
notoriedad internacional. Fue candidato a la presidencia de su país en 1990.
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