1 de septiembre de 2016

MEMORABILIA GGM 854



PRISA Radio
Madrid РEspa̱a
25 de agosto de 2016

Entrevistas

Gabo: “lo que me interesa es
contar cosas que le suceden a la gente”


Esta conversación se grabó en 1996. Iñaki Gabilondo había intentado conseguir, en varias ocasiones, una entrevista en directo con Gabriel García Márquez pero el gran escritor se resistía. Un hombre tan extremadamente meticuloso como él, tenía miedo a cometer algún pequeño error durante la conversación y que ese error (lo sabía muy bien por experiencia) se convirtiera en un acontecimiento que se propagara por todo el mundo. Tras varias intentonas fallidas, el equipo de Hoy por Hoy de Cadena SER, consiguió que pudieran encontrarse, pero sería una conversación grabada en la casa de Barcelona de Carmen Balcells, editora y amiga de Márquez. Esta grabación es una pequeña joya.

Durante este podcast se escucha la conversación sin retoques, en la que Iñaki Gabilondo se corrige o replantea ante el entrevistado algunas de sus preguntas “Tal vez sea algo tonta”, le dice. Durante la charla, se van estrechando lazos y Gabo pide al periodista, “¡No me metas en la política de España en estos momentos!”, cuando le pide su opinión. Una conversación desnuda que recuperamos del archivo sonoro de Prisa Radio.

Desde que Márquez recibió el Premio Nobel de Literatura en 1982, pocos le llamaban Gabo en su querida Colombia, habían pasado a llamarle Don Nobel o Don Premio. Durante la entrevista, Iñaki le pregunta sobre la situación de su país y como algunos sectores tratan de darle una responsabilidad que “ni quiero, ni merezco”. “Yo creo que en Colombia tenemos una oportunidad de hacer una depuración a fondo de la clase política”, apunta. No es que quiera acabar con la clase política, sino exigir la renuncia de aquellos implicados en tramas de corrupción.

Ese mismo año, se ha publicado el libro Noticia de un secuestro un reportaje sobre el secuestro de numerosas personalidades en Colombia a manos del narcotráfico. “Yo no oculto que una de las muchas razones por las cuales yo quería escribir ese libro es poder explicar mejor qué es lo que yo entiendo por reportaje”. Ya le han preguntado por qué se escribe un libro como ese y Gabo contesta que “si no lo escribe, se muere”. Es su vida la que está de por medio. “Ese libro no habla de los acontecimientos, si no del sufrimiento de las personas”.

Recuerdas los días en los que escribió Cien años de soledad. Su mujer, Mercedes, le liberó de todas las cargas para que se pudiera dedicar exclusivamente a escribir. Hubo un momento en que no les quedaba ni un céntimo y Gabo tuvo que empeñar el primer coche que había tenido en su vida.  Siguió escribiendo, pero con los meses el dinero volvió a terminarse. El casero pidió a Mercedes los cuatro meses que debían de alquiler pero no los tenía, “dentro de siete meses Gabo acabará la novela y te los pagaremos”, le dijo. El dueño de la casa contestó “con su palabra me basta, señora”. Y así fue. Mercedes le pagó puntualmente en cuanto la novela se publicó y Gabriel pudo sacar un poco de dinero escribiendo textos publicitarios.

Cuando por fin terminó la novela, Gabriel y Mercedes fueron hasta una oficina de correos a enviar el manuscrito. Al llegar, pesaron los papeles, pero el precio del envío era demasiado elevado. Así que Gabo dividió en dos el taco de hojas y mandó una primera tanda, sin darse cuenta de que era la segunda parte de la novela. Volvieron a casa y empeñó las últimas cosas de valor que les quedaban: un calentador, un secador de pelo y una batidora. Con ese dinero mandaron la otra mitad del texto. “Yo creía que era lo mejor que había escrito, pero me asusté cuando el editor me dijo que iban a lanzar 8000 ejemplares”, era una cantidad altísima y le pareció un disparate. De sus anteriores novelas sólo se habrían vendido setenta ejemplares, ¿cómo iban a lanzar miles?

La entrevista continúa en torno a la vida del escritor, sus deseos, miedos y opiniones. Hablan de la profesión de periodista o cuando Gabriel quiso ser director de cine y se fue a Roma en 1955 a probar suerte. Al final, recuerda, todo le llevó al mismo lugar: “contar cosas que le suceden a la gente”.

Este enlace está la entrevista:
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Letralia
Cagua -Venezuela
Jueves 25 de agosto de 2016

Critica

Gabriel García Márquez y el cuento
Esa mágica forma de contar

Por Fernando Chelle

Resulta normal, y hasta casi lógico, que al pensar en la figura de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 6 de marzo de 1927; Ciudad de México, México, 17 de abril de 2014) lo primero que se nos venga a nuestra mente sea la imagen del gran novelista, ganador del Premio Nobel de Literatura en el año 1982. Esto es algo incuestionable, porque desde La hojarasca (1955) hasta Memoria de mis putas tristes (2004), pasando por la mítica Cien años de soledad (1967), o por cualquiera de sus otras siete novelas, el escritor colombiano se ganó, tanto dentro de la crítica literaria como entre los lectores, el reconocimiento de gran novelista. No obstante esto, se podría decir que lo que forma la base de su gran literatura son los relatos cortos, los cuentos. Las historias breves, dentro de la literatura de Gabo, están presentes, no solo en los cuatro libros de cuentos que encontramos dentro de su obra, sino también en la gran mayoría de novelas, en los guiones cinematográficos y en su vasta obra periodística. El propio autor reconoció, en más de una oportunidad, que para él son las “pequeñas historias” las que hacen 

 
Gabriel García Márquez

interesante y fantástico al mundo. En su libro de memorias, Vivir para contarla (2002), como en numerosas entrevistas, García Márquez refirió cómo las anécdotas de antiguas guerras referidas por su abuelo, un coronel a quien llamaba Papalelo y los relatos fantásticos de apariciones que le contaban las mujeres de su casa, se conjugaron en su mente y pasaron a ser un material primario e importantísimo de su universo literario. Si bien es cierto que García Márquez comenzó su andanada literaria, como tantos otros escritores, con la poesía, y después escribió algunos comentarios humorísticos, sus primeras producciones literarias importantes fueron sus cuentos. El primero que registran sus memorias es el titulado “Psicosis obsesiva”, un relato fantástico, de su época de estudiante de bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. A partir del año 1947, el más reconocido de los autores colombianos comienza a escribir relatos breves, cuentos, de forma más sistemática. Los primeros fueron publicados por el diario El Espectador de Bogotá y van desde el año 1947, con la publicación de “La tercera resignación”, el 13 de septiembre de 1947, hasta el año 1955. Estos primeros relatos fueron reunidos y publicados en forma de libro, recién en el año 1974, en la obra titulada Ojos de perro azul. Posteriormente a la etapa bogotana, encontramos los relatos escritos en la costa colombiana, cuando García Márquez se desempeñaba como periodista en Cartagena de Indias y en Barranquilla. De esta época es el cuento “Un día después del sábado”, relato que obtuvo el primer premio de un concurso organizado por la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia, y que figura en el libro Tres cuentos colombianos, publicado en el año 1954. Del año 1959, cuando García Márquez ya se encontraba nuevamente radicado en Bogotá, es el cuento “Los funerales de la Mamá Grande”. Este relato extenso, antecedente claro de Cien años de soledad, forma parte de un libro que lleva su mismo nombre, publicado en el año 1962. En esta última obra me detendré más adelante, porque de ella forma parte el cuento “Un día de estos”, relato que analizaré y comentaré literariamente. A finales de la década del 60, el Nobel colombiano comenzó a escribir una serie de cuentos que algunos estudiosos de su obra dicen que estaban destinados a un libro de historias infantiles que nunca publicó. Estos relatos, junto con otras historias, pensadas en un principio como guiones cinematográficos, fueron publicados en el año 1972, bajo el título d: La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. El último libro de cuentos de Gabriel García Márquez se publicó en el año 1992, bajo el título de Doce cuentos peregrinos. Son relatos de inmigrantes latinoamericanos en el viejo continente, un libro que García Márquez decidió publicar el año en que se festejaron los 500 años de la llegada de los europeos al continente americano.

Los funerales de la Mamá Grande

Los funerales de la Mamá Grande es el primer libro de cuentos publicado por el escritor colombiano Gabriel García Márquez, en el año 1962. Si bien no fueron los primeros cuentos escritos por el Nobel, como se refirió en el apartado anterior de este artículo, sí son los primeros publicados en forma de libro. En la obra se reúnen ocho cuentos, todos breves a excepción de “Los funerales de la Mamá Grande”, el relato que cierra y da nombre al libro, texto que algunos críticos prefieren catalogar, más que como un cuento, como una novela corta. En este libro aparece nuevamente como escenario el pueblo Macondo, ya lo habíamos visto en La hojarasca (1955), su primera novela, y lo volveremos a ver en su obra más conocida, Cien años de soledad (1967). Mario Benedetti dijo en 1972 que este libro de cuentos funcionó dentro de la obra de Gabriel García Márquez como un “trampolín para el gran salto imaginativo” que supuso la escritura de Cien años de soledad. Es una gran verdad, porque no solo el escenario de Macondo funciona en este libro como un antecedente de Cien años de soledad, también se encuentran personajes como el coronel Aureliano Buendía y su hermano José Arcadio. Hay también algunas historias que García Márquez abordará en La mala hora, una novela publicada el mismo año 1962, y cinco años después, en Cien años de soledad. Los funerales de la Mamá Grande es un libro en el que ya aparecen los elementos propios del realismo mágico, que tanto caracterizarán a algunas de las obras posteriores del escritor colombiano. Diferentes historias que superan lo real y verosímil transcurren en medio de una atmósfera de intenso calor. Una mujer que fallece a los noventa y dos años, virgen, y a sus funerales concurren el Presidente de la República y el Papa; un cura que dice haber visto al diablo y numerosos pájaros que caen sobre el poblado, rompiendo mosquiteros y alambradas, constituyen algunas de las historias que se desarrollan en la obra. Todos los cuentos presentan un narrador omnisciente, que cuenta las historias de forma ordenada, lo que permite una lectura ágil. Como es característico dentro de la literatura garciamarquiana, hay muy pocos diálogos y monólogos. Se le da mucha importancia a las descripciones de los ambientes donde transcurren las acciones, pero las descripciones casi siempre están insertas en las mismas narraciones. En cuanto a la temática que presentan los relatos, es perceptible una sociedad en conflicto, injusta, desigual, sometida a las arbitrariedades del poder. Por las páginas del libro desfilan tanto los personajes marginados como los privilegiados. Encontramos desde viudas, ladrones, carpinteros y dentistas, hasta alcaldes, tenientes, médicos y sacerdotes.

“Un día de estos”

Del libro de Gabriel García Márquez Los funerales de la Mamá Grande (publicado por la Universidad Veracruzana de Xalapa en México en 1962), he elegido para el análisis literario el cuento titulado “Un día de estos”.

Este relato concreto del Nobel colombiano, donde nada sobra ni falta, está muy relacionado con el cuento titulado “Espuma y nada más”, del escritor bogotano Hernando Téllez. El cuento de Téllez, publicado en 1950 en el libro titulado Cenizas para el viento y otras historias, habla de un barbero y un capitán, los que serían comparables al dentista y al alcalde militar del cuento de Gabriel García Márquez. Ambos relatos transcurren en la misma época y, si bien el de Téllez es más explícito en cuanto a los papeles que juegan los protagonistas, las dos narraciones aluden inequívocamente al conflicto armado que se vivía en la sociedad.

La línea argumental del cuento que nos ocupa muestra el encuentro de un dentista empírico y un militar que ejerce como alcalde del pueblo, en un viejo consultorio, donde se lleva a cabo la extracción de una muela. Hay solo tres personajes, dos principales, don Aurelio Escovar (el dentista) y el alcalde (teniente); finalmente, el hijo del dentista, un personaje secundario que funciona como intermediario entre los dos principales. Tras esta anécdota breve y hasta cotidiana, aparece en el relato un trasfondo de violencia social, corrupción, abuso de poder, tensión y enemistad entre los personajes principales.

Al igual que todos los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande, este relato presenta algunos diálogos y un narrador omnisciente, que cuenta en tercera persona. Es una narración lineal, que se desarrolla en un único escenario y presenta una sola acción.
El tema central del relato es la tregua que se establece dentro del conflicto ideológico, entre el pueblo (representado por el dentista) y el Estado (representado por el alcalde), y la inversión de los poderes, donde el pueblo, al menos por un momento, va a imponer sus normas.

Internamente, encontramos tres momentos diferentes en la narración. En un primer momento se nos presenta al dentista y su entorno laboral. Hay un segundo momento, el más extenso, que abarca el diálogo de Escovar con su hijo, la irrupción del alcalde en el consultorio y la extracción de la muela. Finalmente, el tercer momento, muy breve, estaría constituido por el diálogo final de los personajes.

El conflicto del cuento está vinculado con la salud, no con lo militar, y los personajes, en ese terreno, deben tratar de interactuar de la forma más civilizada posible.

En el comienzo del relato todo parece tranquilo, cotidiano y hasta agradable. El narrador omnisciente se encarga de contarnos las características del dentista. Es importante el tratamiento que se le da desde el punto de vista narrativo a este personaje (representante del pueblo); de él se nos van a dar detalles significativos, cosa que no se va a hacer con el personaje del alcaldeteniente (representante del Estado). El dentista tiene un nombre (Aurelio Escovar), se nos dice que es buen madrugador, trabajador, se lo ve ordenado, metódico y observador. En esta primera parte de la narración, además de conocer las características del dentista, conocemos el escenario donde se desarrollará el relato. La acción propiamente dicha, correspondiente al segundo momento de la narración, comienza con las palabras del hijo de Escovar. La mediación del niño, de quien solo se oye la voz, y no hace más que trasladar la petición del alcalde, muestra la distancia inamistosa entre los dos personajes. El pedido consiste en un servicio profesional, la extracción de una muela. En un principio, el dentista se niega a recibir al alcalde, y le indica al niño que le diga que no está, pero el alcalde escucha su voz y lo amenaza con pegarle un tiro si no le saca la muela. El hecho de que Escovar se niegue a atender a su visitante y que sienta que es mejor que lo haya escuchado cuando dijo que no quería atenderlo, muestra una clara oposición por parte del dentista al poder que ostenta el militar. Hay elementos en el relato que nos permiten suponer cosas que no están referidas explícitamente. Escovar está armado, esto no solo muestra que está dispuesto a contrariar las órdenes del alcalde, sino que es un ciudadano preparado para acontecimientos militares. Quizá pertenezca a algún grupo de resistencia popular, esto no lo sabemos, aunque más adelante, cuando se disponga a extraerle la muela a su indeseado visitante, le va a decir que le cobra veinte muertos. Por su parte el militar actúa con la conducta estereotipada de los de su especie, se muestra prepotente, orgulloso, alguien que quiere imponer su voluntad a través de la violencia. Pero los acontecimientos de la narración no siguieron el rumbo que los lectores estábamos esperando. Escovar, antes de desafiar al alcalde a que haga efectiva su amenaza, se cercioró de que su revólver efectivamente estuviera en la gaveta inferior de la mesa. El alcalde por su parte irrumpió en el gabinete después de amenazar concretamente, de manera que lo más lógico habría sido que hubiera existido al menos un intercambio de disparos. Pero nada de esto pasó. Cuando el dentista ve las marcas del dolor en la cara del alcalde se compadece de su sufrimiento y es precisamente este sentimiento el que posibilita la prestación del servicio casi con normalidad. El alcalde tampoco se encontraba gustoso con la visita, de otra forma no hubiera pasado cinco noches de tormento, pero seguramente Escovar era el único dentista del pueblo, y aunque empírico, sabía hacer su trabajo.

El conflicto del cuento está vinculado con la salud, no con lo militar, y los personajes, en ese terreno, deben tratar de interactuar de la forma más civilizada posible. Esta situación lleva a que en ese viejo consultorio se inviertan los papeles en lo que respecta al poder. El militar pasa a estar a la merced de lo que pueda decir el dentista y no tiene otra alternativa que obedecer si quiere dejar de sufrir por la muela. Por esta razón es que dije en la definición del tema del relato que el pueblo, por un momento, va a imponer sus normas. Porque después, el conflicto social seguirá intacto. El alcalde aliviará su tormento y dejará en claro que es él quien ostenta el poder absoluto en esa sociedad. Conocedor de esa realidad transitoria, Escovar maneja el tiempo y la situación a su favor: hierve los instrumentos, los retira con unas pinzas frías sin ningún apuro, se lava las manos, todo bajo la atenta mirada de un desesperado alcalde. Incluso tiene la excusa perfecta para generarle al militar un sufrimiento extra: como tiene un absceso, la intervención debe ser sin anestesia. Esto puede llegar a ser verdad o no, es algo que queda librado a nuestra imaginación; lo cierto es que el dolor de ese momento para el alcalde sería tan intenso que el dentista le dice: “Aquí nos paga veinte muertos, teniente”. Es muy significativo que el dentista no le diga alcalde, sino teniente, aludiendo a su condición de militar. Que le cobre veinte muertos, de los cuales este alcaldeteniente seguramente es responsable, y que hable de ese cobro en plural, lo que muestra que esos muertos son del pueblo, del que Escovar forma parte. Una vez que el dentista le saca la muela, le ofrece al alcalde con ironía un trapo limpio. Se encarga de especificarle que el trapo es para que se seque las lágrimas, con lo que se crea un contraste entre la situación y la altivez característica del militar.

El último momento del relato está constituido por un mínimo diálogo de los personajes. Allí queda al desnudo la corrupción de esa sociedad violenta. Ese militar, que seguramente se hizo del poder por las armas, que tiene sometida la población y que carga al menos con decenas de muertos, financia sus cuentas personales con las arcas del Estado. No tiene ningún tipo de vergüenza de decir que él y el municipio son la misma vaina.

Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo.
Noviembre y diciembre de 2015.

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EL UNIVERSAL
Cartagena de Indias
28 de agosto de 2016

Columna

Un ramo de nomeolvides,
 un libro que ha hecho historia
"Cuando escribía 'Un ramo de nomeolvides' pensé que escribiría un libro que el mismo García Márquez considerara intachable. No quise hacer un libro lisonjero y estoy convencido de que algunos pasajes le trajeron recuerdos dolorosos", Gustavo Arango.
  


              Gabriel García Márquez junto al autor de “Un ramo de nomeolvides”, Gustavo Arango.
 Foto cortesía de  Gustavo Arango

Por Gustavo Arango
Especial para El Universal

En abril de 1994, Gabriel García Márquez volvió a conmocionar el mundo editorial con la aparición de la que sería su penúltima novela: Del amor y otros demonios. Otra vez la palabra amor aparecía en el título de un libro suyo y otra vez la ciudad de Cartagena, estilizada por el arte, volvía a ser escenario de su obra. La trama general de la novela podría situarse en algún momento impreciso del siglo 18, pero la génesis del relato se hallaba mucho después, en octubre de 1949, cuando Gabriel García Márquez era un reportero principiante en este diario y, supuestamente, fue enviado por su jefe de redacción a cubrir la noticia de la apertura de unas criptas en el antiguo convento de las clarisas.

La mención de su paso por El Universal y del discreto magisterio de Clemente Manuel Zabala causó revuelo local. Ya para entonces se rumoraba con insistencia que García Márquez había exagerado la importancia de Barranquilla en su destino de escritor, y que había dejado en la sombra su experiencia cartagenera. La mención en el prólogo era, en cierta manera, una respuesta a esos rumores: Zabala era tan digno de inclusión en su obra como antes lo habían sido Cepeda, Fuenmayor, Germán Vargas o “el sabio catalán”.

El revuelo encendió el bombillo de Gerardo Araújo, el gerente de El Universal. Por qué no hacer “una vaina berraca”, por ejemplo un libro, para destacar el hecho de que los inicios de García Márquez como periodista habían tenido lugar en este periódico. La idea tomó vuelo y fue así como cayeron en mis manos la oportunidad y el reto más importantes que he tenido en mi vida. Me apresuré a diseñar el proyecto y, a finales de ese mismo mes de abril, recibí vía libre y el apoyo decidido del periódico para que escribiera una crónica –con entrevistas y textos rescatados del archivo– sobre el paso de Gabriel García Márquez por El Universal.

Hasta ese momento pocos habían escrito sobre el tema. Al lado del estudio y la recopilación de columnas hecha por Jacques Gilard, el precedente más importante era una serie de ensayos académicos –posteriormente reunidos en un libro– del investigador Jorge García Usta, en los que daba cuenta de hechos notables de lo que llamó “periodo Cartagena”, y destacaba la influencia de Clemente Manuel Zabala y aventuraba influencias –como la de Ramón Gómez de la Serna– en el estilo de García Márquez. Así pude saber que García Márquez empezó su colaboración con El Universal el 21 de mayo de 1948, cuando estaba recién llegado de una Bogotá conmocionada por el asesinato de Gaitán, que colaboró de manera casi continua con el periódico hasta diciembre de 1949, cuando se fue a Barranquilla, y que volvió a escribir aquí –de manera más discreta– cuando su familia vino a vivir a Cartagena a principios de la década del 50. Con esa información básica empecé el lento y minucioso proceso de investigación que me llevó a escribir Un ramo de nomeolvides, un libro que ha sido objeto de elogios innumerables y de alguna calumnia que la ignorancia se ha ocupado de propagar.

Muchísimo trabajo

Cartagena no sería Cartagena si en aquel tiempo algunos no se hubieran preguntado por qué razón un paisa había sido comisionado para hacer una tarea que debió hacer alguien de la región. Puedo responder por mis motivos. Desde que estudié periodismo en Medellín les decía a mis amigos que quería vivir en Cartagena y trabajar en El Universal, porque allí era donde García Márquez había comenzado. Cuando tuve una oportunidad, me vine a esta ciudad que siempre he amado y tardé poco en llegar a trabajar en la redacción de El Universal. A los veintidós años había publicado mi primer libro –la primera biografía que se escribió de Julio Cortázar–, y desde el momento en que llegué al periódico me dediqué a escribir crónicas y a hacer literatura. Pronto asumí la edición del suplemento Dominical. La pasión por el oficio nunca me ha faltado. Si me comprometía a escribir un libro estaba convencido de que persistiría hasta materializarlo. Creo que esas mismas razones fueron las de quienes me asignaron esa tarea que me cambió la vida.

Durante dieciocho meses me dediqué a investigar en archivos y bibliotecas. Me sumergí en aquella época: revisé noticia por noticia los periódicos disponibles, descubrí joyas escondidas y al final me sentí listo para hacer las entrevistas a quienes tenían información sobre esos tiempos y compartieron con García Márquez aquellos meses de sus inicios. En Cartagena, Bogotá y Barranquilla hablé con Héctor Rojas Herazo, Gustavo Ibarra Merlano, Manuel Zapata Olivella, Ramiro y Óscar de la Espriella, Víctor Nieto Núñez, Carlos Alemán, Jorge Franco Múnera, Elvira Vergara Echávez, Jorge Lee Biswell, Donaldo Bossa, Roberto Burgos Ojeda, Jaime Angulo Bossa, César Alonso Alvarado, Dorothy de Espinosa, Eliécer López y Pedro Pablo Vargas Prins. También tuve el privilegio de hablar con García Márquez en varias ocasiones y de pedirle que me confirmara su autoría de algunos textos que aparecían sin firma. Fueron cientos de horas de recuerdos vagos, repetidos, de oídas, pero en medio de los cuales se asomaban los instantes, las imágenes que necesitaba el libro.

Al final pasé muchas noches en vela enfrentando ese reto de escritura que sabía definitivo. El esfuerzo fue tan intenso y en ocasiones me sentía tan cansado que debía utilizar una grabadora en lugar del computador. Sólo mi familia más cercana y la gente de El Universal –con quienes me reunía con frecuencia para discutir los avances y el enfoque del libro– supieron del esfuerzo físico y mental que significó escribir Un ramo de nomeolvides. Por eso me han alegrado tanto sus éxitos, por eso –aunque quisiera ignorarlas– me duelen las calumnias que aún difunden académicos de rigor dudoso e irresponsabilidad criminal.

Cuando escribía Un ramo de nomeolvides pensé que escribiría un libro que el mismo García Márquez considerara intachable. No quise hacer un libro lisonjero y estoy convencido de que algunos pasajes le trajeron recuerdos dolorosos. El título del libro está inspirado en el primer vallenato que García Márquez decía haber aprendido en la vida: “Te voy a dar un ramo de nomeolvides para que hagas lo que dice el significado”. En diciembre de 1995, cuando le entregué el primer ejemplar impreso a su protagonista, le dije que esperaba que estuviera a la altura. “O a la bajura”, me respondió. Dijo que lo leería con un lápiz en la mano y sólo atiné a decirle que esperaba ver lo que quedara después del lápiz.

Dos años después tuve una alegría enorme, cuando escuché al mismo García Márquez invitar a un grupo de periodistas de Latinoamérica a que leyeran el libro: “Tiene una versión mejor que la mía”, les dijo. “Conoce de mi vida más que yo”. Veinte años después sigo creyendo que es uno de los mejores libros que he escrito.

Proyección de una obra

Un ramo de nomeolvides era un libro necesario, pues la información que recoge estaba a punto de perderse. Todos los entrevistados han fallecido y el libro llegó a ser la principal fuente documental que usó Gerald Martin en su biografía para hablar de García Márquez en Cartagena. También fue una de las fuentes primordiales de Eligio García Márquez en Tras las claves de Melquiades y obligó a Dasso Saldívar a hacer ajustes para la segunda edición de su Viaje a la semilla. El mismo García Márquez reconoció haberlo usado como referencia para su libro de memorias, Vivir para contarla. Años después, el mismo García Márquez le robó a Juan Gossaín su ejemplar del libro, porque el suyo no lo tenía en Cartagena. La segunda edición de Un ramo de nomeolvides apareció en 2013 y su traducción al inglés está en proceso de edición. El libro se ha convertido en referencia obligada y el rumbo de mi vida ha quedado marcado por sus efectos. Poco después de la publicación del libro recibí una beca para hacer estudios de doctorado en la Universidad de Rutgers, en Estados Unidos. Así dejé Cartagena y El Universal hace dieciocho años.

Los muertos no pueden defenderse, pero sus actos pueden seguir haciendo daño. Tras la publicación de Un ramo de nomeolvides, el autor del estudio previo afirmó que el libro era un plagio del suyo. Nunca puso una demanda, nunca demostró nada; pero sabía lo dañino que puede ser un rumor. Cualquiera que haya leído los dos libros sabrá que la acusación es infundada. Convencidos de que haciendo eco de sus errores exaltan su memoria, los herederos de su legado siguen con el infundio –y se exponen a demandas por calumnia– amparados en que vivo lejos y son pocos los que leen y nadie confirma la veracidad de los rumores. Pero esa nube no consigue ocultar la brillante trayectoria de un libro que durante veinte años ha puesto muy en alto los valores que han hecho de este diario un patrimonio de Colombia y de la humanidad.

Un ramo de nomeolvides rescató del olvido grandes trozos de nuestra historia y ahora es parte de esa historia. Historiadores, sociólogos, estudiosos de la literatura y en particular de la obra de García Márquez siguen encontrando entre sus páginas información valiosa. Alguna vez le oí decir a García Márquez que un libro que consigue llegar a más de tres generaciones de lectores es un libro salvado del olvido, sin modestia he de decir que Un ramo de nomeolvides ha hecho “lo que dice el significado”.

 
Primera edicion

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