La crónica que se publica a continuación
no tiene nada que ver con García Márquez de manera directa. Fue publicada junto
a todos los comentarios y críticas que se hicieron a El amor en los tiempos del cólera en el momento de su puesta en
venta por primera vez. El "San José" fue una de las obsesiones
permanentes de Florentino Ariza como recurso para ser acaudalado y así conquistar
el corazón de Fermina Daza. Con el descubrimiento del naufragio del galeón en
aguas de las Islas del Rosario, esta crónica ilustra sobre cómo fue hundido el "San
José" por la Armada Britanica.
(N. del E.)
EL
TIEMPO
Bogotá – Colombia
15 de diciembre de 1995
FRENTE
A CARTAGENA
El hundimiento del "San José"
Por
Rodolfo Segovia Salas
Cinco de la tarde, 8 de junio de
1708. Las rivalidades entre las potencias coloniales se han trasladado a
América. El oro de las Indias es sustancial para mantener las guerras entre las
coronas del Viejo Continente. Inglaterra ha dado licencia a sus naves para
abordar a los galeones españoles que regresan a la Península, con sus bodegas
atiborradas de metales peruanos, mejicanos y colombianos. La cita de estas
riquezas era en Portobelo, en el Caribe panameño, donde todos los años tenía
lugar una feria comercial. Conformada la comitiva proveniente de los grandes
puertos coloniales de entonces, ésta zarpaba hacia Cádiz, pasando por Cartagena
y La Habana, protegida por embarcaciones de guerra entre las que no eran
extrañas las bucaneras francesas. El “San José” hacia parte de una de esas
flotas que en su caso fue atacada por los ingleses, frente a Cartagena, cerca
de las Islas del Rosario. El galeón se fue a pique y escapó a los asaltantes
durante el combate y actualmente duerme con su fabuloso tesoro en el fondo del
mar.
Sobre el episodio y sus
implicaciones, hay varias versiones. Una sirvió a Rodolfo Segovia, actual
ministro de Obras, como tema para el discurso en su recepción como miembro de
la Academia Colombiana de Historia, el pasado noviembre. De él es el siguiente
fragmento:
José
Fernández de Santillán, Conde de Casa Alegre, decidió abandonar, en lo que,
analizando superficialmente, podría parecer como un gesto temerario, la
relativa seguridad de Portobelo para arriesgar un lance con los ingleses, cuya
presencia cerca de Cartagena le era bien conocida. Quería que sus galeones
regresaran a la Península bajo la tutela de los nueve navíos de alto bordo y de
la pericia de Jean Ducasse, pantalla indispensable para aproximarse a Cádiz, donde
esperaban los ingleses. Después de la experiencia de Vigo, el albur frente a
Bocachica presagiaba ser menos azaroso.
Mientras
tanto se hace tarde. Estamos ya a mediados de mayo. La cita con Ducasse es cada
vez más apremiante. Todavía hay que regresar a Cartagena y prepararse para la
larga jornada. Casa Alegre es consciente de que no debe emprenderla sin una nueva
carena; la hecha el año pasado había resultado superficial y de mala calidad. "Era
mucha el agua que la Capitana hacía en Portobelo''. Grave y preocupante situación,
al punto que hay quien atribuya la pérdida del "San José" a "abrirse
por los costados'', porque "semejante especie de fatalidad tan momentánea
no la causaron las descargas enemigas sino el estrépito y tormento de la propia
artillería del galeón". Calafatear
toma tiempo y de La Habana hay que zarpar tomándole la delantera a los
huracanes de agosto.
Los ingleses acechan
Ni
los avatares de la feria, ni las demoras que desesperan a José Fernández de
Santillán, agotan la paciencia del comodoro Charles Wager. Está acostumbrado al
lento devenir de la vida en el mar y ahora espera navegando sin cesar entre el
bajo de Salmedina y las islas del Rosario. Es hijo póstumo y nieto de oficiales
de la Armada Inglesa y a la edad de cuarenta y dos años hace gala de una brillante
hoja de servicios. Por eso le confían el comando de la Escuadra de Jamaica en
un teatro crítico de guerra y allí deja reputación de buen marino y hombre de
bien. Los comerciantes se refieren a su disposición desinteresada para
protegerlos sin solicitar ni aceptar bonificaciones. Decían que el comodoro "valoraba
su reputación tanto y su fortuna tan poco, como ningún otro hombre al servicio
de la Corona Británica".
El
gobernador Handasyde en Jamaica escribe que nunca ha conocido un caballero más
diligente y celoso en el servicio de Su Majestad. Su distinguida carrera está
punto de ser premiada con un ascenso a contraalmirante, decretado desde
noviembre de 1707, pero que él todavía lo ignora mientras maniobra avizorando
el horizonte. Tiene ya casi semanas de haber abandonado su base en Port Royal.
El "San José"
Hombre de bien
Ha
llegado a Jamaica en septiembre de 1707 y, aunque patrulla activamente todo el
Caribe occidental, su objetivo son los galeones. De los siete navíos do la
línea que ha traído de Inglaterra, destaca siempre uno o dos para observar sus
movimientos. El vigía favorito es el "Severn", del capitán Humphrey
Pudner, que comienza a rastrearlos desde diciembre de ese mismo año. Por él se
entera Wager de su desplazamiento a Portobelo y también de la presencia de Ducasse
otra vez en el Caribe y con un escuadrón más fuerte que el suyo; esta inteligencia
desempeñará un papel importante en la estrategia del comodoro. .
A
fines de febrero, Pudner informa que los galeones seguramente no zarparan antes
de mayo. Lo sabe porque la costa del Istmo, que él patrulla, está plagada de
espías. El comodoro se reaprovisiona en Jamaica y el 22 de abril de 1708,
después de descartar un posible ataque sorpresa contra Portobelo, decide
interceptar los galeones de tierra firme cuando intenten buscar refugio en
Bocachica. Wager discernía correctamente que esa era su única oportunidad,
porque después de la reunión con la poderosa Armada de Ducasse quedarían fuera
de su alcance.
El
futuro almirante comanda en persona el "Expedition" de 71 cañones y
lo acompañan el "Kingston" de 60 cañones, capitaneado por Simon
Bridges, y el "Portland", según la nomenclatura inglesa, una tercera
clase de 50 cañones, al mando de Edward Windsor. Adicionalmente, navega con
ellos el brulote "Vulture". Este último no tendrá ocasión de intervenir
muy activamente en la batalla que se avecina. Wager confía en reunirse con tres
buques más de su escuadrón, pero este complemento de su flotilla nunca se
materializa. De todas maneras, aunque su fuerza a flote es similar en potencia
de fuego a la de su adversario, el Conde de Casa Alegre, no cabe duda de que
por navegar descargado y sin impedimentos, se encuentra en mejores condiciones
para el combate. Wager, con informaci6n completa sobre el enemigo, acecha impertérrito.
La
presencia de Charles Wager en aguas cartageneras causa natural zozobra. En
cuanto se le divisa, el gobernador José de Zúñiga remite noticias sobre los
tres navíos y el brulote "voltejeando de la mar a la tierra" que parecían
tener intenciones de oponerse a los galeones a su regreso de la feria. Deseoso
de que aquella inteligencia tenga máxima credibilidad, el gobernador envía a su
ayudante Pedro de Fuentes en la balandra de aviso y lo hace acompañar por un francés
prisionero de los ingleses que se ha fugado por la borda a la altura del rio
Magdalena. Para mayor abundamiento, Zúñiga repite semanalmente y por dos veces
su primera advertencia del 7 de mayo, añadiendo nuevos testimonios.
Cunde la zozobra
Conocida
la alarma, en Portobelo se cita a una junta en las Casas de la Contaduría. A
ella asisten, además del presidente de la Audiencia y Casa Alegre, el segundo comandante
y almirante de los galeones Miguel Agustín de Villanueva, los principales
capitanes, los diputados del comercio y algunos oficiales reales.
El
Conde de Casa Alegre juzgaba que poseía poder de fuego superior al del enemigo
o, por lo menos, potencia equivalente a la del escuadrón que le habían descrito
en la más reciente información. '
Contaba
con el "San José", la Capitana de 64 cañones, que el mismo comandaba;
con el "San Joaquín", la Almiranta, también de 64 cañones, al mando
de Miguel Agustín de Villanueva; y con el "Santa Cruz", la Gobierno,
nominalmente de 55 bocas de fuego (montaba solo 44 al entrar en combate),
dirigida por el gobernador del Tercio, don Nicolás De la Rosa, conde de Vega
Florida. A estas tres banderas se sumaban, como auxiliares, la urca de Francisco
Nieto, las dos fragatas francesas recién llegadas, un patache y el aviso
vizcaino, barcos mercantes todos aunque medianamente artillados. A juicio del
Conde, poseía fuerza suficiente para no demorar el zarpe en vista de la impostergable
cita de La Habana, de manera que, diciendo que "no era cosa de cuidado que
la mar era ancha, diversos sus rumbos", Casa Alegre confirma la salida
para el 28 de mayo de las tres banderas y los catorce barcos de su conserva (once
mercantes de diversos tamaños dos balandras y un bergantín).
Rumbo a Cartagena
Los
galeones de tierra firme zarpan en demanda de Cartagena el día señalado y
navegan "con vientos cortos y contrarios otros" pero sin percances;
nada interrumpe el tranquilo discurrir de las faenas a bordo. El siete de junio
mejora el tiempo y, por la tarde, en un grupo compacto, con solo dos rezagados,
avistan las islas de San Bernardo a estribor de los galeones. Al anochecer
sopla favorable y hay luna para seguir adelante. Pero el general prefiere
atravesar la Capitana con la proa en la dirección del viento, pensando quizá en
los peligrosos bajos que bordean las islas del Rosario, o del Ciruelo, como se
las llamaba en la época. Ya habría tiempo al día siguiente para remontarlas a
la luz del día.
No
puede objetarse la decisión marinera, aunque sí la resolución táctica. La
misión de Casa Alegre no era presentar batalla y destruir al enemigo sino
conducir el real tesoro y los navíos de su conserva a puerto seguro, que en
este caso significaba ponerlos bajo la protección del maltrecho pero aún
imponente castillo de San Luis de Bocachica. A cubierto de las sombras se ha
debido marear, así fuese con la sonda a la mano, rumbo a Cartagena.
Se
perdió brisa y tiempo y se perdió el San José. Wager, por su parte, continuaba
patrullando incansablemente. Se había tomado unos días para hacer aguada en
Gaira pero, ya de regreso. recibe; el 3 de junio nuevas de Pudner sobre el
zarpe de los galeones noticias que le
son confirmadas al día siguiente por una balandra que los ha a avistado a la
altura del cabo San Blas, apaciblemente proa al este. El 7 junio, sin embargo,
como Casa Alegre no aparece en el horizonte, el comodoro comienza a dudar.
Piensa que, a lo mejor, alertado sobre sus intenciones, ha tomado la derrota
directa de La Habana para burlarlo; Wager no sabe que el San José hace agua y que
antes de enrumbarse hacia Cuba necesita los servicios del arsenal en Cartagena.
El
viernes 8 de junio amanecen los galeones al suroeste de Barú. Ciñen, primero
hacia el norte y el noroeste, y luego, casi al mediodía, ya a la altura de
Rosario, la más suroccidental de las islas del archipiélago, se marca la vuelta
de tierra; el seguro abrigo de la bahía se vislumbra a no más de veinte millas.
Aproximadamente
a esa misma hora las Armadas se avistan. Los testigos de ambos lados coinciden
en la diáfana claridad del día y en la completa visibilidad desde el palo
mayor, a pesar de que aún las separan de cuatro a cinco horas de vela. Imperturbable,
la Capitana prosigue su viaje hacia Bocachica, pero la brisa está cambiando;
ahora sopla desde el noreste y favorece netamente a los ingleses cuyos cuatro
navíos, conspicuos a barlovento se marcan sobre los galeones. A las cuatro y media
de la tarde es ya claro que no alcanzarán a montar Isla Tesoro antes de ser
interceptados. El San José rinde "el bordo a la mar con la proa al
noroeste y por su estela, la Almiranta".
En
el palo mayor aparece el estandarte real, que es la señal de tomar estación
según el orden de batalla dispuesto por el Conde de Casa Alegre desde el 25 de
mayo, cuando aún se encontraba en Portobelo.
Zafarrancho
Mientras
se llama a zafarrancho de combate, todos los navíos van ocupando su lugar: la
capitana al centro con la fragata francesa Saint Esprit (30 cañones) y la urca
de Francisco Nieto (22 cañones) por delante. Ninguna de las dos podía medirse
de igual a igual con los navíos ingleses, que en calibre y alcance solo eran
equiparables con las banderas españolas. Por la popa de la capitana seguían el
Patache, una pequeña fragata normanda llamada "La Genovesa" y el
aviso vizcaíno, todos también más o menos de relleno, dada su liviana
artillería.
Precedían
al "San Joaquín" que cerraba la retaguardia. En la vanguardia se colocó
defectuosamente la Gobierno, pues en la premura de la maniobra quedó
ligeramente a sotavento de la línea de batalla, posición que durante el
desenvolvimiento de la refriega facilitará su captura por Wager. Detrás de esta
primera línea se situaron los seis mercantes y los barcos menores con órdenes
de auxiliar a los buques de guerra si se presentaba la ocasión.
A
eso de las cinco y media de la tarde, los ingleses se acercan a tiro de cañón
desplegando banderas de cuadra y gallardete decididos a batirse porque, como
diría Wager más tarde, refiriéndose al cobarde comportamiento de sus
subalternos en la frustrada persecución del San Joaquín, "un hombre que no
pelea por un galeón no pelea por nada". Obedeciendo órdenes del comodoro,
que da la señal enarbolando un gallardete rabo de gallo en el palo mayor, el
Kingston ya casi a tiro de mosquete, rompe fuegos contra la Almiranta. y esta
responde disparando ambos sucesivas descargas "con el mayor denuedo que es
imaginable". Wager mientras tanto, aprovechando su posición a barlovento,
y el"ser más ligero andando", sale en busca de la Capitana; según sus
informes, el tesoro lo transportan las banderas de los galeones.
Al
caer el sol, el "Expedition" el "San José" apoyado este
último por la urca de Nieto. "en el tamaño de sus fuerzas", se lían a
cañonazos intercambiándose alternativamente tres descargas. El inglés, más
marinero y más rápido en rotar la artillería, sale mejor librado.
A cañonazos
Hora
y media más tarde, a eso delas siete de la noche, la Capitana explota. Desde
diversos ángulos de la batalla se alcanza a ver un incendio sin estrépito que todos
los testigos describen a pesar de que al principio "no se pudo distinguir
en qué bajel sucediese" Solo los que combatían a su lado, la urca y el "Expedition"
perciben la dimensión del desastre. Aquello dura "el breve tiempo en que
se pudiera rezar un Credo" con "el clamor de mucha gente", pero "desvanecido
con el aire del humo" no se "vio la menor reliquia de naufragio"
El "San José" se ha ido a pique en un santiamén.
Todo
sucede tan rápidamente que tres marineros recogidos por el "Expedition"
confiesan "no saber más de su suceso que haberse hallado de repente en el
agua". No son muchos los afortunados. A la mañana siguiente, nueve
náufragos flotan aferrados al palo del trinquete que es todo lo que resta de la
Capitana. Dos se ahogan de manera que al final no pasan de diez los
sobrevivientes.
La
magnitud de la tragedia puede medirse si se considera que el "San José",
botado por el astillero vizcaíno Aída en 1687, era aproximadamente del tamaño del
"San Joaquín". y este último contaba con una dotación de 256 plazas
entre oficiales, marineros y pajes, y transportaba 404 pasajeros. El
hacinamiento era muy grande, porque el "San José" apenas desplazaba
mil toneladas. Sus dimensiones eran exiguas: medía 35 metros de eslora, once de
manga y sobresalía otros cinco desde la línea de flotación hasta la cubierta del
castillo de popa.
Se escapa la presa
A
Wager, sin embargo, debía de parecerle el barco más grande del mundo mientras
contemplaba impotente la desaparición der su presa hacia el fondo del océano. Hasta
él llegan solo el calor de la explosión y las astillas y planchas ardientes que
le incendian el velamen.
Para
el "Expedition", la batalla no ha terminado. Dos horas más tarde,
mientras la línea española se dispersa en todas las direcciones, el comodoro se
topa con la Gobierno que, manteniendo su vanguardia aún no había entrado en
combate. Poco después, orinándose por los faroles de su comandante, se le unen
el Kingston y el Portland, y entre todos, en desigual batalla, rinden al "Santa
Cruz" a eso de las dos de la mañana.
No
hay tacha en el comportamiento del gobernador, don Nicolás De la Rosa. Conde de
Vega Florida. El llamado a su gente es a morir antes de pedir cuartel; son muchas
las bajas, seis palmos de gua inundan sus bodegas y el "Santa Cruz"
se halla totalmente desarbolado pero continúa disparando con la artillería que
todavía no le han desmontado.
Arriada
la bandera y abordada la Gobierno. la frustración de Wager crece ante una
segunda y desagradable sorpresa. El barco está prácticamente vacío; apenas catorce
cajones con piezas de ocho, más el peculio privado de los pasajeros. Es de
todas maneras una bonita suma pero nada comparable al enorme tesoro que ya prácticamente
contaba con tener en el bolsillo. ¡Mala suerte!
Consta
que, bien sea por diferencias con Vega Florida o porque Casa Alegre creía que
los caudales irían más seguros en las dos banderas mayores y mejor anilladas había
dado órdenes en Portobelo de solo cargar oro, plata y objetos de valor en la
Capitana y en la Almirante.
●
Wager
no se descorazona. Impedido para continuar la persecución de la Almiranta
porque el "Expedition", repleto de prisioneros y muy castigado en su
arboladura, necesita reparaciones, ordena al Kingston y al Portland intentar su
captura. Miguel Agustín de Villanueva, a más de haber abandonado el "Santa
Cruz" a su suerte, no ha sido muy diligente en tomar la derrota del puerto
y es así como, al amanecer del día nueve, los ingleses lo avistan atravesado
por el noreste a pocas leguas de distancia. A su alrededor distinguen, desparramadas
por los cuatro puntos cardinales, diez velas de lo que fuera la compacta escuadra
de los galeones.
Todavía
la mitad de ese elusivo tesoro, que cuando interviene Wager se trueca en oropel,
está al alcance de marinos intrépidos. Pero celo y prontitud no son exactamente
las cualidades que demuestran los capitanes Timothy Bridge y Edward Windsor. A
lo mejor el brío evidenciado por la Almiranta a principios del combate los
cohíbe, pero el hecho cierto es que después de una delusoria escaramuza a la
altura del bajo de Salmedina los ingleses abandonan el hostigamiento y el "San
Joaquín" fondea tranquilamente en Bocachica a las 6 de la tarde del
domingo 10 de junio. Allí se entera el almirante de que ya ha entrado a puerto
toda la conserva con excepción de la Capitana, la Gobierno y la urca de
Francisco Nieto. Esta última, después de abandonar la linea durante la noche de
la batalla, se dirige al sur y encalla en el Canal de Barú al tratar de enfilar
proa en demanda de Cartagena. Cuando los ingleses pretenden abordarla, su
capitán le prende fuego.
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