12 de diciembre de 2015

MEMORABILIA GGM 835



La crónica que se publica a continuación no tiene nada que ver con García Márquez de manera directa. Fue publicada junto a todos los comentarios y críticas que se hicieron a El amor en los tiempos del cólera en el momento de su puesta en venta por primera vez. El "San José" fue una de las obsesiones permanentes de Florentino Ariza como recurso para ser acaudalado y así conquistar el corazón de Fermina Daza. Con el descubrimiento del naufragio del galeón en aguas de las Islas del Rosario, esta crónica ilustra sobre cómo fue hundido el "San José" por la Armada Britanica.

(N. del E.)
EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
15 de diciembre de 1995

FRENTE A CARTAGENA

El hundimiento del "San José"

Por Rodolfo Segovia Salas

Cinco de la tarde, 8 de junio de 1708. Las rivalidades entre las potencias coloniales se han trasladado a América. El oro de las Indias es sustancial para mantener las guerras entre las coronas del Viejo Continente. Inglaterra ha dado licencia a sus naves para abordar a los galeones españoles que regresan a la Península, con sus bodegas atiborradas de metales peruanos, mejicanos y colombianos. La cita de estas riquezas era en Portobelo, en el Caribe panameño, donde todos los años tenía lugar una feria comercial. Conformada la comitiva proveniente de los grandes puertos coloniales de entonces, ésta zarpaba hacia Cádiz, pasando por Cartagena y La Habana, protegida por embarcaciones de guerra entre las que no eran extrañas las bucaneras francesas. El “San José” hacia parte de una de esas flotas que en su caso fue atacada por los ingleses, frente a Cartagena, cerca de las Islas del Rosario. El galeón se fue a pique y escapó a los asaltantes durante el combate y actualmente duerme con su fabuloso tesoro en el fondo del mar.
Sobre el episodio y sus implicaciones, hay varias versiones. Una sirvió a Rodolfo Segovia, actual ministro de Obras, como tema para el discurso en su recepción como miembro de la Academia Colombiana de Historia, el pasado noviembre. De él es el siguiente fragmento:

José Fernández de Santillán, Conde de Casa Alegre, decidió abandonar, en lo que, analizando superficialmente, podría parecer como un gesto temerario, la relativa seguridad de Portobelo para arriesgar un lance con los ingleses, cuya presencia cerca de Cartagena le era bien conocida. Quería que sus galeones regresaran a la Península bajo la tutela de los nueve navíos de alto bordo y de la pericia de Jean Ducasse, pantalla indispensable para aproximarse a Cádiz, donde esperaban los ingleses. Después de la experiencia de Vigo, el albur frente a Bocachica presagiaba ser menos azaroso.
Mientras tanto se hace tarde. Estamos ya a mediados de mayo. La cita con Ducasse es cada vez más apremiante. Todavía hay que regresar a Cartagena y prepararse para la larga jornada. Casa Alegre es consciente de que no debe emprenderla sin una nueva carena; la hecha el año pasado había resultado superficial y de mala calidad. "Era mucha el agua que la Capitana hacía en Portobelo''. Grave y preocupante situación, al punto que hay quien atribuya la pérdida del "San José" a "abrirse por los costados'', porque "semejante especie de fatalidad tan momentánea no la causaron las descargas enemigas sino el estrépito y tormento de la propia artillería del galeón". Calafatear toma tiempo y de La Habana hay que zarpar tomándole la delantera a los huracanes de agosto.

Los ingleses acechan

Ni los avatares de la feria, ni las demoras que desesperan a José Fernández de Santillán, agotan la paciencia del comodoro Charles Wager. Está acostumbrado al lento devenir de la vida en el mar y ahora espera navegando sin cesar entre el bajo de Salmedina y las islas del Rosario. Es hijo póstumo y nieto de oficiales de la Armada Inglesa y a la edad de cuarenta y dos años hace gala de una brillante hoja de servicios. Por eso le confían el comando de la Escuadra de Jamaica en un teatro crítico de guerra y allí deja reputación de buen marino y hombre de bien. Los comerciantes se refieren a su disposición desinteresada para protegerlos sin solicitar ni aceptar bonificaciones. Decían que el comodoro "valoraba su reputación tanto y su fortuna tan poco, como ningún otro hombre al servicio de la Corona Británica".
El gobernador Handasyde en Jamaica escribe que nunca ha conocido un caballero más diligente y celoso en el servicio de Su Majestad. Su distinguida carrera está punto de ser premiada con un ascenso a contraalmirante, decretado desde noviembre de 1707, pero que él todavía lo ignora mientras maniobra avizorando el horizonte. Tiene ya casi semanas de haber abandonado su base en Port Royal.


 El "San José"
Hombre de bien

Ha llegado a Jamaica en septiembre de 1707 y, aunque patrulla activamente todo el Caribe occidental, su objetivo son los galeones. De los siete navíos do la línea que ha traído de Inglaterra, destaca siempre uno o dos para observar sus movimientos. El vigía favorito es el "Severn", del capitán Humphrey Pudner, que comienza a rastrearlos desde diciembre de ese mismo año. Por él se entera Wager de su desplazamiento a Portobelo y también de la presencia de Ducasse otra vez en el Caribe y con un escuadrón más fuerte que el suyo; esta inteligencia desempeñará un papel importante en la estrategia del comodoro.    .
A fines de febrero, Pudner informa que los galeones seguramente no zarparan antes de mayo. Lo sabe porque la costa del Istmo, que él patrulla, está plagada de espías. El comodoro se reaprovisiona en Jamaica y el 22 de abril de 1708, después de descartar un posible ataque sorpresa contra Portobelo, decide interceptar los galeones de tierra firme cuando intenten buscar refugio en Bocachica. Wager discernía correctamente que esa era su única oportunidad, porque después de la reunión con la poderosa Armada de Ducasse quedarían fuera de su alcance.
El futuro almirante comanda en persona el "Expedition" de 71 cañones y lo acompañan el "Kingston" de 60 cañones, capitaneado por Simon Bridges, y el "Portland", según la nomenclatura inglesa, una tercera clase de 50 cañones, al mando de Edward Windsor. Adicionalmente, navega con ellos el brulote "Vulture". Este último no tendrá ocasión de intervenir muy activamente en la batalla que se avecina. Wager confía en reunirse con tres buques más de su escuadrón, pero este complemento de su flotilla nunca se materializa. De todas maneras, aunque su fuerza a flote es similar en potencia de fuego a la de su adversario, el Conde de Casa Alegre, no cabe duda de que por navegar descargado y sin impedimentos, se encuentra en mejores condiciones para el combate. Wager, con informaci6n completa sobre el enemigo, acecha impertérrito.
La presencia de Charles Wager en aguas cartageneras causa natural zozobra. En cuanto se le divisa, el gobernador José de Zúñiga remite noticias sobre los tres navíos y el brulote "voltejeando de la mar a la tierra" que parecían tener intenciones de oponerse a los galeones a su regreso de la feria. Deseoso de que aquella inteligencia tenga máxima credibilidad, el gobernador envía a su ayudante Pedro de Fuentes en la balandra de aviso y lo hace acompañar por un francés prisionero de los ingleses que se ha fugado por la borda a la altura del rio Magdalena. Para mayor abundamiento, Zúñiga repite semanalmente y por dos veces su primera advertencia del 7 de mayo, añadiendo nuevos testimonios.

Cunde la zozobra

Conocida la alarma, en Portobelo se cita a una junta en las Casas de la Contaduría. A ella asisten, además del presidente de la Audiencia y Casa Alegre, el segundo comandante y almirante de los galeones Miguel Agustín de Villanueva, los principales capitanes, los diputados del comercio y algunos oficiales reales.
El Conde de Casa Alegre juzgaba que poseía poder de fuego superior al del enemigo o, por lo menos, potencia equivalente a la del escuadrón que le habían descrito en la más reciente información. '
Contaba con el "San José", la Capitana de 64 cañones, que el mismo comandaba; con el "San Joaquín", la Almiranta, también de 64 cañones, al mando de Miguel Agustín de Villanueva; y con el "Santa Cruz", la Gobierno, nominalmente de 55 bocas de fuego (montaba solo 44 al entrar en combate), dirigida por el gobernador del Tercio, don Nicolás De la Rosa, conde de Vega Florida. A estas tres banderas se sumaban, como auxiliares, la urca de Francisco Nieto, las dos fragatas francesas recién llegadas, un patache y el aviso vizcaino, barcos mercantes todos aunque medianamente artillados. A juicio del Conde, poseía fuerza suficiente para no demorar el zarpe en vista de la impostergable cita de La Habana, de manera que, diciendo que "no era cosa de cuidado que la mar era ancha, diversos sus rumbos", Casa Alegre confirma la salida para el 28 de mayo de las tres banderas y los catorce barcos de su conserva (once mercantes de diversos tamaños dos balandras y un bergantín).

Rumbo a Cartagena
Los galeones de tierra firme zarpan en demanda de Cartagena el día señalado y navegan "con vientos cortos y contrarios otros" pero sin percances; nada interrumpe el tranquilo discurrir de las faenas a bordo. El siete de junio mejora el tiempo y, por la tarde, en un grupo compacto, con solo dos rezagados, avistan las islas de San Bernardo a estribor de los galeones. Al anochecer sopla favorable y hay luna para seguir adelante. Pero el general prefiere atravesar la Capitana con la proa en la dirección del viento, pensando quizá en los peligrosos bajos que bordean las islas del Rosario, o del Ciruelo, como se las llamaba en la época. Ya habría tiempo al día siguiente para remontarlas a la luz del día.
No puede objetarse la decisión marinera, aunque sí la resolución táctica. La misión de Casa Alegre no era presentar batalla y destruir al enemigo sino conducir el real tesoro y los navíos de su conserva a puerto seguro, que en este caso significaba ponerlos bajo la protección del maltrecho pero aún imponente castillo de San Luis de Bocachica. A cubierto de las sombras se ha debido marear, así fuese con la sonda a la mano, rumbo a Cartagena.
Se perdió brisa y tiempo y se perdió el San José. Wager, por su parte, continuaba patrullando incansablemente. Se había tomado unos días para hacer aguada en Gaira pero, ya de regreso. recibe; el 3 de junio nuevas de Pudner sobre el zarpe de los galeones  noticias que le son confirmadas al día siguiente por una balandra que los ha a avistado a la altura del cabo San Blas, apaciblemente proa al este. El 7 junio, sin embargo, como Casa Alegre no aparece en el horizonte, el comodoro comienza a dudar. Piensa que, a lo mejor, alertado sobre sus intenciones, ha tomado la derrota directa de La Habana para burlarlo; Wager no sabe que el San José hace agua y que antes de enrumbarse hacia Cuba necesita los servicios del arsenal en Cartagena.
El viernes 8 de junio amanecen los galeones al suroeste de Barú. Ciñen, primero hacia el norte y el noroeste, y luego, casi al mediodía, ya a la altura de Rosario, la más suroccidental de las islas del archipiélago, se marca la vuelta de tierra; el seguro abrigo de la bahía se vislumbra a no más de veinte millas.
Aproximadamente a esa misma hora las Armadas se avistan. Los testigos de ambos lados coinciden en la diáfana claridad del día y en la completa visibilidad desde el palo mayor, a pesar de que aún las separan de cuatro a cinco horas de vela. Imperturbable, la Capitana prosigue su viaje hacia Bocachica, pero la brisa está cambiando; ahora sopla desde el noreste y favorece netamente a los ingleses cuyos cuatro navíos, conspicuos a barlovento se marcan sobre los galeones. A las cuatro y media de la tarde es ya claro que no alcanzarán a montar Isla Tesoro antes de ser interceptados. El San José rinde "el bordo a la mar con la proa al noroeste y por su estela, la Almiranta".
En el palo mayor aparece el estandarte real, que es la señal de tomar estación según el orden de batalla dispuesto por el Conde de Casa Alegre desde el 25 de mayo, cuando aún se encontraba en Portobelo.

Zafarrancho

Mientras se llama a zafarrancho de combate, todos los navíos van ocupando su lugar: la capitana al centro con la fragata francesa Saint Esprit (30 cañones) y la urca de Francisco Nieto (22 cañones) por delante. Ninguna de las dos podía medirse de igual a igual con los navíos ingleses, que en calibre y alcance solo eran equiparables con las banderas españolas. Por la popa de la capitana seguían el Patache, una pequeña fragata normanda llamada "La Genovesa" y el aviso vizcaíno, todos también más o menos de relleno, dada su liviana artillería.
Precedían al "San Joaquín" que cerraba la retaguardia. En la vanguardia se colocó defectuosamente la Gobierno, pues en la premura de la maniobra quedó ligeramente a sotavento de la línea de batalla, posición que durante el desenvolvimiento de la refriega facilitará su captura por Wager. Detrás de esta primera línea se situaron los seis mercantes y los barcos menores con órdenes de auxiliar a los buques de guerra si se presentaba la ocasión.
A eso de las cinco y media de la tarde, los ingleses se acercan a tiro de cañón desplegando banderas de cuadra y gallardete decididos a batirse porque, como diría Wager más tarde, refiriéndose al cobarde comportamiento de sus subalternos en la frustrada persecución del San Joaquín, "un hombre que no pelea por un galeón no pelea por nada". Obedeciendo órdenes del comodoro, que da la señal enarbolando un gallardete rabo de gallo en el palo mayor, el Kingston ya casi a tiro de mosquete, rompe fuegos contra la Almiranta. y esta responde disparando ambos sucesivas descargas "con el mayor denuedo que es imaginable". Wager mientras tanto, aprovechando su posición a barlovento, y el"ser más ligero andando", sale en busca de la Capitana; según sus informes, el tesoro lo transportan las banderas de los galeones.
Al caer el sol, el "Expedition" el "San José" apoyado este último por la urca de Nieto. "en el tamaño de sus fuerzas", se lían a cañonazos intercambiándose alternativamente tres descargas. El inglés, más marinero y más rápido en rotar la artillería, sale mejor librado.

A cañonazos

Hora y media más tarde, a eso delas siete de la noche, la Capitana explota. Desde diversos ángulos de la batalla se alcanza a ver un incendio sin estrépito que todos los testigos describen a pesar de que al principio "no se pudo distinguir en qué bajel sucediese" Solo los que combatían a su lado, la urca y el "Expedition" perciben la dimensión del desastre. Aquello dura "el breve tiempo en que se pudiera rezar un Credo" con "el clamor de mucha gente", pero "desvanecido con el aire del humo" no se "vio la menor reliquia de naufragio" El "San José" se ha ido a pique en un santiamén.
Todo sucede tan rápidamente que tres marineros recogidos por el "Expedition" confiesan "no saber más de su suceso que haberse hallado de repente en el agua". No son muchos los afortunados. A la mañana siguiente, nueve náufragos flotan aferrados al palo del trinquete que es todo lo que resta de la Capitana. Dos se ahogan de manera que al final no pasan de diez los sobrevivientes.
La magnitud de la tragedia puede medirse si se considera que el "San José", botado por el astillero vizcaíno Aída en 1687, era aproximadamente del tamaño del "San Joaquín". y este último contaba con una dotación de 256 plazas entre oficiales, marineros y pajes, y transportaba 404 pasajeros. El hacinamiento era muy grande, porque el "San José" apenas desplazaba mil toneladas. Sus dimensiones eran exiguas: medía 35 metros de eslora, once de manga y sobresalía otros cinco desde la línea de flotación hasta la cubierta del castillo de popa.

Se escapa la presa

A Wager, sin embargo, debía de parecerle el barco más grande del mundo mientras contemplaba impotente la desaparición der su presa hacia el fondo del océano. Hasta él llegan solo el calor de la explosión y las astillas y planchas ardientes que le incendian el velamen.
Para el "Expedition", la batalla no ha terminado. Dos horas más tarde, mientras la línea española se dispersa en todas las direcciones, el comodoro se topa con la Gobierno que, manteniendo su vanguardia aún no había entrado en combate. Poco después, orinándose por los faroles de su comandante, se le unen el Kingston y el Portland, y entre todos, en desigual batalla, rinden al "Santa Cruz" a eso de las dos de la mañana.
No hay tacha en el comportamiento del gobernador, don Nicolás De la Rosa. Conde de Vega Florida. El llamado a su gente es a morir antes de pedir cuartel; son muchas las bajas, seis palmos de gua inundan sus bodegas y el "Santa Cruz" se halla totalmente desarbolado pero continúa disparando con la artillería que todavía no le han desmontado.
Arriada la bandera y abordada la Gobierno. la frustración de Wager crece ante una segunda y desagradable sorpresa. El barco está prácticamente vacío; apenas catorce cajones con piezas de ocho, más el peculio privado de los pasajeros. Es de todas maneras una bonita suma pero nada comparable al enorme tesoro que ya prácticamente contaba con tener en el bolsillo. ¡Mala suerte!
Consta que, bien sea por diferencias con Vega Florida o porque Casa Alegre creía que los caudales irían más seguros en las dos banderas mayores y mejor anilladas había dado órdenes en Portobelo de solo cargar oro, plata y objetos de valor en la Capitana y en la Almirante.


Wager no se descorazona. Impedido para continuar la persecución de la Almiranta porque el "Expedition", repleto de prisioneros y muy castigado en su arboladura, necesita reparaciones, ordena al Kingston y al Portland intentar su captura. Miguel Agustín de Villanueva, a más de haber abandonado el "Santa Cruz" a su suerte, no ha sido muy diligente en tomar la derrota del puerto y es así como, al amanecer del día nueve, los ingleses lo avistan atravesado por el noreste a pocas leguas de distancia. A su alrededor distinguen, desparramadas por los cuatro puntos cardinales, diez velas de lo que fuera la compacta escuadra de los galeones.
Todavía la mitad de ese elusivo tesoro, que cuando interviene Wager se trueca en oropel, está al alcance de marinos intrépidos. Pero celo y prontitud no son exactamente las cualidades que demuestran los capitanes Timothy Bridge y Edward Windsor. A lo mejor el brío evidenciado por la Almiranta a principios del combate los cohíbe, pero el hecho cierto es que después de una delusoria escaramuza a la altura del bajo de Salmedina los ingleses abandonan el hostigamiento y el "San Joaquín" fondea tranquilamente en Bocachica a las 6 de la tarde del domingo 10 de junio. Allí se entera el almirante de que ya ha entrado a puerto toda la conserva con excepción de la Capitana, la Gobierno y la urca de Francisco Nieto. Esta última, después de abandonar la linea durante la noche de la batalla, se dirige al sur y encalla en el Canal de Barú al tratar de enfilar proa en demanda de Cartagena. Cuando los ingleses pretenden abordarla, su capitán le prende fuego.

No hay comentarios: