Un día de junio de éste año me llamo Julio Cesar Londoño y me pidió que le repitiera la anécdota
de Orlando Sierra con García Márquez y así la narró en su columna de El
Espectador. Al referirse al segundo capítulo de Cien años de soledad, –haciendo
uso de su real voluntad– lo escribió como lo recordaba, a pesar de que le
habría quedado más fácil levantarse del computador, tomar el libro de la
biblioteca y trascribir el capítulo tal cual.
Asi empieza la
columna:
EL ESPECTADOR
Bogotá
– Colombia
26
de junio de 2015
“La coja” alcanzó a Ferney Tapasco
Por
Julio César Londoño
Cuenta Fernando Jaramillo (blog
Memorabilia) que una noche Orlando Sierra se coló en el reservado del
restaurante donde cenaba García Márquez y le disparó a quemarropa: “Yo me sé de
memoria el segundo capítulo de Cien años de soledad”.
Y por qué el segundo, preguntó Gabo,
perito en lunáticos. “Porque el primero se lo sabe todo el mundo”, contestó
Sierra y recitó sin una sola vacilación el episodio en que la bisabuela de
Úrsula Iguarán cae de culo sobre un fogón encendido, espantada por el estruendo
de los cañonazos del asalto a Cartagena del pirata Francis Drake, y queda
convertida en una esposa inútil para toda la vida.
La literatura era uno de los tres
“rayones” de Sierra. Los otros dos fueron el periodismo y el coraje. “Cogito,
ergo, ¡pum! A callar, chitón, a lo tuyo capullo, a otra cosa mariposa. ¡Pum!
¿Dios mío, por qué no me hiciste un poco más cobarde y resignado? Yo también,
lo confieso, ¡le temo al Pum!”
Y el pum llegó a la 1:49 pm del 30 de
enero de 2002, cuando un sicario de la galería de Manizales le pegó dos tiros
en la cabeza, en la puerta del diario La Patria y delante de su hija. Venían de
almorzar.
´(…)
Entonces en la sección
de comentarios de la misma columna el señor Sebastián Felipe niega que la anécdota
sea cierta y me acusa de estar ansioso de celebridad y me confronta a contar
como supe de la anécdota de Orlando a riesgo de rayar de cínico.
Así lo escribió
Sebastián
Felipe Sab, 06/27/2015 - 09:28 (El Espectador)
1. Es falsa la anécdota de Orlando
Sierra Hernández y Gabriel García Márquez, por varias razones: Orlando no tenía
tanta retentiva ni disciplina como para aprenderse de memoria las veinte
páginas que tiene el segundo capítulo de Cien Años de Soledad en la edición que
tengo (edición conmemorativa de los 80 años del autor, Real Academia Española y
Asociación de Academias de la Lengua Española, Printer Colombiana S.A. 2007);
Orlando sabía de memoria mucha poesía y principalmente muchos versos, que,
después de la Filosofía, eran de su predilección más que las novelas y los
cuentos, pero tampoco sabía de memoria poemas largos, aunque le gustaran mucho,
como Hora de Tinieblas, de Rafael Pombo, que le di a conocer; Cien Años de
Soledad no era la novela preferida de Orlando, pues gustaba más de novelas
cortas y cuentos de temas filosóficos o sicológicos o intriga, tipo Kafka o
Shelock Holmes (Conan Doyle), que también le di a conocer (y hasta un incidente
maluco tuvimos por un libro ajeno de Las Aventuras de Sherlock Holmes que le
presté y…), y de estos no se sabía de memoria ningún capítulo, máxime cuando la
profesión universitaria de Orlando fue Filosofía y Letras, que estudio en la
Universidad de Caldas, de Manizales; Orlando nunca me contó esa anécdota con
Gabriel García Márquez, y fueron muchas, centenas las tertulias que tuvimos
desde los años de universidad hasta la noche anterior al atentado criminal de
que fue víctima fatal. Seguramente Fernando Jaramillo quiere dárselas de
célebre con esa anécdota, pero hay que confrontarlo: ojalá no la haya contado
después del óbito de Orlando y del fallecimiento de Gabriel, pues rayaría en el
cinismo. 2. Las principales aficiones de Orlando fueron la Filosofía y la
Poesía, en este orden, que no mencionó. 3 y 4. Tampoco es cierto que “la
bisabuela de Úrsula Iguarán cae de culo sobre un fogón encendido, espantada por
el estruendo de los cañonazos del asalto a Cartagena del pirata Francis Drake”,
conque lo que Gabriel García Márquez dijo fue que “la bisabuela de Úrsula
Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones,
que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido”;
averigüe qué es el “toque de rebato”. 5... Y marros más, a tutiplén (palabra
frecuentada por Orlando en las tertulias), de fondo y forma.
** ** **
El problema es que
solo soy referente de las narraciones de otros. Asi, celebridad y cinismo no me
tocan en este caso. La anécdota la conocí de dos columnistas de prensa que la
narraron casi idéntica y tal como Orlando la narraba a todo el que se cruzaba
por el camino. Veo, si, que nunca se la narró a su gran amigo Sebastián Felipe.
Debo anotar que
Carlos Arboleda y José Vicente Arizmendi
no se conocen entre sí. A Arizmendi si lo conozco y doy fe de que si
escribió esa columna es porque la anécdota de su vuelo a Chile con Orlando es auténtica.
Hago esta aclaración para que no se crea que su columna salió de la de
Arboleda.
Estas son las dos
columnas que lo narran:
** ** **
El
Tiempo
Bogotá – Colombia
24 de febrero de 2002
La memoria feliz de Orlando Sierra
Por:
CARLOS ARBOLEDA GONZALEZ
-Secretario de Cultura de Caldas.
Muchos atributos engalanaban la personalidad de Orlando Sierra
Hernández. Fue un hombre culto, actualizado, crítico, cáustico, excelente
escritor, gran poeta, buen conversador, frentero, independiente, honesto,
valiente, humano, anecdótico, botacorriente , con el humor a flor de piel,
amigo de sus amigos, apasionado lector, solidario, noble, sencillo, leal,
vehemente, padre ejemplar, devoto hijo. Sólo tuvo una falencia: era nulo para
la música. No distinguía un bolero de una ranchera, ni un vallenato de una
balada. Tampoco conocía la música clásica. Es más, nunca en su vida compró un
disco.
Uno de sus mayores tesoros fue su prodigiosa memoria, de elefante. En
medio del dolor que nos embarga, y para recordarlo con alegría, quiero contar
la siguiente anécdota: En el Festival de Cine de Cartagena de 1993, asistió,
con otros periodistas, a un encuentro con el Banco Mundial. El tenía un gran
sueño: conocer, algún día, a García Márquez y haciendo gala de su excelente
memoria, se había aprendido trozos enteros de Cien años de soledad. Estando,
entonces, Orlando en El Bar-Restaurante La Quemada, con estos colegas, se
enteró de que en ese sitio se encontraba, en un reservado, García Márquez con
Carlos Fuentes. Inmediatamente tomó una servilleta de papel y se fue en busca
del Nobel. Primero entró al baño y estando allí vio a García Márquez. Orlando,
del susto, solo acató decirle:
-Maestro, qué bueno encontrarme con usted! Qué rico sería poderle
regalar una mariposa amarilla!.
-Todavía estás a tiempo, le contestó García Márquez.
Orlando salió del baño y se quedó esperándolo afuera, con la servilleta
en la mano, pero el escritor no apareció. Buscó a un mesero para contarle.
-No se preocupe, señor; lo que pasa es que el baño tiene otra puerta
que da directamente al reservado y Gabo salió por allí. Ya está en su mesa-.
Orlando se quedó entonces con los crespos hechos, pero sabía que no
podía perder esa oportunidad y se dirigió al sitio que el mesero le había
indicado. Ese lugar tenía dos entradas. Una puerta estaba situada directamente
frente a la mesa donde departían sus colegas periodistas con sus respectivas
señoras, y había otra entrada lateral. Ingresó por esta y, tímidamente, por
detrás de la mesa, con la servilleta en la mano, se les acercó, a los afamados
escritores, que estaban con sus respectivas señoras, diciendo: Maestro. García
Márquez le preguntó que si él era el mesero.
-No señor, no soy el mesero. Vengo es a pedirle un autógrafo, pero como
a mi no me gusta nada regalado, quisiera ganármelo. Por lo que me permito
decirle: Maestro, siempre pensé en descrestarlo.
-Y a estas alturas de la vida ¿con qué me pueden descrestar?, le
contestó García Márquez.
-Qué tal si empiezo por decirle Cien años de memoria.
- ¿Serio?
-Serio.
Y Orlando comenzó: Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo...
El Nobel se quedó mirándolo y le dijo: Bueno, eso es fácil porque es el
primer capítulo. ¿Y el segundo?
Orlando arrancó: Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha...
García Márquez se levantó, muy aterrado, y se dirigió hasta donde
estaba el resto de periodistas amigos de Orlando, y les dijo: Este tipo está
loco, absolutamente loco, de remate. García Márquez regresó hasta la mesa y le
dijo: no le voy a firmar esa servilleta, quiero hacerlo en algo más durable. Y
de la mesa, tomó una de tela, estampó una frase muy lírica y la firmó. Orlando,
muy emocionado, luego de agradecerle, tomó la servilleta y dirigiéndose a
Carlos Fuentes le dijo:
-Maestro, también tengo la cuota para usted.
La cuota de Fuentes.
- ¿Si? Y ¿cuál será?
Orlando le dijo: Mire, maestro, usted, en 1982, escribió junto con
Susan Sontag, un artículo en el que señalaba que una novela titulada: Si una
noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, había sido la novela perfecta
que usted hubiera deseado escribir en su vida. No tengo en mi memoria ningún
párrafo de una obra suya, pero sí me sé un fragmento de esa novela. Y
principió: Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino.
Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que
te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado
siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: No, no quiero
ver la televisión...
Fuentes, muy emocionado, le dijo: Bueno, muy bien, estos son los
lectores que uno necesita en la vida. Y tomó otra servilleta de tela y
escribió: Para Orlando Sierra, sereno, serrano, cerró, orló, de su amigo Carlos
Fuentes, si una noche de mar un viajero.
Hoy, estas dos servilletas, –bellamente enmarcadas con vidrio
antirreflectivo–, engalanan su estudio, como sus dos bienes más preciados, y
todos sus amigos las veíamos y sentíamos envidia de la buena. La memoria, y así
lo recordamos de Orlando, no es sólo entonces el ejercicio del recuerdo. ¿Será
que el espejo es el alma en el que intentamos ver de nuevo las imágenes de lo
que ha pasado? Y tampoco es esto, porque existe una memoria sin imágenes, la
del sentimiento, la del dolor, la de la pena, la de la rabia, la de la
tristeza, la del adiós. ¡Que el paso del recuerdo de Orlando no empiece desde
ahora hacia el olvido! Como un homenaje a su feliz memoria comencé por recordar
una parte de su corta pero abigarrada y fructífera vida. Orlando, amigo, ¡te
extrañamos!
** ** **
EL
PAIS
Cali – Colombia
Noviembre 10 de 2010
Sierra
Por José Vicente Arizmendi C*.
En un restaurante de Cartagena, hace más de quince años, estaba
comiendo Gabriel García Márquez con un colega suyo, extranjero y famoso. De una
mesa cercana se aproximó un hombre joven, de ojos pequeños y brillantes y
gafas, que abordó al Nobel y le dijo: “Maestro, perdone que lo interrumpa, pero
yo no vengo a pedirle un autógrafo, sino a ganármelo”.
Como es lógico, el de Aracataca, intrigado, le preguntó que cómo era
eso, a lo que el extraño le aseguró que se sabía de memoria ‘Cien años de
soledad’. Ante semejante declaración, García Márquez le advirtió, primero, que
no le creía y, segundo, que no le aceptaría los dos párrafos iniciales,
conocidos por mucha gente. Así que escogió al azar alguno de los capítulos
intermedios y se quedó mirando a su interlocutor.
Casi sin pensarlo, el extraño empezó a recitar el fragmento señalado de
la saga de los José Arcadios y las Úrsulas de Macondo, ante las risas
incrédulas de los dos escritores. Siguiendo el juego, García Márquez le pidió
otros pasajes del texto y en todos los casos aquel extraño de memoria
prodigiosa arrancaba inmediatamente a referir la historia, como si la estuviera
leyendo.
“¡Te lo ganaste!”, le dijo finalmente el Nobel, tomó una de las
servilletas de tela de una mesa vecina y le escribió una dedicatoria. Mientras
lo hacía, escuchó a aquel insólito personaje dirigirse al otro escritor, que
quizás era Carlos Fuentes, ofreciéndole excusas por no haber memorizado ninguno
de sus libros.
“No importa, también te ganaste mi autógrafo”, le dijo el otro. Es
probable que en la casa de Orlando Sierra, el genial protagonista de esta
historia, todavía estén, enmarcadas, las dos telas con las dedicatorias de dos
célebres escritores de renombre internacional, ganadas no a pulso
Orlando Sierra.
A Orlando, periodista de ‘La Patria’ de Manizales asesinado el 30 de
enero del 2002, le escuché personalmente esta anécdota, cuando fuimos vecinos
de asiento en un vuelo hacia Chile, por allá a mediados de los 90. Todo en él
era insólito e interesante. Su afición al haikú, esas poesías japonesas de tres
versos, o su conocimiento de autores en su momento casi desconocidos en Colombia,
como Roberto Bolaño o Arturo Pérez-Reverte.
Orlando hablaba a toda velocidad, sabía de muchas cosas, pero también
quería entender sobre todos los temas. El último martes de enero del 2002, Luis
Fernando Soto Zapata lo mató a tiros, a la salida del periódico donde
trabajaba. Capturado prácticamente en flagrancia, recibió una pena de 29 años
de prisión, de los cuales pagó menos de seis meses, porque los jueces tuvieron
en cuenta la confesión de delitos y su buena conducta en la cárcel.
Como a hierro muere quien a hierro mata, vino a morir en Cali en julio
de 2008, en un enfrentamiento a tiros con la Policía. Hace pocos días, la
Fiscalía ordenó la detención preventiva contra otro de los presuntos autores
materiales de la muerte de Orlando, Henry Calle Obando. Y a los posibles
autores intelectuales, los políticos caldenses Dixon Ferney Tapasco y su padre,
Francisco, les abrieron investigación en septiembre pasado. Ambos tienen varios
procesos penales por paramilitarismo y el hijo recibió una condena de siete
años y medio por ese delito.
Orlando Sierra había denunciado sus maniobras indecentes varias veces
en su columna ‘Punto de encuentro’.
* Directivo de la Pontificia Universidad
Javeriana de Bogotá
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