Bogotá –
Colombia
16 de
enero de 2015
Literatura
¿Quién fue Fernanda del Carpio?
¿Quién fue Fernanda del Carpio?
El enigma de la mujer detrás del poema de García Márquez,
publicado hace 70 años en LECTURAS
Por:
JUAN CARLOS GAITÁN VILLEGAS |
“… en aquel momento estaba descubriendo
los primeros indicios de su ser…
en busca de una mujer hermosa
a quien no haría feliz”
(Cien
años de soledad)
Se cumplen 70 años de cuando Gabriel García
Márquez escribe sus primeros poemas de amor en el Liceo Nacional de Varones de
Zipaquirá. Uno de ellos, ‘Canción’, se publicó en LECTURAS DOMINICALES el 31 de
diciembre de 1944, cuando su director era el poeta Eduardo Carranza. Conoce al
futuro Nobel precisamente en Zipaquirá, como un adolescente costeño, con mucho
talento. Es ocasión para recordarlo a través de uno de los personajes más
trascendentales y enigmáticos del universo macondiano, sin embargo menos
explorados: Fernanda del Carpio. Según parece, una joven zipaquireña sirvió de
inspiración.
La primera crítica que se atrevió a analizar
su papel en Cien años de soledad fue la catalana Carmen Arnau, en ‘El mundo
mítico de Gabriel García Márquez’, de 1971. “Fernanda del Carpio es una
representación de la cultura española. Representa una cultura fosilizada. La
cultura de Fernanda es la cultura española del Siglo de Oro, que tanta
importancia tiene en la literatura iberoamericana”.
García Márquez, en entrevista de 1978 a
Cuadernos para el diálogo, responde sobre la influencia de la cultura española
en Iberoamérica: “También tenemos que reconocer que en América Latina existe
una fuerte presencia de la cultura española. La vemos en todas las
manifestaciones artísticas que hay en el continente. Es sorprendente la
influencia española que se ha conservado en Latinoamérica. Es un elemento en la
cultura de nuestros países. Sin embargo, se hace como si esto no existiera y se
la desprecia. El elemento español forma parte de nuestra propia personalidad
cultural y no creo que pueda negarse. Yo me siento muy orgulloso de la
presencia de lo español en América Latina, no me avergüenza en absoluto”.
A Carmen Arnau se le pasó un detalle: Fernanda
es antes que nada ‘cachaca’: “… pero no había podido soportar más cuando el
malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido
abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, a una cachaca mandona, válgame
Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos
que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie
menos que a ella, la ahijada del Duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que
le revolvía el hígado a las esposas de los presidentes…” Gabo no está contra el
origen hispánico de Fernanda; aborrece que sea cachaca, proveniente del páramo,
de lo más profundo del interior del país.
García
Márquez, a los 16 años, en Zipaquirá en 1943. Foto: Archivo particular.
Los cachacos son seres reales y su mentalidad
es totalmente opuesta a la del costeño. Es el error de Carmen Arnau: considerar
que Fernanda es solo la evocación de una “cultura fosilizada” y no reconocer
que es el reflejo de una realidad vigente, pero antagónica, opuesta
radicalmente a la manera caribe. Sin pedirle permiso a nadie, el cachaco, en
especial el bogotano, se autoproclama heredero universal y se apodera para bien
o para mal del legado cultural de la España del siglo XVII.
Miguel Ángel Bastenier confirma que “el
bogotano es más español que los mismos españoles de hoy”. Es la principal
característica de Fernanda. Otra, su extraordinaria belleza: “Se llamaba
Fernanda del Carpio, la habían seleccionado como la más hermosa entre las cinco
mil mujeres más hermosas del país y la habían llevado a Macondo con la promesa
de nombrarla Reina de Madagascar”.
Es difícil encontrar textos que analicen a
fondo este personaje y su contexto. En García Márquez: Historia de un deicidio,
Vargas Llosa, sin complicarse, integra a Bogotá con Zipaquirá a partir de un
mismo sentimiento, la soledad: “La compara con su pueblo, con la Costa, donde
la gente es comunicativa, alegre, y encuentra a Bogotá ‘gris y yerta’, a los
cachacos ‘fríos y reservados’ y desde entonces esa ciudad es para él
‘aprehensión y tristeza’.
Con estas tintas figura Bogotá en las rápidas
apariciones que hace en su mundo ficticio… Sus recuerdos del internado de
Zipaquirá son también sombríos. Aracataca es una herida que el tiempo irrita en
vez de cerrar, una nostalgia que aumenta con los días, una presencia subjetiva
con la que el niño se siente obligado a medir el nuevo mundo que lo rodea y
este, Bogotá o Zipaquirá, siempre resulta derrotado en la confrontación… En
esos años de reclusión, vividos en un medio al que el niño se niega a
asimilarse, nace en la experiencia de García Márquez, uno de los grandes temas
de su mundo ficticio: la soledad”.
Esto hace pensar que cuando García Márquez
evoca su etapa de estudios en Zipaquirá y Bogotá, le duele el alma. Ese dolor
no se limita al contraste cultural o al frío paramuno. Seguramente pasó algo
más: un trauma emocional más significativo, y esto es pura especulación, pudo
haber un desencuentro con una bella y arrogante cachaca que le rompió su
corazón de adolescente. Hilando más fino, ese sentimiento de soledad se lo
produciría la frustración de no poder estar con la amada.
Dice Julio Ariza en ‘El discurso narrativo en
Gabriel García Márquez: de la realidad política y social a la realidad mítica’:
“Fernanda del Carpio es el personaje que refleja más hondamente la crisis del
desarraigo, las frustraciones, y circunstancias depresivas de los primeros años
escolares en el frío Zipaquirá… pero ninguno de estos personajes se aproxima a
la trágica existencia, a la triste experiencia de la vida de Fernanda y su
familia, porque Fernanda es un producto de una circunstancia traumática en la
vida del escritor, pero también es el resultado de una mentalidad, de una
actitud, de una percepción y concepción del mundo, de la vida de un grupo
social bien determinado. Así Fernanda llega a representar ese mundo del cachaco
como arquetipo”.
Rafael Gutiérrez Girardot dice en La crítica a
la aristocracia bogotana en Gabriel García Márquez: “La crítica de García
Márquez a la aristocracia bogotana, es a la vez una crítica a la capital, que
vuelve con otros acentos en el General en su laberinto. Es una crítica
enmarcada en la contraposición de dos formas de vida: la caribeña y la andina.
La figura de que se sirve para la crítica es Fernanda del Carpio… Con todo,
pese al coro de mujeres diversamente exuberantes, Fernanda del Carpio es una de
las figuras centrales de la novela en clave, entre otras, porque no tiene
semejantes. Algún íntimo de Gabo habrá de contribuir algún día a una edición
realmente crítica de la novela, es decir a despejar la incógnita si tras la
señal emitida con la cifra ‘Fernanda del Carpio’ no se oculta una mujer real de
la aristocracia bogotana que en los años cuarenta fue reina de belleza y debió
suscitar la fascinación del pariente a posteriori de los Buendía”.
Sería la solución del acertijo, pero falta
mucho por resolver. En contravía a la teoría de Gutiérrez, es improbable que
Fernanda fuera bogotana y que Gabo la hubiera conocido en la capital, ya que
como él mismo lo recuerda, tanto en su primer contacto con la capital de
tránsito hacia Zipaquirá, como en su época universitaria, en Bogotá no se veían
mujeres, mucho menos “aristocráticas y de deslumbrante belleza”. Tenían
prohibido salir de la casa.
Lo contó a Enrique Santos y a Jorge Restrepo
en Alternativa en 1975: “De todas las ciudades que conozco en el mundo, ninguna
me ha impresionado tanto como Bogotá. Llegué de Barranquilla en 1943 a las
cinco de la tarde, con un baúl de madera y un vestido de paño que me habían
arreglado de mi papá, y aquella fue la experiencia más terrible de toda mi
juventud. Bogotá era lúgubre, olorosa a hollín, y lloviznaba sin pausas y los
hombres vestidos de negro con sombreros negros andaban tropezando por las
calles, colgados de los pesantes de los tranvías eléctricos, hablando paja en
los cafés. No se veía una mujer sino de vez en cuando, pues la mayoría de los
sitios públicos les estaban vedados… Los costeños temblando de frío,
atormentados por la forzosa castidad y el miedo a la pulmonía, sentíamos que en
aquella ciudad remota e irreal estaba el centro de gravedad del poder que nos
habían impuesto desde nuestros orígenes”.
Julio Ariza González complementa estos rasgos
arquetípicos en el cachaco que Gabo conoció en su adolescencia y que son
totalmente opuestos a los del costeño: “Con estos firmes fundamentos
socioculturales podemos entrar a examinar las caracterizaciones, las imágenes
del cachaco como arquetipo en el discurso narrativo de García Márquez. Ahora
veremos cómo el escritor al recrear la imagen del cachaco, al mitificarlo y
crear el arquetipo, lo desmitifica y esto lo realiza por medio de un proceso de
confrontaciones socioculturales entre las idiosincrasias, actitudes, mentalidad
de los Buendía, su microcosmos, el mundo de Macondo, con las características de
Fernanda, y su mundo fúnebre de los páramos, el aura de las falsedades, y
apariencias que rodea a su familia, el valor de las pretensiones, en la
formación de la personalidad que redundan en las actitudes, percepciones que
hacen del mundo lúgubre de los páramos, un mundo distinguido en la fatuidad, en
el falso sentido del orgullo, el honor y la moral”.
Tampoco es probable que sus amigos
intelectuales tanto barranquilleros como bogotanos, puedan decir quién era en
realidad Fernanda. Cuando les hemos preguntado por este mítico personaje, no
tienen respuesta, ya que se trata de un episodio de la vida de Gabo muy anterior
al momento de la amistad con ellos. Lo mismo pasa con la familia. Sus parientes
desconocen a fondo los verdaderos sufrimientos (aparte del frío) que García
Márquez padeció durante sus 6 años en el altiplano.
La única alternativa que queda es que Fernanda
fuera una jovencita zipaquireña. En el libro de Gustavo Castro Caycedo, Gabo:
cuatro años de soledad, pareciera ser un hecho que Fernanda es nativa de dicha
población cundinamarquesa: “Zipaquirá fue declarada ‘Ciudad de blancos’ desde
la Colonia, impidiéndose que allí vivieran indios, esclavos, zambos y mestizos,
razón por la cual fue poblada por familias aristocráticas. Así que Fernanda del
Carpio bien pudo ser ‘calcada’ de alguna de estas…”
En El olor de la guayaba García Márquez se lo
confirma a Plinio Apuleyo Mendoza: “En Zipaquirá, que como sabes, es el mismo
pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, donde Aureliano Segundo fue a buscar
a Fernanda del Carpio. Allí en el liceo en donde estaba interno, empezó mi
formación literaria…” En su tiempo en Zipaquirá, no solo recibió una excelente
educación, sino que tuvo la oportunidad de conocer y establecer vínculos muy
estrechos con varias jóvenes zipaquireñas, bellas e inteligentes.
Sabemos gracias a Castro de Lolita Porras:
niña encantadora, una de sus primeras novias, murió de tifo a los 14 años.
Fallece mientras Gabo pasaba vacaciones con su familia en Sucre, en diciembre
de 1943. Cuando Gabo se entera de esta tragedia, escribe y le dedica su primer
poema, publicado en LECTURAS de EL TIEMPO, un año después de su muerte, en
1944, titulado ‘Canción’ y firmado con el pseudónimo, Javier Garcés.
Cecilia González Pizano (‘La Manca’), hada
madrina de Gabo, lo relacionó (con la complicidad del rector Carlos Martín y de
Daniel Arango) con todos sus amigos poetas e intelectuales de Bogotá: Jorge
Rojas, Carranza (en esa época director de LECTURAS), Jorge y Eduardo Zalamea,
León de Greiff, Jorge Gaitán Durán, entre muchos que le fueron abriendo puertas
al joven cataquero.
‘La Manquita’ murió en los 60, de un ataque al
corazón, en Nueva York, donde trabajaba para la NASA, sin hacer realidad el
deseo de volver a ver a Gabo. Sara Lora, (‘Saruca’): telegrafista de Zipaquirá,
su acudiente, fiadora y protectora desde 1944. Virginia Lora: hermana de Sara.
Bellísima, de ojos azules a la que García Márquez le escribió al menos tres
poemas. Murió trágicamente en 2008 en un intento de secuestro en El Rosal,
Cundinamarca. Berenice Martínez (‘Bereca’), su novia oficial, a los 17 años; le
enseñó a bailar los ritmos del Caribe. Su hermana destruyó los muchos poemas
que García Márquez le escribió. Estuvieron en contacto hasta 2002, cuando
Berenice empieza a sufrir los primeros síntomas del Alzheimer. Consuelo Quevedo
(‘La Bella’): actuaba con Gabo en teatro. Hija de Guillermo Quevedo. Quiso
participar en un reinado de belleza, pero su padre no se lo permitió. Sofía
Vega (‘Lula’): hermosa y distinguida zipaquireña, compañera de Berenice
Martínez y de Consuelo Quevedo. Amor platónico de Álvaro Ruiz Torres, amigo de
Gabo en el Liceo.
Gutiérrez Girardot menciona que Gabo tuvo que
haber conocido en los 40 una reina de belleza cachaca, otro rasgo descriptivo
de Fernanda. Si la conoció, se trata de Rosita Márquez, ‘reina de la sal’ en
1943 y de los carnavales en 1944.Según su compañero de clase Guillermo López,
“a Gabriel también le gustó mucho esa bella mujer, pero ella ya tenía un novio
en serio”.
Cualquiera de estas jóvenes zipaquireñas pudo
ser Fernanda: cachacas, bonitas, cultas. Con todas mantuvo una relación
cordial, llena de afecto y gratitud; con algunas siguió en contacto incluso
hasta hace pocos años. Sin embargo, las cosas no se dieron de igual forma con
nuestra ‘dama misteriosa’, la verdadera inspiradora de Fernanda. Tanto Ruiz
Torres, como la hija de Sara Lora, hablan de una joven, diferente a las
citadas, que Gabo amaba y a la que le escribió varios poemas.
Geraldine
Chaplin como ‘La viuda de Montiel’, de Miguel Littín, 1981, según Vargas Llosa
alusión a Fernanda del Carpio. FOTO ETIENNE GEORGE / Collection Christophel
Lo extraño es que nadie quiera hablar del
tema. Se niegan a dar el nombre de esta mujer, pero coinciden en que existió.
Dice Sara Lucía Botía Lora: “Aunque figuraba como novio oficial de Berenice
Martínez, mi mamá me contaba que también amó a otra mujer cuyo nombre no me
atrevo a revelar, como jamás lo hizo ella, pues se trataba de la vida privada
de una mujer que no autorizó a nadie a contar su historia”.
Castro Caycedo, al interrogar al mejor amigo
de Gabo en Zipaquirá, tuvo esta respuesta que aumenta el misterio: “Hubo 3
jóvenes a quienes García Márquez escribió poemas de amor: Berenice Martínez, su
primera novia oficial en Zipaquirá, Virginia Lora, hermana de la telegrafista,
que era su acudiente en el Liceo y una tercera, sobre quien Ruiz Torres nunca
quiso descubrir su nombre, según me decía cuando le insistí, porque es un
secreto que le prometió guardar a Gabito. Y lo cumplió, porque como hombre de
palabra se llevó el secreto a su tumba”.
Otro compañero en el liceo tampoco da un
nombre, pero sí pistas interesantes: “Según Luis Ariza, Gabo tenía una
verdadera fijación y se identificaba mucho con la canción ‘Te olvidé’, dolido
por un fallido romance que quiso tener en Zipaquirá, pero que una niña del
Colegio de La Presentación no le correspondió. Esa fue una de las frustraciones
de Gabriel en esa ciudad. Había días en que se le metía en la cabeza y la
cantaba muchas veces. Un fragmento dice: ‘Yo te amé con gran delirio y pasión
desenfrenada, te reías del martirio… de mi pobre corazón…”
Se está ante una persona real y un amor no
correspondido. Es probable que el escritor fuera rechazado. También pudo
tratarse de una mujer prohibida, comprometida, etc. El hecho es que existió y
que por algún motivo hay que mantenerla oculta y se intuye que la relación con
ella le generó un profundo trauma tan fuerte que por eso prefiere olvidar su
etapa en Zipaquirá.
Su hermana Aída García, en su libro Gabito el
niño que soñó Macondo, lo confirma: “Y terminó en el Liceo Nacional de
Zipaquirá del cual no conserva muy buenos recuerdos, no obstante que el
establecimiento estaba dirigido por un normalista de renombre y contaba con
profesores muy buenos como el de Literatura Española, Julio Calderón Hermida, a
quien nuestro premio Nobel ha rendido cumplido homenaje. Quizá los sentimientos
del escritor se deban al cambio sufrido con su trasplante a la meseta andina.
Todos los costeños padecemos duros síndromes de desarraigo cuando dejamos la
orilla del mar y nos sumergimos en este paisaje brumoso de la Sabana”.
¿Por qué olvidar esta etapa? Vargas Llosa
considera que a partir de confrontar la realidad y superar sus añoranzas, Gabo
termina construyendo su lugar como escritor: “… el maravilloso mundo que se
había llevado en la memoria a Bogotá, en el que había vivido emocionalmente
durante sus años de interno, a través de la nostalgia y los recuerdos, se había
hecho pedazos: la realidad lo destruyó. Su venganza fue destruir la realidad y
reconstruirla con palabras, a partir de esos escombros a que había quedado
reducida su infancia”.
Y hablando de venganza, García Márquez
disfruta mostrándonos las reacciones de Fernanda, que ponen en evidencia su
mezquindad y lo hace de forma tal, que resultan graciosas. El Nobel peruano
hace la siguiente reflexión: “En ese mismo episodio vemos la asociación de lo
cotidiano y lo sobrenatural, en la actitud de Fernanda del Carpio: ‘mordida por
la envidia, terminó por aceptar el prodigio y durante mucho tiempo siguió
rogando a Dios que le devolviera las sábanas’. Unas páginas después se insiste
en lo mismo: ‘No bien Remedios, la bella, había subido al cielo en cuerpo y
alma, la desconsiderada Fernanda seguía refunfuñando en los rincones porque se
había llevado las sábanas”.
Foto del
mosaico del Colegio Nacional de Varones en Zipaquirá,
donde estudió Gabo. Foto:
Archivo particular.
Sin Fernanda, a la novela le haría falta un
contrapunto, una perspectiva desde donde comparar y perdería además una fuente
inagotable de situaciones que tanto para el lector como para los Buendía,
resultan divertidísimas por anacrónicas y absurdas. El Nobel castiga a
Fernanda, no solamente desplazándola de su ciudad natal, sino que la obliga a
vivir en una cultura, en un contexto totalmente hostil, permitiendo que la
ridiculicen, que se burlen de ella descaradamente, de sus actitudes, de sus
costumbres y valores.
La influencia de Fernanda dentro de la familia
Buendía, es a pesar de tenerlos a todos en su contra, innegable: “Hasta las
supersticiones de Úrsula, surgidas más bien de la inspiración momentánea que de
la tradición, entraron en conflicto con las que Fernanda heredó de sus padres,
y que estaban perfectamente definidas y catalogadas para cada ocasión. Mientras
Úrsula disfrutó del dominio pleno de sus facultades, subsistieron algunos de
los antiguos hábitos y la vida de la familia conservó una cierta influencia de
sus corazonadas, pero cuando perdió la vista y el peso de los años la relegó a
un rincón, el círculo de rigidez iniciado por Fernanda desde el momento en que
llegó, terminó por cerrarse completamente y nadie más que ella determinó el
destino de la familia”.
Sin Fernanda no habría continuado la estirpe
de los Buendía, ya que los últimos miembros son sus propios descendientes. Una
de sus hijas, Meme, es la madre de su único nieto, Aureliano Babilonia, el niño
de la canastilla bíblica, nacido en el altiplano y llevado a Macondo por una
monja. La otra de sus hijas, Amaranta Úrsula, será la amante de este último con
quien procreará al bebé con cola de cerdo, sin ser conscientes de su
parentesco, muy al estilo de maldiciones griegas relacionadas con incesto.
Fernanda es uno de los grandes personajes de
la literatura por su compleja personalidad, por los profundos sufrimientos que
le producen el autoengaño y por sus permanentes contradicciones y
frustraciones. La terminamos perdonando no solamente porque nos damos cuenta de
que en efecto sufre (de noche se la oía sollozar), sino porque no es consciente
ni culpable de su alienación.
También la perdonamos por su deslumbrante
belleza y “porque parecía investida de una autoridad legítima”; ante la
hostilidad de todo su entorno macondiano nunca perdió la dignidad. Fuera quien
fuera su inspiradora, marcó profundamente al autor y gracias a esa experiencia
creó una obra maestra.
A pesar de todo queda en el aire la huella del
afecto que Gabo siente por esta arquetípica mujer. Así fue su despedida: “Una
mañana fue como de costumbre a prender el fogón, y encontró en las cenizas
apagadas la comida que había dejado preparada para ella el día anterior.
Entonces se asomó al dormitorio, y la vio tendida en la cama, tapada con la
capa de armiño, más bella que nunca, y con la piel convertida en una máscara de
marfil. Cuatro meses después, cuando llegó José Arcadio la encontró intacta”.
Con respecto a la base real de sus libros,
Gabo, en El olor de la guayaba, le responde a Plinio: “No hay en mis novelas
una línea que no esté basada en la realidad. - ¿Estás seguro? En Cien años
ocurren cosas bastante extraordinarias: Remedios, la bella, sube al cielo.
Mariposas amarillas revolotean en torno a Mauricio Babilonia… “Todo ello tiene
una base real”.
A Vargas Llosa le recalca: “No podría escribir
una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales”. Si
todo tiene base real, según el propio autor ¿por qué precisamente Fernanda iba
a ser excepción?
En un texto premonitorio, Gabo disculpa de
cierta forma la curiosidad que produce el origen de sus personajes. En una de
sus columnas en El Espectador, en agosto de 1954, 13 años antes de Cien años,
presagia la impostergable necesidad de crear nuevos personajes: “En Cali se ha
desencadenado de nuevo, con rejuvenecidos ímpetus documentales, la inmemorial
polémica sobre la existencia de María, heroína de Isaacs y madre espiritual de
los adolescentes colombianos desde hace un siglo. Con 200 años de historia, en
un país cuyos habitantes solo ahora empiezan a ignorar la vida privada de sus
vecinos, esta clase de problemas proporciona al momento actual de densidad y
antigüedad históricas… es motivo de controversia la identidad de un personaje
literario que de haber existido sería apenas una distinguida y longeva matrona
de un ciento de años, o un hermoso recuerdo de 20 años, 80 de yacer en su sepultura.
Es un vicio colombiano: averiguar si existió María –la romántica protagonista
de la María, o si existieron Arturo Cova y Clemente Silva de La vorágine’–, o
precisar por medio de laboriosos rastreos genealógicos, quién fue la
copartícipe de aquella sombra larga del ‘Nocturno’ de Silva. En esas
averiguaciones se nos irá la historia… La solución más conveniente parece estar
al alcance de la mano: que no se polemice en torno a si existieron María,
Arturo Cova y Clemente Silva. Que se creen nuevos personajes… que eso es lo que
importa, aunque no sean copias textuales de la vida real, sino mejor si son
puras y maravillosas creaturas fantásticas. Aunque los escritores colombianos,
para evitar confusiones, tengan que advertir en el futuro: ‘Cualquier parecido
o semejanza entre personajes de esta novela o personajes de la vida real, no es
pura coincidencia sino el resultado de un laborioso esfuerzo del autor”.
Canción
“Llueve en este poema”
E.C. (Eduardo Carranza)
Llueve. La tarde
es una
hoja de niebla.
Llueve.
La tarde está
mojada
de tu misma
tristeza.
A veces viene el
aire
con su canción. A
veces...
Siento el alma
apretada
contra tu voz
ausente.
Llueve y estoy
pensado
en ti. Y estoy
soñando.
Nadie vendrá
estar tarde
a mi dolor
cerrado.
Nadie. Tu
ausencia
que me duele en
la horas.
Mañana tu
presencia
regresará en la
rosa.
Yo pienso –cae la
lluvia–.
Niña como las
frutas
grata como una
fiesta
hoy está
atardeciendo
tu nombre en mi
poema.
A veces viene el
agua
a mirar la
ventana
de cristales. El
agua...
Y tú no estás. A
veces
te presiento
cercana.
Humildemente
vuelve
tu despedida
triste.
Humildemente,
y todo humilde;
los jazmines,
los rosales del
huerto
y mi llanto en
declive.
Oh corazón
ausente:
¡qué grande es
ser humilde!
Javier Garcés
** ** **
EL TIEMPO
Bogotá –
Colombia
14 de
enero de 2015
Columna
Amaranta Buendía
Ella es un personaje que se destaca del conjunto
por las particularidades que la identifican.
Por José
Miguel Alzate
En Cien años de soledad, la obra cumbre de
Gabriel García Márquez, hay personajes que, por su presencia mítica en la
novela, se roban el interés del lector. Si para Mario Vargas Llosa el coronel
Aureliano Buendía es la personalidad fulgurante del libro, para Julio Cortázar
es José Arcadio, el primer vástago de la estirpe, el personaje que acapara la
atención. Pero aparecen en la novela otros personajes que trascienden por ese
hálito de fantasía que García Márquez les imprime. Uno de estos es Amaranta, la
única hija mujer del matrimonio entre el viejo José Arcadio Buendía y Úrsula
Iguarán. Amaranta es la tía cariñosa que se encarga de cuidar a los nuevos
miembros de la familia cuando llegan a la casa, después de su nacimiento.
Amaranta es un personaje que se destaca del
conjunto por las particularidades que la identifican. Ella ve en sus sobrinos a
esos hijos que nunca tuvo. Por esta razón se preocupa por ellos. Pero también
los mira con ojos de mujer. Recuérdese cómo los mete a su cama para brindarles
caricias. Inclusive uno de ellos, Aureliano José, se enamora de la tía. Tanto,
que un día en que Úrsula los encuentra en el granero dándose un beso, le dice:
“¡Quieres mucho a tu tía!”. A lo que el muchacho responde que sí. El sobrino
siente los aletazos del placer cuando en las noches, al meterse en la cama de
Amaranta, ella le toca el cuerpo. El recuerdo de esas noches lo persigue cuando
se va de la casa. Y al regresar, lo primero que hace es proponerle matrimonio.
Desde luego, ella lo rechaza.
Amaranta se enamora. Pero no se sabe por qué
razón siempre renuncia a la felicidad del matrimonio. Cuando a Macondo llega
Pietro Crespi, el italiano vestido de lino blanco que llegó a la casa para
instalar la pianola que Úrsula compró con las ganancias dejadas por la venta de
bombones, Amaranta se enamora perdidamente de él. Pero no es correspondida. La
que despierta los sentimientos del italiano es Rebeca. Tanto, que formalizan el
noviazgo. Y acuerdan fecha para el matrimonio. Amaranta, desengañada, dice que
se casarán, pero sobre su cadáver. Es así como hace tretas para que no se
casen. Una fue cuando le hizo llegar a Pietro Crespi una carta en la que le
dicen que su mamá está grave. Él emprende viaje hasta su país. Evita así que se
case el domingo siguiente.
No es con inventar situaciones inverosímiles
como Amaranta logra que Pietro Crespi se fije en ella como mujer. Al regreso de
José Arcadio de ese largo viaje que hizo cuando se fue detrás del circo de los
gitanos, Rebeca se va a vivir con él. Entonces Amaranta empieza consolando a
Pietro Crespi, hasta que este se enamora de ella. Pero cuando, años después, le
propone matrimonio, Amaranta no acepta. Desengañado, el italiano se encierra en
su almacén de instrumentos musicales en la calle de los turcos, y se suicida
cortándose las venas. Amaranta sintió el peso de la conciencia. Para pagar el
desaire que le hizo a Pietro Crespi se dejó quemar una mano en el fogón, y
hasta su muerte cubrió el brazo con un trapo negro. Era como si quisiera llevar
luto por el difunto.
El último pretendiente que tuvo Amaranta fue
el coronel Gerineldo Márquez, el eterno compañero del coronel Aureliano Buendía
en los tiempos de la guerra civil. Pero cuando le propuso matrimonio también le
dijo que no. Se dedicó entonces a tejer la mortaja que cubriría el cuerpo de
Rebeca cuando muriera. Pero después de que la muerte la visitó y le dijo que
moriría dos días después de terminar la mortaja, supo que estaba elaborando la
de ella. Así que demoró casi un año para terminarla. Antes de que esto pasara,
repartió sus cosas entre los pobres. Luego, mandó llamar al carpintero para que
le tomara las medidas de su ataúd. De pie, en la sala, como si le estuvieran
tomando las medidas para un traje de novia, le dijo al hombre que quería un
ataúd a su medida.
Amaranta dedicó su último mes de vida a
decirles a todos los habitantes de Macondo que aprovecharía para llevarles
cartas a los seres queridos que habían muerto antes que ella. Entonces la casa
empezó a llenarse de gente que traía cartas para los familiares muertos. Las
depositaban en un buzón de madera que ella mandó hacer. A su muerte, lo
pusieron junto al ataúd para que la gente siguiera echando las cartas. Úrsula
Iguarán lloró desconsolada su partida. Pero en el momento final, cuando la iban
a enterrar, confirmó lo que todo Macondo sospechaba: que Amaranta no había
perdido la virginidad. “Amaranta se va de este mundo como vino”, dijo la
anciana en el entierro. Después se tiró a la cama y no se volvió a levantar
hasta el día del entierro de los gemelos.
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