El Cultural
Madrid -
España
3 de
julio de 2014
Libros
Soledad
& Compañía
García Márquez, una estrella
de rock en el pueblo
Un libro ahonda en la cara íntima del Nobel a través del
testimonio
de quienes le
conocieron antes de convertirse en una celebridad
Por
Alberto Gordo
Soledad & Compañía. Un retrato compartido
de García Márquez (Debate) es un libro de entrevistas tan atípico que, entre
sus protagonistas, apenas es posible hallar tres o cuatro voces que nos suenen.
Los que hablan están por lo que dicen y por cómo lo dicen; no por lo que son.
"Las voces son vivas e inmediatas –explica su autora, la periodista
colombiana Silvina Paternostro, que durante meses recorrió media América Latina
tras el rastro de todo aquel que hubiera conocido al Nobel–. Los oyes hablar
como habla cada uno. El costeño habla como García Márquez pone a hablar a sus
personajes, sale la formalidad de los capitalinos, la percepción norteamericana
del escritor William Styron, la emotividad de Carmen Balcells cuando habla de
García Márquez. Son voces vivas. Llegan directo. Es como sentarte a hablar con
cada uno de ellos".
Gabriel García Márquez en Barranquilla.(sic)
Es esto, quizás, lo más genuino de este perfil
completo de Gabo que -podríamos decir- ni siquiera firma del todo su autora,
pues ella se limitó a preguntar, a poner la grabadora y a escribir un prólogo.
Es un libro que se deja hablar, un libro escrito entre muchos. Claro que hay
que saber qué preguntar y, después, desaparecer. Y la periodista supo. Es como
la apoteosis de la entrevista. Un largo e interrumpido, sincopado retrato
múltiple y oral puesto por escrito. "Mi libro es muy diferente a una
biografía -explica Paternostro, en relación al reto que suponía hacerle una a
GGM después de la de, por ejemplo, Gerald Martin-. "Yo diría que mi libro
es una fiesta divertida y las biografías son clases universitarias".
Paternostro parte la vida del escritor a la
mitad, como con un hacha en forma de novela legendaria; hay un antes y un
después de Cien años de soledad. Hacia atrás, comienza por sus padres, el
telegrafista Gabriel Eligio García, y Luisa, la hija del coronel Márquez. Se
habla, o mejor dicho hablan (los del pueblo) de sus primeros años en casa de
los abuelos. De la muerte del coronel Márquez. De la marcha de Gabo a Bogotá, a
estudiar derecho. De sus primeros cuentos en el periódico. De periodismo. De
Barranquilla. De sus amigos. De personas que son este o aquel personaje de sus
historias. De uno que le dio la idea para un relato. Hablan del éxito, también,
pero desde un costado más íntimo, desconocido, y llega el libro hasta el final
triste que todos conocemos. Hasta el último capítulo, acaso el más bello, que
se abre con una frase del último García Márquez: "Es que yo no sé lo que
pasó –le dijo una mañana a su amiga Gloria Triana, con ecos de ese mágico
fraseo suyo– pero de un día para otro amanecimos todos viejos". Silvina
Paternostro se dio cuenta, dice, de que Gabo es como una suerte de rock &
roll star. "Es tan querido y tan icónico como John Lennon. Cuando menciono
en Nueva York que acabo de publicar una historia oral sobre GGM todo el mundo
se derrite", dice.
García
Márquez, a finales de los sesenta.
Esta fotografía ilustra la portada de Soledad & Compañía. Colita.
El libro surge de un encargo periodístico de
la revista americana Talk, en 2001. El proyecto no salió y la periodista lo
publicó por piezas en publicaciones como The Paris Review o la mexicana Nexos.
En origen, Paternostro tenía que escribir una suerte de biografía corta (2.000
palabras) del Nobel colombiano, y lo tenía que hacer exclusivamente con
testimonios, casi en bruto. "Yo les propuse que, en vez de entrevistarme
con jefes de Estado, estrellas de cine, hombres de inmensas fortunas con los
que a diario compartía [GGM], viajaría a Colombia a hablar con aquellas
personas que lo conocieron antes de ser el legendario escritor
latinoamericano". El resultado es que los personajes hablan, gritan,
mienten como si llevaran siglos esperando a que se les preguntara. Tiene algo
de relato desmitificador, sincero y, a ratos, sorprendente: "Claro que es
un hijueputa –declara en una ocasión Quique Scopell, fotógrafo y compañero de
Gabo en El Heraldo, en la década de los cincuenta–, pero tampoco lo puedo decir
públicamente porque es un hombre que, primero, ya tiene sus méritos. Para mí
tiene el gran mérito de la terquedad. Hombre terco que insiste, insiste, y dale
y dale con la hijueputa novela, y dale y dale..."
En el núcleo de la biografía están los
"mamadores de gallo", o los "mamagallistas", habituales,
junto al escritor, de las tertulias más o menos literarias de un tugurio
llamado La Cueva, en Barranquilla. La identidad de algunos de ellos trajo de
cabeza a los gabólogos durante años, sobre todo después del cameo del grupo en
Cien años, en donde figuran como amigos de Aureliano Buendía. Ese libro y su
éxito parecen levantar aquí la polvareda de la envidia. Es difícil creer en
Dios cuando uno lo conoció siendo humano. Para algunos, Gabo "es una
hueva". "Gabito era lagarto. Lagarto es metiche, que se mete donde no
cabe, que no es del grupo, que no encaja, alguien que se acerca a un grupo y lo
ven por debajo (...) Gabito no era ni muy tomador ni muy mujeriego (...) Por eso
le decía: "Ahí viene el lagarto de mierda ese pa´ hablar de
literatura", recuerda uno, que ignoraba que si Gabo no bebía como ellos
era porque no tenía dinero. "Beber poco era un desastre diplomático en la
Barranquilla de aquella época", apostilla Gerald Martin, biógrafo del
autor de El amor en los tiempos del cólera. Paternostro, que los entrevistó a
todos, opina lo mismo: "A los mamagallistas de La Cueva de Barranquilla no
les impresiona un escritor tanto como un tomador de trago".
Otro amigo, o examigo del escritor dice, en
otro momento: "El Premio Nobel le hizo un daño a la literatura colombiana
de putas, con García Márquez. Porque ahora todo el mundo quiere ser García
Márquez. Entonces: ¡Ah noooo, si no lo dijo García Márquez entonces no es
literatura!" Obsérvese que cuando se habla del Nobel, ya no es Gabo, ni
Gabito. Es García Márquez: otro tipo, un escritor.
Cien años de soledad, como fenómeno
incalificable, manda en este libro. La única que se tomó su éxito con cierta
calma fue una amiga de la abuela de GGM, que dijo, cuando alguien aludió en su
presencia al éxito internacional de la novela: "Ay, ¿quién iba a creer que
el nieto de la Tranquilina fuera tan inteligente?". A Santiago Mutis le
contó Tomás Eloy Martínez una anécdota reveladora. Fue una noche en Buenos
Aires, una semana después de la publicación de la gran novela sobre los
Buendía. "Fuimos al teatro -contó Martínez- y cuando Gabo entra, ¡el
teatro se para y lo aplaude! Y ahí comenzó. ¡Y no ha parado! No paró. Nunca. Es
decir, nunca lo dejaron solo".
Dice Gregory Rabassa, al principio, que
sucedió como suceden los terremotos, que se sabe que van a pasar, pero no se
sabe cuándo. "Y Cien años de soledad –concluye Paternostro– fue un
terremoto que se sintió en el mundo entero".
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EL PAÍS
Madrid –
España
25 de abril de 2014
Gabo se
cabrea
Por
Diego Galán
Gabriel García Márquez fue jurado en el
festival de Cannes en 1982, cuando se premiaron ex aequo con la Palma de Oro
Desaparecido, de Costa Gavras y Yol, de Yilmaz Güney, ambas muy justamente.
Aquel mismo año también competía la película cubana Cecilia, de Humberto Solás,
basada en la novela de Cirilo Villaverde. Fue una producción ambiciosa,
ambientada con lujo de detalles a mediados del siglo XIX, de casi tres horas de
duración, en la que la oficialidad cinematográfica cubana se había volcado en
exclusiva, a pesar de la coproducción con España, aplazando proyectos de otros
cineastas, para su comprensible disgusto. García Márquez batalló con ahínco
para conseguirle un premio a la película, pero los demás componentes del
jurado, que presidía Giorgio Strehler, no se mostraron afines y Cecilia se
quedó sin premio alguno. Gabo cogió un cabreo de mil pares de diablos y culpó
públicamente al presidente del Festival, Favre Le Bret, de haber presionado al
jurado para que no premiaran la película cubana, lo cual fue desmentido por los
demás jurados, entre los que estaban Sidney Lumet y Geraldine Chaplin.
Más comedido, pero también irritado, se mostró
García Márquez cuando un año después volvió a Cannes para apoyar la adaptación
de su novela La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada, que había dirigido el brasileño Ruy Guerra. Como tantas otras veces
ha ocurrido con películas basadas en su espléndida obra, esta también estaba
lejos de la magia original del autor y, como no gustó, García Márquez andaba
aquella noche de mal humor. A Pilar Miró, entonces directora general de cine,
se le ocurrió invitarle a cenar junto a algunos amigos –aunque el objetivo
principal que ella tenía era conversar con Víctor Erice, que acababa de
presentar en el festival y con éxito El sur, es decir la primera parte de esa
película que quedó truncada por decisión del productor, Elías Querejeta. La
Miró quería que Erice la terminara y para ello le ofrecía las ayudas oficiales
necesarias. Erice, resignado a que El sur solo fuera lo que en Cannes se había
presentado, rechazó la oferta–. Los demás invitados a la cena debíamos tratar
de consolar a Gabo de su aflicción por el desastre de Eréndira, y a mí también
me tocó hablar con él, tan alicaído como estaba el hombre. Le conté que había
estado en Macondo, o sea en su Aracataca natal, y que conservaba con cariño una
foto que allí me hicieron frente a un viejo almacén de madera donde con alguna
A destrozada por el tiempo, aún podía leerse bien claro el nombre del pueblo.
“Usted quiere caerme bien pero miente. No hay en Aracataca ningún lugar que
diga Aracataca”. Como lógicamente no tenía a mano la dichosa foto tuve que
callarme, pero cada vez que la veo pienso qué grandísimo escritor ha sido, pero
qué mal perder tenía… De cerca, algunas veces los genios desencantan al
vérseles tan humanos.
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Ideal.es
Granada – España
18 de abril de 2014
El día en que 'Gabo' perdió
el sentido del rídiculo
Ocurrió en el año 1950, cuando pisó por primera vez un
estadio de fútbol,
tal y como él mismo confesó en su primera y única crónica
deportiva
Colpisa
/ Afp | Ciudad de México
Gabriel García Márquez, premio Nobel de
literatura fallecido ayer, confesó en cierta ocasión que una visita a un
partido de fútbol le ayudó a perder "el sentido del rídiculo" y a
mirar la vida desde otra óptica. El 14 de junio de 1950, el 'Gabo' pisó por
primera vez un estadio de fútbol gracias a la insistencia de dos amigos que
lograron arrastrarlo a un partido de la liga colombiana entre el Junior de
Barranquilla y el Millonarios. Esta experiencia la plasmó en la que es
probablemente la única crónica deportiva en toda su obra escrita, descrita para
el diario 'El Universal' bajo el título 'El Juramento'.
"Alfonso y Germán no tomaron nunca la
iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que
ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno,
limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de
civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante
de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha
intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de
que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera
inaceptable: el sentido del ridículo".
Desde entonces, el autor de 'Cien Años de
soledad' se convirtió en hincha apasionado del Junior, y en varias ocasiones, a
su paso por Colombia, visitó la cueva del equipo "Tiburón". Ese dia
el Junior derrotó 2-1 al poderoso Millonarios, bautizado como los 'Dorados' por
contar con varios de los mejores jugadores del planeta, como los argentinos
Alfredo Di Stéfano, Adolfo 'El Maestro' Pedernera, Néstor Rossi y Julio Cozzi.
Observador agudo, el 'Gabo' le tentó el pulso
al partido, pese a confesar años después que su conocimiento del fútbol
entonces era bien escaso. "En primer término, me pareció que el Junior
dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la
cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto
que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad
correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como
comentarista de fútbol?)", apuntó el escritor colombiano en su poco
conocida crónica.
Aquella visita, cuando perdió "el sentido
del ridículo" y comenzó a ver el mundo con la óptica de un hincha ajeno a
los disparates del deporte, marcó el estilo del incipiente escritor y le nutrió
con las salvas imaginativas de sus novelas. "No creo haber perdido nada
con este irrevocable ingreso que hoy hago 'públicamente' a la santa hermandad
de los hinchas", escribió en su crónica.
'Gabo' no fue nunca un practicante activo del
deporte. De hecho, en el Instituto San José, de Barranquilla, al que ingresó
con 10 años, sus compañeros le bautizaron como 'El Viejo', por su seriedad y su
firme renuencia a practicar deportes.
Ni su gran amigo Fidel Castro, con todo u
poder de convencimiento, fue capaz de arrastrarlo a un partido de béisbol en el
estadio Latinoamericano, el templo de ese deporte en Cuba. Lo más que
consiguió, según testigos, fue llevarlo a una que otra pesquería en los cayos
cubanos.
Pero el 'Gabo', en vez de carrete, anzuelos y
carnadas, disfrutaba más "pescando" las palabras de Castro, o armando
el entramado de alguna jugada política, como hacer de mensajero personal del
Comandante al presidente Bill Clinton y al líder panameño Omar Torrijos.
García
Márquez en su buhardilla del Hotel de Flandre. Paris. 1957.
Foto de Guillermo Angulo
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