25 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 773



El Cultural
Madrid - España
3 de julio de 2014

Libros
Soledad & Compañía

García Márquez, una estrella
de rock en el pueblo
Un libro ahonda en la cara íntima del Nobel a través del testimonio
 de quienes le conocieron antes de convertirse en una celebridad

Por Alberto Gordo

Soledad & Compañía. Un retrato compartido de García Márquez (Debate) es un libro de entrevistas tan atípico que, entre sus protagonistas, apenas es posible hallar tres o cuatro voces que nos suenen. Los que hablan están por lo que dicen y por cómo lo dicen; no por lo que son. "Las voces son vivas e inmediatas –explica su autora, la periodista colombiana Silvina Paternostro, que durante meses recorrió media América Latina tras el rastro de todo aquel que hubiera conocido al Nobel–. Los oyes hablar como habla cada uno. El costeño habla como García Márquez pone a hablar a sus personajes, sale la formalidad de los capitalinos, la percepción norteamericana del escritor William Styron, la emotividad de Carmen Balcells cuando habla de García Márquez. Son voces vivas. Llegan directo. Es como sentarte a hablar con cada uno de ellos".

 
 Gabriel García Márquez en Barranquilla.(sic)

Es esto, quizás, lo más genuino de este perfil completo de Gabo que -podríamos decir- ni siquiera firma del todo su autora, pues ella se limitó a preguntar, a poner la grabadora y a escribir un prólogo. Es un libro que se deja hablar, un libro escrito entre muchos. Claro que hay que saber qué preguntar y, después, desaparecer. Y la periodista supo. Es como la apoteosis de la entrevista. Un largo e interrumpido, sincopado retrato múltiple y oral puesto por escrito. "Mi libro es muy diferente a una biografía -explica Paternostro, en relación al reto que suponía hacerle una a GGM después de la de, por ejemplo, Gerald Martin-. "Yo diría que mi libro es una fiesta divertida y las biografías son clases universitarias".

Paternostro parte la vida del escritor a la mitad, como con un hacha en forma de novela legendaria; hay un antes y un después de Cien años de soledad. Hacia atrás, comienza por sus padres, el telegrafista Gabriel Eligio García, y Luisa, la hija del coronel Márquez. Se habla, o mejor dicho hablan (los del pueblo) de sus primeros años en casa de los abuelos. De la muerte del coronel Márquez. De la marcha de Gabo a Bogotá, a estudiar derecho. De sus primeros cuentos en el periódico. De periodismo. De Barranquilla. De sus amigos. De personas que son este o aquel personaje de sus historias. De uno que le dio la idea para un relato. Hablan del éxito, también, pero desde un costado más íntimo, desconocido, y llega el libro hasta el final triste que todos conocemos. Hasta el último capítulo, acaso el más bello, que se abre con una frase del último García Márquez: "Es que yo no sé lo que pasó –le dijo una mañana a su amiga Gloria Triana, con ecos de ese mágico fraseo suyo– pero de un día para otro amanecimos todos viejos". Silvina Paternostro se dio cuenta, dice, de que Gabo es como una suerte de rock & roll star. "Es tan querido y tan icónico como John Lennon. Cuando menciono en Nueva York que acabo de publicar una historia oral sobre GGM todo el mundo se derrite", dice.

 
García Márquez, a finales de los sesenta. 
Esta fotografía ilustra la portada de Soledad & Compañía. Colita.

El libro surge de un encargo periodístico de la revista americana Talk, en 2001. El proyecto no salió y la periodista lo publicó por piezas en publicaciones como The Paris Review o la mexicana Nexos. En origen, Paternostro tenía que escribir una suerte de biografía corta (2.000 palabras) del Nobel colombiano, y lo tenía que hacer exclusivamente con testimonios, casi en bruto. "Yo les propuse que, en vez de entrevistarme con jefes de Estado, estrellas de cine, hombres de inmensas fortunas con los que a diario compartía [GGM], viajaría a Colombia a hablar con aquellas personas que lo conocieron antes de ser el legendario escritor latinoamericano". El resultado es que los personajes hablan, gritan, mienten como si llevaran siglos esperando a que se les preguntara. Tiene algo de relato desmitificador, sincero y, a ratos, sorprendente: "Claro que es un hijueputa –declara en una ocasión Quique Scopell, fotógrafo y compañero de Gabo en El Heraldo, en la década de los cincuenta–, pero tampoco lo puedo decir públicamente porque es un hombre que, primero, ya tiene sus méritos. Para mí tiene el gran mérito de la terquedad. Hombre terco que insiste, insiste, y dale y dale con la hijueputa novela, y dale y dale..."

En el núcleo de la biografía están los "mamadores de gallo", o los "mamagallistas", habituales, junto al escritor, de las tertulias más o menos literarias de un tugurio llamado La Cueva, en Barranquilla. La identidad de algunos de ellos trajo de cabeza a los gabólogos durante años, sobre todo después del cameo del grupo en Cien años, en donde figuran como amigos de Aureliano Buendía. Ese libro y su éxito parecen levantar aquí la polvareda de la envidia. Es difícil creer en Dios cuando uno lo conoció siendo humano. Para algunos, Gabo "es una hueva". "Gabito era lagarto. Lagarto es metiche, que se mete donde no cabe, que no es del grupo, que no encaja, alguien que se acerca a un grupo y lo ven por debajo (...) Gabito no era ni muy tomador ni muy mujeriego (...) Por eso le decía: "Ahí viene el lagarto de mierda ese pa´ hablar de literatura", recuerda uno, que ignoraba que si Gabo no bebía como ellos era porque no tenía dinero. "Beber poco era un desastre diplomático en la Barranquilla de aquella época", apostilla Gerald Martin, biógrafo del autor de El amor en los tiempos del cólera. Paternostro, que los entrevistó a todos, opina lo mismo: "A los mamagallistas de La Cueva de Barranquilla no les impresiona un escritor tanto como un tomador de trago".

Otro amigo, o examigo del escritor dice, en otro momento: "El Premio Nobel le hizo un daño a la literatura colombiana de putas, con García Márquez. Porque ahora todo el mundo quiere ser García Márquez. Entonces: ¡Ah noooo, si no lo dijo García Márquez entonces no es literatura!" Obsérvese que cuando se habla del Nobel, ya no es Gabo, ni Gabito. Es García Márquez: otro tipo, un escritor.

Cien años de soledad, como fenómeno incalificable, manda en este libro. La única que se tomó su éxito con cierta calma fue una amiga de la abuela de GGM, que dijo, cuando alguien aludió en su presencia al éxito internacional de la novela: "Ay, ¿quién iba a creer que el nieto de la Tranquilina fuera tan inteligente?". A Santiago Mutis le contó Tomás Eloy Martínez una anécdota reveladora. Fue una noche en Buenos Aires, una semana después de la publicación de la gran novela sobre los Buendía. "Fuimos al teatro -contó Martínez- y cuando Gabo entra, ¡el teatro se para y lo aplaude! Y ahí comenzó. ¡Y no ha parado! No paró. Nunca. Es decir, nunca lo dejaron solo".

Dice Gregory Rabassa, al principio, que sucedió como suceden los terremotos, que se sabe que van a pasar, pero no se sabe cuándo. "Y Cien años de soledad –concluye Paternostro– fue un terremoto que se sintió en el mundo entero".

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EL PAÍS
Madrid – España
25 de abril de 2014 

Gabo se cabrea

Por Diego Galán

Gabriel García Márquez fue jurado en el festival de Cannes en 1982, cuando se premiaron ex aequo con la Palma de Oro Desaparecido, de Costa Gavras y Yol, de Yilmaz Güney, ambas muy justamente. Aquel mismo año también competía la película cubana Cecilia, de Humberto Solás, basada en la novela de Cirilo Villaverde. Fue una producción ambiciosa, ambientada con lujo de detalles a mediados del siglo XIX, de casi tres horas de duración, en la que la oficialidad cinematográfica cubana se había volcado en exclusiva, a pesar de la coproducción con España, aplazando proyectos de otros cineastas, para su comprensible disgusto. García Márquez batalló con ahínco para conseguirle un premio a la película, pero los demás componentes del jurado, que presidía Giorgio Strehler, no se mostraron afines y Cecilia se quedó sin premio alguno. Gabo cogió un cabreo de mil pares de diablos y culpó públicamente al presidente del Festival, Favre Le Bret, de haber presionado al jurado para que no premiaran la película cubana, lo cual fue desmentido por los demás jurados, entre los que estaban Sidney Lumet y Geraldine Chaplin.

Más comedido, pero también irritado, se mostró García Márquez cuando un año después volvió a Cannes para apoyar la adaptación de su novela La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, que había dirigido el brasileño Ruy Guerra. Como tantas otras veces ha ocurrido con películas basadas en su espléndida obra, esta también estaba lejos de la magia original del autor y, como no gustó, García Márquez andaba aquella noche de mal humor. A Pilar Miró, entonces directora general de cine, se le ocurrió invitarle a cenar junto a algunos amigos –aunque el objetivo principal que ella tenía era conversar con Víctor Erice, que acababa de presentar en el festival y con éxito El sur, es decir la primera parte de esa película que quedó truncada por decisión del productor, Elías Querejeta. La Miró quería que Erice la terminara y para ello le ofrecía las ayudas oficiales necesarias. Erice, resignado a que El sur solo fuera lo que en Cannes se había presentado, rechazó la oferta–. Los demás invitados a la cena debíamos tratar de consolar a Gabo de su aflicción por el desastre de Eréndira, y a mí también me tocó hablar con él, tan alicaído como estaba el hombre. Le conté que había estado en Macondo, o sea en su Aracataca natal, y que conservaba con cariño una foto que allí me hicieron frente a un viejo almacén de madera donde con alguna A destrozada por el tiempo, aún podía leerse bien claro el nombre del pueblo. “Usted quiere caerme bien pero miente. No hay en Aracataca ningún lugar que diga Aracataca”. Como lógicamente no tenía a mano la dichosa foto tuve que callarme, pero cada vez que la veo pienso qué grandísimo escritor ha sido, pero qué mal perder tenía… De cerca, algunas veces los genios desencantan al vérseles tan humanos.


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Ideal.es
Granada – España
18 de abril de 2014

El día en que 'Gabo' perdió
el sentido del rídiculo

Ocurrió en el año 1950, cuando pisó por primera vez un estadio de fútbol,
tal y como él mismo confesó en su primera y única crónica deportiva

Colpisa / Afp | Ciudad de México

Gabriel García Márquez, premio Nobel de literatura fallecido ayer, confesó en cierta ocasión que una visita a un partido de fútbol le ayudó a perder "el sentido del rídiculo" y a mirar la vida desde otra óptica. El 14 de junio de 1950, el 'Gabo' pisó por primera vez un estadio de fútbol gracias a la insistencia de dos amigos que lograron arrastrarlo a un partido de la liga colombiana entre el Junior de Barranquilla y el Millonarios. Esta experiencia la plasmó en la que es probablemente la única crónica deportiva en toda su obra escrita, descrita para el diario 'El Universal' bajo el título 'El Juramento'.

"Alfonso y Germán no tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol, con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del municipal. El primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una manera inaceptable: el sentido del ridículo".

Desde entonces, el autor de 'Cien Años de soledad' se convirtió en hincha apasionado del Junior, y en varias ocasiones, a su paso por Colombia, visitó la cueva del equipo "Tiburón". Ese dia el Junior derrotó 2-1 al poderoso Millonarios, bautizado como los 'Dorados' por contar con varios de los mejores jugadores del planeta, como los argentinos Alfredo Di Stéfano, Adolfo 'El Maestro' Pedernera, Néstor Rossi y Julio Cozzi.

Observador agudo, el 'Gabo' le tentó el pulso al partido, pese a confesar años después que su conocimiento del fútbol entonces era bien escaso. "En primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo, mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?)", apuntó el escritor colombiano en su poco conocida crónica.

Aquella visita, cuando perdió "el sentido del ridículo" y comenzó a ver el mundo con la óptica de un hincha ajeno a los disparates del deporte, marcó el estilo del incipiente escritor y le nutrió con las salvas imaginativas de sus novelas. "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago 'públicamente' a la santa hermandad de los hinchas", escribió en su crónica.

'Gabo' no fue nunca un practicante activo del deporte. De hecho, en el Instituto San José, de Barranquilla, al que ingresó con 10 años, sus compañeros le bautizaron como 'El Viejo', por su seriedad y su firme renuencia a practicar deportes.

Ni su gran amigo Fidel Castro, con todo u poder de convencimiento, fue capaz de arrastrarlo a un partido de béisbol en el estadio Latinoamericano, el templo de ese deporte en Cuba. Lo más que consiguió, según testigos, fue llevarlo a una que otra pesquería en los cayos cubanos.

Pero el 'Gabo', en vez de carrete, anzuelos y carnadas, disfrutaba más "pescando" las palabras de Castro, o armando el entramado de alguna jugada política, como hacer de mensajero personal del Comandante al presidente Bill Clinton y al líder panameño Omar Torrijos.

García Márquez en su buhardilla del Hotel de Flandre. Paris. 1957. 
 Foto de Guillermo Angulo

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