EL HERALDO
Barranquilla
- Colombia
20 de
julio de 2014
Revista Latitud
Cuando García Márquez
ganó su primer premio literario
Por: Joaquín
Mattos Omar
Fue un golpe de inspiración, como lo definiría
él mismo.
Un día ocioso de los últimos meses de 1953, en
una agónica máquina de escribir puesta sobre el “escritorio descascarado” de su
oficina en la redacción del diario vespertino El Nacional, situado en la
esquina del Paseo Bolívar con la carrera 38, en Barranquilla –donde hoy día se
halla una estación de combustible–, el joven periodista y escritor Gabriel
García Márquez escribió de un tirón un cuento al que incluso le puso allí
mismo, una vez martillado el punto final, su título definitivo: “Un día después
del sábado”.
El cuento, no se sabe por qué, permaneció
inédito durante más de un año, atesorado en los archivos itinerantes del autor,
pese a que, según este mismo recordaría casi 50 años más tarde en su libro de
memorias, Vivir para contarla, es uno de los pocos que lo “dejaron satisfecho
desde la primera versión”. A mediados del año siguiente, instalado ahora desde
unos seis meses atrás en Bogotá, donde se desempeñaba como redactor del diario
El Espectador, García Márquez, de 27 años, decidió presentarlo a un concurso
convocado por la Asociación Nacional de Escritores y Artistas de Colombia y
patrocinado con la suma de mil pesos por uno de los socios de ese gremio, Luis
Guillermo Echeverri. Riguroso como ya era, tuvo antes el buen cuidado de
dedicar una noche a la labor de su corrección final.
El jurado estaba integrado por Rafael Maya,
Próspero Morales Pradilla, Daniel Arango, Hernando Téllez y José Hurtado
García, quienes eran entonces, salvo quizá el último, escritores colombianos
muy prestigiosos, tal como lo siguen siendo hoy día, en mayor o menor grado. El
joven García Márquez tenía pleno conocimiento de la idoneidad de este jurado y,
por ello, lo creía capaz de justipreciar la calidad de “Un día después del
sábado”. Su previsión no estuvo errada: el viernes 30 de julio de aquel año de
1954, a las 6:30 de la tarde, y tras decisión unánime de los cinco miembros del
jurado, su cuento fue públicamente declarado ganador del primer premio, entre
46 trabajos concursantes. Los premios al segundo y al tercer lugar fueron
otorgados a Guillermo Ruiz Rivas, por su cuento “Por los caminos de la muerte”,
y a Carlos Arturo Truque por “Vivan los compañeros”. La noticia fue registrada
al mismo día siguiente en primera plana, por EL HERALDO, su antigua casa
periodística.
Éste fue el primer premio obtenido por García
Márquez en su vida literaria; el galardón es, pues, muy significativo, no sólo
por ser el primero, sino porque no habrían de ser muchos –no más de seis o
siete– los que él recibiría en su larguísima carrera de escritor (y ello, ya se
sabe, por su propia voluntad, tomada en 1982, cuando ganó el Nobel).
Aquel primer premio de 1954, aparte de la
retribución económica que supuso, debió representar para el joven García
Márquez un gran estímulo literario, pues se trataba de un reconocimiento
nacional concedido por un grupo de expertos a su labor en el género del cuento,
que venía cultivando con intensidad desde 1947 y en el que, hasta entonces,
había producido 14 piezas, incluida “Un día después del sábado”.
El premio comprendió también otra importante
recompensa: la publicación del cuento en libro. En efecto, en ese mismo año,
impreso en Bogotá por Editorial Minerva, el Ministerio de Educación Nacional
sacó a luz el pequeño volumen Tres cuentos colombianos, que contenía las tres
piezas distinguidas, así como una introducción firmada por los miembros del
jurado calificador. Esa edición comportó también un hito en la carrera de
García Márquez: fue el primer libro que publicó, con independencia de que haya
sido en colaboración con otros dos autores.
Pues bien: este libro, Tres cuentos
colombianos, fue reeditado por primera vez en marzo de este año en Cali por
Fernando Jaramillo Echeverri y Manuel “Lucho” Berggrun, precisamente en
homenaje a los 60 de su primera edición. Fernando Jaramillo, manizalita
radicado en la capital del Valle del Cauca, es uno de los mayores gabólogos de
Colombia, creador y director del muy leído blog “Memorabilia GGM”, un
exhaustivo informativo dedicado por completo a “la vida y la obra del escritor
colombiano”. Esta nueva edición, que rescata del olvido un libro importante en
la bibliografía garciamarquiana y que “pretende ser el último homenaje en vida
que recibió Gabo” –según dice Jaramillo–, es una joya de colección, ya que, por
el formato, el papel, el diseño y los tipos de letra utilizados, que imitan en
todo a los de la primera edición, así como, incluso, por los errores
tipográficos, ortográficos y de sintaxis del texto original, que fueron
conservados, se trata de poco menos que una edición facsimilar.
“Un día después del sábado” es también el más
antiguo de los ocho cuentos que integran el primer libro en solitario de García
Márquez en ese género, Los funerales de la Mamá Grande (1962). Así es: de todos
los que escribió y publicó en periódicos y revistas entre 1947 y 1954
(producción que, según la crítica, integra la fase de su obra que se ha llamado
su “prehistoria literaria”), el único que él escogió (y, por tanto, que él
salvó, digámoslo así) para incluir en el citado libro es “Un día después del
sábado” (los otro siete cuentos del volumen fueron escritos con posterioridad,
entre 1958 y 1959) Es decir, “Un día después del sábado” marca la línea
divisoria entre su prehistoria y su historia literaria. (Esto es así a tal
punto que el crítico uruguayo Ángel Rama, en su ensayo “García Márquez: la
violencia americana” –recogido en el libro 9 asedios a García Márquez, Santiago
de Chile, 1969–, se refiere a este relato como “su primer cuento”).
¿Cómo es el cuento?
Escrito en una prosa cincelada, eufónica, pero
diáfana y austera, el cuento es la primera pieza narrativa de García Márquez
publicada en libro en la que ya aparece Macondo, así como algunos de los
personajes de este pueblo mítico-histórico, como Rebeca Buendía y Argénida, su
sirvienta; José Arcadio Buendía (el esposo ya muerto de aquélla), el coronel
Aureliano Buendía y el padre Antonio Isabel del Santísimo Sacramento del Altar.
Precisemos: el pueblo en que transcurre la
acción es innominado, pero varias claras evidencias (el nombre de su única
posada –“Hotel Macondo”–, los personajes mencionados, el asfixiante calor, la
estación del ferrocarril, el tren amarillo de cuatro vagones, el ya
desaparecido e interminable tren de la compañía bananera de 140 vagones)
indican que, sin duda, se trata de Macondo.
El cuento narra, en síntesis, la ocurrencia de
un insólito fenómeno en el pueblo, la precipitación mortal de una multitud de
pájaros a causa del intenso calor, lo que, por un lado, coincide con la llegada
de un muchacho que va de viaje hacia la ciudad para gestionar la pensión de su
madre y que tiene que quedarse en el villorrio porque lo deja el tren,
perdiendo así su equipaje y los documentos de la jubilación; y, por otro,
produce el “milagro” de que la viuda Rebeca y demás lugareños retornen a la
iglesia, a la que ya no asisten desde hace mucho tiempo, convocados por el
sermón del anciano párroco en el que interpreta la lluvia de pájaros muertos
como una consecuencia del paso por allí del Judío Errante.
Uno podría dilucidar el cuento en el sentido
de que la peste de los pájaros muertos es el costo que tiene que pagar el
pueblo para que se cumplan dos dones: la recuperación de la credibilidad por
parte del cura a quien creían con demencia senil y el resarcimiento del joven
forastero por la grave pérdida que ha sufrido, pues el padre decide regalarle a
éste todo el dinero del diezmo.
Lecturas e interpretaciones
Sin embargo, el jurado calificador que
distinguió el cuento, en el texto que se publicó como introducción del libro
Tres cuentos colombianos, y luego de cubrir de elogios la narración del joven
García Márquez por sus diversos méritos, le señala lo que llaman “una pequeña
falla”: “El abandono del símbolo obsesionante de los pájaros muertos que, por
su insistencia en toda la primera parte del relato, parecía iba a constituir el
misterioso elemento que condicionaría la acción interior y exterior de los
personajes. El símbolo quedó abandonado y el relato tomó otros cauces”.
Es curioso que, investigando en Internet,
hallé por lo menos la opinión de un lector que, apuntando en la misma
dirección, expresa también que al principio el cuento atrae por el interés de
saber la razón última de la muerte de los pájaros, pero que el final resulta
incomprensible o no convincente porque no resuelve esta intriga. Otra reseña
dice “que no queda muy clara la intención del cuento”. El reconocido escritor
Juan Gabriel Vásquez –uno de los cuatro conocedores de la obra de García
Márquez, junto con Fernando Jaramillo y los cuentistas barranquilleros Heriberto
Fiorillo y Paul Brito, a quienes consulté para este artículo– manifiesta
igualmente que “el cuento es valioso por su ambiente de inquietud y por sus
primeras tres o cuatro páginas, tan superiores al resto”, si bien no da como
razón explícita de ello la aparente desviación del cuento de su motivo inicial.
Brito también resalta su “desarrollo disperso más afín a la novela que al
cuento”; no obstante, dice que el fenómeno de los pájaros “sirve de hilo
conductor a las historias de tres personajes que apenas se tocan” y que “las
líneas narrativas y su clima existencial van concurriendo en un mismo núcleo de
angustia, como si un remolino apocalíptico las fuera succionando hacia el
infierno”. Por su parte, Ángel Rama, en el ensayo arriba citado, afirma que es
el pudor del autor, “que le veda entremeterse para forzar la mecánica
significante del cuento”, el que explica que sus partes estén “débilmente
vinculadas”, de modo que las entrega al lector para que sea éste quien
“recomponga el cuadro, encuentre su secreto”.
Por otra parte, todos coinciden en valorar “Un
día después del sábado” por su carácter anticipatorio de Cien años de soledad.
Así, Vásquez expresa que le “ha interesado siempre por lo que anuncia: el mundo
de Aureliano y José Arcadio Buendía, de una realidad contaminada por la
superstición”. Fiorillo, a su turno, ve en él “una pequeña muestra de lo que
sería el universo realista y mágico de Macondo, ampliado en Cien años de
Soledad”. Enseguida puntualiza: “Se trata de un fresco inicial de Macondo, como
se llama el hotel, una situación contada desde la perspectiva y la experiencia
de varios personajes, con el lenguaje seductor y magistral de Gabito, que
parece buscar el camino hacia la creación y narración de un espacio cohabitado
por vivos y muertos”. Y agrega que ese material él lo “había consignado ya con
seguridad en su mamotreto La casa”. Por su parte, Brito dice: “Hay varias
imágenes, personajes, ambientes e incluso giros lingüísticos que me remiten a
la misma Cien años de soledad”. Y, en su ensayo, el uruguayo Rama es
contundente: “En ese cuento está fijado el designio de su obra posterior”.
Me parece importante, sin embargo, señalar una
diferencia entre “Un día después del sábado” y Cien años de soledad: mientras
que en la gran novela, los personajes asumen lo sobrenatural como algo normal y
cotidiano, en el cuento, tal como dice Vargas Llosa en Historia de un deicidio,
todos los personajes “defienden lo real objetivo, se oponen a la inserción de
lo imaginario en su mundo”.
Vásquez anota una diferencia de otro orden:
“Para mí, como escritor, el cuento tiene además una gran virtud: sus
imperfecciones. Leerlo y leer después Cien años de soledad es darnos cuenta de
la diferencia entre un escritor talentoso y un genio”.
“Gabito, el laureado”
Salvo por sus amigos y algunos miembros de los
círculos literarios, García Márquez era, en 1954, poco conocido en Colombia
como autor de ficción; tampoco lo era tanto como periodista, no obstante que
desde febrero de ese año era redactor de planta de El Espectador, pues su fama
como tal se la darían sus grandes reportajes, que sólo empezaría a publicar a
partir de agosto.
Dicho esto, hay que señalar que Ángel Rama, en
el mismo texto aquí citado, afirma que el premio otorgado a “Un día después del
sábado” proyectó “el nombre de un periodista avezado al campo de las letras”.
Fernando Jaramillo es de la misma opinión: “Cuando a alguien lo publican en
libro –dice–, lo convierten en escritor. Antes es solo periodista”.
Jaramillo agrega que “el destello de fama” que
trajo consigo el premio desencadenó otros efectos positivos para el joven
autor: “Como resultado de su triunfo, le hacen la primera entrevista de su vida
en la emisora HJCK, de Bogotá, y el editor Samuel Lisman Baum le publica su
primera novela, La hojarasca, en mayo de 1955”.
A lo anterior hay que agregar que el gran
Eduardo Zalamea Borda, en su famosa columna de El Espectador, “La ciudad y el
mundo”, firmada con el seudónimo de Ulises, publicó una nota laudatoria (apenas
uno o dos días después de concedido el premio, pues EL HERALDO la reprodujo en
su página editorial el lunes 2 de agosto) en la que califica al joven escritor
de “auténtico talento literario, el más importante que haya producido el país
en los últimos años” y lo llama familiar y afectuosamente “Gabito, el
laureado”.
Cómo recordaba García Márquez el premio
García Márquez narra en sus memorias que el
premio obtenido por “Un día después del sábado” le representó “la gratificación
descomunal de tres mil pesos”. En este punto, sin duda, su recuerdo erró, y por
un amplio margen, pues, tal como lo consigna el texto suscrito por el jurado,
la suma que recibió fue en realidad de 500 pesos, lo que, sin embargo,
equivalía al 55% del muy buen sueldo que ganaba a la sazón en El Espectador:
900 pesos.
Otro dato equivocado que, en relación con este
premio, suministra García Márquez en Vivir para contarla es el relativo a los
miembros del jurado. Escribe en la página 543: “El jurado del concurso de
cuento eran Hernando Téllez, Juan Lozano y Lozano, Pedro Gómez Valderrama y
otros tres escritores y críticos de las grandes ligas”. En primer término, no
eran seis, sino cinco, como ya quedó dicho arriba; y en segundo término, como
quedó sobrentendido, de él no hacían parte Gómez Valderrama ni Lozano y Lozano;
en el caso de este último, su confusión tal vez fue causada por el hecho de que
Lozano y Lozano intervino en la ceremonia de premiación con un discurso
pronunciado en nombre del patrocinador Luis Guillermo Echeverri, quien se
hallaba fuera de Bogotá. (Hay que decir que, en este punto, no sólo García
Márquez como autobiógrafo se equivocó, sino también uno de sus principales
biógrafos, Dasso Saldívar, quien, en El viaje a la semilla, menciona como uno
de los jurados al poeta piedracielista Carlos Martín).
Y un tercer dato ya no equivocado pero sí
dudoso es el correspondiente a las fuentes literarias del cuento. Juan Gabriel
Vásquez, en el texto que leyó en el homenaje que le tributó la ONU a García
Márquez el pasado 5 de junio, declaró, en clara alusión a “Un día después del
sábado”, que los pájaros que allí caen muertos por culpa del calor son una
influencia de los pájaros que, en la novela Orlando, de Virginia Woolf, “se
mueren de frío en pleno vuelo” (esta filiación ya la había señalado también
Alfonso Fuenmayor en 1977). Sin embargo, el propio García Márquez, en sus
memorias, dice que vienen “de las lluvias de pájaros muertos de Nathaniel
Hawthorne”. Le pido una aclaración a Vásquez al respecto.
“Te diría que a ningún autor hay que creerle
cuando habla de sus influencias –explica–, y mucho menos a García Márquez, que
trató siempre de despistar a los críticos”. A continuación, añade: “Te diría
también que las imágenes del cuento beben de muchas fuentes, como sucede
siempre en literatura, y es posible que en el inconsciente del joven García
Márquez se mezclara Hawthorne con Virginia Woolf… y con Camus, además, porque
el comienzo del cuento (y en general el uso de los pájaros como suceso
misterioso) imita maravillosamente las estrategias de La peste, cambiando las
ratas por los pájaros. Hay frases que son virtualmente idénticas”.
Comentando estos errores e imprecisiones de
García Márquez, Fernando Jaramillo, citando el epílogo de la reedición de Tres
cuentos colombianos, dice:
– Aquí se hace más patente el epígrafe de sus
memorias: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.
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ILUSTRACIONES
DEL ARTICULO ANTERIOR
De los
archivos de MEMORABILIA GGM
Fotografía inédita de Gabriel
García Márquez,
en la buhardilla del Hotel del Flandre. Paris 1955.
Foto de Guillermo
Angulo.
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