LA REPPUBLICA
Roma – Italia
Traducido por El
Pais de España
Abril o mayo de
2014
Recibido del maestro Guillermo
Angulo. N. del E.
Todo lo que yo le debo
Por Alessandro Baricco
Todos morimos, pero algunos mueren más. Tardé poco en
entender, el jueves por la noche, que la desaparición de García Márquez no solo
era una noticia, sino un pequeño desliz del alma que muchos no olvidarán. Lo
entendí por los mensajes que llegaban, por sus frases que empezaban a llover y
rebotar por todos lados. Y eso que era bastante tarde, por la noche, en esas
horas en las que empieza a no caber nada más, en tu día, y si se atasca el
grifo lo dejas pasar y lo aplazas a mañana. Sin embargo muchos nos paramos, un
instante, y nos saltamos un latido del corazón.
Que luego, digámoslo, habíamos tenido años para
acostumbrarnos a la idea. Gabo se ha deslizado a la sombra despacio, con cierta
timidez, y, en el fondo, de la manera más gentil. Casi absurdo para uno que
había escrito la eterna e hiperbólica muerte de la Mamá Grande. Es como si
Proust hubiese muerto practicando esquí náutico. Pero, bueno, el tiempo para un
adiós indoloro él nos lo dio. Creo que muchos niños lo han leído, estos años, e
incluso amado, pensando que ya había muerto (al revés, chicos, a pesar de la
apariencia, no morirá nunca). Sin embargo, en el momento final, cuando se ha
separado de la vida, silenciosamente como un cromo de los futbolistas de un
álbum viejísimo, nos hizo daño, y así ha sido.
A los demás no sé, pero a mí me hizo daño porque yo, a García
Márquez, le debo un montón de cosas. Para empezar, los veinte segundos en los
que leí por primera vez las últimas líneas de El amor en los tiempos del cólera: tenía alrededor de treinta años
y creo que allí dejé, justo en ese instante y para siempre, de tener dudas
sobre la vida. Le debo a una frase suya, que un editor seguramente habría
cortado, la certeza de que si dios creó el mundo, los hombres luego crearon los
adjetivos y los adverbios, transformando una hazaña al fin y al cabo aburridita
en una maravilla (no, la frase la guardo para mí). Aprendí de él que escribir
es una cuestión de generosidad, un gesto sin vergüenza, una acción imprudente y
un reflejo desproporcionado: si no es así, lo que estás haciendo, como mucho,
es literatura. Descubrí, leyéndole, que los sentimientos pueden ser repentinos,
las pasiones devastadoras, las mujeres infinitas; que los olores no son
enemigos, las ilusiones no son errores, y el tiempo, si existe, no es lineal:
son todas cosas que no me habían dado como dotación cuando me enviaron a vivir.
Le estoy agradecido por la respuesta que, removiéndose medio dormido en su
hamaca, el coronel Buendía dio un día cuando le avisaron de que había llegado
una delegación del partido para debatir con él sobre la encrucijada que había alcanzado
la guerra: “Llévenlos donde las putas”. Y sobre todo: no conseguiré olvidarle
porque no he leído ni una sola página suya sin bailar. Incluso en las páginas
feas (las hay) no se deja nunca de bailar. No tenía que ver conmigo, yo no sé
bailar, pero él sí, y no había manera de hacerle parar. Y cuando se van
aquellos con quienes has bailado, metafóricamente o no, hay algo de tu belleza
que se va para siempre.
Debo decir también que durante años amé los libros de García
Márquez desde lejos, sin pisar nunca Sudamérica. Luego, una vez acabé en
Colombia. Fue un poco como acabar en la cama con una mujer con la que te
escribiste cartas durante años. Para entendernos, cuando a los colombianos les
citas la expresión “realismo mágico” se echan al suelo de las risas. En
cualquier caso no entienden qué significa. Porque lo que nosotros tratamos de
definir, ellos lo poseen como desarrollo normal de las cosas, paisaje atávico
del vivir, catalogación ordinaria de lo creado. Te paras a charlar diez minutos
con un camarero y ya estás en Macondo. Es que somos pobres y habitamos una
tierra complicada, me explicó una vez un poeta de allí. Así que las noticias no
viajan, el saber se derrite, y todo se lega en la única manera que no tiene
obstáculos y no cuesta nada: el relato. Luego, con cierta coherencia, me contó
esta historia verdadera (aunque verdadera, lo entendéis, allí es una palabra
bastante evanescente). Un pueblo de la costa, para la fiesta grande, contrata a
un circo de la capital. El circo se sube a un barco y pone rumbo al pueblo. No
lejos de la costa sin embargo naufraga: todo el circo se hunde, y las
corrientes se lo llevan. Dos días después, en un pueblo cercano (aunque
cercano, allí, significa poco porque si no hay una carretera que parte la selva
podrías estar a mil kilómetros), los pescadores salen a recoger las redes. No
saben nada del otro pueblo, nada del circo, nada del naufragio. Sacan las redes
y se encuentra un león. No se inmutan. Vuelven a casa. ¿Y hoy cómo les fue?, le
habrán preguntado al pescador, en casa, todos alrededor de la mesa, para la
cena. Como siempre. Hoy pescamos leones.
Nosotros esto lo llamamos “realismo mágico”. Entenderéis
bien que esos no entiendan. En fin, acabé en Colombia y entonces todo me
pareció final y cumplido. Sobre todo si se adentra uno en las selvas caribeñas
del norte, donde García Márquez nació y donde, invisible y sin fin, demora
Macondo. Los cuerpos, los colores, la naturaleza voraz, los olores, el calor,
los colores, la indolencia febril, la belleza exagerada, las noches, las
soledades, cada piel, cualquier palabra. Cuando volví, tuve que releer todo de
cero, y fue como escuchar de una orquesta una música que oí de una guitarra.
Ahí entendí que solo hay una manera de bailarla: sudando. Con la camisa
empapada, pues, seguiré bailando y no importa si el cromo se ha separado del
álbum: son detalles. Tengo los bolsillos llenos de frases de Gabo, y cuando
haga falta, en nada encontraré dos luces y un parqué sobre el que dejarme
llevar lejos.
*Alessandro Baricco es novelista y ensayista italiano.
** ** **
CaliViva
Cali – Colombia
Junio de 2014
Nº 21
El gabólogo caleño
Fernando Jaramillo Echeverri es un manizaleño afincado en nuestra
ciudad
desde hace 60 años, que estudió en el colegio Berchmans
y luego se dedicó a las ventas especializadas.
Casado y tiene tres hijos Constanza, Rodrigo y Hugo.
Gracias a su padre Hugo Jaramillo ‘Harry’, que era un
destacado periodista nacido en Sevilla, Valle del Cauca, y que trabajó en
diferentes medios de Manizales, Bogotá y Santa Marta. Fernando se aficionó a
las crónicas de García Márquez lo que lo llevó con los años a convertirse en un
gabólogo reconocido
Esa afición, le permitió coleccionar a lo largo de su vida
114 entrevistas a GGM que publicó en un libro que se titula Para
que no se las lleve el viento. Gerard Martín, el gran biógrafo de
García Márquez coincide con Fernando cuando afirma que esa antología de
entrevistas es un texto esencial para poder comprender y conocer al Nobel
colombiano fallecido hace poco.
Fernando tiene además en su poder el primer ejemplar que se vendió en
Cali de la primera edición de Cien años de soledad –como lo
confirma Felipe Ossa– Hoy el libro lleva el autógrafo de García Márquez. El
libro impreso en 1967 que ya es una pieza de colección con un valor
absolutamente incalculable.
¿Por qué se aficionó
Fernando Jaramillo a Gabriel García Márquez?
Básicamente yo descubrí a Gabo leyendo los periódicos de
todo el país que mi padre llevaba a casa como ejercicio de información para su
trabajo. Un día me encontré en El Espectador un periodista que escribía muy
diferente a los demás y ese era García Márquez.
¿Entonces usted lo
descubre cuando escribía en El Espectador?
Si, y eso me llevó a leer Relato de un náufrago en
los originales del periódico. Al momento de su publicación yo era lector del
comedor de internos del colegio en donde estudiaba en Medellín. Allí leí para
mis compañeros esas crónicas de Gabo. Desde allí empecé a coleccionar artículos
del periodista desconocido. Advierto que el relato no está firmado por GGM que
fue quien lo escribió.
¿Por qué no lo firmó
Gabo?
Porque está escrito en primera persona y porque estábamos en
una dictadura y en el relato había que decir cosas contra el gobierno.
¿En qué momento hace
contacto con García Márquez?
Fue en unas vacaciones de Semana Santa. Me di cuenta que
García Márquez estaba en Cartagena. Me fui para allá y le toqué la puerta, me
recibió y estuvimos sentados hablando como si fuéramos amigos de toda la vida,
durante cuatro horas.
¿Hace cuánto?
Eso fue en el año 1982. Después estuvimos charlando y
bromeando en el bar del Hotel Santa Teresa en Cartagena en 2006. Allí me firmó
el ejemplar de Cien años de soledad. Y la última vez que estuvimos juntos fue
almorzando en Cartagena en el homenaje que le hicieron con motivo de sus 80
años.
¿Usted es un
coleccionista de todo lo que se ha publicado sobre Gabo?
Sí, hasta donde he podido. Pero más importante es que esa
afición me ha conectado con personajes relacionados con Gabo como Jaime García,
su hermano, sus primos, con Gerald Martin, Dasso Saldivar, Daniel Samper, Jaime
Abello, Roberto Pombo. Gente así. La Universidad Tecnológica de Bolívar me dio
diplomado en Gabo. Por esa misma razón.
¿García Márquez era un
comunista, un izquierdista, un partidario de Fidel Castro?
Definir la posición política de Gabo es una cosa muy
complicada, incluso su hermano Jaime García Márquez me dijo: “Yo pido no
morirme sin tener la oportunidad de saber cómo piensa políticamente mi hermano
Gabito”.
Dicen que Gabo no fue
un buen colombiano y que por el contrario renegó de su país.
Eso no fue cierto. Si él tuvo alguna cosa mala que decir de
Colombia siempre la dijo dentro de Colombia y a un medio colombiano.
Vulgaridades como “esto es un país de mierda, lleno de hps”, no son palabras de
Gabo. Si él tiene que decir algo de ese calibre creo que tiene las suficientes
palabras para decirlo de otra manera.
¿Cuál fue el primer
libro que usted leyó de García Márquez?
El primero fue La hojarasca que me lo vendió en mi
casa Lino Gil Jaramillo, gran amigo de mi padre, que llegó con la colección
completa del Primer Festival del Libro Colombiano. Fue en 1959.
¿En su concepto cuál
es el mejor libro de Gabo?
El otoño del patriarca. Ese libro contiene conceptos políticos maravillosos.
Recuerdo que en la página 250 del libro sobre el dictador, su madre, Bendición
Alvarado, dice: “Si yo hubiera sabido que mi hijo iba a ser presidente, lo
mando a la escuela”
¿Y el peor?
Memorias de mis putas tristes. Pero no es tan malo como la
crítica hizo correr el rumor y todo el mundo se lo creyó. El libro tiene
excelentes análisis sobre la vida de una persona que ha vivido hasta los 96
años. Y muchos párrafos llenos de poesía, como es común en la obra de Gabo.
¿Cuándo Gabo da el
paso de periodista a escritor?
Fue en 1954 cuando gana el primer concurso literario de su
vida con Un día después de sábado.
Luego el Ministerio de Educación publica los resultados del concurso en un
libro titulado Tres cuentos colombianos. A raíz de ese premió le hacen su
primera entrevista en la emisora bogotana HJCK y como resultado de ambos
destellos de popularidad, Samuel Lisman Baum le pregunta a Gabo si tiene algo
escrito y le publica, a principios de 1955, La
Hojarasca que es su primera obra literaria. Allí se empieza a conocer como
escritor. Hace 60 años, como cosa curiosa.
¿Es usted editor de
libros verdad?
Si soy editor de libros y como tal hace dos meses, en
compañía de otro gabólogo, Lucho Berggrun, hice una reedición, que es una copia
fiel, del original de Tres cuentos colombianos. Ambos
tenemos la presunción de que este libro es el último homenaje que se le hizo a
Gabo en vida.
¿Fernando tiene
nietos?
Sí tengo tres. David el mayor y los mellizos Isabela y
Jerónimo
¿Ellos van a heredar
este tesoro?
Yo creo que esta colección hay que mandarla a una biblioteca
que tenga toda la organización para conservar unos libros que aparte de ser
históricos son muy valiosos y en manos de un particular se puede perder. Por
eso creo que debe estar en la Biblioteca Nacional de Colombia en un fondo
especial que se llame ‘Harry’, con el seudónimo del bisabuelo de mis nietos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario