ARCADIA
Bogotá – Colombia
2 de abril de 2014
Entrevista
"El periodismo pulió
al Gabo escritor":
al Gabo escritor":
Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson. EFE
Arcadia habló con el periodista norteamericano Jon Lee Anderson,
quien cerró el ciclo 'Celebrando a Gabo',
que durante el mes de marzo se llevó a cabo en la Luis Ángel Arango.
Por: Ricardo Castro
¿Qué le queda del
trabajo de García Márquez en su época de reportero?
Gabo como periodista era muy hombre de su época, era más
bien un cuentista. Tenía una veneración exacerbada por el oficio de escribir el
oficio porque el periodismo fue su plataforma para lanzarse como autor. He
conocido a otros como Gabo, que tienen una narrativa tejiéndose en el interior:
tú les cuentas que viste un doberman en la esquina y cuando se lo cuentan a
otro dicen que fue un elefante. Gabo es así. Eso es lo que diría yo: el
periodismo le sirvió a Gabo para pulirse como escritor, tanto de ficción como
de no ficción.
¿Sería distinta la
carrera periodística de García Márquez hoy?
Dependería en que edad lo pillaríamos y si volviera al
escenario teniendo 25 años.
Hoy en día el mundo es distinto y creo que le exigirían
otras cosas. Pero no lo sé. Es como preguntarse qué habría pasado si el Che
hubiese nacido obeso, pues no sé porque no nació obeso.
Se ha hablado mucho sobre los límites entre la realidad y la
ficción en el periodismo, y por supuesto, en la obra de García Márquez…
Es una línea delgada. Para no ahondar demasiado en esto, a
buen entendedor pocas palabras. Yo creo que su gran legado para el periodismo
es su adoración por el oficio y su esfuerzo para fundar la Fundación de Nuevo
Periodismo. Además ha conseguido ayudar a crear una escuela que no existía.
Pero no debemos perder de vista que no le exigían las mismas cosas, cuando
ejercía la profesión, que probablemente se exigen ahora.
Pero mira, si tu lees sus despachos desde Ginebra sobre la
cumbre de los 5 grandes para El Espectador, por ejemplo, cualquier colombiano
que leyera eso habría entendido que estaba mamando gallo en cantidad, pero a la
misma vez sabía que estaba recibiendo una versión de la realidad pero filtrada
por el ojo genial de Gabo. Y por eso lo aceptaron. Pero hoy el mundo es más
calvinista, y eso, quizá, no sería posible. Las normas han cambiado en estos
los últimos 60 años.
Han cosas que han
cambiado, pero hay cosas que permanecen...
Y también hay diferentes escuelas culturales. Yo diría que
hoy, este hemisferio se rige por la escuela norteamericana de periodismo, que
es un poco protestante, un poco calvinista y un poco inmisericorde. Esto de que
un fact, es un fact que no puede adornarse… y está bien pero siempre y cuando
las reglas del juego estén claras y explicitas. Yo diría como periodista que
hay que seguirlas, a menos de que uno les advierta a los lectores que no lo va
a hacer, o le guiña el ojo al menos. Pero había una época en la que no existían
esas normas. En otras épocas mucha de la información que una podía leer, con
algunas excepciones, era propaganda pura, propaganda oficial, occidental
inclusive, porque no fue solo en la URSS o en Alemania.
Hablemos de sus
perfiles y crónicas ¿cuánto suele tardarse en escribir uno de sus despachos
para el New Yorker?
El reporteo puede variar mucho, pero en general no me gusta
tardar menos de dos semanas. Le he hecho en menos, pero muy pocas veces, las
podría contar en una mano. Normalmente, si estoy trabajando bien y me acompaña
la suerte y el empeño, me demoro más o menos un mes de reporteo, luego son como
tres semanas de elaboración, ahí van dos meses, luego viene la parte de edición
y el chequeo de datos. Por eso yo hago como 3,5 cosas al año: porque me toman
tres o cuatro meses de trabajo.
¿Cree que disponer de
ese tiempo es un privilegio que se extingue?
Siempre me quieren decir esto. ¿Por qué en extinción? Yo
estoy aquí. Nunca ha habido tantos que lo hacen, siempre ha habido un solo New
Yorker. Nunca ha habido mucha oferta de este tipo, siempre ha sido para una
élite. Lo bonito de esto, que ahora llaman longform, o de largo aliento, es que
sirve como una especie de raíz para muchas otras cosas, de ahí se puede sacar
mucho, se pueden sacar muchas historias de diferentes géneros desde el cine al
teatro, al cuento corto, a la ficción.
En sus textos periodísticos las escenas son elocuentes para
la narración. El perfil de Gabo empieza por el carro blindado que usa para
transportarse en Bogotá, en el de Chávez empieza en el consultorio de su
siquiatra que lo compara con Bolívar, en la biografía del Che hay una lectura
de los astros… ¿Esconden una intención esas selecciones?
Es un instinto de que es una buena forma de empezar. Con el
Che, por ejemplo, lo del horóscopo fue una decisión tardía. Muy al final pensé que sería un buen
instrumento para agregar un poco de suspenso no ficticio a lo que era la vida
por venir, una nota de intriga inusual.
En el caso de Chirinos (el siquiatra de Hugo Chávez), era
tan inusual que un siquiatra rompiera el juramento hipocrático utilizando
pretextos para hablar del presidente de un país — y ojo, luego supe que era con
la anuencia del presidente—, me pareció que había una historia ahí que era
genial. Siempre quise comenzar por ahí
porque tenía el abanico de definiciones con que podía jugar para entrarle y,
además, él hacia la comparación con Bolívar que era la clave con Chávez.
En el caso del carro blindado con Gabo creo que comencé con
otra escena originalmente porque lo vi en varios lugares. Él tiene nueve casas en seis países y yo lo
vi en tres de ellos. Como escritor, mi desafío era afincarlo en un sitio porque
si bien lo vi en Madrid y Barcelona esa no es su tierra. Pude haber empezado
por ahí, diciendo que comenzó equis libro por allá en los años 70, pero
Colombia era un espacio muy llamativo. Se vivía una situación dramática y como
yo quería hacer un perfil político de Gabo me servía eso de ir con él desde su
casa en el norte hasta el centro en un carro blindado, con un ex guerrillero de
chofer… Tenía varios elementos para mostrar que Colombia era un país en
conflicto, y que este hombre, el Nobel, tiene una relación con el poder desde
hace mucho tiempo. Tenía todos los elementos que necesitaba para ayudarme en lo
que buscaba, que era finalmente un perfil político de Gabo.
¿Por qué es tan
importante ver al sujeto en tantos lugares?
Porque, por ejemplo, si hubiera entrevistado a Gabo así no
más, no hubiera conocido a un don Chepe, no habría sabido que tiene un Botero
del año 57 en el muro de su casa, que Mercedes fuma cigarrillos, que no sé qué,
que no sé cuánto… Todos los detalles de una vida que son los componentes
necesarios para un buen relato, para una buena historia.
Usted ha reporteado y escrito sobre varios de los conflictos
armados de las últimas décadas. Colombia cursa un nuevo intento por encontrar
una salida negociada al conflicto armado, y en las últimas semanas se han
planteado discusiones sobre el papel de las artes o de la cultura en escenarios
de posconflicto
¿Cree que ‘las artes’
tienen un papel en esto?
Según la cultura. Por ejemplo en algunas sociedades
africanas el dramatismo teatral ayuda a que la gente exorcice cosas en público,
lo he visto. Podría funcionar en un pueblo como Colombia, aunque no sé si en
Bogotá. Por supuesto que la cultura y las artes pueden ayudar a amenizar el
ambiente, si lo dejamos todo a los políticos y los economistas no se sanea muy
bien la sociedad. Yo creo que sí tienen un papel aunque el pacto de paz tiene
que ser hecho por los hombres de guerra y luego la sociedad como tal se tiene
que incorporar.
Un rumor por confirma
¿Es cierto que a Gabo una vez le pidieron un encargo para el New Yorker y no
pudo o no lo quiso hacer?
Creo que es una leyenda urbana. Lo que sí pasó es que
querían cambiar un dato fáctico y él se enojó, pero creo que al final sí lo
lograron publicar. Se enojó porque el factchecker era una ladilla. Imagínate
(ahora no recuerdo, pero antes sí sabía el dato exacto) que le dice ‘señor
Márquez tú dices que en el año 1931 en la madrugada en Aracataca el día
amaneció nublado, pero nosotros hemos visto en las cartas astronómicas del Instituto
no sé qué, que no es cierto, fue soleado. Hay que cambiarlo’ y él dijo: “¿Cómo
que cambiarlo?”. Fue algo así, un dato menor, pero estoy repitiendo sobre una
leyenda urbana otra leyenda urbana. Gabo no es un hombre de rencores, nunca,
nunca, quizá solo uno, pero no es un hombre vengativo, es un hombre generoso de
espíritu y a la larga termina bien todo.
Jon Lee Anderson y Fernando Jaramillo. Medellín 2013
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