GGM perdió a dos de sus mejores amigos en
menos de un año. Alvaro Mutis y Carlos Fuentes sus colegas más queridos en el
territorio de México. Aquí los recordamos reunidos en la pluma maravillosa de
Sergio Ramirez.
ELPAIS.com
Cultura - Babelia
Madrid - España
17 de enero de 2009
De guapos de tiempos idos
Carlos Fuentes recita a Dickens,
Gabriel García Márquez recuerda un bolero en una conversación que se prolonga
hasta el amanecer en una noche de amistad y literatura, una noche que sobrevive
a los años.
Sergio Ramírez*
"Cuando yo iba las primeras veces a México desde Managua como un
ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos de
asombro..."
Es
la más gloriosa calumnia
que
me han levantado...
Gabo
Una noche de hace tiempo en casa de José María Pérez Gay en la colonia
Roma de la ciudad de México la conversación en espiral alrededor de la mesa de
la cena se prolongaba en busca del amanecer, (en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros) y ahora Fuentes sostenía que los libros
verdaderos de cabecera son aquellos de los que uno puede recitar la primera
línea, y yo me acordé de que vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo, y me atajó Héctor Aguilar Camín: porque acá, no
aquí, vivía mi padre, y entonces Fuentes citó con el aplomo de sir Lawrence
Olivier en las tablas del Old Vic, It was
the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was
the age of foolishness, y siguió adelante con todo el párrafo inicial de Historia de dos ciudades, aquel libro
donde las parcas revolucionarias, hediondas a vino, tejen el destino de los
decapitados por la reluciente guillotina, la cabeza que cae en la canasta, y
luego con toda la página, a ver quién se le atravesaba con Dickens, antes que me hubiera apasionado por mujer
alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia, se oyó recitar
a Gabo, y un coro respondió: La Vorágine,
José Eustasio Rivera, y Gabo, con su voz bien acentuada de crupier de feria que
reparte los números de la lotería, agregó que mejor memoria había que tener
para la letra de los boleros, y con precisión ahora de relojero suizo que no
equivoca ni bielas ni contrapesos melódicos entonó Tú, que llenas todo de alegría y juventud y ves fantasmas en la noche
de tras luz, vete de mí, y miró a todos desafiante en busca de alguien que
adivinara el nombre del compositor, pero calló el coro, los compositores, dijo
Fuentes, porque son dos, Homero y Virgilio Espósito, y Álvaro Mutis, su mano
que alisaba la melena blanca, y que siempre hablaba de guapos de tiempos idos,
te acordás, Carlos, que cuando te presenté a Gabito que acababa de llegar desde
Nueva York con Mercedes, bien apaleados en un tren cogido en Nuevo Laredo, de
aquellos mismos viejos trenes del norte que en tiempos de Pancho Villa jadeaban
cargados de soldados y soldaderas, me dijiste: me parece raro este tipo, y
estalló Álvaro en carcajadas capaces de espantar el sueño de los vecinos de los
otros pisos en la alta madrugada, y que de aquel barrio quieto iban a
interrumpir el imponente y profundo silencio, y Chema, al que yo recordaba de
pelo largo hasta los hombros en nuestros días de Berlín, citó otra vez a
Heimito von Doderer, y entonces Álvaro, llamando cariñosamente Jaimito a
Heimito, expresó con otra carcajada la opinión de que se necesitaba el aliento
de un atleta de pentatlón para subir Las
escaleras de Strudlhof, la novela más célebre más ardua de Jaimito,y
preguntó Fuentes cómo Álvaro y yo nos habíamos conocido, y fue que Álvaro me
visitó en Managua en los años de la revolución para cobrar al gobierno en
nombre de la Paramount, de la que era agente, la deuda por unas películas
pasadas por el Sistema Sandinista de Televisión, le dije simplemente que no
teníamos dólares, no había dólares ni para las medicinas, no se preocupó, y más
bien terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la
fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el
zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama que Álvaro contaba con
sentimiento de poeta, porque era monárquico confeso, y de esa plática salió
convertido en un confeso monárquico sandinista, y me preguntó Álvaro con
vozarrón de ventarrón cómo había conocido yo a Fuentes, y conté que lo conocí,
pero no nos conocimos, en el año de 1971. Cómo es eso, preguntó Gabo, alzando
las espesas cejas de matorral. fue que en Viena asistí al estreno de Todos los gatos son pardos con María
Casares en el escenario. No, el estreno de El
tuerto es rey, terció Fuentes. Bueno, lo que sea, Fuentes estaba en un
palco lateral cercano al escenario con sus padres, ellos sentados y él de pie,
los brazos cruzados en el pecho, repitiendo los parlamentos con movimientos de
los labios como si fuera el director de escena o al menos el apuntador, en el
palco había también una mujer muy bella, una aparición o un falso recuerdo, y
abajo en la platea yo me hallaba sentado al lado de Carlos Monsiváis, veníamos
los dos de un congreso de juventudes en Salzburgo donde conocimos a Don Helder
Cámara y a Bruno Kreisky, y Monsiváis me prometió una entrevista al día
siguiente con Fuentes pero nada se pudo y luego se fueron los dos a Venecia a
presenciar la filmación que hacía Luchino Visconti de Muerte en Venecia, ya se sabe, con aquel Dirk Bogarde bajo el sol
de la playa del Lido maquillado por el barbero, en sus ojos la última visión
del bello ángel de la muerte que era Bjorn Andresen en el papel de Tadzio, pero
quién iba a decirlo, pasarían años, hasta los años de la revolución, cuando por
fin nos encontramos en Managua, la historia de una amistad mucho más vieja que
la que marca un primer encuentro porque la verdad es que nos conocimos en 1963,
o en 1964, a mis veinte años, cuando yo iba las primeras veces a México desde
Managua como un ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos
de asombro en una novela de Gógol, y tras bajar las escaleras de la librería El
Sótano cercana al Caballito, entre Juárez y Reforma, donde los libros se
exhibían sobre tablas sin cepillar como en una feria de remate, me hallé con el
breve tomo de Aura publicado por la
editorial ERA, que leí esa noche en mi habitación del hotel Regis, uno que
derribó el terremoto de 1985, desvelado y deslumbrado, y salí al día siguiente
en busca del número 815 de la calle Donceles, un patio muy oscuro, unas
escaleras ruinosas, una dirección que no existía, como un día busqué en Buenos
Aires el número 8 (sic) de la calle Corrientes, segundo piso, ascensor, que
tampoco existía, y propuso Fuentes de pronto a los de la mesa que cada quien
dijera cuál era su poema preferido de Rubén Darío, y Gabo, que estaba con la
barba en la mano meditabundo, dijo que el poema más grande que se había escrito
en lengua castellana era Lo fatal, y
entonces yo recité Y la carne que tienta
con sus verdes racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y
Gabo me corrigió: con sus frescos racimos, y hubo una discusión de si eran
frescos o verdes racimos, y fue Chema a la biblioteca por el libro
correspondiente y Gabo tenía razón, frescos racimos, y la tumba que aguarda con
sus fúnebres ramos y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos, y me miró
Héctor con desconsuelo, un nicaragüense no debería nunca equivocarse al citar a
Rubén Darío, si lo aprenden desde que van a la escuela de párvulos, y yo dije
entonces que no sólo los escolares, también recitan a Rubén Darío en las
cantinas, y le atribuyen poesías ajenas, de manera que los bohemios piensan que
El brindis del bohemio, que tanto le
gusta a Carlos Monsiváis, por mi madre, bohemios, era obra de Rubén Darío, pero
quien verdaderamente lo escribió es Guillermo Aguirre y Fierro, que nació en
San Luis Potosí, y ese poema pertenece a su libro Sonrisas y lágrimas, año 1942, dijo Fuentes, no, dijo Gabo, nació
en El Paso, Texas, en 1915, pero esa discusión quedó allí, y yo dije que esos
bohemios nicaragüenses empedernidos también pensaban, orgullosos de ser colegas
de Rubén Darío en la disipación y el vicio, que era suyo aquel otro poema sobre
guapos que igual recitan los declamadores, conversaban unos criollos de guapos
de tiempos idos, ayer hombres, hoy leyendas con temblor de aparecidos, parece
de Borges, dijo Gabo, pero es de Luis Escagria, dijo Fuentes, un poema gaucho,
quién más en el mundo sabe quién escribió El
brindis del bohemio, quién más conoce a un poeta que se llama Luis
Escagria, carajo, dijo Álvaro, y tras dejar estallar su carcajada hizo mutis
por el foro para acostarse en un sofá, como siempre lo hacía, y los últimos
ecos de las risas se escapaban, simbolizando al resolverse en nada la vida de
los sueños.
Y ya clareaba el día. -
*Sergio Ramírez (Managua, 1942)
es novelista. Ganador del Premio Alfaguara
con Margarita,
está linda la mar,
publicará el 4 de marzo El cielo llora por ti
** ** **
Letralia
Caracas – Venezuela
7 de octubre de 2013
Artículos y reportajes
Gabriel García Márquez
El Marqués Gabriel García
Por Dixon Acosta
¿Se puede decir algo nuevo sobre Gabriel García Márquez, que no hayan
expresado anteriormente biógrafos, cronistas, o allegados del escritor? Resulta
un grato descubrimiento encontrar un dato que posiblemente el mismo autor
desconozca.
Como expresarían periodistas y medios de comunicación, cuando lanzan
las primicias noticiosas, estoy en capacidad de informar que el Premio Nobel de
Literatura del año 1982 pertenece a la nobleza a pesar de sus convicciones
ideológicas. Aunque uno no se imaginaría a García Márquez defendiendo a la
institución monárquica como lo hacía Álvaro Mutis, puede que su ardiente sangre
caribeña tenga tintes azules.
La vida del autor colombiano es tan fascinante como su obra, da para
muchas anécdotas, incluso indirectas y no provocadas por él mismo, como la que
le escuché al escritor y traductor egipcio Ahmad Yamani hace algunas semanas
durante el lanzamiento en Abu Dhabi del libro Diez poemas colombianos,
selección lírica que tradujo Yamani al idioma árabe, en un esfuerzo editorial
para divulgar la literatura colombiana en los países del Golfo Arábigo
concretamente.
En medio de un ameno diálogo literario concertado en la Embajada de
Colombia en los Emiratos Árabes Unidos, entre el poeta y profesor colombiano
Juan Felipe Robledo y el mencionado Ahmad Yamani, quien reside en España, este
último explicaba que en el mundo árabe no se conoce mucho de la rica literatura
colombiana, básicamente a García Márquez por tratarse de clásico universal,
cuya obra ha venido ganando terreno incluso en países que la tenían censurada
por motivos políticos o religiosos.
El detalle simpático es que cuando aparecieron los primeros títulos del
escritor colombiano publicados al idioma árabe, quien realizó la traducción
tomó el segundo apellido del escritor colombiano como Marqués y no como
Márquez, por lo cual algunos lectores de Oriente Medio y posiblemente de otras
latitudes del mundo creen que se trata del Marqués Gabriel García, otorgándole
al autor colombiano un título adicional a su laureada existencia, esta vez de
índole nobiliario.
Esto pone de manifiesto varios temas interesantes en un solo caso. Ante
todo la importancia de las traducciones y sus riesgos implícitos. Está visto
que una buena traducción incluso puede mejorar obras que en su lengua original
no son tan afortunadas, mientras que una mala traducción puede cambiar hasta la
identidad del escritor original. Así mismo la necesidad de tener siempre
presentes las tildes que hacen la diferencia en todas las palabras de nuestra
lengua castellana, incluidos los apellidos, algo que antiguamente los
profesores de gramática acentuaban en sus clases.
Así las cosas, sin proponérselo Gabriel García se incorpora al grupo de
escritores que han ganado un título nobiliario, bien sea por su origen como el
Conde Tolstoi o por su trabajo como el Marqués Vargas Llosa. Aunque en la
historia será difícil encontrar un parangón al caso de un escritor signado
tanto por su título, por su obra, sus pasiones personales y su apellido, como
ha resultado el Marqués de Sade.
Lo mejor del caso es que el título de Marqués se lo ha dado al caribeño
Gabo, como le llaman sus amigos, la literatura misma. Un episodio que
transcurre en el reino de la imaginación, ese rico patio de juego donde Gabriel
García Márquez suele divertirse.
Alguien dirá que la vida se encarga de demostrar que es capaz de crear
situaciones que sólo se le ocurrirían al rey del realismo mágico.
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