13 de octubre de 2013

MEMORABILIA GGM 697



GGM perdió a dos de sus mejores amigos en menos de un año. Alvaro Mutis y Carlos Fuentes sus colegas más queridos en el territorio de México. Aquí los recordamos reunidos en la pluma maravillosa de Sergio Ramirez.

ELPAIS.com
Cultura -  Babelia
Madrid - España
17 de enero de 2009

De guapos de tiempos idos

Carlos Fuentes recita a Dickens, Gabriel García Márquez recuerda un bolero en una conversación que se prolonga hasta el amanecer en una noche de amistad y literatura, una noche que sobrevive a los años.

Sergio Ramírez*

"Cuando yo iba las primeras veces a México desde Managua como un ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos de asombro..."

Es la más gloriosa calumnia
que me han levantado...
Gabo

Una noche de hace tiempo en casa de José María Pérez Gay en la colonia Roma de la ciudad de México la conversación en espiral alrededor de la mesa de la cena se prolongaba en busca del amanecer, (en todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros) y ahora Fuentes sostenía que los libros verdaderos de cabecera son aquellos de los que uno puede recitar la primera línea, y yo me acordé de que vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo, y me atajó Héctor Aguilar Camín: porque acá, no aquí, vivía mi padre, y entonces Fuentes citó con el aplomo de sir Lawrence Olivier en las tablas del Old Vic, It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, y siguió adelante con todo el párrafo inicial de Historia de dos ciudades, aquel libro donde las parcas revolucionarias, hediondas a vino, tejen el destino de los decapitados por la reluciente guillotina, la cabeza que cae en la canasta, y luego con toda la página, a ver quién se le atravesaba con Dickens, antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia, se oyó recitar a Gabo, y un coro respondió: La Vorágine, José Eustasio Rivera, y Gabo, con su voz bien acentuada de crupier de feria que reparte los números de la lotería, agregó que mejor memoria había que tener para la letra de los boleros, y con precisión ahora de relojero suizo que no equivoca ni bielas ni contrapesos melódicos entonó Tú, que llenas todo de alegría y juventud y ves fantasmas en la noche de tras luz, vete de mí, y miró a todos desafiante en busca de alguien que adivinara el nombre del compositor, pero calló el coro, los compositores, dijo Fuentes, porque son dos, Homero y Virgilio Espósito, y Álvaro Mutis, su mano que alisaba la melena blanca, y que siempre hablaba de guapos de tiempos idos, te acordás, Carlos, que cuando te presenté a Gabito que acababa de llegar desde Nueva York con Mercedes, bien apaleados en un tren cogido en Nuevo Laredo, de aquellos mismos viejos trenes del norte que en tiempos de Pancho Villa jadeaban cargados de soldados y soldaderas, me dijiste: me parece raro este tipo, y estalló Álvaro en carcajadas capaces de espantar el sueño de los vecinos de los otros pisos en la alta madrugada, y que de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente y profundo silencio, y Chema, al que yo recordaba de pelo largo hasta los hombros en nuestros días de Berlín, citó otra vez a Heimito von Doderer, y entonces Álvaro, llamando cariñosamente Jaimito a Heimito, expresó con otra carcajada la opinión de que se necesitaba el aliento de un atleta de pentatlón para subir Las escaleras de Strudlhof, la novela más célebre más ardua de Jaimito,y preguntó Fuentes cómo Álvaro y yo nos habíamos conocido, y fue que Álvaro me visitó en Managua en los años de la revolución para cobrar al gobierno en nombre de la Paramount, de la que era agente, la deuda por unas películas pasadas por el Sistema Sandinista de Televisión, le dije simplemente que no teníamos dólares, no había dólares ni para las medicinas, no se preocupó, y más bien terminamos hablando de la zarina Alexandra Fiódorovna, presa en la fortaleza de Ekaterimburgo y ejecutada por los bolcheviques con su esposo el zar Nikolái Aleksándrovich y toda su familia, drama que Álvaro contaba con sentimiento de poeta, porque era monárquico confeso, y de esa plática salió convertido en un confeso monárquico sandinista, y me preguntó Álvaro con vozarrón de ventarrón cómo había conocido yo a Fuentes, y conté que lo conocí, pero no nos conocimos, en el año de 1971. Cómo es eso, preguntó Gabo, alzando las espesas cejas de matorral. fue que en Viena asistí al estreno de Todos los gatos son pardos con María Casares en el escenario. No, el estreno de El tuerto es rey, terció Fuentes. Bueno, lo que sea, Fuentes estaba en un palco lateral cercano al escenario con sus padres, ellos sentados y él de pie, los brazos cruzados en el pecho, repitiendo los parlamentos con movimientos de los labios como si fuera el director de escena o al menos el apuntador, en el palco había también una mujer muy bella, una aparición o un falso recuerdo, y abajo en la platea yo me hallaba sentado al lado de Carlos Monsiváis, veníamos los dos de un congreso de juventudes en Salzburgo donde conocimos a Don Helder Cámara y a Bruno Kreisky, y Monsiváis me prometió una entrevista al día siguiente con Fuentes pero nada se pudo y luego se fueron los dos a Venecia a presenciar la filmación que hacía Luchino Visconti de Muerte en Venecia, ya se sabe, con aquel Dirk Bogarde bajo el sol de la playa del Lido maquillado por el barbero, en sus ojos la última visión del bello ángel de la muerte que era Bjorn Andresen en el papel de Tadzio, pero quién iba a decirlo, pasarían años, hasta los años de la revolución, cuando por fin nos encontramos en Managua, la historia de una amistad mucho más vieja que la que marca un primer encuentro porque la verdad es que nos conocimos en 1963, o en 1964, a mis veinte años, cuando yo iba las primeras veces a México desde Managua como un ruso de las estepas llega a Petersburgo con los ojos abiertos de asombro en una novela de Gógol, y tras bajar las escaleras de la librería El Sótano cercana al Caballito, entre Juárez y Reforma, donde los libros se exhibían sobre tablas sin cepillar como en una feria de remate, me hallé con el breve tomo de Aura publicado por la editorial ERA, que leí esa noche en mi habitación del hotel Regis, uno que derribó el terremoto de 1985, desvelado y deslumbrado, y salí al día siguiente en busca del número 815 de la calle Donceles, un patio muy oscuro, unas escaleras ruinosas, una dirección que no existía, como un día busqué en Buenos Aires el número 8 (sic) de la calle Corrientes, segundo piso, ascensor, que tampoco existía, y propuso Fuentes de pronto a los de la mesa que cada quien dijera cuál era su poema preferido de Rubén Darío, y Gabo, que estaba con la barba en la mano meditabundo, dijo que el poema más grande que se había escrito en lengua castellana era Lo fatal, y entonces yo recité Y la carne que tienta con sus verdes racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, y Gabo me corrigió: con sus frescos racimos, y hubo una discusión de si eran frescos o verdes racimos, y fue Chema a la biblioteca por el libro correspondiente y Gabo tenía razón, frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos, y me miró Héctor con desconsuelo, un nicaragüense no debería nunca equivocarse al citar a Rubén Darío, si lo aprenden desde que van a la escuela de párvulos, y yo dije entonces que no sólo los escolares, también recitan a Rubén Darío en las cantinas, y le atribuyen poesías ajenas, de manera que los bohemios piensan que El brindis del bohemio, que tanto le gusta a Carlos Monsiváis, por mi madre, bohemios, era obra de Rubén Darío, pero quien verdaderamente lo escribió es Guillermo Aguirre y Fierro, que nació en San Luis Potosí, y ese poema pertenece a su libro Sonrisas y lágrimas, año 1942, dijo Fuentes, no, dijo Gabo, nació en El Paso, Texas, en 1915, pero esa discusión quedó allí, y yo dije que esos bohemios nicaragüenses empedernidos también pensaban, orgullosos de ser colegas de Rubén Darío en la disipación y el vicio, que era suyo aquel otro poema sobre guapos que igual recitan los declamadores, conversaban unos criollos de guapos de tiempos idos, ayer hombres, hoy leyendas con temblor de aparecidos, parece de Borges, dijo Gabo, pero es de Luis Escagria, dijo Fuentes, un poema gaucho, quién más en el mundo sabe quién escribió El brindis del bohemio, quién más conoce a un poeta que se llama Luis Escagria, carajo, dijo Álvaro, y tras dejar estallar su carcajada hizo mutis por el foro para acostarse en un sofá, como siempre lo hacía, y los últimos ecos de las risas se escapaban, simbolizando al resolverse en nada la vida de los sueños.

Y ya clareaba el día. -

*Sergio Ramírez (Managua, 1942)
es novelista. Ganador del Premio Alfaguara
con Margarita, está linda la mar,
publicará el 4 de marzo El cielo llora por ti

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Letralia
Caracas – Venezuela
7 de octubre de 2013

Artículos y reportajes

Gabriel García Márquez

El Marqués Gabriel García

Por Dixon Acosta

¿Se puede decir algo nuevo sobre Gabriel García Márquez, que no hayan expresado anteriormente biógrafos, cronistas, o allegados del escritor? Resulta un grato descubrimiento encontrar un dato que posiblemente el mismo autor desconozca.

Como expresarían periodistas y medios de comunicación, cuando lanzan las primicias noticiosas, estoy en capacidad de informar que el Premio Nobel de Literatura del año 1982 pertenece a la nobleza a pesar de sus convicciones ideológicas. Aunque uno no se imaginaría a García Márquez defendiendo a la institución monárquica como lo hacía Álvaro Mutis, puede que su ardiente sangre caribeña tenga tintes azules.

La vida del autor colombiano es tan fascinante como su obra, da para muchas anécdotas, incluso indirectas y no provocadas por él mismo, como la que le escuché al escritor y traductor egipcio Ahmad Yamani hace algunas semanas durante el lanzamiento en Abu Dhabi del libro Diez poemas colombianos, selección lírica que tradujo Yamani al idioma árabe, en un esfuerzo editorial para divulgar la literatura colombiana en los países del Golfo Arábigo concretamente.

En medio de un ameno diálogo literario concertado en la Embajada de Colombia en los Emiratos Árabes Unidos, entre el poeta y profesor colombiano Juan Felipe Robledo y el mencionado Ahmad Yamani, quien reside en España, este último explicaba que en el mundo árabe no se conoce mucho de la rica literatura colombiana, básicamente a García Márquez por tratarse de clásico universal, cuya obra ha venido ganando terreno incluso en países que la tenían censurada por motivos políticos o religiosos.

El detalle simpático es que cuando aparecieron los primeros títulos del escritor colombiano publicados al idioma árabe, quien realizó la traducción tomó el segundo apellido del escritor colombiano como Marqués y no como Márquez, por lo cual algunos lectores de Oriente Medio y posiblemente de otras latitudes del mundo creen que se trata del Marqués Gabriel García, otorgándole al autor colombiano un título adicional a su laureada existencia, esta vez de índole nobiliario.

Esto pone de manifiesto varios temas interesantes en un solo caso. Ante todo la importancia de las traducciones y sus riesgos implícitos. Está visto que una buena traducción incluso puede mejorar obras que en su lengua original no son tan afortunadas, mientras que una mala traducción puede cambiar hasta la identidad del escritor original. Así mismo la necesidad de tener siempre presentes las tildes que hacen la diferencia en todas las palabras de nuestra lengua castellana, incluidos los apellidos, algo que antiguamente los profesores de gramática acentuaban en sus clases.

Así las cosas, sin proponérselo Gabriel García se incorpora al grupo de escritores que han ganado un título nobiliario, bien sea por su origen como el Conde Tolstoi o por su trabajo como el Marqués Vargas Llosa. Aunque en la historia será difícil encontrar un parangón al caso de un escritor signado tanto por su título, por su obra, sus pasiones personales y su apellido, como ha resultado el Marqués de Sade.

Lo mejor del caso es que el título de Marqués se lo ha dado al caribeño Gabo, como le llaman sus amigos, la literatura misma. Un episodio que transcurre en el reino de la imaginación, ese rico patio de juego donde Gabriel García Márquez suele divertirse.

Alguien dirá que la vida se encarga de demostrar que es capaz de crear situaciones que sólo se le ocurrirían al rey del realismo mágico.

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