MEMORABILIA GGM 678
"¿Qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de
contar historias se convierta en una pasión, que un ser humano sea capaz de
morir por ella: morir de hambre, de frío o lo que sea, con tal de hacer una
cosa que no se puede ver ni tocar y que, al fin y al cabo, si bien se mira, no
sirve para nada?"
Gabriel
García Márquez:
Yumbo - Colombia
3 de junio de 2013
Proyecto Gabriel García Márquez
ARTE Y LITERATURA EN
GABRIEL GARCÍA
MÁRQUEZ:
COLEGIOS EN DIÁLOGO ESTÉTICO
Con el fin de promover la obra del Nobel Gabriel García Márquez, en la
Sección Senior y en asocio con The University of Colorado - Denver (USA), se
llevó a cabo el primer encuentro de estudiantes de colegio para disertar sobre
la obra del Nobel. Se contó con la participación de los maestros Conrado
Zuluaga y Andrés Lema, procedentes de la institución asociada.
Conrado
Zuluaga y Andrés Lema (extrema derecha) compartieron en el Colegio Jefferson
sus conocimientos sobre Gabriel García Márquez.
Dado el interés que el Colegio Jefferson también tiene por el escritor
colombiano se logró la alianza y durante dos días estudiantes de varios
colegios y del Jefferson disfrutaron de esta propuesta.
Las obras que se trabajaron fueron
Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba y La hojarasca.
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Albertobatalla.blog.com
Cali –
Colombia
5 de
junio de 2013
Publicamos esta anécdota por cortesía
de Alberto Rodríguez donde narra su
experiencia personal con Gabo.
(N del E.)
Un encuentro con Gabo
Debió haber sido por allá en 1977. Era por
entonces estudiante de filosofía de la Universidad Nacional en Bogotá, aunque
mucho más que la filosofía, lo que me había atrapado por completo era la
reportería periodística. Trabaja en la revista Teorema, que ya para la fecha,
era la segunda más importante –en términos de circulación– después de la
revista Eco de Don Karl Bucholz.
La revista no tenía una división del trabajo
como las revistas modernas, departamentos de edición, de redacción, de
mercadeo. El puñado de izquierdistas que éramos, lo hacíamos todo: la
reportería, las notas, los editoriales, las fotografías, corregíamos los
textos en interminables reuniones, vendíamos la pauta,
contratábamos la impresión, hacíamos la diagramación, asistíamos a la impresión
en los talleres en que nos fiaban, y recibíamos los bultos de la revista
oliendo a tinta fresca. El momento que pagaba todo el esfuerzo, pero también
capaz de aguar la alegría, al momento de encontrar las erratas, que a todos se
nos habían pasado. Nos repartíamos la
edición entre todos y nos echábamos a la
calle, a las universidades, colegios, sindicatos, barrios, pueblos, librerías y
naturalmente a las concentraciones políticas, a vender el órgano de la “cultura
revolucionaria”.
Una noche en la que había salido solo a vender
la revista en el sector de Chapinero, andaba husmeando entre corrillos de
intelectuales, estudiantes nocturnos y mesas de café, en donde se arreglaba
entra tanda y tanda de tinto el mundo, y en las que a veces resultaba una buena
venta, cuando no era menester salir corriendo, para evitar un
"debate" con los contradictores políticos. Así que sin saber
exactamente cómo, llegué hasta el antiguo Teatro de la Comedia en la calle 62
con novena A, donde hoy está en el mismo local, el Teatro Libre de Chapinero.
Debió haber sido una obra de teatro la que se
presentaba, ya no lo recuerdo. La calle estaba atestada de autos y hombres y
mujeres elegantes. Una obra de cartel. Así que me situé en la entrada, y a cada
quien que ingresaba le iba ofreciendo la revista. Ya no era necesario explicar
de qué se trataba, bastaba decir Teorema. Costaba quince pesos.
De pronto se detuvo un carro negro frente al
hall del teatro, largo como una limousina, y descendió acompañado de alguien
más, Gabriel García Márquez, vestido con un impecable saco negro de terciopelo,
por el que entresalían las puntas de una camisa blanca. Sacó de su bolsillo
lateral lo que parecía un pase de
cortesía, eludió la taquilla y siguió. La obra había empezado hacía unos
cuantos minutos. Así que cuando llegó hasta donde yo estaba, le extendí la
revista mientras nos cruzamos una rápida mirada. El hombre se detuvo, hojeo
rápidamente la revista y luego del bolsillo interior del saco, de entre una
cartera de cuero negro, sacó veinte pesos y me los extendió.
–Es un obsequio – le dije – llévatela, me
haces un honor si la lees.
–Coño, no seas pendejo, si sigues regalando la
revista, se van a quebrar.
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