MEMORABILIA GGM 676
EL
TIEMPO
Bogotá – Colombia
26 de mayo de 2013
Mercedes
Por: GABRIEL SILVA LUJÁN |
En el caso de los García Márquez no hay duda de que la genialidad del
Nobel no se hubiera desplegado sin la paciencia, la ternura, la sabiduría y la
disciplina férrea de Mercedes.
Esta es una columna que no deberían leer mis compañeros de género.
Están advertidos. No les va a gustar. Los hombres somos una manada de
vividores, irresponsables, prepotentes e insensibles. El mundo no necesita de
nosotros.
Gracias a que existe el ser femenino hay esperanza para la humanidad.
Si no fuera por ellas, el caos y la locura se tomarían para siempre la
historia. Las mujeres no solo son la fuente de la sensatez sino que, además, no
alardean sobre el inmenso poder que silenciosa y efectivamente ejercen sobre los
destinos de todos nosotros.
Estas reflexiones me vinieron a la cabeza por una fotografía publicada
recientemente en este diario donde dos gigantes se daban un abrazo. Me refiero,
por supuesto, al expresidente de los Estados Unidos Bill Clinton y nuestro
Nobel, Gabriel García Márquez. Detrás de ellos, tratando de huir de la cámara,
sentada plácidamente observando estaba Mercedes Barcha, la esposa del gran
maestro de la literatura contemporánea.
Esta imagen capta de manera sencilla, pero elocuente, el carácter de
Mercedes y su papel en la vida de García Márquez. De todos los que aparecen en
la fotografía, ella es verdaderamente el centro de gravedad, el núcleo, la
fuerza. Clinton –presidente dos veces del país más poderoso de la Tierra– y
Gabo –el genio incuestionado– aparecen como dos niños retozando ante la mirada
complaciente y risueña de su madre.
Porque, desafortunadamente, para la mayoría de las mujeres la carga de
la maternidad no es nada al lado de la necesidad de ejercer el rol de madres
–severas y complacientes al mismo tiempo– con sus maridos. Yo lo reconozco sin
vergüenza. Gracias a ellas los hombres podemos, más o menos, sobrevivir y hacer
algo decoroso con nuestras vidas. Si no fuera por ellas, seguiríamos hasta el
día de la muerte como infantes patéticos andando de tumbo en tumbo.
Es una injusticia pero es ineludible. A las mujeres les toca no solo
responder por los actos de su propia vida sino también por los de sus hijos y
–peor aún– por los de sus esposos o compañeros. Es una carga bien pesada.
A veces ocurren circunstancias únicas donde dos seres, como Mercedes y
Gabo, se encuentran y son capaces –juntos– de cambiar la historia. Es cuando
bajo el comando sereno de una mujer excepcional el hombre puede florecer para
aportarle a la humanidad algo relevante. Pero que no se crean los machos que es
gracias a ellos. No somos más que un instrumento. Sin el virtuosismo femenino
seríamos como un Stradivarius colgado, mudo, en la pared.
En el caso de los García Márquez no hay duda de que la genialidad del
Nobel no se hubiera desplegado sin la paciencia, la ternura, la sabiduría y la
disciplina férrea de Mercedes. Uno siente y ve la mano de esa mujer aflorando
sutilmente en todos los momentos difíciles, y también en los estelares, de la
vida del escritor. Gabo se merece todos los homenajes, sin duda. Pero a su
esposa le adeudamos todos los reconocimientos.
Esos mismos reconocimientos son los que deberían recibir todas las
mujeres colombianas. No basta con aprobar leyes sobre la igualdad de género o
emitir fallos reivindicatorios. Todo eso está muy bien. Se trata de algo más
importante. Se trata de hacer de la vida cotidiana –en pareja y en familia– un
permanente y diario tributo de dignidad, respeto, admiración, amor y
agradecimiento a quienes con serenidad y abnegación garantizan que el mundo
siga rodando, que los hombres no seamos un permanente desastre y que los hijos
encuentren una segunda oportunidad sobre la Tierra.
[…]
** ** **
EL
UNIVERSAL
Cartagena de Indias - Colombia
Martes 26 de mayo de 2013
Mi encuentro con
Gabriel García Márquez
Por JUAN PABLO VALDERRAMA PINO
Para muchos, conocer al escritor colombiano ganador del premio Nobel no
sólo es una experiencia inolvidable, sino una manera de cacarear que estuvieron
cerca de algún famoso importante. Eso es sólo otro modo de pretender ir
arrastrado en la fama ajena, pero aún hay otros que logran ver la profundidad
del asunto.
Mi historia con Gabo es muy corta, duró tan sólo unas 3 horas, pero
indiscutiblemente cambié después de escuchar sus últimas palabras al momento de
la despedida. Son las 3:20 am
del 13 de mayo, hace 12 horas conocí a Gabriel García Márquez y siento la
necesidad de escribir sobre ese momento. ¿Por qué? ¿Acaso busco incrementar mi
fama a través de su nombre? Aunque la respuesta pueda parecer ser esa, debo
confesar que se trata de algo más profundo y menos egoísta. Precisamente no
conocí al García Márquez ganador del premio Nobel de literatura de 1982, conocí
a un Gabriel de 86 años que dejaba escapar la inocencia y la inexplicable
locura de un bebé anciano, un Gabriel teñido de hermosura y vejez. Varias horas antes de encontrarme con él
estaba estudiando un texto de Foucault, me encontraba desesperado y aburrido,
me siguen faltando muchas páginas para terminar de leer, estaba inquieto y no
sabía qué hacer. Me encontraba de frente contra la pantalla de mi computador,
tratando de leer y de repente escuché el grito de mi madre: -¡Juan Pablo,
cámbiate que vas a conocer a Gabriel García Márquez!
El joven escritor Juan Pablo
Valderrama con el Premio Nobel Gabriel García Márquez.
CORTESÍA
No entendí el mensaje cuando
lo escuché, no sabía si realmente me estaban informando sobre un encuentro con
aquel escritor famoso. Me levanté de mi escritorio y le pregunté a mi madre si
era cierto lo que decía.
(...)Me preguntaba qué significa conocer a un escritor tan famoso como
García Márquez. ¿Qué debo decirle? ¿Qué podría preguntarle? ¿Querrá hablar de
literatura? Me enfrenté a esas
preguntas hasta que apareció una muy interesante: ¿Qué importancia tiene si
solamente he leído un solo libro de él? Me di cuenta que no tenía ningún
fundamento para emocionarme por conocerlo. ¿A quién voy a conocer, a un
escritor o a un ser humano? Crónicas de una muerte anunciada es una buena
novela, no le di tanta importancia, sentí más bien que había cumplido un
objetivo en la lista de ser colombiano: Leer, al menos, una obra del Nobel.
(...) Cuando llegué al lugar de la tertulia, además de las personas que
acompañaban al escritor, me encontré con los ojos de un ser humano tranquilo,
viejo, misterioso y gracioso. Mis padres saludaban y yo me quedé de pie en
medio de la sala, Gabo me miró a los ojos, su mirada no era la de un escritor
viejo, sino la de un hombre especial. No podía llegar a él y darle la mano,
porque estaba sentado del otro lado de la sala, no me sentía capaz de ponerme
de pie y pasar a través de los demás para sentarme junto al Nobel, me sentía
como un intruso. Opté por saludarlo a la distancia moviendo mi mano izquierda
en el aire. Él me miró seriamente y me saludó con la mano también. Me senté en una silla mientras miraba a todos
los que hablaban. El Nobel guardaba silencio,
observando a los participantes de la reunión. Mercedes, su esposa,
fumaba cigarros de cajetilla mientras conversaba sobre películas de drama. Me
sentía raro, estaba rodeado de extraños que se mostraban profundamente
amistosos conmigo, hasta me ofrecieron comida.
(...) Al cabo de un rato la señora Piedad se levantó y me dijo que me presentaría al
Nobel, me llevó de la mano y me sentó justo al lado de un señor de cabello
blanco como su guayabera. Me dio la mano y sonrió, pero no pronunció palabra
alguna, volvió su mirada hacia su plato de comida y cortó un pedazo de carne.
No quise interrumpirle hasta que me preguntó: -¿De dónde salió todo esto?
No tenía una respuesta para ese cuestionamiento.
(...) Varias veces miré el rostro y las manos de García Márquez,
tratando de encontrar algo que decirle. No lo conocía y mucho peor era saber su
nombre y haber leído solo una obra de él.
Al rato me preguntó nuevamente por la comida, me dijo: -Donde voy hay
comida, siempre como, pero me he acostumbrado a comer de a poquito, pero como
todo el día. Es que tengo muchos amigos y todo es más fácil.
(...) Me sentía como Siddhartha junto al viejo del río. Como un niño al
lado de un sabio. No tenía ninguna esperanza de hablar sobre literatura, pero
él me hablaba de algo mejor. A través de sus palabras me hizo entender que
quería hablar de la vida. Le dije que es bueno tener muchos amigos y le conté
que yo también tengo muchos, que cada día al salir de mi casa voy saludando
conocidos a lo largo del camino a la universidad. Se rió en voz baja, no alzaba
la voz ni para hablar, al principio sonaba un poco ronco, pero luego se despejó
su garganta. Al rato me dijo que había un lugar donde todos eran amigos y se
ayudaban, era un lugar tranquilo donde todos lo trataban bien. Me tocaba
acercar un poco mi rostro a su oído para responderle, y él hacía lo mismo para
hablarme. De repente se emocionó y con sus manos hacía la forma de su casa y me
explicaba dónde podía encontrarla, cuando le dije que siempre he estudiado
cerca de su casa me dijo: -Eso está bien. Después de mirarme a los ojos me
preguntó dónde vivía yo y cómo era mi casa.
Le conté dónde vivo, al principio no sabía a qué me refería, pero
después se dio cuenta que conocía el barrio. Le dije que la casa queda frente a
la bahía y me respondió diciendo: -Sí, yo conozco eso, es muy tranquilo y
fácil. Tú sales y todo es fácil, todos se conocen y se ayudan.
No entendía por qué decía eso si precisamente la gran mayoría de
personas que conozco en esta ciudad, aunque saludan y se muestran, hasta cierto
punto, amigables, son en el fondo egoístas y velan por sus propios intereses.
-Siempre como, ahora tengo que ir a otro lugar, en ese lugar todo es
más fácil, ¿Sabes de dónde salieron todos estos muchachos?
Lo miré y le dije que todos llegaron para hablar y comer con él. En ese
momento trajeron un pudín de chocolate con vainilla y un flan, cuando Gabo vio
eso se alegró y dijo: -¡Qué sorpresa!
(...)
Le di la mano y le dije: -Nos
vemos. Sostuvo mi mano, me miró a los
ojos y dijo con alegría: -¡Todos los días!
Salí del apartamento pensando
en su respuesta. En la noche me
encontré con varios amigos y le conté a uno de ellos lo que García Márquez me
dijo: -¡Todos los días!
Todos los días. ¿Dónde?
¿Dónde lo veré? ¿En el espejo? Todos los días nos vemos en todas partes, cuando
cerramos los ojos y cuando los abrimos.
* Apartes de un artículo del joven escritor cartagenero autor del libro
reciente aparición: “Compartiendo un silencio”.
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