MEMORABILIA GGM
EL
PAIS
Cali – Colombia
10 de marzo de 2013
Algo debía andar muy mal desde que José Arcadio Buendía comenzó a creer
que el martes era lunes. Aquella vez entró al taller de su hijo Aureliano y le
preguntó qué día de la semana era. Martes, era martes. José Arcadio, sin
embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias eran las mismas
de la víspera dudó de la respuesta. Seguía siendo lunes, creyó. Y lo siguió
creyendo el miércoles. Y el jueves. Y el viernes. El calendario había perdido
todo sentido. Gabriel García Márquez, líneas arriba, se encargó de dejar
esclarecido el episodio en Cien años de
soledad: “José Arcadio Buendía nunca tuvo la menor duda de que seguía
siendo lunes”.
Y eso, claro, no es normal. Se llama ‘desrealización’. Y para que usted
y yo —que no somos psiquiatras— entendamos de qué se trata eso, el médico César
Augusto Arango saca de su bata blanca palabras sencillas: “es la alteración en
un individuo de la experiencia del mundo exterior que, de un momento a otro,
comienza a parecer extraño e irreal. Es una pérdida del contacto con la
realidad”.
El
psiquiatra César Augusto Arango es docente
de la facultad de medicina de la
Universidad Icesi. Foto: José Luis Guzmán
Sería ese el primer síntoma. La señal inicial de que el fundador de la
estirpe condenada a un siglo de soledad daba señas bruscas de un cambio en su
personalidad, en su forma de ser. No lo creyeron así sus hijos y Úrsula
Iguarán, su esposa, que aprendieron a convivir con esos y otros desvaríos, y
terminaron de asumirlos, seguro, como meros asuntos de la vida cotidiana.
No se alteraron cuando José Arcadio comenzó a dejarse de bañar o a
pasar días sin dormir. Nadie sospechó que fuera raro que la noche sorprendiera
al tipo hablando solo en los corredores de la casa o escondiéndose del fantasma
de Prudencio Aguilar, el hombre que había matado años atrás después de una
agitada pelea de gallos y que solía acecharlo lavándose la herida mortal con un
tapón de esparto.
Qué va: qué loco podía estar un hombre que se había echado al hombro la
responsabilidad descomunal de fundar un pueblo —nada más y nada menos que
Macondo—. Qué enfermo podía estar el gran patriarca, el artífice de la estirpe
Buendía. No señor.
En un mundo donde la sabiduría estaba en las manos y en los bebedizos
del gitano Melquiades y donde la gente podía enfermarse por igual de una gripa
que de la peste del olvido, qué de raro –¡por Dios!– podía ser dedicarse
durante días a estudiar el origen exacto del medio día, convertir en cenizas la
fortuna de Úrsula o atribuirse la teoría de que la Tierra es redonda.
En casa solo vinieron a advertir que José Arcadio no andaba en sus
cabales el día en que –como lo describe Gabo– “agarró la tranca de una puerta y
con la violencia salvaje de su fuerza descomunal” destrozó su taller de
orfebrería y el gabinete de daguerrotipia, “gritando como un loco endemoniado
en un idioma altisonante”.
Fue demasiado tarde. Muchos años después, frente a un árbol de castaño
del patio de la casa, todos comprendieron que algo había comenzado a andar muy
mal desde el día en que José Arcadio Buendía creyó, como que dos y dos son
cuatro, que el martes era lunes.
Del libro al diván
El psiquiatra César Augusto Arango-Dávila está sentado en su
consultorio de la Clínica Valle del Lili, donde es jefe del Área de Psiquiatría
y Psicología. Nacido en Sevilla, al norte del Valle, se graduó de médico
cirujano de la Universidad del Quindío, pero desde hace 20 años se enfrenta a
los misterios y desafíos de la mente humana a través de la psiquiatría. Es
doctorado en neurociencias. Una eminencia, dirán las abuelas.
La primera vez que se asomó a las páginas de la obra cardinal de Gabo
estaba en el colegio y fue, dice, una lectura bastante desprevenida. A Cien años de soledad volvería en otras dos oportunidades: mientras
estudiaba medicina y, más adelante, mientras estudiaba psiquiatría.
¿Cómo terminó José Arcadio sentado en su consultorio? ¿Cómo saltó con
éxito de las páginas al diván? Sería esa última vez que leyó la novela,
reflexiona ahora el médico, que cayó rendido ante la compleja personalidad del
patriarca. “No sé si García Márquez, mientras escribía en México, era
consciente de la enfermedad mental que estaba describiendo en su novela a
través de José Arcadio; de lo que sí estoy seguro es que un psiquiatra no
hubiera podido describir de forma tan magistral la ‘desrealización’ y los demás
síntomas de trastorno mental que fue sufriendo este personaje hasta el día en
que murió amarrado, por su propia familia, a un árbol de castaño”.
Ya era dueño de esa certeza cuándo, un año atrás, al médico Arango le
propusieron hacer parte de un proyecto editorial inusual: escoger a un
personaje de la literatura colombiana para analizarlo desde la psiquiatría. “Si
José Arcadio no tuvo duda de que el martes era lunes, yo no tuve duda de que el
personaje que debía analizar era el fundador de Macondo. Entre los personajes
de Cien años de soledad, pocos tan
fascinantes como él”, pensó.
Lo que siguió después podría llamarse la más larga consulta que el
psiquiatra Arango haya realizado en toda su carrera: como si tuviera a José
Arcadio frente a sus ojos, se dio a la tarea de desentrañar las razones de sus
miedos, sus delirios y sus empresas imposibles.
Ese análisis acabó convertido en un ameno ensayo de un poco más de 20
páginas y ese ensayo —‘El hombre que terminó amarrado a un árbol de castaño’—
en uno de los más atractivos de los que hacen parte del libro 12 personajes en
busca de psiquiatra.
Lo que se lee, pues, en esas líneas es el resultado de aquella larga
consulta con un personaje imaginario, pero tan real como cualquiera de sus
pacientes de carne y hueso: “Presenta una pérdida acelerada del contacto con la realidad. Su
inicial emprendimiento (fundar un pueblo) ha desembocado en un cúmulo de
iniciativas fantásticas, aunque de poca utilidad. Ha descuidado su aspecto
personal y dedica poca atención a su esposa y a sus hijos. Sufre alucinaciones
visuales y auditivas. Duerme poco, habla solo y, en ocasiones, en un lenguaje ininteligible.
El diagnóstico es esquizofrenia. Se recomienda intervención psicoterapéutica y
administración de anti psicóticos”.
“Tal vez Macondo aún existiría”
Doctor, ¿sí cree realmente que en
el caso de José Arcadio Buendía habrían sido útiles los fármacos?
Hay que partir de la idea de que lo que vemos aquí es un caso de
esquizofrenia no tratado. Es bastante probable que no terminara amarrado a un
árbol en el patio de la casa, de habérsele tratado a tiempo. Hoy en día ya
contamos con fármacos que ayudan a mejorar los síntomas y evitan que la persona
deba estar en una clínica psiquiátrica. Le ayudan a que pueda estar en su
comunidad, lo que hoy es indispensable en su rehabilitación.
Ya sabemos que el primer síntoma de su enfermedad fue negarse a creer
que los días seguían pasando, pero ¿qué otros episodios de la vida de José
Arcadio terminaron por alterarlo para siempre?
Sin duda, el asesinato de Prudencio Aguilar, a quien mata con una lanza
después de una pelea de gallos. Al verse derrotado, este le grita José Arcadio:
“A ver si ese gallo le hace el favor a tu mujer”, lo que hiere en lo más hondo
su virilidad. Y en la cultura Caribe la defensa de la virilidad es claramente un
asunto de vida o muerte...
Eso influyó, sin duda. Y le generó esa ambivalencia que fue el detonante
de su esquizofrenia. Si tenía relaciones sexuales con su mujer era malo porque,
al ser primos, se creía que los hijos podían nacer con cola de cerdo y no
hacerlo también porque era no poder ejercer su virilidad y su condición de
hombre. Por eso, una vez mató a Prudencio Aguilar, con esa misma lanza se fue
hasta donde su mujer para obligarla a despojarse de su cinturón de castidad.
Todos los seres humanos nos enfrentamos en algún momento de la vida a
situaciones de ambivalencia, pero lo normal es no quedarse en ellas. José
Arcadio, en cambio, no la pudo superar. Por culpa de ese asesinato, él se pasa
toda la novela tratando de reparar el daño causado iniciando empresas
imposibles. Cree, prácticamente, que debe salvar a la humanidad.
Aunque se trata de un libro de
ficción, usted reconoce que la descripción de la psiquis que Gabo hace de sus
personajes es magistral...
Yo no sé si García Márquez sabía lo que estaba describiendo. Si era
consciente de que con José Arcadio estaba contando la historia de un personaje
esquizofrénico; que Úrsula Iguarán terminó su vida con un cuadro de Alzhaimer o
que Fernanda del Carpio, tan ordenada y pulcra ella, claramente sufría de un
trastorno obsesivo compulsivo. En el caso de José Arcadio, la descripción que
hace Gabo es tan magistral que, sumado a la genialidad de su escritura, resulta
más agradable de leer que cualquier tratado de psiquiatría.
Si nos ponemos trascendentales, uno podría creer que en un país como el
nuestro, donde la salud es casi un lujo, no habría sido fácil un tratamiento
para José Arcadio...
La EPS cubre psicofármacos, hospitalizaciones y algunas consultas de
psiquiatría. Pero no psicoterapia; esa es una falla de nuestro sistema. En
Colombia solo acceden a servicio de salud mental el 13% de la población. Pero
lo que pocos saben es que Colombia tiene un altísimo índice de enfermedades
mentales. De cada 10 personas, 4 han sufrido, están sufriendo o van a sufrir
enfermedades mentales. Estamos hablando del 40% de la población.
Si eso es así deben ser muchos
los José Arcadio Buendía que han pasado por su diván...
Muchos. Muchísimos. La verdad es que en Colombia hacen falta muchos
psiquiatras, casi todos estamos concentrados en las ciudades y poco en los
pueblos. El 70% está en Cali, Bogotá y Medellín. Hay casos en los que hay un
psiquiatra por cada 600 mil habitantes. Y el estándar es un psiquiatra por 20
mil.
Siendo así las cosas, ¿sí habría
podido usted curar a José Arcadio Buendía?
No, en realidad no. Pero si José Arcadio hubiera sido tratado con psicoterapia
y medicamentos antipsicóticos, tal vez Macondo aún existiría.
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