MEMORABILIA GGM 654
Feliz cumpleaños, maestro.
Analisis Libre Internacional
Houston
– Texas - USA
February
27, 2013
Los apuros del “Gabo”,
un premio nobel intimidado por
Fidel
Por
José Rafael García García
Alrededor de la una de la madrugada,
desesperada por impedir la ejecución de su padre, Ileana, la hija de Tony De La
Guardia, fue a ver a García Márquez en su casa del Siboney. La joven fue
acompañada de su marido Ricardo Masseti, un argentino que trabajaba para el
Departamento América del Partido Comunista Cubano y que muy poco antes se había
desempeñado como ayudante de De La Guardia en Angola, hizo un esfuerzo de
última hora para pedir a Gabo que rogase a Fidel por la vida de su padre.
Conocían bien a Gabo, de varias reuniones con
Tony. Sabían que sí alguien podía salvar la vida de Tony a esta altura de las
cosas, era García Márquez. Pero cuando los dos llegaron a las cercanías de la
casa se tropezaron con media docena de soldados y un vehículo militar apostado
en la esquina.
Frente a la casa de Gabo había varios
vehículos más docenas de soldados, muchos de ellos con radiotransmisores
portátiles. Sólo Fidel tenía tanta escolta en Cuba. El líder cubano había
llegado primer. Ileana y su marido, sabiendo que serían detenidos si intentaban
acercarse más, resolvieron esperar a pocas cuadras de distancia.
Tony de
la Guardia el día de la boda de su hija Iliana (Izq.)
Fidel Castro había llegado a la casa de García
Márquez alrededor de la medianoche, como de costumbre sin anunciarse. Gabo
estaba sólo. Acababa de cenar y leía en la antesala de estar. El líder cubano
parecía irritado e inquieto. Los dos hombres se sentaron en un sofá frente a la
chimenea, dominando la habitación, y charlaron de cosas intrascendentes.
Durante la hora siguiente ninguno de los dos se atrevió a comentar la posible
ejecución del general de división Ochoa y del coronel Tony De La Guardia.
Fidel temía abordar el tema con Gabo. Sabía
que el escritor se oponía a la pena de muerte, como cuestión de principio, y
sobre todo en su aplicación a los cuatro oficiales cubanos. Gabo había dejado
entrever en conversaciones con altos ayudantes de Castro que deseaba ver
salvada la vida de los cuatro. Y Castro sabía muy bien que García Márquez era
íntimo amigo de Tony De La Guardia.
El coronel del Ministerio del Interior, un
pintor aficionado y amante de las artes, habías sido frecuente visitante de la
casa del Gabo. De hecho, Tony De La Guardia a menudo sentado en el mismo
asiento que ahora ocupaba Fidel. Un paisaje naif pintado por Tony colgaba en el vestíbulo de
la casa. Mientras Fidel y Gabo hablaban, el escritor se preguntaba sí el líder
cubano había reconocido el cuadro de De La Guardia al entrar a la casa esa
noche.
A partir de las 2.00 de la madrugada, Fidel
decidió retirarse. Gabo partía la mañana siguiente para Francia, donde tenía
una cita con el presidente François Mitterrand. Mientras los dos hombres se
despedían en la puerta principal, García Márquez abordó el delicado tema. Pidió
por la vida de los acusados del modo que a su juicio sería el más eficaz.
–No quisiera estar en tu pellejo. Porque sí
los ejecutan, nadie en la tierra creerá que no fuiste tú quien impartió la
orden– dijo Gabo.
Fidel
Castro apoyó la mano en el marco de la puerta, y miró pensativo a su amigo.
–¿Tú lo crees? ¿Tú crees que la gente lo verá
de ese modo?– preguntó Castro.
Castro creía ciegamente en la revolución que
él había creado, y no estaba acostumbrado a escuchar opiniones escépticas sobre
los controles y equilibrios de los
poderes en Cuba. Como todos los líderes que acaban creyendo en sus propias
campañas de desinformación. Castro pensaba que su régimen tenía todos los
mecanismos bien aceitados para controlar sus propios poderes. Poseía la lucidez
suficiente para saber que su gobierno estaba perdiendo popularidad, pero
atribuía esas dificultades a las campañas de sabotaje económico y propaganda de
la CIA. La idea de que su revolución se había convertido en una dictadura
militar en la cual todo dependía de los caprichos del comandante le sonaba como
una invención más de la propaganda enemiga.
De pie en el umbral de la casa, Gabo agitando
las manos para subrayar sus palabras, Fidel comenzó a explicar la equidad de
los procedimientos legales que habían terminado con el veredicto de la corte
marcial. Dijo que la opinión unánime del tribunal había sido que Ochoa y Tony
De La Guardia merecían morir. He consultado con todos los organismos de Estado,
y encuentro una abrumadora mayoría en favor del fusilamiento.
–¿No crees que ellos lo dicen porque piensan
que tú quieres eso?– preguntó García Márquez.
–No, no lo creo– respondió Fidel.
García Márquez estaba triste cuando Fidel se
despidió y se alejó. Estaba convencido de que el Consejo de Estado no salvaría
las vidas de Ochoa, Tony De La Guardia y sus ayudantes. Unos meses después al
reflexionar acerca de las ejecuciones y su conversación con Fidel en el umbral
de su casa, Gabo me dijo: –Yo conozco a muchos jefes de Estado, y hay una
constante en todos; ningún gobernante cree que le dicen lo quiere oír.
No hay comentarios:
Publicar un comentario