MEMORABILIA GGM 614
México D.F.
17 de octubre de 2012
Opinión
El
corazón de García Márquez
Por Javier Aranda Luna
El 10 de diciembre de 1982 en una Suecia festiva a pesar del frío
Gabriel García Márquez hizo uno de los más emotivos brindis dedicados a la
poesía, "la única prueba concreta de la existencia del hombre".
Prueba que cualquiera reconoce a simple vista desde hace centurias pero que muy
pocos han podido definir.
Se refirió a la poesía que le permitió al viejo Homero registrar el
viento que hizo navegar las numerosas naves inventariadas en la Ilíada, o la
que se encuentra en los tercetos de la Divina Comedia que condensaron esa
fábrica alucinante que fue el medievo o la que escuchamos en la voz de Pablo
Neruda, "el grande, el más grande" "donde destilan su tristeza
milenaria nuestros mejores sueños sin salida".
Brindis, en fin, por esa "energía secreta de la vida cotidiana que
cuece los garbanzos en la cocina y contagia el amor y repite las imágenes en
los espejos".
Gabo, según reportes de prensa, simplemente estaba feliz. Parecía vivir
un segundo nacimiento en aquel 1982 que para él no inició el primer día de enero
sino el jueves 21 de octubre a las seis de la mañana cuando su amigo Pierre
Snorri le telefoneaba en su calidad de viceministro de Relaciones Exteriores de
Suecia, para informarle que había ganado el Premio Nobel de Literatura.
Esa es la razón por la que se encontrababa ese 10 de diciembre hablando
de poesía en aquel país nórdico ante un público ávido de escuchar nuevos
sortilegios de aquel mago tropical que como en el Génesis bíblico parecía
destinado a nombrar las cosas por primera vez.
No es imposible que entonces, presionado por la curiosidad de miles de
personas por conocer los orígenes de este escritor que parecía y parece más
mago y poeta que novelista se obligara a recuperar del pasado a su abuelo,
platero de oficio, que con sus historias trepidantes hiciera arder como pocos
la imaginación del escritor siendo niño, como cuando lo llevó a conocer el
hielo por primera vez o como cuando le contó una escalofriante matanza en las
bananeras perpetrada por militares.
Si en 1967 Cien años de soledad lo había sacado de la
semiclandestinidad de unos cuantos lectores agradecidos para convertirlo en un
bestseller, 1982 coronaba el éxito de su carrera. Éxito que le saturaba el
teléfono y le impedia comer en cualquier parte por la cegadora luz de flashes y
reflectores que desde entonces lo persiguen.
El solitario placer de la escritura desembocó
en una perpetua plaza pública llena de bullicio. Si escribía para que
lo quisieran como dijo alguna vez, a Gabo, como le llaman sus amigos, se le
pasó la mano.
Treinta años han pasado de aquel premio tan celebrado por todo el
mundo. Premio que hizo que algunas estaciones de radio en Colombia
transmitieran el himno nacional después de dar cuenta de la noticia que lanzó a
los jóvenes a las calles y especialmente en ese Aracataca mítico que García
Márquez ha llevado a todos los rincones del planeta.
Los griegos de la antigüedad recordaban con el corazón, no con la
mente. Traían de nueva cuenta algo de su pasado a su agitado pecho y ya después
cer-nían sus razones con la razón de ese órgano definitivo.
No es una locura afirmar que Cien
años de soledad es el corazón de García Márquez, esa tierra donde sólo se
cultivan emociones y se da continuidad a la vida. Tampoco que su bombeo de
sístoles y diástoles habrá de sobrevivirlo. Pablo Neruda encontró en ese libro
que es muchos libros lo más original escrito después del Quijote y los lectores
comunes, la siempre nueva voz de un poeta que nombra al mundo por primera vez.
Hace 30 años le otorgaron el Nobel y hace 45 García Marquez nos sorprendió al
regalarnos la inverosímil saga de los Buendía dueños de un Macondo donde el
viento de la poesía sopla y brama y nos corta el aliento con sus historias que
se desbarrancan en sueños.
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EL
TIEMPO
Bogotá - Colombia
Octubre 18 de 2012
Columnistas
Matar
al mensajero
Por Óscar Collazos
collazos_oscar@yahoo.es
Memoria de mis putas tristes tiene un valor simbólico mucho más sutil que la grosera interpretación
de sus detractoras.
Memoria de mis putas tristes (2004), la última novela escrita por García Márquez, no es la mejor de
sus novelas "menores", pero sí la única que se ha visto envuelta en
una polémica que divide más a las mujeres que a los moralistas. Y todo nace de
un equívoco, ahora argumento militante: confundir la vida de los personajes de
ficción con la moral e ideología del escritor.
La obra de García Márquez ha sido mal leída como una apología de la
pedofilia. Y la querella ha sido mayor y más escandalosa cuando se empezó a
convertir en una película, la que se acaba de estrenar, dirigida por el danés
Henning Carlsen. Precedida por un rodaje accidentado y una producción a punto
de ser ruinosa, la película pudo sobrevivir a demandas, saboteos y otras
inquisiciones.
De nada ha valido el argumento literario que pide a los buenos lectores
hacer una distinción entre el autor y los personajes de sus ficciones. ¿Qué
haríamos, de no ser así, con el Dostoievski que creó al asesino Raskolnikov,
con el Nabokov que imaginó a la provocadora Lolita, o con el Flaubert que dio
vida a una adúltera llamada Emma Bovary?
La más discutible de las obras literarias de Gabo es la historia de un
hombre de 90 años que decide regalarse "una noche de amor loco con una
adolescente virgen" y acude a los servicios de la veterana Rosa Cabarcas,
dueña del burdel donde el nonagenario libró sus mejores escaramuzas de
putañero.
Mustio Collado, el anciano de García Márquez, evoca sus días de
solterón incorregible en una ciudad de principios del siglo XX. Ha vivido
"sin mujer ni fortuna" en "la casa colonial" que fuera de
sus padres, donde se ha propuesto "morir solo" y en su cama. García
Márquez reconoció que esta historia tuvo su primer pálpito en la lectura de La casa de las bellas dormidas, la
novela de Yasunari Kawabata. Pero la exótica belleza de este, con su código
milenario de mirada y objeto de deseo, parece arrabalero y sórdido en la
ficción del colombiano.
Lo que menos importa en esta historia de servidumbres prostibularias es
que "el animal jubilado" del anciano despierte "de su largo
sueño" o que la niña prostituida responda a las pretensiones de alguien
que cuenta "minuto a minuto los minutos" que le hacen falta para
morir. Lo que importa es "el primer amor" en su vida de noventa años.
Un amor más allá del tiempo convencional del amor; un placer superior, más allá
de la irrisión del placer comprado.
Uno de los recursos adoptados para burlar las querellas que enfrentaría
la película consistió en subir la edad de la protagonista. La Delgadina de 14
años es mayor de edad en la versión filmada. Un pequeño triunfo de las
inquisidoras. El triunfo grande sería la cremación de un libro que trata de lo
que han tratado muchos libros inspirados en la naturaleza equívoca del amor y
en las profundidades amorales de la condición humana. ¿Por qué no enterrar en
el desierto de la Guajira a la abuela desalmada que cobra con abyecciones el
"error" de su cándida nieta, niña prostituida?
Memoria de mis putas tristes fue escrita cuando García Márquez subía hacia el octavo piso de la
vida, después de haber cerrado el único tomo de sus memorias, publicadas dos
años antes. Hay costuras mal ajustadas en el libro: por un lado, la
autobiografía del solterón otoñal; por el otro, su abyecta aventura de burdel.
Pero la novela tiene un valor simbólico mucho más sutil que la grosera
interpretación de sus detractoras.
El tema de la novela es solo episódicamente la turbia sexualidad del
anciano. El mismo tema, sin el acento picaresco de Memorias de mis putas tristes, alumbra algunas páginas magistrales
de Cien años de soledad y El otoño del patriarca.
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LA
PATRIA
Manizales – Colombia
Octubre 18 de/2012
“Un
espermatozoide peripatético”
Por César Montoya
¿Qué quiso decir Gabriel Elicio cuando con esos términos hirientes se
refirió a su vástago tarambana, Gabriel García Márquez? ¿Lo vería, apenas, como
un potranco lujurioso? ¿Tendría de él una dimensión ridícula, catalogándolo
como un cuentero seductor?
Ese lanzazo despectivo, del padre contra el hijo, es una síntesis de la
desvergonzada vida crapulosa de Gabo, siempre en medio de prostitutas,
mantenido por ellas, compartiendo mendrugos con las mismas, mimado en el
escondrijo de cobijas pegajosas por el trajín de las parejas y por turno riguroso
sirviéndolas en sus apetitos fornicadores. Era Catalina La Grande una comadrona
regordeta, rectora de un sanedrín de locas. Allí, María Encarnación, su
querida, lavaba su ropa de miseria y con dificultad lisaba esos harapos. Gabo
llegaba extenuado a su guarida, en las horas del alba, después de cantar en un
club nocturno o liberado de una Comisaría por supuestas delincuencias veniales.
Las vampiresas eran premiadas con halagos. Les redactaba enmieladas cartas de
amor, engolaba su voz para los boleros en los conversatorios, y hacía precarios
condumios, entrepiernado con sus amantes de ocasión. Hizo suya la sentencia de
William Faulkner: "No hay mejor lugar para un escritor que un
burdel".
Es curioso: la vida de García Márquez está marcada por el sexo. Los
crímenes que por trifulcas en torno de varonas enmarañan sus relatos, la
procesión de los Buendías con sus enredos de faldas, el dictador que en el
otoño pastorea mancebas con furores uterinos, el amor vespertino entre
Florentino Ariza y Fermina Daza, las putas tristes, el delirio literario para
contar sus tormentosas travesuras con mujeres coronadas, exhiben la obsesión
del inmortal novelista por los jineteos afectivos.
Con cínico desparpajo, Gabo escribió: "Guardo buenos recuerdos de
prostitutas y escribo sobre ellas por razones sentimentales. Los burdeles
cuestan dinero, por lo que son lugares destinados a hombres más mayores. La
iniciación sexual en realidad empieza con las criadas, en casa. Y con las
primas. Y con las tías. Pero las prostitutas eran amigas mías cuando era joven.
Con las prostitutas, incluyendo a algunas con las que no me acosté, siempre he
trabado buenas amistades. Podía dormir con ellas porque era horrible dormir
solo. O podía no hacerlo. Siempre he dicho en broma que me casé para no
almorzar solo. Por supuesto, Mercedes dice que soy un hijo de puta".
Gabo tiene una marcada genética de liviandades sexuales. Su abuelo, el
coronel Nicolás Márquez, además de homicida, fue un faldero, saltarín de
talanqueras. Gabriel Eligio, su padre, fue denunciado ante los jueces penales
por violador. Debió enfrentarse a los abogados que lo acusaban, y a las madres
que reclamaban por el honor de sus hijas mancilladas. Era un trotamundos
desafortunado y en sus esporádicos regresos al hogar, dejaba en las entrañas de
Luisa Santiago, su esposa, sembrada la semilla de un hijo. Lo apodaban "el
semental".
¿Por qué esa fijación del sexo en la vida de García Márquez? ¿Por qué
ese retorno obsesivo a los amores livianos, a la narración embrujada de sus
peripecias como machucante, a esas desnudas historias de infidelidades, con
maridos cornudos y mujeres atrevidas, de vidas múltiples, relamidas y
ninfómanas?
Gabriel García Márquez es un personaje histórico. Resignado
administrador de un cáncer; alimentado, a veces, por desechos fermentados de
barril; recolector, para vender, de botellas y pasquines amarillentos;
visitante de arrierías con el hombro derecho vencido por el peso de las
enciclopedias que trataba de colocar a crédito en los ventorrillos camineros; apurando
bohemias y apostándole al azar; y después, mucho después, consentido de la
gloria, es el conocimiento que de él nos queda, después de leer la abultada
biografía escrita por Gerald Martin. Con estilo de encanto, con prosa fluida,
con penetrante digestión psicológica para entender el alma cósmica de quien es
par, con estilo diferente, de don Miguel de Cervantes.
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