MEMORABILIA GGM 558
MEMORABILIA GGM
Cali – Colombia
5 de marzo de 2012
Te hago llegar el
primer capítulo de mi libro de memorias
"MIS RECUERDOS DE
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ",
próximo a publicarse.
Recibe un abrazo de,
JOSÉ LUIS
DÍAZ-GRANADOS
Con nuestros
agradecimientos al autor.
De cómo un niño conoció
y se hizo amigo de García Márquez
Por JOSÉ LUIS
DÍAZ-GRANADOS
Poco antes de cumplir los 13 años, cursaba yo mi primer año
de bachillerato en 1959, y tenía por costumbre visitar los domingos por las
tardes a una tía política llamada Dilia Caballero de Márquez. Ella, mientras
realizaba sus oficios caseros, me ofrecía "Kola Román" con bizcochos
y me daba a leer recortes de periódicos de un sobrino suyo llamado Gabriel
García Márquez, entonces un joven escritor de 32 años.
Yo alcanzo a recordar ---estoy hablando de recortes de 1955 a 1959---, breves
entrevistas con este autor, con fotos que mostraban a un muchacho muy delgado
de cabello ensortijado y bigote negrísimo, envuelto siempre en grandes
bocanadas de humo de cigarrillo. Por entonces, García Márquez sólo era conocido
en los medios periodísticos, pues era un excelente reportero, que agotaba con
sus apasionantes crónicas las ediciones vespertinas de El Espectador. También
gozaba de algún prestigio en el estrecho grupo literario de la Revista Mito, que
dirigía el poeta Jorge Gaitán Durán y en los cafés y tertuliaderos del centro
de Bogotá. Entre los signos y las letras que rescato de las brumas de la
memoria de aquellos recortes, recuerdo frases de Gabito como éstas:
"...Yo no tomo licor sino cada siete años...”.
“Estudié dos o tres semestres de Derecho, pero no me acuerdo
de nada porque me la pasaba escribiendo cuentos durante las clases...”.
“Empecé a escribir una novela en 1950... No era La hojarasca
tal como está publicada...”.
“Yo estaba escribiendo una novela que se llamó La casa...”.
“Mi próximo libro se va a llamar Los catorce días de la semana...".
Entre junio y septiembre de ese año feliz, mientras caminaba
cada mañana hacia mi colegio, el niño tímido y solitario que era yo pensaba que
en lugar de ponerle atención a las clases de aritmética, castellano y
geografía, debería ponerme a escribir cuentos. El resultado inmediato fue un
relato que titulé precisamente La casa,
en donde narraba cómo un niño abandonaba el colegio y huía de su hogar en
compañía de un amiguito. Mi padre leyó el cuento y comentó que parecía un texto
“existencialista”. Es de anotar que en mundo cultural bogotano de entonces no
se hablaba sino de Sartre, Camus, Simone de Beauvoir y desde luego del
existencialismo.
Imitando al pie de la letra lo que doce años atrás había
hecho García Márquez cuando le llevó su primer cuento a Eduardo Zalamea Borda,
director del suplemento literario de El Espectador, (todo eso lo había leído en
los recortes de tía Dilia), me fui con mi relato a buscar al celebrado autor de
Cuatro años a bordo de mí mismo al viejo edificio del periódico. Zalamea, quien
tenía un asombroso parecido con James Joyce (por algo su seudónimo era
"Ulises"), me indicó que el director del suplemento ya no era él sino
Gonzalo González (GOG), amigo y paisano de Gabito. González, muy amable,
interrumpió su trabajo y leyó mi cuento, sin prometer nada. De pronto dijo en
voz alta: “Esto está mal: lo qué pasó la noche pasada...”. Tomó un lápiz y tachó.
Luego dijo: “Debería decir: lo que ocurrió la noche pasada”... Pero enseguida,
borró la tachadura y dijo para sí mismo: “De todas maneras está escrito por un
niño”.
Al domingo siguiente el cuento salió publicado en El
Espectador Dominical, con la alusión de que se trataba de un "texto
existencialista" y un dibujo de Héctor Osuna alusivo a un niño caminando
solitario por un camino pedregoso. No puedo describir la felicidad que sentí en
todo el cuerpo de mis trece años, ungido por el lamparazo de la fama en un
periódico nacional.
Una tarde de octubre, mi tía Dilia me llamó por teléfono y
me invitó a conocer a su sobrino Gabriel. Yo me quedé paralizado por la
emoción. “Él quiere conocerte ---me dijo---. Anota la dirección”. Tomé lápiz y
papel y escribí: “Carrera 4ª número 58-35”. A través del hilo telefónico pude escuchar
por primera vez la voz del escritor que decía a lo lejos: "Apartamento
202".
En menos de veinte minutos estuve allí. Timbré, mi tía Dilia
abrió la puerta y cuando pensaba encontrarme con un intelectual de aspecto
grave, con el ceño fruncido, suéter negro, pipa en los labios y sentado frente
a su máquina de escribir, hallé a un costeño sonriente de ojos pequeños y
vivos, vestido con chaqueta de lana azul oscura y bluyín, sentado sobre la alfombra
a los pies de Mercedes, su joven esposa, mujer de enigmática belleza que
sostenía en sus brazos a un niño de pocos meses.
Él me dijo, mostrando una amplia sonrisa:
–Muchacho: ¡volaste!.
Y yo me limité a entregarle tímidamente el recorte de mi cuento
La casa. Recuerdo que Gabito se
recostó sobre la alfombra, bocarriba, y lo leyó con mucha atención. Cuando
terminó me dijo muy serio:
–Está bueno el cuento. Pero no es existencialista.
Enseguida nos brindaron Coca-Cola con ponqué negro y
comenzamos a hablar en un ambiente cada vez más acogedor y desinhibido.
Esa fue la génesis de numerosas visitas dominicales al
futuro Premio Nobel. En ese entonces él trabajaba en la agencia cubana de
noticias Prensa Latina en Bogotá, cuya oficina quedaba en el último piso de un
edificio situado en la carrera séptima entre calles 17 y 18.
Recuerdo que la primera vez que fui a visitarlo a la
redacción encontré a un Gabito muy eufórico entre media docena de estudiantes,
mujeres y hombres fervorosos de la Revolución Cubana que iban y venían de un lado a
otro de la amplia sala de redacción, mientras hablaban y atendían numerosas
llamadas telefónicas.
De pronto oí que Gabo, hablando por el auricular con
Mercedes exclamaba:
–Mija, apareció Cienfuegos!.
Se trataba de una feliz noticia que desafortunadamente fue
desmentida horas después. La verdad era que el avión del Comandante Camilo
Cienfuegos había caído al mar.
Durante los meses siguientes continué visitando a Gabito
casi todos los fines de semana a en su apartamento de Chapinero Alto, desde
cuyos ventanales se dominaba la mejor panorámica de Bogotá. En días hábiles lo
buscaba en su oficina y le enseñaba mis incipientes cuentos y poemas,
interrumpiendo su trabajo de Prela (como llamábamos cariñosamente a Prensa Latina).
Mi existencia se había convertido en una extraña mezcla de vida estudiantil y
fantasía literaria.
Recuerdo que una tarde salimos de su oficina a las cinco de
la tarde y Gabo me invitó al Café "Tampa", situado frente a Prensa
Latina, hoy inexistente. Durante una conversación que duró varias horas en la
que tomamos muchas tazas de café tinto y de té con leche, Gabo se explayó sobre
las luces y las sombras del oficio literario. Me recomendó leer a Dickens, a
Faulkner y a Hemingway y en este último se detuvo explicándome en detalle la
estructura formal y el universo secreto de La
vida feliz de Francis Macomber, Un
gato bajo la lluvia y Campamento
indio. También me sugirió con entusiasmo leer los cuentos de El muro de Jean-Paul Sartre. Me explicó
pormenores de la transposición poética de la realidad y la manera como convenía
hacerla. Y a pesar de que yo era un niño, siempre se dirigía a mí como si fuera
un adulto. Tengo muy presente que durante la conversación se interrumpía a sí
mismo, a veces bruscamente, cuando yo comenzaba a hablar.
–Una tarde en Barranquilla –me comentó–, estábamos tomando
cervezas y mamando gallo con Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, el Nene (Álvaro)
Cepeda Samudio, Alfredo Delgado y tu papá, cuando vimos aparecer un alcaraván
que se posó en la paredilla del patio. En la costa existe la creencia de que
esos pájaros dan la hora y sacan los ojos. Inmediatamente se me vino a la
cabeza escribir un relato con ese tema y así nació mi cuento La noche de los alcaravanes, en el cual
éstos le sacan los ojos a los personajes.
García Márquez era un hombre muy joven, un costeño típico,
pero ya poseía un indiscutible carisma personal. Cuando hablaba daba la
impresión de poseer cultura, perspicacia y experiencia vital. Su tono de voz
irradiaba una infinita seguridad en sí mismo y lograba que su interlocutor
sintiera por él no solamente afecto, sino un inmenso respeto. Se había
convertido en pocos meses en mi dios particular.
A mediados de 1960, Gabo viajó a Nueva York para dirigir
allí la oficina de Prensa Latina. Entretanto, yo hice la entrada formal en mi
adolescencia literaria, leyendo y escribiendo con un entusiasmo inusitado. Sólo
que al finalizar el año reprobé el curso escolar con ocho materias perdidas.
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elpaís.com
Madrid – España
4 de marzo de
2012
Macondo se muda al ciberespacio
Gabriel García Márquez
cumple 85 años el martes, día en que
‘Cien años de soledad’
se publicará como libro electrónico
Carmen Balcells ha
supervisado la edición
Winston Manrique
Sabogal - Madrid
Aquel hombre que hubiera querido ser pianista de bar para
ayudar a que los enamorados se quisieran más terminó convertido en un
enamorador de lectores y en cómplice de muchos de ellos que han regalado sus
libros en su estrategia de conquista. Por eso este martes, 6 de marzo, la
literatura celebra los 85 años del colombiano Gabriel García Márquez
(Aracataca, 1927) y su collar de conmemoraciones: 60 del primer cuento, La tercera resignación, 45 de Cien años de soledad, 30 del Premio
Nobel y 10 de haber empezado a publicar sus memorias, Vivir para contarla.
Uno de los más significativos obsequios se lo dará Carmen
Balcells, su gran amiga y agente literaria desde Barcelona: las habituales
rosas amarillas que tanto le gustan al escritor irán acompañadas de la primera
edición de Cien años de soledad que
sube al ciberespacio en formato de libro electrónico. Y será como un juego de
espejos reflectantes porque el regalo-libro llegará a García Márquez y a las
librerías virtuales con la portada de la primera vez: un galeón en la selva
colombiana.
Un cumpleaños que incluye un mensaje-tarjeta oral de
Balcells: “Mi relación con él ha sido una experiencia tan enriquecedora que ya
no recuerdo ni cuándo empezó o si todavía seguimos anclados en esa nube del
sueño; más ahora, cuando todos hablan del mundo cibernético y de esa nube
infinita donde se pueden alojar todas las historias y los libros”.
Y desde el martes, esta edición de la obra más popular del
Nobel colombiano será solo en español. La agente literaria no va a autorizar,
en principio, ninguna más en otro idioma: “El libro electrónico es un mercado
sin fronteras y todo se hará despacio. No se puede entrar en ese delirio del
mundo de la edición contribuyendo al nerviosismo que lo circunda”.
Será la cuarta obra de García Márquez en edición
electrónica: ya están Relato de un
náufrago, Todos los cuentos y Vivir
para contarla, dentro de la colección Palabras Mayores. Lo publicará la
misma editorial a la que Balcells ha fiado los anteriores títulos en este
formato: Leer-e, dirigida por Ignacio Latasa. Solo que esta vez será en
coedición con Mondadori (su editorial en papel en España) y los derechos son
mundiales. Todo ha sido muy rápido. En el proceso de edición de la novela ha
estado implicada Balcells, quien, por ejemplo, pidió que la letra de
presentación del libro electrónico fuera un poco más grande de la habitual.
Además, cuenta Latasa, “se han extremado las atenciones en el trasvase del
texto a digital, los márgenes están equilibrados y el interlineado es más cuidado”.
El precio será de 5,99 euros y saldrá en dos formatos: para Kindle y el estándar de Epub (para diferentes dispositivos,
incluido Apple). La política de la
editorial, afirma Latasa, es que los precios digitales no pueden ser altos.
“Trabajamos para acercar al autor y el libro al lector. Apostamos por precios
bajos dentro de la ganancia que corresponde a los implicados en la cadena de
valor del libro”.
Los agentes, asegura Balcells, “no podemos perdernos en el
tumulto de los cambios en el mundo del libro. Tenemos que cuidar las ediciones
electrónicas, no solo publicar sino contribuir a una mejor lectura en aras del
placer de la misma”. Es lo que se busca con la metamorfosis de Cien años de soledad, a partir de este
martes, cuando Macondo y los Buendía se enrumben en el universo digital y
empiece a leerse desde allí ese rosario de historias de la humanidad contadas
desde la frontera del sueño y la vigilia. Vivencias del autor y de lo que le
contaba el abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo, pero escritas con la
misma “cara de palo” con que su abuela Tranquilina intentaba amordazarlo de
miedo para que estuviera quieto. El resultado fue un vallenato de más de 300
páginas escrito durante año y medio en compañía de “dos discos que se gastaron
de tanto ser oídos: los Preludios de
Debussy y Qué noche la de aquel día
de los Beatles”.
Pero así como Cien
años de soledad no existiría sin aquellos primeros años con sus abuelos
donde está el manantial de su literatura, tampoco toda la obra del periodista,
escritor y guionista colombiano sería lo que es sin La tercera resignación, el
primer cuento que publicó. Fue hace 60 años en el diario colombiano El
Espectador, el 13 de septiembre de 1947. Tenía 20 años, se había graduado de
bachiller. Cuando lo vio publicado, su primera reacción fue “la certidumbre
arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico”.
Porque en una página, debajo de unas letras de molde que decían Gabriel García
Márquez, estaba el big bang de un universo literario que empezaba con estas
palabras: “Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante,
vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y
doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él...”.
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ElPaís.cr
San José – Costa Rica
4 de marzo, 2012
Gabriel García Márquez:
El monumento vivo
de la Ciudad de México
REPORTAJE Por Andrea Sosa Cabrios (dpa)
Ciudad de México, 6 mar (dpa) - Hace varias décadas la Ciudad de México estaba
llena de grandes nombres: Frida Kahlo, Leon Trostky, Luis Buñuel, Leonora
Carrington. De todos queda Gabriel García Márquez como el gran monumento vivo,
cobijado por su silencio y pocas apariciones públicas.
El escritor colombiano, que el martes celebra sus 85 años,
vive desde hace años en una casa de la calle Fuego en el sur de la ciudad, en
una zona de suelo volcánico llamada el Pedregal de San Ángel.
Con su esposa Mercedes Barcha y sus dos hijos aún pequeños,
llegó a México en 1961. Ahí escribió "Cien años de soledad" y recibió
la noticia de que había ganado el Premio Nobel en 1982. Fue y vino de un lugar
a otro, hasta que al final hizo de Ciudad de México su hogar.
Pasado el frenesí de 2007, cuando celebró de un solo golpe
80 años, 40 de la publicación de "Cien años de soledad" y 25 del
Premio Nobel con grandes homenajes, la actividad de "Gabo" se redujo.
Y aunque aparece de vez en cuando en conciertos o festejos,
no hace declaraciones públicas.
Hace menos de un mes "Gabo" estuvo entre el
público en el Palacio de Bellas Artes por los 50 años de carrera de la cantante
peruana Tania Libertad.
Con el pelo cano y el rostro cansado, se le vio ahí, sentado
junto a su esposa Mercedes y la escritora Ángeles Mastretta en un palco al que
se acercó el magnate Carlos Slim para saludarlos.
En México se respeta su ámbito privado y cuando aparece lo
hace en un segundo plano: en un recital de Plácido Domingo, la inauguración del
nuevo museo de Carlos Slim, un encuentro con Shakira.
"Momentos inolvidables con Gabriel García Márquez en
México - Shak", escribió la cantante en abril del año pasado en su cuenta
de Twitter con una foto en la que aparece abrazada al novelista en México.
Desde "Memoria de mis putas tristes" en 2004 no ha
publicado un nuevo libro. Sólo salió una recopilación de 22 sus discursos más
emblemáticos con el título "Yo no vengo a decir un discurso" en 2010.
Hace tres años negó que hubiera dejado de escribir. "No
sólo no es cierto, sino que lo único cierto es que no hago otra cosa que
escribir", dijo al diario bogotano "El Tiempo". "Mi oficio
no es publicar sino escribir. Yo sabré cuándo estén a punto de boca los
pasteles que estoy horneando".
Cuando México se volcó a su figura en 2009 por la
presentación de la "biografía tolerada" escrita por el británico
Gerald Martin, que se titula "Gabriel García Márquez: Un vida", él ni
se inmutó. Ni opinó sobre la obra ni asistió a la presentación.
En enero pasado el escritor mexicano Carlos Fuentes dedicó
dos artículos en el diario "Reforma" a recordar cada detalle de su
amistad con García Márquez, como si quisiera dejar grabadas las páginas comunes
de sus vidas para que nunca se borren del recuerdo.
Uno se llamó "Gabo: Memorias de la memoria", el
otro "Gabo: Amigo de sus amigos". "Biografía, confesión o novela
requieren memoria, pues la memoria, dice Shakespeare, es el guardián de la
mente. Un guardián, diría yo, que se radica en el presente para mirar con una
cara al pasado y la otra al porvenir", escribió.
Con el silencio de "Gabo" y la discreción de sus
amigos, poco se sabe de las actividades y estado de salud del Premio Nobel.
"Cuando el éxito y la publicidad excesiva trataban de
perturbar mi vida privada, la discreción y el tacto legendario de los mexicanos
me permitieron encontrar el sosiego interior y el tiempo inviolable para proseguir
sin descanso mi duro oficio de carpintero", afirmó García Márquez en 1982
cuando vivía el fragor de los tiempos del Nobel.
Ahora, esa misma discreción acompaña el otoño del patriarca
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elheraldo.com
Barranquilla -
Colombia
3 de Marzo de 2012
Este martes,
Gabriel García Márquez,
Gabriel García Márquez,
nuestro Premio Nobel,
cumple 85 años.
cumple 85 años.
Por Jaime de La Hoz Simanca
Lo más grande que se dio en la literatura universal, el
mismo año en que nació García Márquez, fue la llamada Generación del 27, un
grupo de escritores españoles que coincidió en similar período de tiempo, y
entre quienes se destaca el poeta Vicente Aleixandre, quien obtuvo, al igual
que el mago de Aracataca, el Premio Nobel de Literatura.
Se trata de la primera coincidencia de las centenares que habrían
de rondar al autor de Cien años de soledad a lo largo de una vida que comenzó a
transformarse en mito viviente en aquel momento en que el fallecido autor de
Santa Evita, Tomás Eloy Martínez, describió –luego de la entrada de Gabo a un
teatro de Buenos Aires, meses después de la publicación de su más famosa obra–
de la siguiente manera:
“La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué,
un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un
desconocido, gritó ‘¡Bravo!’, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro:
‘Por su novela’, dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante
vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sábanas,
como Remedios, la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos
de luz que son inmunes a los años”.
Muchos investigadores realizaron sus mejores esfuerzos para
escribir sobre los distintos nacimientos de García Márquez, los cuales van más
allá de la fecha exacta en que fue parido en Aracataca por Luisa Santiaga
Márquez mientras el padre, Eligio García, rumiaba su rabia en Riohacha, de
donde eran oriundos Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, abuelos del
escritor.
Así, el cuentista antioqueño Dasso Saldívar en su texto “El
viaje a la semilla” —después de referir el desafío en que el abuelo Nicolás
mata a Medardo Pacheco el 19 de octubre de 1908— escribe:
“Podemos convenir que en aquel lugar y en esta fecha empieza
la biografía de Gabriel García Márquez, diecinueve años antes de su nacimiento,
pues lo ocurrido durante ese día por la tarde en Barrancas va a prefigurar la
suerte personal y literaria del escritor: no solo permitirá que sus padres se
conozcan dieciséis años más tarde, sino que es también la causa lejana de que
García Márquez se quede a vivir hasta los diez años con sus abuelos en la casa
grande y fantasmal de Aracataca, el hecho más importante para el futuro
novelista”.
La otra casa. Gabriel García Márquez, el hijo del
telegrafista, nació el 6 de marzo de 1927, tal como aparece registrado en su
partida de bautismo que, probablemente, el escritor peruano y Premio Nobel
Mario Vargas Llosa no alcanzó a conocer, pues en su monumental biografía,
Historia de un deicidio, afirma que fue el 6 de marzo de 1928.
Lo anterior, aguijoneado por el mismo escritor que se
encargó de pregonar la equivocada fecha durante algún tiempo, contribuyó a que
en muchos textos y en sitios web aún aparezca 1928 como el año de su
nacimiento. El alcance de la gloria y su eternización en la realidad-real y en
la realidad ficticia han permitido el esclarecimiento de los misterios, la
rectificación de los errores biográficos y el desenredo de esa telaraña
genealógica que durante casi toda la vida ha acompañado al cumplimentado.
Muchos recordarán la verdadera fecha el próximo martes 6 de
marzo, y ya todos coincidirán en que han transcurrido cinco años de aquel 2007
en Cartagena, donde el escritor celebró sus 80 años de vida, los 40 de la
publicación de Cien años de soledad y los 25 de la obtención del premio Nobel
con un discurso pronunciado en medio de la realización del IV Congreso
Internacional de la
Lengua Española y el cual matizó con las siguientes palabras:
“Nunca he hecho otra cosa que escribir historias para hacer
más feliz la vida a un lector inexistente sin más arsenal que dos dedos y 28
letras del alfabeto… Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que
escribía Cien años de soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este
acto”.
Pero pocos sabrán en el mundo que todo comenzó en una casa
de Riohacha ubicada en la calle 3 No. 5-27, habitada hoy por Amalfi Márquez
Urbina, hija de Efraín Márquez Iguarán, pariente cercano de los ascendientes
del Nobel.
A esa casa, que aún conserva en su patio las trinitarias,
los helechos y las palmeras de tiempos remotos, arribaron Eligio García y Luisa
Santiaga Márquez la tarde del 12 de junio de 1926, después de un silencioso
matrimonio celebrado días antes en la catedral de Santa Marta.
Ricardo Márquez Iguarán, nieto de Francisco Márquez Mejía,
primo carnal de Luisa Santiaga, me cuenta en la Avenida Primera de
Riohacha que ella llegó con su esposo y se instalaron durante 15 días en el
cuarto matrimonial de aquella casona. Más tarde se mudaron a una vivienda más
cómoda ubicada en la carrera 6 con Tercera. Luisa llevaba en su vientre el
primero de los doce hijos, que nacería en Aracataca. El mismo García Márquez lo
recuerda así:
“Fue así y allí donde nació el primero de siete varones y
cuatro mujeres, el domingo 6 de marzo de 1927, a las nueve de la
mañana y con un aguacero torrencial fuera de estación, mientras el cielo de
Tauro se alzaba en el horizonte. Estaba a punto de ser estrangulado por el
cordón umbilical, pues la partera de la familia, Santos Villero, perdió el
dominio de su arte en el peor momento. Pero más aún lo perdió la tía Francisca,
que corrió hasta la puerta de la calle dando alaridos de incendio:
-¡Varón! ¡Varón! –Y enseguida, como tocando a rebato–: ¡Ron,
que se ahoga!”.
Los recuerdos. El escritor Víctor Bravo Mendoza me explica,
con precisión de relojero, el itinerario de Gabriel García Márquez desde el
momento en que fue concebido, en la primera noche de bodas, en la casa de la
calle 3, de Riohacha. Después se explaya a través de un recorrido por los
orígenes maternos del Nobel, su herencia cultural guajira y hasta su itinerario
guajírico garciamarquiano.
“Todo lo que te he dicho está en mi libro. No es cierto,
como dicen algunos despistados, que Gabo nació en Riohacha. Luisa Santiaga
volvió a Aracataca con ocho meses de embarazo. Aquí fue engendrado, que es
distinto. Casi nace entre nosotros”, afirma.
Unos recuerdos distintos tiene Temilda Brugés de Brito, una
anciana de 84 años que ha vivido siempre frente a la casa donde pernoctaron
Eligio y Luisa Santiaga en 1926, y donde vivieron, lustros después, Jaime
García Márquez, hermano de Gabo, y el citado Ricardo Márquez.
Temilda explica que Rita Iguarán, abuela de Amalfi, y esposa
de Francisco Márquez, dueño de la casa en ese entonces, facilitó la habitación
más grande en la que la cama doble donde durmieron los padres del Nobel ocupaba
el mayor espacio. A duras penas cabía el tocador –de roble y gavetas grandes–
en el que todos los días se acicalaba la recién desposada Luisa. Hoy, aquel
tocador de tres espejos está en la casa de Temilda, cuyos padres compraron a
bajo costo.
El 16 y 17 de diciembre de 1983 arribó a Riohacha el
flamante Premio Nobel de Literatura, galardón que había recibido un año antes.
Realizó algunas diligencias y después quiso conocer la casa donde había sido
engendrado “con la excelente puntería de Eligio”, pero siguió de largo. Tal vez
porque la nostalgia lo sacudió en aquel instante, o posiblemente quiso quedarse
con la imagen que prefiguró cuando sus padres le contaron aquel episodio.
Dos días después de la visita a Riohacha partió en una
goleta a Aracataca con la intención de alborotar las remembranzas en medio de
aquella casa donde había nacido y que Gerald Martin describe como tres
construcciones distintas de madera con algunos muros de adobe y piso de cemento
escobillado.
Gabo había estado en su pueblo, junto a su madre, a finales
de marzo de 1952, y aquellos recuerdos serían definitivos para su carrera de
escritor. Pero en el 83 no quiso llegar nuevamente a la casa, pues su enojo lo
impidió: al avanzar en el automóvil por la entrada a Aracataca vio, a lado y
lado de la vía, niños ondeando banderitas en medio de un calor atroz, el mismo
que, según describe en La cándida Eréndira, obligaba a que los chivos se
suicidaran. Entonces dijo: “Esto es infame. No pueden hacer esto. Y menos para
recibir a un simple huevón como yo”. ¡Feliz cumpleaños, Gabo!
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ElColombiano.com
Medellín - Colombia
4 de marzo de 2012
El Gabriel García Márquez
que cumplió el sueño de escribir
Ya son 85 años que cumple el escritor.
En diciembre serán 30 de recibir
el Nobel.
Por MÓNICA QUINTERO RESTREPO
Ese día, en el viaje que Gabriel García Márquez hizo con su
mamá, le dijo, como razón para su papá, que lo único que quería ser era
escritor. "Y que lo voy a ser".
Todavía estaba en los veinte y en sus bolsillos pesaba más
la falta de dinero, que las mismas monedas. Lo que Gabo, como muchos prefieren
decirle, o Gabito, como le dicen otros de más confianza, dijo, y escribió en
Vivir para contarla, era casi una profecía. O no. De todas maneras ya tenía una
vida que le daba para escribir.
"Su gran obra es su propia vida y creo que lo
consiguió", cuenta Gustavo Arango , quien escribió el libro Un ramo de no
me olvides, en el que cuenta la vida del Nobel cuando estaba joven y era
periodista del diario El Universal, de Cartagena.
Su vida no era una vida de escritor del centro de la ciudad,
con dinero para dedicarse a escribir. Creció con sus abuelos en Aracataca y fue
a estudiar Derecho a Bogotá, aunque en el 48, por lo de Gaitán, se devolvió a Cartagena,
esa ciudad de sus amores. Solo que llevaba algo más en la maleta, expresa
Arango: regresaba con la idea de ser escritor. Y estaba seguro de ello.
En La
Heroica se reencontró con el Caribe y con la cultura popular.
En el Universal encontró a Clemente Manuel Zabala. "Ese señor -añade
Gustavo- era un maestro con lápiz en mano. Se sentaba con él a pulir el estilo.
Gabito había leído mucha literatura del Siglo de Oro y le abrió las puertas a
otra literatura". También a que le torciera el cuello al cisne, es decir,
que tratara de escribir más decantado, porque, tal vez influenciado por lo que
leía, era poético y lleno de adornos.
Los días difíciles
Antes de Cien años de soledad, García Márquez era un ser que
caminaba como cualquier parroquiano. Incluso aunque ya había publicado La Hojarasca, su primera
novela, y La mala hora y El Coronel no tiene quien le escriba, su nombre no se
conocía. Plinio Apuleyo , uno de sus amigos, lo escribió para la Revista Diners, en
el 2007: "Se quedó en París, en una buhardilla de hotel, sin saber cómo
iba a comer al día siguiente, pero libre de no hacer nada distinto que
escribir".
Aunque el Nobel tuvo ganas, una vez, de dejarle de creer a
la literatura. Trabajó de periodista en Venezuela y luego llegó a México.
"Lo curioso -anota el escritor de Un ramo de no me olvides-, es que no
vivía de la literatura. Trabajaba en publicidad". También fue guionista de
cine. Y aunque sí escribía, sus libros no los compraba nadie. Plinio, en el
mismo escrito, afirma que cuando la editorial Julliard editó El coronel, solo
se vendieron 25 ejemplares.
Así que cuando ya estuvo a punto de dejar la literatura, en
unas vacaciones llegó la idea de Cien años de soledad. Se acordó de
Tranquilina, su abuela, y de sus historias de cuando era niño. Y ahí volvió la
intención de escribir. Se encerró 16 meses a que esa idea se quedara en el
papel, mientras su esposa, Mercedes Barcha , lo empeñaba casi todo. Lo último
fue la licuadora, para enviar la novela a Argentina.
No fue en su tierra
García Márquez no se hizo famoso en Colombia.
"Argentina -explica Gustavo- era un gran centro editorial". Y Carlos
Fuentes le hizo la conexión con el país gaucho. Era la última oportunidad,
hasta por las palabras, que después se han hecho famosas, de su esposa:
"Solo falta que esa hijueputa novela sea mala".
En el país, sobre todo en el interior, su nombre no era
conocido. Incluso, según la anécdota que recuerda Arango, una de sus hermanas,
que era monja, contaba que "los libros de su hermano estaban
prohibidos" por algunas palabras. Hay que pensar solo en el final de El
Coronel: ¡mierda!
Así que se hizo famoso fue en Argentina. Cien años de
soledad fue como un encanto que se vendió y se vendió. Y ahí empieza toda la
fama, que relató Tomás Eloy Martínez en una crónica para la Revista Número: los
habían invitado a Argentina y Gabo y Mercedes pasaron desapercibidos. "Dos
o tres días en el más injusto anonimato".
Después vieron un Cien años de soledad en la bolsa de
mercado de una mujer y "esa misma noche fuimos al teatro del Instituto Di
Tella. Estrenaban, recuerdo, Los siameses, de Griselda Gambaro (...). La sala
estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los
pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó «¡Bravo!», y
prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: "Por su novela",
dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama
bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sábanas, como Remedios
la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz inmunes
a los estragos de los años".
La fama
Gabito ha fungido de mala clase. O eso parece. "Es una
persona tímida, que parece antipática. No hay peor desgracia para una persona
tímida que volverse popular", comenta el también escritor Óscar Collazos.
El mismo Gabo lo escribió en una columna para El País de
España, en 1982, cuando explicaba por qué no daba conferencias o participaba en
actos públicos: "No lo hago por modestia, sino por algo peor: por
timidez".
Ser tímido y famoso es difícil en esas circunstancias.
Sonreír todo el tiempo, firmar autógrafos. Pagar el tiempo libre a un precio
muy alto. Y lo señala Arango: "la sonrisa se gasta y puede haber un
momento que es impaciente".
Sin embargo, los que lo conocen hablan de un hombre muy
amable, especialmente cuando está en un espacio de confianza. "Es un
hombre de pequeños grupos, de muy sabrosa conversación, capaz de animar la
fiesta -agrega Collazos- cantando un vallenato".
Ha sido un tipo muy disciplinado, también fiestero y
reservado en su vida personal. "Hay secretos que se van con él",
apunta Collazos. Él tiene una vida pública, pero lo que es suyo, no es de nadie
más.
El periodista
Después de Cien años de soledad, García Márquez no volvió a
ser otra cosa que escritor. Óscar Collazos recuerda que en Barcelona, cuando lo
conoció mejor, por allá en la década del 70, era una figura que no se quitaba
su uniforme de mecánico. Lo llevaba, "quizá porque era el pantalón con el
que trabajaba". Escribía, pues.
Tampoco nunca dejó de ser periodista. Lo era en sus novelas
(registraba experiencias), salvo porque no se quedaba apegado a los hechos.
"La base, lo que le dio la disciplina, fue su experiencia como
periodista", manifiesta Arango.
Era tan disciplinado, recuerda Nelson Freddy Padilla , hoy
editor dominical de El Espectador, que no le importaba trabajar hasta las cinco
o seis de la mañana. "Así fuera un parrafito, nos tenía ahí hasta la
madrugada para que quedara perfecto. Eso fue en 1998, cuando García Márquez
compró Cambio y cumplió, aunque por poco tiempo, el sueño de tener una revista
de crónicas y reportajes.
Nelson fue un orgulloso datero. Esa noche era el coctel de
reinauguración de la revista y Gabo lo llamó y le dijo que salieran por la
puerta de atrás, a escribir una crónica. Y él, de la alegría, camino al
periódico pisó tanto el embrague que lo quemó. Estaba emocionado de estar
trabajando con el Nobel, tan emocionado que igual llegó a hacer guardia, a
esperar que alzara la mano y pidiera algún dato.
De hecho, alzó la mano. Estaba escribiendo una crónica sobre
Hugo Chávez y a las tres de la mañana "le dio por saber de qué color era
su uniforme en un día especial". A esa hora tocó llamar a Caracas y buscar
quién sabía qué uniforme vestía ese día. "Era riguroso".
Y quizá como el abuelo del Nobel lo sentaba en sus piernas,
Nelson lo recuerda exactamente como "el abuelo que lo sienta a uno y le
cuenta historias. Era totalmente dulce y entonces lo sentaba y le daba
consejos, como un abuelo que uno siente que conoce y que sabe como funciona el
libro".
Corregía mucho, preguntaba mucho, confrontaba los datos y
les decía que no adjetivaran tanto. También, Nelson le heredó el amor por la
lectura y la literatura. "Todo el tiempo nos decía que un periodista que
quiera ser un buen escritor, tiene que leer mucha literatura".
Le gustaban los temas sociales, sobre todo los que tuvieran
que ver con la realidad de la gente.
En la primera página de Vivir para contarla se lee que
"La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla". Gabo escribió la suya, a su manera. La otra es la
de sus amigos y la de quienes leen y vuelven a leer esas páginas que escribió
alguna vez.
Y aunque Gustavo Arango considera que "se habla mucho
de él, pero no creo que se lean tanto sus novelas como se venden", Gabo es
una leyenda. Porque solo es juntar el García más el Márquez, para saber que hay
un Gabriel que le dijo una vez a su mamá, que lo que quería ser era escritor.
Solo le faltó predecir, qué escritor.
** ** **
eluniversal.com.co
Cartagena de Indias –
Colombia
4 de marzo de
2012
Gabriel García Márquez
cumple 85 años este 6 de marzo.
Harold Alvarado
Tenorio
Hijo de un telegrafista y la hija de un coronel que
participó en la Guerra
de los Mil Días (1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928), por
causa de la pobreza fue criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea,
asediado por los recuerdos de sus parientes. Al morir su abuelo le llevaron a
Barranquilla a concluir la primaria y gracias a una bolsa de estudios en
Zipaquirá, un remoto pueblo de los Andes, se graduó de bachiller mientras se
intoxicaba con la más horrenda poesía que declamaban los colombianos de
entreguerras y “Javier Garcés” escribía sonetos piedracielistas:
Si alguien llama a tu
puerta
Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en tu talle de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida armonía.
Si alguien llama a tu puerta y todavía
te sobra tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa se desangra el día.
Si alguien llama a tu puerta una mañana
sonora de palomas y campanas
y aun crees en el dolor y en la poesía.
Si aun la vida es verdad y el verso existe.
Si alguien llama a tu puerta
y estás triste,
abre, que es el amor, amiga mía.
Luego asistiría a ciertas clases de derecho en la Universidad Nacional, pero el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y
las persecuciones desatadas el 9 de Abril de 1948 le llevaron a Cartagena de
Indias, los veinte meses que trabajó a las órdenes de Clemente Manuel Zabala
(San Jacinto, 1921-1963), un radical que había sido secretario del general
Benjamín Herrera y delegado a congresos obreros, y quien parece le enseñó los
rudimentos del periodismo moderno. En esa Bogotá de hielo y desolación, sólo la
poesía le había acompañado:
“Cuando terminé el bachillerato y me fui Bogotá, confesó a
J.G. Cobo Borda en 1981, mi diversión
más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos
giraban sin cesar desde la Plaza
de Bolívar hasta la Avenida
de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una
cola interminable de muchos otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante
los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a
razón quizá de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se
encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés
taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que tuviera la caridad de
conversar conmigo sobre los versos y versos y versos que acababa de leer. A
veces encontraba alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos
hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los
cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y
versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el
amor.”
En Barranquilla, donde vivió cuatro años, conoció a Cecilia
Porras, la pintora y compañera de Jorge Child que pagaría, y diseñaría, la
edición de La hojarasca, su primera novela. De vuelta a Bogotá, en 1955 El
Espectador le envía como corresponsal a Europa pero prefiere matricularse en el
Centro Experimental de Cinematografía de Roma. A finales del año va a París y
escribe, en una buhardilla de la
Rue de Cujas en el Barrio Latino, El coronel no tiene quien
le escriba (1958). Después de hacer un viaje por los países comunistas, con el
triunfo de la
Revolución Cubana es nombrado corresponsal de la agencia de
prensa del nuevo gobierno en Bogotá y en 1961 va a New York como corresponsal
de la misma. Renuncia al cargo y viaja a México donde redacta Cien años de
soledad, que aparece en Buenos Aires (1967) y recibe el premio Rómulo Gallegos
(1972). Un año antes había sido investido con un Doctorado de la Universidad de
Columbia. Se traslada a Barcelona donde vivió entre 1967 y 1975. En 1982 recibe
la Legión de
Honor del gobierno francés y el Premio Nobel de Literatura.
Amigo de notables políticos de su tiempo [Alfonso López
Michelsen, Alberto Lleras Camargo, Omar Torrijos, José López Portillo, Carlos
Salinas de Gortari, Adolfo Suarez, Daniel Ortega, Ricardo Lagos], ["el
poder absoluto es la realización más alta y más completa del ser humano, y por
eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria"] al cumplir 80
años y luchando contra un cáncer linfático, Belisario Betancur, --presidente de
Colombia durante el holocausto del Palacio de Justicia, el terremoto de
Popayán, el comienzo del exterminio de la Unión Patriótica
y la desaparición de Armero con cientos y millares de muertos, quien, junto a
Olaf Palme, Felipe González, Fidel Castro y Pablo Neruda le postularon al
Nobel--, las Academias de la
Lengua y el gobierno de Colombia ofrecieron en Cartagena de
Indias una fiesta en su honor, a la que asistieron entre otros cientos de
adeptos, los Reyes de España, Bill Clinton, Carlos Fuentes, Álvaro Uribe Vélez,
Tomás Eloy Martínez, Víctor García de la Concha, César Antonio Molina, Fito Páez y Carlos
Vives.
El asunto central de Cien años de soledad (1967), su más
conocido poema, es la incomunicación. En Macondo, tierra de lo posible, no
existe la solidaridad y trato entre los hombres. Macondo es una Arcadia donde
triunfan la muerte y la violencia. Un pueblo habitado por sabios aislados y
vidas anacrónicas cuyos símbolos vivos son José Arcadio Buendía, el vidente
atiborrado de proyectos que termina junto a su difunto enemigo Prudencio
Aguilar; Úrsula Iguarán, que confunde el presente y el pasado y es una muñeca
que divierte a sus tataranietos, abandonada por la realidad de la que había
sido su único médium; Aureliano Segundo que despilfarra su vida y la de su
concubina mientras cubre con billetes de banco las paredes de las habitaciones,
bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma vejez, una eterna cumbiamba que apenas
apacigua el diluvio universal; Remedios, la bella, que vaga por el desierto de
la soledad hasta cuando asciende en cuerpo y alma al cielo; Meme, muda desde el
día que su madre la llevó a un convento de tierra fría para que diera a luz el
hijo de Mauricio Babilonia, y Aureliano Babilonia, un adolescente que ignora el
presente pero sabe todo sobre el hombre del Medioevo. El amor, al final de la
novela, derrota la soledad cerrando el círculo maléfico del incesto, maldición
y destino de la familia.
Pero quien ha narrado la historia es el coronel Aureliano
Buendía, que entre los avatares de las guerras compone en versos rimados sus
encuentros con la vida y la muerte ["Los escribía en los ásperos
pergaminos que le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de
sus brazos, y en todos aparecía Remedios en el aire soporífero de las dos de la
tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la
clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al
amanecer" ] y ya cerca del final, quema, con el baúl de los poemas “la
historia misma de la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus detalles más
triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que
era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada
del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias",
porque gracias al misterio de la poesía "no había ordenado los hechos en
el tiempo convencional de los hombres sino que concentró un siglo de episodios
cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”.
Otro de sus grandes poemas es El general en su laberinto
(1989), un sentimental viaje de horror hacia la muerte. Aquí el agonista es un
virtuoso abatido por el destino contra quien no solo conspiran los hombres sino
la enfermedad de su siglo: la tuberculosis. El cuerpo, las lluvias, el calor,
la ropa, el sol implacable hacen más feroces los efectos del que recorre el
orbe. Quien lee, sabe qué va a suceder y sólo continúa por placer. Un placer
que termina en llanto y dolor. La utopía vuelve a ser el eje central de ésta
como en ese Macondo donde las cosas hubo que fundarlas porque carecían de
nombre y José Arcadio Buendía persigue el progreso y los secretos de una
alquimia, que conducen, ineludibles, al fracaso. Los esfuerzos del General
Bolívar, el Coronel Buendía y José Arcadio terminan mal. Como en la gran poesía
del mundo, todo está condenado al fracaso, a una ruina de los ideales.
El general en su laberinto
fue la culminación de una saga sobre los estragos de la soledad del
poder, el amor y el absurdo de la gloria que había comenzado con El coronel no
tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que
comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano
Buendía y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien años de soledad, y el
viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo en El otoño del
Patriarca, porque como había consignado en su gran novela:
“Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y
para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían
una segunda oportunidad sobre la tierra.”
** ** **
La Razón
La Paz – Bolivia
4 de marzo de 2012
El García Márquez desconocido
Una semblanza poco
conocida del escritor,
cuya prosa embrujadora
cumple también 55 años.
Por Óscar Ordóñez A.
Gabriel García Márquez despierta mucho interés y crítica al
mismo tiempo. Él en persona, sus declaraciones a los periodistas, sus novelas,
cuentos, notas de prensa o aquellas que le atribuyen y que luego termina
negándolas.
García Márquez nunca le da la espalda a la vida de su
imaginación. Con ella construyó al García Márquez que poco conocemos.
Es un escritor comprometido con la realidad política que lo formó. Y respondió
a las demandas que identificó para el periodismo y el cine en América Latina,
con cierto tinte político. En Cartagena de Indias, Colombia, por ejemplo, creó
en 1994 la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Y en Cuba
inauguró la
Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de
los Baños.
García Márquez es un exitoso hombre de negocios. Dispone de
un excelente equipo de comunicadores en marketing encargado de inmortalizar su
nombre y su imagen en las cuatro esquinas de este mundo. Basta con que se
anuncie que llega a Bogotá, a Estados Unidos, a París…
El resto lo hacen los medios. Llenan páginas enteras porque
aún existimos periodistas embrujados por su palabra, sin ni siquiera
reflexionar con detalle, el grado noticioso que escribimos sobre él. Y hay
otros que, sin proponérselo, contribuyen con premios y reconocimientos (antes y
después de que le entregaran el Premio Nobel de 1982) a su imagen publicitaria.
Este hombre sencillo, como lo siento, es consciente de una fama que no lo deja
vivir en paz. No le gusta, por supuesto, porque no hay periodista en este mundo
que no sienta la tentación de entrevistarlo.
Sin embargo, sabe utilizar esa fama a favor de sus intereses
políticos: la liberación de América Latina y de Cuba, en particular, son los
temas por los que siente atracción, según lo mencionó en el documental La
escritura embrujada, de 1998, producido por Yves Billon y Mauricio
Martínez-Cavard.
“¿No habrá dentro de ti una vocación de político? O quizá se
trata de una secreta fascinación por el poder...”, le preguntó su paisano y
colega periodista, Plinio Apuleyo Mendoza.
“No, lo que ocurre es que tengo una incontenible pasión por
la vida, y un aspecto de ella es la política. Pero no es el aspecto que más me
gusta, y me pregunto si me ocuparía de él de haber nacido en un continente con
menos problemas políticos que América Latina. Es decir: me considero un
político de emergencia”, le respondió.
La soledad del poder y cómo éste va minando la existencia de
aquellos personajes políticos que lo detentan es el tema de este escritor que
cumple el 6 de marzo 85 años de vida.
Es el poder el que quiere estar cerca de él, mencionó en el
documental Un viaje al corazón de la memoria, producido por la Televisión Española.
“Yo no he escrito una línea que no sea sobre el poder, y sobre todo, sobre el
más poderoso, importante, grande y eterno de todos los poderes que es el amor”,
remató.
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