5 de marzo de 2012

MEMORABILIA GGM 558

MEMORABILIA GGM
Cali – Colombia
5 de marzo de 2012


Te hago llegar el primer capítulo de mi libro de memorias
"MIS RECUERDOS DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ",
próximo a publicarse.

Recibe un abrazo de,
JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS

Con nuestros agradecimientos al autor.

De cómo un niño conoció
y se hizo amigo de García Márquez


Por JOSÉ LUIS DÍAZ-GRANADOS

Poco antes de cumplir los 13 años, cursaba yo mi primer año de bachillerato en 1959, y tenía por costumbre visitar los domingos por las tardes a una tía política llamada Dilia Caballero de Márquez. Ella, mientras realizaba sus oficios caseros, me ofrecía "Kola Román" con bizcochos y me daba a leer recortes de periódicos de un sobrino suyo llamado Gabriel García Márquez, entonces un joven escritor de 32 años.

Yo alcanzo a recordar ---estoy hablando de recortes de 1955 a 1959---, breves entrevistas con este autor, con fotos que mostraban a un muchacho muy delgado de cabello ensortijado y bigote negrísimo, envuelto siempre en grandes bocanadas de humo de cigarrillo. Por entonces, García Márquez sólo era conocido en los medios periodísticos, pues era un excelente reportero, que agotaba con sus apasionantes crónicas las ediciones vespertinas de El Espectador. También gozaba de algún prestigio en el estrecho grupo literario de la Revista Mito, que dirigía el poeta Jorge Gaitán Durán y en los cafés y tertuliaderos del centro de Bogotá. Entre los signos y las letras que rescato de las brumas de la memoria de aquellos recortes, recuerdo frases de Gabito como éstas:

"...Yo no tomo licor sino cada siete años...”.

“Estudié dos o tres semestres de Derecho, pero no me acuerdo de nada porque me la pasaba escribiendo cuentos durante las clases...”.

“Empecé a escribir una novela en 1950... No era La hojarasca tal como está publicada...”.

“Yo estaba escribiendo una novela que se llamó La casa...”.

“Mi próximo libro se va a llamar Los catorce días de la semana...".

Entre junio y septiembre de ese año feliz, mientras caminaba cada mañana hacia mi colegio, el niño tímido y solitario que era yo pensaba que en lugar de ponerle atención a las clases de aritmética, castellano y geografía, debería ponerme a escribir cuentos. El resultado inmediato fue un relato que titulé precisamente La casa, en donde narraba cómo un niño abandonaba el colegio y huía de su hogar en compañía de un amiguito. Mi padre leyó el cuento y comentó que parecía un texto “existencialista”. Es de anotar que en mundo cultural bogotano de entonces no se hablaba sino de Sartre, Camus, Simone de Beauvoir y desde luego del existencialismo.

Imitando al pie de la letra lo que doce años atrás había hecho García Márquez cuando le llevó su primer cuento a Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador, (todo eso lo había leído en los recortes de tía Dilia), me fui con mi relato a buscar al celebrado autor de Cuatro años a bordo de mí mismo al viejo edificio del periódico. Zalamea, quien tenía un asombroso parecido con James Joyce (por algo su seudónimo era "Ulises"), me indicó que el director del suplemento ya no era él sino Gonzalo González (GOG), amigo y paisano de Gabito. González, muy amable, interrumpió su trabajo y leyó mi cuento, sin prometer nada. De pronto dijo en voz alta: “Esto está mal: lo qué pasó la noche pasada...”. Tomó un lápiz y tachó. Luego dijo: “Debería decir: lo que ocurrió la noche pasada”... Pero enseguida, borró la tachadura y dijo para sí mismo: “De todas maneras está escrito por un niño”.

Al domingo siguiente el cuento salió publicado en El Espectador Dominical, con la alusión de que se trataba de un "texto existencialista" y un dibujo de Héctor Osuna alusivo a un niño caminando solitario por un camino pedregoso. No puedo describir la felicidad que sentí en todo el cuerpo de mis trece años, ungido por el lamparazo de la fama en un periódico nacional.

Una tarde de octubre, mi tía Dilia me llamó por teléfono y me invitó a conocer a su sobrino Gabriel. Yo me quedé paralizado por la emoción. “Él quiere conocerte ---me dijo---. Anota la dirección”. Tomé lápiz y papel y escribí: “Carrera 4ª número 58-35”. A través del hilo telefónico pude escuchar por primera vez la voz del escritor que decía a lo lejos: "Apartamento 202".

En menos de veinte minutos estuve allí. Timbré, mi tía Dilia abrió la puerta y cuando pensaba encontrarme con un intelectual de aspecto grave, con el ceño fruncido, suéter negro, pipa en los labios y sentado frente a su máquina de escribir, hallé a un costeño sonriente de ojos pequeños y vivos, vestido con chaqueta de lana azul oscura y bluyín, sentado sobre la alfombra a los pies de Mercedes, su joven esposa, mujer de enigmática belleza que sostenía en sus brazos a un niño de pocos meses.

Él me dijo, mostrando una amplia sonrisa:

–Muchacho: ¡volaste!.

Y yo me limité a entregarle tímidamente el recorte de mi cuento La casa. Recuerdo que Gabito se recostó sobre la alfombra, bocarriba, y lo leyó con mucha atención. Cuando terminó me dijo muy serio:

–Está bueno el cuento. Pero no es existencialista.

Enseguida nos brindaron Coca-Cola con ponqué negro y comenzamos a hablar en un ambiente cada vez más acogedor y desinhibido.

Esa fue la génesis de numerosas visitas dominicales al futuro Premio Nobel. En ese entonces él trabajaba en la agencia cubana de noticias Prensa Latina en Bogotá, cuya oficina quedaba en el último piso de un edificio situado en la carrera séptima entre calles 17 y 18.

Recuerdo que la primera vez que fui a visitarlo a la redacción encontré a un Gabito muy eufórico entre media docena de estudiantes, mujeres y hombres fervorosos de la Revolución Cubana que iban y venían de un lado a otro de la amplia sala de redacción, mientras hablaban y atendían numerosas llamadas telefónicas.

De pronto oí que Gabo, hablando por el auricular con Mercedes exclamaba:

–Mija, apareció Cienfuegos!.

Se trataba de una feliz noticia que desafortunadamente fue desmentida horas después. La verdad era que el avión del Comandante Camilo Cienfuegos había caído al mar.

Durante los meses siguientes continué visitando a Gabito casi todos los fines de semana a en su apartamento de Chapinero Alto, desde cuyos ventanales se dominaba la mejor panorámica de Bogotá. En días hábiles lo buscaba en su oficina y le enseñaba mis incipientes cuentos y poemas, interrumpiendo su trabajo de Prela (como llamábamos cariñosamente a Prensa Latina). Mi existencia se había convertido en una extraña mezcla de vida estudiantil y fantasía literaria.

Recuerdo que una tarde salimos de su oficina a las cinco de la tarde y Gabo me invitó al Café "Tampa", situado frente a Prensa Latina, hoy inexistente. Durante una conversación que duró varias horas en la que tomamos muchas tazas de café tinto y de té con leche, Gabo se explayó sobre las luces y las sombras del oficio literario. Me recomendó leer a Dickens, a Faulkner y a Hemingway y en este último se detuvo explicándome en detalle la estructura formal y el universo secreto de La vida feliz de Francis Macomber, Un gato bajo la lluvia y Campamento indio. También me sugirió con entusiasmo leer los cuentos de El muro de Jean-Paul Sartre. Me explicó pormenores de la transposición poética de la realidad y la manera como convenía hacerla. Y a pesar de que yo era un niño, siempre se dirigía a mí como si fuera un adulto. Tengo muy presente que durante la conversación se interrumpía a sí mismo, a veces bruscamente, cuando yo comenzaba a hablar.

–Una tarde en Barranquilla –me comentó–, estábamos tomando cervezas y mamando gallo con Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, el Nene (Álvaro) Cepeda Samudio, Alfredo Delgado y tu papá, cuando vimos aparecer un alcaraván que se posó en la paredilla del patio. En la costa existe la creencia de que esos pájaros dan la hora y sacan los ojos. Inmediatamente se me vino a la cabeza escribir un relato con ese tema y así nació mi cuento La noche de los alcaravanes, en el cual éstos le sacan los ojos a los personajes.

García Márquez era un hombre muy joven, un costeño típico, pero ya poseía un indiscutible carisma personal. Cuando hablaba daba la impresión de poseer cultura, perspicacia y experiencia vital. Su tono de voz irradiaba una infinita seguridad en sí mismo y lograba que su interlocutor sintiera por él no solamente afecto, sino un inmenso respeto. Se había convertido en pocos meses en mi dios particular.

A mediados de 1960, Gabo viajó a Nueva York para dirigir allí la oficina de Prensa Latina. Entretanto, yo hice la entrada formal en mi adolescencia literaria, leyendo y escribiendo con un entusiasmo inusitado. Sólo que al finalizar el año reprobé el curso escolar con ocho materias perdidas.


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elpaís.com
Madrid – España
4 de marzo de 2012 

   
Macondo se muda al ciberespacio

Gabriel García Márquez cumple 85 años el martes, día en que
‘Cien años de soledad’ se publicará como libro electrónico
Carmen Balcells ha supervisado la edición

Winston Manrique Sabogal - Madrid

Aquel hombre que hubiera querido ser pianista de bar para ayudar a que los enamorados se quisieran más terminó convertido en un enamorador de lectores y en cómplice de muchos de ellos que han regalado sus libros en su estrategia de conquista. Por eso este martes, 6 de marzo, la literatura celebra los 85 años del colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927) y su collar de conmemoraciones: 60 del primer cuento, La tercera resignación, 45 de Cien años de soledad, 30 del Premio Nobel y 10 de haber empezado a publicar sus memorias, Vivir para contarla.

Uno de los más significativos obsequios se lo dará Carmen Balcells, su gran amiga y agente literaria desde Barcelona: las habituales rosas amarillas que tanto le gustan al escritor irán acompañadas de la primera edición de Cien años de soledad que sube al ciberespacio en formato de libro electrónico. Y será como un juego de espejos reflectantes porque el regalo-libro llegará a García Márquez y a las librerías virtuales con la portada de la primera vez: un galeón en la selva colombiana.

Un cumpleaños que incluye un mensaje-tarjeta oral de Balcells: “Mi relación con él ha sido una experiencia tan enriquecedora que ya no recuerdo ni cuándo empezó o si todavía seguimos anclados en esa nube del sueño; más ahora, cuando todos hablan del mundo cibernético y de esa nube infinita donde se pueden alojar todas las historias y los libros”.

Y desde el martes, esta edición de la obra más popular del Nobel colombiano será solo en español. La agente literaria no va a autorizar, en principio, ninguna más en otro idioma: “El libro electrónico es un mercado sin fronteras y todo se hará despacio. No se puede entrar en ese delirio del mundo de la edición contribuyendo al nerviosismo que lo circunda”.

Será la cuarta obra de García Márquez en edición electrónica: ya están Relato de un náufrago, Todos los cuentos y Vivir para contarla, dentro de la colección Palabras Mayores. Lo publicará la misma editorial a la que Balcells ha fiado los anteriores títulos en este formato: Leer-e, dirigida por Ignacio Latasa. Solo que esta vez será en coedición con Mondadori (su editorial en papel en España) y los derechos son mundiales. Todo ha sido muy rápido. En el proceso de edición de la novela ha estado implicada Balcells, quien, por ejemplo, pidió que la letra de presentación del libro electrónico fuera un poco más grande de la habitual. Además, cuenta Latasa, “se han extremado las atenciones en el trasvase del texto a digital, los márgenes están equilibrados y el interlineado es más cuidado”.

El precio será de 5,99 euros y saldrá en dos formatos: para Kindle y el estándar de Epub (para diferentes dispositivos, incluido Apple). La política de la editorial, afirma Latasa, es que los precios digitales no pueden ser altos. “Trabajamos para acercar al autor y el libro al lector. Apostamos por precios bajos dentro de la ganancia que corresponde a los implicados en la cadena de valor del libro”.

Los agentes, asegura Balcells, “no podemos perdernos en el tumulto de los cambios en el mundo del libro. Tenemos que cuidar las ediciones electrónicas, no solo publicar sino contribuir a una mejor lectura en aras del placer de la misma”. Es lo que se busca con la metamorfosis de Cien años de soledad, a partir de este martes, cuando Macondo y los Buendía se enrumben en el universo digital y empiece a leerse desde allí ese rosario de historias de la humanidad contadas desde la frontera del sueño y la vigilia. Vivencias del autor y de lo que le contaba el abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo, pero escritas con la misma “cara de palo” con que su abuela Tranquilina intentaba amordazarlo de miedo para que estuviera quieto. El resultado fue un vallenato de más de 300 páginas escrito durante año y medio en compañía de “dos discos que se gastaron de tanto ser oídos: los Preludios de Debussy y Qué noche la de aquel día de los Beatles”.

Pero así como Cien años de soledad no existiría sin aquellos primeros años con sus abuelos donde está el manantial de su literatura, tampoco toda la obra del periodista, escritor y guionista colombiano sería lo que es sin La tercera resignación, el primer cuento que publicó. Fue hace 60 años en el diario colombiano El Espectador, el 13 de septiembre de 1947. Tenía 20 años, se había graduado de bachiller. Cuando lo vio publicado, su primera reacción fue “la certidumbre arrasadora de que no tenía los cinco centavos para comprar el periódico”. Porque en una página, debajo de unas letras de molde que decían Gabriel García Márquez, estaba el big bang de un universo literario que empezaba con estas palabras: “Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él...”.

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ElPaís.cr
San José – Costa Rica
4 de marzo, 2012


Gabriel García Márquez:
El monumento vivo 
de la Ciudad de México

REPORTAJE      Por Andrea Sosa Cabrios (dpa)

Ciudad de México, 6 mar (dpa) - Hace varias décadas la Ciudad de México estaba llena de grandes nombres: Frida Kahlo, Leon Trostky, Luis Buñuel, Leonora Carrington. De todos queda Gabriel García Márquez como el gran monumento vivo, cobijado por su silencio y pocas apariciones públicas.

El escritor colombiano, que el martes celebra sus 85 años, vive desde hace años en una casa de la calle Fuego en el sur de la ciudad, en una zona de suelo volcánico llamada el Pedregal de San Ángel.

Con su esposa Mercedes Barcha y sus dos hijos aún pequeños, llegó a México en 1961. Ahí escribió "Cien años de soledad" y recibió la noticia de que había ganado el Premio Nobel en 1982. Fue y vino de un lugar a otro, hasta que al final hizo de Ciudad de México su hogar.

Pasado el frenesí de 2007, cuando celebró de un solo golpe 80 años, 40 de la publicación de "Cien años de soledad" y 25 del Premio Nobel con grandes homenajes, la actividad de "Gabo" se redujo.

Y aunque aparece de vez en cuando en conciertos o festejos, no hace declaraciones públicas.

Hace menos de un mes "Gabo" estuvo entre el público en el Palacio de Bellas Artes por los 50 años de carrera de la cantante peruana Tania Libertad.

Con el pelo cano y el rostro cansado, se le vio ahí, sentado junto a su esposa Mercedes y la escritora Ángeles Mastretta en un palco al que se acercó el magnate Carlos Slim para saludarlos.

En México se respeta su ámbito privado y cuando aparece lo hace en un segundo plano: en un recital de Plácido Domingo, la inauguración del nuevo museo de Carlos Slim, un encuentro con Shakira.

"Momentos inolvidables con Gabriel García Márquez en México - Shak", escribió la cantante en abril del año pasado en su cuenta de Twitter con una foto en la que aparece abrazada al novelista en México.

Desde "Memoria de mis putas tristes" en 2004 no ha publicado un nuevo libro. Sólo salió una recopilación de 22 sus discursos más emblemáticos con el título "Yo no vengo a decir un discurso" en 2010.

Hace tres años negó que hubiera dejado de escribir. "No sólo no es cierto, sino que lo único cierto es que no hago otra cosa que escribir", dijo al diario bogotano "El Tiempo". "Mi oficio no es publicar sino escribir. Yo sabré cuándo estén a punto de boca los pasteles que estoy horneando".

Cuando México se volcó a su figura en 2009 por la presentación de la "biografía tolerada" escrita por el británico Gerald Martin, que se titula "Gabriel García Márquez: Un vida", él ni se inmutó. Ni opinó sobre la obra ni asistió a la presentación.

En enero pasado el escritor mexicano Carlos Fuentes dedicó dos artículos en el diario "Reforma" a recordar cada detalle de su amistad con García Márquez, como si quisiera dejar grabadas las páginas comunes de sus vidas para que nunca se borren del recuerdo.

Uno se llamó "Gabo: Memorias de la memoria", el otro "Gabo: Amigo de sus amigos". "Biografía, confesión o novela requieren memoria, pues la memoria, dice Shakespeare, es el guardián de la mente. Un guardián, diría yo, que se radica en el presente para mirar con una cara al pasado y la otra al porvenir", escribió.

Con el silencio de "Gabo" y la discreción de sus amigos, poco se sabe de las actividades y estado de salud del Premio Nobel.

"Cuando el éxito y la publicidad excesiva trataban de perturbar mi vida privada, la discreción y el tacto legendario de los mexicanos me permitieron encontrar el sosiego interior y el tiempo inviolable para proseguir sin descanso mi duro oficio de carpintero", afirmó García Márquez en 1982 cuando vivía el fragor de los tiempos del Nobel.

Ahora, esa misma discreción acompaña el otoño del patriarca

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elheraldo.com
Barranquilla - Colombia
3 de Marzo de 2012

Este martes, 
Gabriel García Márquez,
nuestro Premio Nobel, 
cumple 85 años.

Por Jaime de La Hoz Simanca

Lo más grande que se dio en la literatura universal, el mismo año en que nació García Márquez, fue la llamada Generación del 27, un grupo de escritores españoles que coincidió en similar período de tiempo, y entre quienes se destaca el poeta Vicente Aleixandre, quien obtuvo, al igual que el mago de Aracataca, el Premio Nobel de Literatura.

Se trata de la primera coincidencia de las centenares que habrían de rondar al autor de Cien años de soledad a lo largo de una vida que comenzó a transformarse en mito viviente en aquel momento en que el fallecido autor de Santa Evita, Tomás Eloy Martínez, describió –luego de la entrada de Gabo a un teatro de Buenos Aires, meses después de la publicación de su más famosa obra– de la siguiente manera:

“La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó ‘¡Bravo!’, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: ‘Por su novela’, dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sábanas, como Remedios, la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz que son inmunes a los años”.

Muchos investigadores realizaron sus mejores esfuerzos para escribir sobre los distintos nacimientos de García Márquez, los cuales van más allá de la fecha exacta en que fue parido en Aracataca por Luisa Santiaga Márquez mientras el padre, Eligio García, rumiaba su rabia en Riohacha, de donde eran oriundos Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, abuelos del escritor.

Así, el cuentista antioqueño Dasso Saldívar en su texto “El viaje a la semilla” —después de referir el desafío en que el abuelo Nicolás mata a Medardo Pacheco el 19 de octubre de 1908— escribe:
“Podemos convenir que en aquel lugar y en esta fecha empieza la biografía de Gabriel García Márquez, diecinueve años antes de su nacimiento, pues lo ocurrido durante ese día por la tarde en Barrancas va a prefigurar la suerte personal y literaria del escritor: no solo permitirá que sus padres se conozcan dieciséis años más tarde, sino que es también la causa lejana de que García Márquez se quede a vivir hasta los diez años con sus abuelos en la casa grande y fantasmal de Aracataca, el hecho más importante para el futuro novelista”.

La otra casa. Gabriel García Márquez, el hijo del telegrafista, nació el 6 de marzo de 1927, tal como aparece registrado en su partida de bautismo que, probablemente, el escritor peruano y Premio Nobel Mario Vargas Llosa no alcanzó a conocer, pues en su monumental biografía, Historia de un deicidio, afirma que fue el 6 de marzo de 1928.

Lo anterior, aguijoneado por el mismo escritor que se encargó de pregonar la equivocada fecha durante algún tiempo, contribuyó a que en muchos textos y en sitios web aún aparezca 1928 como el año de su nacimiento. El alcance de la gloria y su eternización en la realidad-real y en la realidad ficticia han permitido el esclarecimiento de los misterios, la rectificación de los errores biográficos y el desenredo de esa telaraña genealógica que durante casi toda la vida ha acompañado al cumplimentado.

Muchos recordarán la verdadera fecha el próximo martes 6 de marzo, y ya todos coincidirán en que han transcurrido cinco años de aquel 2007 en Cartagena, donde el escritor celebró sus 80 años de vida, los 40 de la publicación de Cien años de soledad y los 25 de la obtención del premio Nobel con un discurso pronunciado en medio de la realización del IV Congreso Internacional de la Lengua Española y el cual matizó con las siguientes palabras:

“Nunca he hecho otra cosa que escribir historias para hacer más feliz la vida a un lector inexistente sin más arsenal que dos dedos y 28 letras del alfabeto… Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien años de soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este acto”.

Pero pocos sabrán en el mundo que todo comenzó en una casa de Riohacha ubicada en la calle 3 No. 5-27, habitada hoy por Amalfi Márquez Urbina, hija de Efraín Márquez Iguarán, pariente cercano de los ascendientes del Nobel.

A esa casa, que aún conserva en su patio las trinitarias, los helechos y las palmeras de tiempos remotos, arribaron Eligio García y Luisa Santiaga Márquez la tarde del 12 de junio de 1926, después de un silencioso matrimonio celebrado días antes en la catedral de Santa Marta.

Ricardo Márquez Iguarán, nieto de Francisco Márquez Mejía, primo carnal de Luisa Santiaga, me cuenta en la Avenida Primera de Riohacha que ella llegó con su esposo y se instalaron durante 15 días en el cuarto matrimonial de aquella casona. Más tarde se mudaron a una vivienda más cómoda ubicada en la carrera 6 con Tercera. Luisa llevaba en su vientre el primero de los doce hijos, que nacería en Aracataca. El mismo García Márquez lo recuerda así:

“Fue así y allí donde nació el primero de siete varones y cuatro mujeres, el domingo 6 de marzo de 1927, a las nueve de la mañana y con un aguacero torrencial fuera de estación, mientras el cielo de Tauro se alzaba en el horizonte. Estaba a punto de ser estrangulado por el cordón umbilical, pues la partera de la familia, Santos Villero, perdió el dominio de su arte en el peor momento. Pero más aún lo perdió la tía Francisca, que corrió hasta la puerta de la calle dando alaridos de incendio:

-¡Varón! ¡Varón! –Y enseguida, como tocando a rebato–: ¡Ron, que se ahoga!”.

Los recuerdos. El escritor Víctor Bravo Mendoza me explica, con precisión de relojero, el itinerario de Gabriel García Márquez desde el momento en que fue concebido, en la primera noche de bodas, en la casa de la calle 3, de Riohacha. Después se explaya a través de un recorrido por los orígenes maternos del Nobel, su herencia cultural guajira y hasta su itinerario guajírico garciamarquiano.

“Todo lo que te he dicho está en mi libro. No es cierto, como dicen algunos despistados, que Gabo nació en Riohacha. Luisa Santiaga volvió a Aracataca con ocho meses de embarazo. Aquí fue engendrado, que es distinto. Casi nace entre nosotros”, afirma.
Unos recuerdos distintos tiene Temilda Brugés de Brito, una anciana de 84 años que ha vivido siempre frente a la casa donde pernoctaron Eligio y Luisa Santiaga en 1926, y donde vivieron, lustros después, Jaime García Márquez, hermano de Gabo, y el citado Ricardo Márquez.

Temilda explica que Rita Iguarán, abuela de Amalfi, y esposa de Francisco Márquez, dueño de la casa en ese entonces, facilitó la habitación más grande en la que la cama doble donde durmieron los padres del Nobel ocupaba el mayor espacio. A duras penas cabía el tocador –de roble y gavetas grandes– en el que todos los días se acicalaba la recién desposada Luisa. Hoy, aquel tocador de tres espejos está en la casa de Temilda, cuyos padres compraron a bajo costo.

El 16 y 17 de diciembre de 1983 arribó a Riohacha el flamante Premio Nobel de Literatura, galardón que había recibido un año antes. Realizó algunas diligencias y después quiso conocer la casa donde había sido engendrado “con la excelente puntería de Eligio”, pero siguió de largo. Tal vez porque la nostalgia lo sacudió en aquel instante, o posiblemente quiso quedarse con la imagen que prefiguró cuando sus padres le contaron aquel episodio.

Dos días después de la visita a Riohacha partió en una goleta a Aracataca con la intención de alborotar las remembranzas en medio de aquella casa donde había nacido y que Gerald Martin describe como tres construcciones distintas de madera con algunos muros de adobe y piso de cemento escobillado.

Gabo había estado en su pueblo, junto a su madre, a finales de marzo de 1952, y aquellos recuerdos serían definitivos para su carrera de escritor. Pero en el 83 no quiso llegar nuevamente a la casa, pues su enojo lo impidió: al avanzar en el automóvil por la entrada a Aracataca vio, a lado y lado de la vía, niños ondeando banderitas en medio de un calor atroz, el mismo que, según describe en La cándida Eréndira, obligaba a que los chivos se suicidaran. Entonces dijo: “Esto es infame. No pueden hacer esto. Y menos para recibir a un simple huevón como yo”. ¡Feliz cumpleaños, Gabo!


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ElColombiano.com
Medellín - Colombia
4 de marzo de 2012

El Gabriel García Márquez
que cumplió el sueño de escribir


Ya son 85 años que cumple el escritor.
 En diciembre serán 30 de recibir el Nobel.

Por  MÓNICA QUINTERO RESTREPO

Ese día, en el viaje que Gabriel García Márquez hizo con su mamá, le dijo, como razón para su papá, que lo único que quería ser era escritor. "Y que lo voy a ser".

Todavía estaba en los veinte y en sus bolsillos pesaba más la falta de dinero, que las mismas monedas. Lo que Gabo, como muchos prefieren decirle, o Gabito, como le dicen otros de más confianza, dijo, y escribió en Vivir para contarla, era casi una profecía. O no. De todas maneras ya tenía una vida que le daba para escribir.

"Su gran obra es su propia vida y creo que lo consiguió", cuenta Gustavo Arango , quien escribió el libro Un ramo de no me olvides, en el que cuenta la vida del Nobel cuando estaba joven y era periodista del diario El Universal, de Cartagena.

Su vida no era una vida de escritor del centro de la ciudad, con dinero para dedicarse a escribir. Creció con sus abuelos en Aracataca y fue a estudiar Derecho a Bogotá, aunque en el 48, por lo de Gaitán, se devolvió a Cartagena, esa ciudad de sus amores. Solo que llevaba algo más en la maleta, expresa Arango: regresaba con la idea de ser escritor. Y estaba seguro de ello.

En La Heroica se reencontró con el Caribe y con la cultura popular. En el Universal encontró a Clemente Manuel Zabala. "Ese señor -añade Gustavo- era un maestro con lápiz en mano. Se sentaba con él a pulir el estilo. Gabito había leído mucha literatura del Siglo de Oro y le abrió las puertas a otra literatura". También a que le torciera el cuello al cisne, es decir, que tratara de escribir más decantado, porque, tal vez influenciado por lo que leía, era poético y lleno de adornos.

Los días difíciles
Antes de Cien años de soledad, García Márquez era un ser que caminaba como cualquier parroquiano. Incluso aunque ya había publicado La Hojarasca, su primera novela, y La mala hora y El Coronel no tiene quien le escriba, su nombre no se conocía. Plinio Apuleyo , uno de sus amigos, lo escribió para la Revista Diners, en el 2007: "Se quedó en París, en una buhardilla de hotel, sin saber cómo iba a comer al día siguiente, pero libre de no hacer nada distinto que escribir".

Aunque el Nobel tuvo ganas, una vez, de dejarle de creer a la literatura. Trabajó de periodista en Venezuela y luego llegó a México. "Lo curioso -anota el escritor de Un ramo de no me olvides-, es que no vivía de la literatura. Trabajaba en publicidad". También fue guionista de cine. Y aunque sí escribía, sus libros no los compraba nadie. Plinio, en el mismo escrito, afirma que cuando la editorial Julliard editó El coronel, solo se vendieron 25 ejemplares.

Así que cuando ya estuvo a punto de dejar la literatura, en unas vacaciones llegó la idea de Cien años de soledad. Se acordó de Tranquilina, su abuela, y de sus historias de cuando era niño. Y ahí volvió la intención de escribir. Se encerró 16 meses a que esa idea se quedara en el papel, mientras su esposa, Mercedes Barcha , lo empeñaba casi todo. Lo último fue la licuadora, para enviar la novela a Argentina.

No fue en su tierra
García Márquez no se hizo famoso en Colombia. "Argentina -explica Gustavo- era un gran centro editorial". Y Carlos Fuentes le hizo la conexión con el país gaucho. Era la última oportunidad, hasta por las palabras, que después se han hecho famosas, de su esposa: "Solo falta que esa hijueputa novela sea mala".

En el país, sobre todo en el interior, su nombre no era conocido. Incluso, según la anécdota que recuerda Arango, una de sus hermanas, que era monja, contaba que "los libros de su hermano estaban prohibidos" por algunas palabras. Hay que pensar solo en el final de El Coronel: ¡mierda!

Así que se hizo famoso fue en Argentina. Cien años de soledad fue como un encanto que se vendió y se vendió. Y ahí empieza toda la fama, que relató Tomás Eloy Martínez en una crónica para la Revista Número: los habían invitado a Argentina y Gabo y Mercedes pasaron desapercibidos. "Dos o tres días en el más injusto anonimato".

Después vieron un Cien años de soledad en la bolsa de mercado de una mujer y "esa misma noche fuimos al teatro del Instituto Di Tella. Estrenaban, recuerdo, Los siameses, de Griselda Gambaro (...). La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó «¡Bravo!», y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: "Por su novela", dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso instante vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrador aleteo de sábanas, como Remedios la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos vientos de luz inmunes a los estragos de los años".

La fama
Gabito ha fungido de mala clase. O eso parece. "Es una persona tímida, que parece antipática. No hay peor desgracia para una persona tímida que volverse popular", comenta el también escritor Óscar Collazos.

El mismo Gabo lo escribió en una columna para El País de España, en 1982, cuando explicaba por qué no daba conferencias o participaba en actos públicos: "No lo hago por modestia, sino por algo peor: por timidez".

Ser tímido y famoso es difícil en esas circunstancias. Sonreír todo el tiempo, firmar autógrafos. Pagar el tiempo libre a un precio muy alto. Y lo señala Arango: "la sonrisa se gasta y puede haber un momento que es impaciente".

Sin embargo, los que lo conocen hablan de un hombre muy amable, especialmente cuando está en un espacio de confianza. "Es un hombre de pequeños grupos, de muy sabrosa conversación, capaz de animar la fiesta -agrega Collazos- cantando un vallenato".

Ha sido un tipo muy disciplinado, también fiestero y reservado en su vida personal. "Hay secretos que se van con él", apunta Collazos. Él tiene una vida pública, pero lo que es suyo, no es de nadie más.

El periodista
Después de Cien años de soledad, García Márquez no volvió a ser otra cosa que escritor. Óscar Collazos recuerda que en Barcelona, cuando lo conoció mejor, por allá en la década del 70, era una figura que no se quitaba su uniforme de mecánico. Lo llevaba, "quizá porque era el pantalón con el que trabajaba". Escribía, pues.

Tampoco nunca dejó de ser periodista. Lo era en sus novelas (registraba experiencias), salvo porque no se quedaba apegado a los hechos. "La base, lo que le dio la disciplina, fue su experiencia como periodista", manifiesta Arango.

Era tan disciplinado, recuerda Nelson Freddy Padilla , hoy editor dominical de El Espectador, que no le importaba trabajar hasta las cinco o seis de la mañana. "Así fuera un parrafito, nos tenía ahí hasta la madrugada para que quedara perfecto. Eso fue en 1998, cuando García Márquez compró Cambio y cumplió, aunque por poco tiempo, el sueño de tener una revista de crónicas y reportajes.

Nelson fue un orgulloso datero. Esa noche era el coctel de reinauguración de la revista y Gabo lo llamó y le dijo que salieran por la puerta de atrás, a escribir una crónica. Y él, de la alegría, camino al periódico pisó tanto el embrague que lo quemó. Estaba emocionado de estar trabajando con el Nobel, tan emocionado que igual llegó a hacer guardia, a esperar que alzara la mano y pidiera algún dato.

De hecho, alzó la mano. Estaba escribiendo una crónica sobre Hugo Chávez y a las tres de la mañana "le dio por saber de qué color era su uniforme en un día especial". A esa hora tocó llamar a Caracas y buscar quién sabía qué uniforme vestía ese día. "Era riguroso".

Y quizá como el abuelo del Nobel lo sentaba en sus piernas, Nelson lo recuerda exactamente como "el abuelo que lo sienta a uno y le cuenta historias. Era totalmente dulce y entonces lo sentaba y le daba consejos, como un abuelo que uno siente que conoce y que sabe como funciona el libro".

Corregía mucho, preguntaba mucho, confrontaba los datos y les decía que no adjetivaran tanto. También, Nelson le heredó el amor por la lectura y la literatura. "Todo el tiempo nos decía que un periodista que quiera ser un buen escritor, tiene que leer mucha literatura".

Le gustaban los temas sociales, sobre todo los que tuvieran que ver con la realidad de la gente.

En la primera página de Vivir para contarla se lee que "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Gabo escribió la suya, a su manera. La otra es la de sus amigos y la de quienes leen y vuelven a leer esas páginas que escribió alguna vez.

Y aunque Gustavo Arango considera que "se habla mucho de él, pero no creo que se lean tanto sus novelas como se venden", Gabo es una leyenda. Porque solo es juntar el García más el Márquez, para saber que hay un Gabriel que le dijo una vez a su mamá, que lo que quería ser era escritor. Solo le faltó predecir, qué escritor.

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eluniversal.com.co
Cartagena de Indias – Colombia
4 de marzo de 2012 

Gabriel García Márquez
cumple 85 años este 6 de marzo.


Harold Alvarado Tenorio

Hijo de un telegrafista y la hija de un coronel que participó en la Guerra de los Mil Días (1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1928), por causa de la pobreza fue criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea, asediado por los recuerdos de sus parientes. Al morir su abuelo le llevaron a Barranquilla a concluir la primaria y gracias a una bolsa de estudios en Zipaquirá, un remoto pueblo de los Andes, se graduó de bachiller mientras se intoxicaba con la más horrenda poesía que declamaban los colombianos de entreguerras y “Javier Garcés” escribía sonetos piedracielistas:

Si alguien llama a tu puerta

Si alguien llama a tu puerta, amiga mía,
y algo en tu sangre late y no reposa
y en tu talle de agua, temblorosa,
la fuente es una líquida armonía.

Si alguien llama a tu puerta y todavía
te sobra tiempo para ser hermosa
y cabe todo abril en una rosa
y por la rosa se desangra el día.

Si alguien llama a tu puerta una mañana
sonora de palomas y campanas
y aun crees en el dolor y en la poesía.

Si aun la vida es verdad y el verso existe.
Si alguien llama a tu puerta  y estás  triste,
abre, que es el amor, amiga mía.


Luego asistiría a ciertas clases de derecho en la Universidad Nacional,  pero el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y las persecuciones desatadas el 9 de Abril de 1948 le llevaron a Cartagena de Indias, los veinte meses que trabajó a las órdenes de Clemente Manuel Zabala (San Jacinto, 1921-1963), un radical que había sido secretario del general Benjamín Herrera y delegado a congresos obreros, y quien parece le enseñó los rudimentos del periodismo moderno. En esa Bogotá de hielo y desolación, sólo la poesía le había acompañado:

“Cuando terminé el bachillerato y me fui Bogotá, confesó a J.G. Cobo Borda en 1981,  mi diversión más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que tuviera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos y versos que acababa de leer. A veces encontraba alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.”

En Barranquilla, donde vivió cuatro años, conoció a Cecilia Porras, la pintora y compañera de Jorge Child que pagaría, y diseñaría, la edición de La hojarasca, su primera novela. De vuelta a Bogotá, en 1955 El Espectador le envía como corresponsal a Europa pero prefiere matricularse en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. A finales del año va a París y escribe, en una buhardilla de la Rue de Cujas en el Barrio Latino, El coronel no tiene quien le escriba (1958). Después de hacer un viaje por los países comunistas, con el triunfo de la Revolución Cubana es nombrado corresponsal de la agencia de prensa del nuevo gobierno en Bogotá y en 1961 va a New York como corresponsal de la misma. Renuncia al cargo y viaja a México donde redacta Cien años de soledad, que aparece en Buenos Aires (1967) y recibe el premio Rómulo Gallegos (1972). Un año antes había sido investido con un Doctorado de la Universidad de Columbia. Se traslada a Barcelona donde vivió entre 1967 y 1975. En 1982 recibe la Legión de Honor del gobierno francés y el Premio Nobel de Literatura.

Amigo de notables políticos de su tiempo [Alfonso López Michelsen, Alberto Lleras Camargo, Omar Torrijos, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Adolfo Suarez, Daniel Ortega, Ricardo Lagos], ["el poder absoluto es la realización más alta y más completa del ser humano, y por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria"] al cumplir 80 años y luchando contra un cáncer linfático, Belisario Betancur, --presidente de Colombia durante el holocausto del Palacio de Justicia, el terremoto de Popayán, el comienzo del exterminio de la Unión Patriótica y la desaparición de Armero con cientos y millares de muertos, quien, junto a Olaf Palme, Felipe González, Fidel Castro y Pablo Neruda le postularon al Nobel--, las Academias de la Lengua y el gobierno de Colombia ofrecieron en Cartagena de Indias una fiesta en su honor, a la que asistieron entre otros cientos de adeptos, los Reyes de España, Bill Clinton, Carlos Fuentes, Álvaro Uribe Vélez, Tomás Eloy Martínez, Víctor García de la Concha, César Antonio Molina, Fito Páez y Carlos Vives.

El asunto central de Cien años de soledad (1967), su más conocido poema, es la incomunicación. En Macondo, tierra de lo posible, no existe la solidaridad y trato entre los hombres. Macondo es una Arcadia donde triunfan la muerte y la violencia. Un pueblo habitado por sabios aislados y vidas anacrónicas cuyos símbolos vivos son José Arcadio Buendía, el vidente atiborrado de proyectos que termina junto a su difunto enemigo Prudencio Aguilar; Úrsula Iguarán, que confunde el presente y el pasado y es una muñeca que divierte a sus tataranietos, abandonada por la realidad de la que había sido su único médium; Aureliano Segundo que despilfarra su vida y la de su concubina mientras cubre con billetes de banco las paredes de las habitaciones, bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma vejez, una eterna cumbiamba que apenas apacigua el diluvio universal; Remedios, la bella, que vaga por el desierto de la soledad hasta cuando asciende en cuerpo y alma al cielo; Meme, muda desde el día que su madre la llevó a un convento de tierra fría para que diera a luz el hijo de Mauricio Babilonia, y Aureliano Babilonia, un adolescente que ignora el presente pero sabe todo sobre el hombre del Medioevo. El amor, al final de la novela, derrota la soledad cerrando el círculo maléfico del incesto, maldición y destino de la familia.

Pero quien ha narrado la historia es el coronel Aureliano Buendía, que entre los avatares de las guerras compone en versos rimados sus encuentros con la vida y la muerte ["Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer" ] y ya cerca del final, quema, con el baúl de los poemas “la historia misma de la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias", porque gracias al misterio de la poesía "no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”.

Otro de sus grandes poemas es El general en su laberinto (1989), un sentimental viaje de horror hacia la muerte. Aquí el agonista es un virtuoso abatido por el destino contra quien no solo conspiran los hombres sino la enfermedad de su siglo: la tuberculosis. El cuerpo, las lluvias, el calor, la ropa, el sol implacable hacen más feroces los efectos del que recorre el orbe. Quien lee, sabe qué va a suceder y sólo continúa por placer. Un placer que termina en llanto y dolor. La utopía vuelve a ser el eje central de ésta como en ese Macondo donde las cosas hubo que fundarlas porque carecían de nombre y José Arcadio Buendía persigue el progreso y los secretos de una alquimia, que conducen, ineludibles, al fracaso. Los esfuerzos del General Bolívar, el Coronel Buendía y José Arcadio terminan mal. Como en la gran poesía del mundo, todo está condenado al fracaso, a una ruina de los ideales.

El general en su laberinto  fue la culminación de una saga sobre los estragos de la soledad del poder, el amor y el absurdo de la gloria que había comenzado con El coronel no tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano Buendía y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien años de soledad, y el viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo en El otoño del Patriarca, porque como había consignado en su gran novela:

“Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

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La Razón
La Paz – Bolivia
4 de marzo de 2012

El García Márquez desconocido

Una semblanza poco conocida del escritor,
cuya prosa embrujadora cumple también 55 años.

Por  Óscar Ordóñez A.

Gabriel García Márquez despierta mucho interés y crítica al mismo tiempo. Él en persona, sus declaraciones a los periodistas, sus novelas, cuentos, notas de prensa o aquellas que le atribuyen y que luego termina negándolas.

García Márquez nunca le da la espalda a la vida de su imaginación. Con ella construyó al García Márquez que poco conocemos.

Es un escritor comprometido con  la realidad política que lo formó. Y respondió a las demandas que identificó para el periodismo y el cine en América Latina, con cierto tinte político. En Cartagena de Indias, Colombia, por ejemplo, creó en 1994 la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Y en Cuba inauguró la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

García Márquez es un exitoso hombre de negocios. Dispone de un excelente equipo de comunicadores en marketing encargado de inmortalizar su nombre y su imagen en las cuatro esquinas de este mundo. Basta con que se anuncie que llega a Bogotá, a Estados Unidos, a París…

El resto lo hacen los medios. Llenan páginas enteras porque aún existimos periodistas embrujados por su palabra, sin ni siquiera reflexionar con detalle, el grado noticioso que escribimos sobre él. Y hay otros que, sin proponérselo, contribuyen con premios y reconocimientos (antes y después de que le entregaran el Premio Nobel de 1982) a su imagen publicitaria. Este hombre sencillo, como lo siento, es consciente de una fama que no lo deja vivir en paz. No le gusta, por supuesto, porque no hay periodista en este mundo que no sienta la tentación de entrevistarlo.

Sin embargo, sabe utilizar esa fama a favor de sus intereses políticos: la liberación de América Latina y de Cuba, en particular, son los temas por los que siente atracción, según lo mencionó en el documental La escritura embrujada, de 1998, producido por Yves Billon y Mauricio Martínez-Cavard.

“¿No habrá dentro de ti una vocación de político? O quizá se trata de una secreta fascinación por el poder...”, le preguntó su paisano y colega periodista, Plinio Apuleyo Mendoza.

“No, lo que ocurre es que tengo una incontenible pasión por la vida, y un aspecto de ella es la política. Pero no es el aspecto que más me gusta, y me pregunto si me ocuparía de él de haber nacido en un continente con menos problemas políticos que América Latina. Es decir: me considero un político de emergencia”, le respondió.

La soledad del poder y cómo éste va minando la existencia de aquellos personajes políticos que lo detentan es el tema de este escritor que cumple el 6 de marzo 85 años de vida.

Es el poder el que quiere estar cerca de él, mencionó en el documental Un viaje al corazón de la memoria, producido por la Televisión Española. “Yo no he escrito una línea que no sea sobre el poder, y sobre todo, sobre el más poderoso, importante, grande y eterno de todos los poderes que es el amor”, remató.

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