14 de septiembre de 2017

MEMORABILIA GGM 875



Publicado por cortesía de su autor
Letralia
Cagua – Venezuela
Septiembre de 2016

Antes y después: 50 años de la novela cumbre de García Márquez

Dos instantes mágicos
de Cien años de soledad

Por Jaime De la Hoz Simanca

I

Los antecedentes de Cien Años de Soledad parecieran ser infinitos. En realidad, es imposible precisar el momento en que nace ese mundo fantástico que habría de iniciar vuelo el martes 30 de mayo de 1967, día y año de la aparición de la novela en Buenos Aires, Argentina. Su autor, Gabriel García Márquez, la fue fraguando en medio de una vida incesante y creativa que terminó el 17 de abril de 2014, en Ciudad de México.

Desde la infancia, García Márquez fue un soñador de imaginación viva, la cual fue alimentando gracias a sus abuelos, el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, la matrona que, al igual que la tía Petra, contaba los hechos más inverosímiles con una cara de palo sin par, al decir del mismo nieto, muchos años después.

El viejo Nicolás, en efecto, fue el encargado de poblar con extrañas imágenes el universo mental de Gabo: desde aquel acompañamiento para que contemplara un dromedario en el circo, hasta los relatos de hechos sangrientos que se sucedieron en la Guerra de los Mil días, donde había participado el coronel.

Tranquilina, por su parte, se dedicó a contar a su nieto historias mágicas, –que después asumieron formas de realidad objetiva– paralelas a la otra realidad, la verdadera, en la que se desenvolvía la cotidianidad de aquel infante que, poco a poco, fue perdiendo el asombro y la perplejidad.

Varios investigadores del libro emblemático del Premio Nobel colombiano, por tales razones, apuntan que Nicolás y Tranquilina se encarnarían en los personajes del coronel Aureliano Buendía y de Úrsula Iguarán, quienes se ubican en la cúspide de ese intrincado árbol genealógico que conforma un mundo literario inolvidable.

 Pero Nicolás y Tranquilina configuran, apenas, la punta del iceberg de lo que podrían llamarse antecedentes de Cien Años de Soledad. La afición de Gabito por la lectura, especialmente los relatos y la poesía, iría alimentando su deseo de contar todo aquello, algún día. No era fácil, por supuesto. Antes, había que incursionar en el terreno de la escritura; es decir, buscar recursos que permitieran volcar las ensoñaciones reprimidas. El escritor encontró en la poesía misma, y en las cartas de colegiales adolescentes, la manera de comunicar hacia el exterior las imágenes fantasiosas que se iban acumulando en su cerebro.

Sin embargo, el “daño” estaba hecho. El niño Gabito y, luego, el joven Gabo, se acostumbró a una forma de ver el mundo circundante. Todo lo que lo rodeaba era visto a partir de aquella exuberancia de que hicieron gala los abuelos durante varios años.

Mario Vargas Llosa, en el profundo estudio que realiza en Historia de un deicidio, expresa, al comienzo de la obra, la impresión que le causó García Márquez al escucharlo por primera vez:

“Entre todos los rasgos de su personalidad hay uno, sobre todo, que me fascina: el carácter obsesivamente anecdótico con que esta personalidad se manifiesta. Todo en él se traduce en historias, en episodios que recuerda o inventa con una facilidad impresionante. (…) Al contacto con esta personalidad, la vida se transforma en una cascada de anécdotas. (…) Esta personalidad es también imaginativamente audaz y libérrima, y la exageración, en ella, no es una manera de alterar la realidad sino de verla”.

De tal manera que, asumida como una forma de vida, el trabajo cotidiano de García Márquez consistió en darle salida al universo que comenzaba a atragantarse y el cual comenzó a llamar Macondo en sus primeros artículos y relatos hasta convertirse, en la histórica novela y posterior  a esta, en aquel pueblo que terminó habitándonos a todos. ¿Quién no lleva a cuestas su propio Macondo?

Hasta donde se sabe, la primera mención de Macondo, en la obra redonda de García Márquez, aparece en un cuento: Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, publicado en 1955, es decir, cuando su autor cuenta con 28 años y defiende su subsistencia con las crónicas y reportajes que publica en el diario El Espectador, de Bogotá. Extrañamente, en el relato sólo aparece la mención del mítico pueblo en el título, pero, es indudable, que el rompecabezas comenzaba a armarse, pues allí está la lluvia torrencial, la nostalgia y los recuerdos, la exageración de los rasgos de la realidad y ese tono narrativo que habría de asumir más cuerpo en las novelas posteriores y, por supuesto, en Cien años de soledad.

“Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios pensamientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo misma participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del corredor”

Antes de la publicación del cuento en referencia, García Márquez se ha desempeñado como redactor del diario El Heraldo, de Barranquilla, donde publica columnas de opinión que, en el fondo, son minicrónicas de hechos acaecidos en cualquier lugar del mundo, o historias edificadas a partir de la hiperbólica imaginación del escritor. En esa época, o desde mucho antes, ya se mueve el mundillo de Macondo, tal como lo refiere Gabo al investigador literario Luis Harss:

“Yo empecé a escribir Cien años de soledad cuando tenía dieciséis años… Escribí en ese momento un primer párrafo que es el mismo primer párrafo que hay en Cien años de soledad. Pero me di cuenta que no podía con el ‘paquete’. Yo mismo no creía lo que estaba contando, me di cuenta también que la dificultad era puramente técnica, es decir que no disponía yo de los elementos técnicos y del lenguaje para que esto fuera creíble, para que fuera verosímil. Entonces lo fui dejando y trabajé cuatro libros mientras tanto…”

 En efecto, las cuatro obras que menciona García Márquez son tres novelas y un libro de cuentos. La primera es La hojarasca, la cual había empezado a escribir en 1950 y cuya publicación se produce cinco años después, poco antes de irse al exilio en París. La segunda es El coronel no tiene quien le escriba, esa pequeña joya que fue publicada por primera vez en la revista Mito, en 1958. La tercera es La mala hora, novela que gana el Premio Esso en 1961. La publicación, bajo el sello Editorial Esso, Madrid, se hizo un año después. Y la cuarta obra es Los funerales de la mamá grande, cuya primera edición es de la Universidad Veracruzana de Xalapa, México, año 1962.

Hoy podría afirmarse que estos libros constituyen una especie de etapa preparatoria que permite luego llegar a Cien Años de Soledad. Se trata de un tránsito largo o, si se quiere, una encarnizada pelea con el lenguaje pensando, eso sí, en alcanzar el perfeccionamiento necesario para dibujar el mundo macondiano. Así, en las novelas mencionadas y en los cuentos En este pueblo no hay ladrones y La siesta del martes, incluidos en Los funerales de la mamá grande, hay mención de Macondo, descripciones, situaciones, hechos, instantes mágicos, hipérboles gigantes y personajes con los mismos nombres que aparecerán después en el best seller que irrumpió como un rayo en el panorama de las letras hispanoamericanas.

El instante preciso de la concepción de Cien años de soledad lo refiere Óscar Collazos de la siguiente manera: “En aquel enero de 1965, ya no era una imagen aislada, tan evocadora como acuciante. Durante dieciocho meses –cuenta García Márquez y lo repiten los cronistas– la ‘Cueva de la Mafia’ se convirtió en el espacio de un recluso voluntario que vio cómo se acumulaban las deudas, se vendía el ‘Opel’ y las facturas llegaban a los diez mil dólares. Dos, tres paquetes de cigarrillos diarios. Ocho y diez horas ante la máquina de escribir. Los primeros capítulos definitivos van a parar a manos de sus amigos. Otros aparecen en revistas…”.

II

 Cuentan los biógrafos que la primera edición de Cien años de soledad, cuyo tiraje fue de ocho mil ejemplares, se agotó en veinte días. En realidad, se había creado una gran expectativa, pues los primeros avances fueron publicados por revistas especializadas en literatura. En especial, Primera Plana, dirigida en ese entonces por el escritor Tomás Eloy Martínez, autor de la novela Santa Evita, y uno de los más cercanos a Gabo.

Eloy, quien conoció de la obra a través de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana, publicó en su revista una entrevista con García Márquez, escrita por Ernesto Schoo, enviado especial a México. Todos los movimientos para la promoción los hizo Porrúa, quien encargó la portada a la ilustradora Iris Pagano en vista de que la del pintor méxico-español, Vicente Rojo –encargada por García Márquez– no llegó sino para la segunda edición.

Lo que hoy todavía constituye un misterio es el rápido grado de popularidad que alcanzó la novela. Algunos testigos de la época han escrito que en los supermercados de Buenos Aires veían salir a las mujeres con sus bolsas de alimentos en las que se alcanzaba a ver asomado el ejemplar codiciado. Así mismo, el mundillo intelectual comenzó a agitarse con la buena nueva de una obra que contaba en 350 páginas la historia de la familia Buendía y el génesis y apocalipsis de Macondo.

  García Márquez y Mercedes Barcha, su esposa, llegaron al aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, en la madrugada del 16 de agosto, cuando la novela seguía vendiéndose en medio de un vértigo increíble. Y su presencia en aquella ciudad aumentó mucho más la aceptación de Cien años de soledad. Eloy Martínez relata la siguiente anécdota:

“Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto di Tella. Estrenaban, recuerdo, “Los siameses” de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron a la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó “¡Bravo!”, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: “Por su novela”, le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como Remedios la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de luz inmunes a los estragos de los años”.

Una respuesta a lo que algunos consideran “milagro literario” fue dada por Vargas Llosa en el sentido de que Cien Años de Soledad constituye un laberinto por su complejidad, pero también una avenida solitaria por su facilidad. Es decir, una novela para lectores exigentes y también para medianías intelectuales. Hay de todo, como en botica. Podría analizarse el intrincado tiempo psicológico de la obra o divertirse con el destino de cada uno de los personajes. En fin, una novela para todos los públicos; no obstante, dotada de una fuerza inconmensurable que, por su atractivo y poder de seducción, se sitúa al lado de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

Después de la aparición del mítico libro, llegaron los premios, los reconocimientos, las traducciones y otras obras que también hacían referencia a Macondo, el villorrio universal sin tiempo ni espacio. Inicialmente, Cien años de soledad fue destacada por El Mundo, diario español que la consideró como una de las 100 mejores novelas en español del siglo XX; así mismo, el diario Le Monde, de Francia, la incluyó en la lista de los 100 libros del siglo XX.

Por otra parte, en 1972 la novela ganó en Venezuela la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos. También obtuvo en Francia el Premio al mejor libro extranjero, y el Premio Chianchiano en Italia, país donde el nombre de la mencionada obra fue puesto a una plaza del pueblo sardo de Perdasdefogu, en el que se instaló una placa en homenaje a su autor. De igual manera, y cuando apenas la fama de la novela alzaba vuelo, fue calificada por la crítica especializada de Estados Unidos como uno de los doce mejores libros de la década del sesenta.

Adicionalmente, el instante de apogeo de Gabo lo constituyó el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura en 1982. Al respecto, uno de los jurados, el sueco Arthur Lundkvist, ante la pregunta de por qué le dieron el Nobel a García Márquez, expresó a Eligio García, su hermano menor, que “por toda su obra, pero especialmente por Cien años de soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia”.

Después del Premio Nobel, Macondo siguió apareciendo en obras posteriores a Cien Años de Soledad. Así, encontramos al mágico pueblo en Crónica de una muerte anunciada, novela trágica que fue publicada en 1981. Igualmente, en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, donde Macondo es visitado por la abuela, Eréndira y la caravana que secunda el camino.

En cuanto a las traducciones, llovieron una tras otra. Se calcula que la novela ha sido traducida a más de 40 idiomas y que ha vendido más de 50 millones de copias sin incluir las ediciones piratas en muchos países. La que más alabó Gabo fue la traducción al inglés hecha por Gregory Rabassa, un especialista en literatura latinoamericana que también trabajó obras de Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.

En 2007, se presentó en Cartagena la edición conmemorativa de Cien años de Soledad, lo que constituyó el más reciente acto de exaltación de la gran novela. Fue un acto público en el que participó el autor, un hombre de 80 años a quien ya se le notaban los estragos del paso del tiempo. Pero con la lucidez intacta y la memoria nítida para los recuerdos de aquellos instantes de gloria y pesadumbre.

La edición fue supervisada por Gabo y en ella hay estudios previos de Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Víctor García de la Concha, Claudio Guillén, Pedro Luis Barcia, Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio, Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosa, quien autorizó la reproducción de algunos textos de su monumental Historia de un deicidio. Se trata de un volumen de 606 páginas cuyo tiraje fue de un millón de ejemplares. En el evento, con manos temblorosas y voz firme, dijo Gabo:

“Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien Años de Soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura. Hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores, y hacia un artesano, insomne como yo, que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata ni puede tratarse de un reconocimiento a un escritor. Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares de Cien Años de Soledad no son un millón de homenajes al escritor que hoy recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay millones de lectores de textos en lengua castellana esperando, hambrientos, de este alimento”.

** ** **

Las 2 orillas
Bogotá – Colombia
2 de septiembre de 2017

En su discurso en la
Casa de Nariño,
el papa prefirió citar más
a Gabo que a la Biblia
“La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años. No queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más”

Por: Las2orillas

En la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, el Papa Francisco dio su discurso a las 9 de la mañana. Desde temprano se estuvo esperando las palabras del líder de la Iglesia Católica, quien también habló frente a más de 2.000 jóvenes en la Plaza de Bolívar, recordándoles que deben permanecer unidos y mantener la esperanza para buscar la paz. Además, Francisco fue recibido por un millón de personas en el Parque Simón Bolívar, donde la gente lo estuvo esperando desde las 5 de la mañana. La felicidad y el fervor se sintieron en el ambiente tras su llegada y paseo en el papamóvil a través del parque.

Este es el discurso leído por Francisco:

Señor Presidente,
Miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
Distinguidas Autoridades,
Representantes de la sociedad civil,
Señoras y señores.

Saludo cordialmente al Señor Presidente de Colombia, Doctor Juan Manuel Santos, y le agradezco su amable invitación a visitar esta Nación en un momento particularmente importante de su historia; saludo a los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático. Y, en ustedes, representantes de la sociedad civil, quiero saludar afectuosamente a todo el pueblo colombiano, en estos primeros instantes de mi Viaje Apostólico.

Vengo a Colombia siguiendo la huella de mis predecesores, el beato Pablo VI y san Juan Pablo II y, como a ellos, me mueve el deseo de compartir con mis hermanos colombianos el don de la fe, que tan fuertemente arraigó en estas tierras, y la esperanza que palpita en el corazón de todos. Sólo así, con fe y esperanza, se pueden superar las numerosas dificultades del camino y construir un País que sea Patria y casa para todos los colombianos.

Colombia es una Nación bendecida de muchísimas maneras; la naturaleza pródiga no sólo permite la admiración por su belleza, sino que también invita a un cuidadoso respeto por su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo en biodiversidad y, al recorrerlo, se puede gustar y ver qué bueno ha sido el Señor (cf. Sal 33,9) al regalarles tan inmensa variedad de flora y fauna en sus selvas lluviosas, en sus páramos, en el Chocó, los farallones de Cali o las sierras como las de la Macarena y tantos otros lugares. Igual de exuberante es su cultura; y lo más importante, Colombia es rica por la calidad humana de sus gentes, hombres y mujeres de espíritu acogedor y bondadoso; personas con tesón y valentía para sobreponerse a los obstáculos.

Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación. En el último año ciertamente se ha avanzado de modo particular; los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos. Trabajo que nos pide no decaer en el esfuerzo por construir la unidad de la nación y, a pesar de los obstáculos, diferencias y distintos enfoques sobre la manera de lograr la convivencia pacífica, persistir en la lucha para favorecer la cultura del encuentro, que exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común. Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo. Cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 67).

El lema de este País dice: «Libertad y Orden». En estas dos palabras se encierra toda una enseñanza. Los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable. No es la ley del más fuerte, sino la fuerza de la ley, la que es aprobada por todos, quien rige la convivencia pacífica. Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta Nación por décadas; leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia. Sólo así se sana de una enfermedad que vuelve frágil e indigna a la sociedad y la deja siempre a las puertas de nuevas crisis. No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales (cf. ibíd., 202). En esta perspectiva, los animo a poner la mirada en todos aquellos que hoy son excluidos y marginados por la sociedad, aquellos que no cuentan para la mayoría y son postergados y arrinconados. Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes. En la diversidad está la riqueza. Pienso en aquel primer viaje de san Pedro Claver desde Cartagena hasta Bogotá surcando el Magdalena: su asombro es el nuestro. Ayer y hoy, posamos la mirada en las diversas etnias y los habitantes de las zonas más lejanas, los campesinos. La detenemos en los más débiles, en los que son explotados y maltratados, aquellos que no tienen voz porque se les ha privado de ella o no se les ha dado, o no se les reconoce. También detenemos la mirada en la mujer, su aporte, su talento, su ser «madre» en las múltiples tareas. Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro con esperanza.

La Iglesia, en fidelidad a su misión, está comprometida con la paz, la justicia y el bien de todos. Es consciente de que los principios evangélicos constituyen una dimensión significativa del tejido social colombiano, y por eso pueden aportar mucho al crecimiento del País; en especial, el respeto sagrado a la vida humana, sobre todo la más débil e indefensa, es una piedra angular en la construcción de una sociedad libre de violencia. Además, no podemos dejar de destacar la importancia social de la familia, soñada por Dios como el fruto del amor de los esposos, «lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros» (ibíd., 66). Y, por favor, les pido que escuchen a los pobres, a los que sufren. Mírenlos a los ojos y déjense interrogar en todo momento por sus rostros surcados de dolor y sus manos suplicantes. En ellos se aprenden verdaderas lecciones de vida, de humanidad, de dignidad. Porque ellos, que entre cadenas gimen, sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz –como dice la letra de vuestro himno nacional–.

Señoras y señores, tienen delante de sí una hermosa y noble misión, que es al mismo tiempo una difícil tarea. Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez: «Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera». Es posible entonces, continúa el escritor, «una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra» (Discurso de aceptación del premio Nobel, 1982).

Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza… La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más. Y quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz.

Están presentes en mis oraciones. Rezo por ustedes, por el presente y por el futuro de Colombia.

** ** **

Publicado por cortesía de su autor

Diario Occidente
Cali – Colombia
14 de septiembre de 2017.

Columna de opinión
Francisco: Papa gabólogo

Por Luis Ángel Muñoz Zúñiga

Al Papa Francisco le conocíamos: su humor, su afición futbolera, su conciencia ecológica, sus mensajes a la juventud, su defensa de los más débiles, sus conocimientos sobre problemas políticos y económicos, latinoamericanos y mundiales, su pensamiento incluyente y su política conciliadora. Pero esta vez nos sorprendió con sus referencias a la letra del Himno Nacional de Colombia y al discurso “La soledad de América Latina”, pronunciado en 1982 en Estocolmo por nuestro Premio Nobel de Literatura.

Nos mostró otra de sus facetas, su pasión por la literatura, la poesía y la narrativa. Las palabras del Papa Francisco sí supieron darle vigencia al poema de Rafael Núñez, convocándonos a mirar de frente y a sus ojos a los pobres. “Ellos que entre cadenas gimen sí que comprenden las palabras del que murió en la cruz”.

Sus palabras exhortaron para que donde todavía cultiven el amor patrio, no se conformen con sólo el enseñar a cantarlo, es decir, simplemente repetirlo.

Convocó tácitamente a que cuando interpretemos su letra, entonando sus analogías y metáforas, también reflexionemos sobre su connotación histórica y social. Francisco, a renglón seguido en su discurso, también se mostró como gran admirador de Gabo.

“Resuena en el corazón de cada colombiano el aliento del gran compatriota Gabriel García Márquez… Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”

** ** **


No hay comentarios: