EL PAIS
Madrid - España
24 de octubre de 2016
Cultura
“Gabo veía lo que nadie ve”
El periodista colombiano Roberto Pombo
recuerda su amistad
con Gabriel García Márquez y sus
lecciones como reportero
Por Felipe Sánchez
Roberto Pombo, el pasado viernes en
Madrid. Foto: Luis Sevillano
El director del diario El
Tiempo, Roberto Pombo (Bogotá, 1956), se graduó como periodista en el único
medio colombiano de izquierda de los años setenta, la revista Alternativa,
impulsada por Gabriel García Márquez y en cuyo seno hizo su primera cobertura,
la de la toma de la embajada de República Dominicana a manos de la guerrilla
del M-19 en 1980. Hoy dirige un periódico centenario, el de mayor circulación
en el país, y acaba de publicar El tiempo
por cárcel (Debate, 2016), un libro de conversaciones con el escritor
colombiano Juan Esteban Constaín sobre su historia y la del país, que presentó
la semana pasada en España.
¿Qué aprendió de García Márquez?
Gabo deja varias lecciones.
Una muy envidiable era su capacidad para, con una mirada diferente a la de todo
el mundo, poner la cámara en un contraplano y ver lo que nadie ve –para decirlo
en términos cinematográficos–. La originalidad de la visión del periodista
siempre fue una obsesión suya. Tener una mirada diferente, y eso es una gran
enseñanza.
Pombo
viajó a México a principios de siglo a liderar allí la expansión de la revista
colombiana Cambio, para la que entrevistó junto al autor de Cien años de
soledad al subcomandante Marcos, en 2001. El líder revolucionario había cruzado
medio país norteamericano desde Chiapas, al sur, y “se había tomado
prácticamente toda Ciudad de México con su gente”.
¿Cómo fue esa entrevista?
Muy intimidante, sobre todo
porque Gabo se quedó callado casi todo el tiempo y yo era el que hacía las
preguntas. Yo lo miraba como diciendo “¿ya?”. Seguí hasta que se acabó mi
batería y comenzó él con unas preguntas mucho más interesantes. Las mías eran
las de temas políticos, las obvias. Las de él trataban de encontrar quién era
el personaje que teníamos enfrente. Lo primero que le dijo fue: “Se nota que
tiene un gran bagaje cultural. ¿Usted se crió en un ambiente de mucha
lectura?”. Marcos se sorprendió y contestó que su mamá era maestra. Entonces
arrancó una conversación sobre sus influencias literarias… Digamos que la parte
de reportería clásica la hice yo y él puso como siempre la cámara en
contraplano.
Director
de El Tiempo desde 2009, Pombo ha sido figurante de telenovelas, libretista de
programas de concursos, reportero en la costa Caribe, director de revistas y de
noticieros radiales y televisivos. “Mi vida periodística ha estado ligada a la
violencia”, reflexiona, con una experiencia de más de 35 años de oficio a
cuestas en un país envilecido por la guerra. “Y al mismo tiempo ha tenido como
hilo conductor los distintos procesos de paz, que al final parecieran una sola
conversación que empezó en 1982 y que está terminando ahora. Por eso veo con
tanto entusiasmo la posibilidad de que por fin se firme un acuerdo”.
Santos prometió seguir la política de mano dura de
Álvaro Uribe en la campaña de 2010. ¿Por qué lo respaldó?
Para los problemas del país
me parecía que la experiencia y la actitud de Santos eran mejores, y que tenía
más empaque de gobernante que [el académico independiente] Antanas Mockus. Pero
nunca lo vi como si Santos fuera la guerra y Mockus fuera la paz. Conozco al
presidente desde hace muchísimos años y pese a haber sido el ministro de la
guerra en la época de Uribe, participó activamente en muchos de los procesos de
paz anteriores.
Uribe
es el líder oficioso de los opositores a los actuales acuerdos entre el
Gobierno y las FARC que buscan poner fin a un conflicto armado de más de medio
siglo. Tras cerca de cuatro años de diálogos en La Habana, el documento final
fue sometido a un plebiscito el pasado día 2. Los críticos del acuerdo ganaron
por 54.000 votos (en medio de una abstención del 63%) y el Gobierno se ha
comprometido a discutir sus contrapropuestas.
¿Están cerca de un nuevo acuerdo?
Si se trata del acuerdo que
quiere Uribe, estamos lejísimos. Los cambios que pide son de tal magnitud que
habría que hacer un documento totalmente distinto. Pero tanto para el Gobierno
como para las FARC, el tiempo corre en su contra. La situación es muy delicada
y vulnerable. Una guerrilla desmovilizada, todavía con armas, con plazos
diferentes a los proyectados y con problemas técnicos muy complejos para la
verificación internacional…
Los
opositores exigen, entre otras cosas, que los líderes de la guerrilla no
participen en política, que paguen penas de cárcel y que los crímenes de la
guerra no se juzguen en un tribunal especial, sino en la Corte Suprema. “El
conflicto armado colombiano es muy viejo y durante la última década ha sido muy
lejano para la gente de las ciudades. Entonces, a muchos les parece que las
concesiones a la guerrilla son excesivas, porque no sienten que lo que se está
recibiendo sea equivalente a lo que se está dando”, observa Pombo. “Ahora hay
que buscar fórmulas creativas y políticamente serias para que las cosas avancen”.
** ** **
ARCADIA
Bogotá – Colombia
25 de octubre de 2016
Gabo y una flor en un avión
La filósofa Andrea Mejía comparte el
recuerdo de cuando conoció a Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha porque,
en un país tan polarizado, siente “que tenemos que agarrarnos de la belleza. De
la poca y pequeña”.
Por Andrea Mejia
García Márquez y Barcha llegando a
Aracataca por tren en 2007. Crédito: Alejandra Vega / AFP.
Como el vuelo La
Habana-Bogotá estaba sobrevendido, me asignaron un asiento en primera clase.
Qué suerte, pensé. Al lado mío, separado por el corredor, iba sentado García
Márquez. No me pareció extraño. Solo pensé en lo difícil que iba a ser llegar a
mi puesto. Un enjambre de personas se amontonaba en torno a él, impidiendo el
estrecho pasaje. Todo el mundo quería una foto o un autógrafo. O una foto y un
autógrafo. Una foto Maestro, le decían. Pero dejen sentar a Mercedes, que lleva
toda la vida parada, decía él. Mercedes era su esposa y había quedado atrapada
en la multitud. Vi que la cosa iba a tardar. Me senté en uno de los brazos de
una silla que estaba dos filas delante de la mía y suspiré. Les rogamos a los
señores pasajeros ocupar sus puestos, repetía la azafata por el altavoz sin
perder la calma, aunque a mí me empezaba a faltar el aire. Todo el avión estaba
de pie y los pasajeros parecían multiplicarse por 100 cada segundo. Por fin la
gente tuvo que ocupar sus sillas para el despegue y yo encontré el camino a mi
puesto. Antes de sentarme, sonreí a Mercedes que estaba en la ventanilla, al
lado de su esposo. Llevaba un vestido blanco y suelto y un collar de grandes
piedras azul cielo. Me hubiera gustado pedirle un autógrafo a ella.
Nunca puedo leer mientras
despegan los aviones. Siempre estoy esperando el momento en que el avión se
estrella contra el suelo como castigo por intentar desafiar la ley de la
gravedad. Cuando se apagaron las luces del cinturón de seguridad pude abrir mi
morral y buscar en el fondo el libro que llevaba dentro: las Seis propuestas para el próximo milenio
de Italo Calvino. Solo había leído la primera conferencia, Levedad. Busqué los
párrafos en los que Calvino se acuerda de la historia de Perseo y habla de la
delicadeza que se necesita para ser un vencedor de monstruos. ¡Cuánta razón!,
pensé. Una vez Perseo ha acabado con Medusa cortándole la cabeza, libera a su
chica (lo que puede parecer aburrido pero desde cierta perspectiva resulta
irreprochable), y después “decide hacer lo que cualquiera de nosotros haría
después de semejante faena: lavarse las manos”. Por supuesto, pensé. El
problema es qué hace mientras tanto con la cabeza de la horripilante criatura.
Entonces Calvino decide que en ese punto lo mejor es citar directamente Las
metamorfosis de Ovidio: “Para que la áspera arena no dañe la cabeza con pelo de
serpientes, Perseo mulle el suelo cubriéndolo con una capa de hojas, extiende
encima unas ramitas nacidas bajo el agua, y en ellas posa, boca abajo, la
cabeza de la medusa”. El pasaje que sigue es el mejor momento de la
conferencia, porque las ramitas acuáticas se transforman en coral.
¿Qué estás leyendo? Me
sobresalté. ¿Yo?, pensé. ¿Y quién más iba leyendo cerca nuestro? Levanté la
cabeza para inspeccionar. Una señora sostenía la cartilla de seguridad del
avión frente a sus ojos. Quinientas pulseras doradas tintineaban en sus brazos.
A lo mejor su momento de pánico en los aviones no coincidía con el mío, pensé.
Yo no sabía si eso contaba como leer, pero en un destello de lucidez me dije
que en todo caso el que preguntaba podía darse cuenta sin dificultad de que lo
que leía la señora de las pulseras eran las instrucciones que hay que seguir
con cuidado cuando un avión va a estrellarse contra el suelo. La pregunta
entonces no tenía ningún sentido. Muéstrame ese libro. Era él, con su acento
caribe impecable y dulce. Le mostré el libro. La portada con la foto de Calvino
amarilla y sepia y las letras azules del título temblaba entre mis manos. Así
que ya estoy enamorada, pensé. Es el mejor libro que he leído en mi vida, me
dijo. Me reí. Solo he leído la primera conferencia, le dije. Le hablé de la
cama de ramitas marinas que se transforman en coral al contacto con la cabeza
del monstruo. Y le hablé de otro tipo que aparece en la conferencia, no tan
capaz como Perseo, pero al que le gustaba saltar sobre las tumbas. No me
acuerdo cómo se llama, le dije. Claro, me dijo, Cavalcanti. Pero él salta solo
porque tiene las piernas muy largas y flacas, agregó. El cementerio es su pista
de entrenamiento. ¿Cómo te llamas? Andrea, ¿y tú? Gabriel. Era un chiste, le
dije, pero muy malo. Tráenos por favor dos uijqui, le dijo a la azafata que
sonrió y le dijo, enseguida, Maestro. Yo no entendía por qué todo el mundo le
decía Maestro, pero a lo mejor tenía que ver con el hecho de que nadie sobre la
Tierra podía pronunciar tan bien como él la palabra whisky. García Márquez
tenía que ser una autoridad fonética mundial. Nuestras mesitas auxiliares se
habían desplegado mágicamente y sobre ellas brillaban dos vasos llenos de hielo
y uijqui.
Di un sorbo pequeño de mi
vaso y le pregunté si se acordaba del cuento de Kafka al final de la
conferencia. Es un cuento muy raro, le dije. Recuérdamelo, me dijo él. Obedecí.
Un hombre sale a buscar carbón con un balde en el invierno. Usa el balde como
caballo volador y la esposa del que vende carbón en una carbonera subterránea
lo ahuyenta con la mano, como a una mosca, sin querer venderle un solo trozo de
carbón. Al hombre no se le ocurre bajarse del balde. La mujer agita tanto su
mano, y con tanta fuerza, que manda al hombre en la grupa del balde más allá de
las Montañas de Hielo. Bueno, no me parece raro, concluyó él, es mucho más
probable que vuele un balde vacío a que vuele un avión lleno como este. Muy
exacto, pensé. La señora de las pulseras parecía ya haber memorizado las
instrucciones de seguridad.
Me preguntó yo qué estudiaba.
¿Yo? Tras una rápida introspección, no se me ocurrió ninguna otra aspiración
profesional creíble, así que tuve que decirle la verdad. Literatura, le dije.
Él se quedó en silencio unos segundos dando grandes tragos de whisky. Pronto
pidió otro. Me dijo que le parecía imposible enseñar la literatura. No, si a mí
también me parece imposible aprender literatura. Le hablé de las pequeñas
vicisitudes de mi vida universitaria mientras la azafata recorría los pasillos
del avión con sus pasos inaudibles.
Cuando se acabó el segundo
whisky dijo que iba a dormir, porque cuando a uno no le queda mucho tiempo de
vida, no puede dejar pasar nunca la oportunidad para una siesta. Es un buen
consejo, le dije. Tomó con delicadeza el libro de mis manos, y sin que yo
dijera nada, lo abrió en la primera página y dibujó una flor. Con letras
enormes, que ocuparon toda la página atravesada por el tallo largo de su flor
de cuatro pétalos, escribió, para Andrea, del amigo Gabo, 1997.
Tuve ganas de llorar de
felicidad. Mi amor había crecido fuerte como la maleza por efecto del whisky.
Si sólo pudiera oír su voz durante todo el vuelo, recé.
Me devolvió el libro y
recostó su cabeza sobre una almohada que tenía sobre un costado. Muy pronto
empezó a roncar suavemente. Mercedes miraba las nubes por la ventana,
impasible. Yo empecé a hacer figuritas sobre el vaho formado por el aire
condensado sobre el vaso frío. Me imaginé un balde volando en el aire. Solo,
sin jinete. Le di la vuelta con el dedo a dos pedacitos de hielo de los que
pronto no quedaría nada.
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