27 de abril de 2016

MEMORABILIA GGM 847



EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
19 de abril de 2016

Noticia

La Cartagena de Gabo
recibirá por fin sus cenizas
El próximo 22 de mayo, el memorial del Claustro de la Merced
 recibirá las cenizas del nobel.

EFE

Cartagena de Indias, ciudad donde vivió Gabriel García Márquez y que inspiró algunas de sus obras, está lista para recibir el próximo 22 de mayo en un memorial erigido en el Claustro de la Merced las cenizas del nobel fallecido hoy hace dos años. "Solo resta ultimar unos detalles cosméticos sobre la obra", explicó a Efe el arquitecto interventor, Jorge Sandoval, en referencia al monumento que albergará las cenizas de Gabo.

Estaba previsto que este memorial fuese inaugurado el pasado 6 de marzo, en coincidencia con el aniversario 89 del nacimiento del escritor en Aracataca, pero los trabajos tuvieron que modificarse por el hallazgo arqueológico de un aljibe colonial en el claustro, que pertenece a la Universidad de Cartagena. El memorial está ubicado en el centro del patio central del Claustro de la Merced, al lado del Teatro Adolfo Mejía, y consta de un pedestal cúbico de mármol donde se depositarán las cenizas que se cubrirán con un busto del nobel esculpido por la artista británica Katie Murray.

 
Personas trabajando en el memorial fúnebre que se erigió en el patio central del Claustro de la Merced de Cartagena (Colombia). Foto: EFE

Los visitantes podrán acceder hasta el propio pedestal a través de tres pasarelas de cristal transparente dispuestas sobre un jardín y el techo descubierto del aljibe con lo que se ofrece un ambiente sobrio en medio de este patio enmarcado por cuatro series de arcadas. El memorial está a menos de 300 metros de la casa de Gabo en Cartagena, que fue su segunda residencia más importante después de su domicilio en el número 144 de la Calle Fuego en Ciudad de México, la misma en la que falleció a los 87 años de edad el 17 de abril de 2014.

Y es que algunos de los que rodearon al escritor coinciden en afirmar que no hay un mejor lugar que Cartagena, en el Caribe colombiano, para el descanso final del nobel. "Es la ciudad que todo el mundo identifica con la obra de Gabo", aseguró a Efe el periodista estadounidense Jon Lee Anderson, quien añadió que esta ciudad "es como la piedra fundacional, es su crisálida".

El escritor y periodista Sergio Ramírez, que además fue vicepresidente de Nicaragua entre 1985 y 1990, dijo a Efe que "el país (Colombia) es su sepulcro, el país entero debería repartirse todas las cenizas de Gabo pero Cartagena es una ciudad emblemática para él".

"La ciudad de su juventud; llegó aquí a los 21 años, aquí inició su actividad en el periodismo, inició su carrera frustrada de abogado, su carrera de escritor, Cartagena es el escenario de muchas de sus novelas", agregó Ramírez, quien el 15 de abril participó junto con Anderson y otros expertos en un coloquio sobre el nobel.

En opinión de Gustavo Tatis, editor cultural del diario El Universal de Cartagena donde Gabo comenzó su carrera periodística en mayo de 1948 y también autor del libro La rosa amarilla del prestidigitador, sobre la vida del nobel, "Cartagena fue, después de Macondo, la gran obsesión de García Márquez".

"En Macondo están resumidas Aracataca, La Guajira, Barranquilla; incluso las últimas páginas de 'Cien años de soledad' están dedicadas a Barranquilla pero después de la creación de Macondo, García Márquez fija su mirada en Cartagena", añadió Tatis. "García Márquez tuvo una relación de amor y odio con Cartagena; Cartagena le recuerda a Gabo los años de la pobreza. Cartagena representa la decadencia, los conflictos, es una sociedad clasista y racista; y García Márquez lo descubrió desde el primer día que llegó, en cambio Barranquilla (donde contrajo matrimonio con Mercedes Barcha en 1958) es una ciudad distinta donde no había inquisición", manifestó.

No obstante salta a la vista el amor que Gabo y su familia han profesado por Cartagena, donde están sepultados sus padres y la mayoría de sus ancestros sucreños y guajiros y actualmente vive, entre otros, su hermano Jaime, director de relaciones institucionales de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada por el nobel. Para el director de la FNPI, Jaime Abello, "García Márquez nunca se irá de Cartagena, porque con esa presencia aquí de sus restos y de su fundación vamos a mantenerlo como una memoria viva para que esta ciudad irradie al mundo entero".

"Esperamos que esa memoria de Gabo se convierta en un verdadero factor de desarrollo educativo cultural y educacional de inspiración para las nuevas generaciones no solo en el arte y la literatura sino en las vocaciones que era un tema que a él le interesaba mucho", aseguró Abello. La periodista chilena Mónica González, también participante en el coloquio, dijo a Efe que "Gabito le dio la magia a Cartagena". "La ciudad será reconocida para siempre como la ciudad de Gabo, estará intrínsecamente ligada a Gabo, a su creación, a su postura, a su valentía, a su enorme talento, a su magia", añadió.

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CUADERNO DOBLE RAYA
Ciudad de México
19 de abril de 2016

Columna

"Gabrielgarciamárquez Premionóbel"
y el mejor oficio del mundo

Por Eileen Truax

–Y mire, la casa de allá; no, no esa, la de al lado: esa es la casa de Gabrielgarciamárquez Premionóbel. Pero por aquí no viene nunca, ¿eh? Él vive en México.

Era de noche e íbamos en un taxi Liliana Alcántara, María Eugenia González y yo. Habíamos pasado todo el día, uno de esos días de sudor que te pega la ropa al cuerpo, encerradas con otros once talleristas en el edificio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias, Colombia. Era julio de 2002, hacía un calor del carajo, y nos habíamos ido a dar un baño al hotel antes de robarle horas al sueño para caminar por la ciudad amurallada que al anochecer se pinta con la luz color ámbar.

Como decenas de periodistas antes que nosotras, y como cientos más en los años por venir, empezábamos a reconocernos como parte de esa generación que ha pasado por el edificio de la calle San Juan de Dios, con sus techos altísimos, sus escaleras angostas de barandales de madera indestructible, y los balcones que asoman a los muros del templo de San Pedro Claver. Una generación que en las aulas de piso de ajedrez ha aprendido que el periodismo se hace con ética, con investigación y sin comillas; caminando las calles, escuchando, preservando la capacidad de sorpresa, y escribiendo, y borrando, y volviendo a escribir. Echando el cuento, pues.

El taxista tenía razón: Gabrielgarciamárquez Premionóbel, el nombre y apellido compuestos que la gente le daba a Gabo al hablar de él por aquellas calles, iba poco a Colombia. Era más fácil en ese entonces encontrarlo en México, visitando la redacción de la revista Cambio, que viajando a la escuela que fundó en su país. Sin embargo Gabo estaba ahí, en el primer texto de la guía de lecturas: “El mejor oficio del mundo”. Estaba en las palabras de un Javier Darío Restrepo que de pie, con gesto serio y una mano en la cintura, planteaba hipotéticas disyuntivas para poner a prueba nuestros parámetros de ética periodística. Estaba en el café cargadísimo que Jaime Abello presentaba como el favorito del maestro, y hasta en los vallenatos que bailamos una noche de luna nueva en la azotea de la fundación.

Un hombre no es más que su obra y lo que en ella deja de sí.

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Si el público que le otorga reconocimiento como Premionóbel admira a Gabrielgarciamárquez por su trabajo literario, quienes lo reconocemos por su impulso al periodismo narrativo aprendimos a realizar hallazgos en su obra periodística.

Un día llegaron a mis manos un par de tomos del compendio de sus artículos, publicado por editorial Diana. Hojeando primero con curiosidad, y después casi de manera compulsiva, encontré, descubrí, me admiré con un García Márquez que lo mismo hablaba de la llegada del Papa al infierno con motivo de su visita –la del Papa– a Centroamérica (1983), que del absurdo criterio estadounidense para negar visas, o no, a los escritores –no así a su obra–, o de una horrible anécdota de cadáveres putrefactos que lo persigue cuando debe entrar a un elevador. Cada pieza constituye una historia fascinante con personajes construidos en apenas unas palabras, escenas detalladas cargadas de referentes de cultura popular; un hilo finísimo que va tejiendo datos e información para terminar entregando una pieza de filigrana que contiene una historia o una reflexión tan cercana como la que hubiera podido escuchar uno esa mañana en el autobús.

Lo raro es que cuando uno dice que le gusta la música se piensa casi siempre en la música que por pura pereza mental se ha dado en llamar música clásica. También se la llama música culta, lo que no resuelve el problema, pues pienso que la música popular también es culta, aunque de una cultura distinta. Aún la simple música comercial, que no siempre es tan mala como suelen decir los sabios de salón, tiene derecho a llamarse culta, aunque no sea el producto de la misma cultura de Mozart.

Con esta reflexión, Gabo inicia un relato que nos lleva hasta una niña indígena que cantaba en una isla de Panamá. Era tan hermosa la voz, que quiso regresar al día siguiente con una grabadora, para lo cual pidió ayuda al general Omar Torrijos.

“No vuelvas más”, me dijo, “que esas cosas suceden una sola vez en la vida”. No volví, por supuesto.

Trabajaba yo en el manuscrito de Dreamers, mi primer libro, cuando regresando a aquellos tomos encontré un artículo de 1966, titulado “Desventuras de un escritor de libros”. Tras explicar lo ingrato que es el proceso de publicación, desde la inversión de tiempo y angustia por parte del autor, hasta el momento de recibir sólo dos pesos de los veinte que paga el lector por la edición impresa del libro, Gabo alude a la antigua figura del mecenas, añorada por algunos escritores.

En mi caso, prefiero escribir sin subsidios de ninguna índole, no sólo porque padezco de un estupendo delirio de persecución, sino porque cuando empiezo a escribir ignoro por completo con quién estaré de acuerdo al terminar. Sería muy injusto que a la postre estuviera en desacuerdo con la ideología del patrocinador, cosa muy probable en virtud del conflictivo espíritu de contradicción de los escritores, así como sería completamente inmoral que por casualidad estuviera de acuerdo.

Hay una línea que encontré en otro artículo, que no recuerdo de qué trataba, pero que se me quedó grabada. Es atemporal y se ha vuelto una de mis frases favoritas para toda ocasión:

Ya nadie se acuerda de Dios en Navidad.

Pero mi hallazgo mayor fue uno realizado en un ataque de nostalgia chilanga desde mi hogar angelino; una de esa tardes en las que uno lee, a través de los mensajes de los amigos, cómo a su ciudad y a su país se los anda cargando la chingada. Entonces, en uno de esos azares improbables, me topé con “Regreso a México”, un artículo de 1983.

De la ciudad de México, donde hay tantos amigos que quiero, no me va quedando más que el recuerdo de una tarde increíble en que estaba lloviendo con sol por entre los árboles del bosque de Chapultepec, y me quedé tan fascinado con aquel prodigio que se me trastornó la orientación y me puse a dar vueltas en la lluvia, sin encontrar por dónde salir.

Gabo habla entonces de cuando llegó a vivir a la hermosa ciudad de México “en un atardecer malva, con los últimos veinte dólares y sin nada en el porvenir”. Y termina el artículo diciendo:

He revivido este pasado –enrarecido por la nostalgia, es cierto– ahora que he vuelto a México como tantas y tantas veces, y por primera vez me he encontrado en una ciudad distinta. En el bosque de Chapultepec no quedan ni siquiera los enamorados de antaño, y nadie parece creer en el sol radiante de enero, porque en verdad es raro en estos tiempos. Nunca, desde nunca, había encontrado tanta incertidumbre en el corazón de los amigos.

Podrá imaginar el lector cuánto, cuánto lloré.

***

Los periodistas de mi generación estamos en un momento de definición para el oficio. Nos tocó la llegada del uso de las plataformas digitales y la tiranía del “click” en Internet; el falso concepto de que muchos “clicks” significan muchas lecturas, y el otro falso concepto de que la gente no quiere leer más de tres párrafos en la computadora. Como si eso fuera poco, nos tocó también la crisis económica en algunas redacciones, lo que ha hecho que parezca fácil prescindir de los periodistas experimentados que, claro, cuestan más dinero. A los recortes en papel, viáticos y prestaciones, se ha sumado el recorte del conocimiento, la paciencia, la búsqueda artesanal de información, y en ocasiones hasta de la ética y la integridad. Un medio en el que trabajé empezó recortando editores y terminó metiéndole tijera a todo el departamento de corrección: las personas más cultas de la redacción se volvieron prescindibles. Quienes antes salían a reportear durante dos, tres, cuatro días un asunto que valía la pena, hoy deben entregar dos, tres, cuatro notas diarias a destajo. Ostentan el cargo de reporteros individuos que lanzan una pregunta en su muro de Facebook y con las respuestas escriben una nota, sin despegar el culo del sillón.

En un entorno como este, García Márquez llegó con su proyecto de hacer una escuela en la que se pudiera enseñar periodismo de manera empírica, reivindicando la crónica como género y el periodismo narrativo como herramienta para entender y explicar la realidad.

“La formación de los periodistas no logró evolucionar a la misma velocidad que los instrumentos del oficio y se quedaron buscando a tientas el camino en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro”, decía Gabo en su discurso durante la inauguración de la FNPI. “Deberían salir preparados para dominar las nuevas técnicas, y es todo lo contrario: salen llevados a rastras por ellas, sin los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu en el pasado y sin tiempo ni ánimos para pensar y seguir aprendiendo el oficio. La misma sala de redacción, que siempre fue el aula máxima, es ahora un laboratorio deshumanizado, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores”.

Gabo el periodista, nuestro Gabo, apostó por su proyecto imaginado como una respuesta al riesgo de periodismo efímero y superficial. Quienes pasamos por las aulas de la FNPI escribiendo felices con la ropa pegada al cuerpo por el sudor; quienes trabajaron con él en redacciones, quienes lo tuvieron por amigo, como compañero; quienes gracias a la corriente del Nuevo Periodismo Iberoamericano hemos aprendido que además de los números, y los nombres, y los pixeles y el Internet, este oficio se trata de echar el cuento, sabemos que el legado de Gabrielgarciamárquez es más que mariposas amarillas o un Premionóbel: es la certeza de que el nuestro sigue siendo el mejor oficio del mundo, uno indispensable para la preservación de la justicia social; y que quien tiene el privilegio de ejercerlo, debe esforzarse todos los días por estar a la altura de él.

Gracias por eso, maestro.

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NOTICIA AL DIA
Maracaibo - Venezuela
16 de abril de 2016

Especiales

El último beso de Gabo
El autor de Cien años de soledad murió el 17 de abril de 2014 en México. Lo evocan Juan Gossaín, escritor, periodista, uno de sus más grandes amigos, y su hermano menor, Jaime, que ahora trabaja en la gerencia de la Fundación Nuevo Periodismo que fundó Gabo. Estos monólogos fueron recogidos por Juan Cruz en Cartagena de Indias.

Por Juan Cruz

Juan Gossaín . Foto: Daniel Mordzinski

Juan Gossaín: “En sus libros hay vida y recuerdos”

“¿Sabes qué extraño de Gabo? Que era un factor de unificación de los amigos viejos.Uno no sabe eso cuando los amigos están vivos. Estaba aquí, lo veías, y cuando no estaba también lo veías en los amigos que seguían en Cartagena, pero cuando él venía esto parecía una caja de música, él nos ponía a hablar. Y muerto Gabo es como si nos hubiéramos muerto todos. Yo no he vuelto a ver a los viejos amigos, ni siquiera tengo la pulsión de decir ‘voy a llamar a este o al otro’; se fueron todos porque se fue Gabo, es como si nos hubiéramos ido todos con Gabo, eso es lo que más extraño, lo que más me llega…”.

“¿Y cómo era? Yo llevo luchando con la gente contra una imagen de Gabo que yo sé que existe, que él buscó sin proponérselo. Es la del arrogante. Y desde que lo conocí, cuando yo tenía 14 años, aquí, en Cartagena, sé que eso no es petulancia ni soberbia: sé que es timidez ante los extraños. Gabo se retraía y la gente lo tomaba como que se distanciaba. Pero cuando estaba solo con los amigos entonces era un bromista. ¿Sabes qué le encantaba? Recordar viejas historias, ‘¿sabes aquella de cuando en 1959 iba Cepeda Zamudio por las calles de Barranquilla, y apareció una mujer, una putica de la calle…?’… ¡Era feliz! Le gustaba tomar el pelo a los amigos, ponerles apodos. Le gustaba recordar, eso es lo que le gustaba. Se encontraba contigo y te saludaba como si no te hubiera visto en siglos. ‘¡Ven acá! ¿Cómo era aquel cuento de cuando tú y yo íbamos por el centro de Cartagena…?’ Ese hombre era una evocación permanente”.

“Yo lo conocí en la puerta de un teatro. Era el primer festival de cine de Cartagena. Él estaba con Ripstein, Lucha Villa, los mexicanos. Ponían la película que hizo con Ripstein, Tiempo de morir. Y en la pantalla dice Juan Sayago el nombre de mi pueblo, San Bernardo del Viento. ¡Di un respingo! Al salir del teatro había un señor con la pierna puesta contra la pared. Era García Márquez. Le pregunté por qué había puesto el nombre de mi pueblo. Elemental, me dijo, ‘porque es bonito’. Medio siglo más tarde estábamos almorzando aquí, ya él era un mito, íntimo de reyes y ministros… Entonces le volví a preguntar por qué había puesto en Tiempo de morir el nombre de mi pueblo. Saltó de la silla y me dijo: ‘¡Otra vez la misma pregunta de aquel día en la puerta del teatro!’ ¡Y de nuevo me reprodujo aquella historia de medio siglo atrás! La verdadera gracia de Gabo es que se acordaba de ese y también de todos los episodios de su infancia para poderlos reconstruir y para que fueran alimento de su ternura”.

“Por eso creo que el genio de Gabo es el mejor homenaje que la conciencia humana ha hecho al recuerdo, a la evocación. Y no basta con recordar: lo recordaba por el gusto de recordarlo absolutamente todo; y para los detalles nos usaba a los amigos… Por eso desde la primera página del primer libro a la última del último libro lo que hay es una vida, la vida de García Márquez: su pueblo, sus casas, sus amigos, sus parientes, la gente que conoció, la gente que estimó; es decir, recuerdos. Lo único que García Márquez necesitaba para ser un genio era recordarlo y contarlo bien. A eso le ayudó el lenguaje del Caribe. No bastaba con recordar, claro, faltaba esa música, y faltaba quien le ayudara a recordar. Por eso buscaba incansablemente a los amigos. Era el lenguaje de donde ocurrieron las cosas. Por eso suena Gabo a Caribe. Redescubrió el sentimiento, el valor de esta música. El Caribe es el hombre universal que soñaba Aristóteles. El hombre de todos los hombres está en el Caribe. Necesitaba a alguien que echara el cuento y nadie lo contó mejor que García Márquez. La literatura de Gabo en el fondo no es sino la historia mejor contada del Caribe.

“Y, claro, estaba lo que le dio el periodismo. Buscó la fuente siempre, el origen, y eso le sirvió para la ficción y para la realidad. Le dio la exactitud…, pero le sirvió también, en la ficción, para convencer a la gente de que lo que decía era realidad aunque inventara las cifras… Que el lector le crea: esa ambición, y esa manera de lograr la creencia del lector, se la dio el periodismo. El periodismo y el lenguaje de la gente. Por eso, cuando la gente le preguntaba de dónde viene su estilo, él decía: ‘De mi abuela’. Ah, y la música, que le vino del origen guajiro de sus antepasados. La brujería, la magia, las leyendas indígenas, las tradiciones… Juan Luis Cebrián publicó hace años un libro en el que estamos Gabo y yo, él tenía 45 años y todo el éxito, y yo era un principiante de 21 en El Espectador… Ahí es donde él dijo aquello que luego quedó canonizado: ‘Cien años de soledad es un vallenato de 350 páginas…’ Y cuando salió El amor en los tiempos del cólera, aquel memorión me dijo: ‘¿Te acuerdas de lo que te dije hace años? ¡Pues esta novela es un bolero!”.

“¿La última pregunta? No se la hice. Vino a Cartagena, ya estaba enfermo. Preguntó por mí, y me acerqué, trató de hablarme y yo me agaché, era en un almuerzo… Me miró, no dijo nada, me agarró la mano y me la besó. Yo sé que quiso decirme que como había tanta bulla no podíamos hacernos cuentos, y eso fue lo último, un beso en la mano. A los seis meses se murió el amigo más entrañable que he tenido”.

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Jaime García Márquez, hermano de Gabo. Foto: Daniel Mordzinski

Jaime García Márquez: “El no hacía realismo mágico, sino cosas mágicas”

“A mí a veces me da un poco de pudor tener que contar de Gabito… Pero cada día voy sabiendo más de él, no sólo por mí, sino por lo que me dicen. Tú dices que Nelson Noches, su amigo de Aracataca, decía que Gabo se le aparecía por las noches a jugar al ajedrez. Si Gabito no jugaba al ajedrez… Pero si él estuviera aquí me diría ‘Ven acá, Jaime, ¿y tú por qué dices que yo no juego al ajedrez?’ Él se inventaba mucho, pero mucho estaba aquí, en Cartagena o en la casa de Aracataca, donde nació, lo que pasa es que a la gente le dio por decir que era realismo mágico. ¡Gabo no echaba nunca una mentira, todo lo que cuenta es verdad, nosotros lo vimos! Un día me citó en Barranquilla, y yo me fui perdiendo por esos caminos, hasta que llegué a un cruce y le pregunté a un hombre si iba por el camino correcto. ¡El hombre era Gabito! Con él pasaban cosas mágicas, pero no era realismo mágico, ¡pasaba! Lo que pasa es que él personifica eso de que la realidad supera la ficción, mérito del Caribe.

“Lo que pasa es que nosotros no sabemos convertir todo eso en literatura. Y él agarró los cuentos de la madre, de la abuela, esta cultura, ¡Cien años de soledad es verdad! Él me dijo un día: ‘Jaime, todo lo que yo cuento es verdad’. Lo asistía la magia, es cierto; con lo que le sucede a todas las personas él hizo cuentos. Puso de moda nuestras palabras y parecía que estaba inventándolas… Nosotros no parábamos de hablar, en casa, en la calle, es la vida caribe, y Gabito escuchaba. Para él un rincón guapo era una charla en familia. Él era el escuchante feliz… Era un esponja para conseguir información, y tenía una memoria privilegiada.

“Fue mi padrino. Según Gabito, fui seismesino. Era un renacuajo que se iba a morir. Hay tantas historias… Por ejemplo, El coronel no tiene quien le escriba… Ese coronel es mi abuelo, definitivamente. Se pasó toda la vida peleando por una pensión vitalicia… ¿Te acuerdas de lo que dice al final del cuento, ese conflicto sobre matar el gallo y la pregunta de su señora, qué comemos mañana? Y el coronel responde ‘¡Mierda!’, ese es mi abuelo. Esa es una metáfora de la historia de mi abuelo esperando la pensión que llega”.

“¿Qué cómo es la vida aquí sin Gabito? No lo puedo explicar, y no lo puedo explicar porque es un sentimiento que aún no he superado. Estoy visitando a un primo que es psiquiatra. Me dice mi primo: ‘La única manera de que tú superes esta situación es llorando. Haz el ejercicio, llora. Si lo retienes eso te hace daño’. Pero es un problema que no me pasa sólo a mí. Pero es que si yo lloro se nota más, porque soy el hermanito menor de Gabo. Pues eso es: es un dolor que no acaba, pero es un dolor contradictorio porque me siento orgulloso de que ese hermano de uno haya logrado lo que él obsesivamente buscó. Yo puedo durar días hablando de Gabito. Gabito era la música y no podemos vivir sin música”.


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