25 de abril de 2016

MEMORABILIA GGM 846



Voz Pópuli
Madrid – España
20 de abril de 2016

A propósito de los 40 años del Cervantes:

Porqué Gabriel García Márquez
rechazó dos veces el premio Cervantes
Gabriel García Márquez se negó a aceptarlo, en dos ocasiones: en 1994 –fecha en que se lo dieron a Mario Vargas Llosa- y también en 1997.

El primero en recibir el premio de Literatura en Lengua Castellana “Miguel de Cervantes” fue el poeta del Generación del 27, Jorge Guillén. Ocurrió en 1976, hace ya 40 años. La muerte de Franco aun no disipaba sus efectos decisivos sobre una sociedad que se ponía en marcha para construir la transición a la democracia. Todo parecía ser prometedor; invitaba a la construcción. Desde entonces, 40 escritores han sido distinguidos con un galardón que tiene como principal objetivo reconocer a un autor en función del conjunto de una obra que supone decisiva para el legado literario hispánico.

El palmarés ha quedado democráticamente repartido a ambos lados del Atlántico: 20 escritores españoles y otros 20 hispanoamericanos. La simetría se estropea al cambiar de coordenada al constatar que de esos cuarenta, 36 son hombres y apenas 4 son mujeres. La primera en recibirlo fue María Zambrano, en 1988; le siguió la cubana Dulce María Loynaz, en 1992; Ana María Matute, en 2010 y Elena Poniatowska, en 2013.

Otra ausencia que llama poderosamente la atención y sin duda desconcierta es la del más grande escritor en castellano de la segunda mitad del siglo XX: el colombiano Gabriel García Márquez. Así es: el Gabo no figura en la lista de los premiados. ¿Por qué? García Márquez se negó a aceptarlo en dos ocasiones. La primera en 1994 –fecha en que se concedieron el premio a Mario Vargas Llosa-, y luego en 1997. Acaso por modestia o justamente por lo contrario, el autor de Cien años de soledad comunicó su decisión por escrito a los miembros del jurado: "Pienso que una vez que un escritor recibe el Nobel, debe dejar el camino abierto a los más jóvenes para que consigan otros premios", dijo el colombiano exactamente 12 años después de recibir el Nobel de Literatura. Sin duda, la impuntualidad parecía intencionada.

En 1997, García Márquez se vio obligado a repetir argumentos, también por escrito. En una carta señaló: "Cuando me concedieron el Premio Nobel de Literatura, en 1982, recibí incontables ofertas de otros premios, así como de condecoraciones oficiales y doctorados honoris causa. Abrumado por tantas distinciones, y ante la imposibilidad material de decirles que sí a todos, tomé la determinación desesperada de decirles a todos que no, para estar seguro de no desairar a ninguno. Le ruego de todo corazón tomar en cuenta este precedente, ante la postulación de mi nombre para el Premio Cervantes, tan amablemente acordada por la Academia Española de la Lengua".

El entonces director de la Academia, Fernando Lázaro Carreter, comentó que era una "decisión respetable". El Nobel estaba en todo su derecho. "La Academia cumplió con el deber de presentarle y García Márquez ha cumplido su deber moral de rechazar cualquier premio tras haber obtenido el Nobel", dijo. A los pocos días, el novelista colombiano explicó con una escueta frase su decisión: "Yo no merezco que, después de todo lo que he hecho, me pongan en el brete de tener que rechazar este premio", dijo Carreter.

El Premio Cervantes no puede ser dividido, declarado desierto o ser concedido a título póstumo, según las normas que se establecieron después de que en la edición de 1979 el jurado acordara conceder el premio al español Gerardo Diego y al argentino Jorge Luis Borges. Según la dinámica establecida, los candidatos son propuestos por el pleno de la Real Academia Española, por las Academias de la Lengua de los países de habla hispana y por los ganadores de ediciones anteriores. El premio, que está dotado con 125.000 euros, se entrega en un solemne acto, presidido por los Reyes de España, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el 23 de abril, Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor, fecha en que se conmemora el fallecimiento de Miguel de Cervantes.

La cuadragésima edición de esta entrega de premios adquiere un significado especial, al coincidir con el IV Centenario de la muerte de nuestro autor más universal. Lo recibe en esta ocasión el mexicano Fernando del Paso, autor de José Trigo (1966) y Paniluro de México (1977), dos de sus obras más significativas. Asimismo, en 2012 publicó Noticias del Imperio, su multipremiada novela histórica, ambientada en la invasión francesa a México. El escritor, pintor, diplomático y académico mexicano está considerado uno de los grandes estilistas e innovadores de la prosa castellana por su capacidad integradora de elementos como la historia, el humor o la política.

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CUADERNOS DOBLE RAYA
Ciudad de México
19 de abril de 2016

Columna de opinión

¡Maldito Gabo!, ¿cuál es la fórmula?

Por Salvador Frausto

La muerte de García Márquez ha sobreiluminado –y era natural– la producción literaria y periodística de un monstruo que se comió un siglo y dio grandes mordidas a otro. Sin embargo, la potencia literaria de El coronel no tiene quien le escriba (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Doce cuentos peregrinos (1992), Del amor y otros demonios (1994) y Memoria de mis putas tristes (2004), entre otras creaciones de ficción, dejó en segundo plano las faenas periodísticas de un narrador que desde 1948 tecleó cientos de crónicas, entrevistas, artículos y columnas.

“Soy un periodista, fundamentalmente. Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos, pero el método de investigación y de manejo de la información y los hechos es de periodista”, dijo el Nobel de Literatura 1982 en una entrevista concedida a Darío Arizmendi, en la influyente Caracol Radio de Bogotá, Colombia, en mayo de 1991 (Gabo periodista. Antología de textos periodísticos de Gabriel García Márquez, editado por FNPI, Conaculta y FCE, 2012).

Trece años después de aquella declaración de amor, el querido Gabo nos dijo a los editores reunidos en una junta de la revista Cambio México que si joven le hubiera tocado vivir este tiempo, se hubiera olvidado de las novelas y los cuentos, para dedicarse de tiempo completo a hacer reportajes, crónicas y entrevistas.

La emoción que dispendiaba en esas reuniones de trabajo me hace pensar que su afirmación era al menos en parte cierta, aunque no creo que el colombomexicano hubiera podido resistir del todo la tentación de morder la manzana de las musas, eso, con su talento, lo hubiera convertido en un marciano de su tiempo, impidiendo que se posicionara como la inteligencia desorbitada que existió entre el 6 de marzo de 1927 y el 17 de abril de 2014.

Esa inteligencia desorbitada, pienso, estaba diciéndonos que la fórmula de nuestros días es al revés volteada de la que más ocupó a Gabo en su época. Pronto habrá un periodista que dirá: “Soy un literato, fundamentalmente. Toda la vida he sido un literato. Mis reportajes son reportajes de un literato, aunque se vean poco. Pero esas ‘novelas’ tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes ‘novelas’ reportajeadas o investigadas, pero el método de escritura y de manejo de escenas y personajes son de novelista”.

Desde hace tiempo hay varios periodistas contemporáneos intentándolo. Sólo falta resolver cómo conseguimos los millones y millones de lectores que tuvo y seguirá teniendo el insolente mejor reportero del siglo XX.

“Mi primera y única vocación es el periodismo. Nunca empecé siendo periodista por casualidad –como muchas gentes– o por necesidad, o por azar, empecé siendo periodista, porque lo que quería era ser periodista”, dijo García Márquez en otra entrevista radial en 1976 (Gabo periodista, ídem).

Al final de aquella junta editorial de 2004, observé la mirada tirante del queridísimo viejo que acaba de morir; todos miramos cómo se levantó de la cabecera de la mesa, se dirigió al pasillo, con esos andares cortos y emblema encorvado que muchos conocimos, y desapareció con todo y su sonrisa pelona en medio de la nebulosa rutina de una revista que falleció con entusiasmo y coraje.

¡Maldito Gabo!, ¿cuál es la fórmula?

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Perú.21
Lima – Perú
21 de abril de 2016

Jaime Abello presenta hoy
el Premio Gabriel García Márquez
Director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano
 habla del escritor colombiano.
 Jaime Abello

Esta noche hay que brindar con aguardiente además de pisco, porque Gabo ha vuelto al Perú, como en setiembre de 1967 cuando –cigarro en mano– arribó a Lima para ser homenajeado por la Universidad Nacional de Ingeniería. Esta vez, su figura será representada por Jaime Abello Banfi, director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), uno de los sueños más acariciados por el autor de Cien años de soledad, y uno de los ‘gabólogos’ más reconocidos del orbe.

Abello llega para presentar hoy la cuarta edición del premio Gabriel García Márquez y para invitar a que los peruanos participen en el festival que se realizará en Medellín en homenaje al escritor entre el 29 de setiembre y el 1 de octubre.
 
Sin embargo, una de las personas que conoció más de cerca al autor de El otoño del Patriarca se da un tiempo para contarnos detalles de esa amistad que nace en 1983 en Barranquilla, pero que se cimienta en 1994, cuando Gabo le pidió que lo ayudara con el dictado de unos talleres para periodistas.

NACIMIENTO DE LA FUNDACIÓN

“Fue allí cuando me contó sobre su idea de la fundación y comenzamos a trabajar. Así, el 18 de marzo del siguiente año, con un seminario de libertad de expresión y protección al trabajo periodístico en Colombia, comenzó el periplo académico de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, que desde esa fecha dirijo”, cuenta Abello.

A punto de subir al vuelo que lo traerá a Lima desde Chile, Abello dice que su relación con Gabo tuvo muchas dimensiones. “Era mi amigo, mi guía, mi inspiración, y aún lo sigue siendo. Es que la relectura de sus textos me sigue nutriendo para hacer que los objetivos de su fundación sean leales a su visión del periodismo y de la vida”, precisa.

Agrega que el escritor fue quien revalorizó el periodismo en Latinoamérica combinando rigor de investigación, creatividad y hechos reales. “Fue alguien que exaltó el reportaje y la crónica como la fórmula de un periodismo ideal. Incluso, Gabo tenía un proyecto de diario

al que le puso El Otro, cuya característica era que no había columnistas de opinión, solo reportajes, noticias y crónicas. Eso refleja su espíritu. El otro aporte suyo es la FNPI, una institución que se ha dedicado a formar periodistas y a crear una gran comunidad de estos a nivel mundial”, manifiesta Abello.

ENCUENTRO FINAL CON GABO

El avión está por partir, el clásico zumbido antes de despegar de un avión se cuela a través del hilo telefónico. No obstante, Jaime decide revelarnos cómo fue su último encuentro con Gabriel García Márquez. “Fue unos cuatro meses antes de morir. Almorcé con Gabo, Mercedes, su hijo Gonzalo, y su nieto Mateo en su casa de El Pedregal, en México. Regresé en abril del 2014 con intención de saludarlo. Sin embargo, me tocó despedirlo para siempre. Ese día, 17 de abril, me llamó Mercedes para avisarme que el escritor había muerto. Cuando llegué a su casa, estaban subiéndolo al vehículo de la funeraria. Solo vi sus restos fugazmente”, recuerda.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
18 de abril de 2016

Crónica

Recuerdo de la guayabera festivalera
que usó Gabo en Valledupar
La vallenata Maritza Cabas tuvo el honor de hacerle la prenda al Nóbel, en 1992.

Por: Juan Rincón Vanegas

Cincuenta centímetros fue la medida que Maritza Cabas precisó sobre la espalda de Gabriel García Márquez, ese 1992 cuando le confeccionó la guayabera para el Festival. Foto: Foto de Juan Rincón Vanegas

La mañana del viernes primero de mayo de 1992, la modista vallenata Maritza Cabas Pumarejo confeccionó el que hasta la fecha ha sido el trabajo más importante de su vida.

Todo comenzó cuando llegaron a buscarla a su casa, “Porque la señora Consuelo Araujonoguera la mandaba a llamar”. Para ella, el llamado fue algo normal porque era su modista de cabecera, pero se encontró con enorme sorpresa. Había sido la escogida para que le cosiera una camisa guayabera al escritor Gabriel García Márquez.

“Al llegar, encontré a Gabo sentado en una mecedora. En ese momento la señora Consuelo me enteró de la tarea. Y añadió que la guayabera debía estar lista para el día siguiente, cuando era la gran final del 25º Festival Vallenato con Gabo de jurado. Mejor dicho, debía estar elegante como todo hombre Caribe”, recuerda Cabas.

Maritza Cabas toma las medidas de la guayabera de Gabo. Foto de Juan Rincón Vanegas

La modista aceptó el encargo con la más grande satisfacción, pero sabía que tenía que hacerla en tiempo récord, porque la camisa era calada y con toda la calidad del caso. “Enseguida, Gabo se puso de pie para que le tomara las medidas. Comencé con mi labor y él sonreía. Me pidió que fuera manga larga, pero de repente dijo que le causaba mucha alegría que una mujer vallenata le tomara las medidas para esa prenda”.

Al principio, la modista, tuvo un poco de nervios, pero en medio de todo quería que el tiempo no pasara. Todos los miraban y eran el centro de atención y sin siquiera darse la primera puntada esa guayabera ya era famosa.
Cuando se le indagó sobre las medidas que le tomó al escritor, no lo pensó mucho, cerró los ojos para buscar con su pensamiento los números en la caja de los recuerdos y manifestó: “sí me acuerdo, pero déjeme precisar. Todo es en centímetros: 50 de espalda, 110 de pecho, 104 cintura, 74 de largo, 56 de manga y 47 de contorno de cuello”.

Al dar esos particulares detalles fijó su vista al cielo, y como si fuera ayer, le agradeció a Dios por haberle permitido tener tan cerca al hombre que le entregó a Colombia las más grandes alegrías escritas, y, aún más, por poderle coser una guayabera que llevaba la marca ‘Cañaguate’, nombre del barrio más popular de Valledupar, donde todavía reside.

Modista dedicada

La servicial modista comenzó su tarea preliminar yendo a un almacén a comprar dos metros y medio de tela de olan de hilo, color blanco y los demás elementos necesarios. Con toda la alegría del mundo se sentó en la máquina de coser a dar las puntadas justas, no sin antes concentrarse en el compromiso que no esperaba, pero que le llegó por su profesionalismo. Tuvo la guayabera lista en el tiempo estipulado.

“Casi no dormí, pero le puse todo el interés y saqué a relucir mi experiencia”.

Cuando terminó, llevó la guayabera a la antigua casona ubicada en la plaza Alfonso López, pero en ese momento no encontró a Consuelo, ni a Gabo, pero el día siguiente supo que él se la había puesto y que Álvaro López era el nuevo Rey Vallenato, superando a los acordeoneros Jesualdo Bolaño y Gabriel Julio.

Lo que ella no sabía era que le venía el premio mayor por su excelente trabajo. Eso lo supo tres días después de haber concluido el Festival Vallenato.

“La señora Consuelo me mandó a llamar nuevamente, y sin dejarme llegar a su casa, me dijo que a Gabo le había gustado tanto la guayabera que pidió que yo le confeccionara cinco más en tonos pastel, y que ella se las haría llegar a Cartagena”.

La emoción se le triplicó en ese instante, y anota que cumplió el sinigual encargo con todo el amor y la dedicación de su oficio. “Se las hice, ahora sí, con toda la calma del caso. Desde ese día me dicen que soy la mujer que le cosí a Gabo y quedó bien satisfecho”. Entonces sonríe y expresa: “Eso me aumentó el trabajo”.

Seguidamente relata que no tuvo una segunda oportunidad sobre la tierra de volverlo a ver personalmente. Ella quería darle las gracias por haberle gustado su manera de coser, pero en esos pocos momentos que lo tuvo al frente notó que era un hombre sencillo y amable.

Admiradora de Gabo

“Me dolió su muerte (hoy hace 2 años), me quedó ese bello recuerdo de la hechura de las guayaberas, y nunca olvidaré todo el aporte que le hizo a la difusión del vallenato, especialmente de la vida y obra del maestro Escalona”.

En medio de sus costuras, que ahora intercala con dictar cursos de modistería, añora que por la emoción de estar tan cerca de Gabo no le pidió un autógrafo. “Me lo hubiera firmado en la hoja donde anoté sus medidas”, dice sin dudarlo.
Solamente le quedaron las fotos que son la prueba fehaciente de aquel corto instante del encuentro entre dos seres humanos cuya afinidad consistía en prestar el más lindo servicio de bordar letras y telas desde dos máquinas diferentes: la de escribir y la de coser.

Cabas sigue apegada al metro, la tijera, las telas, los hilos y los botones. Son sus grandes aliados, y también a leer con paciencia y calma varias de las obras de Gabo. Sacó de un baúl algunos libros y viejos recortes de prensa donde leyó uno de Gabo que le llamó la atención porque hace énfasis en la música vallenata. Tomó agua y comenzó a media máquina porque se notaba que sus pupilas cabalgaban a la velocidad de sus nostalgias.

“Quien haya tratado de cerca los juglares del Magdalena Grande podrá salirme fiador en la afirmación de que no hay una sola letra de los vallenatos que no corresponda a un episodio de la vida real, a otra experiencia del autor. Un juglar del río Cesar no canta porque sí, ni cuando le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo después de haber sido estimulado por un hecho real. Exactamente como el verdadero. Exactamente como los verdaderos juglares de la mejor estirpe medieval”.

Recuerdo de la guayabera

Corrían los primeros días de febrero de 2010 cuando Rodolfo Molina Araújo, presidente de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, visitó a Gabriel García Márquez en Cartagena para cursarle invitación al 43º Festival de la Leyenda Vallenata en homenaje al maestro Rafael Escalona, y surgió una charla amena que se extendió por ocho horas.

Gabo, quien escribió un vallenato al que le alcanzó la melodía para ocupar 350 páginas, que parrandeó y conoció de cerca los vericuetos de la música salida de los potreros, de juglares descalzos que estrenaban canciones con letras sencillas donde se describían desde una mujer vestida de amor, hasta la naturaleza bordada de verde y con cintillos de arco iris, ese mismo que creó a Macondo, que se extasió hablando del ayer y recordó con sonrisas la historia de la guayabera festivalera.

Entonces, el hijo de Aracataca comenzó con palabras un recorrido por la vida de Consuelo Araujonoguera, la gran gestora que hizo posible que el vallenato tuviera nombre propio y que se metiera en el corazón de los colombianos con la creación del Festival de la Leyenda Vallenata, al lado del expresidente Alfonso López Michelsen y del maestro Rafael Escalona.

“Ella fue una mujer que con su trabajo, talento y dedicación vistió de música el Valle del Cacique Upar, y desde la Plaza Alfonso López lo puso a danzar al ritmo del pilón, a interpretar y cantar los cuatro aires del folclor vallenato”, fue lo primero que narró el Nobel de Literatura. Y continuó: “Esa vez, como dice El Chavo del 8, Consuelo, la inolvidable ‘Cacica’, me hizo estrenar sin querer, queriendo”.

Gabriel García Márquez, el hombre que dedicó toda su vida a dejar correr un río de letras que llegaban felices a su destino final, dejó sentado que el folclor vallenato cuenta con su propio color, el amarillo, como las mariposas de Mauricio Babilonia, y que tenía una valerosa mujer que le mandó a coser varias guayaberas, esa ‘Cacica’ que se despidió de la vida y dejó andando a toda máquina la auténtica música vallenata que con sus acordeoneros, cajeros, guacharaqueros, verseadores, compositores, cantantes y piloneras a cuestas, es hoy Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad.





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