13 de julio de 2015

MEMORABILIA GGM 817


Un día de junio de éste año me llamo Julio Cesar Londoño y me pidió que le repitiera la anécdota de Orlando Sierra con García Márquez y así la narró en su columna de El Espectador. Al referirse al segundo capítulo de Cien años de soledad, –haciendo uso de su real voluntad– lo escribió como lo recordaba, a pesar de que le habría quedado más fácil levantarse del computador, tomar el libro de la biblioteca y trascribir el capítulo tal cual.
Asi empieza la columna:

EL ESPECTADOR                                                    
Bogotá – Colombia
26 de junio de 2015

“La coja” alcanzó a Ferney Tapasco

Por Julio César Londoño

Cuenta Fernando Jaramillo (blog Memorabilia) que una noche Orlando Sierra se coló en el reservado del restaurante donde cenaba García Márquez y le disparó a quemarropa: “Yo me sé de memoria el segundo capítulo de Cien años de soledad”.

Y por qué el segundo, preguntó Gabo, perito en lunáticos. “Porque el primero se lo sabe todo el mundo”, contestó Sierra y recitó sin una sola vacilación el episodio en que la bisabuela de Úrsula Iguarán cae de culo sobre un fogón encendido, espantada por el estruendo de los cañonazos del asalto a Cartagena del pirata Francis Drake, y queda convertida en una esposa inútil para toda la vida.

La literatura era uno de los tres “rayones” de Sierra. Los otros dos fueron el periodismo y el coraje. “Cogito, ergo, ¡pum! A callar, chitón, a lo tuyo capullo, a otra cosa mariposa. ¡Pum! ¿Dios mío, por qué no me hiciste un poco más cobarde y resignado? Yo también, lo confieso, ¡le temo al Pum!”

Y el pum llegó a la 1:49 pm del 30 de enero de 2002, cuando un sicario de la galería de Manizales le pegó dos tiros en la cabeza, en la puerta del diario La Patria y delante de su hija. Venían de almorzar.

´(…)

Entonces en la sección de comentarios de la misma columna el señor Sebastián Felipe niega que la anécdota sea cierta y me acusa de estar ansioso de celebridad y me confronta a contar como supe de la anécdota de Orlando a riesgo de rayar de cínico.
Así lo escribió

Sebastián Felipe Sab, 06/27/2015 - 09:28 (El Espectador)
1. Es falsa la anécdota de Orlando Sierra Hernández y Gabriel García Márquez, por varias razones: Orlando no tenía tanta retentiva ni disciplina como para aprenderse de memoria las veinte páginas que tiene el segundo capítulo de Cien Años de Soledad en la edición que tengo (edición conmemorativa de los 80 años del autor, Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Printer Colombiana S.A. 2007); Orlando sabía de memoria mucha poesía y principalmente muchos versos, que, después de la Filosofía, eran de su predilección más que las novelas y los cuentos, pero tampoco sabía de memoria poemas largos, aunque le gustaran mucho, como Hora de Tinieblas, de Rafael Pombo, que le di a conocer; Cien Años de Soledad no era la novela preferida de Orlando, pues gustaba más de novelas cortas y cuentos de temas filosóficos o sicológicos o intriga, tipo Kafka o Shelock Holmes (Conan Doyle), que también le di a conocer (y hasta un incidente maluco tuvimos por un libro ajeno de Las Aventuras de Sherlock Holmes que le presté y…), y de estos no se sabía de memoria ningún capítulo, máxime cuando la profesión universitaria de Orlando fue Filosofía y Letras, que estudio en la Universidad de Caldas, de Manizales; Orlando nunca me contó esa anécdota con Gabriel García Márquez, y fueron muchas, centenas las tertulias que tuvimos desde los años de universidad hasta la noche anterior al atentado criminal de que fue víctima fatal. Seguramente Fernando Jaramillo quiere dárselas de célebre con esa anécdota, pero hay que confrontarlo: ojalá no la haya contado después del óbito de Orlando y del fallecimiento de Gabriel, pues rayaría en el cinismo. 2. Las principales aficiones de Orlando fueron la Filosofía y la Poesía, en este orden, que no mencionó. 3 y 4. Tampoco es cierto que “la bisabuela de Úrsula Iguarán cae de culo sobre un fogón encendido, espantada por el estruendo de los cañonazos del asalto a Cartagena del pirata Francis Drake”, conque lo que Gabriel García Márquez dijo fue que “la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido”; averigüe qué es el “toque de rebato”. 5... Y marros más, a tutiplén (palabra frecuentada por Orlando en las tertulias), de fondo y forma.

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El problema es que solo soy referente de las narraciones de otros. Asi, celebridad y cinismo no me tocan en este caso. La anécdota la conocí de dos columnistas de prensa que la narraron casi idéntica y tal como Orlando la narraba a todo el que se cruzaba por el camino. Veo, si, que nunca se la narró a su gran amigo Sebastián Felipe.
Debo anotar que Carlos Arboleda y José Vicente Arizmendi  no se conocen entre sí. A Arizmendi si lo conozco y doy fe de que si escribió esa columna es porque la anécdota de su vuelo a Chile con Orlando es auténtica. Hago esta aclaración para que no se crea que su columna salió de la de Arboleda.
Estas son las dos columnas que lo narran:

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El Tiempo
Bogotá – Colombia
24 de febrero de 2002

La memoria feliz de Orlando Sierra

Por: CARLOS ARBOLEDA GONZALEZ            
-Secretario de Cultura de Caldas.

Muchos atributos engalanaban la personalidad de Orlando Sierra Hernández. Fue un hombre culto, actualizado, crítico, cáustico, excelente escritor, gran poeta, buen conversador, frentero, independiente, honesto, valiente, humano, anecdótico, botacorriente , con el humor a flor de piel, amigo de sus amigos, apasionado lector, solidario, noble, sencillo, leal, vehemente, padre ejemplar, devoto hijo. Sólo tuvo una falencia: era nulo para la música. No distinguía un bolero de una ranchera, ni un vallenato de una balada. Tampoco conocía la música clásica. Es más, nunca en su vida compró un disco.

Uno de sus mayores tesoros fue su prodigiosa memoria, de elefante. En medio del dolor que nos embarga, y para recordarlo con alegría, quiero contar la siguiente anécdota: En el Festival de Cine de Cartagena de 1993, asistió, con otros periodistas, a un encuentro con el Banco Mundial. El tenía un gran sueño: conocer, algún día, a García Márquez y haciendo gala de su excelente memoria, se había aprendido trozos enteros de Cien años de soledad. Estando, entonces, Orlando en El Bar-Restaurante La Quemada, con estos colegas, se enteró de que en ese sitio se encontraba, en un reservado, García Márquez con Carlos Fuentes. Inmediatamente tomó una servilleta de papel y se fue en busca del Nobel. Primero entró al baño y estando allí vio a García Márquez. Orlando, del susto, solo acató decirle:

-Maestro, qué bueno encontrarme con usted! Qué rico sería poderle regalar una mariposa amarilla!.
-Todavía estás a tiempo, le contestó García Márquez.

Orlando salió del baño y se quedó esperándolo afuera, con la servilleta en la mano, pero el escritor no apareció. Buscó a un mesero para contarle.

-No se preocupe, señor; lo que pasa es que el baño tiene otra puerta que da directamente al reservado y Gabo salió por allí. Ya está en su mesa-.

Orlando se quedó entonces con los crespos hechos, pero sabía que no podía perder esa oportunidad y se dirigió al sitio que el mesero le había indicado. Ese lugar tenía dos entradas. Una puerta estaba situada directamente frente a la mesa donde departían sus colegas periodistas con sus respectivas señoras, y había otra entrada lateral. Ingresó por esta y, tímidamente, por detrás de la mesa, con la servilleta en la mano, se les acercó, a los afamados escritores, que estaban con sus respectivas señoras, diciendo: Maestro. García Márquez le preguntó que si él era el mesero.

-No señor, no soy el mesero. Vengo es a pedirle un autógrafo, pero como a mi no me gusta nada regalado, quisiera ganármelo. Por lo que me permito decirle: Maestro, siempre pensé en descrestarlo.

-Y a estas alturas de la vida ¿con qué me pueden descrestar?, le contestó García Márquez.
-Qué tal si empiezo por decirle Cien años de memoria.

- ¿Serio?

-Serio.

Y Orlando comenzó: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo...
El Nobel se quedó mirándolo y le dijo: Bueno, eso es fácil porque es el primer capítulo. ¿Y el segundo?

Orlando arrancó: Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha...
García Márquez se levantó, muy aterrado, y se dirigió hasta donde estaba el resto de periodistas amigos de Orlando, y les dijo: Este tipo está loco, absolutamente loco, de remate. García Márquez regresó hasta la mesa y le dijo: no le voy a firmar esa servilleta, quiero hacerlo en algo más durable. Y de la mesa, tomó una de tela, estampó una frase muy lírica y la firmó. Orlando, muy emocionado, luego de agradecerle, tomó la servilleta y dirigiéndose a Carlos Fuentes le dijo:

-Maestro, también tengo la cuota para usted.

La cuota de Fuentes.

- ¿Si? Y ¿cuál será?

Orlando le dijo: Mire, maestro, usted, en 1982, escribió junto con Susan Sontag, un artículo en el que señalaba que una novela titulada: Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, había sido la novela perfecta que usted hubiera deseado escribir en su vida. No tengo en mi memoria ningún párrafo de una obra suya, pero sí me sé un fragmento de esa novela. Y principió: Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida, a los demás: No, no quiero ver la televisión...

Fuentes, muy emocionado, le dijo: Bueno, muy bien, estos son los lectores que uno necesita en la vida. Y tomó otra servilleta de tela y escribió: Para Orlando Sierra, sereno, serrano, cerró, orló, de su amigo Carlos Fuentes, si una noche de mar un viajero.

Hoy, estas dos servilletas, –bellamente enmarcadas con vidrio antirreflectivo–, engalanan su estudio, como sus dos bienes más preciados, y todos sus amigos las veíamos y sentíamos envidia de la buena. La memoria, y así lo recordamos de Orlando, no es sólo entonces el ejercicio del recuerdo. ¿Será que el espejo es el alma en el que intentamos ver de nuevo las imágenes de lo que ha pasado? Y tampoco es esto, porque existe una memoria sin imágenes, la del sentimiento, la del dolor, la de la pena, la de la rabia, la de la tristeza, la del adiós. ¡Que el paso del recuerdo de Orlando no empiece desde ahora hacia el olvido! Como un homenaje a su feliz memoria comencé por recordar una parte de su corta pero abigarrada y fructífera vida. Orlando, amigo, ¡te extrañamos!

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EL PAIS
Cali – Colombia
Noviembre 10 de 2010 

Sierra

Por José Vicente Arizmendi C*.

En un restaurante de Cartagena, hace más de quince años, estaba comiendo Gabriel García Márquez con un colega suyo, extranjero y famoso. De una mesa cercana se aproximó un hombre joven, de ojos pequeños y brillantes y gafas, que abordó al Nobel y le dijo: “Maestro, perdone que lo interrumpa, pero yo no vengo a pedirle un autógrafo, sino a ganármelo”.

Como es lógico, el de Aracataca, intrigado, le preguntó que cómo era eso, a lo que el extraño le aseguró que se sabía de memoria ‘Cien años de soledad’. Ante semejante declaración, García Márquez le advirtió, primero, que no le creía y, segundo, que no le aceptaría los dos párrafos iniciales, conocidos por mucha gente. Así que escogió al azar alguno de los capítulos intermedios y se quedó mirando a su interlocutor.

Casi sin pensarlo, el extraño empezó a recitar el fragmento señalado de la saga de los José Arcadios y las Úrsulas de Macondo, ante las risas incrédulas de los dos escritores. Siguiendo el juego, García Márquez le pidió otros pasajes del texto y en todos los casos aquel extraño de memoria prodigiosa arrancaba inmediatamente a referir la historia, como si la estuviera leyendo.

“¡Te lo ganaste!”, le dijo finalmente el Nobel, tomó una de las servilletas de tela de una mesa vecina y le escribió una dedicatoria. Mientras lo hacía, escuchó a aquel insólito personaje dirigirse al otro escritor, que quizás era Carlos Fuentes, ofreciéndole excusas por no haber memorizado ninguno de sus libros.

“No importa, también te ganaste mi autógrafo”, le dijo el otro. Es probable que en la casa de Orlando Sierra, el genial protagonista de esta historia, todavía estén, enmarcadas, las dos telas con las dedicatorias de dos célebres escritores de renombre internacional, ganadas no a pulso

Orlando Sierra.

A Orlando, periodista de ‘La Patria’ de Manizales asesinado el 30 de enero del 2002, le escuché personalmente esta anécdota, cuando fuimos vecinos de asiento en un vuelo hacia Chile, por allá a mediados de los 90. Todo en él era insólito e interesante. Su afición al haikú, esas poesías japonesas de tres versos, o su conocimiento de autores en su momento casi desconocidos en Colombia, como Roberto Bolaño o Arturo Pérez-Reverte.

Orlando hablaba a toda velocidad, sabía de muchas cosas, pero también quería entender sobre todos los temas. El último martes de enero del 2002, Luis Fernando Soto Zapata lo mató a tiros, a la salida del periódico donde trabajaba. Capturado prácticamente en flagrancia, recibió una pena de 29 años de prisión, de los cuales pagó menos de seis meses, porque los jueces tuvieron en cuenta la confesión de delitos y su buena conducta en la cárcel.

Como a hierro muere quien a hierro mata, vino a morir en Cali en julio de 2008, en un enfrentamiento a tiros con la Policía. Hace pocos días, la Fiscalía ordenó la detención preventiva contra otro de los presuntos autores materiales de la muerte de Orlando, Henry Calle Obando. Y a los posibles autores intelectuales, los políticos caldenses Dixon Ferney Tapasco y su padre, Francisco, les abrieron investigación en septiembre pasado. Ambos tienen varios procesos penales por paramilitarismo y el hijo recibió una condena de siete años y medio por ese delito.

Orlando Sierra había denunciado sus maniobras indecentes varias veces en su columna ‘Punto de encuentro’.

* Directivo de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá


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