EL PAÍS
Madrid –
España
15 de
unio de 2015
OPINIÓN
TRIBUNA
Visados, espinas y clavos
Por Héctor Abad Faciolince
La retirada por la parte de la UE de las visas
obligatorias para ciudadanos de Perú y Colombia es poner fin a una medida discriminatoria
e injustificable contra los ciudadanos de dos países que son mucho más que
amigos de España. La imposición de las visas Schengen para colombianos y
peruanos, hace casi 15 años (en marzo de 2001), fue, en especial para mis
compatriotas, una especie de puñalada trapera. Quizá fuera una exigencia de
Francia, Italia y Alemania, El Gobierno de entonces se plegó a la mayoría de
los Estados de la Unión Europea. España no dijo sí; España no dijo no: España
se abstuvo. Eran los años de la bonanza española –cuando los euros fluían a
chorros desde Alemania para construir ferrocarriles y hospitales útiles y
aeropuertos inútiles– y el presidente Aznar no quería enemistarse con sus
socios europeos. Una rabieta de un par de Gobiernos sudamericanos –que no se
dio, ni siquiera tuvieron el temple de responder con una medida simétrica:
visado para los europeos que quisieran viajar a nuestros países– era más
soportable.
Colombia en ese momento, al fin y al cabo, era
un país al borde del colapso, a punto de ser considerado un Estado fallido por
la comunidad internacional: narcotráfico desenfrenado, tasa de homicidios de
país en guerra, paramilitares masacrando campesinos, guerrillas con decenas de
miles de secuestrados, y un Estado deslegitimado por una represión brutal. El
Gobierno de Pastrana no tuvo siquiera ánimos o tiempo de protestar. Lo hicimos,
con nuestra única arma, la palabra, algunos escritores y artistas. Enviamos una
carta y una “advertencia” casi ridícula: no volveríamos a pisar España si se
nos imponía el visado. Los intelectuales colombianos que no firmaron se
burlaban de nosotros:
“¡Tiembla España ante la amenaza de no volver
de ocho escritores!”.
Por supuesto que España no tembló, pero las
palabras tienen un efecto de espina: son algo que no mata, pero duele, molesta,
llega incluso a enconarse. Más de 100 intelectuales españoles, animados por el
buen amigo Juan Cruz, suscribieron una carta de solidaridad, apoyándonos. Eso
también estorba, al menos como el zumbido de un abejorro, así no tumbe ningún
Gobierno. No éramos españoles, por supuesto, pero sentíamos que teníamos con
España un vínculo cultural estrecho, un parentesco esencial, que la no siempre
“madre patria” tenía el deber de honrar y respetar. Especialmente en el momento
en que más colombianos necesitaban huir del horror.
En la primavera del año 2001 no había ocurrido
aún la calamidad que marcó el inicio del nuevo milenio: los atentados de las
Torres Gemelas del 11 de septiembre. Cuando se nos impuso el visado, los
europeos estaban hartos de que pequeños traficantes de marihuana y cocaína
estuvieran “envenenando a los jóvenes y hacinando las cárceles”; y que hubiera
algunas muchachas mestizas y mulatas tentando a los maridos ejemplares en las
esquinas; y carteristas, supongo, pero también peones y domésticas sin papeles
que hacían competencia barata a la mano de obra local. No habían entendido,
quizá, que aquellos inmigrantes de las viejas colonias americanas tendrían
menos problemas de adaptación lingüística, cultural y religiosa que las oleadas
medio orientales que nos sustituyeron. Tampoco habían entendido aún que quizá
la droga del fanatismo religioso de los severos creyentes que jamás consumirían
alcohol o cocaína –sino ese veneno más tóxico de la fe convertida en ira y en
guerra santa– tendría efectos más perniciosos que la prostitución callejera o
el despacho de drogas blandas. En todo caso, al cerrar las puertas a los más
pobres, se las cerraban también a técnicos, enfermeras, médicos, ingenieros, escritores…
Sé de buena fuente que aquella carta de los
colombianos fue una espina que se quedó clavada en la conciencia del presidente
Rajoy, que, como ministro del Gobierno español de entonces, había sido el encargado
de abstenerse en Bruselas, cuando se aprobó la imposición de las visas para
Perú y Colombia.
Nosotros, en aquella carta a Aznar,
advertíamos: “La rueda de la riqueza de las naciones se parece a la rueda de la
fortuna; no es conveniente que en los días de opulencia se les cierre en las
narices la puerta a los parientes pobres. Quizá un día nosotros tengamos
también que abrirles a los hijos de España las puertas, como tantas otras veces
ha ocurrido en el pasado”. Vinieron el 11 de septiembre, el 11M, la crisis económica,
Charlie Hebdo... y esta semana, finalmente, tras la firma de los presidentes
Humala y Santos, se nos retira el requisito del visado y nuestro estatuto
migratorio vuelve al statu quo de hace 15 años.
Aquel puñal que nos clavaron en la espalda,
nos lo retiran hoy por el pecho, tratando de no dejar cicatriz. No puedo negar
que este cambio es un alivio, y que tiene mucho de justicia poética que la
misma persona que firmó la abstención haya arriesgado buena parte de su
patrimonio político ante la Unión Europea para deshacer aquel entuerto y esa
larga injusticia. En estos años, humildemente, humillados y ofendidos, hemos
hecho filas sin fin ante todos los consulados de la Comunidad Europea para
demostrar que no éramos sicarios ni prostitutas ni hampones. Los traficantes,
en últimas, se siguieron colando con las visas y hoy hacinan las cárceles en
proporciones parecidas a las de hace tres lustros. Para que les dieran un
visado solo tenían que demostrar que no eran pobres, y en general los que trafican
con drogas tienen buenos saldos en sus cuentas bancarias.
Los llamados de urgencia, las breves
temporadas de turismo o de estudio, los imprevistos viajes a un congreso, a un
matrimonio o un entierro, ya no estarán rodeados de angustiosos ruegos en
consulados que no dan abasto. Los sanos podrán venir a donar sus órganos a sus
parientes necesitados de trasplantes. Los perseguidos y asustados podrán buscar
un refugio mientras pasa la tormenta de una amenaza política o delincuencial. Ha
hecho bien el Gobierno español, que empezó solo esta iniciativa de desclavarnos
a nosotros el puñal y de sacarse a sí mismo esa vieja espina, ese molesto
clavo, con el escepticismo inicial de casi todos sus socios europeos, excepto
Portugal. Si Colombia y Perú habían firmado sendos acuerdos de libre comercio
con la UE, resultaba impresentable que casi todo pudiera fluir sin trabas (el
vino y el aceite, los aviones y el café, las naranjas y los plátanos, el
capital financiero y los teléfonos celulares), todo, menos las personas.
Después de 15 años se nos vuelven a abrir las
puertas y no habrá ninguna inundación de colombianos que vengan a buscar
trabajo donde posiblemente no lo haya. Lo que sí dará más gusto será poder
recibir allá españoles —que tienen mucho que darnos y enseñarnos—, pero en
igualdad de condiciones con los que venimos a aprender aquí de aquello que, en
buena medida, son nuestras propias fuentes mentales y culturales. Una vez más
entraremos a España con la frente en alto, y con aquella extraña sensación que expresó
muy bien Eduardo Caballero Calderón: sin “la impresión de llegar, sino la de
volver”.
** ** **
EL TIEMPO
Bogotá –
Colombia
18 de
marzo de 2001
La carta de protesta
El
premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y el pintor, Fernando Botero,
junto con los escritores Alvaro Mutis, Fernando Vallejo, William Ospina, Darío
Jaramillo Agudelo y Héctor Abad Faciolince suscribieron una protesta ante el
Gobierno español por la nueva exigencia de visa a los colombianos para entrar a
ese país.
Este es el texto del documento:.
Presidente de Gobierno Español.
José María Aznar.
Señor Presidente:.
Queremos explicarle, con el mayor respeto, por
qué nos parece un despropósito que su gobierno nos quiera exigir un visado para
pisar España, y por qué, en caso de que se tome esta determinación, y mientras
esté vigente, no volveremos a visitar la península ibérica.
Un novelista colombiano escribió alguna vez:
Al entrar a España no tengo la impresión de llegar, sino la de volver. Quizás a
muchos españoles les resulte extraño este sentimiento, pero les aseguramos que
esa sensación es la típica del criollo, la del indiano, la del colono o del
colonizado nacido en esos territorios de lo que fue el antiguo imperio de
España. Si nos atrevemos a hacerle un reclamo a esa gran nación que nos
enseñaron a considerar, con razón o sin ella, como nuestra Madre Patria, es por
el hondo convencimiento que tenemos de no ser ajenos a España.
Aunque las guerras de Independencia hayan
cortado el cordón umbilical que nos unía políticamente a la península, los
colombianos no hemos dejado de sentir, porque sabemos que es cierto, que
nuestra imaginación, nuestra lengua mayoritaria, nuestros referentes culturales
más importantes provienen de España. Aquí nos mezclamos con otros riquísimos
aportes de la humanidad, en especial con el indígena y el negro, pero nunca
hemos renegado, ni podríamos hacerlo, de nuestro pasado español. Nuestros
clásicos son los clásicos de España, nuestros nombres y apellidos se originaron
allí casi todos, nuestros sueños de justicia, y hasta algunas de nuestras
furias de sangre y fanatismo, por no hablar de nuestros anticuados pundonores
de hidalgo, son una herencia española.
La solidaridad cultural de las naciones
hispanas y americanas, no puede ser simplemente un asunto retórico. Nosotros
queremos poder entrar a España no digamos como Pedro por su casa, pero sí como
los hijos viajeros que de vez en cuando vuelven a deshacer sus pasos por los
caminos de unos antepasados reales o inventados. Los hispanoamericanos no
podemos ser tratados por España como unos forasteros más. Aquí hay brazos y
cerebros que ustedes necesitan. Somos hijos, o si no hijos, al menos nietos o
biznietos de España. Y cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda
de servicio: somos los hijos o los nietos de los esclavos y los siervos
injustamente sometidos por España. No se nos puede sumar a la hora de resaltar
la importancia de nuestra lengua y de nuestra cultura, para luego restarnos
cuando en Europa les conviene. Explíquenles a sus socios europeos que ustedes
tienen con nosotros una obligación y un compromiso históricos a los que no
pueden dar la espalda. La rueda de la riqueza de las naciones se parece a la
rueda de la fortuna; no es conveniente que en los días de opulencia se les
cierre en las narices la puerta a los parientes pobres. Quizá un día nosotros
(en ese riquísimo territorio donde ustedes y nosotros hemos trabajado, sufrido
y gozado) tengamos también que abrirles a los hijos de España las puertas, como
tantas otras veces ha ocurrido en el pasado.
Mucho se habla en España y en todo el primer
mundo de las bondades de la globalización. Pero si ésta no quiere ser una mera
estratagema para ampliar los mercados, la globalización no podrá ser un proceso
unidireccional e injusto por el cual los bancos y las grandes compañías
tecnológicas o de alimentos atraviesan las fronteras como el viento, mientras a
las personas se les ponen más trabas, cuarentenas y cuotas que a los apestados
medievales.
Señor Presidente: en sus manos está una
decisión de unión o desunión con los pueblos hispanoamericanos. La Madre Patria
podrá portarse como tal, y no darnos la espalda en uno de los momentos más
duros de nuestra historia, o podrá también portarse como una madrastra
despiadada. Con la dignidad que aprendimos de España, no volveremos a ella
mientras se nos someta a la humillación de presentar un permiso para poder
visitar lo que nunca hemos considerado ajeno.
Con nuestra consideración y aprecio,.
Gabriel
García Márquez, Fernando Botero, Alvaro Mutis, Fernando Vallejo, William
Ospina, Darío Jaramillo Agudelo, Héctor Abad Faciolince
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