3 de junio de 2015

MEMORABILIA GGM 815


LA PRENSA
Ciudad de Panamá
31 de mayo de 2015

Memorias de una época dorada

Y todo es recuerdo
Crónicas sobre el grupo de Barranquilla’ recoge los episodios inéditos de un conjunto de entrañables amigos entre los que figuraban artistas, periodistas, intelectuales, y escritores.

Por Eliana Morales Gil
emorales@prensa.com

Era una especie de club libre con tres principios básicos: amistad, literatura y tertulia. Primero fue una tienda de barrio, de esas donde vendían dentífricos, peinillas, lociones para el pelo y cordones para los zapatos. Se llamaba El Vaivén y la regentaba Eduardo Vilá. Con la rapidez con que evolucionan las cosas en el Caribe colombiano, la tienda dejó de vender menos leche y menos pan, para vender más licor. Se convirtió en un bar, se transformó en La Cueva. Sus habitantes llegaban al caer la noche. Artistas, intelectuales, escritores, periodistas, una casta que se buscó sin buscarse. Leían a William Faulkner, Ernest Hemingway, Albert Camus, Franz Kafka o Virginia Woolf. Algunos de sus miembros: Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Orlando Rivera, Alejandro Obregón, Gabriel García Márquez, Julio Mario Santodomingo. Muchos más.

Alfonso Fuenmayor (1915-1994) organizó sus recuerdos y en 1977 publicó un libro al que llamó Crónicas sobre el grupo de Barranquilla. Lo encontré en la pasada feria del libro de Bogotá, en el pabellón Macondo, estaba justamente en la misma vitrina de donde se robaron una de las primeras ediciones de Cien años de soledad. Fuenmayor, escritor, periodista, traductor, intelectual, en 13 crónicas narra los episodios de una época dorada que contribuyó a la obra de grandes hombres. Dedica un buen número de páginas a un maestro, Ramón Vinyes, el viejo catalán que había leído todos los libros, y que de acuerdo con Fuenmayor, llegó a Barranquilla, Colombia, epicentro de La Cueva, huyéndole a la literatura. “El sabio catalán”, nunca pudo escapar de su destino y terminó poniendo una librería en la calurosa ciudad tropical. Allí se adquirían las novedades que lanzaban las editoriales de España, Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos. Fue el fundador de Voces, que de acuerdo con Fuenmayor, era una “revista literaria no superada en Colombia”. Allí por ejemplo, se publicaron los primeros textos en castellano de Apollinaire, de Claudel, etc., y los primeros versos de León de Greiff, que por esa época firmaba como Leo Le Gris. El sabio catalán fue el insumo de los integrantes de La Cueva. García Márquez lo conoció en 1948. Con él hablaba de política, de literatura, y el viejo le aconsejaba qué leer, qué escuchar. Un día Gabito, enfrascado en la lectura de Faulkner empezó a cuestionar al poeta. —¿Y si, después de todo, resulta que el viejo Faulkner no es más que un malditísimo retórico que nos tiene embrujados a todos (...) me gustaría tenerlo en frente para hacerle un montón de preguntas?, dijo el hombre que varias décadas después obtendría el Nobel de Literatura.
Vinyes le respondió: —Descuide usted, Gabito, si Faulkner estuviera en Barranquilla, estaría sentado en esta mesa”. En la parte titulada “Gabito lee a Julio Mario”, Fuenmayor relata el día en que el magnate colombiano Julio Mario Santodomingo, publicó un cuento en la revista Crónica, de la que García Márquez era el jefe de redacción. Con la mirada de un hombre que da a entender que cuando uno va, él ya viene, Julio Mario le entregó las tres cuartillas a Fuenmayor y le dijo: “están en inglés, tienes que traducirlo”. Traducido el texto, Gabito lo lee, volvió a leerlo, y al final dijo: “esto está muy bien”. Y es que Fuenmayor cuestiona el prejuicio ese de que “la afición por la literatura son especímenes de una flora o fauna que únicamente nace y prospera en los modestos estamentos económicos”. De esos que solo creen en “los poetas melenudos y piojosos”.

Hay un capítulo que cuenta sobre la vez que el Papa intentó comprar un cuadro de otro miembro de la cueva: Alejandro Obregón. Ya para entonces, dice Fuenmayor, Obregón había hecho “un aprendizaje fundamental: sabía cobrar”. El sacerdote enviado por el Vaticano pidió una rebaja, y a cambio se ofrecerían 15 mil misas por el alma del artista. Esta fue la respuesta del pintor: “Vea padre, con respecto a la plata no rebajo un centavo. En cuanto a las misas, rebajo las que usted quiera”.

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EL PAIS
Cali – Colombia
14 de Abril de 2015

Columna de opinion

Los demonios de Gabo

Por Jotamario-Arbelaez

La editorial Caza de Libros, que dirige en Ibagué Pablo Pardo, entre su numerosa cochada de libros para la Feria que se avecina, lanzará El Excelentísimo Gabo y los burros costeños, volumen segundo de la saga o poema-río Los días contados, que él suscrito viene trabajando en 12 volúmenes. El presente tomo de 140 páginas reúne anécdotas relativas a encuentros con el nobel o a escritos sobre su vida y sus obras, a más de picarescos escritos acerca de Cuba y de la costa caribe. Con la venia del periódico presento uno de los textos, que yo llamo Naditaciones, género transgenerista propuesto desde principios del nadaísmo por Gonzalo Arango y Amílcar U:

Otro privilegio que le debo a la publicidad, más valioso que el oro y el moro de las conquistas: el acceso al conocimiento de los originales inéditos de la última obra de García Márquez, Del amor y otros demonios, que con tanto bombo como platillos anuncia el Grupo Editorial Norma a todo el orbe por donde el idioma español se entienda.

Hacerle publicidad al autor más famoso del mundo, y a una de las obras más bellas que se han escrito con teclas sobre la tierra, es misión que si no excede mis fuerzas sí por lo menos me deja muy debilitado. Desde el temblor en las manos al acoger las tiras digitalizadas con el portento, la inmersión sin gafas en su lectura penumbrosa las mismas horas que se requieren para abarcar los cuatro evangelios, el encuentro con ese personaje cenital que es Sierva María de Todos Los Ángeles, doncella mártir de 12 años como Ana Frank, la Lolita de Nabokov y mi veneranda María de las Estrellas, hasta encontrar el concepto de presentación a los cuatro vientos de esta obra de los mil demonios, es haber sido presa de la emoción más trémula que pueda vivir un poeta sin salvavidas en el mar de las comunicaciones.

Con un lenguaje que daría más lustre al Siglo de Oro, palabras de la época de la Santa Inquisición en Cartagena de Indias para dar la impresión de que la obra pudo ser escrita por un testigo atormentado de los sucesos calientes, apoyado en Garcilaso de la Vega para solventar la endecha amorosa, García Márquez ha escrito un libro digno de figurar en el Índice, si esta doliente página de la historia, de las letras y de la Iglesia no hubiera sido doblada.

Un perro muerde con rabia a una niña en una plaza de mercado, la niña es hija de un marqués pero dejada de la mano de Dios al cuidado de los esclavos; en la confusión de la búsqueda de la cura se la considera poseída por el demonio; la Iglesia despliega sus exorcismos; el sacerdote encargado de sacarle del cuerpo al enemigo malo se enciende en una pasión nefanda por la criatura; se filtra por las noches en la prisión del convento para perpetrar con todo lirismo su obsesión enfermiza; es sospechoso de herejía y condenado por el Santo Oficio, pero por gracia especial cumple su castigo como enfermero en el Hospital del Amor de Dios donde se revuelca con los leprosos en un inútil afán expiatorio por contraer el mal, y la niña muere de amor ad portas de la sexta sesión de exorcismos mientras de su cabeza rapada comienzan a crecer los cabellos, que cuando 300 años después el reportero García Márquez es testigo de la apertura de las criptas en el Convento de Santa Clara, es ya una espléndida cabellera de 22 metros con 11 centímetros.
De amor, sería de la única enfermedad que debiera morir la gente. Así sea de un amor tormentoso o de un amor imposible. Ya sabemos por el poeta que no hay ningún amor feliz.

La conclusión de la obra podría ser que, si existe el demonio, lo ha creado la Iglesia, y si existen los endemoniados es porque la Iglesia, a golpes de torturante exorcismo, lo insufla en el alma de los presuntos

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