LA
PRENSA
Ciudad
de Panamá
31
de mayo de 2015
Memorias de una época
dorada
Y todo es recuerdo
Crónicas sobre el grupo de Barranquilla’ recoge los
episodios inéditos de un conjunto de entrañables amigos entre los que figuraban
artistas, periodistas, intelectuales, y escritores.
Por
Eliana Morales Gil
emorales@prensa.com
Era una especie de club libre con tres
principios básicos: amistad, literatura y tertulia. Primero fue una tienda de
barrio, de esas donde vendían dentífricos, peinillas, lociones para el pelo y
cordones para los zapatos. Se llamaba El Vaivén y la regentaba Eduardo Vilá.
Con la rapidez con que evolucionan las cosas en el Caribe colombiano, la tienda
dejó de vender menos leche y menos pan, para vender más licor. Se convirtió en
un bar, se transformó en La Cueva. Sus habitantes llegaban al caer la noche.
Artistas, intelectuales, escritores, periodistas, una casta que se buscó sin
buscarse. Leían a William Faulkner, Ernest Hemingway, Albert Camus, Franz Kafka o
Virginia Woolf. Algunos de sus miembros:
Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Orlando Rivera,
Alejandro Obregón, Gabriel García Márquez, Julio Mario Santodomingo. Muchos
más.
Alfonso Fuenmayor (1915-1994) organizó
sus recuerdos y en 1977 publicó un libro al que llamó Crónicas sobre el grupo
de Barranquilla. Lo encontré en la pasada feria del libro de Bogotá, en el
pabellón Macondo, estaba justamente en la misma vitrina de donde se robaron una
de las primeras ediciones de Cien años de soledad. Fuenmayor, escritor,
periodista, traductor, intelectual, en 13 crónicas narra los episodios de una
época dorada que contribuyó a la obra de grandes hombres. Dedica un buen número
de páginas a un maestro, Ramón Vinyes, el viejo catalán que había leído todos
los libros, y que de acuerdo con Fuenmayor, llegó a Barranquilla, Colombia,
epicentro de La Cueva, huyéndole a la literatura. “El sabio catalán”, nunca
pudo escapar de su destino y terminó poniendo una librería en la calurosa
ciudad tropical. Allí se adquirían las novedades que lanzaban las editoriales
de España, Francia, Italia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos. Fue el
fundador de Voces, que de acuerdo con Fuenmayor, era una “revista literaria no
superada en Colombia”. Allí por ejemplo, se publicaron los primeros textos en
castellano de Apollinaire, de Claudel, etc., y los primeros versos de León de
Greiff, que por esa época firmaba como Leo Le Gris. El sabio catalán fue el
insumo de los integrantes de La Cueva. García Márquez lo conoció en 1948. Con
él hablaba de política, de literatura, y el viejo le aconsejaba qué leer, qué
escuchar. Un día Gabito, enfrascado en la lectura de Faulkner empezó a
cuestionar al poeta. —¿Y si, después de todo, resulta que el viejo Faulkner no
es más que un malditísimo retórico que nos tiene embrujados a todos (...) me
gustaría tenerlo en frente para hacerle un montón de preguntas?, dijo el hombre
que varias décadas después obtendría el Nobel de Literatura.
Vinyes le respondió: —Descuide usted,
Gabito, si Faulkner estuviera en Barranquilla, estaría sentado en esta mesa”.
En la parte titulada “Gabito lee a Julio Mario”, Fuenmayor relata el día en que
el magnate colombiano Julio Mario Santodomingo, publicó un cuento en la revista
Crónica, de la que García Márquez era el jefe de redacción. Con la mirada de un
hombre que da a entender que cuando uno va, él ya viene, Julio Mario le entregó
las tres cuartillas a Fuenmayor y le dijo: “están en inglés, tienes que
traducirlo”. Traducido el texto, Gabito lo lee, volvió a leerlo, y al final
dijo: “esto está muy bien”. Y es que Fuenmayor cuestiona el prejuicio ese de
que “la afición por la literatura son especímenes de una flora o fauna que
únicamente nace y prospera en los modestos estamentos económicos”. De esos que
solo creen en “los poetas melenudos y piojosos”.
Hay un capítulo que cuenta sobre la vez
que el Papa intentó comprar un cuadro de otro miembro de la cueva: Alejandro
Obregón. Ya para entonces, dice Fuenmayor, Obregón había hecho “un aprendizaje
fundamental: sabía cobrar”. El sacerdote enviado por el Vaticano pidió una
rebaja, y a cambio se ofrecerían 15 mil misas por el alma del artista. Esta fue
la respuesta del pintor: “Vea padre, con respecto a la plata no rebajo un
centavo. En cuanto a las misas, rebajo las que usted quiera”.
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EL
PAIS
Cali
– Colombia
14
de Abril de 2015
Columna
de opinion
Los demonios de Gabo
Por
Jotamario-Arbelaez
La editorial Caza de Libros, que dirige
en Ibagué Pablo Pardo, entre su numerosa cochada de libros para la Feria que se
avecina, lanzará El Excelentísimo Gabo y
los burros costeños, volumen segundo de la saga o poema-río Los días
contados, que él suscrito viene trabajando en 12 volúmenes. El presente tomo de
140 páginas reúne anécdotas relativas a encuentros con el nobel o a escritos
sobre su vida y sus obras, a más de picarescos escritos acerca de Cuba y de la
costa caribe. Con la venia del periódico presento uno de los textos, que yo
llamo Naditaciones, género transgenerista propuesto desde principios del
nadaísmo por Gonzalo Arango y Amílcar U:
Otro privilegio que le debo a la
publicidad, más valioso que el oro y el moro de las conquistas: el acceso al conocimiento
de los originales inéditos de la última obra de García Márquez, Del amor y
otros demonios, que con tanto bombo como platillos anuncia el Grupo Editorial
Norma a todo el orbe por donde el idioma español se entienda.
Hacerle publicidad al autor más famoso
del mundo, y a una de las obras más bellas que se han escrito con teclas sobre
la tierra, es misión que si no excede mis fuerzas sí por lo menos me deja muy
debilitado. Desde el temblor en las manos al acoger las tiras digitalizadas con
el portento, la inmersión sin gafas en su lectura penumbrosa las mismas horas
que se requieren para abarcar los cuatro evangelios, el encuentro con ese
personaje cenital que es Sierva María de Todos Los Ángeles, doncella mártir de
12 años como Ana Frank, la Lolita de Nabokov y mi veneranda María de las
Estrellas, hasta encontrar el concepto de presentación a los cuatro vientos de
esta obra de los mil demonios, es haber sido presa de la emoción más trémula
que pueda vivir un poeta sin salvavidas en el mar de las comunicaciones.
Con un lenguaje que daría más lustre al
Siglo de Oro, palabras de la época de la Santa Inquisición en Cartagena de
Indias para dar la impresión de que la obra pudo ser escrita por un testigo
atormentado de los sucesos calientes, apoyado en Garcilaso de la Vega para
solventar la endecha amorosa, García Márquez ha escrito un libro digno de
figurar en el Índice, si esta doliente página de la historia, de las letras y
de la Iglesia no hubiera sido doblada.
Un perro muerde con rabia a una niña en
una plaza de mercado, la niña es hija de un marqués pero dejada de la mano de
Dios al cuidado de los esclavos; en la confusión de la búsqueda de la cura se
la considera poseída por el demonio; la Iglesia despliega sus exorcismos; el
sacerdote encargado de sacarle del cuerpo al enemigo malo se enciende en una
pasión nefanda por la criatura; se filtra por las noches en la prisión del
convento para perpetrar con todo lirismo su obsesión enfermiza; es sospechoso
de herejía y condenado por el Santo Oficio, pero por gracia especial cumple su
castigo como enfermero en el Hospital del Amor de Dios donde se revuelca con
los leprosos en un inútil afán expiatorio por contraer el mal, y la niña muere
de amor ad portas de la sexta sesión de exorcismos mientras de su cabeza rapada
comienzan a crecer los cabellos, que cuando 300 años después el reportero
García Márquez es testigo de la apertura de las criptas en el Convento de Santa
Clara, es ya una espléndida cabellera de 22 metros con 11 centímetros.
De amor, sería de la única enfermedad
que debiera morir la gente. Así sea de un amor tormentoso o de un amor
imposible. Ya sabemos por el poeta que no hay ningún amor feliz.
La conclusión de la obra podría ser que,
si existe el demonio, lo ha creado la Iglesia, y si existen los endemoniados es
porque la Iglesia, a golpes de torturante exorcismo, lo insufla en el alma de
los presuntos
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