EL TIEMPO
Bogotá –
Colombia
28 de
mayo de 2015
Análisis
'El otoño del patriarca',
la
novela más compleja de Gabo
Hace 40 años GarcÃa Márquez sorprendió con la novela de
mayor riesgo literario.
Por
Alfonso Carvajal
Especial para EL TIEMPO
El otoño
del patriarca es la novela de mayor riesgo formal y
temático de la narrativa de GarcÃa Márquez.
Es como si el escritor colombiano, inspirado
en una avalancha creativa y en la imagen poética, hubiera experimentado con lo
más excelso de su conocimiento literario.
El libro soñado, el libro total, aunque ya en Cien años de soledad habÃa creado un
mundo exuberante y autónomo, que resumÃa la historia de América Latina; aquà se
lanzó a romper la tradición y las estructuras moderadas y a sustentar este arrollador
relato solo en el lenguaje.
La palabra, el ritmo, el sonido, como fuente
del idioma, y darle su propia tonalidad castellana y caribeña. Por eso, tal vez
fue su libro más querido y la menos leÃda de sus novelas más conocidas.
Cuenta Gerald Martin que la primera vez que
conversó con Gabo pensó que iban “a ser amigos del alma”. La segunda vez notó
que algo habÃa cambiado y se dio cuenta de que este habÃa hojeado su libro
Journeys through the Labyrinth (1989), donde afirmaba que El otoño era una novela “demagógica y polÃticamente escapista”.
Gabo, en tono vehemente, le dijo que “el dictador de la novela era su retrato
Ãntimo autobiográfico y que si no habÃa intuido una cosa tan obvia no veÃa cómo
podÃa pretender convertirme en biógrafo suyo”.
Fue un momento embarazoso. Martin sintió que
no serÃa su biógrafo y balbuceó que la novela le encantaba a su esposa y “que
al volver a casa le pedirÃa una tutorÃa. Fue la cosa más patética y ridÃcula
que habÃa dicho en toda mi vida, pero algo hizo para suavizar el impacto de su
lectura y logramos seguir con la conversación”.
Cien
años apareció en 1967 y El otoño, ocho años después (1975). Es decir que luego de la épica
macondiana emprendió esta difÃcil cruzada a la sombra de su obra maestra, como
echando al viento y los mares su talento y probándose a sà mismo que todavÃa
podÃa hacer algo grande y diferente.
José Vicente KataraÃn, quien publicó el libro
en Colombia, tres años después de la edición de Plaza & Janés en España,
dice que “es un culto al idioma, a la palabra, un desafÃo a la Academia
Española de la Lengua, sin la puntuación convencional, una retahÃla de plaza
pública, descomunal. No es un libro para leer sino para ser oÃdo, es un libro
musical. Y también un aporte a la literatura sobre los dictadores en la América
Latina”.
La
estructura
Gabo utiliza un narrador omnisciente, que no
es uno solo, somos todos, los que asistimos al derrumbe del dictador y de una
patria que semeja un cÃrculo dantesco de la Divina comedia, en parodia
tropical, y es precisamente un lunes en la madrugada cuando “la ciudad despertó
de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y podrida
grandeza… No tuvimos que forzar la entrada, pues la puerta central pareció
abrirse al solo impulso de la voz”.
Vamos del pasado al presente y los tiempos
fluyen como las aguas briosas de un rÃo que desemboca en el océano infinito de
la imaginación. Es el realismo mágico llevado al extremo, sustentado en el
lenguaje. Dentro de ese maremágnum de palabras, de hipérboles, aparecen algunos
personajes entre las brumas con arrobador magnetismo, inolvidables, tallados
con plumazos vibrantes, fragmentados, pero movidos por una corriente
subterránea en una delirante narración.
La manera de involucrar los personajes es
magistral, pues siempre giran alrededor del patriarca, para bien o para mal.
Son satélites que viven bajo el dominio o la sombra del ungido, del que
manejaba esa república de la infamia como el patio de su casa.
Es el caso de Patricio Aragonés, un doble
perfecto del tirano, un bandido honorable que se hacÃa pasar por él y cobraba
impuestos en su nombre. Al tenerlo al frente padeció “la humillación de verse a
sà mismo en semejante estado de igualdad, carajo, si este hombre soy yo”.
Entonces lo contrató para apaciguar sus temores y paranoias, y no lo hizo
fusilar en el acto, no solo por el interés de tener un suplantador oficial,
sino porque lo “inquietó la ilusión de que las cifras de su propio destino
estuvieran escritas en la mano del impostor”.
El doble sobrevivió a seis atentados,
compartió las amantes del patriarca, tuvo hijos que no se sabÃan si eran del
verdadero o del impostor, y todos, paradójicamente, nacieron sietemesinos.
“Aquella confusión de identidades alcanzó su
tono mayor una noche de vientos largos en que él encontró a Patricio Aragonés
suspirando hacia el mar y pensó que era un mal aire y era que habÃa bailado con
una reina de carnaval y no encontraba la puerta para salir de aquel recuerdo”.
Aragonés se convirtió en el ser más respetado
y más temido. El poder detrás del poder. La máscara que ocultaba otra máscara.
El pobre Aragonés, a diferencia del original, solo querÃa que lo quisieran, no
pedÃa más. Y un dardo envenenado lo mandó a la muerte, pero antes le dijo: “yo
soy el hombre que más lástima le tiene en este mundo porque soy el único que me
parezco a usted”.
No sé si es más grande que Cien años de soledad, pero sÃ, con
seguridad, la aventura más avezada y conmovedora del hijo de Aracataca. El mar apagado,
encendido del Caribe, su historia, las mujeres henchidas de placer y tedio,
vaporosas, letales, un mundo en ruinas, apocalÃptico, detenido en sus miserias
y felicidades efÃmeras, “leopardos dormidos sobre los rieles”, “y era un coro
de voces tan numerosas y distantes que él se hubiera dormido con la ilusión de
que estaban cantando las estrellas”.
Son trescientas páginas avasallantes,
totalitarias, allanamientos a la imaginación, al lugar común, al lugar
inventado, que mantienen el pulso, la tensión, la pausa, lo que ya sabemos, lo
que está por venir, un lenguaje que devora al lector, un mundo caótico, de
contornos que recuerdan a Gargantúa y Pantagruel, y un intento por revitalizar
al poeta fallido o tÃmido que habÃa sido, pues Gabo en su adolescencia ensayó
algunos poemas, y fue un gran lector del siglo de oro español y de Rubén DarÃo,
pero se decidió por la prosa, escribiendo primero cuentos y después novelas.
En esa patria bobalicona y salvaje, el nuncio
apostólico invitaba al patriarca a convertirse a la fe de Cristo, mientras
tomaban chocolate con galleticas, y con burla le respondÃa: “Que si Dios es tan
macho como usted dice, dÃgale que me saque este cucarrón que me zumba en el
oÃdo… y le mostraba la potra descomunal, dÃgale que me desinfle esa criatura”,
y antes de irse le reiteraba: “no gaste pólvora en gallinazo, padre, para qué
me quiere convertido si de todas maneras hago lo que ustedes quieren, qué
carajo”.
Las
mujeres
Bendición Alvarado, su madre, una pajarera,
supersticiosa, “decrépita pero con el alma entera”, rodeada de jaulas de
pájaros inverosÃmiles, que fue canonizada por decreto luego de morir, era la
que sabÃa de la miseria en que nació, la que intuÃa sus sueños y acciones más
espantosas, que le contó cómo echaron su placenta de alimento a los cerdos y un
dÃa memorable que vio a su hijo con el uniforme de etiquetas con las medallas
de oro y los guantes de raso se le salió la imprudencia de decir que si ella
hubiera sabido que su hijo iba a ser Presidente de la República lo hubiera
mandado a la escuela y entonces de la vergüenza pública la desterraron a la
mansión de los suburbios, un palacio de once cuartos que él habÃa ganado en una
noche de dados.
Leticia Nazareno, la primera dama, el amor
sublime, a tal punto que de los cinco mil hijos, todos sietemesinos que tuvo el
tirano, solo uno llevó su nombre y apellido y fue el que tuvo con Leticia. La
mujer que “se desangró de llanto en el jardÃn de la lluvia”, cuando lo creyó
muerto en una de sus tantas muertes y que cuando lo atacó la peste del olvido
por las grietas de su memoria su imagen permaneció en una tira de papel donde
escribió: “Leticia Nazareno de mi alma mira en lo que he quedado sin ti”.
Un personaje femenino entrañable y misterioso
es Manuela Sánchez, la reina de belleza de los pobres, que vivÃa en el barrio
de las peleas de perro, donde algunos “burros perdidos entraban caminando por
un extremo de la calle y salÃan al otro lado convertidos en un costal de
huesos”.
Es el amor platónico, el imposible, la más
bella entre las bellas, la de glúteos redondos como “culos de ángeles”, la de
una rosa magnÃfica y secreta entre las piernas y una mirada inocente que a la
vez invitaba a la lascivia y a la perdición, la maldita que lo dejó viendo un
chispero, a la que le dijo: “Por qué te tengo que encontrar si no te me has
perdido”.
Y a veces GarcÃa Márquez apela a la primera
persona de sus personajes y Manuela exclama: “Dios mÃo, qué hombre tan triste,
pensé asustada”, para luego retornar a la tercera persona: “y preguntó sin
compasión en qué puedo servirle excelencia, y él contestó con un aire solemne
que solo vengo a pedirle un favor, majestad, que me reciba esta visita”.
El fin
André Breton y sus compinches del surrealismo
habrÃan gozado leyendo este genial exabrupto. Un banquete al paladar de la
imaginación y al oÃdo, igual a una sinfonÃa de vientos y percusiones que
recrean un mundo decadente y moribundo, que nos recuerda en ocasiones a “La
carroña” de Baudelaire, en el que lo putrefacto también posee un sentido de la
belleza. O las “Ruinas circulares”, de Borges, en el cual lo onÃrico y lo real
se funden, perdiéndose el nombre de las cosas en un universo degradante y
cÃclico. Es el tiempo aniquilado por el vértigo, un cometa que pasa cada cien
años de soledad, una metáfora de la tiranÃa y la desmesura.
En cuanto a lo que le sentenció a Martin, de
ser un relato autobiográfico, ignoramos qué de su contorno es real o de su
propia naturaleza, y no importa, pero sà podemos especular cómo al final de la
vida del escritor la peste del olvido lo emparenta con el personaje de su
creación: “Él estaba a merced de sus sueños de ahogado solitario hasta el
amanecer, pero se despertaba a saltos imprevistos, pastoreaba el insomnio,
arrastraba sus grandes patas de aparecido por la inmensa casa en tinieblas… oÃa
vientos de lunas en la oscuridad” y se perdÃa en sus recuerdos de grandeza sin
saber quién habÃa sido, solo algunas epifanÃas le devolvÃan la lucidez y a
tientas se fue de este mundo soñando con una o dos mujeres que vibraban ya
pálidamente en su memoria y a orillas de un mar gigantesco y viscoso su muerte
le anunció al mundo “la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad
habÃa por fin terminado”.
Primera edición de El otoño
del patriarca. 1975
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