17 de mayo de 2015

MEMORABILIA GGM 812



Adiós al amigo y director del Diplomado Conocimiento Vital del Caribe que en 2008 reunió en Cartagena de Indias los mejores exponentes del saber sobre Gabriel García Márquez y su obra. Nuestros imborrable agradecimiento por su invitación a estar allí. RIP

EL UNIVERSAL
Cartagena – Colombia
2 de mayo de 2015

Columna de opinión
Gabo, irrepetible

Por Oscar Collazos

Desde hace varias décadas, periodistas y lectores de literatura, se preguntan quién sucederá a García Márquez en el trono de su reinado universal. Antes, se preguntaban quién era el escritor colombiano más importante después de García Márquez.

A la última pregunta le salían nominados cada cierto tiempo. Sé que los nombres eran propuestos por los editores para vender a una joven promesa. O del mismo escritor, que se quería vender como segundo detrás del trono. Podría citar el nombre de al menos cinco novelistas colombianos que figuraron en el listado de segundos “después de”. Algunos recibieron la antorcha y corrieron hasta conseguir su corto cuarto de hora.

La primera pregunta sobre cuál escritor colombiano sucederá a Gabito en el trono de la literatura universal, tiene más difícil respuesta. El autor de El amor en los tiempos del cólera es una de esas raras excepciones que le aparecen de siglo a siglo a la literatura de un país. La historia de la literatura de su país. Puede seguir siendo importante pero cuando aparece en su primera fila un hito de tal grandeza, la segunda fila queda a una distancia casi abismal.

Un día le escuché decir al poeta y editor español Carlos Barral, que las historias de las literaturas nacionales no estaban hechas por los fuera de serie sino por un puñado de buenos o grandes escritores de segunda fila. Se refería a García Márquez. Ni siquiera Álvaro Mutis, insinuaba Barral, llegaba a esa primerísima fila. No sería tan tremendamente popular ni le darían el Premio Nobel de Literatura, aunque Mutis hubiera merecido todos los grandes premios del mundo.
 
Nadie sucedió a William Shakespeare, nadie ocupó el trono de don Miguel de Cervantes, de Dante, de Goethe, de Camoes o de Racine. Les sucedieron grandes escritores pero esos inmensos creadores son la cúspide que da brillo a quienes vienen después. Borges reina en solitario. En solitario reina Neruda. Son irrepetibles. Como César Vallejo en el Perú.

Vistos desde la luz que rodea a estos inmensos creadores, todos somos segunda fila -esta fácil clasificación no le quita méritos a las espléndidas obras escritas por estos. Las vuelve sencillamente incomparables con las del genio del trono, que escribió probablemente obritas menores. Sin duda, entre los escritores de la segunda fila figuran obras notablemente más consistentes que algunas escritas por la figura de excepción. Memoria de mis putas tristes es un chiste al lado de La tejedora de coronas, de Germán Espinosa.

Por todo esto resultan ociosas las cábalas sobre los posibles sucesores de García Márquez en la literatura colombiana. Una afición un poco ociosa, de carácter más bien deportivo. El campeonato de la gloria y la fortuna no se juega por años sino por siglos.

** ** **

EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
6 de Mayo de 2015

Columna de opinión
El ladrón de libros

Lo peor que pudo haber pasado con el ejemplar firmado de Cien años de soledad es que el ladrón haya pensado en el valor y ahora ande encartado con el posible comprador.

El robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad de una vitrina de la FilBo, donde se exhibían otras ediciones y traducciones de la novela a decenas de idiomas, cierra con broche garciamarquiano las celebraciones dedicadas a Macondo.

El ejemplar de coleccionista, dedicado por el autor al librero Álvaro Castillo, no tiene en apariencia valor comercial.

Una de las razones, de poco peso, para descartar ese valor es que se trata de un libro dedicado. Pero resulta que no, que ese sería un valor añadido a la pieza en un mercado sofisticado de coleccionistas.

No estamos, de todas maneras, ante un incunable, sino ante una copia de los ocho mil ejemplares de la primera edición, hecha en Buenos Aires.

Si se tratara de un mandado hecho por un caprichoso coleccionista a un ladronzuelo de feria, el caso tendría altos vuelos literarios. Desde el siglo XIX, la leyenda del ladrón de libros adorna la misteriosa naturaleza de este delito.

Alguien, más por pasión hacia los libros que por interés comercial, se habría metido entre ceja y ceja la idea de tener ese ejemplar. Esto le daría visos de bellas artes al robo y lo incluiría en el inventario iniciado en 1836 en Barcelona y recogido en la Francia romántica por Charles Nodier. Gustave Flaubert escribió un cuento sobre el librero asesino de Barcelona, ficción aceptada en Francia como noticia real. En 1927, el catalán Ramón Miquel i Planas volvió a escribir sobre el librero de su ciudad, sobre la leyenda del librero asesino, algo más sublime que un simple ladrón de libros.

Nuria Amat le consagró hace 20 años un bello libro, editado por Muchnik. Así que el robo de la FilBo retoma en parte la cola lánguida de la leyenda, si es que no se trata de un mediocre robo de circunstancias.

Un ladrón de libros, a los ojos de esta leyenda, no es un ladrón cualquiera. Es alguien poseído por una pasión incontrolable hacia los libros, capaz incluso de matar para hacerse con la pieza codiciada. Si se tratara de un caso colombiano de ladrón de libros por amor y pasión, estaríamos ante una deliciosa paradoja: en los momentos en que la pasión por los libros ha decaído, alguien la hace florecer en una modesta república suramericana.

Un coleccionista quiere tener el libro de otro coleccionista, dedicado por el autor. Este detalle justificaría estéticamente el robo. No es lo mismo robar un banco que robar un libro. Los vulgares asaltantes buscan un beneficio económico; el ladrón de libros, la satisfacción de un raro placer íntimo, de malévola naturaleza espiritual, una obsesión que se le ha convertido en patología.

Lo peor que pudo haber pasado con el ejemplar firmado de Cien años de soledad es que el ladrón haya pensado en el valor y ahora ande encartado con el posible comprador. Le quitaría el carácter de leyenda literaria a la cuestión. Sería otro vulgar asunto de policía. Ruego al espíritu de Gutenberg que no sea así. Que el libro del librero Álvaro Castillo esté ahora en manos amorosas y exquisitas. Y siga su periplo, robado por otro coleccionista más obsesivo, y así, en ciclos repetidos, llegue a ser la leyenda de la novela que contiene.

El mundo del libro se ha vuelto inflacionario, pero sigue siendo una mina de piedras preciosas con montones de tierra y desperdicios encima. Se siguen escribiendo y publicando grandes obras, al lado del supermercado de baratijas. Sé que el robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de Soledad es un asunto de policía. Para mí, simbólicamente, es un tema perdido de la literatura.

 
Fernando Jaramillo y Oscar Collazos al recibo del diploma. Cartagena de Indias, junio de 2008

No hay comentarios: