15 de mayo de 2015

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Veracruz - México
15 de Mayo de 2015

Cultura
Destaca 'librovejero' solidaridad
"Ha sido demasiado", dice Álvaro Castillo Granada, quien fuera bautizado por Gabriel García Márquez como "librovejero" y que en menos de una semana sufrió el robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad y la alegría de recuperarlo

Por Benjamín Alvarez / Agencia Reforma


Bogotá, Colombia .- "Ha sido demasiado", dice Álvaro Castillo Granada, quien fuera bautizado por Gabriel García Márquez como "librovejero" y que en menos de una semana sufrió el robo de un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad y la alegría de recuperarlo, multiplicada ante su determinación de donarlo a la Biblioteca Nacional de Colombia, así como parte de la colección de obras que atesora del Nobel de Literatura 1982.

"Es un milagro", contesta abrumado a una de las incesantes llamadas que atiende al momento de conceder la entrevista desde San Librario, espacio que creó junto con tres socios, a escasas horas de recuperar su ejemplar.

"Ante un hecho aparentemente trivial como éste, que se pierda un libro, pero que ese libro suscite la solidaridad de la gran mayoría de la población de un país y mucha gente en otras partes, que suscite el interés porque aparezca y se convierta en una causa común, usted como individuo no puede hacer nada más que brindarle a todos el fruto de esa indignación y de esa consternación. Entonces, por eso es que yo digo que el libro a mí ya no me pertenece", explicó a REFORMA el sábado 9 de mayo.

Recordará que apenas horas antes, la tarde del viernes, un amigo le llamó emocionado para enterarlo de la buena noticia. Él, escéptico, tendría que esperar hasta la llamada del secretario del director de la Policía colombiana, Rodolfo Palomino y tornar la duda en certeza hasta sujetar una caja de cartón con el libro.

"Está magullado, se nota que al libro le tocó sufrir un poco, está trajinado", dijo el "librovejero", mientras que Palomino y Humberto Guatibonza, director de la Policía Metropolitana de Bogotá, detallaron que el libro fue recuperado en el barrio de La Perseverancia y que la investigación apunta a una banda especializada en el robo de antigüedades.

"Espero que seamos concientes que es importante la unión entre todos los colombianos en este hecho que, repito una y mil veces: trivial, nimio, infeliz, ante todas las desgracias que ocurren permanentemente en nuestro país, de injusticia, de atropello, de atrocidad, de violencia, no tiene comparación con ninguna de ellas, por supuesto. Pero si somos capaces de unirnos en algo tan trivial también somos capaces de unirnos en sentimientos y en propósitos más grandes", detalla el librovejero que conoció a García Márquez en Cuba y que aclaró que ese libro no lo volverá a prestar jamás.

La semana podría resumirse en una frase publicitaria del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo que recuerda a García Márquez: "Colombia, realismo mágico".

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EL PAÍS
Madrid – España
17 de abril de 2015

Cultura

OPINIÓN
El periodismo como literatura

Por Leila Guerriero

Quizás uno de los mayores aportes de Gabriel García Márquez al oficio periodístico, más allá de los valores de su obra de no ficción, haya sido el de sostener, a lo largo de su vida, que él era, sobre todo, un periodista, y en dar muestras —con hechos concretos, con declaraciones en las que decía cosas como “Aprendí a escribir cuentos escribiendo crónicas y reportajes” o “El periodismo me ayudó a escribir”— de que lo decía en serio. Empezó a ejercer el oficio cuando tenía 20 años, en El Universal, de Cartagena de Indias, y desde entonces y hasta su último emprendimiento periodístico, cuando en 1998 compró la revista colombiana Cambio, todos sus actos indicaron que para él el periodismo no era un ganapán ni un oficio bastardo, sino una forma de la literatura a la que valía la pena entregarle la vocación y la vida.

Si se hace un paralelo entre su obra periodística y su obra de ficción se ve que, por ejemplo, mientras trabajaba en El Espectador, de Bogotá (y daba forma en 1955 a las veinte entregas consecutivas de lo que sería después el libro Relato de un náufrago), o era corresponsal de Prensa Latina, escribía El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora. Aún después de Cien años de soledad, la novela de 1967 que lo puso bajo los reflectores, siguió publicando artículos en El Tiempo, de Colombia, y después en EL PAÍS, de España. A un año de la aparición de El amor en los tiempos del cólera, en 1985, publicó un libro de no ficción: Miguel Littin, clandestino en Chile. Y, cuando ya no necesitaba demostrarle a nadie lo que podía hacer, investigó y escribió Noticia de un secuestro, en 1996. Fue uno de los pocos autores latinoamericanos de su generación —otro, insoslayable, es Mario Vargas Llosa—, que creyó que el periodismo bien hecho podía llegar a ser un arte, y que actuó en consecuencia. Cuando ganó el Nobel, en 1982, convocó al argentino Tomás Eloy Martínez para hacer, con el dinero del premio, un periódico que iba a llamarse El Otro, y que no llegó a existir. En 1992 formó parte de QAP, un noticiero televisivo de mucho éxito en Colombia. Finalmente, en 1994, cuando hacía doce años que había ganado el premio Nobel y veintisiete que había escrito Cien años de soledad, creó la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Llevaba casi tres décadas en el centro del escenario, recibiendo todo tipo de honores como escritor de ficción y, sin embargo, decidió apoyar un proyecto destinado a gente que vive de contar historias reales para estimular “las vocaciones, la ética y la buena narración en el periodismo”. Desde entonces, la Fundación trabaja de diversas formas –sobre todo, aunque no sólo, organizando talleres para periodistas– en torno a ese mandato. Hoy, el panorama de la crónica en habla hispana no es idílico, pero tampoco el peor de todos los posibles. El premio que otorga la Fundación –reeditado en 2013 bajo el nombre de Gabriel García Márquez–, se transformó en uno de los más prestigiosos y mejor dotados del oficio. En los últimos años, casi todas las casas editoriales tienen una colección de crónica y varias revistas del continente americano –El Malpensante, Etiqueta Negra, Soho, Anfibia, Gatopardo–, cultivan el género. Para las nuevas generaciones, los referentes del oficio ya no son sólo Tom Wolfe o Truman Capote, sino también –quizás sobre todo– periodistas de habla hispana, muchos de los cuales han sido sus maestros en talleres de la Fundación: Alma Guillermoprieto, Martin Caparrós, Alberto Salcedo Ramos, Juan Villoro. Es difícil pensar el estado de la no ficción en América Latina sin tener en cuenta ese gesto de García Márquez que, veinte años atrás, decidió crear esta fundación para periodistas cuando, con todo su nombre, con todo su poder, pudo haber hecho otra cosa: un festival de cine, un premio de novela, o nada. Si hoy muchos periodistas de nuevas generaciones se dedican a su oficio sin sentir que necesitan validar su trabajo con, además, una potente obra de ficción, es, en buena parte, gracias a ese gesto.


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