EL ESPECTADOR
Bogotá -
Colombia
27 de febrero
de 2015
El protagonista de Relato de un náufrago.
Sesenta años de la tragedia
del marinero Velasco
El 28 de febrero de 1955 ocho tripulantes de la nave ARC
Caldas, de la Armada Nacional, cayeron al mar. La historia del único
sobreviviente, Luis Alejandro Velasco, se convirtió en una de las creaciones
más emblemáticas de Gabriel García Márquez. La obra desató un lío jurídico.
Por:
Óscar Alarcón Núñez,
Especial para El Espectador
No sabía quién era Luis Alejandro Velasco y
menos si era marinero, político o futbolista. Jamás lo había oído mencionar y
mucho menos conocía que García Márquez, cuya gloria literaria comenzaba a
crecer en 1968, hubiera escrito sobre ese personaje. Estaba comenzando a hacer
periodismo en El Espectador y por eso me llamó la atención la petición que me
hacía Mercedes. Con ella y con Gabo habíamos departido semanas antes en la
Costa y en Bogotá, antes de viajar ellos a Barcelona en donde iban a fijar su
residencia. En una carta del 8 de diciembre de 1968, Mercedes me decía: “Estoy
interesada en tener las crónicas que Gabito publicó en El Espectador sobre el
marinero Velasco; no sé si será posible conseguirlas y que tú me las mandes lo
más pronto posible”.
El
marinero Luis Alejandro Velasco, sobreviviente del naufragio de la nave ARC
Caldas, de la Armada Nacional, durante su llegada a Bogotá en marzo de 1955. /Fotos: Archivo El
Espectador
Antes de ir al archivo le pedí ilustración a
don Guillermo Cano y a don José Salgar. Me hablaron que era un marinero que
había sobrevivido a una aventura en el mar, que Gabo, como reportero, había
elaborado una serie de crónicas que tuvieron gran acogida entre los lectores,
que aumentó la circulación del periódico y que lo que allí se reveló no gustó
al gobierno de la dictadura de Rojas Pinilla.
Luis Alejandro Velasco fue el único
sobreviviente del naufragio de la nave ARC Caldas, de la Armada Nacional,
cuando con otros siete marineros más cayeron al mar durante una tormenta
producida a escasas dos horas para llegar a Cartagena. La nave siguió con el
resto de tripulantes con quienes llegaron a puerto el 28 de febrero de 1955,
hace 60 años, y con la mala noticia de que siete de sus compañeros habían caído
al mar. La nave había zarpado cuatro días antes de Mobile, Alabama, después de
permanecer allí varios meses para su reparación reglamentaria.
Las crónicas aparecieron durante catorce días
seguidos en El Espectador, en igual número de capítulos, y ante la gran acogida
que tuvo entre el público lector, se hizo necesario hacer un suplemento
especial que las reunió todas (28 de abril de 1955), en donde además de los
textos había avisos publicitarios en donde aparecía el héroe marinero tomando
fécula El León, mostrando relojes, zapatos y toda clase de artículos para
demostrar la bondad de los mismos, aun en los más difíciles momentos, como los
que acaba de sufrir el marinero.
Como en 1968 las fotocopiadoras aún no se
habían terminado de inventar, para atender la solicitud de Mercedes, al
suscrito le tocó durante varias noches, con la ayuda de una secretaria —al
final de cada jornada laboral—, digitar cada una de las crónicas para
hacérselas llegar “lo más pronto posible” a Barcelona.
El
cuento de la aventura
Luis Alejandro Velasco, solo, en el mar,
estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, fue proclamado
héroe de la patria, besado por las reinas de belleza, hecho rico por la
publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre. Así
resumió García Márquez esa aventura que con menos palabras se conoce como ‘
Relato de un náufrago’.
Después de su desgracia llegó Velasco exhausto
a la playa de Urabá, insolado pero recuperable. Estuvo recluido en el Hospital
Naval de Cartagena. Un periodista disfrazado de médico pudo burlar la
seguridad, pero no logró sacarle mayor información sobre su aventura.
Días después, cuando el marinero pudo
desplazarse con libertad, sin las ataduras a las que estaba sometido y que le
impedían expresarse como lo deseaba, llegó ante el director de El Espectador,
don Guillermo Cano. Estaba dispuesto a contar su aventura completa. Llamó a su
cronista estrella, García Márquez, pero éste se mostró escéptico sobre el valor
periodístico. Cano despachó al personaje, pero luego de reflexionar ordenó al
portero del edificio que le mandara al náufrago de regreso.
Al cronista le tocó aceptar la orden
perentoria de su jefe. Así lo cuenta Gabo en Vivir para contarla: “No era la
primera vez ni había de ser la última en que Guillermo se empecinara en un caso
perdido y terminara coronado con la razón. Le advertí deprimido, pero con el
mejor estilo posible que sólo haría el reportaje por obediencia laboral, pero
no le pondría mi firma. Sin haberlo pensado, aquella fue una determinación
casual, pero certera para el reportaje, pues me obligaba a contarlo en la
primera persona del protagonista, con su modo propio y sus ideas personales, y
firmado con su nombre. Así me preservaba de cualquier otro naufragio en tierra
firme. La decisión fue milagrosa, porque Velasco resultó ser un hombre
inteligente, con una sensibilidad y una buena educación inolvidables y un
sentido del humor a su tiempo y en su lugar. Y todo eso, por fortuna, sometido
a un carácter sin grietas”.
Durante 20 días, García Márquez se sentó con
el marinero, tomaba notas y le soltaba preguntas tramposas tratando inútilmente
de encontrar contradicciones en el relato. Cuando le pidió que describiera la
tormenta, Velasco respondió: “Es que no había tormenta”.
“Esta revelación —contó García Márquez—
implicaba tres faltas enormes: primera, estaba prohibido transportar carga en
un destructor; segunda, fue a causa del sobrepeso que la nave no pudo maniobrar
para rescatar a los náufragos, y tercera, era carga de contrabando: neveras,
televisores, lavadoras. Estaba claro que el relato, como el destructor, llevaba
también mal amarrada una carga política y moral que no habíamos previsto”.
Años después de publicadas las crónicas en El
Espectador fue cuando Mercedes me hizo la solicitud para que se las hiciera
llegar. Tocó mecanografiarlas. Gabo se las entregó a su amiga Beatriz de Maura
para que se publicaran en forma de libro en la editorial Tusquets, en una
colección denominada Cuadernos Marginales, en donde aparecieron también
trabajos de escritores consagrados, no necesariamente de obras por las que eran
conocidos. Por eso se llamaban “marginales”. Allí publicaron trabajos de
Becket, Zola, Freud, Lezama Lima, Budelaire, entre otros.
En el prólogo del libro García Márquez hizo la
siguiente advertencia, porque las crónicas del marinero aparecían por primera
vez con el nombre del escritor y no con el de Luis Alejandro Velasco, como las
había publicado El Espectador:
“Me deprime la idea de que a los editores no
les interese tanto el mérito del texto como el nombre con que está firmado, que
muy a mi pesar es el mismo de un escritor de moda. Por fortuna, hay libros que
no son de quien los escribe sino de quien lo sufre, y este es uno de ellos. Los
derechos de autor, en consecuencia, serán para quien los merece: el compatriota
anónimo que debió padecer diez días sin comer ni beber en una balsa para que
este libro fuera posible”.
Derechos
de autor
No le faltaron al marinero Velasco los
abogados que le llenaron la cabeza de cálculos exóticos sobre las regalías del
libro. Eso lo condujo a que demandara a la editorial y por consiguiente a
García Márquez ante el Juzgado 22 Civil del Circuito de Bogotá, entonces a
cargo del hoy magistrado de la Corte Constitucional, Luis Ernesto Vargas Silva.
Según Carmen Balcells, la agente literaria de
García Márquez, “a mí siempre me pareció un acto de vanidad regalarle los
derechos a otro. Sucede que, a raíz del Nobel, Velasco —aconsejado de un
abogado— se subió a la condición de escritor y quiso decidir él cuestiones
sobre adaptaciones cinematográficas, traducciones, etcéteras. Si se hubiera
quedado callado, habría seguido cobrando”.
Es que las disputas tristes nunca faltan. La
demanda la presentó por intermedio del abogado Guillermo Zea Fernández y García
Márquez se hizo representar por Alfonso Gómez Méndez. En la diligencia, en
donde se debía determinar quién era el autor de los textos del libro, el hábil
exprocurador, exfiscal y exministro, haciendo gala de sus amplios conocimientos
procesales, le pidió a Velasco que hiciera un escrito para comprobar la
similitud de esa redacción con el estilo literario de las crónicas del
marinero. Por supuesto no fue capaz, circunstancia que determinó el fin de la
demanda, la orden de suprimir el párrafo final del prólogo en las ediciones
sucesivas y la decisión de no pagar a Luis Alejandro Velasco ni un centavo más
de los derechos de autor que, por su propia voluntad, tomó García Márquez.
Desde entonces, también por orden del escritor, esos derechos pasaron a una institución
docente. El fallo se produjo en febrero de 1994.
Según un libro de reciente aparición en
España, Aquellos años del boom, escrito por Xavi Ayén, el Relato de un náufrago
ha sido uno de los libros más vendidos de García Márquez: diez millones de
ejemplares.
Las
vidas de un gato
Luis Alejandro Velasco, de origen humilde,
pasó su infancia y juventud en el barrio Olaya de Bogotá. Hizo estudios de
bachillerato en el nocturno del Colegio San Bartolomé y estudió economía,
también con muchas dificultades, después de su tragedia del ARC Caldas. Fue una
persona que tuvo tantas vidas como un gato. Además del naufragio fue víctima de
un grave accidente en la avenida El Dorado de Bogotá en un microbús de su
propiedad que lo tuvo varios meses hospitalizado.
En 1971, cuando el suscrito era reportero de
El Espectador, se lo encontró hospitalizado en el Instituto de Cancerología y
tuvo oportunidad de hacerle un reportaje que apareció publicado en primera
página el 30 de junio de 1971. Cuando lo visité no se precisaba la enfermedad.
En el Hospital Militar le habían hecho una operación para extraerle un quiste
cerca de la aorta y luego el bazo. Según entonces declaró la esposa, Blanca
Liévano de Velasco, tenía una afección en los ganglios y los médicos
diagnosticaban que todo podría ser consecuencia de lo que sufrió en alta mar en
1955.
Por esos días García Márquez se encontraba en
Colombia y fue escogido como oferente de un homenaje que los periodistas le
tributaron, en el famoso Campo Villamil (donde se jugaba tejo), al poeta León
de Greiff. Según le declaró al suscrito el marinero Velasco, tenía todos los
deseos de concurrir al acto para saludar a Gabo después de tantos años de no
verlo, pero su estado de salud se lo impidió. La verdad es que después de las
lejanas jornadas en que le contó al escritor su aventura, hace hoy 60 años,
nunca más se volvieron a ver.
Desde su lecho de enfermo, antes de fallecer a
los 66 años, Luis Alejandro Velasco, le pidió perdón a García Márquez por
“haberlo perjudicado en su imagen”. Su fallecimiento, a consecuencia de un
cáncer de pulmón, se produjo en Bogotá el 2 de agosto de 2000.
Carátula de la primera edición
** ** **
PULSO
San
Luis Potosi – Mexico
25 de
febrero de 2015
Texas pagó más de 2 mdd
por archivo de García Márquez
AUSTIN, Texas, EE.UU. (AP) — El archivo
literario de la Universidad de Texas pagó 2,2 millones de dólares por la obra
del Nobel colombiano Gabriel García Márquez —incluido el manuscrito de “Cien
años de soledad”_, un precio que la escuela quería mantener en secreto hasta
que la procuraduría estatal ordenó que se diera a conocer.
Autoridades del Centro Harry Ransom de la
universidad se negaron en noviembre a revelar el precio a The Associated Press,
bajo el argumento de que dañaría las negociaciones para futuras compras. Pero
el procurador decretó el 19 de febrero que la escuela no pudo demostrar que
sufriría un perjuicio al dar a conocer la cifra y ordenó que el contrato se
hiciera público.
Jen Tisdale, vocera del Centro Ransom, reveló
la cifra de 2,2 millones de dólares a la AP, pero la universidad no dio a
conocer el contrato de inmediato.
El archivo abarca más de 50 años y 10 libros,
incluido el manuscrito de su afamada novela “Cien años de soledad” de 1967.
Anteriormente la universidad había dado a conocer
los precios de otras compras similares, por lo que el esfuerzo por mantener el
costo del archivo del colombiano en secreto llamó la atención en círculos
legales y literarios por su posible impacto en compras futuras de archivos y en
la ley de registros públicos de Texas.
En 2005, el Centro Ransom pagó cinco millones
de dólares por la cobertura del escándalo Watergate que hicieron los reporteros
Bob Woodward y Carl Bernstein. También desembolsó 2,5 millones por el archivo
del escritor Norman Mailer en 2008 y 1,5 millones de dólares por los archivos
del Nobel de literatura J.M. Coetzee en 2011.
El Centro Ransom adquirió esas colecciones
bajo la tutela de su ex director Thomas Staley, quien se retiró en 2013. La
adquisición de la obra de García Márquez fue negociada por el nuevo director,
Stephen Ennis, quien había trabajado previamente en la Biblioteca Folger
Shakespeare y en la Biblioteca Emory de Manuscritos, Archivos y Libros Raros.
García Márquez murió en la Ciudad de México en
abril de 2014. La compra de su archivo por parte de Texas ha generado críticas
en Colombia y en México, donde vivió muchos años, por parte de aquellos que
cuestionan por qué el material se queda en un país al que solía criticar. La
familia insistió que la colección no fue vendida al mejor postor y fue ofrecida
al Centro Ransom debido a su reputación como archivo literario de clase
mundial.
El Centro Ransom tiene archivos extensos de
escritores de la talla del argentino Jorge Luis Borges, William Faulkner y
James Joyce. También se incluyen trabajos de otros ganadores del Nobel como
Samuel Beckett, T.S. Eliot, Ernest Hemingway y John Steinbeck.
La escuela anunció la adquisición el 24 de
noviembre y ese mismo día la AP solicitó el costo. Autoridades del Centro
Ransom se negaron, citando inicialmente una ley estatal que protege los
contratos en un proceso de ofertas competitivas. La AP introdujo una petición
formal para revisar el contrato bajo la ley estatal de registros públicos, y el
Sistema de la Universidad de Texas solicitó permiso a la procuraduría general
del estado para retener la información del costo.
La división de registros abiertos del
procurador general Ken Paxton dijo que la escuela no podía mantener en secreto
el contrato ni el precio de compra.
“Encontramos que ustedes no lograron demostrar
que la liberación de información en cuestión dañaría de manera específica los
intereses de la universidad en el mercado”, dijo el decreto.
La orden también señala que, incluso en un
proceso de ofertas competitivas, por lo general la ley estatal no permite
retener información sobre la oferta final una vez que se ha ejecutado el
contrato. Defensores de la transparencia en los registros han advertido que una
decisión a favor de la escuela hubiera sido dañina para una parte sustancial de
la ley de registros públicos del estado.
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