15 de noviembre de 2014

MEMORABILIA GGM 790



EL HERALDO
Baranquilla – Colombia
11 de Noviembre de 2014

La soledad de Paternostro

Por: Alonso Sánchez Baute
@sanchezbaute

A pesar de que en mi trabajo literario no se asoma su influencia, nunca he ocultado mi enorme deuda con García Márquez: así como devoro cada cosa que escribió, leo con avidez cada libro que se escribe sobre él. Desafortunadamente, la lealtad que algunos le veneran –en ocasiones, mera lambonería o arribismo intelectual y social-, lo han convertido en un mito libreteado de antemano. Libreteado por él mismo, además, pues siempre hizo a un lado a quien se atreviera a decir sobre él incluso cualquier cosa baladí que él no hubiera autorizado.

Antes de seguir, relato esta anécdota: recién publicada mi novela Líbranos del bien, un reconocido senador de izquierda me comentó su molestia porque en el retrato que hago allí de quien luego se convirtió en Simón Trinidad, no omití contar el gusto de Ricardo Palmera por vestir camisas a la moda. Cuando quise ahondar en su queja, su respuesta literal fue “El mundo necesita a sus héroes”, diciéndome con esto que el personaje de ideólogo comprometido con una causa está por encima de la persona. “Creo que no entendió mi libro, senador –le contesté-: mi interés nunca fue mitificarlo sino buscar entender por qué hizo lo que hizo”.

Con Gabo sucede algo similar: la ley del silencio que se esmera en “protegerlo” ha llevado –digámoslo así- a deshumanizarlo. Hasta sus defectos se repiten cual si fueran cualidades. Y no hay tal: como hombres, no somos perfectos y nos equivocamos.

Por eso me complace cuando encuentro textos que dibujan de él otra realidad, tal cual lo ha hecho la periodista “barranquilloso-neoyorquina” Silvana Paternostro Lacouture en su libro, recién publicado, Soledad & Compañía: retratar a un Gabo mucho más mundano -y hasta manoseado-, particularmente antes de que se convirtiera en García Márquez, un hilo que rompe la publicación de Cien años de Soledad. Para ello se vale directamente de las voces de quienes en algún momento estuvieron a su lado.

La mayoría de éstos, no hicieron parte del llamado Grupo de La Cueva (incluso el libro deja la duda de que Gabo “lo frecuentara mucho”) ni de cualquier otra “aristocracia”. De hecho, tan solo aparecen sus nombres en lugar de apellidos rimbombantes como “Director de”, “Reconocido periodista” o “Distinguido personaje de nuestra sociedad”: lo que valida el cuento es la palabra en sí y no el cargo o el “mérito social” de quien lo cuenta.

Son voces de personas posiblemente muy reconocidas en el ámbito regional –Quique Scopell, Juancho Jinete, Fernando Restrepo–, en lugar de aquellos mismos nombres repetidos hasta el cansancio de los cuatro o cinco de siempre. Esto, por supuesto, me encanta, porque es el Gabo del que siempre quise que alguien me hablara.

Silvana Paternostro ha hecho un magnífico trabajo, que se devora –por demás- en una sentada: humanizar al héroe. No por esto se respeta menos, sino que logra exactamente lo contrario. En cambio –y no hay desdén en mis palabras–, dibuja demasiado idealizada a Barranquilla (¿nostalgia enrevesada?), pues contar aquí, es un solo ejemplo, que es la tierra de Shakira y Sofía Vergara, por muy cierto que sea, ni quita ni aporta al protagonista de la historia.

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EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
14 de noviembre de 2014

Entrevista con Guillermo “El Mago” Dávila

'Gabo se mandaba a sí mismo'
El Espectador dialogó con la mano derecha del Nobel Gabriel García Márquez
en la publicación del diario Comprimido hace 63 años, en Cartagena.

 
'Gabo se mandaba a sí mismo':
Guillermo “El Mago” Dávila, periodista y linotipista. / Luis Benavides

Por: Óscar Domínguez G.
Especial Para El Espectador

El único colombiano vivo que puede decir que en 1951 fue linotipista de García Márquez con quien editó “Comprimido”, el periódico más pequeño del mundo, sigue vivito trabajando y se presenta así: Guillermo “El Mago” Dávila, linotipista-periodista.

¿Cómo nació la amistad con el Nobel?
El ser linotipista de Garcia Márquez, me daba la oportunidad no sólo de compartir las inquietudes del momento, sino también en los espacios de descanso cuando salíamos al atrio de la iglesia de San Pedro Claver. Hablábamos de su espera de noticias procedentes de Argentina en relación con su novela “La Hojarasca”; también, de la presencia en el periódico de aquellos censores que velaban porque no se dijese nada contra el gobierno nacional, a lo cual él siempre le “mamó gallo”. Teníamos también nuestras conversaciones sobre los culebreros que enviaban la abarca para detener la muerte de los pacientes mientras ellos llegaban, los muertos felices, La Princesita y las Leyendas de las Sabanas de Bolívar, los gaiteros y las cumbias y disfrutábamos en algunas noches las exquisitas comidas de la cueva en donde siniguales maricones en suecos, servían frutos del mar y guartinaja con arroz con coco.

¿Cuáles son los antecedentes de Comprimido?
Gabriel García Márquez llega a trabajar en El Universal de Cartagena como periodista, comentarista y editorialista en el periódico de Domingo López Escauriaza. Guilermo Dávila, “El Mago”, llega por esa época, 1951, como linotipista. Ahí nos conocemos.

Dice García Márquez en “Vivir para contarla”: “En uno de aquellos amaneceres en las bóvedas, Dávila me contó su idea de hacer un periódico de veinticuatro por veinticuatro…sería el periódico más pequeño del mundo, para leer en diez minutos…lo escribía yo en una hora a las once de la mañana, lo armaba y lo imprimía Dávila en dos horas...”.

¿Por qué Comprimido?
Se trataba de exponer ideas en pocas palabras. Economizar también tinta y papel. El propósito era darle a Cartagena}un diario vespertino que sustituyera a “El Fígaro”, que dejó de circular.

¿Por qué en Cartagena?
Coincidimos Gabriel y yo en llegar a La Heroica, a El Universal para “escampar” cada quien de las preocupaciones que tenían en las ciudades donde estaban trabajando. Gabriel en Barranquilla y yo en Bogotá.

¿Y qué hay de lo metafísico?
Las dimensiones físicas de Comprimido, media carta, le hacen escribir a Gabriel en el editorial de nuestro sexto número, “La última piedra”: “Comprimido seguirá circulando en su formato ideal, que ciertamente merecen para sí muchos periódicos. Desde este mismo instante empieza a ser –para honra y pres de nuestros ciudadanos– el primer periódico metafísico del mundo”.

¿Cómo fue su relación con García Márquez?
García Márquez me veía como “mago” y lo dijo: “para mí, compartir con una mago la rutina diaria fue como descubrir por fin la realidad”. Yo veía en García Márquez a un compañero superior por su manera de escribir y el convencimiento que tenía de que debía llegarle un premio por La Hojarasca  procedente de Argentina. A esto hay que sumarle que ni Gabriel ni yo, en ningún momento, pensamos en cómo sería retribuido económicamente el tiempo que invertiríamos en hacerlo.

¿Por qué nació un 18 de septiembre?
Porque fue la fecha en que la gobernación de Cartagena, que estaba a cargo en ese momento de Fulgencio Lequerica Vélez, nos hizo saber que nuestro diario había sido registrado en el libro de publicaciones de esa gobernación.

Describa al Gabo director.
Extraordinario, se mandaba a sí mismo. Ejemplo, la narración de una corrida de toros se limitaba a decir buena o mala. Un discurso de Alfonso López Pumarejo, que le merecía dos o tres páginas de El Tiempo en Comprimido simplemente se registraba: “López dijo que los Conservadores….

¿En qué consistió la gerencia de “El Mago” Dávila?
En levantar los originales como linotipista. Dirigir la armada de las cuatro páginas. Sacar $28.oo de su cuenta de ahorros para pagar cada edición. Visitar a los turcos de Cartagena pidiéndoles un aviso de un peso o cincuenta centavos, que nunca se lo dieron.

¿Cuál fue el aporte a la causa del gobernador Lequerica?
Que a diferencia de los actuales mandatarios, tomaba en cuenta los memoriales que se le dirigían.

¿Cuántas ediciones circularon?
Seis.

¿Qué noticias dieron en Comprimido?
“Yo acabo con tiburones”, dijo Tito Bechara; “Veinte mil pesos aporta el municipio a Cartagena”, “Hagamos del turismo una industria y de Cartagena la meca del turismo”.

¿Por qué dejó de circular?
Se acabaron los $128 pesos que se habían economizado y en la Caja Colombiana de Ahorros no dejaban sacar un peso más.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
12 de noviembre de 2014

Del otro lado
Una pared sobre la que se proyectaban las sombras
de quienes se habían quedado del otro lado, de lado y lado.

Por Juan Esteban Constaín

Alguna vez, en una conferencia, le oí a Plinio Apuleyo Mendoza una gran historia de cuando viajó en un Renault 4 a la Alemania oriental con su hermana Soledad y con Gabriel García Márquez. Ese viaje, según Jacques Gilard, debió de ser en el verano de 1957, y muchas de sus escenas e impresiones fueron vertidas luego en los textos que están en ese libro de García Márquez que se llama De viaje por los países socialistas, y que empieza con una frase lapidaria y magistral: “La cortina de hierro no es una cortina ni es de hierro. Es una barrera de palo pintada de rojo...”.

Según contó Plinio esa vez en esa conferencia, el golpe que produjo en los tres jóvenes viajeros el encuentro con la Alemania del Este fue devastador. Sobre todo para él y para Gabo, que aún tenían intacto su romanticismo socialista y que habían idealizado ese paraíso que debía de ser la Europa detrás de la cortina de hierro, un palo pintado de rojo. Soledad Mendoza, la hermana de Plinio, era en cambio mucho más pragmática, y en vez de meterle ideología a la cosa se la pasó todo el viaje preguntando, para estar segura, en cuál de las dos Alemanias estaban, si “en la fea o la bonita”.

Pero los horrores de la ‘Alemania fea’ eran tan grandes y tan tristes, y ese paraíso era tan gris, tan desolador, que Plinio y Gabo no lo podían creer. Alguien tenía que explicárselo, alguien tenía que decirles dónde estaba la trampa. Entonces se fueron hasta Leipzig, creo, donde estaba Luis Villar Borda, para que él sí les contara qué carajos había pasado. El maestro Villar (entonces becado allá como estudiante, creo; esta historia la escribo tal como la oí), el maestro Villar los recibió sonriente y pobre, con una bata hecha como de despojos de perro.

Los sentó a los tres y les dio un whisky oprobioso –son las palabras de Plinio, creo–, y empezó a explicarles todo con paciencia socrática. Argumentos ideológicos iban y venían, también referencias económicas, históricas, políticas. Los estragos de la guerra, que aún humeaban; la demora del primer ‘Plan Quinquenal’, en fin. Así durante más de seis horas. Pero Plinio y Gabo no entendían nada, y preguntaban y preguntaban desconsolados. Hasta que el maestro Villar, vencido en la madrugada, les dijo: “Miren, yo les sintetizo: esto es una mierda”.

Esa sabia sentencia la pronunció Luis Villar Borda cuatro años antes de que en Berlín se levantara el muro que partió en dos a la ciudad, incrustado en ella, de la noche a la mañana, como una versión brutal de la caverna de Platón: una pared sobre la que se proyectaban las sombras de quienes se habían quedado del otro lado, de lado y lado; la vida de un pueblo partido en dos y desgarrado, cuyo destino, desde entonces y por veintiocho años que casi no terminan, consistió todos los días en recordar e imaginarse la vida de los otros allá atrás.

Es increíble: el domingo pasado se cumplieron veinticinco años de la caída del muro de Berlín: casi el mismo tiempo, tres años menos, que esa herida duró abierta y en pie, y de la cual hoy queda apenas una cicatriz en el piso de la ciudad: un tenue trazado que es como el recuerdo de esa sombra de 155 kilómetros, y por el que uno camina pensando también en todos los que murieron mientras trataban de cruzarla, los que se quedaron ensartados en ella.

Y quedan otras cosas del muro de Berlín: sus pocos restos, desperdigados por la ciudad como atracción turística. Y su infame réplica en otras partes del mundo, aun hoy. Y el muro de Berlín que muchos llevan todavía en la cabeza y en el alma como si la Guerra Fría no se hubiera acabado ya.

Gente para la que la historia no ocurrió –yo les sintetizo– y que aún cree que la cortina de hierro es una cortina y es de hierro.




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