EL
HERALDO
Baranquilla – Colombia
11 de Noviembre de 2014
La soledad de Paternostro
Por: Alonso Sánchez Baute
@sanchezbaute
A pesar de que en mi trabajo literario no se asoma su influencia, nunca
he ocultado mi enorme deuda con García Márquez: así como devoro cada cosa que
escribió, leo con avidez cada libro que se escribe sobre él.
Desafortunadamente, la lealtad que algunos le veneran –en ocasiones, mera
lambonería o arribismo intelectual y social-, lo han convertido en un mito
libreteado de antemano. Libreteado por él mismo, además, pues siempre hizo a un
lado a quien se atreviera a decir sobre él incluso cualquier cosa baladí que él
no hubiera autorizado.
Antes de seguir, relato esta anécdota: recién publicada mi novela
Líbranos del bien, un reconocido senador de izquierda me comentó su molestia
porque en el retrato que hago allí de quien luego se convirtió en Simón
Trinidad, no omití contar el gusto de Ricardo Palmera por vestir camisas a la
moda. Cuando quise ahondar en su queja, su respuesta literal fue “El mundo
necesita a sus héroes”, diciéndome con esto que el personaje de ideólogo
comprometido con una causa está por encima de la persona. “Creo que no entendió
mi libro, senador –le contesté-: mi interés nunca fue mitificarlo sino buscar
entender por qué hizo lo que hizo”.
Con Gabo sucede algo similar: la ley del silencio que se esmera en
“protegerlo” ha llevado –digámoslo así- a deshumanizarlo. Hasta sus defectos se
repiten cual si fueran cualidades. Y no hay tal: como hombres, no somos
perfectos y nos equivocamos.
Por eso me complace cuando encuentro textos que dibujan de él otra
realidad, tal cual lo ha hecho la periodista “barranquilloso-neoyorquina”
Silvana Paternostro Lacouture en su libro, recién publicado, Soledad &
Compañía: retratar a un Gabo mucho más mundano -y hasta manoseado-,
particularmente antes de que se convirtiera en García Márquez, un hilo que rompe
la publicación de Cien años de Soledad. Para ello se vale directamente de las
voces de quienes en algún momento estuvieron a su lado.
La mayoría de éstos, no hicieron parte del llamado Grupo de La Cueva
(incluso el libro deja la duda de que Gabo “lo frecuentara mucho”) ni de
cualquier otra “aristocracia”. De hecho, tan solo aparecen sus nombres en lugar
de apellidos rimbombantes como “Director de”, “Reconocido periodista” o
“Distinguido personaje de nuestra sociedad”: lo que valida el cuento es la
palabra en sí y no el cargo o el “mérito social” de quien lo cuenta.
Son voces de personas posiblemente muy reconocidas en el ámbito
regional –Quique Scopell, Juancho Jinete, Fernando Restrepo–, en lugar de
aquellos mismos nombres repetidos hasta el cansancio de los cuatro o cinco de
siempre. Esto, por supuesto, me encanta, porque es el Gabo del que siempre
quise que alguien me hablara.
Silvana Paternostro ha hecho un magnífico trabajo, que se devora –por
demás- en una sentada: humanizar al héroe. No por esto se respeta menos, sino
que logra exactamente lo contrario. En cambio –y no hay desdén en mis
palabras–, dibuja demasiado idealizada a Barranquilla (¿nostalgia enrevesada?),
pues contar aquí, es un solo ejemplo, que es la tierra de Shakira y Sofía
Vergara, por muy cierto que sea, ni quita ni aporta al protagonista de la
historia.
** ** **
EL
ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
14 de noviembre de 2014
Entrevista con Guillermo “El
Mago” Dávila
'Gabo se mandaba a sí mismo'
El
Espectador dialogó con la mano derecha del Nobel Gabriel García Márquez
en
la publicación del diario Comprimido hace 63 años, en Cartagena.
'Gabo
se mandaba a sí mismo':
Guillermo
“El Mago” Dávila, periodista y linotipista. / Luis Benavides
Por: Óscar Domínguez G.
Especial Para El Espectador
El único colombiano vivo que puede decir que en 1951 fue linotipista de
García Márquez con quien editó “Comprimido”, el periódico más pequeño del
mundo, sigue vivito trabajando y se presenta así: Guillermo “El Mago” Dávila,
linotipista-periodista.
¿Cómo nació la amistad con el
Nobel?
El ser linotipista de Garcia Márquez, me daba la oportunidad no sólo de
compartir las inquietudes del momento, sino también en los espacios de descanso
cuando salíamos al atrio de la iglesia de San Pedro Claver. Hablábamos de su
espera de noticias procedentes de Argentina en relación con su novela “La
Hojarasca”; también, de la presencia en el periódico de aquellos censores que
velaban porque no se dijese nada contra el gobierno nacional, a lo cual él
siempre le “mamó gallo”. Teníamos también nuestras conversaciones sobre los
culebreros que enviaban la abarca para detener la muerte de los pacientes
mientras ellos llegaban, los muertos felices, La Princesita y las Leyendas de
las Sabanas de Bolívar, los gaiteros y las cumbias y disfrutábamos en algunas
noches las exquisitas comidas de la cueva en donde siniguales maricones en
suecos, servían frutos del mar y guartinaja con arroz con coco.
¿Cuáles son los antecedentes de
Comprimido?
Gabriel García Márquez llega a trabajar en El Universal de Cartagena
como periodista, comentarista y editorialista en el periódico de Domingo López
Escauriaza. Guilermo Dávila, “El Mago”, llega por esa época, 1951, como
linotipista. Ahí nos conocemos.
Dice García Márquez en “Vivir para contarla”: “En uno de aquellos
amaneceres en las bóvedas, Dávila me contó su idea de hacer un periódico de
veinticuatro por veinticuatro…sería el periódico más pequeño del mundo, para
leer en diez minutos…lo escribía yo en una hora a las once de la mañana, lo
armaba y lo imprimía Dávila en dos horas...”.
¿Por qué Comprimido?
Se trataba de exponer ideas en pocas palabras. Economizar también tinta
y papel. El propósito era darle a Cartagena}un diario vespertino que
sustituyera a “El Fígaro”, que dejó de circular.
¿Por qué en Cartagena?
Coincidimos Gabriel y yo en llegar a La Heroica, a El Universal para
“escampar” cada quien de las preocupaciones que tenían en las ciudades donde
estaban trabajando. Gabriel en Barranquilla y yo en Bogotá.
¿Y qué hay de lo metafísico?
Las dimensiones físicas de Comprimido, media carta, le hacen escribir a
Gabriel en el editorial de nuestro sexto número, “La última piedra”:
“Comprimido seguirá circulando en su formato ideal, que ciertamente merecen
para sí muchos periódicos. Desde este mismo instante empieza a ser –para honra
y pres de nuestros ciudadanos– el primer periódico metafísico del mundo”.
¿Cómo fue su relación con García
Márquez?
García Márquez me veía como “mago” y lo dijo: “para mí, compartir con
una mago la rutina diaria fue como descubrir por fin la realidad”. Yo veía en
García Márquez a un compañero superior por su manera de escribir y el
convencimiento que tenía de que debía llegarle un premio por La Hojarasca procedente de Argentina. A esto hay que
sumarle que ni Gabriel ni yo, en ningún momento, pensamos en cómo sería
retribuido económicamente el tiempo que invertiríamos en hacerlo.
¿Por qué nació un 18 de
septiembre?
Porque fue la fecha en que la gobernación de Cartagena, que estaba a
cargo en ese momento de Fulgencio Lequerica Vélez, nos hizo saber que nuestro
diario había sido registrado en el libro de publicaciones de esa gobernación.
Describa al Gabo director.
Extraordinario, se mandaba a sí mismo. Ejemplo, la narración de una
corrida de toros se limitaba a decir buena o mala. Un discurso de Alfonso López
Pumarejo, que le merecía dos o tres páginas de El Tiempo en Comprimido
simplemente se registraba: “López dijo que los Conservadores….
¿En qué consistió la gerencia de
“El Mago” Dávila?
En levantar los originales como linotipista. Dirigir la armada de las
cuatro páginas. Sacar $28.oo de su cuenta de ahorros para pagar cada edición.
Visitar a los turcos de Cartagena pidiéndoles un aviso de un peso o cincuenta
centavos, que nunca se lo dieron.
¿Cuál fue el aporte a la causa
del gobernador Lequerica?
Que a diferencia de los actuales mandatarios, tomaba en cuenta los
memoriales que se le dirigían.
¿Cuántas ediciones circularon?
Seis.
¿Qué noticias dieron en
Comprimido?
“Yo acabo con tiburones”, dijo Tito Bechara; “Veinte mil pesos aporta
el municipio a Cartagena”, “Hagamos del turismo una industria y de Cartagena la
meca del turismo”.
¿Por qué dejó de circular?
Se acabaron los $128 pesos que se habían economizado y en la Caja
Colombiana de Ahorros no dejaban sacar un peso más.
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EL
TIEMPO
Bogotá – Colombia
12 de noviembre de 2014
Del otro lado
Una pared sobre la que se proyectaban las sombras
Una pared sobre la que se proyectaban las sombras
de
quienes se habían quedado del otro lado, de lado y lado.
Por Juan Esteban Constaín
Alguna vez, en una conferencia, le oí a Plinio Apuleyo Mendoza una gran
historia de cuando viajó en un Renault 4 a la Alemania oriental con su hermana
Soledad y con Gabriel García Márquez. Ese viaje, según Jacques Gilard, debió de
ser en el verano de 1957, y muchas de sus escenas e impresiones fueron vertidas
luego en los textos que están en ese libro de García Márquez que se llama De viaje por los países socialistas, y
que empieza con una frase lapidaria y magistral: “La cortina de hierro no es
una cortina ni es de hierro. Es una barrera de palo pintada de rojo...”.
Según contó Plinio esa vez en esa conferencia, el golpe que produjo en
los tres jóvenes viajeros el encuentro con la Alemania del Este fue devastador.
Sobre todo para él y para Gabo, que aún tenían intacto su romanticismo
socialista y que habían idealizado ese paraíso que debía de ser la Europa
detrás de la cortina de hierro, un palo pintado de rojo. Soledad Mendoza, la
hermana de Plinio, era en cambio mucho más pragmática, y en vez de meterle
ideología a la cosa se la pasó todo el viaje preguntando, para estar segura, en
cuál de las dos Alemanias estaban, si “en la fea o la bonita”.
Pero los horrores de la ‘Alemania fea’ eran tan grandes y tan tristes,
y ese paraíso era tan gris, tan desolador, que Plinio y Gabo no lo podían
creer. Alguien tenía que explicárselo, alguien tenía que decirles dónde estaba
la trampa. Entonces se fueron hasta Leipzig, creo, donde estaba Luis Villar
Borda, para que él sí les contara qué carajos había pasado. El maestro Villar
(entonces becado allá como estudiante, creo; esta historia la escribo tal como
la oí), el maestro Villar los recibió sonriente y pobre, con una bata hecha
como de despojos de perro.
Los sentó a los tres y les dio un whisky oprobioso –son las palabras de
Plinio, creo–, y empezó a explicarles todo con paciencia socrática. Argumentos
ideológicos iban y venían, también referencias económicas, históricas,
políticas. Los estragos de la guerra, que aún humeaban; la demora del primer
‘Plan Quinquenal’, en fin. Así durante más de seis horas. Pero Plinio y Gabo no
entendían nada, y preguntaban y preguntaban desconsolados. Hasta que el maestro
Villar, vencido en la madrugada, les dijo: “Miren, yo les sintetizo: esto es
una mierda”.
Esa sabia sentencia la pronunció Luis Villar Borda cuatro años antes de
que en Berlín se levantara el muro que partió en dos a la ciudad, incrustado en
ella, de la noche a la mañana, como una versión brutal de la caverna de Platón:
una pared sobre la que se proyectaban las sombras de quienes se habían quedado
del otro lado, de lado y lado; la vida de un pueblo partido en dos y
desgarrado, cuyo destino, desde entonces y por veintiocho años que casi no
terminan, consistió todos los días en recordar e imaginarse la vida de los
otros allá atrás.
Es increíble: el domingo pasado se cumplieron veinticinco años de la
caída del muro de Berlín: casi el mismo tiempo, tres años menos, que esa herida
duró abierta y en pie, y de la cual hoy queda apenas una cicatriz en el piso de
la ciudad: un tenue trazado que es como el recuerdo de esa sombra de 155
kilómetros, y por el que uno camina pensando también en todos los que murieron
mientras trataban de cruzarla, los que se quedaron ensartados en ella.
Y quedan otras cosas del muro de Berlín: sus pocos restos,
desperdigados por la ciudad como atracción turística. Y su infame réplica en
otras partes del mundo, aun hoy. Y el muro de Berlín que muchos llevan todavía
en la cabeza y en el alma como si la Guerra Fría no se hubiera acabado ya.
Gente para la que la historia no ocurrió –yo les sintetizo– y que aún
cree que la cortina de hierro es una cortina y es de hierro.
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