ANSA LATINA
Roma –
Italia
14 de
septiembre de 2014
COLOMBIA
Recuerdos de García Márquez
editados en un libro
Por
Oscar Escamilla
BOGOTA,
Tras cinco meses de la muerte del afamado
escritor colombiano Gabriel García Márquez, uno de sus tantos amigos, el
periodista Darío Arizmendi publicó esta semana un libro de recuerdos mutuos,
bajo el título "Gabo no contado".
Son en total 190 páginas de fotografías y
textos en un recorrido que inicia por la entrevista que Arizmendi le hizo al
escritor de "Cien años de soledad" en 1991 y que según el periodista
fue la última de esa extensión que el narrador concedió en televisión.
El libro deambula por los recuerdos de los 32
años de amistad entre Arizmendi y Gabo, como suelen llamar en Colombia a García
Márquez, incluso ya fallecido, pasando por el intento fallido de fundar un
periódico y rematado por un episodio particular de una conversación inédita
entre el escritor y Fidel Castro.
"Este libro se hizo como una necesidad
interior que sentí de hacerle un homenaje al amigo; a ese ser tan especial que
había tenido en mi vida el gusto de conocer", dijo Arizmendi durante la
presentación del libro en Bogotá, ante un auditorio repleto de sus amigos.
Arizmendi es uno de los periodistas más
influyentes de Colombia, cercano al establecimiento político y económico local,
y un entrevistador habilidoso que conduce desde hace 24 años en la prestigiosa
radio Caracol el programa matutino de noticias, el más escuchado según
encuestas de sintonía radial.
Ambos se conocieron en 1982 cuando Arizmendi
ejercía como director del diario El Mundo, de la ciudad de Medellín, y García
Márquez ya arrastraba por entonces una fama de gran escritor, que ese mismo año
lo llevaría a ganarse el Nobel de Literatura.
Para entonces, el narrador de Aracataca y
creador el mundo fantástico de Macondo quería fundar un periódico en Bogotá que
iba a llamarse El Otro, cuya principal característica debía ser el tono con el
debían contarse las historias, relatos y noticias diarias.
Durante su narración de cómo se conocieron con
Gabo, Arizmendi recordó que en febrero de 1982 recibió un carta a su nombre con
un remitente que decía "R García", procedente de Ciudad de México y
que tan solo decía: "Personal".
Era una misiva de dos páginas en la que lo
invitaba a unirse a la idea de hacer El Otro, un diario que no se concretó
debido al alboroto que el Nobel instaló en la vida de García Márquez y la
certeza de que su vida no volvería ser igual.
Hubo, además, "otro detallito",
según relató el periodista, y es que García Márquez pretendía invertir los
200.000 dólares que acompañaban al Nobel, pero su esposa Mercedes Barcha lo
impidió con una frase lapidaria: "de esa platica no me toca ni un
peso".
Pasaron los años y finalmente nos resignamos,
llegamos a la conclusión de que no era conveniente y que por algo no se había
hecho, y la última vez que lo vi en Distrito Federal me dijo: sabes qué,
pensándolo bien fue providencial que no hubiéramos hecho El Otro, porque nos
hubieran matado a todos", relató Arizmendi.
Para el momento en que se preparaba la salida
del diario, Colombia empezaba a caminar por la senda de la peor violencia de su
historia, a cuenta de los carteles de la droga y el posterior crecimiento de
los grupos guerrilleros, seguido de la aparición de los escuadrones
paramilitares.
Pese a que el diario nunca vio la luz,
Arizmendi entró a hacer parte del amplio círculo de amigos íntimos del escritor
y de paso se convirtió en una de sus fuentes permanentes de consulta sobre el
estado de cosas que ocurrieron en años posteriores en el país y que era
preocupación constante del narrador.
La amistad los llevó luego a compartir momentos
inéditos como el ocurrido en diciembre de 1989 en la Habana, durante la
celebración de los 30 años de la revolución cubana, en la que Fidel Castro y
García Márquez sostuvieron una aireada discusión por una pregunta que el
escritor le hizo al comandante sobre el Che Guevara.
Según Arizmendi, Castro llegó a la casa de los
García Márquez en La Habana, donde él también se hospedaba, y empezó a relatar
las hazañas de su llegada al poder, durante una jornada que se extendió hasta
la madrugada.
"Como a eso de las dos de la mañana,
Gabo, con dos whiskys en la cabeza, le dice: ¿oye Fidel por qué dejaste ir al
Che a Bolivia a sabiendas que lo iban a matar? Castro le respondió: no me digas
eso, tu conoces la historia, no me hagas esa acusación", relató el periodista.
Lo que siguió fue un momento de tensión entre
los dos amigos que solo fue conjurado por las mujeres que departían aquella
noche, pero que según Arizmendi demostraba las "serias discrepancias"
que García Márquez tenía con Castro por temas y decisión relacionadas con la
revolución cubana.
Arizmendi recordó que en esa momentos García
Márquez le advertía que mientras estuviera con él olvidara su papel de
periodista y por ello confesó que decidió olvidar muchas cosas que vio y
escuchó en sus años como amigo del escritor, porque hacen parte de su vida
íntima.
Sin embargo, escribió en cuadernos datos que
no pudieran ser entendidos como "infidencias" de su amigo y metió en
sobres marcados decenas de fotografías inéditas que aún conserva, algunas de
las cuales incluyó en el libro.
** ** **
El Ciudadano
Santiago
de Chile
N°152,
abril de 2014
Columnas
El beso a Gabo
Por
Pedro Lemebel·
Recién me despierta la ráfaga del luto
nuevamente, y ahora es nuestro Gabo, cuando por años había contenido la
virulencia de la enfermedad. Cuando se veía tan bien, tan vital como siempre de
impecable guayabera blanca y esa risa de señor amable que lo acompañó en su
vida, en sus viajes, en sus compromisos políticos con la Izquierda siempre, con
los oprimidos del mundo, con las revoluciones del mundo. Con su amistad con Cuba
y su letrado pueblo que lo quería tanto. Ha partido Gabo, una nefasta tarde de
otoño aquí en este Santiago aún opaco por el humo de la catástrofe porteña. Y
pareciera que el color sucio del cielo alargara infinitamente la desazón por la
partida de un grande de las letras.
Gabo fue uno de mis primeros hallazgos
literarios en la enseñanza media, entre tanta novela de zetas y caballerías
coñas, aburridas estampas de la madre Patria en esos librones cabrones que
debíamos leer para las pruebas. Fue ahí, en ese tiempo de desate juvenil que un
profe de lenguaje, ciertamente más innovador, nos puso frente a los ojos la
alucinante escritura de García Márquez. Y no lo podía creer leyendo a
escondidas Ojos de Perro Azul, o el
cuento de El ahogado más bello del mundo.
No podía creer que alguien escribiera con esa locura y esa poética dislocada
y majestuosa. Y de ahí en adelante me
devoré todos los primeros libros del Gran Gabo, que marcó mi adolescencia y mi
juventud en esos años de dictadura. Se hizo nuestro cómplice y amigo, al saber
de su solidaridad con el dolor del pueblo chileno. Se leía en libros arrugados
por el trajín contra la tiranía. García Márquez influyó en ese tiempo pendejo
cuando incluso escribí varios cuentos medio surrealistas, medio mágicos, medio
cuáticos que después destruí cuando lo latinoamericano fantaseado de esa forma
se utilizó como folclorismo para el gusto gringo.
Después vinieron otras lecturas, otros
saberes, otras escrituras… llegaron los años ochenta cuando participaba con
Pancho Casas en el colectivo de arte homosexual
Yeguas del Apocalipsis, eran los inicios de aquella aventura, y por lo
mismo, éramos artistas de día completo, de semana corrida, correteando por las
galerías de arte y eventos underground de la cultura alternativa. Éramos unas
pendejas revoltosas, medio travestis, medio artistas, que íbamos a cuanto
evento se anunciaba por ahí, para tomarnos el copete y comer en los cocteles. Y
una de esas tardes en que veníamos sueltas de cuerpo, medio empinadas en algún
trote canábico, caminando por Avenida Providencia, vemos un tumulto de gente a
la salida de un teatro. Y nos acercamos, preguntando de qué se trataba. Y
alguien nos dijo que estaban esperando la salida de Gabriel García Márquez de
visita en el país. Entonces, como yo era la yegua besadora, título que me puso
Pancho Casas por haberle robado besos brujos a varios famosos de la política y
la cultura. Entonces, me dice Pancho: Mira Pedro, cuando aparezca Gabo, tú te
metes entre la gente, hasta estar frente a él,
y lo besas. Y yo como una muñeca mecánica, le hice caso. Y cuando vino
el alboroto por la salida de Gabo, veo su cabellera cana en la multitud, y
camino como zombi, dando codazos y empujones, hasta quedar frente a su cara. Y
ahí mismo, antes de subirse al auto, le tomo la cara con las dos manos y le
estampo mi boca en su boca. Él no se asustó ni pareció sorprendido. Lo divirtió
y exclamó un ¡HUY!, muerto de la risa. Por muchos años me quedó sonando el ¡HUY! de su fresca reacción. Nunca tuve la ocasión de encontrarlo de
nuevo, ni siquiera en Cartagena, en su Fundación cuando me invitaron a
conocerla. Ahora Gabo partió, y no existe la posibilidad de volver a
encontrarlo. Y en el ayer me sigue sonando el ¡Huy¡ de aquella vez, de aquel beso juguetón, de ese muac de cariño que le
robé a nuestro Gabo, aquella calurosa tarde en Santiago de Chile, cuando lo
despeinó mi beso apresurado al volar mariposas de plata de su frondosa
cabellera lunar.
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