EL TIEMPO
Bogotá-
Colombia
8 de
septiembre de 2014
Nostalgias editadas
"Si Gabo se queda con 'los borrachos de La Cueva'
Por
Heriberto Fiorillo
En su bonito prólogo de La nostalgia de las almendras amargas, Juan Esteban Constaín
describe la primera etapa de nuestro nobel como periodista en Cartagena y dice:
“De El Universal pasó García Márquez a El Heraldo de Barranquilla, y de allí,
gracias a la orden perentoria de Álvaro Mutis, que le dijo que si se quedaba
con esos borrachos de La Cueva nunca escribiría ninguna de las novelas
magistrales que tenía que escribir, pasó a El Espectador, de Bogotá...”.
El subrayado es mío. He dicho a mis amigos no
creer que Juan Esteban haya sido despectivo al citar “esos borrachos”, que lo
fueron también Malcolm Lowry, Raymond Chandler, William Faulkner, Ernest
Hemingway... Y no estar seguro de si al decir “borrachos de La Cueva” Mutis y
Constaín pensaban en gente como el sabio Vinyes, el cuentista José Félix
Fuenmayor, su hijo Alfonso, periodista como Germán Vargas; el pintor Obregón y
el novelista Cepeda Samudio, o si tenían en mente a otros miembros de la
cofradía que, sin practicar arte alguno, se reunían con ellos a tomar trago.
García Márquez en La Cueva
Gabito necesitaba sí de un mejor trabajo para
continuar con su escritura y, gracias a Mutis, Guillermo Cano se lo dio, pero
la frase del poeta sólo puedo sentirla en contexto al imaginarlo con un buen
trago en la mano. Mutis, buen bebedor, gran mamador de gallo.
Si Gabo se queda con los borrachos de La Cueva
nunca habría escrito lo que tenía que escribir. Lo dijo Mutis y yo estoy de
acuerdo porque la distancia es necesaria para recuperar el pasado. Gabito debió
salir de Aracataca para escribir en Barranquilla La hojarasca y ese gran cúmulo
narrativo que llamaba ‘La Casa’. Luego, irse a París para recuperar en
literatura a sus amigos de La Cueva, los primeros y últimos que tuvo en la
vida, editores como sastres en El coronel no tiene quien le escriba; y después
mudarse a México para inmortalizarlos en las últimas ochenta páginas de Cien años de Soledad, donde Barranquilla
es Macondo.
Gabo se distanció, pues, de sus borrachos del
alma para poetizarlos: “Toda experiencia personal requiere de un proceso de
asentamiento en el escritor, de un largo proceso de sedimentación, necesario
para ser valorado en el peso poético que solo el tiempo, la memoria y la
distancia pueden dar”.
Gabo, analista preciso de su propia obra: “Si
yo fuera un crítico diría que el ingrediente fundamental de mis novelas es la
nostalgia”.
Por ahora, prefiero creer que, presionado por
la orden perentoria del número de caracteres, Juan Esteban aprovechó en la
frase de Mutis la posibilidad feliz de editar un gran trecho de la nostalgia de
García Márquez, su amistad con el grupo, sus Jirafas de El Heraldo, sus catorce
meses como jefe de redacción de Crónica, la revista que se inventó con Alfonso;
el diseño de La Langosta Azul, las charlas en la Librería Mundo y el Café
Colombia, los libros y el periodismo que esos borrachos le enseñaron.
“Yo fui el último en diferenciar el periodismo
de la literatura porque, cuando llegué a Barranquilla, sólo llevaba mi
literatura y fueron ellos los que me hicieron ver la diferencia...”.
Lo dijo Gabo: “Nos emborrachábamos hasta el
amanecer hablando de literatura. Lo que era formidable es que esas borracheras
que nos estábamos metiendo correspondían exactamente a lo que yo estaba
leyendo; ahí no había ninguna grieta”.
Se lo dijo a Alfonso en Roma y luego en
México, ante unos periodistas ingleses: “La parte más importante de mi vida fue
la que pasé con ustedes. De todos modos hubiera sido un escritor porque esa era
mi vocación, pero sin ustedes otra dirección hubiera tomado. Sin Barranquilla
no hubiera sido Premio Nobel”. Sin ellos. Sin sus compinches, Juan Esteban, los
borrachos de La Cueva.
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