11 de septiembre de 2014

MEMORABILIA GGM 784



EL TIEMPO
Bogotá- Colombia
8 de septiembre de 2014

Nostalgias editadas
"Si Gabo se queda con 'los borrachos de La Cueva'

Por Heriberto Fiorillo

En su bonito prólogo de La nostalgia de las almendras amargas, Juan Esteban Constaín describe la primera etapa de nuestro nobel como periodista en Cartagena y dice: “De El Universal pasó García Márquez a El Heraldo de Barranquilla, y de allí, gracias a la orden perentoria de Álvaro Mutis, que le dijo que si se quedaba con esos borrachos de La Cueva nunca escribiría ninguna de las novelas magistrales que tenía que escribir, pasó a El Espectador, de Bogotá...”.

El subrayado es mío. He dicho a mis amigos no creer que Juan Esteban haya sido despectivo al citar “esos borrachos”, que lo fueron también Malcolm Lowry, Raymond Chandler, William Faulkner, Ernest Hemingway... Y no estar seguro de si al decir “borrachos de La Cueva” Mutis y Constaín pensaban en gente como el sabio Vinyes, el cuentista José Félix Fuenmayor, su hijo Alfonso, periodista como Germán Vargas; el pintor Obregón y el novelista Cepeda Samudio, o si tenían en mente a otros miembros de la cofradía que, sin practicar arte alguno, se reunían con ellos a tomar trago.

García Márquez en La Cueva

Gabito necesitaba sí de un mejor trabajo para continuar con su escritura y, gracias a Mutis, Guillermo Cano se lo dio, pero la frase del poeta sólo puedo sentirla en contexto al imaginarlo con un buen trago en la mano. Mutis, buen bebedor, gran mamador de gallo.

Si Gabo se queda con los borrachos de La Cueva nunca habría escrito lo que tenía que escribir. Lo dijo Mutis y yo estoy de acuerdo porque la distancia es necesaria para recuperar el pasado. Gabito debió salir de Aracataca para escribir en Barranquilla La hojarasca y ese gran cúmulo narrativo que llamaba ‘La Casa’. Luego, irse a París para recuperar en literatura a sus amigos de La Cueva, los primeros y últimos que tuvo en la vida, editores como sastres en El coronel no tiene quien le escriba; y después mudarse a México para inmortalizarlos en las últimas ochenta páginas de Cien años de Soledad, donde Barranquilla es Macondo.

Gabo se distanció, pues, de sus borrachos del alma para poetizarlos: “Toda experiencia personal requiere de un proceso de asentamiento en el escritor, de un largo proceso de sedimentación, necesario para ser valorado en el peso poético que solo el tiempo, la memoria y la distancia pueden dar”.

Gabo, analista preciso de su propia obra: “Si yo fuera un crítico diría que el ingrediente fundamental de mis novelas es la nostalgia”.

Por ahora, prefiero creer que, presionado por la orden perentoria del número de caracteres, Juan Esteban aprovechó en la frase de Mutis la posibilidad feliz de editar un gran trecho de la nostalgia de García Márquez, su amistad con el grupo, sus Jirafas de El Heraldo, sus catorce meses como jefe de redacción de Crónica, la revista que se inventó con Alfonso; el diseño de La Langosta Azul, las charlas en la Librería Mundo y el Café Colombia, los libros y el periodismo que esos borrachos le enseñaron.

“Yo fui el último en diferenciar el periodismo de la literatura porque, cuando llegué a Barranquilla, sólo llevaba mi literatura y fueron ellos los que me hicieron ver la diferencia...”.

Lo dijo Gabo: “Nos emborrachábamos hasta el amanecer hablando de literatura. Lo que era formidable es que esas borracheras que nos estábamos metiendo correspondían exactamente a lo que yo estaba leyendo; ahí no había ninguna grieta”.

Se lo dijo a Alfonso en Roma y luego en México, ante unos periodistas ingleses: “La parte más importante de mi vida fue la que pasé con ustedes. De todos modos hubiera sido un escritor porque esa era mi vocación, pero sin ustedes otra dirección hubiera tomado. Sin Barranquilla no hubiera sido Premio Nobel”. Sin ellos. Sin sus compinches, Juan Esteban, los borrachos de La Cueva.

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