19 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 769


EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
8 de junio de 2014

Publicación de Editorial Planeta en librerías

"Gabo se me impuso
como una necesidad"
El escritor colombo-español Dasso Saldívar habla de la reedición
para Hispanoamérica de ‘El viaje a la semilla’, la biografía García Márquez.

Por: Nelson Fredy Padilla

 Foto tomada por Édgar Montiel, ensayista peruano y embajador ante la Unesco, del segundo encuentro de Saldívar con Gabo en el estudio del Nobel en México.


¿Cómo un hombre nacido en San Julián, Antioquia, lee a Gabo y se obsesiona con su vida?
Descubrí y empecé a leer a García Márquez en Medellín, siendo estudiante de tercero de bachillerato del Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia. Una mañana, al salir de clase, vi en la cartelera un recorte de El Espectador donde se decía que la crítica alemana consideraba Cien años de soledad una novela de genio. Lo que más me llamó la atención no fue el calificativo, sino la foto del escritor que ilustraba el artículo: un costeño sonriente, mal peinado y sin corbata, con una chaqueta de lana de figuras lineales blancas y negras. La imagen que yo tenía entonces de los escritores era la de unos tipos hieráticos, bien vestidos y encorbatados, peinados con gomina y escoltados por estanterías atiborradas de libros. Me pareció increíble y fascinante que aquel colombiano con esa estampa desaliñada hubiera escrito una novela que hasta los alemanes calificaban de genial. Entonces compré Cien años de soledad en la librería de Alberto Aguirre, el primer editor de El coronel no tiene quien le escriba y quien después sería mi amigo y una fuente generosa de El viaje a la semilla.

¿‘El viaje a la semilla’ no cambia mucho en la nueva versión?
El libro quedó tal cual se cerró en su estructura y en su propósito inicial. Sólo se han corregido nombres, se han precisado datos y fechas, y se limaron asperezas sintácticas y estilísticas.

¿Se reeditó por la muerte del Nobel?
Las negociaciones con Planeta comenzaron a principios de diciembre del año pasado. Pero Sergio Vilela y Pilar Londoño ya estaban interesados en el libro, especialmente Londoño, editora de ficción, que es una lectora entusiasta de El viaje a la semilla. Fueron ellos, además, los que concibieron el proyecto de sacar el libro para todos los países de la lengua. Me alegra que hubiéramos podido llegar a tiempo para homenajear al escritor con esta magnífica edición de la biografía. Durante junio estará saliendo en el resto de América Latina, y en España saldrá el próximo otoño. Sólo hay una variación en la edición peruana: el prólogo es del novelista Alonso Cueto.

¿Por qué no escribió otro texto que abarcara la última etapa de Gabo?
Uno no conoce los libros, sus propósitos secretos, hasta que los escribe. Mi idea inicial era cerrar El viaje a la semilla en 1997, año en que se publicó en Alfaguara. Pero de pronto el mismo libro se cerró solo en agosto de 1996, sin darme la menor opción a un párrafo más. Entonces conocí el propósito oculto del libro: que en realidad yo no sólo había estado escribiendo sobre los primeros cuarenta años de García Márquez (y de la historia de Colombia, de sus abuelos y de sus padres desde finales del siglo XIX), sino que estaba escribiendo también la biografía de Cien años de soledad. Con la publicación y celebración mundial de esta novela y de su autor, se cerraba el primero y más importante ciclo vital y narrativo del novelista. Él mismo me lo dijo: “En tu libro está todo lo importante que hay que contar y saber de mí”. Pero también descubrí que para contar la segunda parte de la vida del escritor debía hacerlo con una estructura, un tono y un estilo diferentes, es decir, un libro distinto.

Entonces, ¿habrá segunda parte?
Aunque tengo clara y documentada esa segunda parte, no estoy seguro de escribirla. Hay varias razones. La primera es que, a partir de su obra magna, la vida de García Márquez es muy conocida, mucha gente podría escribir sobre ella, mientras que la primera era ignorada casi por completo, y este fue uno de los grandes estímulos que me llevaron a investigarla, reconstruirla y narrarla. Los libros no se escriben porque uno los sepa sino para saberlos. Si escribiera una segunda parte sería por el “deber” de completar una biografía, y como escritor no funciono así. El viaje a la semilla lo investigué durante 20 años y lo escribí durante cinco de tiempo completo, porque se me impuso como una necesidad, como una tarea que tenía que hacer, no sólo para estar vivo, sino para seguir viviendo. La otra razón es que hace años, incluso desde que escribía la biografía, vengo trabajando en varias novelas que tienen que ver con mi infancia y juventud, y, en cierta medida, con la infancia y juventud de Colombia.

Está terminando un libro de ensayos sobre García Márquez. Conociendo su estilo, que no va por la pose erudita, ¿qué aspectos abordará?
Una serie de temas que fui descubriendo mientras escribía la biografía. No se trata de interpretaciones rebuscadas, académicas y abstractas, sino de cosas estupendas que están ahí, en ese doble camino de ida y vuelta entre la realidad y la vida del escritor y sus obras, que tienen más que ver con la mirada y la emoción de un lector que con las necesidades de un biógrafo. Casi no hago crítica literaria en El viaje a la semilla, no porque no pudiera hacerla, sino porque, como bien dijo Óscar Wilde, la crítica, desde la más elevada a la más baja, es siempre una experiencia autobiográfica, es la expresión de la relación del crítico, que es un lector especializado, con el texto, y pretender que esto forme parte de la biografía del personaje es una ingenuidad o un acto de soberbio egocentrismo.

William Ospina dice en el prólogo que de Gabo creemos saber mucho por la ilusión de su fama, pero que ‘El viaje a la semilla’ descubre realmente al hombre y a su mundo. ¿Cómo coinciden Ospina y usted?
Nos conocimos en septiembre de 1997 en Madrid. Nos unieron Aurelio Arturo, Borges, Rulfo y García Márquez, entre otros. Él estaba inmerso en las investigaciones de Las auroras de sangre, un libro que debería ser texto de cabecera de colombianos y latinoamericanos. William me dedicó algunos de sus libros, y yo, la biografía de Gabo. Él se entusiasmó con El viaje a la semilla, que ha leído varias veces y sintió la necesidad de escribir ese texto del prólogo de la edición de Planeta.

¿Por qué esta obra, con título inspirado en Alejo Carpentier, ganó el Premio a la Excelencia Literaria del Ministerio de Cultura en China?
Sí, el título está inspirado en Carpentier. Aunque en ambos se pretende llegar al origen, a la semilla, el camino emprendido por el maravilloso cuento de Carpentier es casi el contrario del que yo sigo en la biografía. Lo del premio en China, donde El viaje a la semilla tiene tres ediciones en mandarín y chino (Pekín, Shanghái y Taiwán) viene tal vez porque, según traductores, editores y críticos chinos, encontraron que el libro es una fluida novela, una biografía rigurosa y, en parte, un libro de historia de la literatura colombiana y latinoamericana, así como de la historia de Colombia.

‘The European Magazine’ dijo que su mérito fue “separar la realidad de la ficción, en una vida pletórica de anécdotas”, lograr “una biografía exhaustiva y fascinante”. ¿Qué datos lo impresionaron?
Todos me fueron demostrando que, como el escritor lo había repetido, no había una sola línea de sus libros que no estuviera basada en la realidad. Por ejemplo, la subida de Remedios la Bella al cielo en cuerpo y alma, el origen de las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia, el éxodo de José Arcadio Buendía y su gente y la fundación de Macondo, el duelo a muerte entre Nicolás Márquez y Medardo Pacheco (para cuya reconstrucción estuve una semana en Barrancas), la matanza de las bananeras en diciembre de 1928, las guerras del coronel Aureliano Buendía, sus pescaditos de oro de la soledad, etc. Algunos datos me llevaron hasta tres, cinco o diez años aclararlos o documentarlos.

¿Cuántas veces habló con el Nobel?
Cuando me encontré con García Márquez, en marzo de 1989, llevaba 18 años leyéndolo, releyéndolo e investigando sobre su vida. Nunca tuve el propósito de escribir un libro sobre él y menos una biografía: lo que investigaba era para satisfacer curiosidades de lector. Fui conociendo a sus padres y hermanos, a sus amigos de infancia y a sus colegas del periodismo y de la literatura, y un día viajé a Aracataca y a otros pueblos y ciudades de la Costa, lugares que visité varias veces después. Con Gabo conversé dos tardes largas los días 14 y 17 de marzo de aquel año, y en unas seis horas en total repasamos sus primeros veinte años, que eran los menos conocidos y más enredados, demorándonos en los años de su infancia y en su relación con los abuelos y con Aracataca.

Luego conversamos un par de veces por teléfono, y no volvimos a tener contacto hasta el 20 de agosto de 2008, cuando él me llamó desde México, pues acababa de leer por fin mi libro completo a lo largo de tres días “sin poder soltarlo”. Fue una conversación de media hora en la que él habló la mayor parte del tiempo para celebrar El viaje a la semilla y expresarme su gran satisfacción y admiración por el libro. “No sé cómo lo hiciste ni cómo pudiste documentarlo de esa manera, pero es maravilloso, un libro perfecto. Te felicito”. Como yo ya estaba en capilla para hacerme el trasplante de riñón (la otra razón por la cual me llamó), me preguntó quién era mi donante. Le dije que mi sobrina Patricia. “¡Pero qué familia más linda tienes!”. Y se despidió: “Te voy a dejar mi teléfono y mi correo para que me mantengas al tanto. Y, por favor, no te dejes morir; te necesitamos, y no olvides que soy un lector entusiasta tuyo”. En enero del año siguiente lo llamé para ponerlo al tanto del trasplante, que, dicho sea de paso, fue y sigue siendo un éxito cinco años después. No estaba, y días después me devolvió la llamada. Fue la última vez que hablamos.

Poco, para una biografía tan lograda, de la que Gabo dijo: “Si la hubiera leído antes, no habría escrito mis memorias”.

Gabo me preguntó: “¿Dasso, cómo escribiste ese libro, si sólo nos vimos dos tardes?”. “Gabo, es que yo ya llevaba casi veinte años preguntando, jodiendo a todo el mundo”, le contesté. “Sí, me llegaban rumores de que tú tenías loco a todo el mundo”. Fue entonces cuando me dijo: “Si yo hubiera leído tu libro antes, no habría escrito mis memorias”. Esto mismo le comentó días después a Plinio Apuleyo Mendoza y a otros amigos, y, según me contó Aída García Márquez, a toda su familia en la última reunión que tuvo con ellos en Cartagena, haciendo hincapié en que “es el mejor libro que se ha escrito sobre mí”. Sus palabras fueron un reconocimiento inesperado y maravilloso para mí, pero no podía estar de acuerdo literalmente con él: porque, ¿cómo una biografía, por buena que sea, va a poder sustituir las memorias de un maestro como él?

Dice Planeta que usted estuvo 20 años investigando a Gabo. Gerald Martin, el otro biógrafo, dice que le demandó 18 años. ¿Qué diferencias de método y contenido ve entre ‘El viaje a la semilla’ y ‘Una vida’?
Gabo me preguntó: “¿Tú crees que el inglés que está escribiendo una biografía sobre mí habrá leído tu libro?”. “Seguro que sí, maestro, porque Martin debe de ser un hombre riguroso y honesto. No tengo la menor duda”, le contesté, y él dijo: “Ojalá, ojalá…”.
A Martin le pregunté: ¿qué encuentra en su libro un lector, distinto a lo que ya leímos en el de Saldívar o en ‘Vivir para contarla’? Y respondió: “El libro de Gabo termina en 1955, el de Dasso en 1967, el mío en 2007 (con notas a pie de página que se refieren a 2009).
Aparte, mis interpretaciones son muy diferentes y, a pesar de lo que han dicho ciertos críticos y a pesar de mi enorme admiración por García Márquez, la mía es una biografía genuinamente crítica”. A mí me parece que ‘El viaje a la semilla’ tiene una estructura narrativa mejor lograda, más accesible al lector, mientras la otra, también rigurosa, es fría y por etapas aburrida. Tal vez por eso Ospina dice: “Es difícil que otro biógrafo logre darnos el soplo torrencial de ese viento de milagros poéticos que es la vida de García Márquez y transmitir el embrujo”.
Gracias por tus palabras. Sí, sobre este punto han opinado muchos colegas, críticos y lectores en varios idiomas (12), y seguirán opinando todos los lectores que quieran, pero este biógrafo no tiene nada que opinar al respecto.

¿Cuántos borradores demanda una biografía con cien personajes?
Muchos borradores y amagos de estructura y de tono. Pero el libro se fue encargando de ir buscando su estructura, su ritmo. Flaubert dijo: “La forma sale del fondo como el calor del fuego”.

¿Cuánto le ayudó su formación poética, con obras como ‘Voces del barro’, y ser periodista, crítico, cuentista y ensayista?
Todo ayuda en la hechura de una biografía, que, si bien es un género interminable, imperfecto e ingrato, es el más omnívoro de todos. Si yo no hubiera leído El capital, sobre todo el primer tomo, no habría podido escribir en cierta medida El viaje a la semilla tal y como está. La influencia es subterránea, no solar.

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EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
23 de junio de 2014

TEMAS DEL DIA

El sobreviviente de
'Crónica de una muerte anunciada'
Miguel Reyes rememora su historia de deshonra,
que inspiró a Gabo para escribir la famosa novela.

Por: Leonardo Herrera Delghams
BARRANQUILLA

 Miguel Reyes Palencia recuerda cada instante de la inmortal noche del 20 de enero de 1951. Foto: Carlos Capella / EL TIEMPO

A los 92 años, Miguel Reyes Palencia tiene fresco en su memoria cada instante del episodio que vivió aquella noche del 20 de enero de 1951 en su natal Sucre (Sucre), cuando, enceguecido por la rabia y la desilusión, casi estrangula a Margarita Chica Salas, la mujer que hacía pocas horas le había jurado amor frente al altar.

“Ella pensó que porque yo estaba borracho no iba a poder cumplirle. Pero, en el momento de la penetración, supe que era una mujer que había tenido marido; eso lo descubrí enseguida”, cuenta el hombre al hablar de aquel momento, que inspiró la célebre Crónica de una muerte anunciada, del nobel de literatura Gabriel García Márquez.

Y recuerda las palabras de ella. “Miguel, perdóname”, le imploró entre sollozos tras descubrirse que no era virgen. “Qué perdón ni qué carajos, puta, imbécil”, le gritó él, al tiempo que le tiraba los cabellos.

Más tarde la lanzó a los pies de doña Hermelinda, la suegra, y sus cuñados, Víctor y Joaquín Chica, quienes no podían creer lo que estaba pasando. Y antes de marcharse de la casa de ellos, ahogado por el odio y el dolor, sentenció: “Ahí la devuelvo ¡por rota!”.

“Son palabras feas, malucas, como quieran llamarlas, pero eso fue lo que dije antes de que se desatara la tragedia”, admite Reyes, que no hace mucho esfuerzo para traer del pasado lo que pasó aquella noche aciaga. “Cayetano”, fue la única palabra que pudo murmurar Margarita en medio de las cachetadas y golpes que le propinó su madre, quien, al escuchar el nombre del amante, les pidió a los hijos que lavaran con sangre el honor de la familia.

El protagonista de esta historia cuenta que los dos muchachos se armaron con cuchillos de matarife, decididos a vengar la deshonra de su hermana matando a Cayetano Gentile, un estudiante de medicina muy querido en el pueblo, hijo de un inmigrante italiano.

Salieron a la plaza gritando: “¡Lo vamos a matar, lo vamos a matar!”. La única que en el pueblo no supo que lo iban a asesinar fue la propia víctima. La noticia corrió por los techos y se regó por todos los rincones. La policía, alertada por las voces, reaccionó y desarmó a los hermanos Chica, quienes consiguieron otros cuchillos para cumplir con su fatal destino.

La muerte de Cayetano Gentile estaba anunciada, pero los mensajeros no llegaron a tiempo para alertarlo. Cuando intentaba entrar a su casa, fue sorprendido por los vengadores, que, sin mediar explicaciones, lo atacaron y destazaron como a un cerdo.

“Levantó la mano para parar el primer golpe. El cuchillo le atravesó la palma y luego se le hundió hasta el fondo en el costado. Todos oyeron su grito de dolor: ‘¡Ay, mi madre!’.” Así relató Gabriel García Márquez, 31 años después, en su inmortal Crónica de una muerte anunciada, la historia de Bayardo San Román, el hombre que devolvió a su esposa en la primera noche de bodas, después de comprobar que no era virgen.

De niño, el nobel llegó con su familia a Sucre, donde cursó varios años de escuela. “Gabo era como un miembro de la familia de la novia. Vivió en esa casa seis meses, cuando su padre tuvo problemas económicos”, dice Reyes para explicar por qué el escritor tenía detalles de esa parte de su vida, narrada en el libro en primera persona. El protagonista de esta historia asegura que García Márquez estuvo en la boda y celebró con él. “Fue testigo de lo que ocurrió al día siguiente, cuando no la entregué sino que la boté”, relata. En esa época, anota, la virginidad era lo más sagrado que una mujer podía entregar en su noche de bodas.

“Cuando me enteré de la muerte de Cayetano, le pedí protección a la policía, pues temí que arremetieran contra mi vida (por eso se fue del pueblo). Lo mismo hizo Margarita, quien se fue a vivir a Sincelejo”, cuenta.

El viejo Miguel, que fue vendedor de seguros, vive hoy en una casona del norte de Barranquilla. Sus recuerdos, recopilados en libretas sobre cuyas portadas diseñó figuras y letras con recortes de papel, para darles la forma de libros, están siempre a la mano en su escritorio.

No se cansa de narrar una y otra vez, con detalles, la trágica historia de Bayardo San Román (él), Ángela Vicario (Margarita Chica), Santiago Nasar (Cayetano Gentile) y los hermanos Pedro y Pablo Vicario (Víctor y Joaquín Chica), llamados así por Gabo en su novela.

En el 2007, Reyes decidió escribir el libro La verdad, 50 años más tarde, en la que entrega su versión de los hechos y argumenta que vio unos “errores” en la obra del nobel. “En él están las palabras exactas que dan origen a la historia”, promociona.

En la obra de Gabo, afirma, el acto es narrado con tanta dulzura que se pierde la violencia del novio engañado. “No hubo tales gemelos, quienes solo existen en la imaginación y la fantasía de Gabriel García Márquez”, añade en su texto, antes de relatar que los hermanos fueron capturados por la policía y trasladados a la cárcel de Cartagena, donde Víctor asumió la culpa y dejó sin cargos a su hermano mayor, Joaquín, quien fue liberado.

“Como escritor, echó el cuento bien echao, pero solo yo puedo contar las cosas como pasaron –subraya–. Hay cosas que no debió decir, porque las dijo mal en su interpretación como escritor y yo reclamaba ese hecho, aunque no era cosa de otro mundo que afectara nuestra amistad.”

Confiesa que cuando vio que se acercaba la hora de oficializar el noviazgo con Margarita Chica ante la familia de ella, decidió romper. “Le dije: ‘Margarita, yo no me voy a casar contigo’. La muy astuta les contó a los hermanos que estaba embarazada y que yo me iba a ir del pueblo. Me cogieron y advirtieron: ‘Se casa o se muere. Escoja’ ”, cuenta. Le dieron 15 días de plazo para que resolviera.

Reyes les dijo que él no había deshonrado a su hermana. “Mátenme”, les pidió, pero su madre lo convenció de que accediera. “Yo no necesito un hijo muerto y soltero, prefiero uno vivo y casado”, le dijo su hijo, quien ya tenía relación con quien más adelante formalizaría un hogar y sería la madre de sus 12 hijos. Después de hablar con su mamá, habló con la familia Chica y anunció su decisión de casarse.

La demanda a Gabo

Trece años después de la publicación de Crónica de una muerte anunciada, Reyes acudió al juzgado noveno civil del circuito de Barranquilla e interpuso una acción judicial contra Gabo, para exigir una indemnización, no solo por el libro, sino también por la película sobre la historia, que fue rodada en Mompós (Bolívar), bajo la dirección del italiano Francesco Rossi.

El demandante exigía el 50 por ciento de los beneficios económicos que la historia le reportó al nobel. Para comprobar que era Bayardo, aportó como pruebas los testimonios de testigos de su matrimonio y de otras personas que residían en Sucre en aquella época.

Reyes argumentó que García Márquez no lo consultó ni le solicitó permiso para que su vida fuera de conocimiento público, lo que, según él, suponía una violación de sus derechos fundamentales a la intimidad y la honra.

“Como se estaba llenando de tanta plata, le dije: ‘¡Epa, ven acá! Tú me puedes dar algo a mí, porque yo colaboré contigo’. Y Gabo me dijo: ‘Estudiamos, estudiamos’ ”, afirma. Hoy asegura que su abogado se precipitó al presentar la demanda y que lo dejó solo cuando el proceso iba por buen camino. “No tuve dinero suficiente para mantener la reclamación y se archivó”, se lamenta.

La semana pasada, la Gobernación del Atlántico le rindió honores. “Este inmerecido homenaje lo acepto porque entraña la esencia misma de admiración a la obra viva de nuestro nobel”, manifestó en el acto.

Por esa admiración, Reyes cuenta una y otra vez la historia de Bayardo San Román. Para él, esa es la única forma en que se puede mantener vivo a Gabo: “Leyendo y contando su obra”.

Así, como apunta el escritor Santiago Gamboa, podrán pasar 300 años de Santiago Nasar y su muerte anunciada, pero serán una de las pocas cosas de nuestra época que aún estarán vivas.

El ‘Doctor Gere-Gere’

Miguel Reyes recuerda que Gabo llegó de niño a Sucre y se incorporó al grupo de muchachos del pueblo. “Volábamos cometas y jugábamos; lo único que no le gustaba era pelear”, cuenta. García Márquez también era amigo de Cayetano, el estudiante asesinado. “Éramos cucarachos del mismo calabazo”, asegura Reyes, quien no olvida que aquel niño era muy dado a contar historias. “Dejábamos de patear bola por escuchar los cuentos de Gabo”, dice.

Según él, los muchachos lugareños apodaron el ‘doctor Gere-Gere’ al futuro nobel. “No sé por qué, pero así le decíamos”, concluye.



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LA CRONICA DEL QUINDIO
Armenia - Quindío – Colombia
22 de Junio de 2014

El poeta Gabriel García Márquez
El nobel se divertía como estudiante universitario declamando
un disparate de José Manuel Marroquín

Por Harold Alvarado Tenorio

Hijo de un telegrafista y de la hija de un coronel que participó en la Guerra de los Mil Días (1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927-2014), por causa de la pobreza fue criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea, asediado por los recuerdos de sus parientes. Su padre, además, tocaba el violín y había sido partero y farmaceuta, cuando no improvisaba décimas, romances y sonetos para las fiestas de la familia o los eventos políticos.

Al morir su abuelo le llevaron a Barranquilla a concluir la primaria y se sabe que en el colegio jesuita donde hizo los primeros años de bachillerato improvisaba cuartetos y sátiras, tanto como recordar en Vivir para contarla como un par de curas le regañaban o le invitaban a publicarlas en las revistas del plantel. Fue así como se vinculó a un grupo de admiradores de Eduardo Carranza, comandados por un gurrumino alto y melenudo llamado poéticamente César Augusto del Valle. Luego y gracias a una bolsa de estudios en Zipaquirá, un remoto pueblo de los Andes, se graduó de bachiller mientras se intoxicaba con la más horrenda poesía que declamaban los colombianos de entreguerras y con el seudónimo de “Javier Garcés” escribía sonetos piedracielistas.

Recitador de disparates
Luego asistiría a ciertas clases de derecho en la universidad Nacional,  donde se divertía declamando un disparate de José Manuel Marroquín [1887-1908], presidente de Colombia entre 1900-1904, alias El Usurpador, por haber depuesto a Manuel Antonio Sanclemente, durante cuya administración se libró la Guerra de los Mil Días y se perdió Panamá. El texto comenzaba:

Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan,

Ahora que albando la toca las altas suenas campanan;

Y que los rebuznos burran y que los gorjeos pájaran

Y que los silbos serenan y que los gruños marranan

Y que aurorada rosa los extensos doran campan,

Perlando líquidas viertas cual yo lágrimo derramas

Y friando de tirito si bien el abraza almada,

Vengo a suspirar mis lanzos ventano de tus debajas.


De regreso a la Costa
El asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y las persecuciones desatadas el 9 de abril de 1948 le llevaron entonces a Cartagena de Indias, los veinte meses que trabajó a las órdenes de Clemente Manuel Zabala (San Jacinto, 1921-1963), un radical que había sido secretario del general Benjamín Herrera y delegado a congresos obreros, y quien parece le enseñó los rudimentos del periodismo moderno.

En esa Bogotá de hielo y desolación, solo la poesía le había acompañado: “Cuando terminé el bachillerato y me fui a Bogotá, confesó a J.G. Cobo Borda en 1981,  mi diversión más salaz era meterme en los tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en busca de alguien que tuviera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y versos y versos que acababa de leer.

A veces encontraba alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.”

“Es difícil imaginar, agrega en sus memorias, hasta qué punto se vivía entonces a la sombra de la poesía. Era una pasión frenética, otro modo de ser, una bola de candela que andaba de su cuenta por todas partes. Abríamos el periódico, aún en la sección económica o en la página judicial, o leíamos el asiento del café en el fondo de la taza, y allí estaba esperándonos la poesía para hacerse cargo de nuestros sueños”.

La incomunicación en Cien años de Soledad

El asunto central de Cien años de soledad (1967), su más conocido poema, es la incomunicación. En Macondo, tierra de lo posible, no existe la solidaridad y trato entre los hombres. Macondo es una Arcadia donde triunfan la muerte y la violencia. Un pueblo habitado por sabios aislados y vidas anacrónicas cuyos símbolos son José Arcadio Buendía, el vidente atiborrado de proyectos que termina junto a su difunto enemigo Prudencio Aguilar; Úrsula Iguarán, que confunde el presente y el pasado y es una muñeca que divierte a sus tataranietos, abandonada por la realidad de la que había sido su único médium; Aureliano Segundo que despilfarra su vida y la de su concubina mientras cubre con billetes de banco las paredes de las habitaciones, bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma vejez, una eterna cumbiamba que apenas apacigua el diluvio universal; Remedios, la bella, que vaga por el desierto de la soledad hasta cuando asciende en cuerpo y alma al cielo; Meme, muda desde el día que su madre la llevó a un convento de tierra fría para que diera a luz el hijo de Mauricio Babilonia, y Aureliano Babilonia, un adolescente que ignora el presente pero sabe todo sobre el hombre del Medioevo. El amor, al final de la novela, derrota la soledad cerrando el círculo maléfico del incesto, maldición y destino de la familia.

Pero quien ha narrado la historia es el coronel Aureliano Buendía, que entre los avatares de las guerras compone en versos rimados sus encuentros con la vida y la muerte [“Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquiades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer”] y ya cerca del final, quema, con el baúl de los poemas “la historia misma de la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares lacedemonias”, porque gracias al misterio de la poesía “no había ordenado los hechos en el tiempo convencional de los hombres sino que concentró un siglo de episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”.

Culminan los estragos de la soledad

El general en su laberinto fue la culminación de una saga sobre los estragos de la soledad del poder, el amor y el absurdo de la gloria que había comenzado con El coronel no tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano Buendía y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien años de soledad, y el viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo en El otoño del Patriarca, porque como había consignado en su gran novela:
“Todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a Cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”




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