EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
8 de junio de 2014
Publicación de
Editorial Planeta en librerías
"Gabo
se me impuso
como
una necesidad"
El escritor
colombo-español Dasso Saldívar habla de la reedición
para
Hispanoamérica de ‘El viaje a la semilla’, la biografía García Márquez.
Por: Nelson Fredy Padilla
Foto tomada por Édgar Montiel, ensayista
peruano y embajador ante la Unesco, del segundo encuentro de Saldívar con Gabo
en el estudio del Nobel en México.
¿Cómo un hombre nacido en San Julián,
Antioquia, lee a Gabo y se obsesiona con su vida?
Descubrí y empecé a
leer a García Márquez en Medellín, siendo estudiante de tercero de bachillerato
del Liceo Antioqueño de la Universidad de Antioquia. Una mañana, al salir de
clase, vi en la cartelera un recorte de El Espectador donde se decía que la
crítica alemana consideraba Cien años de soledad una novela de genio. Lo que
más me llamó la atención no fue el calificativo, sino la foto del escritor que
ilustraba el artículo: un costeño sonriente, mal peinado y sin corbata, con una
chaqueta de lana de figuras lineales blancas y negras. La imagen que yo tenía
entonces de los escritores era la de unos tipos hieráticos, bien vestidos y
encorbatados, peinados con gomina y escoltados por estanterías atiborradas de
libros. Me pareció increíble y fascinante que aquel colombiano con esa estampa
desaliñada hubiera escrito una novela que hasta los alemanes calificaban de
genial. Entonces compré Cien años de soledad en la librería de Alberto Aguirre,
el primer editor de El coronel no tiene quien le escriba y quien después sería
mi amigo y una fuente generosa de El viaje a la semilla.
¿‘El viaje a la semilla’ no cambia mucho en
la nueva versión?
El libro quedó tal
cual se cerró en su estructura y en su propósito inicial. Sólo se han corregido
nombres, se han precisado datos y fechas, y se limaron asperezas sintácticas y
estilísticas.
¿Se reeditó por la muerte del Nobel?
Las negociaciones
con Planeta comenzaron a principios de diciembre del año pasado. Pero Sergio
Vilela y Pilar Londoño ya estaban interesados en el libro, especialmente
Londoño, editora de ficción, que es una lectora entusiasta de El viaje a la
semilla. Fueron ellos, además, los que concibieron el proyecto de sacar el
libro para todos los países de la lengua. Me alegra que hubiéramos podido
llegar a tiempo para homenajear al escritor con esta magnífica edición de la
biografía. Durante junio estará saliendo en el resto de América Latina, y en
España saldrá el próximo otoño. Sólo hay una variación en la edición peruana:
el prólogo es del novelista Alonso Cueto.
¿Por qué no escribió otro texto que abarcara
la última etapa de Gabo?
Uno no conoce los
libros, sus propósitos secretos, hasta que los escribe. Mi idea inicial era
cerrar El viaje a la semilla en 1997, año en que se publicó en Alfaguara. Pero
de pronto el mismo libro se cerró solo en agosto de 1996, sin darme la menor
opción a un párrafo más. Entonces conocí el propósito oculto del libro: que en
realidad yo no sólo había estado escribiendo sobre los primeros cuarenta años
de García Márquez (y de la historia de Colombia, de sus abuelos y de sus padres
desde finales del siglo XIX), sino que estaba escribiendo también la biografía
de Cien años de soledad. Con la publicación y celebración mundial de esta
novela y de su autor, se cerraba el primero y más importante ciclo vital y
narrativo del novelista. Él mismo me lo dijo: “En tu libro está todo lo
importante que hay que contar y saber de mí”. Pero también descubrí que para
contar la segunda parte de la vida del escritor debía hacerlo con una
estructura, un tono y un estilo diferentes, es decir, un libro distinto.
Entonces, ¿habrá segunda parte?
Aunque tengo clara
y documentada esa segunda parte, no estoy seguro de escribirla. Hay varias
razones. La primera es que, a partir de su obra magna, la vida de García
Márquez es muy conocida, mucha gente podría escribir sobre ella, mientras que
la primera era ignorada casi por completo, y este fue uno de los grandes
estímulos que me llevaron a investigarla, reconstruirla y narrarla. Los libros
no se escriben porque uno los sepa sino para saberlos. Si escribiera una
segunda parte sería por el “deber” de completar una biografía, y como escritor
no funciono así. El viaje a la semilla lo investigué durante 20 años y lo
escribí durante cinco de tiempo completo, porque se me impuso como una
necesidad, como una tarea que tenía que hacer, no sólo para estar vivo, sino
para seguir viviendo. La otra razón es que hace años, incluso desde que
escribía la biografía, vengo trabajando en varias novelas que tienen que ver
con mi infancia y juventud, y, en cierta medida, con la infancia y juventud de
Colombia.
Está terminando un libro de ensayos sobre
García Márquez. Conociendo su estilo, que no va por la pose erudita, ¿qué
aspectos abordará?
Una serie de temas
que fui descubriendo mientras escribía la biografía. No se trata de
interpretaciones rebuscadas, académicas y abstractas, sino de cosas estupendas
que están ahí, en ese doble camino de ida y vuelta entre la realidad y la vida
del escritor y sus obras, que tienen más que ver con la mirada y la emoción de
un lector que con las necesidades de un biógrafo. Casi no hago crítica
literaria en El viaje a la semilla, no porque no pudiera hacerla, sino porque,
como bien dijo Óscar Wilde, la crítica, desde la más elevada a la más baja, es
siempre una experiencia autobiográfica, es la expresión de la relación del
crítico, que es un lector especializado, con el texto, y pretender que esto
forme parte de la biografía del personaje es una ingenuidad o un acto de
soberbio egocentrismo.
William Ospina dice en el prólogo que de
Gabo creemos saber mucho por la ilusión de su fama, pero que ‘El viaje a la
semilla’ descubre realmente al hombre y a su mundo. ¿Cómo coinciden Ospina y
usted?
Nos conocimos en
septiembre de 1997 en Madrid. Nos unieron Aurelio Arturo, Borges, Rulfo y
García Márquez, entre otros. Él estaba inmerso en las investigaciones de Las
auroras de sangre, un libro que debería ser texto de cabecera de colombianos y
latinoamericanos. William me dedicó algunos de sus libros, y yo, la biografía
de Gabo. Él se entusiasmó con El viaje a la semilla, que ha leído varias veces
y sintió la necesidad de escribir ese texto del prólogo de la edición de
Planeta.
¿Por qué esta obra, con título inspirado en
Alejo Carpentier, ganó el Premio a la Excelencia Literaria del Ministerio de
Cultura en China?
Sí, el título está
inspirado en Carpentier. Aunque en ambos se pretende llegar al origen, a la
semilla, el camino emprendido por el maravilloso cuento de Carpentier es casi
el contrario del que yo sigo en la biografía. Lo del premio en China, donde El
viaje a la semilla tiene tres ediciones en mandarín y chino (Pekín, Shanghái y
Taiwán) viene tal vez porque, según traductores, editores y críticos chinos,
encontraron que el libro es una fluida novela, una biografía rigurosa y, en
parte, un libro de historia de la literatura colombiana y latinoamericana, así
como de la historia de Colombia.
‘The European Magazine’ dijo que su mérito
fue “separar la realidad de la ficción, en una vida pletórica de anécdotas”,
lograr “una biografía exhaustiva y fascinante”. ¿Qué datos lo impresionaron?
Todos me fueron
demostrando que, como el escritor lo había repetido, no había una sola línea de
sus libros que no estuviera basada en la realidad. Por ejemplo, la subida de
Remedios la Bella al cielo en cuerpo y alma, el origen de las mariposas
amarillas de Mauricio Babilonia, el éxodo de José Arcadio Buendía y su gente y
la fundación de Macondo, el duelo a muerte entre Nicolás Márquez y Medardo
Pacheco (para cuya reconstrucción estuve una semana en Barrancas), la matanza
de las bananeras en diciembre de 1928, las guerras del coronel Aureliano
Buendía, sus pescaditos de oro de la soledad, etc. Algunos datos me llevaron
hasta tres, cinco o diez años aclararlos o documentarlos.
¿Cuántas veces habló con el Nobel?
Cuando me encontré
con García Márquez, en marzo de 1989, llevaba 18 años leyéndolo, releyéndolo e
investigando sobre su vida. Nunca tuve el propósito de escribir un libro sobre
él y menos una biografía: lo que investigaba era para satisfacer curiosidades
de lector. Fui conociendo a sus padres y hermanos, a sus amigos de infancia y a
sus colegas del periodismo y de la literatura, y un día viajé a Aracataca y a
otros pueblos y ciudades de la Costa, lugares que visité varias veces después.
Con Gabo conversé dos tardes largas los días 14 y 17 de marzo de aquel año, y
en unas seis horas en total repasamos sus primeros veinte años, que eran los menos
conocidos y más enredados, demorándonos en los años de su infancia y en su
relación con los abuelos y con Aracataca.
Luego conversamos
un par de veces por teléfono, y no volvimos a tener contacto hasta el 20 de
agosto de 2008, cuando él me llamó desde México, pues acababa de leer por fin
mi libro completo a lo largo de tres días “sin poder soltarlo”. Fue una
conversación de media hora en la que él habló la mayor parte del tiempo para
celebrar El viaje a la semilla y expresarme su gran satisfacción y admiración
por el libro. “No sé cómo lo hiciste ni cómo pudiste documentarlo de esa
manera, pero es maravilloso, un libro perfecto. Te felicito”. Como yo ya estaba
en capilla para hacerme el trasplante de riñón (la otra razón por la cual me
llamó), me preguntó quién era mi donante. Le dije que mi sobrina Patricia.
“¡Pero qué familia más linda tienes!”. Y se despidió: “Te voy a dejar mi
teléfono y mi correo para que me mantengas al tanto. Y, por favor, no te dejes
morir; te necesitamos, y no olvides que soy un lector entusiasta tuyo”. En
enero del año siguiente lo llamé para ponerlo al tanto del trasplante, que,
dicho sea de paso, fue y sigue siendo un éxito cinco años después. No estaba, y
días después me devolvió la llamada. Fue la última vez que hablamos.
Poco, para una
biografía tan lograda, de la que Gabo dijo: “Si la hubiera leído antes, no
habría escrito mis memorias”.
Gabo me preguntó:
“¿Dasso, cómo escribiste ese libro, si sólo nos vimos dos tardes?”. “Gabo, es
que yo ya llevaba casi veinte años preguntando, jodiendo a todo el mundo”, le
contesté. “Sí, me llegaban rumores de que tú tenías loco a todo el mundo”. Fue
entonces cuando me dijo: “Si yo hubiera leído tu libro antes, no habría escrito
mis memorias”. Esto mismo le comentó días después a Plinio Apuleyo Mendoza y a
otros amigos, y, según me contó Aída García Márquez, a toda su familia en la
última reunión que tuvo con ellos en Cartagena, haciendo hincapié en que “es el
mejor libro que se ha escrito sobre mí”. Sus palabras fueron un reconocimiento
inesperado y maravilloso para mí, pero no podía estar de acuerdo literalmente
con él: porque, ¿cómo una biografía, por buena que sea, va a poder sustituir
las memorias de un maestro como él?
Dice Planeta que usted estuvo 20 años
investigando a Gabo. Gerald Martin, el otro biógrafo, dice que le demandó 18
años. ¿Qué diferencias de método y contenido ve entre ‘El viaje a la semilla’ y
‘Una vida’?
Gabo me preguntó:
“¿Tú crees que el inglés que está escribiendo una biografía sobre mí habrá
leído tu libro?”. “Seguro que sí, maestro, porque Martin debe de ser un hombre
riguroso y honesto. No tengo la menor duda”, le contesté, y él dijo: “Ojalá,
ojalá…”.
A Martin le
pregunté: ¿qué encuentra en su libro un lector, distinto a lo que ya leímos en
el de Saldívar o en ‘Vivir para contarla’? Y respondió: “El libro de Gabo
termina en 1955, el de Dasso en 1967, el mío en 2007 (con notas a pie de página
que se refieren a 2009).
Aparte, mis
interpretaciones son muy diferentes y, a pesar de lo que han dicho ciertos
críticos y a pesar de mi enorme admiración por García Márquez, la mía es una
biografía genuinamente crítica”. A mí me parece que ‘El viaje a la semilla’
tiene una estructura narrativa mejor lograda, más accesible al lector, mientras
la otra, también rigurosa, es fría y por etapas aburrida. Tal vez por eso
Ospina dice: “Es difícil que otro biógrafo logre darnos el soplo torrencial de
ese viento de milagros poéticos que es la vida de García Márquez y transmitir
el embrujo”.
Gracias por tus
palabras. Sí, sobre este punto han opinado muchos colegas, críticos y lectores
en varios idiomas (12), y seguirán opinando todos los lectores que quieran,
pero este biógrafo no tiene nada que opinar al respecto.
¿Cuántos borradores demanda una biografía
con cien personajes?
Muchos borradores y
amagos de estructura y de tono. Pero el libro se fue encargando de ir buscando
su estructura, su ritmo. Flaubert dijo: “La forma sale del fondo como el calor
del fuego”.
¿Cuánto le ayudó su formación poética, con
obras como ‘Voces del barro’, y ser periodista, crítico, cuentista y ensayista?
Todo ayuda en la
hechura de una biografía, que, si bien es un género interminable, imperfecto e
ingrato, es el más omnívoro de todos. Si yo no hubiera leído El capital, sobre
todo el primer tomo, no habría podido escribir en cierta medida El viaje a la
semilla tal y como está. La influencia es subterránea, no solar.
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EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
23 de junio de 2014
TEMAS DEL DIA
El
sobreviviente de
'Crónica
de una muerte anunciada'
Miguel Reyes rememora su historia
de deshonra,
que inspiró a Gabo para escribir la
famosa novela.
Por: Leonardo Herrera Delghams
BARRANQUILLA
Miguel Reyes Palencia recuerda cada instante
de la inmortal noche del 20 de enero de 1951. Foto:
Carlos Capella / EL TIEMPO
A los 92 años,
Miguel Reyes Palencia tiene fresco en su memoria cada instante del episodio que
vivió aquella noche del 20 de enero de 1951 en su natal Sucre (Sucre), cuando,
enceguecido por la rabia y la desilusión, casi estrangula a Margarita Chica
Salas, la mujer que hacía pocas horas le había jurado amor frente al altar.
“Ella pensó que
porque yo estaba borracho no iba a poder cumplirle. Pero, en el momento de la
penetración, supe que era una mujer que había tenido marido; eso lo descubrí enseguida”,
cuenta el hombre al hablar de aquel momento, que inspiró la célebre Crónica de
una muerte anunciada, del nobel de literatura Gabriel García Márquez.
Y recuerda las
palabras de ella. “Miguel, perdóname”, le imploró entre sollozos tras descubrirse
que no era virgen. “Qué perdón ni qué carajos, puta, imbécil”, le gritó él, al
tiempo que le tiraba los cabellos.
Más tarde la lanzó
a los pies de doña Hermelinda, la suegra, y sus cuñados, Víctor y Joaquín
Chica, quienes no podían creer lo que estaba pasando. Y antes de marcharse de
la casa de ellos, ahogado por el odio y el dolor, sentenció: “Ahí la devuelvo
¡por rota!”.
“Son palabras feas,
malucas, como quieran llamarlas, pero eso fue lo que dije antes de que se
desatara la tragedia”, admite Reyes, que no hace mucho esfuerzo para traer del
pasado lo que pasó aquella noche aciaga. “Cayetano”, fue la única palabra que
pudo murmurar Margarita en medio de las cachetadas y golpes que le propinó su
madre, quien, al escuchar el nombre del amante, les pidió a los hijos que
lavaran con sangre el honor de la familia.
El protagonista de
esta historia cuenta que los dos muchachos se armaron con cuchillos de
matarife, decididos a vengar la deshonra de su hermana matando a Cayetano
Gentile, un estudiante de medicina muy querido en el pueblo, hijo de un
inmigrante italiano.
Salieron a la plaza
gritando: “¡Lo vamos a matar, lo vamos a matar!”. La única que en el pueblo no
supo que lo iban a asesinar fue la propia víctima. La noticia corrió por los
techos y se regó por todos los rincones. La policía, alertada por las voces,
reaccionó y desarmó a los hermanos Chica, quienes consiguieron otros cuchillos
para cumplir con su fatal destino.
La muerte de
Cayetano Gentile estaba anunciada, pero los mensajeros no llegaron a tiempo
para alertarlo. Cuando intentaba entrar a su casa, fue sorprendido por los
vengadores, que, sin mediar explicaciones, lo atacaron y destazaron como a un
cerdo.
“Levantó la mano
para parar el primer golpe. El cuchillo le atravesó la palma y luego se le
hundió hasta el fondo en el costado. Todos oyeron su grito de dolor: ‘¡Ay, mi
madre!’.” Así relató Gabriel García Márquez, 31 años después, en su inmortal
Crónica de una muerte anunciada, la historia de Bayardo San Román, el hombre
que devolvió a su esposa en la primera noche de bodas, después de comprobar que
no era virgen.
De niño, el nobel
llegó con su familia a Sucre, donde cursó varios años de escuela. “Gabo era
como un miembro de la familia de la novia. Vivió en esa casa seis meses, cuando
su padre tuvo problemas económicos”, dice Reyes para explicar por qué el
escritor tenía detalles de esa parte de su vida, narrada en el libro en primera
persona. El protagonista de esta historia asegura que García Márquez estuvo en
la boda y celebró con él. “Fue testigo de lo que ocurrió al día siguiente,
cuando no la entregué sino que la boté”, relata. En esa época, anota, la
virginidad era lo más sagrado que una mujer podía entregar en su noche de
bodas.
“Cuando me enteré
de la muerte de Cayetano, le pedí protección a la policía, pues temí que
arremetieran contra mi vida (por eso se fue del pueblo). Lo mismo hizo
Margarita, quien se fue a vivir a Sincelejo”, cuenta.
El viejo Miguel,
que fue vendedor de seguros, vive hoy en una casona del norte de Barranquilla.
Sus recuerdos, recopilados en libretas sobre cuyas portadas diseñó figuras y
letras con recortes de papel, para darles la forma de libros, están siempre a
la mano en su escritorio.
No se cansa de
narrar una y otra vez, con detalles, la trágica historia de Bayardo San Román
(él), Ángela Vicario (Margarita Chica), Santiago Nasar (Cayetano Gentile) y los
hermanos Pedro y Pablo Vicario (Víctor y Joaquín Chica), llamados así por Gabo
en su novela.
En el 2007, Reyes
decidió escribir el libro La verdad, 50 años más tarde, en la que entrega su
versión de los hechos y argumenta que vio unos “errores” en la obra del nobel.
“En él están las palabras exactas que dan origen a la historia”, promociona.
En la obra de Gabo,
afirma, el acto es narrado con tanta dulzura que se pierde la violencia del
novio engañado. “No hubo tales gemelos, quienes solo existen en la imaginación
y la fantasía de Gabriel García Márquez”, añade en su texto, antes de relatar
que los hermanos fueron capturados por la policía y trasladados a la cárcel de
Cartagena, donde Víctor asumió la culpa y dejó sin cargos a su hermano mayor,
Joaquín, quien fue liberado.
“Como escritor,
echó el cuento bien echao, pero solo yo puedo contar las cosas como pasaron
–subraya–. Hay cosas que no debió decir, porque las dijo mal en su
interpretación como escritor y yo reclamaba ese hecho, aunque no era cosa de
otro mundo que afectara nuestra amistad.”
Confiesa que cuando
vio que se acercaba la hora de oficializar el noviazgo con Margarita Chica ante
la familia de ella, decidió romper. “Le dije: ‘Margarita, yo no me voy a casar
contigo’. La muy astuta les contó a los hermanos que estaba embarazada y que yo
me iba a ir del pueblo. Me cogieron y advirtieron: ‘Se casa o se muere. Escoja’
”, cuenta. Le dieron 15 días de plazo para que resolviera.
Reyes les dijo que
él no había deshonrado a su hermana. “Mátenme”, les pidió, pero su madre lo
convenció de que accediera. “Yo no necesito un hijo muerto y soltero, prefiero
uno vivo y casado”, le dijo su hijo, quien ya tenía relación con quien más
adelante formalizaría un hogar y sería la madre de sus 12 hijos. Después de
hablar con su mamá, habló con la familia Chica y anunció su decisión de
casarse.
La demanda a Gabo
Trece años después
de la publicación de Crónica de una muerte anunciada, Reyes acudió al juzgado
noveno civil del circuito de Barranquilla e interpuso una acción judicial
contra Gabo, para exigir una indemnización, no solo por el libro, sino también
por la película sobre la historia, que fue rodada en Mompós (Bolívar), bajo la
dirección del italiano Francesco Rossi.
El demandante
exigía el 50 por ciento de los beneficios económicos que la historia le reportó
al nobel. Para comprobar que era Bayardo, aportó como pruebas los testimonios
de testigos de su matrimonio y de otras personas que residían en Sucre en
aquella época.
Reyes argumentó que
García Márquez no lo consultó ni le solicitó permiso para que su vida fuera de
conocimiento público, lo que, según él, suponía una violación de sus derechos
fundamentales a la intimidad y la honra.
“Como se estaba
llenando de tanta plata, le dije: ‘¡Epa, ven acá! Tú me puedes dar algo a mí,
porque yo colaboré contigo’. Y Gabo me dijo: ‘Estudiamos, estudiamos’ ”,
afirma. Hoy asegura que su abogado se precipitó al presentar la demanda y que
lo dejó solo cuando el proceso iba por buen camino. “No tuve dinero suficiente
para mantener la reclamación y se archivó”, se lamenta.
La semana pasada,
la Gobernación del Atlántico le rindió honores. “Este inmerecido homenaje lo
acepto porque entraña la esencia misma de admiración a la obra viva de nuestro
nobel”, manifestó en el acto.
Por esa admiración,
Reyes cuenta una y otra vez la historia de Bayardo San Román. Para él, esa es
la única forma en que se puede mantener vivo a Gabo: “Leyendo y contando su
obra”.
Así, como apunta el
escritor Santiago Gamboa, podrán pasar 300 años de Santiago Nasar y su muerte
anunciada, pero serán una de las pocas cosas de nuestra época que aún estarán
vivas.
El ‘Doctor Gere-Gere’
Miguel Reyes
recuerda que Gabo llegó de niño a Sucre y se incorporó al grupo de muchachos
del pueblo. “Volábamos cometas y jugábamos; lo único que no le gustaba era
pelear”, cuenta. García Márquez también era amigo de Cayetano, el estudiante
asesinado. “Éramos cucarachos del mismo calabazo”, asegura Reyes, quien no
olvida que aquel niño era muy dado a contar historias. “Dejábamos de patear
bola por escuchar los cuentos de Gabo”, dice.
Según él, los
muchachos lugareños apodaron el ‘doctor Gere-Gere’ al futuro nobel. “No sé por
qué, pero así le decíamos”, concluye.
** ** **
LA CRONICA DEL QUINDIO
Armenia - Quindío – Colombia
22 de Junio de 2014
El
poeta Gabriel García Márquez
El nobel se divertía como estudiante
universitario declamando
un disparate de José Manuel
Marroquín
Por Harold Alvarado Tenorio
Hijo de un
telegrafista y de la hija de un coronel que participó en la Guerra de los Mil
Días (1899-1903), Gabriel García Márquez (Aracataca, 1927-2014), por causa de
la pobreza fue criado por una tía de su madre, Francisca Simodosea, asediado
por los recuerdos de sus parientes. Su padre, además, tocaba el violín y había
sido partero y farmaceuta, cuando no improvisaba décimas, romances y sonetos
para las fiestas de la familia o los eventos políticos.
Al morir su abuelo
le llevaron a Barranquilla a concluir la primaria y se sabe que en el colegio
jesuita donde hizo los primeros años de bachillerato improvisaba cuartetos y
sátiras, tanto como recordar en Vivir para contarla como un par de curas le
regañaban o le invitaban a publicarlas en las revistas del plantel. Fue así
como se vinculó a un grupo de admiradores de Eduardo Carranza, comandados por
un gurrumino alto y melenudo llamado poéticamente César Augusto del Valle.
Luego y gracias a una bolsa de estudios en Zipaquirá, un remoto pueblo de los
Andes, se graduó de bachiller mientras se intoxicaba con la más horrenda poesía
que declamaban los colombianos de entreguerras y con el seudónimo de “Javier
Garcés” escribía sonetos piedracielistas.
Recitador de
disparates
Luego asistiría a
ciertas clases de derecho en la universidad Nacional, donde se divertía declamando un disparate de
José Manuel Marroquín [1887-1908], presidente de Colombia entre 1900-1904, alias
El Usurpador, por haber depuesto a Manuel Antonio Sanclemente, durante cuya
administración se libró la Guerra de los Mil Días y se perdió Panamá. El texto
comenzaba:
Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos
gallan,
Ahora que albando la toca las altas suenas campanan;
Y que los rebuznos burran y que los gorjeos pájaran
Y que los silbos serenan y que los gruños marranan
Y que aurorada rosa los extensos doran campan,
Perlando líquidas viertas cual yo lágrimo derramas
Y friando de tirito si bien el abraza almada,
Vengo a suspirar mis lanzos ventano de tus debajas.
De regreso a la Costa
El asesinato de
Jorge Eliecer Gaitán y las persecuciones desatadas el 9 de abril de 1948 le
llevaron entonces a Cartagena de Indias, los veinte meses que trabajó a las
órdenes de Clemente Manuel Zabala (San Jacinto, 1921-1963), un radical que
había sido secretario del general Benjamín Herrera y delegado a congresos
obreros, y quien parece le enseñó los rudimentos del periodismo moderno.
En esa Bogotá de
hielo y desolación, solo la poesía le había acompañado: “Cuando terminé el
bachillerato y me fui a Bogotá, confesó a J.G. Cobo Borda en 1981, mi diversión más salaz era meterme en los
tranvías de vidrios azules que por cinco centavos giraban sin cesar desde la
Plaza de Bolívar hasta la Avenida de Chile, y pasar en ellos esas tardes de
desolación que parecían arrastrar una cola interminable de muchos otros
domingos vacíos. Lo único que hacía durante los viajes de círculos viciosos era
leer libros de versos y versos y versos, a razón quizá de una cuadra de versos
por cada cuadra de la ciudad, hasta que se encendían las primeras luces en la
lluvia eterna, y entonces recorría los cafés taciturnos de la ciudad vieja en
busca de alguien que tuviera la caridad de conversar conmigo sobre los versos y
versos y versos que acababa de leer.
A veces encontraba
alguien, que era casi siempre un hombre, y nos quedábamos hasta pasada la
medianoche tomando café y fumando las colillas de los cigarrillos que nosotros
mismos habíamos consumido, y hablando de versos y versos y versos, mientras en
el resto del mundo la humanidad entera hacía el amor.”
“Es difícil
imaginar, agrega en sus memorias, hasta qué punto se vivía entonces a la sombra
de la poesía. Era una pasión frenética, otro modo de ser, una bola de candela
que andaba de su cuenta por todas partes. Abríamos el periódico, aún en la
sección económica o en la página judicial, o leíamos el asiento del café en el
fondo de la taza, y allí estaba esperándonos la poesía para hacerse cargo de
nuestros sueños”.
La incomunicación en Cien años de Soledad
El asunto central
de Cien años de soledad (1967), su más conocido poema, es la incomunicación. En
Macondo, tierra de lo posible, no existe la solidaridad y trato entre los
hombres. Macondo es una Arcadia donde triunfan la muerte y la violencia. Un
pueblo habitado por sabios aislados y vidas anacrónicas cuyos símbolos son José
Arcadio Buendía, el vidente atiborrado de proyectos que termina junto a su
difunto enemigo Prudencio Aguilar; Úrsula Iguarán, que confunde el presente y
el pasado y es una muñeca que divierte a sus tataranietos, abandonada por la
realidad de la que había sido su único médium; Aureliano Segundo que
despilfarra su vida y la de su concubina mientras cubre con billetes de banco
las paredes de las habitaciones, bebe ríos de brandy y baila, hasta la misma
vejez, una eterna cumbiamba que apenas apacigua el diluvio universal; Remedios,
la bella, que vaga por el desierto de la soledad hasta cuando asciende en
cuerpo y alma al cielo; Meme, muda desde el día que su madre la llevó a un
convento de tierra fría para que diera a luz el hijo de Mauricio Babilonia, y
Aureliano Babilonia, un adolescente que ignora el presente pero sabe todo sobre
el hombre del Medioevo. El amor, al final de la novela, derrota la soledad
cerrando el círculo maléfico del incesto, maldición y destino de la familia.
Pero quien ha
narrado la historia es el coronel Aureliano Buendía, que entre los avatares de
las guerras compone en versos rimados sus encuentros con la vida y la muerte
[“Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquiades, en las
paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios en el
aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de
las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el
vapor del pan al amanecer”] y ya cerca del final, quema, con el baúl de los
poemas “la historia misma de la familia, escrita por Melquiades, hasta en sus
detalles más triviales, con cien años de anticipación. La había redactado en
sánscrito, que era su lengua materna, y había cifrado los versos pares con la
clave privada del emperador Augusto, y los impares con claves militares
lacedemonias”, porque gracias al misterio de la poesía “no había ordenado los
hechos en el tiempo convencional de los hombres sino que concentró un siglo de
episodios cotidianos, de modo que todos coexistieran en un instante”.
Culminan los estragos de la soledad
El general en su
laberinto fue la culminación de una saga sobre los estragos de la soledad del
poder, el amor y el absurdo de la gloria que había comenzado con El coronel no
tiene quien le escriba, la historia del viejo militar que sin tener con que
comer libra su última batalla por la vida de un gallo, prolongada en Aureliano
Buendía y sus treinta y dos batallas perdidas en Cien años de soledad, y el
viaje hacia los tenebrosos dispositivos del totalitarismo en El otoño del
Patriarca, porque como había consignado en su gran novela:
“Todo lo escrito en
ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes
condenadas a Cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la
tierra.”
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