Publicamos la nota siguiente por cortesía de su autor
a quien damos
nuestros agradecimientos
BLOG DE GUSTAVO ARANGO
Oneonta – N.Y. – U.S.A.
Julio de 2014
El despertar de las
bellas durmientes
Tras la muerte de Gabriel García Márquez, la ex modelo y
actriz brasilera Silvana de Faria descubrió que su encuentro fugaz con el autor
colombiano se convirtió en literatura. Silvana aún no sale del desconcierto que
le inspira ese mensaje que permaneció escondido mucho tiempo entre las líneas
de un cuento peregrino.
Por
Gustavo Arango*
“Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”,
pensé,
cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona,
mientras
yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en
el
aeropuerto Charles de Gaulle de París.
Gabriel García Márquez, “El avión de la bella durmiente”.
Hace tres meses, cuando el mundo se inundó con
la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez, Silvana de Faria sintió que
despertaba de un largo encantamiento. Expresó su tristeza en su página de
Facebook y recordó un encuentro que tuvieron, a finales de 1990, en el
aeropuerto Charles de Gaulle. Su familia y sus amigos reaccionaron incrédulos.
Silvana nunca había dicho que conoció a García Márquez. “Ya viene mi mamá con
sus historias”, dijo Maya, su hija de doce años. Pero pronto empezó a revelarse
que aquel fugaz encuentro también dejó una huella en Gabriel García Márquez.
Silvana de Faria con su nieta Ayla.
Para convencer a los suyos de que no mentía,
Silvana trató de buscar en internet alguna prueba de que García Márquez estaba
en París por los días en que ella situaba su recuerdo. Así encontró “El avión
de la bella durmiente”:
“Era bella, elástica, con una piel tierna del
color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el cabello liso y negro y
largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo mismo podía ser de
Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil: chaqueta de
lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo, y
unos zapatos lineales del color de las bugambilias".
Al principio, Silvana no podía creer lo que
leía. La descripción de sus rasgos y su atuendo era precisa. Recordaba bien la
blusa y los zapatos rojos de Kenzo que llevaba aquel día. Pero eso no era todo.
Dispersa entre las líneas de ese cuento estaba la conversación que sostuvieron
mientras el caos del aeropuerto se solucionaba. “Es un vampiro”, pensó. “Lo
estaba absorbiendo todo”. La historia en general tenía poco que ver con lo
ocurrido. Silvana pensó que la escena del avión debía corresponder a otra
experiencia, a otra mujer. Pero estaba segura de que Gabo -como él le pidió que
lo llamara- le había enviado un mensaje, la había complacido en su pedido de
que le escribiera un cuento. Lo triste era que el mensaje le había llegado
tarde.
Desde entonces Silvana no ha parado de volver
a ese recuerdo. Ha leído y releído “El avión de la bella durmiente” en todos
los idiomas que conoce. Ha descubierto que el relato tuvo una versión temprana
que prefigura el encuentro (una columna de prensa publicada en 1982). Se ha
vuelto una experta en aspectos precisos de la vida y la obra de Gabriel García
Márquez.
Buscando respuestas, Silvana también ha
empezado a aceptar la atención de los medios. La fama no le interesa para nada.
Dice que hace tiempo tuvo sus quince minutos de fama y que no quiere un minuto
más. Pero tiene la esperanza de encontrarse con respuestas, claridades, que le
ayuden a entender ese raro episodio en que se ha visto involucrada.
La
mujer de las selvas
Silvana nació en Acre, un pueblo del Amazonas
brasilero, cerca de las fronteras con Perú y Bolivia. Sus abuelos caucheros
tuvieron una enorme fortuna. Eran dueños de embarcaciones y de enormes casonas
en la selva. En 1910, cuando nació su padre, la fortuna familiar empezaba a
declinar. Las compañías internacionales se habían llevado las semillas de
caucho a Malasia, donde la explotación y el transporte eran más fáciles, y la
abuela de Silvana terminó de criar a sus hijos vendiendo las joyas de sus
antepasados. Hace cincuenta años, cuando nació Silvana, ya todas las riquezas
se habían evaporado.
La familia se mudó a Belém, al norte del
Brasil, y Silvana creció con el sueño de vivir en París. Quería ser profesora,
investigar, escribir libros. Pero sus padres no tenían recursos para enviarla.
En 1984, un golpe de suerte le permitió a Silvana conocer al director inglés,
John Boorman, quien le dio un papel pequeño en la película Emerald Forest. Con
lo que le pagaron, compró el tiquete de avión. Tenía veinte años cuando llegó a
París con la intención de estudiar Historia del Arte en la Sorbona.
Gracias a su belleza exótica, Silvana encontró
trabajos de actuación y modelaje que le ayudaron a sobrevivir y a pagarse los
estudios. También tuvo una incipiente carrera como cantante. Tenía la ilusión
de ingresar a la exigente Ecole du Louvre, pero le resultaba muy difícil
estudiar y trabajar. El cansancio la abrumaba, pasaba mucho tiempo de un lado
para otro, viajando en el Metro y
viviendo en casas de amigos o en cuartos alquilados. Al final, se enamoró del
director francés Gilles Behat, quedó embarazada y se alejó de los estudios. Su
hija, Oona, tenía siete meses cuando Silvana conoció a García Márquez.
Silvana tenía veintiséis años y se sentía
descontenta con su vida. Su esposo había pensado que una visita de sus padres
podría ser beneficiosa. Aquel día de octubre de 1990, Silvana había ido a
recibirlos. Cuando llegó, el aeropuerto estaba cerrado por mal tiempo y el
terminal parecía un refugio para náufragos.
“Gentes de toda ley habían desbordado las
salas de espera, y estaban acampadas en los corredores sofocantes, y aun en las
escaleras, tendidas por los suelos con sus animales y sus niños, y sus enseres
de viaje. También la comunicación con la ciudad estaba interrumpida, y el
palacio de plástico transparente parecía una inmensa cápsula espacial varada en
la tormenta. No pude evitar la idea de que también la bella debía estar en
algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa fantasía me infundió
nuevos ánimos para esperar”.
Silvana no consigue precisar quién de los dos
llegó a ocupar la única silla disponible. Lo cierto es que quedaron uno al lado
del otro y que se entendieron de inmediato. Silvana pensó: “Que homem
Simpático”. Tenía un aire elegante, olía bien, le pareció italiano. Cuando
sonrió, Silvana pensó que tenía bonitos dientes.
Monólogo
de la bella
“Me encanta la gente con dientes bonitos. Yo
misma estoy obsesionada con los dentistas. Así que me gustó su sonrisa. Había
leído Cien años de soledad -que me encantaba, lo leí muchas veces cuando vivía
en Brasil- y El amor en los tiempos del cólera, pero no lo reconocí cuando lo
vi en el aeropuerto. En aquel tiempo no existía el internet y uno leía los
libros sin pensar mucho en la cara que tenían sus autores. Yo estaba esperando
a mis padres, que venían de Brasil. No recuerdo muy bien la ropa que él
llevaba. Tal vez tenía un chaleco de tartán. Me conmueve pensar en todo eso. No
digo que yo sea su “inspiración”, porque no puedo probarlo. Es por eso que ando
en busca de respuestas en quienes lo conocieron. Lo único que tengo es la
poderosa sensación de que él estaba coqueteando conmigo y, cuando leí la
historia, me dije: “Aquí hay un mensaje para mí”. De eso estoy segura.
“En ‘El avión de la bella durmiente’ nada
ocurre como en nuestro encuentro, pero todo está ahí como subtexto: lo que le
conté sobre mi vida, lo que hablamos del amor, de intuiciones que se vuelven
realidades, de los signos del zodiaco. Al final, por ejemplo, encuentro una
alusión. Él me había pedido que le contara mi vida y yo le hablé de mi infancia
en Acre, el pueblo de las selvas del Amazonas donde nací. Le hablé de mis
antepasados, de la modesta casita de madera donde vivía con mi familia. La
versión final del cuento, la que incluyó en el libro publicado en 1992, termina
con la frase: ‘... y desapareció hasta el sol de hoy en la amazonia de Nueva
York’.
“El tema de los signos del zodiaco le
interesaba. También la frase ‘¡Por qué no nací Tauro!’ fue agregada para la
versión final de su relato y pienso que es otra alusión a lo que hablamos. Yo
le había dicho que elegí vivir en París por mi signo del zodiaco. Le dije que
yo era Leo y no puedo evitar encontrar un reflejo de esa respuesta en los
“trancos de leona” y en los jardines “devastados por leones”. También le dije
que mi ascendente era Tauro y mi descendente Escorpión, pero que éste no me
gustaba por el temperamento fuerte. Él me dijo que era Piscis, pero que quería
ser Tauro. ‘¿Piscis?’, le dije, y me reí. Le conté que mi madre también
era Piscis, que las personas de ese
signo eran muy amables y que su problema era que siempre querían hacer felices
a los demás.
“La referencia sobre el amor a primera vista
también es una señal. Cuando me preguntó cómo era mi vida en París le dije que
estaba allí por culpa del amor a primera vista. Pero no entré en detalles. No
quise decirle que estaba casada, porque pensé que eso lo haría sentirse
incómodo. Yo había notado que me estaba coqueteando y que era un hombre tímido.
Pensé que era frágil e inseguro. Me hizo muchas preguntas, pero no me preguntó
si era casada. Así que lo dejé que adivinara. En aquel tiempo no sabía si
quería seguir viviendo en París o marcharme a otro lado. Amaba al padre de mi
hija, pero había muchos celos. Era muy posesivo y a mí me encanta hablar con
todo el mundo. Hablar es mi deporte preferido.
“Yo soy como un imán. Me he encontrado en la
vida a muchos de mis héroes. No necesito viajar mucho, porque es como si ellos
vinieran a mí. Aquel encuentro con Gabo fue fascinante. Al principio nos
saludamos en francés. Después, él me dijo que era de Colombia y que hablaba español.
Tuvimos una divertida discusión sobre si se decía español o castellano. Yo le
dije que podía entenderlo si me hablaba despacio, pero que yo hablaría francés
o portuñol. Le hizo gracia la palabra portuñol. No parábamos de hablar.
Hablamos sobre el amor, sobre literatura, sobre las coincidencias, sobre el
café de Brasil y el de Colombia, sobre cosas que uno a veces imagina y que
luego se vuelven realidad.
“Es divertido. Le pregunté muchas veces si iba
a viajar y nunca me respondió. Siempre que quise saber algo personal, me
respondía con otra pregunta. No llevaba equipaje, por eso presumo que no iba a
ningún lado. Sólo después de mucho preguntarle me dijo que estaba esperando a
su hijo. Pero no me dio más detalles.
“Cuando por fin lo reconocí me sentí muy
disgustada. Estaba furiosa con él, por no haberme dicho quién era, y conmigo,
por haber hecho unos comentarios desobligantes sobre La bella palomera, la
película de Ruy Guerra basada en uno de sus libros. Habíamos estado hablando de
cine, yo le había contado de mi experiencia como actriz de cine y televisión, y
fue él quien me preguntó si conocía a Ruy Guerra. Le dije que claro que conocía
su trabajo. Ruy Guerra es de Mozambique, pero las películas que lo hicieron
famoso fueron hechas en Brasil. Le dije que hacía poco había visto esa película
y él me preguntó si me había gustado. ‘Más o menos’, le respondí. Le dije que
no me había gustado el tratamiento que Guerra le había dado a la historia de
Gabriel García Márquez. ¿Te imaginas? Yo no tenía idea de con quién estaba
hablando. Le dije que el casting estaba equivocado, que la chica estaba bien,
que era bonita, y lo mismo el esposo, pero que el amante no tenía presentación.
Le dije que como mujer no podía imaginar por un minuto que la bella palomera
pudiera enamorarse de ese hombre. Yo no paraba de hablar y hablar y
hablar. Le dije que me gustaba Eréndira,
la primera película de Ruy Guerra, porque estaba llena de poesía. Le dije que me encantaban
Irene Papas y la protagonista, Claudia Ohana, pero que, con La bella palomera,
Guerra había hecho un mal trabajo. Hablé mal de la escenografía, de los
problemas del doblaje. Me dediqué a analizar toda la película y él se limitaba
a escucharme. Dios mío, soy terrible. Me hacen una pregunta y no paro de
hablar. Eso me pasó en el aeropuerto. Dije que la escena donde Bella camina con
la sombrilla era una copia de una escena de La hija de Ryan, de David Lean.
Dije que tenía la impresión de que Ruy Guerra no tenía dinero para hacer la
película, que el set olía a viejo, no por que la historia lo exigiera sino por
la improvisación, porque usaron lo que tenían a la mano. Soy una persona
apasionada. Amo el cine, me tomaba muy en serio lo que decía y él seguía
escuchando mi crítica alocada. Por eso me sentí tan mal, al final del día,
cuando lo reconocí. Quería morirme. Trató de defender a Ruy Guerra y yo me
burlé de él. Le dije: ‘Sí, claro. Tenías que ser Piscis’.
“Las horas pasaban y nosotros hablábamos como
viejos amigos. El caos del aeropuerto no importaba para nada. Yo me había
olvidado de que esperaba a mis padres. Disfrutaba de manera absoluta de la
conversación. Él es de ese tipo de personas que miran a los ojos cuando te
hablan. Tiene unos gestos con las manos y los brazos que son muy agradables…
quiero decir, era...tenía. Pobre Gabo, me da pena y tristeza pensar que está
muerto.
“Sólo supe quién era poco antes de
despedirnos. Fue al final de la tarde.
La calefacción del aeropuerto era muy alta y decidimos buscar agua. Seguimos
hablando y caminando. Me encantaba su compañía y su coquetería. Era apuesto y
no tenía la actitud de macho de la mayoría de los latinoamericanos. Después de
mucho preguntarle qué hacía, me dijo que era periodista. Entonces, de repente,
tuve la revelación.
“‘¡Yo te conozco!’, exclamé en voz alta y creo
que todos en el aeropuerto me escucharon. ‘Mi madre me regaló O Amor nos Tempos
da Cólera y tu fotografía está en la contraportada’.
“Él me dijo: ‘Y la foto, ¿me hace justicia?’,
o algo por el estilo.
“Yo no podía creerlo. Le dije: ‘Vanidad de
vanidades, dijo el predicador, todo es vanidad’. Es una frase que mi madre
siempre dice, creo que es del Eclesiastés.
“Me sentía furiosa y me alejé. Pero él siguió
detrás de mí, me tomó del brazo y me detuvo. Me preguntó por qué estaba enojada
y me pidió que me calmara. Le dije que si hubiera sabido quién era no habría
dicho todo lo que dije. ‘¿Quién soy yo para criticar a Ruy Guerra?’
“Yo no quería estar ahí. Me sentía
avergonzada. Dije que lo sentía y que tenía que irme. Pero él siguió caminando
a mi lado. Nunca dejó de ser amable y educado, pero mi reacción fue
convirtiendo todo aquello en una especie de novelón mexicano. ¿Te imaginas?
Parecíamos una vieja pareja discutiendo en el aeropuerto. Yo me sentía una
idiota. Traté de calmarme, mientras él seguía tomándome del brazo. En aquel
tiempo yo era muy delgada. Era como una ramita en sus manos. Le dije que lo
sentía y que tenía que irme. En ese momento pude ver a mis padres a través de
los cristales. Me pidió una agenda que yo llevaba en la mano y me dijo: ‘Ya sabes
mi nombre. Pero, para ti, soy Gabo’. Escribió su teléfono, su número de fax y
su dirección postal en México. Me dijo: ‘Me vas a escribir, cierto? Escríbeme,
por favor’.
“Yo le dije: ‘Sólo si me escribes un cuento’,
y agregué: ‘Un cuento... y un guión de cine’. “Él me miraba de cerca y le dije:
‘Gabo, estoy bromeando’. Entonces nos despedimos como los franceses, con un
beso en cada mejilla.
“Cuando ya me alejaba, su voz me alcanzó: ‘¡No
me dijiste tu nombre!’ Le respondí: ‘No te lo diré. Tú no me dijiste quién
eras. Eres un mentiroso’. Pero volví a acercarme: “Mi nombre es Silvana”. Dijo:
“Silbana”, como quien dice ‘banana’, y me reí de su pronunciación. ‘Silvana’,
le dije. Volvió a decir ‘Silbana’. Entonces le dije: ‘Esta bien, para ti seré
SilBana’.
“Después de reunirme con mis padres, me volví
a buscarlo en la distancia y vi que estaba hablando con una mujer alta, de
cabello oscuro, que todo el tiempo estuvo
sentada cerca de nosotros. La reconocí hace unos meses, cuando vi los
reportes de televisión y comprendí que era la Gaba”.
El
e-mail de la bella durmiente
La última vez que vi a Gabriel García Márquez
fue en diciembre de 1997, durante un taller de narración periodística, en
Barranquilla, y en casa de su madre, en Cartagena. Pero seguí encontrándolo en
los laberintos de los sueños. Hace diez días volví a soñar con él. Esta vez tenía cuerpo de niño y dormía,
incómodo y con los pies en el aire, sobre algo con aspecto de sofá. Me acerqué
a acomodarlo y lo cubrí con una manta. A la mañana siguiente encontré el primer
mensaje de Silvana de Faria.
Silvana había leído en mi blog una crónica
sobre el taller de narración en Barranquilla. La había encontrado porque hacía
referencia a “El avión de la bella durmiente”. Agradecía de antemano la
información que yo pudiera darle sobre ese relato.
En el taller de narración, García Márquez
había dicho que nada en ese cuento era inventado: “Cuando la mujer subió al avión y se sentó a
mi lado, me quedé pasmado. Yo no he visto nada igual. Antes de que el avión
despegara se tomó una pastilla, se cubrió los ojos y durmió todo el viaje. Yo
viajé sin moverme y casi sin respirar. Sólo cambió de posición una vez. Es
indescriptible la belleza de esa mujer. Al llegar la estaba esperando un
ejecutivo con unas rosas. Sólo supe su apellido: Mrs Warren”. Era evidente que
García Márquez seguía pensando en la mujer. “Qué tal que haya leído ese cuento
y nunca sepa que era ella”. Podría decirse que en ese comentario latía la
esperanza de que se manifestara. También en el taller de narrativa García
Márquez había hablado de su descontento como Piscis: “Mejor me voy para Tauro”.
Cuando le respondí lo que sabía, Silvana me
habló del encuentro en el aeropuerto Charles de Gaulle y me dijo que tenía la
certeza de que García Márquez le había enviado una señal. Así empezó a contarme
su historia.
Me habló de su infancia en el Amazonas, de su
sueño de viajar a París, de las fortunas e infortunios que le trajo su belleza
y de los hombres que quisieron comprarla. Tras una relación difícil con el
padre de Oona, su hija mayor, Silvana decidió dejar París y mudarse a Londres,
en 1994. Allí conoció a su segundo esposo, el músico Martin Ditcham, con quien
tiene una hija de doce años llamada Maya. Silvana decidió hace mucho tiempo
abandonar la actuación, la música y el modelaje para dedicarse a su familia.
Ahora es una hermosa abuela de cincuenta años, llena de fortaleza y de
espiritualidad. Todos los días se levanta a las cuatro a meditar. Cree en las
intuiciones y en lo sobrenatural. Admite con resignación que ella misma es como
un imán. Eso explica los encuentros mágicos que ha tenido con sus héroes de
juventud. No sólo tiene historia con García Márquez, sino también con el
cantante de Led Zepellin, Jimmy Page -su ídolo desde que tenía nueve años-, con
Eric Clapton y con el parlamentario laborista Tony Benn. Silvana le debe a Tony
Benn su ocupación más reciente. Desde hace unos años, se ha dedicado a producir
documentales de apoyo a la causa palestina. En marzo pasado, la muerte de Benn,
a los 89 años de edad, la afectó muchísimo. Un mes más tarde, la muerte de
Gabriel García Márquez terminó de devastarla.
Silvana habla más que perdido cuando aparece.
Por los días en que empezó a contarme su historia estaba a punto de salir una
nota en Newsweek Europa, escrita por el hermano de una amiga suya, el novelista
y crítico inglés Nicholas Shakespeare. Silvana estaba inquieta y asustada. Fue
difícil que aceptara posar para unas fotos que ilustrarían el artículo.
Nicholas Shakespeare -un remoto pariente del
afamado William- ha venido preparando a
Silvana para el exceso de atención y las polémicas que puedan generarse.
También le ha ayudado a entender el mensaje misterioso que García Márquez le
dejó entre líneas. Tiene incluso la sospecha que hay algo de Silvana en algunos
pasajes de Memorias de mis putas tristes.
García Márquez insistió mucho en que no había
una sola línea de su obra que no estuviera inspirada en la realidad. La
historia de Silvana parece una parte mínima de los muchos secretos que guardan
sus libros. Quizá algún día sepamos quién fue la misteriosa Mrs. Warren que
dormía en el avión. Pero nunca sabremos cuántas bellas durmientes habitan ese
cuento y jamás conoceremos la totalidad de los secretos que, con marcas de
agua, dejó García Marquez. Por lo pronto, hemos tenido el privilegio de
encontrar el origen de unas frases enigmáticas en uno de sus cuentos
peregrinos.
Escrito
en las estrellas
“Todo esto es muy extraño”, dice Silvana por
Skype, mientras juega con su nieta. “No se me ocurre otra palabra para
definirlo. La descripción que él hace en su nota de prensa de 1982 corresponde
a lo que yo llevaba cuando nos encontramos en octubre de 1990. Nicholas me ha
dicho que cuando nos encontramos García Márquez estaba recorriendo Europa,
visitando lugares, recordando ambientes, para su libro Doce cuentos peregrinos.
A veces he pensado que fue al aeropuerto porque tenía la certeza de que iba a
encontrarme. Lo imagino buscando los zapatos rojos.
“Cuando Nicholas ofreció mi historia, hubo
muchas revistas y periódicos interesados. Yo no quiero ser célebre. Sólo quiero
entender. Me resulta un misterio que la Gaba hubiera estado cerca de nosotros
todo el tiempo y que no hubiera intervenido. Era evidente que su esposo
coqueteaba conmigo. He pensado que su relación podía ser un poco como la de mis
padres. Mi madre siempre supo que mi padre tenía amantes, pero ella no se
preocupaba. Decía: “Él siempre va a regresar”. Poco antes de la publicación en
Newsweek, Nicholas me advirtió que debía prepararme para que me dijeran que soy
una oportunista y que mi historia es inventada. Yo le dije que la Gaba podía,
si quería, dar fe de la veracidad de mi relato. Pero descartamos la idea de
contactarla”.
¿Cómo
explicas que no lo hayas buscado en todos estos años, que ni siquiera hayas
vuelto a leer sus libros?
“No sé. No me lo explico. Tal vez, después de
todo, estuve dormida todo este tiempo. Yo tenía miedo de él. Sabía que estaba
interesado en mí. Pensé que, si le escribía o lo llamaba, eso querría decir que
también yo estaba interesada. Pero no era así. Al menos, no de ese modo. Creo
que fui orgullosa. Pensé que era como todos los hombres: ‘Se cree que puede
tenerme’. Imaginé que, si nos veíamos, vendría la invitación a la cama,
disfrazada de invitación a tomar café. Pensé que vendrían las palabras de amor
y el ofrecimiento de la luna y las estrellas. Lo admiraba mucho. No quise
arriesgarme a una situación en la que tendría que decirle que el dinero no
puede comprarlo todo.
“No lo busqué. No volví a leer sus libros. No
le dije nada a nadie de mi encuentro con él porque siempre pensé que era un asunto
muy mío y no había que andar proclamándolo. Pero me impresionó mucho la noticia
de su muerte. Me sentí muy triste y apenada. Escribí en mi página de Facebook
que tenía un recuerdo muy especial con él. Así empezó todo. Después no ha
habido forma de detener las cosas.
“Ahora mismo estoy a punto de abrir un Coffee
Shop aquí en Kensington, porque de alguna manera hay que ganarse la vida.
Quiero ganarme la vida vendiendo café y sánduches. Me alegra haberte encontrado
antes de que empezara el ruido, porque en adelante no pienso hablar con nadie.
“Tengo un dossier completo que he venido
llenando a lo largo de estos meses. He encontrado en los textos de Gabo
detalles que ni los académicos han notado. Hay que ver la cantidad de tonterías
que dicen los académicos. Entre lo que he encontrado me llamó mucho la atención
algo que dijo un amigo de Gabo, Álvaro… no recuerdo el apellido, quien dijo que
Gabo era un visionario, que muchas veces, en sus escritos o en lo que decía,
anunciaba cosas que después pasaban.
“Pienso que, aquel día, él ya sabía que íbamos
a encontrarnos. Lo sabía desde años atrás, cuando describió el vestuario que yo
tendría. Todo eso me asusta y me maravilla.
“Después de saludar me preguntó si creía en
las coincidencias.
“Le respondí que todo estaba escrito en las
estrellas”.
*Gustavo Arango
Associate Professor
Dept. of Foreign Languages and Literatures
SUNY Oneonta
Autor del libro Un
ramo de nomeolvides
** ** **
CROMOS
Bogotá – Colombia
12 de Junio de
2014
Juanes, un fiel amante de Gabo
El colombiano aseguró que fue gracias a la
magia de Cien años de soledad que la cultura colombiana se conoció en todo el
mundo.
El polifacético Juanes nunca ha ocultado que la
originalidad narrativa del autor de Cien años de soledad ha sido una de sus
grandes referencias a la hora de componer sus propias canciones. Por ello, no
sorprende que el paisa haya querido rendir un tributo al legendario Gabriel
García Márquez destacando que su legado ha transmitido una imagen muy positiva
de Colombia en todo el mundo.
«La pérdida de Gabriel García Márquez ha sido
muy dolorosa para todos, porque su legado es una de las cosas que más
atesoramos en Colombia. Sus obras eran hermosas y cambiaron la historia de la
literatura y, por eso, debemos estarle muy agradecidos», aseguró el intérprete.
Entre tanto, y en respuesta a la sugerencia de
que sería él siguiente abanderado en promover la cultura colombiana en el
mundo, Juanes aseveró que « no creo que yo sea lo mejor que tenemos en
Colombia, hay muchos colombianos exitosos por el mundo».
Aunque Juanes mantiene en los últimos tiempos
un perfil público más discreto que en sus primeros años de trayectoria, eso no
le impide seguir causando sensación entre sus fans cada vez que decide recorrer
el mundo para presentar sus nuevas.
Asimismo, el paso del artista por la reciente
entrega de los premios Billboard Latinos no pasó desapercibido, al llevarse a
casa uno de los premios a los que optaba y deleitar a los asistentes con una
emotiva actuación.
** ** **
Deutsche Welle
Berlin –
Alemania
22 de
junio de 2014
ACTUALIDAD
/ Cultura
Literatura
García Márquez, el escritor
cubano
La impronta del colombiano Gabriel García Márquez en el
pueblo
y la cultura de Cuba lo convierte desde su primera visita
a la isla
en un ídolo inolvidable, un símbolo internacional
que los cubanos sienten como propio.
El título no es una confusión, es un hermoso
equívoco que los escritores y lectores cubanos repiten con orgullo. Una
anécdota, de la que existen muchas versiones (el colombiano Luis Fayad, por
ejemplo, contó la suya en un homenaje que recientemente hiciera la embajada de
Colombia en Alemania a García Márquez), refiere que, en un paseo por La Habana
Vieja, “el Gabo” (así le llaman en la isla incluso quienes sólo han leído sus
libros) decidió entrar a una imponente librería en los bajos del Palacio del
Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro. Uno de los custodios, quien
había visto muchas veces por la televisión al colombiano, al verlo entrar lo
saluda con admiración: “Nos honra su visita, señor García Márquez”, a lo cual
responde el recién llegado: “Llámeme Gabriel, hombre, eso de señor no va
conmigo”. Cuando lo ve alejarse, otro custodio, casi un adolescente, le
pregunta a su compañero quién era “ese viejito tan agradable”. La respuesta es
contundente: “Es un gran escritor cubano que vive en Colombia”.
Se impone primero resaltar que García Márquez
en muchas oportunidades comentó que si bien era cierto que en México se sentía
como en casa; que en Colombia, pese a su larga estancia en el exilio, lo
envolvía ese hálito de quien va por caminos que le pertenecen, cada una de sus
estancias o visitas a Cuba adquirían la connotación especial, única, de lo
entrañable. Allí, otro de los cuestionamientos que más lo persiguieron en vida,
estaba su gran amigo Fidel Castro, pero también estaban sus amigos cubanos,
escritores como él, sus colegas fundadores de la Escuela Internacional de Cine
y Televisión de San Antonio de los Baños, y algunos de los periodistas
latinoamericanos con quienes, en la década del sesenta, trabajó en los tiempos
fundacionales de la agencia cubano/latinoamericana Prensa Latina.
La
cubanía adquirida
En un encuentro en México a inicios de los
años noventa, cuando le pregunté porqué cedía siempre sin pensarlo los derechos
de sus libros para distribución exclusiva en Cuba, García Márquez respondió:
“Ustedes los cubanos, además de leer mucho, saben leer bien”, y comenzó a
recordar anécdotas de lectores de sus libros: un campesino de Cienfuegos, al
centro del país, que le escribió para decirle que él tenía una abuela igual a
la Úrsula Iguarán de Cien años de soledad; un obrero de la fábrica de nickel de
Nicaro, en el oriente de la isla, que se le acercó en un evento en La Habana
para comentarle que la historia de su madre y su padre tenía muchas cosas en
común con la de Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los tiempos del
cólera; una estudiante de séptimo grado que le escribió para contarle que la
profesora de historia exigía a los alumnos leerse El general en su laberinto y
que, gracias a ese libro, ella había visto a un Bolívar de carne y hueso más
asequible que el Bolívar de mármol o cobre de las estatuas que normalmente
enseñaban en otras escuelas; o un periodista opositor que, durante una
recepción en la embajada de España, se atrevió a preguntarle si era cierto que
el modelo de dictador para El otoño del patriarca había sido Fidel Castro, a lo
que García Márquez respondió: “¿Y tú qué crees?”, “pues que sí”, contestó el
periodista, “ahí tienes tu respuesta”, dijo entonces el colombiano.
Lo indudable es que los cubanos tuvieron el
privilegio de que cada uno de los libros del nobel colombiano circularan en
Cuba en el mismo momento en que se presentaban en otros sitios del mundo, con
la exclusividad de que las tiradas eran de decenas de miles de ejemplares, a un
costo bajísimo en pesos cubanos, propiciando así que esas novelas ingresaran a
todas las bibliotecas personales de millones de cubanos. Indudable también, por
cotidiana, resultó la presencia del Gabo en la mayoría de las inauguraciones
del más importante evento cultural en la isla: el Festival Internacional de
Cine Latinoamericano de La Habana. Y quienes ya se habían acostumbrado a su
presencia en los eventos literarios internacionales convocados desde Casa de
las Américas en las décadas del 60 y el 70, lo vieron asistir no sólo a eventos
literarios o culturales, sino también a hitos históricos como la celebración de
fechas nacionales encabezadas por su amigo Fidel Castro o como la trascendental
visita a Cuba del papa Juan Pablo II en 1998.
A las enseñanzas que ofreció como profesor en
los talleres de guión cinematográfico a los que asistimos escritores cubanos de
distintas generaciones, y al empuje que internacionalmente le dio a varios de
los más destacados narradores que conoció en la isla, empezando décadas atrás
por el ensayista y novelista Manuel Pereira y terminando con la novelista y
actriz Wendy Guerra, a quien consideraba casi una hija, se suma la ayuda que
concedió a opositores y expresos políticos o escritores disidentes para que
pudieran salir del país, siendo el caso más notable el del novelista Norberto
Fuentes.
Lector apasionado de lo mejor de las letras
cubanas, al conocernos y saber que me había criado en Santiago de Cuba, me
preguntó: “¿Has leído El pan dormido, de Soler?”, refiriéndose a una
imprescindible novela del fallecido escritor santiaguero José Soler Puig, uno
de los grandes novelistas cubanos. “Es una de las más originales novelas que se
han escrito en América Latina”, agregó.
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