7 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 762



EL ESPECTADOR
Bogotá – Colombia
18 de abril de 2014 

La aldea universal
Por: Juan David Ochoa

Fue irónicamente Vargas Llosa, reconocido adversario personal de Márquez, quien redactó la mejor de las críticas a la tronante Cien años de soledad, describiéndola como la historia de un deicidio: el atentado a una realidad junto a sus paradigmas canónicos y sus deidades aceptadas y sus historias repetidas del pasado en que los hombres suponen soportarse sin asombro, destruida por la atmosfera de leyes contrapuestas, donde la amnesia puede convertirse de repente en pandemia y convertir al olvido en otra realidad en que los hombres pueden existir, asombrados en la novedad, y redactándose sus mismas costumbres en sus cuerpos para sobreponerse a la rutina. O donde el viento puede absorber y levantar a Remedios para perderla para siempre entre la historia de la tierra y el cielo, o donde un cuerpo puede reducirse en la vejez hasta la contextura y el tamaño de las pasas, y la sangre puede recorrer en un hilo predeterminado y racional las calles de un pueblo hasta volver, después, al orificio inaugural del muerto.

Toda la historia de un deicidio: la obra de un dios emulada por la rebeldía de otro inventor, que en el final de su obra, decide acabarla sin la tediosa levedad de los finales agónicos, y la suprime en el hambre de un viento que viene de repente a arrastrar con los manteles, los vestidos y los suelos y los nombres de esa estirpe imaginada. Es el recurso de los lugares ficticios para subvertir la insoportable y demasiada realidad, de la que hablaba Eliot, y revocarla en las propias licencias. Lo hizo el también Nobel e influyente reconocido por el propio Márquez, William Faulkner, con su condado imaginario Yoknapatawpha, Onetti con la ciudad de Santa María y Lewis Carrol en su país de maravillas. 

Lugares alternos de la rebelión donde cabe la sátira, la ironía y la alusión, o el simple símil de otra raza o de otra sociedad con otros tedios y revelaciones como pretexto de la representación, el viejo canon de Tolstoi para representar el universo desde el conocimiento exacto de una aldea.

Macondo sobrepasaba el símil y representaba también los intersticios de la guerra de los mil días con la sutileza de un símil con suerte, el folclor y la pirotecnia de su cultura que absorbió desde la lengua de sus tías maternas, entre el sopor del magdalena, cuando narraban las estrambóticas historias del pasado con la naturalidad de una oratoria ancestral. Fue esa lengua natural la que afinó García Márquez sin la pretensión de los recursos forzados. Amaestró la oralidad con el ritmo que afinó, tal vez, escuchando las sinfonías de Bartok y los preludios de Debussy, que repetía mientras sostenía el pulso salvaje de sus páginas entrecortadas por las comas y el vértigo.

El Patriarca, que alguna vez decidió escribir para retar la sentencia de Eduardo Zalamea, en la que aseguraba que no existían en Colombia jóvenes literatos con talento, ha muerto. Las generaciones emergentes, algunas muertas por la influencia brutal de su lenguaje, tienen la estricta obligación de emularlo.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
Sábado 26 de abril de 2014

GENTE
Gabo me dijo: 
'vente conmigo a Cuba
y te presento a Silvio Rodríguez'

Hijo de Galán recuerda cómo, por cuenta del nobel,
terminó siendo testigo de la relación con Castro.

Por Claudio Galán Pachón*

Era junio de 1996. Estaba en medio de exámenes finales del primer año de universidad en París donde me encontraba radicado con mi familia desde el a muerte de mi papá. Una de mis grandes pasiones era la música y en especial la música cubana, que intentaba interpretar en una guitarra que hace poco tiempo una prima me había regalado. No era cualquier guitarra. La había comprado mi papá en Italia en 1974 para el cumpleaños de ella.

Gabriel García Márquez se encontraba en París promocionando su nuevo libro Noticia de un secuestro que narra el secuestro de mi tía Maruja Pachón y de un grupo de periodistas colombianos a manos de Pablo Escobar. Le dijo a mi mamá que quería conocernos a mis hermanos y a mí y nos invitó a los tres a almorzar a un restaurante cerca a Montparnasse.

Pedí choucroute, el típico plato alsaciano a base de repollo cocinado y salchicha. A Gabo le encantó el helado de vainilla. Nos preguntó muchas cosas. Mi hermano Juan Manuel le habló de su proyecto de tesis sobre el Nuevo Liberalismo y él le hizo algunas sugerencias para la investigación. A Carlos Fernando, quien quería en ese momento estudiar derecho, le dijo que para él los primeros años de esa carrera le habían servido mucho, pero que no la había terminado.

Cuando le conté de mi pasión por la música cubana y por Silvio Rodríguez, me dijo: “En una semana me voy para Santiago de Cuba al Festival de la Cultura Caribeña en el que Colombia es el invitado especial. Vente conmigo y yo te presento a Silvio. Lo único que tienes que hacer es llegar a Madrid y de ahí me encargo yo”.

Nos firmó un libro a cada uno y a mi hermano mayor le escribió: “Para Juan Manuel, el día que empezó a escribir su tesis alrededor de una choucroute”, y a mí me puso: “Para Claudio, el de la choucroute”. Como Carlos Fernando no tenía libro, nos llevó a su apartamento y escogió uno de los ejemplares de su biblioteca personal y se lo dedicó. No podía creer que Gabriel García Márquez me estuviera invitando a viajar con él a Cuba. Terminé mis exámenes, empaqué mi guitarra y me fui para Madrid donde me encontré con él y con Mercedes, su esposa, para viajar al otro día a La Habana. Al llegar a La Habana, Gabo me hizo sentir como si fuera un miembro más de su familia. Incluso, le decía a todo el mundo que yo era su sobrino. Me instaló en uno de los cuartos de la casa donde él solía quedarse y al día siguiente viajamos juntos a Santiago.

El vuelo fue en un avión Yákovlev Yak-42 de fabricación rusa de la aerolínea Cubana de Aviación. Cuando Gabo se subió al avión hubo una conmoción y tuvo que entrar a la cabina con los pilotos porque todo el mundo se le acercaba para saludarlo y tomarse una foto con él. Tanto era el acoso de la gente que nunca me atreví en todo el viaje a pedirle que se tomara una foto conmigo para no molestarlo.

Fue la primera capital cubana y la ciudad por donde entraron los primeros esclavos a Cuba y con ellos las fuertes raíces musicales que explican por qué Santiago es conocida como la cuna del son. Allí nacieron figuras como Compay Segundo, Sindo Garay y Eliades Ochoa.

Gabo solo estuvo los dos primeros días del festival y me dejó instalado en el Casagranda, un antiguo y hermoso hotel en el parque Céspedes donde permanecí durante los 5 días del festival.

Silvio Rodríguez no estuvo pero conocí a Compay Segundo y a Totó la Momposina y descubrí a los santiagueros, su historia, su cultura y su comida.

A mi regreso a La Habana, Gabo y Mercedes me esperaban para comer. Revisaban la correspondencia y tenían una montaña de libros para firmar. Les conté sobre mi viaje y me aconsejaron sobre los sitios para visitar en La Habana antes de irme. Gabo me dijo que intentó contactar a Silvio Rodríguez pero que estaba grabando un disco y que había sido imposible comunicarse con él. Ya cuando estábamos a punto de levantarnos de la mesa entró caminando y sin avisar nada menos que Fidel Castro en persona con todo su esquema de seguridad. Vestía su tradicional uniforme verde olivo.

Nos saludó y se sentó junto con Felipe Pérez Roque, quien en ese momento era su asistente personal y tres años más tarde se convertiría en el canciller cubano y el miembro del gabinete más joven con apenas 34 años de edad. Fidel pidió un whisky y se quedó conversando hasta pasada la medianoche.

Según varios relatos hechos por el mismo jefe de Estado cubano, hablar con García Márquez y su esposa era para él “una receta contra las fuertes tensiones” que vivía de manera constante. En esta ocasión, Fidel invitó a Gabo a la celebración de su cumpleaños 70 que era en agosto de ese año y Gabo a su vez le recordó su propio septuagésimo aniversario que era el año siguiente. Fue una conversación amena en la que se evidenciaba la cercanía que existía entre ellos, hablaron de política, literatura, historia y hasta de las cosas más banales.

Cuando Gabo le dijo a Fidel quien era mi papá inmediatamente se acordó de él y de que lo había conocido en la posesión de un presidente latinoamericano. Más tarde recordé que mi papá comentaba con frecuencia ese encuentro en el que, según él, Fidel le dijo que la lucha armada ya no era el camino para América Latina.

También me impresionó Felipe Pérez Roque quien parecía una enciclopedia. Cada vez que hacían referencia a un hecho histórico conocía los detalles e inmediatamente se los describía a Fidel. Al final Castro separó y se despidió diciendo que se iba a trabajar. Gabo, mirándolo de reojo le dijo molestándolo: “Si así te vas a trabajar después de todos estos tragos con razón te salen las leyes como te salen”.

Al día siguiente volvió Fidel a la hora de la comida, esta vez con el vicepresidente Carlos Lage quien, para ese entonces, era la figura más popular del Gobierno después de Castro. Habían convenido un viaje a la casa de huéspedes en los cayos, al occidente de la isla, con Fidel, Gabo, Mercedes, Lage y su familia y unos chilenos cercanos al Gobierno. Fidel me invitó al viaje y me pidió que llevara la guitarra para tocarles y animar el paseo. Le dije que se me había roto una cuerda y que iría a buscar una nueva para tenerla lista. El día del viaje, Carlos Lage llegó temprano con una guitarra. Me la entregó y me dijo: “Aquí te manda Fidel”. Me dio una angustia terrible. Yo era apenas un principiante aficionado y no me sabía muchas canciones, pero lo peor es que no cantaba nada y sin embargo quedé con la responsabilidad de animar el paseo. Cuando llegó el momento y me pidieron que sacara la guitarra pensé que si tocaba algo de Silvio Rodríguez, alguien me acompañaría cantando. Intenté con Ojalá y nada. Seguí con La Maza y tampoco. Cuando Gabo se dio cuenta de mi angustia y de mi incapacidad salió a mi rescate y me pidió que tocara un bolero: Perfidia. Me acompañó cantando y salvamos la patria. La casa de los cayos tenía una piscina de agua salada, una playa cristalina y, como muchas cosas en Cuba, parecía haberse quedado congelada en la década del 60. Durante todo el paseo intenté hacerme una foto con Gabo ycon Fidel, pero había llevado una cámara desechable que ya no tení afotos.

***

Dos semanas más tarde sonó el teléfono en nuestra casa en París. Era un funcionario de la Embajada de Colombia quien estaba con Silvio Rodríguez y me lo pasó. Le habían contado que yo había ido a Cuba a conocerlo y se conmovió con la historia. Recuerdo que me dijo “que forma más extraña de conocernos”. Silvio iba a estar dos meses en París y necesitaba una guitarra. Obviamente le ofrecí la mía y me invitó a almorzar para entregársela. Al mes siguiente me devolvió la guitarra y me dijo que había compuesto varias canciones en ella y que si algún día las publicaba le haría una mención. Años después salió el álbum Descartes, que compuso en París y, aunque no hubo mención, es probable que gran parte de ese disco lo haya compuesto en la guitarra que hoy mi esposa tiene arrumada en el depósito.

Desde que regresé de Cuba ese verano de 1996 quise escribir una crónica de esta experiencia que, gracias a la generosidad de Gabo, tuve el privilegio de vivir. Siempre guardaré ese recuerdo de él y en especial de la última vez que lo vi, dos años después en la casa del presidente César Gaviria en Washington. Cuando me vio se emocionó, me dijo “mi niño” y me abrazó.

*Politólogo y profesional en relaciones internacionales

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DIALOGO DIGITAL
San Juan – Puerto Rico
19 de mayo de 2014

García Márquez, 
más vivo ahora que nunca

Por Marcos Reyes Dávila*

Según la biografía de Gerald Martin sobre Gabriel García Márquez, el escritor jugó un papel clave en la liberación de la ex presidiaria política puertorriqueña Lolita Lebrón. Según la biografía de Gerald Martin sobre Gabriel García Márquez, el escritor jugó un papel clave en la liberación de la expresidiaria política puertorriqueña Lolita Lebrón. Portada de la biografía Gabriel García Márquez: Una vida

Gabriel García Márquez ha desaparecido de repente, sin alharaca de gallinazos, pero bajo una lluvia planetaria de flores amarillas y gozando de la vacuna ante la fiebre del olvido. Quizás reaparezca como Melquíades un día de estos y quizás se quede habitando las galerías de nuestros sueños con su sonrisa retozona, libre de polvos, cenizas y polillas y de la huella percudida de lo irremediablemente marchito. Sea así, o no sea, es oportuno, me parece, recordar en este momento la biografía del Gabo escrita por Gerald Martin con un título tan simple como Remedios la bella: Gabriel García Márquez: Una vida (Vintage Español, 2009).

Gerald Martin es profesor emérito de la Universidad de Pittsburgh y, además, profesor de la Universidad London Metropolitan. La biografía de 762 páginas es en realidad un compendio de una obra que en algún momento alcanzó a tener dos mil folios y seis mil notas al calce. En ese sentido, Martin parece haber seguido al maestro biografiado que en varias ocasiones, como ocurrió incluso con Cien años de soledad, ha dado a la imprenta una versión reducida a más de la mitad de la obra original. A las 626 páginas del texto biográfico final publicado, se añaden 76 páginas de notas al calce y el resto de índices, mapas, árboles genealógicos, bibliografía y páginas no numeradas de fotos.

La obra de Martin, en general, secuestra al lector por alucinante, no solo por el delirio mágico que ha sido Gabriel García Márquez (GGM) para inmensas muchedumbres del planeta y por más de 40 años, es decir, a partir de la publicación de Cien años de soledad, sino por el tono y el talento en la narración y exposición que utiliza sabiamente el autor, rica y minuciosamente documentadas. Quizás se beben sus páginas con más fruición aún que la propia autobiografía de García Márquez, Vivir para contarla, lo que es mucho decir.

Y es que en esta obra se aúna al talento del autor la riqueza verbal y la jocosidad incorregible de un escritor inaudito que, a todas luces, será un hito imprescindible en la historia de la literatura de los siglos por venir. Además, el exhaustivo recorrido a lo largo de la vida aventurera de GGM deja satisfecho al lector más exigente. Martin ha explorado todos los espacios imprescindibles y ha profundizado en cada detalle de la vida de este autor caribeño de manera que nunca decae una narración que mantiene un ritmo ágil, veloz, con revelaciones sucesivas interminables y un tránsito que oscila consistentemente entre el asombro y la risa.

En primer lugar, el lector tiene ante sí una imagen amplia de la infancia del autor en la que nada parece faltar. Explora su mundo particular dentro del entorno familiar que le tocó vivir en relativa orfandad aunque de la mano de su abuelo coronel. Están aquí las figuras principales de su infancia que resultaron en la formación de su visión de mundo, ya se trate del Coronel o de Úrsula, o de personajes como los gitanos, el cura que levita, el italiano, o Remedios. Y más allá del entorno familiar inmediato, Martin explora además el pueblerino, así como la historia de la compañía bananera y la Guerra de los Mil Días.

Las novedades para quien escribe, que no es un lector primerizo ni superficial de GGM, son abundantes. Entre ellas, una explicación de la cara de susto y sorpresa del infante que decora la cubierta de la autobiografía, la formación escolar irregular de un niño que contrario a la precoz alfabetización de Sor Juana, aprendió a leer y escribir a los ocho años y la descripción precisa de la célebre casona, incluido el castaño, motivo de sus obsesiones, miedos y amores. El desplazamiento fuera de Aracataca del niño que acude a estudios que lo llevarán lejos de sus abuelos y padres, y el lento desarrollo persistente o testarudo del escritor profesional. Gran parte de los 25 capítulos –si incluimos el epílogo–, en tres partes, se estructurarán en torno a los sucesivos libros principales o las diferentes actividades periodísticas, ya fuera en Cartagena, Barranquilla, o Europa, o ya sea, Los funerales de la Mamá Grande, La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, etcétera.

Abundantes datos nuevos hay aquí para todos. Ya se trate de la historia del boom, o la disputa con Mario Vargas Llosa que culminó con un puño que derribó a GGM en México, o su intensa labor política y su participación en infinidad de asuntos de primera línea en el plano internacional como si fuera otro jefe de estado, su compleja relación con Colombia y con Cuba, su amistad inquebrantable con Fidel Castro, o la noticia extraordinaria de un primer amor con una española que terminó encinta de él cuando vivía en Francia “feliz e indocumentado”. No sabíamos que había jugado un papel con Jimmy Carter para obtener la liberación de Lolita Lebrón y los otros presos nacionalistas en cárceles gringas. Ni que hubiera dedicado tantos recursos económicos y tanto esfuerzo personal en la institucionalización e instrumentación de diversas iniciativas ya fuera en el campo político, periodístico o cinematográfico, en muy diversos países, o en la Unesco.

El libro contiene información sobre la disputa entre el Gabo y Mario Vargas Llosa, quienes inicialmente fueron grandes amigos. En esta imagen aparecen junto a José Donoso y sus respectivas esposas en tiempos mejores.

De hecho, parte sustancial del libro se dedica a exponer la intensa actividad política que realizó GGM tras la publicación de Cien años de soledad, consciente de la oportunidad que le otorgaba la fama de influir en conflictos nacionales e internacionales. Esta parte del libro es otra revelación para el lector, pues aunque tuviéramos conocimiento de su participación en un sinnúmero de eventos, no sabíamos que ese sinnúmero era tan grande, ni que se había ocupado a niveles tan altos, o secretos, con tantísimos asuntos. El tema no deja de ser harto pertinente pues pone al descubierto otro aspecto de la obra del Gabo que si bien sabíamos que era amplia, no teníamos idea de cuánto. Me refiero a la inmensa obra de naturaleza periodística que va mucho más allá del periodismo del joven costeño en Cartagena, Barranquilla y Bogotá, y de sus “jirafas”, náufragos y secuestros.

Extraordinaria es también, por otra parte, la relación de la pasión incontenible por la literatura que lo llevó a grandes sacrificios y a una vida que a ratos se aproxima a una nueva picaresca, pues iba de mal en peor. Extraordinarias son varias de las interpretaciones que hace Martin en torno a algunas obras cuyas fuentes o referencias nos eran insospechadas. Extraordinaria es la magnitud de una fama de la que creíamos estar advertidos hasta leer aquí que cuando se publicó la “primera edición” de la Crónica de una muerte anunciada, la edición colombiana era tan grande que necesitó ser exportada en 45 boeings 727. Extraordinario es constatar cuánta curiosidad, creatividad, acción y compromiso desarrolló este hombre a lo largo de su vida, y cómo solo parecía lamentar, al contemplar cuánto se consumía en su ocaso, no contar con la misma energía para luchar infinitamente con la vida.

No obstante, no compartimos algunos aspectos del análisis de Martin. En algunos casos hay repeticiones, en otros inconsistencias, y en alguna que otra ocasión nos parece que Martin especula en exceso. Así, por ejemplo, en cuanto al posible vínculo entre Fidel Castro y la figura de El otoño del patriarca. O en su análisis sobre la manera como GGM integró y conformó sus concepciones revolucionarias y su concepto sobre el comunismo. Algunos conceptos nos han parecido confusos, como por ejemplo, el de modernismo y modernista. Su interpretación negativa de su última novela, Memoria de mis putas tristes, creo que deja qué desear. Más allá de la moral conservadora que recusa a priori la pretensión del anciano de regalarse una joven virgen para su cumpleaños noventa, está la bella sorpresa inesperada del primer amor que en lugar de sexo recibe el anciano como regalo de cumpleaños y compensación de una vida gris; sorpresa que pone en evidencia que los afanes de la vida nunca caducan, y que, tal como ocurrió con esa semi parodia de novela rosa que es El amor en los tiempos del cólera, el amor mantiene incólume su fuego a través de todas las edades porque la vida es una flama que se resiste a terminar. Empero, la obra de Martin ayuda a comprender innumerables aspectos de la obra sublime de GGM como muy pocas.

Martin hace una relación de la decadencia física de GGM que, finamente, lo llevó a la muerte. Supimos de sus problemas de salud y tuvimos noticias de un cáncer. Aquél fue del pulmón, operado con éxito en el 1992. Pero no teníamos noticias concretas del linfoma de 1998, cáncer del sistema inmunológico. Martin insiste, además, en subrayar la pérdida de memoria, acelerada quizás, dice, por la quimioterapia, que constató en su entrevista con Gabito, el “Napoleoncito” de su abuelo coronel, en el 1999. Las presentaciones, pocas ciertamente, de GGM en los últimos años desmienten o atenuaron algo aquellas especulaciones. En ese sentido considero una suerte de la providencia la inesperada oportunidad que tuve de ver y oír el que quizás haya sido el último discurso público de GGM durante la convención de la Academia de la Lengua Española en Cartagena en el 2007.

La fama de GGM es un hecho quizás sin precedente. A mi regreso de Cartagena, releí ese mismo año Cien años de soledad tras tres veces, cada vez con la misma fascinación, y también El general en su laberinto. Aunque se le compare con Cervantes, y al Quijote con Cien años de soledad, no se puede ignorar el hecho de que Cervantes murió sin los laureles de una fama que sería póstuma. En cambio, el Gabo ha visto agotarse por millones y millones las tiradas insaciadas de sus obras principales. En el libro hay quien asegura que la importancia histórica de GGM es solo comparable, a pesar de las obvias diferencias, a la de Bolívar.

Quizás quepa pensar que Martin podrá darle ahora término final a su libro. La reacción planetaria a su muerte sugiere, sin embargo, que quizás García Márquez esté más vivo ahora que nunca.

* El autor es Catedrático en el Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en Humacao.

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