5 de julio de 2014

MEMORABILIA GGM 761

CREDENCIAL
Bogotá – Colombia
Edición Mayo de 2014

ESPECIAL GABO:

“Parece que tú conoces mi obra mejor que yo”

Isabel Rodríguez Vergara, experta en Gabo, literata,
profesora e investigadora en Estados Unidos,
encontró y estudió en las obras del Nobel un ángulo original: la sátira.

Por Catalina Gallo

Isabel Rodríguez Vergara estaba manejando en una carretera de Estados Unidos, donde vive, cuando en radio anunciaron que Gabriel García Márquez había muerto. Al poco tiempo comenzó a recibir llamadas de sus familiares, amigos y alumnos que la acompañaban en esta triste noticia. No era para menos: esta literata de la Universidad Nacional de Colombia, con doctorado en Lingüística y literatura latinoamericana de la Universidad de Cornell, ha estudiado a Gabo desde que hizo su tesis doctoral en 1975, a tal punto que cuando el Nobel murió ella sintió que había terminado una etapa de su vida.

La primera vez que leyó Cien años de soledad fue antes de terminar el bachillerato en Bogotá, y la última, el año pasado, cuando dictó el seminario de la obra de García Márquez en la Universidad de George Washington, donde es profesora e investigadora de literatura latinoamericana y enseña la obra del escritor colombiano, y donde ha logrado que varios de sus alumnos decidan estudiar literatura después de leer al Nobel colombiano.

Ella ha escrito trabajos académicos y no académicos sobre toda la obra del autor. En 1991, publicó el libro El mundo satírico de Gabriel García Márquez y con él pareció encontrar un tema poco explorado.

 (Fotos: Getty Images )

¿Cómo llegó a hacer un libro sobre la sátira de Gabo?
Por mi tesis doctoral. Comencé con una tesis sobre El otoño del patriarca que luego se extendió a toda la obra de García Márquez después de haber escrito Cien años de soledad.

¿Por qué la sátira?
Creo que un rasgo sobresaliente de García Márquez es que es divertidísimo, creo que su sentido del humor es una marca. La sátira en la narrativa es un concepto muy antiguo en la literatura, en el que se dicen las cosas, se habla de política, de cultura, de religión, de una forma divertida, que hace reír. La sátira en la narrativa equivale a la caricatura en las artes gráficas.

¿Cómo descubrió esto en la obra de Gabo?
Comencé con El otoño del patriarca y nada más risible que ver al patriarca, que es un dictador legendario, con los testículos enormes cargándolos por la mitad de la calle. Imaginarse uno a un dictador descrito en esta forma, para mí es muy divertido. O, por ejemplo, ver al dictador que va a salir a hablar con el pueblo y encuentra una vaca en el balcón. Esto es tremendamente divertido. Yo creía que no solamente estaba en El otoño del patriarca sino en Cien años de soledad y en otras obras posteriores, pero yo quería también saber cuál era el efecto en el lector, además de hacer reír.

¿Qué encontró?
Era también relajar un poco una prosa muy crítica, de valores culturales, tales como la dictadura en América Latina, y si hacía reír, la gente no la iba a sentir como las obras un poco costumbristas en las que el autor parecía tener toda la verdad y decir todo en una forma muy ceremoniosa y sublime. García Márquez lo hace en una manera más dirigida hacia una cultura popular. La mirada es más bien desde abajo hacia estos personajes que parecen ser sagrados, como el dictador o como Simón Bolívar.

¿Cree que eso ha hecho que su literatura sea tan popular?
Yo creo que puede ser leído a un nivel muy erudito, muy sofisticado, pero también se puede leer en forma perfectamente popular. Por supuesto que tiene esos dos niveles, hay muchas lecturas posibles, y una es esa, que es divertido.

¿Es cierto que él popularizó la palabra mamagallista?
Sí, él la puso en sus obras y creo que le quitó esa connotación tan vulgar que se tenía, por ejemplo, en Bogotá. Se volvió un término sin el peso lingüístico del tabú. Él la ponía en muchas de sus obras, y mucho del leguaje que se creía soez, habla de mierda, por ejemplo, términos que no se usaban en la literatura colombiana, él los trajo y les quitó ese peso de ser algo prohibido.

¿Por qué la fascinación por Gabo?
Primero, me parecía un maestro, porque su lenguaje es exquisito y, a la vez, como te digo, es muy divertido. Puede llegar a ese plano muy bajo en el que habla de la cultura popular, de las risas, de las fiestas, pero también puede llegar a aspectos muy sublimes como la descripción del génesis en Cien años de soledad, que es magistral.

¿Ha leído a Gabo en inglés?
Sí, también, y en la traducción se pierden pasajes que pueden ser muy divertidos, se pueden volver ambiguos.

¿Se ríe más en español que en inglés?
Sin duda.

¿Conoció a Gabo?
Él hizo un Congreso en Guadalajara, recién había publicado mi libro, y nos invitaron a críticos de todo el mundo, colombianos éramos dos, 20 personas en total. Y pasamos tres días con él hablando de su obra.

¿Cuál es el mejor recuerdo de ese encuentro?
Hubo mucha controversia sobre las últimas palabras de Cien años de soledad. Me acuerdo porque fue muy determinante en mostrar su independencia creativa y que él no había tenido en cuenta ninguna obra cuando escribió estas páginas. Se habló de la influencia de otros autores y él básicamente lo negó, pero yo creo que lo más memorable para mí fue ver a este hombre tan grande, ya había recibido varios premios, entre ellos el Nobel, como un ser humano maravilloso, tímido, que en ningún momento pontificaba; nunca se puso a una altura superior a nosotros, casi que nos miraba con curiosidad cuando hacíamos un comentario sobre su obra. Se mostraba más como un discípulo curioso que quiere saber qué es lo que está pasando con esos libros.

¿Y alguna vez él vio el libro escrito por usted?
Sí. Él estuvo invitado aquí (Estados Unidos). Se acordaba de mi libro y me dijo que le había parecido muy curioso hablar sobre la sátira en su obra, pero también me dijo algo muy halagador: “Parece que tú conoces mi obra mejor que yo” (risas).

¿Se volvieron a encontrar?
La Universidad de Georgetown hizo un congreso para celebrar los 25 años de Cien años de soledad y me invitaron. Y lo volví a ver, estuvimos charlando. Era un personaje que se sentía incómodo con estos actos públicos, no le gustaban. En Guadalajara también él leyó algunas páginas del comienzo de la idea que tenía de sus memorias, y fue una cosa bellísima, porque el auditorio estaba repleto y oírlo a él, oír su voz, era muy emocionante, recordando su niñez, todo el comienzo, que lo cambió un poco.

Alguna vez él dijo que no le gustaba la intelectualidad.
Yo creo que en el fondo tenía una actitud intelectual. Era un gran lector, sus obras tienen un nivel intelectual alto. Yo digo que él era uno de los mejores filósofos, porque decía la verdad y nos hacía reír diciéndonos la verdad. Creo que lo que a él no le gustaba era sentirse en ceremonia, en hacer definiciones o teorías de sus libros. Me parece que le fastidiaba un poco pensar en cosas muy teóricas, su corazón y su lápiz estaban en este mundo real.

¿Cuál es su sentimiento con la muerte de Gabo?
De un pérdida inmensa. Era un hombre común que llegó a la grandeza por su disciplina y trabajo, con sus propios esfuerzos. Uno como latinoamericano y colombiano puede ver muy bien el mérito que tiene una persona que puede surgir como lo hizo él, con una obra monumental.
Lo otro también es esa pérdida para América Latina, porque creo que García Márquez le dio una voz, una voz política, muy humana y literaria. Y un género, el realismo mágico, que ha sido seguido en todas partes del mundo. En Estados Unidos ha tenido incidencia, en Israel, en China. Eso se convirtió en algo como el impresionismo en Europa. Es la marca de América Latina de una o dos generaciones, que no se podrá borrar así tan fácilmente. Y no sé cuándo vamos a conseguir un escritor de esa altura para representarnos como lo hizo él.

¿El humor forma parte del realismo mágico?
No necesariamente, no tendría que ser, porque el realismo mágico también se puede leer diferente. Lo que es realismo mágico para un extranjero, para un latinoamericano es la realidad cotidiana de cada día. Como Remedios la Bella, en Cien años de soledad, que un día se va al cielo en cuerpo y alma. Los estudiantes lo ven como una escena de realismo mágico, pero es diferente como lo lee un latinoamericano, y Gabo mismo lo contaba, él tenía una vecina, cuando vivía en Aracataca, que quedó embarazada y la familia tenía tal vergüenza que escondió a esta niña, la mandó a otro pueblo para que nadie se enterara de que estaba embarazada, y la mamá se inventó que un día vio a la niña volar en cuerpo y alma al cielo (risas).

¿Usted considera que Gabo sí es comparable con Cervantes?
Sí, yo he enseñado también El Quijote, creo que es de las obras más grandes de la literatura universal, y creo que Cien años de soledad pasará a la historia por los siglos de los siglos. Es una obra clásica.

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EL PAIS
Madrid – España
27 de abril de 2014

El zumbido del moscardón

La Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano es,
aparte de sus libros, la herencia que deja el periodista de Aracataca

Por Juan Cruz
desde México 

 
Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). / Saúl Ruiz

El silencio de la Semana Santa en México acompañó como un ritual extraño en esta ciudad la larga despedida de Gabriel García Márquez, su ciudadano más ilustre.

Al autor de El coronel no tiene quien le escriba los ruidos le cortaban la escritura, y aún así vivió medio siglo en una urbe que es quizá la más ruidosa del mundo, un hervidero tan lleno de rumores, de música y de gritos que parece un caldo propicio para que aquí también habite el olvido.

Ese sonido de México se calmó como un suspiro el Jueves Santo no sólo porque la gente abandonó las calles y se fue al mar sino porque dejó de respirar Gabriel García Márquez. Como pasa con los artistas muertos que reciben tal cantidad de agasajos, en este momento en que él entra en otro silencio produce pavor imaginar que algún día ocurra con él lo que pasó a otros grandes: que acabe cayendo sobre su obra la indiferencia que manda al purgatorio a los que en vida recibieron tantas alabanzas como en las que los honraron en las despedidas.

Esto no parece posible, pues desde Cien años de soledad García Márquez es un clásico que se enseña en las escuelas, el lugar donde prosperan los autores muertos, y porque además, según todas las estimaciones pasadas y las que ahora han acompañado el multitudinario adiós, su obra sigue tan viva como cuando fue publicada. Alma Guillermoprieto explicaba el orgullo que tenía Gabo mostrando sus diccionarios; no mostraba igual devoción enseñando sus propios libros, pero más de una vez, hasta en los últimos tiempos, explicó que ninguno de ellos debía entrar al menos en su olvido; si tuviera que rescatar, decía, hubiera elegido El otoño del patriarca y El coronel no tiene quien le escriba.

La herencia literaria de Gabo será más nutrida que esos dos libros, y formará parte del fondo incluso de las librerías menos cuidadosas. Su escritura es la señal de un asombro, y ese resplandor es muy difícil que acabe, pues es la definición misma de un territorio en el que se identifica un mundo, el de América, que es el de Macondo y por tanto el de García Márquez; y seguramente para su memoria escrita no habrá ni purgatorio ni olvido.

Pero donde quiso Gabriel García Márquez que tuviera su residencia el futuro de su legado es en su herencia como maestro de periodistas. Con una perspicacia muy de Gabo, él puso en marcha hace veinte años una fructífera fundación para que periodistas enseñaran a periodistas, y esa fundación, llamada Fundación por el Nuevo Periodismo Iberoamericano, situada en Cartagena de Indias, está garantizada como institución, está avalada por el legado de Gabo y cuenta con la financiación y los apoyos suficientes como para que el compromiso de García Márquez con el periodismo se prolongue en el tiempo como tributo suyo “al mejor oficio del mundo”.

Los libros serán perdurables, seguro, pero él quería que fuera perdurable su propio concepto del periodismo, basado en la verificación, el estilo y la ética, y Jaime Abello, director de la fundación desde que se inició ésta, cree que él y su equipo, “y nuestros numerosos colaboradores”, están dispuestos a seguir ese ejemplo como si fuera “la prolongación de sus propias clases”. Gabo le dedicó un día un libro, El general en su laberinto, con esta dedicatoria: “Para Jaime, de su jefe que no manda”. “Proponía, no imponía”, dice Abello, “y en la época en que empezaba a transformarse el periodismo como negocio concibió maneras de devolver a los periodistas la ambición necesaria para retener al lector, contando buenas historias”. Esa calidad tenía que basarse “en la exactitud y en la ética”, y todo eso que quiso que se enseñara en los cursos y talleres de la FNPI “tiene hoy vigencia en un mundo digitalizado”. Ha cambiado “el financiamiento del periodismo, pero Gabo estaba seguro de que el periodismo no acabará jamás si persiste la ambición creativa”.

Puso en marcha esa idea García Márquez en 1994, después de desechar otros proyectos de publicaciones. “Era un hombre pragmático, sabía que en ese momento hacía falta buscar armas para que en la crisis que se adivinaba con Internet los periodistas fueran mejores… Así se han ido haciendo dos generaciones de cronistas y reporteros que venían y vienen de todas partes de América y de España”. Ahora ese periodismo que tiene el sello de Gabo tiene muchos nombres propios que forman parte de la mejor camada del periodismo intercontinental: Leila Guerriero, Julio Villanueva Chang, Alberto Salcedo Ramos, Martín Caparrós… ¿Por qué lo hizo? “Porque creía en el periodismo; y fue clarividente, no nos dijo que predicáramos su periodismo, sino que rescatáramos lo mejor del periodismo. Era realista y mágico. Pero en él la magia es la puntica, el realismo es lo profundo”, dice Abello.

Esa escuela “ha dejado una marca profunda en miles de reporteros de América Latina”, dice Luis Miguel González, que pasó por ahí, estuvo también en la Escuela de Periodismo de EL PAÍS y ahora dirige el mexicano El Economista… “Que lo haya hecho un tipo que podía haberse gastado el dinero en cualquier cosa habla de su disciplina a favor del oficio y de su generosidad: él no llegó diciendo 'hagan lo mío'”. “No”, tercia Abelló, “ahí no hubo nunca dogma alguno”. “Ni ego”, añade Luis Miguel. “Impresionaba verlo escuchar; dejó trabajar. No creó la Fundación para que fuera un teatro en el que él hablara”. Guillermo Osorno, cronista y editor mexicano, cree que Gabo logró un milagro tan increíble como los que se leen en Cien años de soledad: “Creó en quince años una red de cronistas y editores que ahora constituyen lo más notable del periodo mundial en habla española… Los lazos entre los alumnos siguen funcionando”. En aquel entonces, México miraba a Estados Unidos y España, prosigue Luis Miguel, “se fijaba en Europa, y lo que la Fundación nos dio fue un referente hispanoamericano para ejercer el oficio. Y jóvenes y maduros, como Caparrós, Leila, Christian Alarcón, Julio Villanueva o Héctor Feliciano se convirtieron en puntos de referencia, de igual modo que lo fueron antes Gay Talese, Norman Mailer o Tom Wolfe”.

Prendió una obsesión del fundador: “En periodismo, ética y técnica con inseparables, como el zumbido del moscardón”. Gabo deja esa herencia, pero el porvenir deja a sus discípulos un reto que simplifica Luis Miguel González: “Para los medios se acabaron los privilegios; ahora tenemos que competir con los juegos electrónicos. Esto abre un periodo inmenso de lucha”.

Y en esa guerra se producirán bajas y sombras. García Márquez dejó dicho en Cien años de soledad que las especies en extinción no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra. Ya se ve que ocurre con el oficio, obligado a competir con los juguetes o con la piratería. ¿Habrá para esta especie una segunda oportunidad sobre la tierra? Osorno: “La habrá. Las nuevas generaciones vendrán con historias nuevas”. Abello: “Las crisis siempre han generado tiempos mejores”. Luis Miguel González: “Hay futuro, pero no para todos… Claramente, el futuro implica que el pastel será más chico. Habrá periodistas muy buenos que tendrán lo que quieran, y los que vienen detrás tendrán pocas oportunidades de prosperar. Ese desequilibrio inmediato es preocupante”.

Abello trabajó 18 años con Gabo; “nunca tomé notas de lo que dijo, viví sin espiarlo; me queda su dulzura personal, una amistad; conocí sus vidas, la personal, la pública… Me siento depositario de una confianza que me compromete para siempre y es un motivo de orgullo honrar en esta Fundación su deseo de contribuir a que el periodismo que quiso fuera mejor. Era un gusto trabajar con él. Trabajábamos y luego nos íbamos a bailar. Un día nos dijo, en Monterrey, después de una serie de actos de la Fundación: “¡Y pensar que todo esto estaba en nuestra imaginación!'” Tuvo dos hijos, un diseñador y un cineasta, e ideó esta Fundación para que la gente supiera por qué le tenía tanta gratitud a este oficio. Él deja en herencia, también, su modo de hacerlo.

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Proceso
México D.F.
1 de mayo de 2014

El Gabo y su romance secreto

Por Alejandro Gutiérrez

MADRID (Proceso).- En octubre de 2009 el británico Gerald Martin reveló en su libro Gabriel García Márquez. Una vida, un episodio hasta entonces desconocido del colombiano: la relación sentimental que tuvo con la actriz española María Concepción Quintana en 1956, cuando él era corresponsal en París.

Quintana, nacida en 1929, fue una de las tres hijas de una familia católica que apoyó la dictadura de Franco. Agobiada por las imposiciones conservadoras de su familia y huyendo de una relación con el poeta Blas de Otero, quien la bautizó Tachia, la actriz en ciernes se mudó a la capital francesa donde tiempo después se cruzó con García Márquez en un café.

 
Tachia. Dedicatoria. Foto: Especial

En 2010, un año después de hacerse pública esa relación del escritor con Tachia, ella relató al diario colombiano El País otro episodio: la amistad que cultivaron las familias que posteriormente formaron tanto él como la actriz.

En 1978 el colombiano le regaló a Tachia el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, que le envió junto con una dedicatoria que el diario colombiano reproduce:

“Tachia bella:

“Cuando nos conocimos en el helado otoño de 1955 (sic), en París, lo primero que se me ocurrió, al ver tu abrigo de tigre y al oír tu voz, fue que quería escribir un texto para oírtelo a ti. Esa misma noche me acordé que ya lo tenía: es el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo.

“Por eso me alegra tanto de que tú lo digas por ahí, por el mundo, porque todo fue como una premonición.

“Te mando, pues, un beso de bendición con todo amor.

“Gabriel.”

Para Tachia la premonición era el estreno del monólogo en Cartagena, “porque Isabel nació por allá”, dijo la actriz en su visita a Colombia en 2010.

En Colombia, García Márquez escribió varios reportajes para El Espectador sobre el hundimiento de un destructor colombiano, que contradecían la versión oficial; eso motivó que fuera enviado en diciembre de 1955 como corresponsal a París, aunque antes viajó por Suiza, Italia, Checoslovaquia, Polonia y Rusia.

En la capital francesa, al cierre del Espectador, también escribió para El Independiente.

“En marzo de 1956 –describe Martin– García Márquez y un periodista portugués que también cubría el juicio conocieron a una mujer, una actriz española de veintiséis años que se hacía llamar Tachia y estaba a punto de dar un recital”.

Cuarenta años después Tachia le contó a Martin que García Márquez se negó a ir a ese acto. “Un recital de poesía, decía, ¡qué aburrimiento!” Di por hecho que detestaba la poesía. Esperó en el café Le Mabillon, en el bulevar Saint-Germain-des-Prés. Estaba delgado como un espárrago, parecía un argelino, con cabello rizado y bigote, y a mí nunca me habían gustado los hombres con bigote. Tampoco me gustan los típicos machos; siempre tuve el prejuicio racial y cultural de que los latinoamericanos eran inferiores.

“Diría que en un primer momento Gabriel me disgustó. Parecía despótico, arrogante, aunque también tímido: una combinación realmente con poco encanto. (…) Enseguida empezó a alardear de su trabajo, al parecer se consideraba periodista, no escritor”.

La hojarasca ya se había publicado y en París se empeñaba en escribir La mala hora, texto que tenía dificultades para concretar.

“Tachia descubrió entonces que el sarcástico colombiano tenía algo en su voz, la sonrisa confiada, el modo en que contaba una historia y muy pronto empezaron una relación íntima. Y tal vez arquetípica”, dice Martin. “Poco a poco Gabriel me fue gustando más y más –relata Tachia–, a pesar de mis reservas iniciales, y la relación evolucionó. Empezamos a salir en serio al cabo de unas semanas. (…) Al principio Gabriel tenía dinero suficiente para invitar a una chica a una copa o a una taza de chocolate, o para pagar el cine. Entonces su periódico cerró y se quedó sin nada”.

Primero con el cierre de El Espectador y luego con las dificultades de El Independiente, García Márquez dejó de recibir sus cheques, lo que derivó “en una situación desastrosa” en una relación que estaba iniciando.

Relación tormentosa

Martin relata en su libro que seis meses después de la entrevista con Tachia en París se armó de valor –durante un encuentro en la casa del escritor en México– y le preguntó: “¿Y de Tachia qué? Y respondió: Bueno, eso pasó. ¿Podemos hablar del tema? No, me respondió”. Y luego se justificó: todos tenemos “una vida pública, la vida privada y la secreta”, y de ésta última no iba a hablar.

La actriz le contó que en París en esa época ella vivía en una habitación en la rue d’Assas, cerca de Montparnasse, y él seguía viviendo en su habitación del hotel Flandre.

En esa época García Márquez se da cuenta de que el libro sobre el que había hecho avances “se le escapaba de las manos”, pero luego logró aclarar sus ideas y separó extractos que serían El coronel no tiene quien le escriba.

En junio de 1956 inicia la escritura de El coronel…, en un periodo de “penurias y pobreza” al grado que “Tachia y él no tenían ni para comer”, menos aún para pagar el alquiler de sus habitaciones.

Un par de meses después “se sumó otro desastre”: Tachia estaba embarazada.

Ella contó: “Después de quedarme embarazada seguí cuidando niños y fregando suelos, y vomitaba mientras lo hacía, y cuando volvía a casa, él no había hecho nada y tenía que ponerme a cocinar. Me decía que era muy mandona, me llamaba ‘el general’. Entretanto, él escribía sus artículos y El coronel…”

“Leí la novela a medida que la escribía. Me encantó. Pero pasamos nueve meses peleándonos constantemente, todo el tiempo. Era muy duro, agotador, nos estábamos destruyendo uno al otro. ¿Si sólo discutíamos? No, nos peleábamos en serio.”

Pese a ello lo describe como “muy cariñoso”; “era la ternura personificada. Nos lo contábamos todo. Los hombres son muy ingenuos, así que le enseñé cosas, cosas acerca de las mujeres; le di un montón de material para sus novelas. Tengo la impresión de que Gabriel había tenido muy pocas mujeres; desde luego, hasta aquella época nunca había vivido con ninguna”.

Finalmente fue Tachia quien tomó la decisión de interrumpir el embarazo. “Después del aborto los dos sabíamos que todo se había terminado” y al final se marchó a Madrid, terminando su relación en 1957.

El biógrafo sostiene que “El rastro de tu sangre en la nieve”, cuento publicado en El Espectador en 1980, es un texto cifrado de García Márquez sobre la hemorragia que Tachia sufrió tras el aborto.

El escritor y la actriz no se volvieron a ver sino hasta 1968, cuando él viajó con su esposa Mercedes, con quien se había casado en 1958. En una carta que escribió a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza –de los pocos que conocieron los pormenores de esa relación con la española–, el escritor le dice que ya Tachia es “una señora muy bien instalada, con un estupendo marido que habla siete idiomas sin acento y que al primer encuentro estableció una muy buena amistad con Mercedes, fundada principalmente en una complicidad contra mí”.

Martin reseña que en la primavera de 1973 Mercedes y García Márquez viajaron desde Barcelona, donde entonces residían, para asistir a la boda de Tachia en París. Charles Rosoff y ella se casaron el 31 de marzo de ese año; su hijo tenía ocho años y se fueron a vivir frente al hospital donde ella había abortado en 1956.

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