PRODAVINCI
Bogotá – Colombia
29 de Abril, 2014
Leer con el teléfono apagado
Por Juan Gabriel
Vásquez |
Me enteré de su muerte por El País, de Madrid, cuando aún se
veía en la página de internet la señal palpitante de noticia de última hora.
Antes de que tuviera tiempo de nada, comenzó a timbrar el
teléfono. Sentí algo muy parecido al vértigo: a comienzos de mes, cuando corrió
la noticia de que García Márquez estaba en el hospital, recibí unos cuantos
correos y unas cuantas llamadas de amigos periodistas, gente que quiero y
respeto, que me pedían una opinión (en el mejor de los casos) o un obituario
(en el peor). Les dije que la mano no me daba para escribir el obituario de un
vivo, y la cosa quedó así. Pero el jueves pasado, cuando salió al mundo finalmente
la noticia de su muerte anunciada, me di cuenta de que no tenía las más mínimas
ganas de hablar de García Márquez, ni siquiera con los amigos periodistas que
más respeto y quiero. Apagué el teléfono, agarré el primero de sus libros que
me encontré en la casa ajena donde estaba, me encerré en un cuarto y me puse a
leer.
Había en ello un cierto egoísmo: la conciencia de que los
medios se llenarían pronto con el palabrerío de tanto oportunista suelto, y el
deseo, más bien higiénico, de que mis palabras de lector eternamente agradecido
no colaboraran con esa promiscuidad. En las próximas horas —aposté conmigo
mismo— todo el mundo resultaría haber conocido íntimamente a García Márquez,
igual que todos los españoles estuvieron en la estación de Atocha con García
Lorca y todos los argentinos le leyeron libros alguna vez al ciego Borges. Sí,
aquello era egoísmo, un egoísmo tonto. Pero había otra razón: con la noticia de
la muerte de García Márquez, lo que me cayó encima fue una urgencia de soledad
y silencio, como si hubiera muerto un familiar o un amigo. Pero García Márquez
no era para mí ni lo uno ni lo otro: era tan sólo el autor de algunos de los
libros más importantes de mi vida. En un mundo lleno de amigos suyos, yo, por
prudencia o timidez, nunca llegué a conocerlo; pasé una tarde con él, en agosto
del año pasado y gracias a mi amiga Margarita Márquez, pero ya su cabeza no
estaba para admitir a gente nueva. Por lo demás, mi contacto con él fue el
mismo de todo lector con sus libros.
García Márquez fue el primer escritor colombiano que leí con
gusto: a los 11 años, tras fracasar en mis intentos escolares por interesarme
en El alférez real o en María, leí La hojarasca y El coronel no tiene quien le
escriba. En ese tiempo García Márquez era ya un clásico vivo, pero eso a mí no
me decía nada: en 1982, año del Premio Nobel, los autores que me importaban
eran Dumas, Verne y Salgari. De cualquier forma, las dos primeras novelas de
García Márquez me revelaron la existencia de algo insospechado: la literatura
colombiana viva. No ha pasado un solo año desde entonces sin que lea un libro
suyo, y más bien diría que cada uno de estos 30 años he leído o releído dos o
más de sus libros. Y ahora me doy cuenta de lo extraño que me resulta el hecho
de estar, por primera vez en mi vida, leyendo a García Márquez en un mundo
donde ya no está García Márquez. Pronto me acostumbraré, claro, como nos
acostumbramos todos a todas las extrañezas. Mientras tanto es cuestión de
seguir leyendo. Si es posible, con el teléfono apagado.
** ** **
EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
27 de abril de 2014
[…]
El capítulo de Gabo
Habla Mario Vargas Llosa
Ha dictado cátedra
sobre ‘Cien años de soledad’
Hace poco dijiste que
habías leído varias veces ‘Cien años de soledad’.
La he leído muchas veces, sobre todo cuando he tenido que
enseñarla. La he enseñado mucho.
¿Ha cambiado tu
percepción de la novela con el paso del tiempo?
Toda la novedad que representó cuando la leí por primera vez
ya no existe, pero sí creo que va a pasar la prueba del tiempo. Es un libro que
será leído muchísimo por su enorme originalidad, su enorme riqueza verbal, su
imaginación chisporroteante. Todo eso constituye una unidad. Es uno de los
libros de nuestro tiempo.
En ‘Historia de un
deicidio’, tu libro sobre la obra de García Márquez, tu lectura crítica se
dirige hacia esa novela del mismo modo en que en la narrativa vas en pos de un
‘cráter’ (momento de gran tensión dramática). ¿‘Cien años de soledad’ es el
gran cráter de la obra de Gabo? ¿Es tu libro favorito de él?
Yo terminé ese libro cuando García Márquez trabajaba en
algunos relatos de lo que luego sería 'Doce cuentos peregrinos'...
Y empezaba ‘El otoño
del patriarca’.
Sí, pero ese libro ya no entra en 'Historia de un deicidio'.
Te puedo decir que con el paso del tiempo sigo creyendo que 'Cien años de
soledad' es la gran obra de García Márquez. Y creo que todas las otras o son
una preparación para 'Cien años' o una derivación de ella.
Una de las cosas que
comparten García Márquez y tú, además del Nobel, es el biógrafo, Gerald Martin,
que prepara un libro sobre ti.
Ese es un libro que espero con mucho temor (risas) porque
Martin ha conversado con todo el mundo, ha estado en todas partes, ha metido la
nariz en todo lo que he hecho. Ahora bien, se demoró 17 años en la de García
Márquez, así que espero que se demore 17 años también en la mía, para no estar
aquí cuando salga (risas).
** ** **
EL HERALDO
Cartagena – Colombia
28 de abril de 2014
El panameño Rubén Blades
musicalizó el realismo mágico
de García Márquez.
Por Roberto Llanos
Rodado
Editor general AL DÍA
Fue tal la importancia de la obra garciamarquiana que
trascendió más allá de su plano literario,
e influyó en otros campos del arte como la música popular.
Un grande de la salsa, el poeta panameño Rubén Blades,
sorprendió en 1987 a los amantes de este ritmo trepidante al grabar el disco
Agua de Luna, compuesto por ocho canciones inspiradas en cuentos de nuestro
Nobel, Gabriel García Márquez. El trabajo discográfico sale al mercado cuando Blades
se lanza a experimentar un nuevo sonido con su propia agrupación, Seis del
Solar.
Lamentablemente el disco tuvo oídos sordos en la radio
local, cuyos programadores no supieron valorarlo y privaron a sus oyentes de
una creación musical bien lograda, cargada de relatos en la voz del autor de
Pedro Navaja, que encierran mensajes importantes de contenido social.
Sin embargo, melómanos de toda América sí supieron
conferirle a este disco su real significado, y han llegado a catalogarlo como
la musicalización del realismo mágico a ritmo de salsa.
Ojos de perro azul e Isabel, tal vez fueron dos de los temas
que tuvieron un paso fugaz por las estaciones radiales, y eso, en programas
especializados.
El primero basado en el cuento homónimo que Gabo escribió en
1950, y publicó en 1972. Ojos de perro azul, mirando cínicamente a la ciudad/
sonriendo crípticamente a la humanidad/ juzgando elípticamente a la sociedad,
dice Blades en su canto.
Isabel es la musicalización de: Monólogo de Isabel viendo
llover en Macondo, que originalmente hizo parte
de la novela La Hojarasca (1955), y que luego algunos editores
publicaron como un cuento independiente. Parte de su importancia literaria la
cimentan los críticos en que es la primera vez en que Gabito menciona en una de
sus obras a Macondo, el mítico escenario de Cien años de soledad. En uno de los
versos de este tema Blades canta: Todo es posible y nada se pierde en Macondo/
Hasta sus fantasmas rehúsan ir a otro lugar/ Isabel siente la lluvia en Macondo
darle olor a su soledad.
El álbum contiene las canciones No te duermas, Blackman,
Claro oscuro, Laura Farina, La Cita. Los mencionados Ojos de perro azul e
Isabel, y Agua de luna, que le da el título a la recopilación.
El homenaje de Daniel
Santos
En 1983 el ídolo boricua, el Jefe, Daniel Santos, grabó en
Bogotá para el sello discográfico Oro, el tema El hijo de Aracataca, de la
autoría del compositor momposino Antonio Del Villar. Entre Gabo y el ‘Inquieto
anacobero’ siempre hubo empatía, tanta que una vez el escritor expresó que si
algún día llegaba a escribir una biografía, esa sería la de Daniel Santos.
Un reconocimiento especial merece el peruano Daniel Camino,
quien en 1970, cuando el boom de la novela Cien años de soledad, compuso el
tema Macondo, que interpretó el
también peruano Johnny Arce. La versión más sonada de este tema en Colombia fue
la de Billo’s Caracas Boys en 1972.
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