25 de junio de 2014

MEMORABILIA GGM 753



Confidencial Colombia
Bogota – Colombia
Abril 22, 2014

En Libros y autores:

Gabo y la política
Fidel Castro y Gabriel García Márquez mantuvieron una estrecha amistad por más de 50 años.

La vida de Gabriel García Márquez fue una vida entregada la literatura, al periodismo y a la paz. Sus posturas políticas sirvieron para tender puentes que permitieran el entendimiento entre diferentes posiciones en el continente y el mundo.

El 9 de abril de 1948, en alguna calle del centro de Bogotá, Fidel Castro vio a un hombre que se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir. Ese hombre era, como lo confirmó él mismo, Gabriel García Márquez.

Ninguno de los dos habría de sospechar que ese primer encuentro, del que no surgió ninguna relación, sería el anticipo de una amistad que se vería reforzada por una larga vida de activismo político por parte del futuro Nobel de literatura.
Fidel Castro y Gabriel García Márquez mantuvieron una estrecha amistad por más de 50 años. Foto: Tomado de Internet

Después de que García Márquez abandonara sus estudios en derecho para volcarse al periodismo, razón por la cual estaba en Bogotá durante el Bogotazo, su paso por El Espectador marcó su crecimiento en el oficio. En 1960, después del triunfo de la Revolución Cubana, Jorge Ricardo Masetti, un joven periodista argentino encargado por el Ché Guevara para fundar la agencia de prensa cubana Prensa Latina, convocó a García Márquez para que fuera el corresponsal de la agencia en Bogotá.

Un año después fue enviado  a New York en el mismo cargo al que renunció. Sin embargo, en ese año que trabajó como corresponsal de Prensa Latina habría de darse el segundo encuentro que marcaría su vida política. En el aeropuerto de Camagüey, García Márquez coincidió con Fidel Castro, mientras esperaban el mismo vuelo para La Habana. Desde ese lejano día de 1960 se selló una amistad a prueba del tiempo y la crítica.

La cercanía del escritor con el expresidente cubano hizo que el primero se convirtiera en una suerte de mediador entre Castro y varias fuerzas políticas que no podían acceder al poder central de la isla. Es legendaria la anécdota que cuenta como “Gabo” medió en la liberación de varios colombianos detenidos en la isla por cargos de narcotráfico. Igualmente, es conocida su mediación para la liberación de presos políticos detenidos en las cárceles cubanas.

Su amistad entrañable con Pablo Neruda, el poeta chileno que comparte con Gabo el honor de haber recibido el Nobel de Literatura, hizo que el derrocamiento del presidente socialista chileno, Salvador Allende, en 1973, por parte de las fuerza armadas con ayuda de los Estados Unidos, lo sumiera en un silencio literario y público muy profundo.

Durante la década que precede a su reconocimiento por parte de la academia sueca de las letras, la fama y prestigio de García Márquez se estaban consolidando en el mundo entero. Fue en ese periodo que  Gabo se reunió con Enrique Santos Calderón, Orlando Fals Borda, Jorge Villegas, Bernardo García, Jorge Restrepo, Hernando Corral y Diego Arango, para fundar la revista Alternativa. Un proyecto anclado en Colombia a pesar de que el Nobel ya residía en México.

Esta revista respondía a la preocupación que García Márquez siempre manifestó por el acceso a la verdad informativa y por la unanimidad de la información en Colombia. Alternativa tenía como propósito informar contenidos de la fragmentada izquierda colombiana, con la idea de unirla. Alternativa se convirtió en un plan temerario en un  país que estaba inmerso en el Frente Nacional y que vivía con la tesis del enemigo interno como un mantra perpetuo.

Esa aventura finalizó cuando una bomba voló una de las paredes de la casa en donde se hacía la revista. Un atentado que coincidió con las denuncias que hiciera Alternativa sobre los nexos entre las mafias y algunos sectores de las fuerzas armadas colombianas. Desde ese momento, 1976, Gabriel García Márquez dejó de sostener monetariamente esa utopía periodística.

Su activismo se vio reflejado en donaciones varias, como la que le hizo al MAS (Movimiento Al Socialismo) al que le dio 25.000 en la década del 70.

Su papel como periodista alternativo y cercano a la izquierda, así como su amistad con Fidel Castro, lo hicieron sospechoso para los organismos de seguridad del Estado colombiano. Un viaje a la isla caribeña que coincidió con acercamientos entre el movimiento guerrillero colombiano M-19 y el gobierno panameño sellaron su destino en Colombia.

Varios amigos le informaron a Gabriel García Márquez que había un auto detención en su contra. En ese momento él y su esposa se encontraban en su casa de Bogotá. Acto seguido partieron a la embajada mexicana en Bogotá  solicitaron formalmente el asilo político. La solicitud fue aceptada y García Márquez partió con su familia hacia el Distrito Federal. Era 1981.

El reconocimiento de su obra con el premio Nobel de Literatura le daría a García Márquez un margen más amplio de maniobra a pesar de que los servicios de inteligencia mexicanos habían intervenido sus teléfonos y los mantenían bajo vigilancia debido a su cercanía con La Habana.

Durante su vida en México, Gabo fue uno de los arquitectos de la visita de François Miterrand al país centroamericano. Medió en los acercamientos entre enlaces del gobierno socialista francés y algunos partidos comunistas latinoamericanos. En esta labor fue indispensable la ayuda de Regis Debray, intelectual francés que sirvió de enlace entre el gobierno de Fidel Castro y el Ché Guevara cuando este último se encontraba adelantando actividades guerrilleras en Bolivia en 1967.

En Colombia su rol como intelectual sirvió para que durante la década de los 80 sirviera como puente entre varios sectores de la insurgencia colombiana y el gobierno central en aras de buscar un diálogo efectivo que condujera a la paz del país. Sin embargo, la resistencia de algunos grupos de extrema derecha y algunos militares mandaron al traste las iniciativas de paz del gobierno de Belisario Betancourt, amigo del Nobel.

García Márquez era un incondicional de la paz de Colombia, por eso no sorprendió que apareciera en el Caguán durante los diálogos de paz adelantados por el gobierno del expresidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las Farc. La suya fue una voz que siempre llamó a la cordura y al entendimiento entre colombianos. La suya fue una literatura que reflejaba la monstruosidad de la violencia colombiana y que pretendía conjurarla para que no se repitiera en la vida real, un propósito que aún no se ha cumplido y pareciera que no se va a cumplir en lo inmediato.

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EL ESPECTADOR
Bogotá - Colombia
20 de abril de 2014

Crónicas del viejo mundo: del neorralismo italiano al realismo mágico

Tras el rastro de Gabo en Roma
Todo esto empezó el domingo pasado, muy temprano,
cuando el señor Molotov descendió del avión y agitó su sombrero
alegremente al pasar frente a la tribuna de los periodistas.

Por: Mary Villalobos *
Especial para El Espectador

Tras el rastro de Gabo en Roma García Márquez en Roma, a comienzos de los años 90, donde había ido a estudiar cine en los 50. / AFP

 Fue el primer relámpago en esta tempestad de sonrisas que se ha desatado en Ginebra. Pocas horas después llegó el señor Edén sonriendo a la inglesa: muy discretamente, por debajo de su pequeño bigote color de plomo. Al descender del avión, también el señor Eisenhower sonreía. Su sonrisa —todo el mundo lo sabe— parece más la de un beisbolista saludando a la multitud después de un cuadrangular de fondo, que la de un presidente”.

Así empieza la primera crónica enviada por García Márquez desde el Viejo Mundo, publicada en El Espectador, con el título “Los cuatro alegres compadres”, el 20 de julio de 1955. El joven reportero había sido enviado a Ginebra a cubrir la conferencia de los “Cuatro Grandes”, un evento crucial en la política mundial. Los presidentes de la ex Unión Soviética, el Reino Unido, los Estados Unidos y Francia, países protagonistas de la Guerra Fría, se habían dado cita en la capital Suiza. De la coexistencia pacífica entre ellos dependería la paz mundial en los años venideros. “La hierba de Ginebra es igual a la que se ve desde la ventana de Aracataca”. “La gente se viste igual que en Barranquilla”, escribió después en los dos cables y seis reportajes enviados sobre la reunión —cubierta en pleno verano— con la participación de más de 500 periodistas de todo el mundo.

Tuvo varias limitaciones en la cobertura de su primer evento internacional. No conocía el idioma, enviaba sus artículos por vía aérea, lo que significaba que serían publicados cuando la noticia era historia patria. Como él, ninguno de los corresponsales tuvo acceso a los “argumentos explosivos”, al tejemaneje político de las superpotencias de la época.

Por lo tanto, desarrolló el otro aspecto de la noticia, los detalles marginales y humanos, técnica en la cual había demostrado ya su talento durante los 18 meses en El Espectador.

Todos los caminos conducen a Roma

Según el plan acordado con El Espectador, G. M. se trasladó de Suiza a Italia para seguir de cerca el estado de salud del papa Pío XII. Años después declararía que Su Santidad había tenido una crisis de hipo y que el diario le había mandado un cable con instrucciones de viajar a Roma para seguir de cerca la salud del Pontífice. El papa murió tres años más tarde. Pero según el escritor José Luis Díaz Granados, el motivo de su viaje a Europa era otro: El Espectador lo envió a Italia porque a raíz de la publicación de su reportaje “Relato de un náufrago”, donde además de la minuciosa descripción de la odisea en el mar denunciaba que la tragedia donde habían muerto ocho jóvenes de la Marina colombiana había sido provocada no sólo por la furia del mar, sino por el peso de los electrodomésticos que, de contrabando, los marineros de la Armada Nacional habían embarcado. La denuncia del diario, según Granados, provocó la ira del dictador Rojas Pinilla (quien meses después clausuraría El Espectador) y para proteger al joven reportero, Guillermo Cano, director del periódico, lo enviaría a Europa.

Escenario neorrealista

El 30 de julio de 1955 desembarcó en Roma, una de sus metas más anheladas: allí estaba Cinecittá, la “fábrica de sueños de los años 50”, y allí podría conocer a sus admirados Vittorio de Sica y Cesare Zavattini. Se instaló en un hotel de la Vía Nazionale, que recordaría de la siguiente manera: “Sus ventanas estaban tan cerca de las ruinas del Coliseo, que no sólo se veían los miles y miles de gatos adormilados por el calor en las graderías, sino que se percibía su olor intenso de orines fermentados”. Italia era un país en transición, de una sociedad eminentemente rural a una urbana, donde se palpaban todavía los estragos de la guerra.

El futuro nobel llegó cuando estaban por cumplirse 10 años del final de la Segunda Guerra Mundial. Encontró una nación que estaba “exorcizando” las secuelas del fascismo de preguerra, para dar paso a la hegemonía de la Democracia Cristiana (partido político de centro derecha, nacido como respuesta católica al socialismo). Frente a él tenía la Italia en blanco y negro, pobre y provincial que había conocido a través de las películas del neorrealismo: “Como en un filme de Zavattini, los pobres salieron perdiendo, pero de manera particular y alegre. El modo italiano que tienen los pobres de perder se llama realismo del cine”, escribió en agosto de 1955. Ahora, él mismo caminaba por ese set realista que era la Italia de los 50: una escenografía de héroes cotidianos de carne y hueso que luchaban por sepultar los estragos de la guerra, acompañados de santos, milagros y rituales.

El papa sin hipo

El primer ritual que cubrió fue la audiencia del papa Pío XII en Castelgandolfo, pueblo a 28 km al sur de Roma, donde se encuentra el castillo veraniego de los Papas. Desde el año 1600 es el refugio de los pontífices. Durante los veranos viven allí dos meses para escapar del calor de Roma. Desde Castelgandolfo continúan todas las actividades vaticanas, incluyendo las audiencias públicas y privadas. Viajó hasta Castelgandolfo a realizar la serie “Su Santidad va de vacaciones”. Al papa le dedicaría cinco reportajes en cinco meses mostrando ya su fascinación por la criaturas de poder supremo.

Envió un retrato humano de Pío XII, al que había encontrado sin hipo, en perfecto estado de salud: “Hace un año tenía dificultad para mover el brazo derecho que es el brazo de las bendiciones”. Lo describió como un hombre de baja estatura, delgado, de piel olivácea: “Durante toda la audiencia no sé por qué asociación de ideas tuve la neta impresión de que exhalase perfume de lavanda”. Asistió dos veces a la audiencia para comprobar la inmutabilidad milenaria de la ceremonia. Comparó la gente y las ventas de Castelgaldonfo con el Espinal en el Tolima, el día de San Pedro.

No ocultó el deseo de entrevistar a la madre Pascualina, “una criatura vaga y misteriosa”, la monja alemana administradora de la vida privada de Su Santidad, para descubrir los secretos del hombre sentado en el trono de San Pedro. Hubiera querido preguntarle, entre otras cosas, ¿qué numero de zapatos calzaba el papa?, ¿cuántos pares tenía?, y otros aspectos íntimos, ocultados en forma férrea por el Vaticano. No supo nunca cuál era el número de los zapatos, pero reveló otros detalles: “Su dieta: caldo, un pedazo de carne con verdura cocida, una manzana cocida y un vaso de vino, un almuerzo insípido porque su médico le ha prohibido la sal”. Un hecho de crónica negra no pasó inadvertido al joven reportero: el cuerpo decapitado de una mujer fue encontrado cerca del castillo del papa. La policía buscaba desesperadamente la cabeza que se presumía había sido tirada al lago que rodea la residencia papal.

“Tal vez será la única persona en grado de ver —de una ventana que domina la entera superficie del lago— lo que todos los romanos están ansiosos por conocer: la cabeza que la policía recuperará de las aguas de Castelgandolfo. Esta imagen aparecerá después en el cuento Los funerales de la Mamá Grande. Señaló también el interés del papa por el cine: “Una diversión que tiene 15 años menos que el papa” (Pío XII en la época del reportaje tenía 79 años). Sobre la audiencia privada concedida a Sofía Loren, escribió: “Hace un mes el papa conoció personalmente a una mujer que ha hecho pensar en el diablo a media humanidad”: Sofía Loren.
Sofía Loren ordenó para la ocasión un vestido negro sin un milímetro de escote y se presentó a la audiencia sin maquillaje en medio de un bombardeo impresionante de flashes”.

Concluyó así el reportaje: “Sería el diablo a inspirarme un pensamiento: si por voluntad de Dios el papa hubiera perdido el equilibrio, mi artículo sería triste e indeseable, pero un artículo en exclusiva mundial”.

Tenor a domicilio

Del hotel de la vía Nazionale se trasladó a una pensión en el barrio Parioli. Vivió en una habitación contigua a la del tenor colombiano Rafael Ribero Silva, quien había llegado a Roma hacía 6 años. El tenor y el periodista se volvieron cómplices. La amistad con Ribero Silva le permitiría conocer otros encantos de la milenaria Roma, que relataría después en el cuento La Santa: “El tenor y yo no hacíamos la siesta. íbamos en su Vespa, él conduciendo y yo en la parrilla, y les llevábamos helados y chocolates a las putitas de verano que mariposeaban bajo los laureles centenarios de Villa Borghese, en busca de turistas desvelados, a pleno sol. Eran bellas, pobres y cariñosas, como la mayoría de las italianas de aquel tiempo, vestidas de organza azul, de popelina rosada, de lino verde, y se protegían del sol con las sombrillas apolilladas por las lluvias de la guerra reciente”.

Al tenor, un joven de su misma edad, hecho a pulso con paciencia y disciplina, le dedicaría el reportaje Triunfo lírico en Ginebra. “A las siete en punto, Rafael se levanta a hacer sus ejercicios de canto. Las notas se rompen como piedras contra los cristales de las ventanas y los vecinos saben entonces que es hora de levantarse. En otra parte se habría constituido una asociación de vecinos para tirar el tenor por la ventana. Pero en eso se diferencia Roma de las otras ciudades del mundo. Más que un teléfono blanco o un auto último modelo, para los romanos es un lujo tener un tenor en carne y hueso como un servicio a domicilio”.

En los primeros meses el tenor le sirvió de traductor espontáneo en un momento en el que desconocía el italiano y su trabajo le exigía consultar diversas fuentes, como le ocurrió con el extenso y pormenorizado reportaje sobre el asesinato de Wilma Montesi, en el que trabajó parte del mes de agosto y algunos días de septiembre. Montesi tenía 21 años y era la hija de un carpintero romano; su asesinato, dos años antes, había sido encubierto por razones aún turbias en el momento en que G. M. escribió sobre el caso. En el hecho se evidenciaba la decadencia de las clases altas, la corrupción policial y la manipulación política. Se cree que el caso sirvió de inspiración para la película La dolce vita, de Federico Fellini, en 1959. El Espectador declaraba: “Durante un mes, visitando los sitios en que se desarrolló el drama, Gabriel García Márquez se ha enterado de los más mínimos detalles de la muerte de Wilma Montesi y del proceso que la ha seguido”. Lo tituló “El escándalo del siglo”: fue un éxito periodístico publicado en 14 entregas. En este reportaje, considerado una pieza de orfebrería, exploró de manera profunda la sociedad italiana.

Venecia: indigestión cinematográfica

A mitad de septiembre Gabriel García Márquez desembarcó en Venecia: tenía que cubrir la XVI edición de la Muestra del Cine en la ciudad de las góndolas, por lo que le tocaría ver cine día y noche. En 10 reportajes cubrió en detalle todo el evento: la primera “gran indigestión de cine de su vida”, según cuenta. Entre el desayuno y el almuerzo había visto ya tres películas. El filme ganador del León de Oro, el máximo galardón, fue Ordet, del director danés Carl Theodor Dreyer, un premio muy merecido, según García Márquez: “Bastaba Ordet, ‘la Palabra’, para que este no fuera un año en blanco en la historia del cine”.

Estuvo de acuerdo con el León de Plata otorgado al filme La cigarra, del director ruso Samson Samsonov, basado en un cuento del también escritor ruso Antón Chéjov. Pero las películas que más lo entusiasmaron fueron Amici per la Pelle, del italiano Francesco Rossi (quien 35 años después dirigiría, sin éxito, Crónica de una muerte anunciada) y Las amigas, de Michelangelo Antonioni. Era un reportero en salsa cinematográfica. Con ojo crítico e irónico informó sobre las dos semanas del Festival de Cine, bautizado por él La democracia del smoking, “prenda exigida todavía hoy para las presentaciones oficiales. Su alquiler costaba mil liras, el salario que ganaba un obrero en una semana.

“La guerra de las medidas”: así llamó la rivalidad entre Sofía Loren y Gina Lollobrigida, actrices de moda en Italia que, según él, con metro en mano, se disputaban la popularidad y el protagonismo cinematográfico. Pero no se quedó solamente en las proyecciones y en todo el circo mediático que rodea el festival. Salió de las salas cinematográficas para contar el otro cine, el de las calles: “Para entender el neorrealismo italiano, para darse cuenta de que Cesare Zavattini es uno de los grandes hombres de este siglo, es necesario ver un almuerzo de pobres en Venecia”.

“Los pobres llevan dos libras de macarrones al Lido y se comen dos libras de macarrones.

Pero no son los mismos que llevaron: son dos libras hechas con las dos libras de macarrones de cada uno de los vecinos. Cuando abre su paquete, la madre de aquí le da un poco de macarrones a la madre de allá. Y aquella le da a esta otro poco de sus macarrones. Así, mientras se abren los paquetes, hay un intercambio general de pedazos de pan y macarrones. Al final, todos comieron bien. Pero ninguno se comió sus propios macarrones, sino los del vecino. Es una característica del pueblo italiano: en los trenes, pero sólo en los vagones de tercera, tiene uno que atragantarse el poco de comida que le dan todos los vecinos”.

Comentando siempre la vida de los italianos los domingos en Venecia: “Todos vienen vestidos de pobres: con la ropa remendada y los zapatos rotos, hablando ese dialecto veneciano, intrincado y excesivo, que acaso inventaron ellos mismos para poder burlarse de los ricos sin que los ricos lo sepan. Cada caseta en la playa, urbanizada por los ricos, cuesta mil liras. Eso es lo que gana un pobre en un día de trabajo. Y como los pobres no son tan tontos como los ricos, se meten en los estrechos transversales y empiezan a quitarse la ropa”.

La novedad del Festival de Cine era la participación, por primera vez, de los países socialistas del Este, desde la posguerra. En Venecia hizo los contactos que le servirían después del Festival para visitar Viena, atravesar la Cortina de Hierro y llegar hasta Checoslovaquia y Polonia.

Cinecitta: fábrica de sueños

A finales de octubre se matriculó en el curso de dirección en el Centro Experimental de Cinematografía, cuando Cinecittá estaba en su punto más alto. Era la meca del cine europeo, visitada por Charles Chaplin y Alfred Hitchcock, directores de la vanguardia del siglo XX. En Roma encontró un ángel protector: Fernando Birri, cineasta argentino. Birri, que había tenido que escapar del peronismo por sus convicciones de izquierda, llevaba cinco años en Cinecittá, donde había hecho un curso de dirección de dos años, tras un arduo examen sobre El ciudadano Kane, y donde había obtenido ya una pequeña tajada de gloria como asistente de Vittorio de Sica y Cesare Zavattini.

En la carta de recomendación fechada en Bogotá para Birri que le entregó a G. M. el escritor y poeta Alberto Zalamea, le pedía encarecidamente que ayudara al amigo periodista a entrar en el mundo del cine. En Birri, encontró desde el principio a otro de sus amigos y cómplices de toda la vida. En el Café de España bebían y conversaban durante horas sobre el futuro del cine latinoamericano. Soñaron sobre la posibilidad de trabajar juntos en el cine, lo que efectivamente lograrían 30 años después en la escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, fundada por G. M., en la cual Birri sería el director.

Birri dirigió el filme Un señor muy viejo con alas muy grandes, basado en un cuento de G. M. El objetivo de G. M. era claro: estudiar guión. Pero esa materia no existía como curso en el centro, sino que era una de las asignaturas del curso de dirección, por lo tanto, se matriculó en éste. Con su alérgica crónica al academicismo, pronto empezó a bostezar y ausentarse de las clases, lo mismo que había hecho en Bogotá y Cartagena durante sus escasos años de estudiante de derecho. Las clases en el primer semestre eran demasiado teóricas: Estética del cine, Teoría del lenguaje fílmico o Historia socioeconómica del cine: a los dos meses estaba ya desencantado.
Duró otro mes más porque en los sótanos de la escuela podía ver los clásicos del cine y porque se aplicó con la profesora Rosado a aprender las leyes del montaje, la gramática del cine. En el futuro, muchos se sorprenderían al descubrir que tenía conocimientos sólidos de aspectos técnicos de la realización cinematográfica, adquiridos en la escuela de cine.

El maestro

La lección más impactante fue conocer a través de Birri a su admirado Cesare Zavattini. Discutían con él algunos argumentos, pero también lo espiaban mientras trabajaba: “Era una máquina de pensar argumentos. Le salían a borbotones, casi contra su voluntad. Y con tanta prisa, que siempre le hacía falta la ayuda de alguien para pensarlos en voz alta y atraparlos al vuelo. Conservaba las ideas en tarjetas ordenadas por temas, prendidas con alfileres en los muros, y tenía tantas que ocupaban una alcoba de su casa”.

Zavattini había nacido con el siglo XX, en 1902. Era abogado, periodista, escritor, narrador satírico irónico, crítico, libretista de tiras cómicas, pero su verdadera vocación era el cine. En sus primeras obras, bajo el fascismo (1931-1943), hacía malabares entre la realidad y la fantasía para huir de la censura del dictador Benito Mussolini. Cuando García Márquez lo conoció tenía 53 años y era ya reconocido como padre del neorrealismo: Sciusciá (1946), Ladrón de Bicicletas (1948), Milagro en Milán (1951) son algunos de sus guiones más populares, pero fue autor de más de 60. Cuando murió, a los 87 años, todavía traajaba.

El maestro Zavattini no alcanzó a imaginar el impacto que su criatura artística, el neorrealismo, causaría en el alumno venido del otro mundo. Ver la vida en una sala de cine fue la poética cinematográfica que más influyó en su maduración estética. El escritor reconocía al neorrealismo no solamente como una forma de sensibilidad y expresión narrativa. Tenía otra cualidad: la capacidad de producir películas excelentes a bajos costos. En el reportaje titulado “Porque no había plata De Sica se dedicó a descubrir actores”, narra cómo Zavattini y De Sica iban por las ciudades italianas haciendo pruebas y fotografías, buscando hombres comunes y corrientes para convertirlos en actores.

Cuenta, también, cómo para el protagonista de Ladrones de bicicletas” llamaron a Henry Fonda, quien les cobró el triple del presupuesto del cual disponían para hacer el filme. De Sica lo reemplazó por un albañil que encontró pegando ladrillos en un barrio de Roma: Ladrón de bicicletas obtuvo el Óscar. García Márquez no se interesó por los escritores “comprometidos” de la época, como Alberto Moravia, Elsa Morante, Passolini, quien justo en 1955 publicaba Ragazzi di Vita. Moravia había sido prohibido por el Sant’Uffizio del Vaticano, señalado como uno de los autores que un buen cristiano no debía leer.
Esto demuestra que en aquellos cinco intensos meses pasados en Roma su meta era el cine y no la literatura. En el discurso pronunciado en La Habana, en la inauguración de la Escuela de San Antonio de los Baños, intitulada a Cesare Zavattini, el 4 de diciembre de 1986, resume su experiencia romana: “Entre 1952 y 1955, cuatro de los que hoy estamos a bordo de este barco estudiábamos en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma: Julio García Espinosa, viceministro de Cultura para el Cine; Fernando Birri, gran papá del Nuevo Cine Latinoamericano; Tomás Gutiérrez Alea, uno de sus orfebres más notables, y yo, quien entonces no quería nada más en esta vida que ser el director de Cine que nunca fui. Ya desde entonces hablábamos casi tanto como hoy del cine que había que hacer en América Latina, y de cómo había que hacerlo, y nuestros pensamientos estaban inspirados en el neorrealismo italiano, que es —como tendría que ser el nuestro— el cine con menos recursos y el más humano que se ha hecho jamás. Por aquellos días de Roma viví mi única aventura en un equipo de dirección de cine. Fui escogido en la Escuela como tercer asistente del director Alexandro Blasetti en la película Lástima que sea un canalla, y esto me causó una gran alegría, no tanto por mi progreso personal, como por la ocasión de conocer a la primera actriz de la película, Sofía Loren.
“Pero nunca la vi, porque mi trabajo consistió, durante más de un mes, en sostener una cuerda en la esquina para que no pasaran los curiosos. Es con este título de buen servicio, y no con los muchos y rimbombantes que tengo por mi oficio de novelista, como ahora me he atrevido a ser tan presidente en esta casa, como nunca lo he sido en la mía, y a hablar en nombre de tantas y tan meritorias gentes de cine”. Afortunadamente lo trataron como un canalla en su primera práctica cinematográfica, porque seguramente hubiéramos ganado un Zavattini latinoamericano, pero perdido un Premio Nobel.

* Periodista independiente radicada en Italia.

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EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
26 de abril de 2014

'Gabo marchaba al ritmo
de su propio tambor': Bill Clinton

En diálogo con EL TIEMPO, el expresidente de los EE. UU.
recordó su amistad con el nobel colombiano.

Por Sergio Gómez Maseri |
Clinton y Gabo en 2007, en el Congreso Internacional de la Lengua Española,
en Cartagena. Foto: Archivo / EL TIEMPO

Por aquellas cosas del destino, y quizá algo de realismo mágico, al presidente Clinton lo sorprendió la noticia de la muerte de Gabriel García Márquez al lado de otro colombiano.

Clinton estaba en Nueva York en la mitad de una reunión con el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, cuando a éste le llegó un mensaje de texto en el que le anunciaban el deceso del nobel. Toda una coincidencia, pues fue Moreno, precisamente, el hombre que durante años les sirvió como puente en su relación.

“Era una persona a la que yo realmente apreciaba”, atinó a decir un Clinton visiblemente conmovido.

El expresidente estadounidense y Gabo se conocieron en 1994, cuando el primero ya ocupaba la Casa Blanca y había hecho pública su fascinación por el escritor colombiano.

Desde entonces fueron muchos los encuentros y varias las cartas que se cruzaron a lo largo de casi dos décadas de amistad.

En entrevista con EL TIEMPO, Clinton recuerda a su gran amigo, al que cataloga como uno de los mejores escritores que ha producido la humanidad.

Así mismo confiesa que para honrar su memoria ha comenzado a leer nuevamente 'Cien años de la soledad'.

Usted siempre ha dicho que García Márquez es uno de sus autores favoritos. ¿Cuándo entró por primera vez en contacto con su obra y cuál fue su impresión en ese momento?
Leí 'Cien años de soledad' en 1972, cuando era estudiante de Derecho en la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut. Estaba tan cautivado por ese libro que lo llevaba a una clase sobre impuestos que poco me interesaba. En lugar de escuchar la cátedra me dediqué a leer la novela. Marivin Chirlestein, mi profesor en esa clase, un día me preguntó qué era lo que estaba leyendo, pues era obvio que yo no le estaba prestando atención. Le mostré el libro y le dije que era la mejor novela escrita en cualquier lengua desde la muerte de William Faulkner. Siendo un joven criado en el sur de los Estados Unidos, fue el mayor elogio que pude haber expresado. Lo creía en ese momento y lo sigo creyendo hoy día.

¿Cómo comenzó su amistad con Gabo y en cuántas oportunidades se vieron?
Conocí a Gabo en 1994 durante unas vacaciones en Martha’s Vineyard, en Massachusetts. Hillary, Chelsea y yo habíamos sido invitados a una comida en casa del novelista estadounidense William Styron y Gabo era el huésped de honor junto al gran escritor mexicano Carlos Fuentes. Nunca olvidaré lo amable que fue Gabo con mi hija, que en ese entonces tenía 14 años y ya se había leído tres de sus libros. Él le preguntó a Chelsea, con algo de escepticismo, si los había entendido y tuvieron una larga conversación sobre sus libros y la literatura. Más adelante Gabo le envió a ella una compilación con todos sus libros. Cuando finalmente logramos conversar lo hicimos sobre política y nos enfrascamos en una discusión sobre el embargo a Cuba. Disfruté cada minuto de esa conversación. Un tiempo después su ahijada, Patricia Cepeda, le entregó los libros a Chelsea y una copia autografiada de la primera edición en inglés de 'Cien años de soledad' para mí. Desde entonces nos mantuvimos en contacto a lo largo de los años y desde que abandoné la Casa Blanca traté de verlo cada vez que coincidíamos en Colombia.

¿Cómo fue su relación política con Gabo? Él era también amigo cercano de Fidel Castro y siempre se ha dicho que trató de acercar a Cuba y a EE. UU. cuando usted era presidente.
A Gabo le encantaba bromear diciendo que era la única persona que era amiga de ambos. Gabo siempre expresó, de manera contundente, su opinión sobre la necesidad de levantar el embargo. Le expliqué que yo no podía levantar el embargo pero que respaldaba el Acto para la Democracia de Cuba, que le daba la autoridad al presidente de Estados Unidos para mejorar las relaciones con Cuba a cambio de movimientos hacia la democracia y la libertad en la isla. En esa época había un éxodo masivo de cubanos hacia Estados Unidos similar al incidente del Mariel en 1980. Yo le pedí a Gabo que le dijera a Castro que si seguía el influjo descontrolado de cubanos hacia costas estadounidenses mi respuesta sería muy diferente a la del presidente Jimmy Carter en 1980. No mucho después, EE. UU. y Cuba llegaron a un acuerdo en el que Castro se comprometió a frenar el éxodo y nosotros prometimos acoger a 20.000 cubanos cada año a través del proceso regular, un proceso que ambas partes honramos hasta el fin de mi presidencia.
Yo pensé que podría terminar con el embargo durante mi segunda presidencia. Había mucho interés en hacerlo, incluso entre la comunidad cubanoamericana de Miami, hasta que derribaron los aviones de Hermanos al Rescate en abierta violación de las leyes internacionales. En ese momento el Congreso aprobó una ley que incrementó las sanciones y eliminó el poder que hasta entonces tenía el presidente para levantar el embargo sin la autorización del Congreso.
Las cosas parecen estar moviéndose nuevamente hacia la reconciliación y creo que se podría avanzar aún más si Raúl Castro libera al estadounidense Alan Gross, encarcelado de manera equivocada.

¿Cuándo fue la última vez que vio al nobel colombiano?
Vi a Gabo y a Mercedes en su casa de Cartagena en mayo del año pasado, cuando estuve en Colombia con mi amigo y socio canadiense Frank Giustra, para ver el trabajo que hacemos en respaldo de pequeños agricultores, pescadores, empresarios y estudiantes en Bogotá y Cartagena. Lo visitamos un rato en su casa. Pude ver que los años ya le pesaban, pero estaba de buen ánimo y fue una gran visita.

¿Qué cree que significa Gabriel García Márquez para el mundo de la literatura?
Gabo escribió libros sabios y maravillosos. Introdujo a millones de personas al realismo mágico, empleando la magia de su imaginación para iluminar la realidad que compartimos: alegría y dolor, amor y pérdida, nobleza y bajos impulsos. Su trabajo incrementó el interés por la literatura latinoamericana alrededor del mundo, lo que ayudó a otros autores latinoamericanos a encontrar nuevas audiencias. Su importancia fue enorme en la creación de una cultura literaria global.

Para la audiencia de habla española Gabo fue un fenómeno. ¿Es visto igual por el público angloparlante?
Sí. Gabo era en esencia un contador de historias, uno de los mejores de todos los tiempos. Nos podía hacer llorar, reír a carcajadas, maldecir con rabia, y perder el aliento ante lo maravilloso. Impactó en personas de todo el planeta.

¿Cuáles son sus libros preferidos de García Márquez? ¿Se los ha leído todos?
'Cien años de soledad', 'El otoño del patriarca', 'El general en su laberinto', 'Del amor y otros demonios', 'Noticia de un secuestro' y 'Vivir para contarla'. Todavía me hacen falta unos tres, pero pronto llegaré a ellos. Para honrar su fallecimiento he comenzado a leer nuevamente 'Cien años de soledad'.

¿Por qué Gabo fue tan importante para usted?
Porque sus libros y amistad han constituido preciosos regalos en mi vida. Porque compartíamos el amor por la democracia y la libertad, el odio por el poder brutal y arbitrario y la preocupación por la vida y el bienestar de la gente del común. Porque Gabo marchaba al ritmo de su propio tambor y dedicó su vida a crear memorias que nos estremecerán para siempre.


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