CROMOS
Bogotá – Colombia
14 de diciembre de
1982
Nobel de literatura
Diario del Nobel (I)
«García Márquez,
un viento fresco que ha
llegado a Estocolmo»
un viento fresco que ha
llegado a Estocolmo»
*El 14 de diciembre
1982, Cromos asistió a todos y cada uno de los actos de entrega del Premio
Nobel al escritor colombiano Gabriel García Márquez. Su hermano Eligio García
narra en esta primera crónica de la serie que publicaremos sobre el
acontecimiento literario más importante en nuestra historia, los pormenores de
la llegada, el ambiente vallenato del avión, un encuentro esperado en el
aeropuerto de Barajas, los apuntes de la comitivas, las imprudencias de las
leyes aeronáuticas, la extraordinaria ceremonia en que García Márquez pronunció
su discurso sobre la América Latina y el ensayo de la ceremonia.*
Por: Eligio García.
Vía Telefax Ericsson.
Estocolmo, diciembre 8, 11 de la mañana: Un periódico local,
“Dagens Nyheter2, publica a cuatro columnas a cuatro columnas una fotografía de
Gabriel García Márquez sonriente,
enarbolando en la mano derecha la rosa amarilla de su buena suerte, a su
arribo al aeropuerto de Arlanda. En las páginas anteriores el diario reproduce
la pequeña conferencia de prensa que tuvo la noche anterior al llegar a
Estocolmo, lo mismo que un artículo explicativo y elogioso de principio a fin.
Una joven sueca que dice estudiar cine y que este periodista
ha encontrado en la calle, comenta en inglés: “García Márquez es un viento
fresco que ha llegado a Estocolmo”. Es una metáfora, porque la ciudad ha
amanecido hoy a cinco grados bajo cero. De manera que el viento fresco parece
ser, como evidentemente lo es, espiritual.
Madrid, diciembre 7, aeropuerto de Barajas, 2 p.m. Acabamos de
llegar, después de una largo viaje de doce horas, después de una larga y total
rumba de avión. Toda la noche, desde que salimos de Bogotá, en la escala de
Puerto Rico, en la oscura travesía del Atlántico, ha sido el incansable sonido
musical proveniente del grupo llanero “Los Copleros de la Tranquera”, de la voz
dela Negra Grande, de todos los músicos y los pasajeros que cantan y cantan sin
cesar. Uno los oye y recuerda ese dicho atribuido al cantante cubano Benny
Moré: tienen música por dentro.
El aeropuerto de Barajas está cubierto de una neblina espesa
e intransigente, y el avión ha tenido que permanecer más de una hora
sobrevolando Toledo y Madrid, en
rigurosa espera de turno para descender.
Su esposa, Mercedes Barcha, lo esperaba en el aeropuerto de
Estocolmo. La apoteosis de García Márquez en Suecia fue inusitada. Foto:
Archivo Cromos
2:30 p.m. Aparece Gabriel García Márquez, en uno de los
pasillos solitarios del aeropuerto. Viene acompañado por su agente literario,
Carmen Balcells. Acaba de llegar de Barcelona, comenta, donde tuvo que
desviarse el avión de Iberia procedente de la Habana, debido al mal tiempo de
Madrid. Está a punto de abordar el vuelo de la línea aérea escandinava que lo
llevará a Estocolmo. Al principio hay alegría en todos los rostros colombianos.
El pasillo se convierte en un verdadero pandemónium. Todos quieren saludarlo al
mismo tiempo. Todos quieren abrazarlo. Estar junto a él. Él se deja llevar
feliz, por la barahúnda. Pero, antes, lo primero que pregunta es por el
paradero de Teresa de Cepeda, la inolvidable Tita de su aún más inolvidable
Álvaro Cepeda. Cuando ella aparece él le comenta su inquietud por su ausencia
en una lista de invitados conocida en París.
Uno a uno va abrazando a sus amigos: Alfonso Fuenmayor,
Alvaro Mutis, Alvaro Castaño, Fernando Gómez Agudelo, Hernán Viecco, Germán
Vargas, y sus respectivas esposas, y abraza también a otros esposos y otras
mujeres y colombianos que ve por primera vez, y a la Cacica Consuelo Vallenta,
y a Escalona… y a Gonzalo Mallarino… Casi lo deja el avión.
Martes 7, 7p.m.
Volamos rumbo a Estocolmo. La última etapa de este viaje increíble,
interminable, de más de veinte horas. El avión va guiado por tres computadores
que continuamente estudian y corrigen el plan de vuelo elaborado por el
capitán. Es la primera vez que hace esta ruta, pero él dice que no existe el
más mínimo riesgo porque los computadores no fallan.
Carmen Mutis, la esposa del poeta Alvaro Mutis, comenta:
“Quiera Dios que no fallen”. En cambio su marido dice muerto de la risa: lo
están jalando por radio desde Estocolmo. En los rostros hay cansancio. Ya no se
oye la música. Pero no es solo por agotamiento. Es que todos esperaban,
ansiaban, que García Márquez se subiera al avión como estaba previsto, pero las
leyes de la aeronáutica internacional prohíben que en una escala se recojan
pasajeros.
Miércoles 8, 2 p.m.
Grand Hotel, Estocolmo. Es el cuartel
general del Nobel. En este hotel milenario están alojados como sucede siempre,
todos los laureados. García Márquez ocupa una suite, con su esposa Mercedes y
su hijo Gonzalo. El mayor, Rodrigo, no ha podido asistir debido a su trabajo
como fotógrafo en “La Cándida Eréndida” que Rui Guerra filma en Potosí, México.
A los amigos de García Márquez de México y Colombia se han unido otros
provenientes de España y París. Sólo falta el pintor Alejandro Obregón que por
obstáculos ineludibles no ha podido venir. Solo falta Cepeda.
Foto: Archivo Cromos
En el discurso sobre Latinoamérica, unánimente elogiado,
gastó un mes de trabajo. Está lleno de datos mágicos e increíbles.
Miércoles 8, 5 p.m.
Edificio de la Bolsa, donde está la sede la Academia Sueca. Dentro de
unos momentos, Gabriel García Márquez deberá leer su primer discurso en
Estocolmo. El otro, que leerá la noche del 10 después de la entrega del Nobel,
será totalmente distinto a este que se apresta a pronunciar. Este, ha dicho,
será evidentemente político. En el otro, por el contrario, intentará definir la
poesía. Para éste cuenta con casi media hora. Para el otro, de sólo cinco
minutos. La sala está colmada de público. Están, por supuesto, todos los amigos
de García Márquez. Pero también muchos estudiantes suecos. Y varias
personalidades, encabezadas por el secretario permanente de la Academia, Lars
Gyllanstein, el mismo que escribió el comunicado que anunciaba le premios el
pasado 21 de octubre, el mismo que lo presentará hoy ante el público. Entra
García Márquez al recinto, acompañado de su esposa Mercedes y su hijo Gonzalo
saluda al público que lo ovaciona, se sientan en las sillas reservadas frente
al atril donde ahora Lars Gyllanstein presenta a García Márquez. Sus palabras
en sueco, no sólo no se comprenden sino que ni siquiera se oyen porque la
tribuna de la radio está al descubierto y los locutores colombianos parecen
estar transmitiendo un partido de fútbol. Tanto es el escándalo que cuando le
toca hablar a García Márquez lo primero que hace es un gesto con el dedo
izquierdo, pidiendo al locutor emocionado que se calle.
5:35 p.m. Una estruendosa ovación sacude el recinto de la
Academia. Durante varios minutos la gente aplaude el discurso de García
Márquez. Ha sido, indiscutiblemente, un discurso político, escrito por un gran
escritor. En él, García Márquez ha hecho una especia de balance, de resumen de
toda su obra. Ha descubierto muchas de sus fuentes. Ha hablado de Antonio
Pigafetta, de los dictadores latinoamericanos, de la realidad latinoamericana,
balanceándose siempre entre el despotismo y la magia. Le ha pedido a los
europeos más imaginación y más humildad con nuestro continente. Ha citado a
Faulkner, a Neruda, a Thomas Mann, y ha dejado de citar a los incontables
escritores que antes que él se ganaron el Nobel y aquí estuvieron leyendo sus
discursos. Es el mismo García Márquez de
siempre. Pero distinto. Ahora, contrario a su obra, él dice que América Latina,
a pesar de todos los saqueos y cataclismos, siempre la vida se impone sobre la
muerte. Ahora, voltea su cita de “Cien años” pidiendo que por fin y para
siempre las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan una segunda
oportunidad sobre la tierra.
6 p.m. Aún García Márquez está firmando autógrafos en el
recinto de la Academia. Firma libros suyos. Firma copias del discurso en varios
idiomas, inglés, francés, sueco y español. Nadie se mueve, excepto la multitud
de fanáticos que lo rodean ansiosos como si fuera un cantante o un deportista.
Finalmente logra escabullirse. Entra a otro recinto, donde lo esperan varios de
los 18 jurados que lo eligieron sin sospechar que un piso más abajo está la
enorme biblioteca Nobel, con todos los mejores autores pasados y presentes, y
donde este periodista al pasar sólo ve uno, destacándose: Graham Greene.
Diciembre 10, 11 de la mañana. Ensayo en el Concert Hall. A
la izquierda le Premio Nobel de física, alquimista, cara de niño loco, genial,
que se divierte con el ensayo de la ceremonia. Se habla en inglés. A García
Márquez en francés. Esta tarde le hablarán en español. No habrá música
colombiana, le dicen. En cambio tendrá que escoger entre Bach y Bartok, sus
músicos preferidos. Él escoge a Bartok. Oye su nombre, se pone de pie, se
acerca al maestro de ceremonia que hace de rey, le entregan el diploma y dentro
de la caja lo que saca García Márquez es una rosa amarilla. Los periodistas
aplauden, y García Márquez mira hacia el público y se agarra la nariz. Termina
la ceremonia son el laureado en Economía y el de Química pide a García Márquez
que le firme “Cien Años” y “La Muerte Anunciada” en inglés. García Márquez se
va luego a escribir qué es la poesía. Sale del recinto. Afuera no neva, sino
que llovizna y yo pienso; ahora los alcaravanes del trópico, allá en Macondo se
pondrán a cantar.
Foto: Archivo Cromos
Este fue el momento culminante. García Márquez se retira del
escenario con la medalla de oro que le consagra como uno de los mejores
escritores del siglo XX.
** ** **
Diario del
Nobel (II) «Borges
no ha
escrito nada bueno en 25 años»
*Artur Lundkvist, artífice del galardón
para García Márquez, afirma que en el premio no hay razones políticas, que
Graham Greene escribió un libro en los años 40 y después se dedicó a la
propaganda, que José Donoso no es suficientemente bueno y que el próximo Nobel
latinoamericano será Octavio Paz.*
Por Eligio García. Fotos: Björn Elgstrand. Archivo
Cromos: Diciembre 14, 1982
Artur Lundkvist, y
una admiradora. Foto Internet.
El único obstáculo que tuvo Gabriel García Márquez para
ganarse el Premio Nobel de Literatura 1982, fue precisa, paradójicamente, la
serie de artículos que sobre el Nobel publicara hace dos años el propio escritor
colombiano.
Así se lo confesó a este periodista, en Estocolmo, Artur
Lundkvist, el miembro de la Academia Sueca que no solo postuló a García Márquez
sino que fue siempre su defensor número uno.
«Habría sido mejor no escribir esos artículos –titulados
con el nombre genérico de El fantasma del Nobel–, entre otras cosas porque no
era muy bien informados. Tanto yo como otros académicos tuvimos un poco de
miedo cuando aparecieron, porque esto podría entonces disminuir sus
posibilidades para ganárselo».
El hecho de que la Academia Sueca dejó finalmente de lado
este obstáculo demuestra, según Lundkvist, que para ella lo único que tiene
validez son los méritos literarios de un autor.
Fui a Estocolmo a entrevistar especialmente a Lundkvist
porque en cierta manera fue él y solo él el artífice del Nobel para García
Márquez. El propio escritor se refirió a él, en su nota novelística, en estos
términos definitivos: «El único miembro de la Academia Sueca que lee
castellano, y muy bien, es el poeta Artur Lundkvist. Es él quien conoce la obra
de nuestros escritores, quien propone sus candidaturas y quien libra por ellos
la batalla secreta. Esto lo ha convertido muy a su pesar en una deidad remota y
enigmática, de la cual depende en cierto modo el destino universal de nuestras
letras».
– ¿Qué siente Artur Lundkvist con este inmenso poder?
Él sonríe con malicia irónica ante la pregunta.
– Son circunstancias que han hecho toda esta situación. Y
que colocan sobre mí semejante responsabilidad. Lo mejor sería que no tuviera
tanta. Las circunstancias me han dado mucho poder, y yo detesto el poder.
Siempre he estado contra él, y por eso esta sensación no me gusta. Pero el
problema es que soy el único que puedo leer a los autores latinoamericanos con
matices, y con un juicio más certero por hacerlo en el propio idioma. Como
puede ver, la culpa no es mía.
Fue Lundkvist quien en los años 50 postuló a Miguel Ángel
Asturias al leer El señor presidente. Fue él quien postuló y logró el premio
para Pablo Neruda, un poeta traducido al sueco casi en su totalidad por el
propio Lundkvist, y con quien mantuvo una amistad de muchos años. Fue también
él factor definitivo para Vicente Alexandre, en 1977, y fue (públicamente) el
artífice del Nobel a García Márquez.
¿Definitiva la muerte de la muerte anunciada?
En este último caso fue una labor de años. Desde 1967,
cuando Lundkvist leyó Cien años de soledad en español, dio el nombre de Gabriel
García Márquez. Hace dos años cuando el nombre del escritor colombiano se oyó
insistentemente en Estocolmo, la prensa publicó unas declaraciones atribuidas a
Lundkvist, en las cuales decía que efectivamente García Márquez era uno de los
candidatos más idóneos, solo que la academia estaba esperando que escribiera
otro libro. En junio de 1982 apareció en las librerías suecas Crónica de una
muerte anunciada, factor decisivo para que le dieran el Nobel, según su
traductor Peter Landeluis.
Lundkvist, por el contrario, no piensa lo mismo. «Esa
obra no tuvo ninguna significación definitiva», comenta con una voz ronca y
plácida, sentado en un sillón de cuero en su casa de las afueras de Estocolmo.
Son las tres de la tarde pero parece que fueran las tres de la mañana. Hace un
momento ha comentado que por fin ha nevado, que es el vestido que mejor le
queda a Suecia. Lo dice mientras ve caer la nieve, suave y silencopsa a través
de los ventanales. Su casa es sencilla, casi modesta. Su aspecto personal,
bastante juvenil a pesar de sus 76 años y un infarto cardiaco, sufrido hace
precisamente un año. Un infarto que entre otras cosas puso en vilo a la
literatura latinoamericana y a García Márquez en particular, ya que en cierta
ocasión Lundkvist confesó que no quería morirse sin antes ver coronado al
escritor colombiano.
– ¿Qué sintió Lundkvist con este premio?
– Una gran alegría. Una alegría tan grande o quizás más
grande que cuando Pablo Neruda y Alexandre, los tres laureados que según sus
propias palabras ha sentido más cerca. Él habla español, pero para la
entrevista prefirió hacerlo en sueco, traducido por una mujer dee du entera
confianza, Lena Jackson, quien habla muy bien ambos idiomas. Se comprenden
perfectamente, y antes de traducir sus respuestas ellos conversan, discuten lo
que él está diciendo. Ella incluso le recuerda nombres y obras.
El cónclave literario
Lundkvist es uno de los 18 miembros de la Academia Sueca,
cifra azarosa ya que fue escogida por su fundador, el res Gustavo III, en 1786,
por ser su número mágico. De cómo ellos deciden finalmente quién es cada año la
gloria universal de las letras, es uno de los misterios mejor guardados del
mundo, solo comparable a lo que sucede en el Cónclave que elige el Papa.
«Tiene que ser algo muy cerrado, porque entre más
información exista habrá más influencia exterior y menos posibilidades para los
candidatos», dice Lundkvist. Y agrega: «En alguna ocasión hubo un embajador
italiano en Suecia muy interesado en hacer publicidad a un escritor de su país,
cuando lo que hay que hacer es todo lo contrario. Que no haya la más mínima
propaganda en favor de un escritor, porque es perjudicial. Así nunca ese
escritor va a recibir el Nobel. Porque lo que quieren todos los miembros de la
academia es conservar su libertad, su intimidad. No aceptamos la más mínima
presión exterior».
Aún así, y ya en el caso cumplido de Gabriel García
Márquez, Lundkvist, tuvo la gentileza sueca de comentar a grandes rasgos el
proceso seguido para elección del escritor colombiano. El 1 de febrero del año
pasado, tal como es tradición en la academia, se seleccionaron 150 candidatos.
Poco tiempo después, en una fecha no determinada, la lista se redujo a 20, «y
García Márquez ha estado entre estos 20 durante varios años». En junio, se
eligieron los siete definitivos, sobre los cuales se distribuyó entre los
miembros toda la literatura disponible, para que durante el verano pudieran
estudiarla con detenimiento. Según Lundkvist la lista de 20 puede variar. En
cambio la de siete es definitiva. («la única excepción que ha habido fue en el
año de Alexandre Solsjenitsyn, que lo añadieron un poco más tarde» –y él no
aclara por qué–. Al final del verano, los miembros de la academia tienen la
obligación de fijar por escrito, o en un discurso, su posición sobre uno o dos
candidatos. Se hacen luego varias discusiones, antes de la votación final. La
candidatura de García Márquez, dice, estuvo en una o dos ocasiones a punto de
fracasar. «Su elección fue por mayoría. No es permitido publicar el reparto de
los votos y si fue o no por unanimidad».
Octavio Paz, el próximo latinoamericano
Lo que sí permite es decir los nombres de algunos
finalistas quienes a su vez pueden ser los laureados de los próximos años, «ya
que esto no es ningún secreto en Suecia».
Son Claude Simon, Francia; Günter Grass, Alemania;
Anthony Burgess, Inglaterra; Camilo José Cela, España; Joyce Carol Oates y John
Gardner (quien murió en septiembre), ambos de Estados Unidos; de África del
sur, Nadine Gordimer y, especialmente, Andress Bring, «cuyo último libro –Una
cadena de voces– es una obra maestra y bastante digna de un Nobel.
De América Latina, Lundkvist se muestra bastante
entusiasta sobre el poeta mexicano Octavio Paz, quien figuró con García Márquez
entre los siete definitivos. «Un factor en contra de Octavio Paz, este año, fue
que le hubieran dado el Premio cervantes, considerado como el pequeño Nobel.
Eso lo hizo pasar a la lista de espera. Evidentemente sigue de candidato, y lo
más probable es que reciba el premio dentro de algunos años. Se lo merece, y lo
puedo asegurar ya que soy traductor al sueco de dos de sus obras. Lo considero,
más que nada un gran poeta».
Entre los latinoamericanos siguen luedo el también
mexicano Carlos Fuentes, Julio Cortázar («aunque no sea uno de mis favoritos»,
aclara), Mario Vargas Llosa, y uno bastante joven y menos conocido: Fernando
del Paso.
Nunca se lo darán a Borges
Antes que se lo pregunten, Lundkvist curiosamente aclara
que «José Donoso no es lo suficientemente bueno para el Nobel», y que Jorge
Luis Borges tampoco lo recibirá jamás.
«Sobre la academia existe una gran presión para que le
den el premio a Borges. Esto se habría justificado hace 30 años. Ahora ya es
demasiado tarde. Muchos dicen que yo no quiero el premio para Borges por su
posición política reaccionaria. Esto es falso. Esto nada tiene que ver con la
política. Lo que pasa realmente es que Borges no ha escrito nada de importancia
en los últimos 25 años. Yo he traducirso algunas de sus obras, u lo considero
básicamente un poeta. Su obra importante es la poesía. Pero ya no es suficiente
para el Nobel”.
– ¿Por qué se lo dieron a García Márquez?
Por toda su obra, pero especialmente por Cien años de
soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia. Pero uno de los aspectos
de la fama es que cierto tipo de gente solo compra y lee este libro. Y dejan de
lado El otoño del patriarca, que es, sin discusión alguna, un mejor libro, y
merece mucho más la atención del público. Es una lástima que ni siquiera el
Premio Nobel conseguirá que la gente lea El Otoño, que es libro que deben leer.
Lo que sucede es que la fama tiene dos caras.
– Usted que ha visto tanto premio Nobel, ¿considera que
el de este año fue distinto, no solo por otorgárselo a un escritor muy conocido
sino por todo el alboroto que produjo su comitiva en Estocolmo?
Lundkvist sonríe antes de contestar.
– Todo eso es la cola del pavo real, que luce mucho y es
muy bonito, pero no tiene demasiada significación para la academia.
–Pero a nivel internacional sí tiene resonancia. El New
York Times, por ejemplo, antes de la elección se quejó de los mecanismos
utilizados por un premio tan prestigioso, y después, al conocer el nombre de
García Márquez, colmó de laureles a la academia.
Lundkvist no se inmuta. Es admirable su sencilla dignidad
para decir:
–La academia sueca no necesita propaganda. Funciona sin
ella. Claro que es positivo todo esto que surgió alrededor este año. Aunque
tampoco es necesario porque cuando Samuel Beckett recibió el premio no hubo
casi absolutamente nada, y para la Academia Sueca tanto lo uno como lo otro le
es igual e indiferente.
El nobel no mata a nadie
– Se decía que no le daban el Nobel a García Márquez por
su posición política de izquierda. Pero ahora, dicen que se lo dieron, además
de ser muy buen escritor, por esa misma posición política. ¿Qué opina de esta
contradicción?
– Ni lo uno ni lo otro es la verdad. Personalmente pienso
que su posición política de izquierda lo único que hace es darle más peso a su
figura, es algo positivo. Pero naturalmente sus ideas políticas no se notan en
su literatura, no entran en lo que escribe. Esas ideas políticas se expresan en
otras ocasiones, en sus entrevistas, por ejemplo. Pero son dos cosas aparte. Y
esto por supuesto no intervino en la decisión de la academia.
Le repito, la academia solo tiene en cuenta los méritos
literarios, sin pensar en consideraciones políticas ni tampoco si el escritor
es conocido o desconocido. En esta ocasión se premió a uno muy popular. En
otras hemos otorgado a un escritor desconocido en Suecia. Fue lo que sucedió
con Elytis y Miloez. Lo que también es orgullo para la academia.
–Pero, entonces, ¿por qué no le dan el premio a Graham
Greene?
–Toda esta discusión alrededor de Graham Greene ha sido
creada por los periodistas, y gente que está fuera de la Academia Sueca. Lo que
pasa es que Greene escribió un libro en los años cuarentas, y luego no ha
pasado nada, fuera de los comentarios de los periódicos pidiendo y casi que
exigiendo que le den el premio a Graham Greene.
El periodista le recuerda que ha sido el propio García
Márquez quien ha pedido el Nobel para Graham Greene. Lundkvist, como única
respuesta, sonríe. El periodista le recuerda que fue también García Márquez
quien habló de los laureados que parecen condenados a la muerte. Él vuelve a
sonreír.
«Dígale a su madre que esté tranquila, que el Nobel no
mata a nadie. Por el contrario. Fíjese cómo a Vicente Alexandre le sirvió el
dinero del Nobel para curarse de una grave enfermedad. Y García Márquez tiene
además sus rosas amarillas, que trajo a Estocolmo. ¿No es su amuleto contra la
mala suerte? Yo estoy seguro que será así».
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Diariocrítico.com
Madrid – España
2 de mayo de
2014
Con García
Márquez en Caracas
Por Iñaki
Anasagasti
Esto lo decía Gabriel García Márquez, considerado el
mejor escritor en habla castellana desde Cervantes. Y razón tenía pues si la
gallina no cacarea tras poner el huevo, algo no funciona. Fue lo que nos pasó a
los vascos con tantas historias que el silencio impuesto por la dictadura
impidió fueran conocidas. De ahí, que con estas letras, quiero sacar de la
oscuridad hechos que sucedieron y hoy no se conocen.
García Márquez y su amigo, el escritor colombiano Plinio
Apuleyo Mendoza tuvieron su fase venezolana. Fue éste quien logró un contrato
en 1957 para que los dos trabajaran en la revista Momento de Caracas dirigida
por un tipo atrabiliario, Carlos Ramírez Mc Gregor, al que llamaban "el
loco". Tan es así que terminó suicidándose. Los dos trabajaron asimismo en
las revistas Élite y Venezuela Gráfica. Y como decía el propio García Márquez
fueron los tiempos en los que él fue feliz e indocumentado.
Y resulta que en Momento trabajaron mano a mano con
Leizaola y Elósegui, dos vascos inteligentes y singulares. Karmele Leizaola,
sobrina del Lehendakari y hermana de Joseba, quien fuera presidente del
Parlamento Vasco, era la diseñadora de la revista. Hija del impresor Ricardo
Leizaola había llegado éste exiliado a Venezuela en 1940 llevando a su familia
en 1945, ya que como muchos refugiados en aquellos años pensaban que acabada la
guerra mundial, los aliados removerían a Franco. Cuando comprobó que eso no era
así, llevó a toda su familia a Venezuela y a su hija Karmele la puso a trabajar
con él en la muy importante Tipografía Vargas donde se editaba todo lo que se
imprimía de importancia en Venezuela en aquellos años. Pionero del huecograbado
que instaló en aquel mundo de impresión, allí aprendió Karmele a diseñar
periódicos y revistas, llegando con el tiempo a hacerlo en el periódico más
importante de Venezuela, el Nacional. Ganadora de muchos premios es persona muy
amable y servicial. Todas las diagramaciones de las publicaciones del Centro
Vasco de Caracas y de Gudari las hizo Karmele, considerada hoy maestra de dos
generaciones de diseñadores gráficos venezolanos.
De su trabajo con la pareja de escritores colombianos,
recordaba. "Con Plinio aprendí mucho y de Gabo tengo que decir que era
encantador y muy simpático, aunque muy sui generis. Cuando salió su libro
"Cien años de Soledad", muchos de esos cuentos ya los sabía porque se
los había oído a él. Él hablaba y hablaba y soltaba todo lo que tenía en la
cabeza y se ponía enfrente de la mesa con los brazos en la cabeza y me contaba
cuentos y mas cuentos".
Alberto Elósegui era el otro vasco nacionalista que
trabajaba en la revista Momento. Firmaba sus trabajos como Paul de Garat.
Donostiarra, abogado, su compromiso con la resistencia vasca le llevó a la
cárcel de Martutene para arribar a Venezuela en 1956 y llegar a ser
redactor-jefe de la revista Momento donde trabajaron Plinio Apuleyo Mendoza y
Gabriel García Márquez con quien estableció una gran amistad. Aquella revista
incomodaba a la embajada española porque no había noticia sobre las visitas de
Aguirre, la desaparición de Galíndez, las acciones de la resistencia vasca que
no tuvieran su asiento en aquella publicación considerada "un nido de
nacionalistas y republicanos". Las largas conversaciones con Gabo sobre la
guerra y la resistencia fueron continuas. Alberto Elósegui puso en
funcionamiento la revista clandestina Gudari que se editaba en Venezuela con
informaciones llegadas del interior y que él publicaba con la pasión y el mejor
periodismo que se hacía en aquella revista que marcó un hito en el periodismo
latinoamericano. ¡Mira por donde!. Cerca estaban los dos colombianos,
trabajando mano a mano con dos vascos entregados al mejor periodismo y a la
mejor de las causas. Y fue Alberto Elósegui quien le encargó al diseñador
catalán Juan Queralt que hiciera el símbolo de EGI, que tiene en su centro una
mano con la antorcha del fuego que se pasa de generación en generación. El
precio del encargo fue una taza de café tomada en la cafetería de la revista y
que costó 0,25 de bolívar. Al poco, el sello, ornaba la portada de Gudari y se
repartía clandestinamente en Euzkadi. A su alrededor, "Euzko Gaztedi -
Resistencia Vasca". A nadie he visto mas entregado, con mayor entusiasmo
que a Alberto Elósegui trabajar por un periodismo de combate que animaba a la
resistencia vasca contra el franquismo con ese criterio vietnamita que dice que
"si no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza". Y
ese periodismo de combate se fraguó en aquellos años en los que García Márquez
preparaba su realismo mágico. Codo con codo.
Otro vasco que conoció y trató a García Márquez fue Patxi
Abrisketa, un bilbaíno erudito, que donó su inmensa biblioteca a las
Instituciones vascas y que trabajó en Bogotá y Nueva York dio clases en su
Universidad. Él promovió en 1982, en virtud de la relación con el escritor
colombiano, la traducción al euskera de "Crónica de una muerte
anunciada" "Heriotza iragarritako baten Kronika". La traducción
la hizo Xalbador Garmendia. Y también tenemos a Jose Vicente Katarain, editor
de la citada novela con su editorial colombiana "La Oveja Negra". Su
aita era de Idiazabal. En 1922 de once mozos había que elegir uno para hacer el
servicio militar. Los otros quedaban libres. Y resulta que la última bola le
tocó a él y esa noche abandonó con sigilo el caserío Aizederra y a través del
monte y de los Pirineos eludió la leva castrense y estudió ingeniería eléctrica
en París para recalar finalmente en Colombia. Su hijo, fue editor de García
Márquez y aunque Idiazabal no es Macondo, la historia de Katarain y de su
sucesor Juan Vicente, también da para muchas historias mágicas.
El año pasado fui a un acto a la Casa de América en
Madrid y allí estaba Plinio que lo primero que hizo fue darme recuerdos para
Karmele y Alberto y recalcar el afecto que tanto él, como García Márquez, les
tenían. Y me contó cosas de sus años venezolanos.
Hicieron, tras la caída del dictador Marcos Pérez
Jiménez, una visita al Palacio de Miraflores. Un octogenario mayordomo les
enseñó la habitación donde solía dormir otro dictador, Juan Vicente Gómez que
lo fue de 1908 hasta su muerte en 1935, a quien él había servido y recordaba
con respeto. "El general dormía en esta pieza con su gallo -les dijo- y no
en una cama sino en un chinchorro (hamaca)". Al salir del Palacio, Gabo le
dijo: "¿Te das cuenta que no se ha escrito todavía la novela del
dictador?". Y desde ese día empezó a recopilar datos para el libro que más
años más tarde sería "El otoño del Patriarca".
Recordaba la caída del dictador Pérez Jiménez: "Gabo
y yo vimos desde el balcón de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el
avión que lo llevaba a la República Dominicana. Me veo en la sala de redacción
de Momento, desierta, escribiendo el editorial -el primero de la democracia-,
mientras la ciudad vivía, en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos
y sirenas, el delirio por la caída del dictador".
De la revista Momento fueron despedidos porque Plinio y
Gabo, pusieron las iniciales del loco Mc Gregor en un artículo donde éste
denostaba la actitud de los venezolanos ante la presencia del vicepresidente
Nixon, a quien escupieron y acorralaron en su coche por haber condecorado a
Pérez Jiménez.
En fin, esto es también parte del realismo mágico vasco.
El que dos nacionalistas vascos de gran calidad trabajaran con dos eximios
colombianos en momentos en los que estaba naciendo un nuevo periodismo
americano, que tenía sus ramificaciones clandestinas en Euzkadi, es digno de
ser conocido porque como decía García Márquez, "no basta con ser mejor,
sino que se sepa".
Lo único que lamento es que ni Gabo ni Plinio escribieran
las historias de Karmele y su familia, de Alberto y de su entrega total, de
Abrisketa y sus vasco-colombianos entre ellos el primo del Lehendakari Aguirre,
el Cojo Gómez Lekube y de Katarain y sus ovejas negras.
Cada una de estas personalidades da para un libro
fantástico que se podía haber escrito en aquellos cuarenta años de soledad. Y
de silencio.
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