19 de junio de 2014

MEMORABILIA GGM 750




CROMOS
Bogotá – Colombia
14 de diciembre de 1982 

Nobel de literatura
Diario del Nobel (I)

«García Márquez, 
un viento fresco que ha 
llegado a Estocolmo»

*El 14 de diciembre 1982, Cromos asistió a todos y cada uno de los actos de entrega del Premio Nobel al escritor colombiano Gabriel García Márquez. Su hermano Eligio García narra en esta primera crónica de la serie que publicaremos sobre el acontecimiento literario más importante en nuestra historia, los pormenores de la llegada, el ambiente vallenato del avión, un encuentro esperado en el aeropuerto de Barajas, los apuntes de la comitivas, las imprudencias de las leyes aeronáuticas, la extraordinaria ceremonia en que García Márquez pronunció su discurso sobre la América Latina y el ensayo de la ceremonia.*

Por: Eligio García.
Vía Telefax Ericsson.



Estocolmo, diciembre 8, 11 de la mañana: Un periódico local, “Dagens Nyheter2, publica a cuatro columnas a cuatro columnas una fotografía de Gabriel García Márquez sonriente,  enarbolando en la mano derecha la rosa amarilla de su buena suerte, a su arribo al aeropuerto de Arlanda. En las páginas anteriores el diario reproduce la pequeña conferencia de prensa que tuvo la noche anterior al llegar a Estocolmo, lo mismo que un artículo explicativo y elogioso de principio a fin.

Una joven sueca que dice estudiar cine y que este periodista ha encontrado en la calle, comenta en inglés: “García Márquez es un viento fresco que ha llegado a Estocolmo”. Es una metáfora, porque la ciudad ha amanecido hoy a cinco grados bajo cero. De manera que el viento fresco parece ser, como evidentemente lo es, espiritual.

Madrid, diciembre 7, aeropuerto de Barajas, 2 p.m. Acabamos de llegar, después de una largo viaje de doce horas, después de una larga y total rumba de avión. Toda la noche, desde que salimos de Bogotá, en la escala de Puerto Rico, en la oscura travesía del Atlántico, ha sido el incansable sonido musical proveniente del grupo llanero “Los Copleros de la Tranquera”, de la voz dela Negra Grande, de todos los músicos y los pasajeros que cantan y cantan sin cesar. Uno los oye y recuerda ese dicho atribuido al cantante cubano Benny Moré: tienen música por dentro.

El aeropuerto de Barajas está cubierto de una neblina espesa e intransigente, y el avión ha tenido que permanecer más de una hora sobrevolando Toledo y Madrid,  en rigurosa espera de turno para descender.

Su esposa, Mercedes Barcha, lo esperaba en el aeropuerto de Estocolmo. La apoteosis de García Márquez en Suecia fue inusitada. Foto: Archivo Cromos

2:30 p.m. Aparece Gabriel García Márquez, en uno de los pasillos solitarios del aeropuerto. Viene acompañado por su agente literario, Carmen Balcells. Acaba de llegar de Barcelona, comenta, donde tuvo que desviarse el avión de Iberia procedente de la Habana, debido al mal tiempo de Madrid. Está a punto de abordar el vuelo de la línea aérea escandinava que lo llevará a Estocolmo. Al principio hay alegría en todos los rostros colombianos. El pasillo se convierte en un verdadero pandemónium. Todos quieren saludarlo al mismo tiempo. Todos quieren abrazarlo. Estar junto a él. Él se deja llevar feliz, por la barahúnda. Pero, antes, lo primero que pregunta es por el paradero de Teresa de Cepeda, la inolvidable Tita de su aún más inolvidable Álvaro Cepeda. Cuando ella aparece él le comenta su inquietud por su ausencia en una lista de invitados conocida en París.

Uno a uno va abrazando a sus amigos: Alfonso Fuenmayor, Alvaro Mutis, Alvaro Castaño, Fernando Gómez Agudelo, Hernán Viecco, Germán Vargas, y sus respectivas esposas, y abraza también a otros esposos y otras mujeres y colombianos que ve por primera vez, y a la Cacica Consuelo Vallenta, y a Escalona… y a Gonzalo Mallarino… Casi lo deja el avión.

Martes 7, 7p.m.  Volamos rumbo a Estocolmo. La última etapa de este viaje increíble, interminable, de más de veinte horas. El avión va guiado por tres computadores que continuamente estudian y corrigen el plan de vuelo elaborado por el capitán. Es la primera vez que hace esta ruta, pero él dice que no existe el más mínimo riesgo porque los computadores no fallan.

Carmen Mutis, la esposa del poeta Alvaro Mutis, comenta: “Quiera Dios que no fallen”. En cambio su marido dice muerto de la risa: lo están jalando por radio desde Estocolmo. En los rostros hay cansancio. Ya no se oye la música. Pero no es solo por agotamiento. Es que todos esperaban, ansiaban, que García Márquez se subiera al avión como estaba previsto, pero las leyes de la aeronáutica internacional prohíben que en una escala se recojan pasajeros.

Miércoles 8,  2 p.m. Grand Hotel, Estocolmo.   Es el cuartel general del Nobel. En este hotel milenario están alojados como sucede siempre, todos los laureados. García Márquez ocupa una suite, con su esposa Mercedes y su hijo Gonzalo. El mayor, Rodrigo, no ha podido asistir debido a su trabajo como fotógrafo en “La Cándida Eréndida” que Rui Guerra filma en Potosí, México. A los amigos de García Márquez de México y Colombia se han unido otros provenientes de España y París. Sólo falta el pintor Alejandro Obregón que por obstáculos ineludibles no ha podido venir. Solo falta Cepeda.

Foto: Archivo Cromos
En el discurso sobre Latinoamérica, unánimente elogiado, gastó un mes de trabajo. Está lleno de datos mágicos e increíbles.

Miércoles 8, 5 p.m.  Edificio de la Bolsa, donde está la sede la Academia Sueca. Dentro de unos momentos, Gabriel García Márquez deberá leer su primer discurso en Estocolmo. El otro, que leerá la noche del 10 después de la entrega del Nobel, será totalmente distinto a este que se apresta a pronunciar. Este, ha dicho, será evidentemente político. En el otro, por el contrario, intentará definir la poesía. Para éste cuenta con casi media hora. Para el otro, de sólo cinco minutos. La sala está colmada de público. Están, por supuesto, todos los amigos de García Márquez. Pero también muchos estudiantes suecos. Y varias personalidades, encabezadas por el secretario permanente de la Academia, Lars Gyllanstein, el mismo que escribió el comunicado que anunciaba le premios el pasado 21 de octubre, el mismo que lo presentará hoy ante el público. Entra García Márquez al recinto, acompañado de su esposa Mercedes y su hijo Gonzalo saluda al público que lo ovaciona, se sientan en las sillas reservadas frente al atril donde ahora Lars Gyllanstein presenta a García Márquez. Sus palabras en sueco, no sólo no se comprenden sino que ni siquiera se oyen porque la tribuna de la radio está al descubierto y los locutores colombianos parecen estar transmitiendo un partido de fútbol. Tanto es el escándalo que cuando le toca hablar a García Márquez lo primero que hace es un gesto con el dedo izquierdo, pidiendo al locutor emocionado que se calle.

5:35 p.m. Una estruendosa ovación sacude el recinto de la Academia. Durante varios minutos la gente aplaude el discurso de García Márquez. Ha sido, indiscutiblemente, un discurso político, escrito por un gran escritor. En él, García Márquez ha hecho una especia de balance, de resumen de toda su obra. Ha descubierto muchas de sus fuentes. Ha hablado de Antonio Pigafetta, de los dictadores latinoamericanos, de la realidad latinoamericana, balanceándose siempre entre el despotismo y la magia. Le ha pedido a los europeos más imaginación y más humildad con nuestro continente. Ha citado a Faulkner, a Neruda, a Thomas Mann, y ha dejado de citar a los incontables escritores que antes que él se ganaron el Nobel y aquí estuvieron leyendo sus discursos.  Es el mismo García Márquez de siempre. Pero distinto. Ahora, contrario a su obra, él dice que América Latina, a pesar de todos los saqueos y cataclismos, siempre la vida se impone sobre la muerte. Ahora, voltea su cita de “Cien años” pidiendo que por fin y para siempre las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan una segunda oportunidad sobre la tierra.

6 p.m. Aún García Márquez está firmando autógrafos en el recinto de la Academia. Firma libros suyos. Firma copias del discurso en varios idiomas, inglés, francés, sueco y español. Nadie se mueve, excepto la multitud de fanáticos que lo rodean ansiosos como si fuera un cantante o un deportista. Finalmente logra escabullirse. Entra a otro recinto, donde lo esperan varios de los 18 jurados que lo eligieron sin sospechar que un piso más abajo está la enorme biblioteca Nobel, con todos los mejores autores pasados y presentes, y donde este periodista al pasar sólo ve uno, destacándose: Graham Greene.

Diciembre 10, 11 de la mañana. Ensayo en el Concert Hall. A la izquierda le Premio Nobel de física, alquimista, cara de niño loco, genial, que se divierte con el ensayo de la ceremonia. Se habla en inglés. A García Márquez en francés. Esta tarde le hablarán en español. No habrá música colombiana, le dicen. En cambio tendrá que escoger entre Bach y Bartok, sus músicos preferidos. Él escoge a Bartok. Oye su nombre, se pone de pie, se acerca al maestro de ceremonia que hace de rey, le entregan el diploma y dentro de la caja lo que saca García Márquez es una rosa amarilla. Los periodistas aplauden, y García Márquez mira hacia el público y se agarra la nariz. Termina la ceremonia son el laureado en Economía y el de Química pide a García Márquez que le firme “Cien Años” y “La Muerte Anunciada” en inglés. García Márquez se va luego a escribir qué es la poesía. Sale del recinto. Afuera no neva, sino que llovizna y yo pienso; ahora los alcaravanes del trópico, allá en Macondo se pondrán a cantar.

Foto: Archivo Cromos
Este fue el momento culminante. García Márquez se retira del escenario con la medalla de oro que le consagra como uno de los mejores escritores del siglo XX.

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Diario del Nobel (II) «Borges
no ha escrito nada bueno en 25 años»

*Artur Lundkvist, artífice del galardón para García Márquez, afirma que en el premio no hay razones políticas, que Graham Greene escribió un libro en los años 40 y después se dedicó a la propaganda, que José Donoso no es suficientemente bueno y que el próximo Nobel latinoamericano será Octavio Paz.*

Por Eligio García. Fotos: Björn Elgstrand. Archivo Cromos: Diciembre 14, 1982
Artur Lundkvist, y una admiradora. Foto Internet.

El único obstáculo que tuvo Gabriel García Márquez para ganarse el Premio Nobel de Literatura 1982, fue precisa, paradójicamente, la serie de artículos que sobre el Nobel publicara hace dos años el propio escritor colombiano.

Así se lo confesó a este periodista, en Estocolmo, Artur Lundkvist, el miembro de la Academia Sueca que no solo postuló a García Márquez sino que fue siempre su defensor número uno.

«Habría sido mejor no escribir esos artículos –titulados con el nombre genérico de El fantasma del Nobel–, entre otras cosas porque no era muy bien informados. Tanto yo como otros académicos tuvimos un poco de miedo cuando aparecieron, porque esto podría entonces disminuir sus posibilidades para ganárselo».

El hecho de que la Academia Sueca dejó finalmente de lado este obstáculo demuestra, según Lundkvist, que para ella lo único que tiene validez son los méritos literarios de un autor.

Fui a Estocolmo a entrevistar especialmente a Lundkvist porque en cierta manera fue él y solo él el artífice del Nobel para García Márquez. El propio escritor se refirió a él, en su nota novelística, en estos términos definitivos: «El único miembro de la Academia Sueca que lee castellano, y muy bien, es el poeta Artur Lundkvist. Es él quien conoce la obra de nuestros escritores, quien propone sus candidaturas y quien libra por ellos la batalla secreta. Esto lo ha convertido muy a su pesar en una deidad remota y enigmática, de la cual depende en cierto modo el destino universal de nuestras letras».

– ¿Qué siente Artur Lundkvist con este inmenso poder?

Él sonríe con malicia irónica ante la pregunta.

– Son circunstancias que han hecho toda esta situación. Y que colocan sobre mí semejante responsabilidad. Lo mejor sería que no tuviera tanta. Las circunstancias me han dado mucho poder, y yo detesto el poder. Siempre he estado contra él, y por eso esta sensación no me gusta. Pero el problema es que soy el único que puedo leer a los autores latinoamericanos con matices, y con un juicio más certero por hacerlo en el propio idioma. Como puede ver, la culpa no es mía.

Fue Lundkvist quien en los años 50 postuló a Miguel Ángel Asturias al leer El señor presidente. Fue él quien postuló y logró el premio para Pablo Neruda, un poeta traducido al sueco casi en su totalidad por el propio Lundkvist, y con quien mantuvo una amistad de muchos años. Fue también él factor definitivo para Vicente Alexandre, en 1977, y fue (públicamente) el artífice del Nobel a García Márquez.

¿Definitiva la muerte de la muerte anunciada?

En este último caso fue una labor de años. Desde 1967, cuando Lundkvist leyó Cien años de soledad en español, dio el nombre de Gabriel García Márquez. Hace dos años cuando el nombre del escritor colombiano se oyó insistentemente en Estocolmo, la prensa publicó unas declaraciones atribuidas a Lundkvist, en las cuales decía que efectivamente García Márquez era uno de los candidatos más idóneos, solo que la academia estaba esperando que escribiera otro libro. En junio de 1982 apareció en las librerías suecas Crónica de una muerte anunciada, factor decisivo para que le dieran el Nobel, según su traductor Peter Landeluis.

Lundkvist, por el contrario, no piensa lo mismo. «Esa obra no tuvo ninguna significación definitiva», comenta con una voz ronca y plácida, sentado en un sillón de cuero en su casa de las afueras de Estocolmo. Son las tres de la tarde pero parece que fueran las tres de la mañana. Hace un momento ha comentado que por fin ha nevado, que es el vestido que mejor le queda a Suecia. Lo dice mientras ve caer la nieve, suave y silencopsa a través de los ventanales. Su casa es sencilla, casi modesta. Su aspecto personal, bastante juvenil a pesar de sus 76 años y un infarto cardiaco, sufrido hace precisamente un año. Un infarto que entre otras cosas puso en vilo a la literatura latinoamericana y a García Márquez en particular, ya que en cierta ocasión Lundkvist confesó que no quería morirse sin antes ver coronado al escritor colombiano.

– ¿Qué sintió Lundkvist con este premio?

– Una gran alegría. Una alegría tan grande o quizás más grande que cuando Pablo Neruda y Alexandre, los tres laureados que según sus propias palabras ha sentido más cerca. Él habla español, pero para la entrevista prefirió hacerlo en sueco, traducido por una mujer dee du entera confianza, Lena Jackson, quien habla muy bien ambos idiomas. Se comprenden perfectamente, y antes de traducir sus respuestas ellos conversan, discuten lo que él está diciendo. Ella incluso le recuerda nombres y obras.

El cónclave literario

Lundkvist es uno de los 18 miembros de la Academia Sueca, cifra azarosa ya que fue escogida por su fundador, el res Gustavo III, en 1786, por ser su número mágico. De cómo ellos deciden finalmente quién es cada año la gloria universal de las letras, es uno de los misterios mejor guardados del mundo, solo comparable a lo que sucede en el Cónclave que elige el Papa.

«Tiene que ser algo muy cerrado, porque entre más información exista habrá más influencia exterior y menos posibilidades para los candidatos», dice Lundkvist. Y agrega: «En alguna ocasión hubo un embajador italiano en Suecia muy interesado en hacer publicidad a un escritor de su país, cuando lo que hay que hacer es todo lo contrario. Que no haya la más mínima propaganda en favor de un escritor, porque es perjudicial. Así nunca ese escritor va a recibir el Nobel. Porque lo que quieren todos los miembros de la academia es conservar su libertad, su intimidad. No aceptamos la más mínima presión exterior».

Aún así, y ya en el caso cumplido de Gabriel García Márquez, Lundkvist, tuvo la gentileza sueca de comentar a grandes rasgos el proceso seguido para elección del escritor colombiano. El 1 de febrero del año pasado, tal como es tradición en la academia, se seleccionaron 150 candidatos. Poco tiempo después, en una fecha no determinada, la lista se redujo a 20, «y García Márquez ha estado entre estos 20 durante varios años». En junio, se eligieron los siete definitivos, sobre los cuales se distribuyó entre los miembros toda la literatura disponible, para que durante el verano pudieran estudiarla con detenimiento. Según Lundkvist la lista de 20 puede variar. En cambio la de siete es definitiva. («la única excepción que ha habido fue en el año de Alexandre Solsjenitsyn, que lo añadieron un poco más tarde» –y él no aclara por qué–. Al final del verano, los miembros de la academia tienen la obligación de fijar por escrito, o en un discurso, su posición sobre uno o dos candidatos. Se hacen luego varias discusiones, antes de la votación final. La candidatura de García Márquez, dice, estuvo en una o dos ocasiones a punto de fracasar. «Su elección fue por mayoría. No es permitido publicar el reparto de los votos y si fue o no por unanimidad».

Octavio Paz, el próximo latinoamericano

Lo que sí permite es decir los nombres de algunos finalistas quienes a su vez pueden ser los laureados de los próximos años, «ya que esto no es ningún secreto en Suecia».

Son Claude Simon, Francia; Günter Grass, Alemania; Anthony Burgess, Inglaterra; Camilo José Cela, España; Joyce Carol Oates y John Gardner (quien murió en septiembre), ambos de Estados Unidos; de África del sur, Nadine Gordimer y, especialmente, Andress Bring, «cuyo último libro –Una cadena de voces– es una obra maestra y bastante digna de un Nobel.

De América Latina, Lundkvist se muestra bastante entusiasta sobre el poeta mexicano Octavio Paz, quien figuró con García Márquez entre los siete definitivos. «Un factor en contra de Octavio Paz, este año, fue que le hubieran dado el Premio cervantes, considerado como el pequeño Nobel. Eso lo hizo pasar a la lista de espera. Evidentemente sigue de candidato, y lo más probable es que reciba el premio dentro de algunos años. Se lo merece, y lo puedo asegurar ya que soy traductor al sueco de dos de sus obras. Lo considero, más que nada un gran poeta».

Entre los latinoamericanos siguen luedo el también mexicano Carlos Fuentes, Julio Cortázar («aunque no sea uno de mis favoritos», aclara), Mario Vargas Llosa, y uno bastante joven y menos conocido: Fernando del Paso.

Nunca se lo darán a Borges

Antes que se lo pregunten, Lundkvist curiosamente aclara que «José Donoso no es lo suficientemente bueno para el Nobel», y que Jorge Luis Borges tampoco lo recibirá jamás.

«Sobre la academia existe una gran presión para que le den el premio a Borges. Esto se habría justificado hace 30 años. Ahora ya es demasiado tarde. Muchos dicen que yo no quiero el premio para Borges por su posición política reaccionaria. Esto es falso. Esto nada tiene que ver con la política. Lo que pasa realmente es que Borges no ha escrito nada de importancia en los últimos 25 años. Yo he traducirso algunas de sus obras, u lo considero básicamente un poeta. Su obra importante es la poesía. Pero ya no es suficiente para el Nobel”.

– ¿Por qué se lo dieron a García Márquez?

Por toda su obra, pero especialmente por Cien años de soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia. Pero uno de los aspectos de la fama es que cierto tipo de gente solo compra y lee este libro. Y dejan de lado El otoño del patriarca, que es, sin discusión alguna, un mejor libro, y merece mucho más la atención del público. Es una lástima que ni siquiera el Premio Nobel conseguirá que la gente lea El Otoño, que es libro que deben leer. Lo que sucede es que la fama tiene dos caras.

– Usted que ha visto tanto premio Nobel, ¿considera que el de este año fue distinto, no solo por otorgárselo a un escritor muy conocido sino por todo el alboroto que produjo su comitiva en Estocolmo? 

Lundkvist sonríe antes de contestar.

– Todo eso es la cola del pavo real, que luce mucho y es muy bonito, pero no tiene demasiada significación para la academia.

–Pero a nivel internacional sí tiene resonancia. El New York Times, por ejemplo, antes de la elección se quejó de los mecanismos utilizados por un premio tan prestigioso, y después, al conocer el nombre de García Márquez, colmó de laureles a la academia.
Lundkvist no se inmuta. Es admirable su sencilla dignidad para decir:

–La academia sueca no necesita propaganda. Funciona sin ella. Claro que es positivo todo esto que surgió alrededor este año. Aunque tampoco es necesario porque cuando Samuel Beckett recibió el premio no hubo casi absolutamente nada, y para la Academia Sueca tanto lo uno como lo otro le es igual e indiferente.

El nobel no mata a nadie

– Se decía que no le daban el Nobel a García Márquez por su posición política de izquierda. Pero ahora, dicen que se lo dieron, además de ser muy buen escritor, por esa misma posición política. ¿Qué opina de esta contradicción?

– Ni lo uno ni lo otro es la verdad. Personalmente pienso que su posición política de izquierda lo único que hace es darle más peso a su figura, es algo positivo. Pero naturalmente sus ideas políticas no se notan en su literatura, no entran en lo que escribe. Esas ideas políticas se expresan en otras ocasiones, en sus entrevistas, por ejemplo. Pero son dos cosas aparte. Y esto por supuesto no intervino en la decisión de la academia. 

Le repito, la academia solo tiene en cuenta los méritos literarios, sin pensar en consideraciones políticas ni tampoco si el escritor es conocido o desconocido. En esta ocasión se premió a uno muy popular. En otras hemos otorgado a un escritor desconocido en Suecia. Fue lo que sucedió con Elytis y Miloez. Lo que también es orgullo para la academia.

–Pero, entonces, ¿por qué no le dan el premio a Graham Greene?

–Toda esta discusión alrededor de Graham Greene ha sido creada por los periodistas, y gente que está fuera de la Academia Sueca. Lo que pasa es que Greene escribió un libro en los años cuarentas, y luego no ha pasado nada, fuera de los comentarios de los periódicos pidiendo y casi que exigiendo que le den el premio a Graham Greene.

El periodista le recuerda que ha sido el propio García Márquez quien ha pedido el Nobel para Graham Greene. Lundkvist, como única respuesta, sonríe. El periodista le recuerda que fue también García Márquez quien habló de los laureados que parecen condenados a la muerte. Él vuelve a sonreír.

«Dígale a su madre que esté tranquila, que el Nobel no mata a nadie. Por el contrario. Fíjese cómo a Vicente Alexandre le sirvió el dinero del Nobel para curarse de una grave enfermedad. Y García Márquez tiene además sus rosas amarillas, que trajo a Estocolmo. ¿No es su amuleto contra la mala suerte? Yo estoy seguro que será así».

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Diariocrítico.com
Madrid – España
2 de mayo de 2014 

Con García Márquez en Caracas

Por Iñaki Anasagasti

Esto lo decía Gabriel García Márquez, considerado el mejor escritor en habla castellana desde Cervantes. Y razón tenía pues si la gallina no cacarea tras poner el huevo, algo no funciona. Fue lo que nos pasó a los vascos con tantas historias que el silencio impuesto por la dictadura impidió fueran conocidas. De ahí, que con estas letras, quiero sacar de la oscuridad hechos que sucedieron y hoy no se conocen.

García Márquez y su amigo, el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza tuvieron su fase venezolana. Fue éste quien logró un contrato en 1957 para que los dos trabajaran en la revista Momento de Caracas dirigida por un tipo atrabiliario, Carlos Ramírez Mc Gregor, al que llamaban "el loco". Tan es así que terminó suicidándose. Los dos trabajaron asimismo en las revistas Élite y Venezuela Gráfica. Y como decía el propio García Márquez fueron los tiempos en los que él fue feliz e indocumentado.

Y resulta que en Momento trabajaron mano a mano con Leizaola y Elósegui, dos vascos inteligentes y singulares. Karmele Leizaola, sobrina del Lehendakari y hermana de Joseba, quien fuera presidente del Parlamento Vasco, era la diseñadora de la revista. Hija del impresor Ricardo Leizaola había llegado éste exiliado a Venezuela en 1940 llevando a su familia en 1945, ya que como muchos refugiados en aquellos años pensaban que acabada la guerra mundial, los aliados removerían a Franco. Cuando comprobó que eso no era así, llevó a toda su familia a Venezuela y a su hija Karmele la puso a trabajar con él en la muy importante Tipografía Vargas donde se editaba todo lo que se imprimía de importancia en Venezuela en aquellos años. Pionero del huecograbado que instaló en aquel mundo de impresión, allí aprendió Karmele a diseñar periódicos y revistas, llegando con el tiempo a hacerlo en el periódico más importante de Venezuela, el Nacional. Ganadora de muchos premios es persona muy amable y servicial. Todas las diagramaciones de las publicaciones del Centro Vasco de Caracas y de Gudari las hizo Karmele, considerada hoy maestra de dos generaciones de diseñadores gráficos venezolanos.

De su trabajo con la pareja de escritores colombianos, recordaba. "Con Plinio aprendí mucho y de Gabo tengo que decir que era encantador y muy simpático, aunque muy sui generis. Cuando salió su libro "Cien años de Soledad", muchos de esos cuentos ya los sabía porque se los había oído a él. Él hablaba y hablaba y soltaba todo lo que tenía en la cabeza y se ponía enfrente de la mesa con los brazos en la cabeza y me contaba cuentos y mas cuentos".

Alberto Elósegui era el otro vasco nacionalista que trabajaba en la revista Momento. Firmaba sus trabajos como Paul de Garat. Donostiarra, abogado, su compromiso con la resistencia vasca le llevó a la cárcel de Martutene para arribar a Venezuela en 1956 y llegar a ser redactor-jefe de la revista Momento donde trabajaron Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez con quien estableció una gran amistad. Aquella revista incomodaba a la embajada española porque no había noticia sobre las visitas de Aguirre, la desaparición de Galíndez, las acciones de la resistencia vasca que no tuvieran su asiento en aquella publicación considerada "un nido de nacionalistas y republicanos". Las largas conversaciones con Gabo sobre la guerra y la resistencia fueron continuas. Alberto Elósegui puso en funcionamiento la revista clandestina Gudari que se editaba en Venezuela con informaciones llegadas del interior y que él publicaba con la pasión y el mejor periodismo que se hacía en aquella revista que marcó un hito en el periodismo latinoamericano. ¡Mira por donde!. Cerca estaban los dos colombianos, trabajando mano a mano con dos vascos entregados al mejor periodismo y a la mejor de las causas. Y fue Alberto Elósegui quien le encargó al diseñador catalán Juan Queralt que hiciera el símbolo de EGI, que tiene en su centro una mano con la antorcha del fuego que se pasa de generación en generación. El precio del encargo fue una taza de café tomada en la cafetería de la revista y que costó 0,25 de bolívar. Al poco, el sello, ornaba la portada de Gudari y se repartía clandestinamente en Euzkadi. A su alrededor, "Euzko Gaztedi - Resistencia Vasca". A nadie he visto mas entregado, con mayor entusiasmo que a Alberto Elósegui trabajar por un periodismo de combate que animaba a la resistencia vasca contra el franquismo con ese criterio vietnamita que dice que "si no tienes la fuerza, tienes que tener la leyenda de la fuerza". Y ese periodismo de combate se fraguó en aquellos años en los que García Márquez preparaba su realismo mágico. Codo con codo.

Otro vasco que conoció y trató a García Márquez fue Patxi Abrisketa, un bilbaíno erudito, que donó su inmensa biblioteca a las Instituciones vascas y que trabajó en Bogotá y Nueva York dio clases en su Universidad. Él promovió en 1982, en virtud de la relación con el escritor colombiano, la traducción al euskera de "Crónica de una muerte anunciada" "Heriotza iragarritako baten Kronika". La traducción la hizo Xalbador Garmendia. Y también tenemos a Jose Vicente Katarain, editor de la citada novela con su editorial colombiana "La Oveja Negra". Su aita era de Idiazabal. En 1922 de once mozos había que elegir uno para hacer el servicio militar. Los otros quedaban libres. Y resulta que la última bola le tocó a él y esa noche abandonó con sigilo el caserío Aizederra y a través del monte y de los Pirineos eludió la leva castrense y estudió ingeniería eléctrica en París para recalar finalmente en Colombia. Su hijo, fue editor de García Márquez y aunque Idiazabal no es Macondo, la historia de Katarain y de su sucesor Juan Vicente, también da para muchas historias mágicas.

El año pasado fui a un acto a la Casa de América en Madrid y allí estaba Plinio que lo primero que hizo fue darme recuerdos para Karmele y Alberto y recalcar el afecto que tanto él, como García Márquez, les tenían. Y me contó cosas de sus años venezolanos.

Hicieron, tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez, una visita al Palacio de Miraflores. Un octogenario mayordomo les enseñó la habitación donde solía dormir otro dictador, Juan Vicente Gómez que lo fue de 1908 hasta su muerte en 1935, a quien él había servido y recordaba con respeto. "El general dormía en esta pieza con su gallo -les dijo- y no en una cama sino en un chinchorro (hamaca)". Al salir del Palacio, Gabo le dijo: "¿Te das cuenta que no se ha escrito todavía la novela del dictador?". Y desde ese día empezó a recopilar datos para el libro que más años más tarde sería "El otoño del Patriarca".

Recordaba la caída del dictador Pérez Jiménez: "Gabo y yo vimos desde el balcón de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el avión que lo llevaba a la República Dominicana. Me veo en la sala de redacción de Momento, desierta, escribiendo el editorial -el primero de la democracia-, mientras la ciudad vivía, en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos y sirenas, el delirio por la caída del dictador".

De la revista Momento fueron despedidos porque Plinio y Gabo, pusieron las iniciales del loco Mc Gregor en un artículo donde éste denostaba la actitud de los venezolanos ante la presencia del vicepresidente Nixon, a quien escupieron y acorralaron en su coche por haber condecorado a Pérez Jiménez.

En fin, esto es también parte del realismo mágico vasco. El que dos nacionalistas vascos de gran calidad trabajaran con dos eximios colombianos en momentos en los que estaba naciendo un nuevo periodismo americano, que tenía sus ramificaciones clandestinas en Euzkadi, es digno de ser conocido porque como decía García Márquez, "no basta con ser mejor, sino que se sepa".

Lo único que lamento es que ni Gabo ni Plinio escribieran las historias de Karmele y su familia, de Alberto y de su entrega total, de Abrisketa y sus vasco-colombianos entre ellos el primo del Lehendakari Aguirre, el Cojo Gómez Lekube y de Katarain y sus ovejas negras.

Cada una de estas personalidades da para un libro fantástico que se podía haber escrito en aquellos cuarenta años de soledad. Y de silencio.

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