12 de abril de 2014

MEMORABILIA GGM 729




ARCADIA
Bogotá – Colombia
2 de abril de 2014

Entrevista

"El periodismo pulió 
al Gabo escritor":
Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson. EFE

Arcadia habló con el periodista norteamericano Jon Lee Anderson,
quien cerró el ciclo 'Celebrando a Gabo',
que durante el mes de marzo se llevó a cabo en la Luis Ángel Arango.

Por: Ricardo Castro

¿Qué le queda del trabajo de García Márquez en su época de reportero?
Gabo como periodista era muy hombre de su época, era más bien un cuentista. Tenía una veneración exacerbada por el oficio de escribir el oficio porque el periodismo fue su plataforma para lanzarse como autor. He conocido a otros como Gabo, que tienen una narrativa tejiéndose en el interior: tú les cuentas que viste un doberman en la esquina y cuando se lo cuentan a otro dicen que fue un elefante. Gabo es así. Eso es lo que diría yo: el periodismo le sirvió a Gabo para pulirse como escritor, tanto de ficción como de no ficción.

¿Sería distinta la carrera periodística de García Márquez hoy?
Dependería en que edad lo pillaríamos y si volviera al escenario teniendo 25 años.
Hoy en día el mundo es distinto y creo que le exigirían otras cosas. Pero no lo sé. Es como preguntarse qué habría pasado si el Che hubiese nacido obeso, pues no sé porque no nació obeso.
Se ha hablado mucho sobre los límites entre la realidad y la ficción en el periodismo, y por supuesto, en la obra de García Márquez…

Es una línea delgada. Para no ahondar demasiado en esto, a buen entendedor pocas palabras. Yo creo que su gran legado para el periodismo es su adoración por el oficio y su esfuerzo para fundar la Fundación de Nuevo Periodismo. Además ha conseguido ayudar a crear una escuela que no existía. Pero no debemos perder de vista que no le exigían las mismas cosas, cuando ejercía la profesión, que probablemente se exigen ahora.

Pero mira, si tu lees sus despachos desde Ginebra sobre la cumbre de los 5 grandes para El Espectador, por ejemplo, cualquier colombiano que leyera eso habría entendido que estaba mamando gallo en cantidad, pero a la misma vez sabía que estaba recibiendo una versión de la realidad pero filtrada por el ojo genial de Gabo. Y por eso lo aceptaron. Pero hoy el mundo es más calvinista, y eso, quizá, no sería posible. Las normas han cambiado en estos los últimos 60 años.

Han cosas que han cambiado, pero hay cosas que permanecen...
Y también hay diferentes escuelas culturales. Yo diría que hoy, este hemisferio se rige por la escuela norteamericana de periodismo, que es un poco protestante, un poco calvinista y un poco inmisericorde. Esto de que un fact, es un fact que no puede adornarse… y está bien pero siempre y cuando las reglas del juego estén claras y explicitas. Yo diría como periodista que hay que seguirlas, a menos de que uno les advierta a los lectores que no lo va a hacer, o le guiña el ojo al menos. Pero había una época en la que no existían esas normas. En otras épocas mucha de la información que una podía leer, con algunas excepciones, era propaganda pura, propaganda oficial, occidental inclusive, porque no fue solo en la URSS o en Alemania.

Hablemos de sus perfiles y crónicas ¿cuánto suele tardarse en escribir uno de sus despachos para el New Yorker?
El reporteo puede variar mucho, pero en general no me gusta tardar menos de dos semanas. Le he hecho en menos, pero muy pocas veces, las podría contar en una mano. Normalmente, si estoy trabajando bien y me acompaña la suerte y el empeño, me demoro más o menos un mes de reporteo, luego son como tres semanas de elaboración, ahí van dos meses, luego viene la parte de edición y el chequeo de datos. Por eso yo hago como 3,5 cosas al año: porque me toman tres o cuatro meses de trabajo.

¿Cree que disponer de ese tiempo es un privilegio que se extingue?
Siempre me quieren decir esto. ¿Por qué en extinción? Yo estoy aquí. Nunca ha habido tantos que lo hacen, siempre ha habido un solo New Yorker. Nunca ha habido mucha oferta de este tipo, siempre ha sido para una élite. Lo bonito de esto, que ahora llaman longform, o de largo aliento, es que sirve como una especie de raíz para muchas otras cosas, de ahí se puede sacar mucho, se pueden sacar muchas historias de diferentes géneros desde el cine al teatro, al cuento corto, a la ficción.

En sus textos periodísticos las escenas son elocuentes para la narración. El perfil de Gabo empieza por el carro blindado que usa para transportarse en Bogotá, en el de Chávez empieza en el consultorio de su siquiatra que lo compara con Bolívar, en la biografía del Che hay una lectura de los astros… ¿Esconden una intención esas selecciones?

Es un instinto de que es una buena forma de empezar. Con el Che, por ejemplo, lo del horóscopo fue una decisión tardía.  Muy al final pensé que sería un buen instrumento para agregar un poco de suspenso no ficticio a lo que era la vida por venir, una nota de intriga inusual.

En el caso de Chirinos (el siquiatra de Hugo Chávez), era tan inusual que un siquiatra rompiera el juramento hipocrático utilizando pretextos para hablar del presidente de un país — y ojo, luego supe que era con la anuencia del presidente—, me pareció que había una historia ahí que era genial.  Siempre quise comenzar por ahí porque tenía el abanico de definiciones con que podía jugar para entrarle y, además, él hacia la comparación con Bolívar que era la clave con Chávez.

En el caso del carro blindado con Gabo creo que comencé con otra escena originalmente porque lo vi en varios lugares.  Él tiene nueve casas en seis países y yo lo vi en tres de ellos. Como escritor, mi desafío era afincarlo en un sitio porque si bien lo vi en Madrid y Barcelona esa no es su tierra. Pude haber empezado por ahí, diciendo que comenzó equis libro por allá en los años 70, pero Colombia era un espacio muy llamativo. Se vivía una situación dramática y como yo quería hacer un perfil político de Gabo me servía eso de ir con él desde su casa en el norte hasta el centro en un carro blindado, con un ex guerrillero de chofer… Tenía varios elementos para mostrar que Colombia era un país en conflicto, y que este hombre, el Nobel, tiene una relación con el poder desde hace mucho tiempo. Tenía todos los elementos que necesitaba para ayudarme en lo que buscaba, que era finalmente un perfil político de Gabo.

¿Por qué es tan importante ver al sujeto en tantos lugares?
Porque, por ejemplo, si hubiera entrevistado a Gabo así no más, no hubiera conocido a un don Chepe, no habría sabido que tiene un Botero del año 57 en el muro de su casa, que Mercedes fuma cigarrillos, que no sé qué, que no sé cuánto… Todos los detalles de una vida que son los componentes necesarios para un buen relato, para una buena historia.

Usted ha reporteado y escrito sobre varios de los conflictos armados de las últimas décadas. Colombia cursa un nuevo intento por encontrar una salida negociada al conflicto armado, y en las últimas semanas se han planteado discusiones sobre el papel de las artes o de la cultura en escenarios de posconflicto
¿Cree que ‘las artes’ tienen un papel en esto?
Según la cultura. Por ejemplo en algunas sociedades africanas el dramatismo teatral ayuda a que la gente exorcice cosas en público, lo he visto. Podría funcionar en un pueblo como Colombia, aunque no sé si en Bogotá. Por supuesto que la cultura y las artes pueden ayudar a amenizar el ambiente, si lo dejamos todo a los políticos y los economistas no se sanea muy bien la sociedad. Yo creo que sí tienen un papel aunque el pacto de paz tiene que ser hecho por los hombres de guerra y luego la sociedad como tal se tiene que incorporar.
Un rumor por confirma ¿Es cierto que a Gabo una vez le pidieron un encargo para el New Yorker y no pudo o no lo quiso hacer?
Creo que es una leyenda urbana. Lo que sí pasó es que querían cambiar un dato fáctico y él se enojó, pero creo que al final sí lo lograron publicar. Se enojó porque el factchecker era una ladilla. Imagínate (ahora no recuerdo, pero antes sí sabía el dato exacto) que le dice ‘señor Márquez tú dices que en el año 1931 en la madrugada en Aracataca el día amaneció nublado, pero nosotros hemos visto en las cartas astronómicas del Instituto no sé qué, que no es cierto, fue soleado. Hay que cambiarlo’ y él dijo: “¿Cómo que cambiarlo?”. Fue algo así, un dato menor, pero estoy repitiendo sobre una leyenda urbana otra leyenda urbana. Gabo no es un hombre de rencores, nunca, nunca, quizá solo uno, pero no es un hombre vengativo, es un hombre generoso de espíritu y a la larga termina bien todo.

 
Jon Lee Anderson y Fernando Jaramillo. Medellín 2013

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