23 de diciembre de 2013

MEMORABILIA GGM 710

LETRALIA
Nº 292
Cagua – Venezuela
16 de diciembre de 2013


Sala de ensayo
Gabriel García Márquez

*
Diez omisiones narrativas
en La hojarasca

Jesús Lúquez Fonseca

“El ‘dato escondido’ o narrar por omisión no puede ser gratuito y arbitrario. Es preciso que el silencio del narrador sea significativo, que ejerza una influencia inequívoca sobre la parte explícita de la historia, que esa ausencia se haga sentir y active la curiosidad, la expectativa y la fantasía del lector”.1

Mario Vargas Llosa

He estado viviendo en el mítico Macondo y no he podido abandonarlo hasta ver al doctor, “cómodamente muerto” en la última página, la número 130, de La hojarasca.2 Y es que con ese maravilloso tejido narrativo que Gabriel García Márquez tiene para dejarnos absortos, creo que debemos convertirnos en el lector activo al que Cortázar, en su famosa Rayuela, llamó lector macho.


La hojarasca. Primera edición.

Si bien muchos críticos de esta novela se han aproximado a ella para encontrar los vasos comunicantes con las tragedias de Sófocles,3 mi intención es distinta a ello. Mi empresa, más que hallar paralelismos con otras obras en cuanto a contenido, está direccionada en resaltar el recurso estético utilizado por GGM a través de diez omisiones narrativas que atribuyen significación a la historia. Una lectura acuciosa de la obra revela un procedimiento particular y heredero de los escritores norteamericanos y europeos,4 la narración por omisión, conocido también como bloqueo estético, dato escondido, en términos de Mario Vargas Llosa; o los referentes a la Teoría del Iceberg de Ernest Hemingway.

GGM, con notable pericia, pasa por alto detalles o suprime hechos que son importantes para hallarle sentido a la historia, logrando que el lector quede atrapado en la red problemática de la diégesis, conduciéndolo por caminos desconocidos y soslayando detalles que amenizan el relato. La narración por omisión oculta definitiva o parcialmente datos de la historia, de modo que el lector se ve obligado a cumplir un rol más participativo dentro de ella.

La hojarasca es una novela corta, que se inicia con un epígrafe de la tragedia Antígona. Posteriormente se da lugar al prólogo, en el que se menciona el título de la obra que no es más que la degradación humana y sus múltiples miserias abandonadas en los caminos de Macondo, que ha dejado la compañía bananera como resultado de los desplazamientos de las guerras civiles. La historia gira en torno a un viejo coronel quien pretende dar cristiana sepultura a un médico francés en contra de una sentencia de maldición vaticinada por el pueblo. El coronel busca lograr su propósito con la ayuda de su hija y su nieto. Y sólo a través de ellos se nos cuenta la historia en una serie de veintiocho monólogos que transitan en media hora (de 2:30 a 3:00), en la casa del médico, quien se ha ahorcado un miércoles, 12 de septiembre de 1928. La obra está dividida en once capítulos y dichos monólogos, los cuales no se identifican con subtítulos, sino por el hilo conductor del contenido interno de los mismos, están repartidos en todos los capítulos de la siguiente manera, teniendo en cuenta los indicadores: A = abuelo. H = hija. N = nieto.

N - H - N - A - H - A - H - A - A - N - A - H - N - A - H - A - H - H - A -A - N - A - H - A - H - A - H - N

La hojarasca es contada desde tres perspectivas: la narración del coronel, la de Isabel, hija del coronel, y la del hijo de Isabel. Todos estos personajes se valen de una focalización desde afuera y desde adentro, ya que acuden a los tiempos pasado y presente.5 Los hechos acaecidos en esta obra podrían comprimirse, teniendo en cuenta una dimensión temporal lógica, y que no corresponde a la otorgada en la historia, puesto que ésta se inicia con el fin de la misma, es decir, los preparativos del entierro del médico, en: llegada del médico a Macondo (que coincide con la de El Cachorro), hospedaje del médico en la familia del coronel, comportamiento indiferente y mezquino del médico, la maldición que le conjura el pueblo al médico, la extraña relación de Meme y el médico, el matrimonio de Isabel con Martín, la espera ansiosa del pueblo para ver al médico pudrirse, el suicidio del médico, los preparativos del entierro (en el que los tres narradores dan inicio a la historia) y el cumplimiento de la promesa de dar sepultura al médico.

Bien podrían existir otros eventos en esta secuencia e incluso una mejor clasificación de hechos que enmarque desde el primer monólogo del nieto del coronel hasta el último del mismo narrador, pero son otros eventos, precisamente, los que me propongo estudiar, y que hacen parte ya de una narración por omisión.

La narración en La hojarasca posee esa misma fuerza que llevaba el remolino que irrumpió en Macondo. Todos los hechos son traídos a la memoria por espacio de treinta minutos. Los monólogos que guían al lector a través de la historia del doctor dan paso, además, a otras historias que remiten al pasado, permitiendo conocer los intercalados. Todorov, al respecto, menciona que los relatos pueden ser leídos desde diferentes perspectivas, como por ejemplo, la intercalación y el encadenamiento.6 La primera consiste en la inclusión de una historia dentro otra historia; y el encadenamiento en asociar diferentes historias, es decir, secuenciarlas, una después de la otra. El caso del nieto del coronel que cuenta sus travesuras con los amigos, la historia de la verdadera mamá de Isabel, el matrimonio de esta última con su esposo fugaz Martín o los cambios experimentados por Meme corresponden a muestras de intercalación; mientras que el encadenamiento es visible en el paso de un monólogo a otro, como los primeros que aparecen en el capítulo uno y que corresponden a las focalizaciones del niño, Isabel y el coronel.

Mario Vargas Llosa, en su texto El dato escondido, menciona algunos escritos caracterizados por “silencios significativos, datos escamoteados por un astuto narrador que se las arregla para que las informaciones que calla sean sin embargo locuaces y azucen la imaginación del lector, de modo que éste tenga que llenar aquellos blancos de la historia con hipótesis y conjeturas de su propia cosecha”.7

Según Vargas Llosa tenemos dos tipos de datos escondidos, en cuanto a recurso se refiere: dato escondido elíptico, el cual es totalmente omitido de la historia, y el dato escondido por hipérbaton, que consiste en suprimir provisionalmente un detalle, remover un acontecimiento de un lugar en el que debiera estar, pero que luego es revelado con el ánimo de crear una tensión que finalmente lleve al lector a participar del tejido narrativo.

GGM nos seduce con un mundo de letras diferente. La hojarasca no es una novela tradicional en el que se nos van entregando los acontecimientos de forma lineal. Su trama se presenta en segmentos referidos a distintos períodos del pasado y va respondiendo a una serie de interrogantes que permite llenar “los blancos de la historia”. Para este procedimiento, obedeceremos a las preguntas qué, por qué, quién oculta el dato en relación al acontecimiento original de un conflicto, las intenciones o propósitos de un personaje y la identidad del mismo.

Cualquier crítico podría añadir datos distintos, a los que me dispongo a precisar dentro de una narración por omisión, considerando que son detalles ocultos dentro de la obra de GGM. No obstante, Vargas Llosa tiene razón al discurrir que se debe ser cauteloso al diferenciar aquellos datos que son birlados por ser obvios o infructuosos, de los que son verdaderos datos escondidos. Éstos tienen una función conativa poderosa hacia al lector, lo llenan de expectativa y ejercen una fuerza en la narración.

Si queremos hallar respuestas a los interrogantes que encontramos en La hojarasca, debemos entonces recurrir a la imaginación como lector, casi que una invención como producto de aquellos otros datos o eventos que, de manera suelta o aislada, nos son dados en la historia a través de las voces de los narradores-personajes que, en turno, hablan, y se presentan como conciencias que reflexionan.

Para dar una explicación subjetiva como lector de la obra, empezaré por aquellos eventos cuyas omisiones se han dado por elipsis.

¿Qué decía la carta que traía el doctor de parte del intendente general Aureliano Buendía? Pues bien, GGM deja en claro que se trata de una carta de recomendación, fechada en Panamá y cuyo único destinatario era el coronel. Al relacionar los rangos militares, resulta cómodo descubrir que el padre de Isabel y Aureliano Buendía eran entrañables amigos, que habían sido compañeros a fines de la guerra grande, mencionado por el narrador quien en este caso es el mismo coronel, y aludiendo a la obra Cien años de soledad en la que se sugiere a La hojarasca por evocación a la muerte del médico, y entonces queda clara la relación existente entre el coronel de Macondo que es mencionado en su primera novela y Aureliano Buendía: “Se había colgado de una viga tres meses antes, y había sido enterrado contra la voluntad del pueblo por un antiguo compañero de armas del coronel Aureliano Buendía”.8

Antes de que llegara la compañía bananera existía la necesidad de un galeno, especialmente en un pueblo como Macondo, que por sus descripciones en otras obras de GGM parece estar situado en la costa Caribe colombiana, y en el que prevalecen las enfermedades tropicales. Tal vez sea esta una de las razones por la que el coronel acepta al médico en su casa y en definitiva por ser recomendado de Aureliano Buendía, quien, junto con su familia, parece ser muy cercano al doctor: “Hablamos del coronel Buendía, de su hija sietemesina y del primogénito atolondrado. No había corrido un trecho largo en la conversación cuando me di cuenta de que aquel hombre conocía bien al Intendente General y que lo estimaba en grado suficiente como para corresponder a su confianza” (LH, p. 56).

El contenido específico de la carta es desconocido. Este dato es sustraído por elipsis y ejerce una fuerza al lector, para que ayude a esclarecer el origen del médico en Macondo.

¿Con quién confundió Adelaida al doctor cuando éste llegó a la casa del coronel? Esta es otra omisión que GGM presenta en su obra. Adelaida, quien recibe al advenedizo (que ni nombre tenía), no sabía cómo este hombre había llegado hasta Macondo y lo describe, por primera vez, con “bigote negro y punteado y la cara de cobre” (p. 50), nota la firmeza de sus ojos y la rigidez de su cabeza y entonces intuye que es un alto funcionario militar; asegura que es aquella persona quien cree que es. ¿A qué persona se refiere? Esa es precisamente la pregunta que el coronel en reiteradas ocasiones le hacía a su esposa. Se la hizo una vez en que pensó que Adelaida se había reconciliado con el recuerdo:

“ ‘Siempre he deseado saber con quién lo confundiste el día que vino. Arreglaste aquella mesa porque se te pareció a alguien’. Y Adelaida dijo, con una sonrisa gris: —Te reirías de mí si te dijera a quién se me pareció cuando se puso ahí, en el rincón, con la bailarinita en la mano” (p. 116). ¿Acaso Adelaida confundió al médico con Aureliano Buendía, antes de que aquél le mostrara la carta al coronel? Pregunta que surge al leerse detenidamente cada una de las atenciones que la mujer tuvo con el invitado antes de que éste pidiera “hierba común” como comida. Sólo la visita de un alto oficial merece una mesa espléndidamente servida, cubierta con un mantel nuevo y una loza china de uso especial, rodeada de candelabros y una botella de vino. Únicamente un distinguido funcionario militar podría convertir el mundo, haciendo que la señora de la casa luciera su traje terciopelo y el medallón familiar. En fin, a partir de los datos expuestos en torno a la llegada del forastero, podrían darse muchas conjeturas que bien podrían llenar ese blanco dentro de la historia.

Una tercera omisión significativa en relación a la suerte de un personaje aparece en La hojarasca: ¿Meme estaba realmente muerta? Y si era así, ¿quién puso el pasquín que hablaba de su muerte? Es el mismo doctor quien da una explicación al respecto. El doctor le confiesa al coronel que Meme se ha marchado porque se aburrió de estar encerrada con él. ¿Era coherente que un hombre posesivo y manipulador como él le facilitara las cosas a su mujer para que por su cuenta se marchara? Es poco probable que esto pasara, pero sería apresurado afirmar que él la mató, tal como rezaba el pasquín que amaneció clavado en las puertas de la casa. El pasquín permaneció en la puerta por mucho tiempo y “nadie” se interesó por él, al punto que la lluvia borró sus letras y el viento lo arrasó. ¿Quién lo puso? Es un misterio. Podría tratarse de cualquier habitante carcomido por el odio de Macondo. Lo curioso en este pasaje es que la historia del pasquín reaparece para los tiempos cercanos a una jornada electoral. Todo parece indicar una confabulación hecha por los aspirantes al mandato, o por lo menos por sus apoyadores, para ajusticiar al médico, pese a que no se halló rastros de su cadáver, y un pretexto para que el pueblo confiara en que en Macondo no habría impunidad.

La anterior omisión me lleva a otra pregunta: ¿qué fue de la criatura que Meme tuvo con el doctor? En este caso el discurso del doctor es el que escamotea el dato. Lo hace de una manera natural, como si el lector no pudiera notar que se está dando lugar a una narración por omisión: “ ‘¿Qué fue de la criatura?’ Él no modificó la expresión. ‘¿Qué criatura, coronel?’, dijo. Y yo le dije: ‘La de ustedes. Meme estaba encinta cuando salió de mi casa’. Y él tranquilo, imperturbable: —Tiene razón, coronel. Hasta me había olvidado de eso” (p. 111).

La criatura, a la que se refería el coronel, era el segundo embarazo que Meme tenía, y al que no quiso renunciar como la primera vez cuando el doctor le entregó una solución en un vaso para que abortara. Si bien el doctor confiesa que su concubina se ha marchado porque estaba fastidiada, es lógico pensar que Meme se fue embarazada. No obstante, es la conversación, citada anteriormente, lo que introduce el misterio, pues ¿para qué el coronel pregunta por la criatura si él ya sabe que Meme se había marchado? Todo parece indicar que el discurso del coronel está cargado todavía de desconfianza como consecuencia del alboroto que se había formado por el pasquín. En otras palabras, si el doctor habría matado a Meme, era necesario averiguar por la suerte del pequeño.

En esta primera novela de GGM se intercalan algunas otras historias paralelas al suicidio y entierro del médico. Una de estas historias es la de Isabel y Martín. Esta historia contribuye a la degradación humana en la medida en que hace parte de la hojarasca y que, por lo tanto, no es ajena a la significación del relato. Aquí aparece una omisión más: ¿por qué Martín se va de Macondo y nunca regresa? En dos de los monólogos de Isabel dentro de La hojarasca se entrevé el misterio de las conversaciones entre suegro y yerno. Se trataba de un negocio del que Isabel jamás comprendió: “Él había estado en nuestra casa a fines de julio. Se pasaba el día entre nosotros y conversaba en la oficina con mi padre, dándole vueltas un misterioso negocio del que nunca logré enterarme” (p. 72). “Pasaría largas horas en la oficina con mi padre, convenciéndolo de la importancia de algo que nunca pude descifrar” (p. 75). Pero es el mismo coronel quien, aunque no lo deja claro, nos ayuda, aportándonos datos que nos llevan a pensar que se trató de un desfalco: “Han transcurrido nueve desde cuando se fue con la cartera llena de obligaciones firmadas por mí, y prometió volver tan pronto corrió realizara la operación que se había propuesto y para la cual contaba con el respaldo de mis bienes” (pp. 96-97). El coronel es un personaje plano9 dentro de la historia, y es fácil recordarlo precisamente por permanecer inalterable en su mente porque los acontecimientos no lo inmutan. De hecho, así como el coronel se mantuvo inquebrantable ante su decisión de enterrar al doctor aun en contra de la vergüenza del pueblo, es el mismo coronel quien, paradójicamente, justifica el agravio de Martín: “Han transcurrido nueve años pero no por ello tengo derecho a pensar que era un estafador. No tengo derecho a pensar que su matrimonio fue apenas una coartada para persuadirme de su buena fe” (p. 97).

Intuyo que fue una cortada precisamente lo que Martín hizo para quedarse con los ahorros del coronel y nunca más regresar a Macondo. Esto podemos creerlo al analizar la vida de casados, la cual estaba fundamentada en todo menos en amor. Si establecemos un parangón entre esta pareja y la misma que aparece en Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo descubriríamos la monotonía de este matrimonio formado por dos extraños que compartían la misma cama: “Al atardecer dijo una voz junto a mi asiento: ‘Es aburridora esta lluvia’. Sin que me volviera a mirar, reconocí la voz de Martín. Sabía que él estaba hablando en el asiento del lado, con la misma expresión fría y pasmada que no había variado ni siquiera después de esa sombría madrugada de diciembre en que empezó a ser mi esposo. Habían transcurrido cinco meses desde entonces. Ahora yo iba a tener un hijo. Y Martín estaba allí, a mi lado, diciendo que le aburría la lluvia. ‘Aburridora no —dije. Lo que me parece demasiado triste es el jardín vacío y esos pobres árboles que no pueden quitarse del patio’. Entonces me volví a mirarlo, y ya Martín no estaba allí”.10

Martín no tenía, entonces, motivo aparente para quedarse al lado de una mujer que utilizó como pretexto para lucrarse. De hecho, el hijo tampoco significaba una razón. Esta cruda realidad es contada por la misma Isabel y en ella tampoco parece notarse ningún sentimiento ni hacia su esposo, ni hacia su hijo.

Otra de las historias intercaladas en La hojarasca son las aventuras del hijo de Isabel con sus amigos, en especial con Abraham, y que hace parte de los monólogos del niño, quien desde el primer capítulo nos enseña el misterio y el horror de la muerte. Es en una de esas aventuras donde se da lugar a otro dato escondido. Esta es, entonces, la sexta omisión por narración: ¿qué hacía Abraham, el amigo del niño, detrás de los espinos, y realmente existen ciertos rasgos de homosexualidad en el niño? Pues bien, el hijo de Isabel y sus compañeros de colegio se fueron a las plantaciones para cazar pájaros con sus hondas. En una de esas aventuras pueriles, el niño y su amigo Abraham parecen quedar solos en la escena. Éste último se esconde detrás de los espinos y le advierte a su amigo no seguirlo. Es en ese escondite donde surge la pregunta en el lector: ¿qué hacía Abraham detrás de los espinos? El texto nos dice que Abraham permaneció en silencio, casi absorto ante los comentarios que hacía el amigo en relación a las golondrinas. Se muestra a un Abraham concentrado “en hacer algo” con disimulo. Cualquier lector podría decir que Abraham estaba defecando detrás de los espinos, pero existen ciertas connotaciones como: “Después de un silencio largo suspiró”, “(su) inmovilidad (era) desesperada e impetuosa”, “respiró profundamente”, aparte de una vacilación existente en si Abraham escuchaba o no lo que le decía el niño, las cuales se convierten es un rasgo somático-sexual para creer que Abraham realmente se masturbaba detrás de los arbustos. Este dato parece tomar una mayor significación cuando el niño menciona lo que quiere hacer al día siguiente y que nos lleva a formular una segunda pregunta en relación a esta narración por omisión: ¿el hijo de Isabel tiene tendencias homosexuales? El niño, quien es el narrador, está en la habitación, justo en frente del médico muerto, y nos descubre su pensamiento: “Toda la noche estuve pensando en que hoy volveríamos a salir de la escuela y que iríamos al río, pero no con Gilberto y Tobías. Quiero ir solo con Abraham, para verle el brillo del vientre cuando se zambulle y vuelve a surgir como un pez metálico. Toda la noche he deseado regresar con él, solo por la oscuridad del túnel verde, para rozarle el muslo cuando caminemos. Siempre que lo hago siento como si alguien me mordiera con unos mordiscos suaves, que me erizan la piel” (p. 55). Tal cita vislumbra una tendencia homosexual marcada desde temprano, la cual nunca se desenlaza en la historia, sino que es “maquillada” con un procedimiento funcional que tendrá sentido sólo en la conciencia del lector y no en una narración explícita de la historia.

Otra narración por omisión, en relación también a las aventuras del niño con Abraham, aparece en esta novela: ¿cuál es el origen y en qué consiste el juego de palabras que usan los niños? El hijo de Isabel parece identificarse únicamente con su amigo Abraham; ni siquiera en su madre encuentra esa protección natural. De hecho es a ella misma a la que le parece tener un hijo ensimismado e insustancial, casi inexistente, como un vivo recuerdo de su padre, tal como le expresa en uno de sus monólogos: “En vano rogaré a Dios que haga de él un hombre de carne y hueso, que tenga volumen, peso y color como los hombres. En vano todo mientras tenga en la sangre los gérmenes de su padre” (p. 112). El niño necesita saciar esa sed de comunicación y es en sus juegos donde lo puede hacer libremente con un lenguaje cerrado que debe darse sólo bilateralmente. Hay en el niño una necesidad de identificación, una búsqueda de identidad, que al no proyectarse en sus progenitores se refleja en su amigo Abraham, a quien recuerda e imagina realizando su vida, lo que probablemente haga suscitar una homosexualidad latente. En esta búsqueda, GGM presenta un juego de palabras que únicamente es entendible por sus hablantes.

Abraham quiere que el niño le preste su navaja nueva (símbolo de independencia o desligamiento filial) y este último para deshacerse de su deseo, pronuncia la palabra Incomploruto, la cual no existe en lengua castellana y su significado sólo podría entenderse en términos contextuales como en las rondas de los niños de la costa, que cuando no se quiere compartir un dulce dicen: no hay quite.

En otro de los monólogos aparece un diálogo formado por las palabras teco, tacando y alcutana en relacióna un plan de visita a Lucrecia, quien exhibe su sexo cada vez que los niños van a fastidiarla. Tales palabras no tienen un significado claro para el lector pero podrían descifrarse como el ataque del niño o sus ganas incontenibles de ver a la niña en compañía de Abraham.

Estos vocablos inventados por GGM parecen esconder un significado exclusivamente sustancial para los personajes dentro del relato, pero nunca están desligados de una función referencial, como la palabra mafarificafa dicha por Genoveva García a Martín cuando éste, para enamorar a Isabel, se valió de métodos poco ortodoxos y menos varoniles, más bien extraños y no conformes a los que un hombre usa —sobre todo tratándose de la hija de un coronel. La palabra parece resultar de una deformación del término coloquial marica, utilizado para ofender a un hombre homosexual.

Existe una octava narración por omisión para la que no parece haber soporte dentro de la historia: ¿quién es la mujer de la ramita de toronjil y por qué ella intervenía negativamente en las oraciones de Adelaida? La única referencia que tenemos en relación esta mujer es que se trata de una pordiosera quien nunca parece envejecer. Su ritual de estar pidiendo todos los martes por veinte años una ramita de toronjil en la casa del coronel podría interpretarse si tenemos en cuenta las luces que nos brindan otros textos, como el escrito Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, en el que encontramos a esta misma mujer pero con un rol mucho más participativo. En este relato se nos cuenta la historia de la vaca que parece no rendirse a caer bajo el fuerte torrencial que inunda a Macondo, hasta que aparece la pordiosera prediciendo el último “round” del animal: “Hasta ahí llegó”. Si comparamos este hecho anterior con la alusión que hace Adelaida acerca de la pordiosera al mencionar: “Ni siquiera voy a rezar. Mis oraciones seguirán siendo inútiles mientras esa mujer venga todos los martes a pedir una ramita de toronjil” (LH, p. 117), lo cual surge de la conversación que ella tiene con su esposo cuando le pide que ore por él, por Isabel y por su nieto, quienes se disponen a enterrar al médico; notaremos que la aparición de esa mujer coincide con el fin de un suceso que ha cambiado el panorama del relato. En Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, la vaca amanece un día cualquiera en el jardín de la casa, se muestra inexorable, no se deja ahuyentar por los guajiros, quienes tratan de moverla con palos y ladrillos, hasta que aparece el padre de Isabel en su defensa. Pero, en las horas de la tarde, la vaca cansada cayó, y se asoma entonces la pordiosera de la ramita de toronjil marcando su fin: “Hasta ahí llegó”. En La hojarasca, la presencia de la mujer se da justo cuando se acerca el fin del doctor, un martes, día antes de su suicidio. Nótese que en Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo es el coronel quien defiende a la vaca: “Déjenla tranquila —dijo—. Ella se irá como vino”. Y en La hojarasca el coronel es también la persona que siempre está condoliéndose del doctor. En otras palabras, la mujer de la ramita de toronjil es un símbolo que marca el fin de un acontecimiento, como una fuerza que arrastra irremediablemente al linde de un hecho. No existe oración de fe que pueda destruir dicho misterio en la pordiosera. De ahí que no valía la pena orar por algo que significaría la muerte del doctor: la vergüenza que existiría en una familia a la que le correspondía enterrar al ser más odiado de Macondo.

Existe un dato escondido que no nos hubiera gustado encontrar en La hojarasca; este es: ¿por qué no se presencia la marcha del médico en su ataúd cuando lo van a enterrar? Parece injusto que GGM nos prepare para un suceso del que posteriormente nos privará, es como hacernos ver un oasis en medio del desierto. El entierro del doctor es sólo un espejismo, un evento que queremos presenciar al final de la lectura y que nunca sucede. Desearíamos ver las caras de las gentes de Macondo mientras se realiza el triste desfile del entierro. Seguramente alguno de sus habitantes, de pronto el más viejo, lanzaría la primera piedra sobre la caja mortuoria. Tal vez Águeda, la mujer agobiada por su enfermedad religiosa, se levantaría de su silla para recordarle al muerto su sentencia, quién sabe si los alcaravanes, que cantan cuando sienten el olor a muerto, se reunirían a la salida de la casa para repartirse el cuerpo y confabularse con el padre Ángel y así evitar que sepulten a un hombre que ha vivido sesenta años fuera de la presencia de Dios. Realmente sólo al lector se le es dado el derecho de participar, de llenar esos espacios, puesto que el dato escondido es la vivencia personal que cada uno de nosotros asume en relación a la diégesis.

Tenemos entonces un último dato escondido dentro de La hojarasca y que corresponde a la única omisión por hipérbaton: ¿por qué el coronel es la única persona que quiere enterrar al médico? En la mayoría de los monólogos del coronel notamos los intentos de su parte por mostrar al lector los lados buenos del médico: “Sólo yo advertí la verdadera medida de su cambio, desde cuando dejó de usar las polainas y empezó a bañarse todos los días” (p. 76). “Me acordé de su vida, de su soledad (...). Antes me había sentido vinculado a él por sentimientos complejos, en ocasiones contradictorios (...). Pero en aquel instante no tuve la menor duda de que había empezado a quererlo entrañablemente. Creí descubrir en mi interior esa misteriosa fuerza que desde el primer momento me indujo a protegerlo” (p. 90). Es esto lo que parece a simple vista, una poderosa fuerza que se creaba en el coronel y que lo llevaba a querer al médico, a protegerlo de un mundo que ansiosamente quería sentir el olor pútrido de su cuerpo. Sin embargo, GGM nos guarda ya casi para el final un acontecimiento que involucra la palabra de un coronel, una promesa inquebrantable entre dos seres que se entendían.

El médico le salva la vida al coronel y en pago de esa deuda le pide que cuando muera sea él quien lo entierre. Y es hasta este punto que descubrimos cómo aquel cariño inexplicable que llevaba al coronel a entender la amarga existencia del médico se sellaría con una deuda que no podía dejar de pagar. Una deuda que implicaba irse en contra de un sentir unánime del pueblo que sólo quería ver al médico pudrirse detrás de las paredes de una casa que no volvió a abrir sus puertas.

En La hojarasca el discurso de los personajes no puede desligarse de un rumbo que ha sido trazado anticipadamente. No actúan por cuenta propia sino por el dedo marcador de Gabriel García Márquez, y su recurso principal es narrar callando, puesto que el relato siempre fluye hacia un vacío en relación a una personalidad, a una imagen o a un acontecimiento, y es el lector quien tiene el contacto directo con las tres conciencias que cuentan, el que debe llenarlos, dotándolos de sentido y coherencia dentro de los monólogos interiores en que está segmentada la obra, de modo que se permita conocer todos los ángulos de la misma y que nunca se abandone el poder de persuasión. Esta novela se forma a partir de datos dosificados y su reordenamiento ocurre en la mente del lector. Se trata de armar un rompecabezas cuyas fichas están en un devenir del tiempo, en tomar datos del pasado y encajarlos en el presente para poder entender no sólo los acontecimientos, sino las conciencias de los personajes en un mundo degradado que le ha dado el nombre a esta obra.

Notas

1 Vargas Llosa, Mario (1997). El dato escondido en Cartas a un joven novelista.Argentina, Editorial Ariel, p. 5.
2 García Márquez, Gabriel (2002). La hojarasca. Bogotá: Editorial Norma. 130 págs.
3 Existen muchas fuentes en las que García Márquez ha develado su admiración por las tragedias griegas de Sófocles como Edipo rey y Antígona. De esta última, por ejemplo, se toma una cita al principio de La hojarasca, objeto de estudio en el momento.
4 Son muchos los escritores que han utilizado la técnica de narración por omisión. Tales son los casos de Hemingway en su cuento “Los asesinos”, Robbe-Grilletcon La celosía o en la novela Santuario, de Faulkner.
5 Shlomith Rimmon-Kenan (1988). Focalization, tomado de Narrative Fiction: Contemporary Poetics, En: Boletín narratológicos, Nº 2, Bogotá, Universidad Nacional.
6 Todorov, T. (1974). Las categorías del relato literario. Traducción directa del francés: Beatriz Dorriots. Editorial Tiempo Contemporáneo S.R.L. Buenos Aires.
7 Mario Vargas Llosa. Op. cit.
8 García Márquez, Gabriel (1970). Cien años de soledad. Barcelona: Círculo de Lectores, S.A., p. 292.
9 Según Edward Morgan Forster en Aspectos de la novela (1927), los personajes planos se construyen en torno a una sola idea o cualidad.
10 García Márquez, Gabriel (2003). Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo. Libros Tauro, biblioteca electrónica, p. 2.


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