28 de mayo de 2013

MEMORABILIA GGM 676

EL TIEMPO
Bogotá – Colombia
26 de mayo de 2013

Mercedes

Por: GABRIEL SILVA LUJÁN |


En el caso de los García Márquez no hay duda de que la genialidad del Nobel no se hubiera desplegado sin la paciencia, la ternura, la sabiduría y la disciplina férrea de Mercedes.

Esta es una columna que no deberían leer mis compañeros de género. Están advertidos. No les va a gustar. Los hombres somos una manada de vividores, irresponsables, prepotentes e insensibles. El mundo no necesita de nosotros.

Gracias a que existe el ser femenino hay esperanza para la humanidad. Si no fuera por ellas, el caos y la locura se tomarían para siempre la historia. Las mujeres no solo son la fuente de la sensatez sino que, además, no alardean sobre el inmenso poder que silenciosa y efectivamente ejercen sobre los destinos de todos nosotros.

Estas reflexiones me vinieron a la cabeza por una fotografía publicada recientemente en este diario donde dos gigantes se daban un abrazo. Me refiero, por supuesto, al expresidente de los Estados Unidos Bill Clinton y nuestro Nobel, Gabriel García Márquez. Detrás de ellos, tratando de huir de la cámara, sentada plácidamente observando estaba Mercedes Barcha, la esposa del gran maestro de la literatura contemporánea.

Esta imagen capta de manera sencilla, pero elocuente, el carácter de Mercedes y su papel en la vida de García Márquez. De todos los que aparecen en la fotografía, ella es verdaderamente el centro de gravedad, el núcleo, la fuerza. Clinton –presidente dos veces del país más poderoso de la Tierra– y Gabo –el genio incuestionado– aparecen como dos niños retozando ante la mirada complaciente y risueña de su madre.

Porque, desafortunadamente, para la mayoría de las mujeres la carga de la maternidad no es nada al lado de la necesidad de ejercer el rol de madres –severas y complacientes al mismo tiempo– con sus maridos. Yo lo reconozco sin vergüenza. Gracias a ellas los hombres podemos, más o menos, sobrevivir y hacer algo decoroso con nuestras vidas. Si no fuera por ellas, seguiríamos hasta el día de la muerte como infantes patéticos andando de tumbo en tumbo.

Es una injusticia pero es ineludible. A las mujeres les toca no solo responder por los actos de su propia vida sino también por los de sus hijos y –peor aún– por los de sus esposos o compañeros. Es una carga bien pesada.

 
A veces ocurren circunstancias únicas donde dos seres, como Mercedes y Gabo, se encuentran y son capaces –juntos– de cambiar la historia. Es cuando bajo el comando sereno de una mujer excepcional el hombre puede florecer para aportarle a la humanidad algo relevante. Pero que no se crean los machos que es gracias a ellos. No somos más que un instrumento. Sin el virtuosismo femenino seríamos como un Stradivarius colgado, mudo, en la pared.

En el caso de los García Márquez no hay duda de que la genialidad del Nobel no se hubiera desplegado sin la paciencia, la ternura, la sabiduría y la disciplina férrea de Mercedes. Uno siente y ve la mano de esa mujer aflorando sutilmente en todos los momentos difíciles, y también en los estelares, de la vida del escritor. Gabo se merece todos los homenajes, sin duda. Pero a su esposa le adeudamos todos los reconocimientos.

Esos mismos reconocimientos son los que deberían recibir todas las mujeres colombianas. No basta con aprobar leyes sobre la igualdad de género o emitir fallos reivindicatorios. Todo eso está muy bien. Se trata de algo más importante. Se trata de hacer de la vida cotidiana –en pareja y en familia– un permanente y diario tributo de dignidad, respeto, admiración, amor y agradecimiento a quienes con serenidad y abnegación garantizan que el mundo siga rodando, que los hombres no seamos un permanente desastre y que los hijos encuentren una segunda oportunidad sobre la Tierra.

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EL UNIVERSAL
Cartagena de Indias - Colombia
Martes 26 de mayo de 2013

Mi encuentro con
Gabriel García Márquez

Por JUAN PABLO VALDERRAMA PINO

Para muchos, conocer al escritor colombiano ganador del premio Nobel no sólo es una experiencia inolvidable, sino una manera de cacarear que estuvieron cerca de algún famoso importante. Eso es sólo otro modo de pretender ir arrastrado en la fama ajena, pero aún hay otros que logran ver la profundidad del asunto.

Mi historia con Gabo es muy corta, duró tan sólo unas 3 horas, pero indiscutiblemente cambié después de escuchar sus últimas palabras al momento de la despedida.            Son las 3:20 am del 13 de mayo, hace 12 horas conocí a Gabriel García Márquez y siento la necesidad de escribir sobre ese momento. ¿Por qué? ¿Acaso busco incrementar mi fama a través de su nombre? Aunque la respuesta pueda parecer ser esa, debo confesar que se trata de algo más profundo y menos egoísta. Precisamente no conocí al García Márquez ganador del premio Nobel de literatura de 1982, conocí a un Gabriel de 86 años que dejaba escapar la inocencia y la inexplicable locura de un bebé anciano, un Gabriel teñido de hermosura y vejez.   Varias horas antes de encontrarme con él estaba estudiando un texto de Foucault, me encontraba desesperado y aburrido, me siguen faltando muchas páginas para terminar de leer, estaba inquieto y no sabía qué hacer. Me encontraba de frente contra la pantalla de mi computador, tratando de leer y de repente escuché el grito de mi madre: -¡Juan Pablo, cámbiate que vas a conocer a Gabriel García Márquez!

El joven escritor Juan Pablo Valderrama con el Premio Nobel Gabriel García Márquez.
CORTESÍA

   No entendí el mensaje cuando lo escuché, no sabía si realmente me estaban informando sobre un encuentro con aquel escritor famoso. Me levanté de mi escritorio y le pregunté a mi madre si era cierto lo que decía.

(...)Me preguntaba qué significa conocer a un escritor tan famoso como García Márquez. ¿Qué debo decirle? ¿Qué podría preguntarle? ¿Querrá hablar de literatura?    Me enfrenté a esas preguntas hasta que apareció una muy interesante: ¿Qué importancia tiene si solamente he leído un solo libro de él? Me di cuenta que no tenía ningún fundamento para emocionarme por conocerlo. ¿A quién voy a conocer, a un escritor o a un ser humano? Crónicas de una muerte anunciada es una buena novela, no le di tanta importancia, sentí más bien que había cumplido un objetivo en la lista de ser colombiano: Leer, al menos, una obra del Nobel.

(...) Cuando llegué al lugar de la tertulia, además de las personas que acompañaban al escritor, me encontré con los ojos de un ser humano tranquilo, viejo, misterioso y gracioso. Mis padres saludaban y yo me quedé de pie en medio de la sala, Gabo me miró a los ojos, su mirada no era la de un escritor viejo, sino la de un hombre especial. No podía llegar a él y darle la mano, porque estaba sentado del otro lado de la sala, no me sentía capaz de ponerme de pie y pasar a través de los demás para sentarme junto al Nobel, me sentía como un intruso. Opté por saludarlo a la distancia moviendo mi mano izquierda en el aire. Él me miró seriamente y me saludó con la mano también.  Me senté en una silla mientras miraba a todos los que hablaban. El Nobel guardaba silencio,  observando a los participantes de la reunión. Mercedes, su esposa, fumaba cigarros de cajetilla mientras conversaba sobre películas de drama. Me sentía raro, estaba rodeado de extraños que se mostraban profundamente amistosos conmigo, hasta me ofrecieron comida.

(...) Al cabo de un rato la señora Piedad  se levantó y me dijo que me presentaría al Nobel, me llevó de la mano y me sentó justo al lado de un señor de cabello blanco como su guayabera. Me dio la mano y sonrió, pero no pronunció palabra alguna, volvió su mirada hacia su plato de comida y cortó un pedazo de carne. No quise interrumpirle hasta que me preguntó: -¿De dónde salió todo esto?

No tenía una respuesta para ese cuestionamiento.

(...) Varias veces miré el rostro y las manos de García Márquez, tratando de encontrar algo que decirle. No lo conocía y mucho peor era saber su nombre y haber leído solo una obra de él.  Al rato me preguntó nuevamente por la comida, me dijo: -Donde voy hay comida, siempre como, pero me he acostumbrado a comer de a poquito, pero como todo el día. Es que tengo muchos amigos y todo es más fácil.

(...) Me sentía como Siddhartha junto al viejo del río. Como un niño al lado de un sabio. No tenía ninguna esperanza de hablar sobre literatura, pero él me hablaba de algo mejor. A través de sus palabras me hizo entender que quería hablar de la vida. Le dije que es bueno tener muchos amigos y le conté que yo también tengo muchos, que cada día al salir de mi casa voy saludando conocidos a lo largo del camino a la universidad. Se rió en voz baja, no alzaba la voz ni para hablar, al principio sonaba un poco ronco, pero luego se despejó su garganta. Al rato me dijo que había un lugar donde todos eran amigos y se ayudaban, era un lugar tranquilo donde todos lo trataban bien. Me tocaba acercar un poco mi rostro a su oído para responderle, y él hacía lo mismo para hablarme. De repente se emocionó y con sus manos hacía la forma de su casa y me explicaba dónde podía encontrarla, cuando le dije que siempre he estudiado cerca de su casa me dijo: -Eso está bien. Después de mirarme a los ojos me preguntó dónde vivía yo y cómo era mi casa.  Le conté dónde vivo, al principio no sabía a qué me refería, pero después se dio cuenta que conocía el barrio. Le dije que la casa queda frente a la bahía y me respondió diciendo: -Sí, yo conozco eso, es muy tranquilo y fácil. Tú sales y todo es fácil, todos se conocen y se ayudan.

No entendía por qué decía eso si precisamente la gran mayoría de personas que conozco en esta ciudad, aunque saludan y se muestran, hasta cierto punto, amigables, son en el fondo egoístas y velan por sus propios intereses.

-Siempre como, ahora tengo que ir a otro lugar, en ese lugar todo es más fácil, ¿Sabes de dónde salieron todos estos muchachos?

Lo miré y le dije que todos llegaron para hablar y comer con él. En ese momento trajeron un pudín de chocolate con vainilla y un flan, cuando Gabo vio eso se alegró y dijo: -¡Qué sorpresa!

(...)

    Le di la mano y le dije: -Nos vemos.     Sostuvo mi mano, me miró a los ojos y dijo con alegría: -¡Todos los días!

    Salí del apartamento pensando en su respuesta.   En la noche me encontré con varios amigos y le conté a uno de ellos lo que García Márquez me dijo: -¡Todos los días!

     Todos los días. ¿Dónde? ¿Dónde lo veré? ¿En el espejo? Todos los días nos vemos en todas partes, cuando cerramos los ojos y cuando los abrimos.
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* Apartes de un artículo del joven escritor cartagenero autor del libro reciente aparición: “Compartiendo un silencio”.

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