24 de octubre de 2012

MEMORABILIA GGM 617
El Universal.com.co
Cartagena de Indias - Colombia
21 de octubre de 2012

El otro García Márquez


Por Juan Carlos Guardela V. –
 Especial para El Universal


El último viernes de julio de 2004 en el hotel Las Américas de Cartagena García Márquez cerró un encuentro de cincuenta periodistas de lejanas provincias de Colombia que luchan por la libertad de prensa.

Luego de un largo aplauso se acomodó en su silla, cuadró sus gafas, arregló con timidez unas cuartillas y con los ojos casi empuñados se acercó al micrófono.

Su voz tenía los rasgos del Caribe, pero sin dejos pedestres y sin golpear palabras.

Era la misma voz del discurso en el Premio Nobel; una voz cercana, familiar, que metió a todos en el hechizo, porque —no había duda— se encontraban frente a García Márquez.

Los asistentes se quedaron pegados a los atractivos de ese fraseo buscando en García Márquez al mismo Gabo.

Un fraseo en el que uno puede encontrar el cruce de mitos, sugerencias e ironías con la insólita eficacia del idioma.

García Márquez cerró su intervención con la frase que su madre Luisa Santiaga Márquez decía cada vez que se refería a los que ejercen el oficio más bello y peligroso del mundo: “Pobres muchachos, tienen alma de toreros, pero a diferencia de éstos no solamente les pagan salarios de hambre sino que los matan por sapos”. Enseguida se desató un aplauso.
Jaime García Márquez, hermano del Nobel.
MARUJA PARRA – EL UNIVERSAL

Un grupo se le acercó a estrechar su mano, a tocarlo, pero sobre todo a oírle.

Quien hablaba era Jaime García Márquez, el octavo de los hijos del telegrafista de Aracataca, un hombre que durante  su vida ha sido ingeniero contratista y hoy es el más cercano hermano del Nobel colombiano.

En este hombre, por azar genético, todos escuchan la voz de Gabo, y de paso ven su encarnación.

Su cabello plateado, su estatura, el movimiento de sus ojos cuando busca una palabra, su sonrisa, pero más que nada su voz, tienen un inquietante parecido con los del célebre escritor a pesar de la diferencia de edad.

Jaime arquea las cejas y aprieta las arruguitas de los ojos, como lo hace Gabo en muchas de fotografías.

Jaime tiene una recia constitución y mide más de 1,68, una sonrisa constante que da la impresión de que lo hubieras conocido hace mucho.

Hay en él la vieja veta de la mirada trágica y festiva al tiempo que tienen los hombres del Caribe, y todas sus gesticulaciones están diciéndote que “no sabes de lo que te pierdes, si no hablas conmigo”.

Algunos de los que lo rodean lo defienden aduciendo que no tiene la más mínima culpa, porque no se trata de algo deliberado ni de arrogancia, parapetos que nunca ha tenido este García Márquez.

“Lo que pasa”, dice, “es que siempre que alguien me conoce el tema a tratar será Gabito, y lo verá en mí. Al principio me dio algún trabajo, pero ya me acostumbré y lo entiendo. Creo que lo más interesante es que la gente me da el amor que no puede darle a él”.

***

Jaime García Márquez hoy es el subdirector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por su hermano Gabo a mediados de los noventa y que dirige el prestigioso abogado y periodista Jaime Abello Banfi.

En esta empresa Jaime García Márquez ha añadido todo el amor que le tiene a sus motoniveladoras y buldózeres.

En su diminuta oficina, enclavada en el centro amurallado de Cartagena —a pocos metros de donde operó durante décadas El Universal, diario en que el escritor hizo sus primeras notas— Jaime habla haciendo grandes círculos con las manos y trazando en una libreta mapas mentales, dibujos intrincados, mapas arduos y mandalas. Mientras lo hace cierra de nuevo los ojos, casi empuñándolos.

A diferencia de muchos ejecutivos sabe decir con exactitud lo que le pasa por la cabeza en su momento. Confiesa que le aterran las entrevistas. Considera —como su hermano— que hablar con un periodista es la cosa más peligrosa del mundo. Pero cuando suelta esta admonición se siente también algo de elogio. De las mil y una maneras insistió en que no se usara grabadora, porque a él le interesaba más el diálogo.

“Hablo más que Gabito y de manera atropellada”, dijo mientras imprimía algo de ternura al diminutivo y al tiempo escribía en su libreta mirando una y otra vez un grueso reloj azul de plástico con letras gigantes.

Aparte del terror a los aviones (innato a todos los García Márquez y ya distintivo en el Premio Nobel) Jaime tiene un miedo visceral a hablar en público. “Siempre que hablo en público lo hago queriendo salir del embrollo, con los ojos apretados y a la de Dios”.

A pesar de que es un formidable conversador teme ser fuente formal de declaraciones y más cuando casi todo el mundo ve en él a Gabo.

En una de las paredes de la oficina hay un grupo pequeño de fotografías. En una de ellas está Jaime, su esposa Margarita y Gabo; allí parece que quien hablara fuera el escritor. En otra en cambio está Jaime, Gabriel García Márquez y Eligio, el menor de todos, este último periodista y escritor fallecido en el 2001; en esta fotografía en cambio Gabo está en silencio mientras que a los otros se les ve que hablan hasta por los codos.

Lo que ocurre es que para Jaime hablar es uno de los modos del ser y es una de las mayores herencias de la familia. Eso se palpa cuando en situaciones específicas los García Márquez sueltan lapidarias frases que quedan inscritas en la memoria de muchos.

Un ejemplo de ello son las frases de los padres cuando Gabriel García Márquez recibió el Nobel. El periodista Juan Gossaín entrevistó a su madre por radio y ella respondió: “Bueno, entonces que me arreglen el teléfono que ya lleva 3 meses descompuesto”. Por su parte el padre contestó: “Siento lo que siente un niño cuando le dan un confite”. Jaime en cambio, tratando de continuar con la usanza de este tipo de respuestas, le dijo años más tarde a la periodista Silvia Galvis: “Más que un hermano Nobel me hubiera gustado que fuera banquero”. Lo hizo para referirse a las necesidades por las que pasa un ingeniero civil con la financiación de sus obras.

Eso le costó a Jaime. Un día estuvo junto con Gabo de visita en La Habana. Fidel Castro se enteró, así que los visitó y, en el momento de la presentación, el Comandante le imprecó a Jaime: “¿Tú eres Jaime? ¡Oye, a ningún hermano se le hace eso! ¡Cómo es que prefieres que hubiera sido banquero antes que ganarse el premio Nobel! ¡Tú estás en nada!”. Tratando de arreglar las cosas Jaime no encontró argumento para explicarle a Fidel Castro. Gabo entonces le dijo que no perdiera el tiempo ya que él mismo había intentado mil y una maneras para explicarle a Fidel el contexto y sobre todo el porqué de la expresión. “Pero no lo entenderá, el Comandante no lo entenderá, Jaime”.

–Creo –dijo Jaime– que fue un reproche amoroso pero a este hombre, que tiene la cabeza ocupada en cosas tan importantes, se le pudo ver que estaba a la caza del momento para reclamarme.

En la libreta Jaime ahora traza un mapa que intenta ser un árbol genealógico tan sinuoso como el de los Buendía. Dice que todos los García Márquez tienen una fuerte herencia verbal que en Gabo alcanza su cúspide.


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El Universal
Cartagena de Indias - Colombia
Domingo 21 de octubre de 2012

El día que conocí a
Gabo en La Habana

Por Eduardo Márceles Daconte

Vivir para contarla, la biografía novelada de Gabriel García Márquez (2002), reconstruye los años iniciales de su formación como escritor, y comienza con una frase que es clave para el desarrollo del relato: “Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa”. Se trata de la vieja casona que tenían en su pueblo natal de Aracataca luego que la familia se mudara a Sucre, municipio del departamento de Bolívar en aquella época. A partir de este recuerdo, Gabo nos conduce de la mano a través del periplo de su vida, sus aventuras, desventuras, sus amores, inquietudes e influencias.

Sus primeros recuerdos pasan ante sus ojos a través de la ventana del tren que toman en Ciénaga después de pasar la noche en una lancha que había partido de Barranquilla. La historia, llena de reflexiones y anécdotas, está contada en 580 páginas, y termina cuando el joven periodista de 30 años pasa en un taxi camino al aeropuerto y en la puerta de la casa observa a Mercedes Barcha, su futura esposa, pero es ése un momento de incertidumbre cuyo desenlace sólo se nos revelará en el próximo volumen. En éste nos deja con el interrogante, aunque ya conocido, de las novelas por entrega puesto que cuando regresa a su hotel en Ginebra, encuentra la respuesta a sus inquietudes amorosas.

Gabriel García Márquez y
Eduardo Márceles Daconte.

Por ser ambos del mismo pueblo y compartido experiencias y recuerdos en numerosas ocasiones, he tenido el privilegio de haber escuchado de sus labios algunas de las anécdotas que cuenta en su libro. De hecho, en la página 26 comenta que “cuando Papalelo (su abuelo) me llevaba al flamante cine Olympia de don Antonio Daconte yo notaba que las estaciones de las películas de vaqueros se parecían a las de nuestro tren”. La cita me emocionó pues se trata de mi abuelo materno, un inmigrante italiano llegado de Scalea (Calabria) a este pueblo remoto y caluroso sobre las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta donde fundó el primer cine que tuvo la comarca, así como una tienda y ferretería donde también se vendían desde machetes y azadones hasta todo tipo de víveres, condimentos y perfumería.

El día que conocí en persona a Gabito en La Habana, durante un encuentro de escritores y artistas en 1981, me contó el origen de su personaje Pietro Crespi en su famosa novela. “Fíjate, me dijo, cuando yo estaba escribiendo Cien años de soledad el primer nombre que se me ocurrió para el personaje italiano fue Daconte, pero después me puse a recapacitar porque el personaje se me fue volviendo marica, entonces lo cambié por Crespi que fue en verdad un italiano afinador de pianos que mi mamá conoció en Barranquilla, porque yo me puse a pensar ¡qué iría a decir tu tío Galileo cuando leyera el nombre de su papá en estas circunstancias!”.

Su memoria de elefante le permitió recordar con exactitud las características de mi familia; me habló de la tienda del abuelo Antonio en las Cuatro Esquinas (el centro comercial de Aracataca) y rememoró su amistad con mis tías y tíos con quienes jugaba en su niñez. Le recordé que el nombre estaba, además, en su cuento El rastro de tu sangre en la nieve cuya protagonista se llama Nena Daconte y estalló en sonora carcajada “¡ahora me vas a demandar por 20 millones de pesos!”. En una ocasión que le visité en Cartagena cuando le conté que mi tío Galileo había muerto por esos días pude observar su pesadumbre. Años más tarde leí en El amor en los tiempos del cólera que uno de los personajes, un cochero en Cartagena, se llama Galileo Daconte como un homenaje póstumo a su buen amigo de infancia.

Sería arriesgado presumir que hoy por hoy se puede decir algo nuevo sobre la obra de este asombroso escritor colombiano quien no sólo cuenta en su bibliografía con numerosos libros de narrativa y crónica, sino que la compilación de sus escritos periodísticos Entre cachacos se suma a sus volúmenes Textos costeños y De América y Europa, recopilados por el investigador francés Jacques Gilard. La lista de estudios críticos e interpretativos dedicados a este escritor es interminable, como son también las tesis de grado elaboradas por universitarios de Estados Unidos, Europa y América Latina que analizan los aspectos más insospechados de su producción literaria.

En cuanto a su obra se refiere, es innegable que la importancia de la obra de García Márquez radica de manera fundamental en su audaz combinación de elementos humanos que aluden a nuestra realidad latinoamericana en matices poéticos que, no obstante ser Colombia un país de solemnes pronunciamientos literarios, no escatiman el humor. En mi opinión, el legendario mamagallismo de Gabo se proyecta sin ambages en casi todo su recorrido narrativo. El mamagallismo es esa típica actitud costeña de desmitificar conceptos trascendentales o de resaltar los perfiles jocosos de circunstancias comunes.

Quién puede permanecer indiferente ante las ocurrencias de José Arcadio Buendía en Cien años de soledad cuando experimenta, por ejemplo, con los inventos que trae a Macondo el gitano Melquíades. Recordemos que después de utilizar algunos instrumentos de navegación y antiguos mapas portugueses reúne a su familia y “con augusta solemnidad, temblando de fiebre y devastado por la prolongada vigilia” les revela a la hora del almuerzo su pasmoso descubrimiento: “La tierra es redonda como una naranja”.

Una actitud sin duda heredada de su mamá Luisa Santiaga Márquez. Cuando le otorgaron el premio Nobel, Juan Gossaín la buscó para interrogarla: “Y ahora que su hijo ha recibido esta consagración, ¿usted qué pide?” Y ella respondió sin inmutarse: “¡Que me arreglen el teléfono!”. Le preguntaron a qué atribuía la genialidad literaria de su hijo, y ella sin pensarlo dos veces exclamó: “¡A la Emulsión de Scott!”. En tanto que contestó al corresponsal de un importante diario capitalino que le preguntó “¿Doña Luisa, de qué se siente usted más orgullosa en este momento?” y ella contestó: “De mi hija que es monja”.

Tanto la ficción como el periodismo de Gabo son populares (es el autor hispanoamericano que más libros vende en el mundo) en la medida que eluden el retoricismo florido y hueco de tantos narradores que en nada contribuyen al desarrollo de una literatura que estimula y entretiene. No hay una palabra gratuita en sus trabajos, sus descripciones son precisas y sus diálogos sencillos, con la ventaja de estar inmersos en una prosa lúcida que conduce de la mano al lector a través de una trama tensa sin recurrir a los artificios que suelen debilitar los esfuerzos de escritores menos avezados.

En esto es necesario reconocer el saludable influjo del estilo sintético y contundente de Ernest Hemingway que suplantó el esquema faulkneriano evidente en sus primeros escritos como La Hojarasca. Él mismo, en aquella conversación sostenida en La Habana, me confesó que estaba releyendo algunas obras de William Faulkner con ocasión de un encargo del New York Times y había desistido después de un tiempo al comprobar que era verdad aquella observación que una vez le hizo a uno de sus contertulios del bar La Cueva de Barranquilla: “Maestro, ¿y si de pronto nos encontramos con que Faulkner es solo un retórico?”

Se podría pensar que esta es una exageración de Gabo (ya conocemos su inclinación por la hipérbole) ya que sin vacilaciones su trabajo le debe tanto a Faulkner como al filósofo italiano Gianbatista Vico, al vallenato, a las historias de su abuelo el coronel Márquez; a la escritora Virginia Woolf, a Kafka o las teorías del surrealismo filtradas a través de la atmósfera onírica de Borges, todo eso sintetizado de manera magistral por el admirable genio creativo de Gabo.

Tampoco podemos olvidar la influencia que el ambiente social e histórico, como también el entorno geográfico, han ejercido sobre su obra. Cuando Gabo irrumpe en el paisaje literario de Colombia, el cuento se caracterizaba esencialmente por su alusión directa a la violencia rural sin mayores elaboraciones poéticas. García Márquez se propone desde el principio hacer una trasposición metafórica que, sin dejar de aludir a nuestra realidad, se convierte en una alegoría de profundas significaciones sociales. Tal es el caso de su novela La mala hora, de sus cuentos La noche de los alcaravanes, La siesta del martes o La viuda de Montiel donde, a partir de una anécdota local, él escritor recrea la violencia, una circunstancia histórica que azota al país hasta nuestros días (consecuencia de protuberantes injusticias sociales y económicas), en mágicos efluvios narrativos que seducen desde la primera línea.

Señalemos así mismo que si bien el trabajo literario de Gabo evita la connotación política directa, buena parte de su obra periodística y su vida pública denotan una acendrada militancia a favor de los desprotegidos. En este sentido el premio Nobel fue no solo un galardón a su talento literario, sino también un reconocimiento a su cruzada por la paz y a su incansable lucha por la justicia social en estos países asolados por mezquinos intereses que sojuzgan la voluntad popular, aunque su inquebrantable amistad con el presidente cubano Fidel Castro es siempre cuestionada por el exilio más recalcitrante.

La obra literaria de Gabo ha ejercido en Colombia y el resto de América Latina, y aun en China (según testimonio del escritor chino Mo Yan, Premio Nobel 2012), un saludable estímulo para la literatura nacional que sin duda se consolidará aún más con el esperado segundo volumen de sus memorias. Presenciamos un auge sin precedentes en la producción literaria y artística del país, y ya empezamos a distinguir las voces que tanto en poesía como en narrativa, ensayo o teatro, proponen rumbos innovadores, despojados ya después de superar el hipnótico influjo garciamarqueano de las cargas que le impedían despegar hacia el afianzamiento de propuestas originales enraizadas en nuestra cultura y en nuestra historia.


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Gracias a Orlando Cadavid
El Periódico,
 Bogotá - Colombia
22 de octubre de 2012

En diciembre aparecerá libro
sobre El Gabo Bachiller

Por Tomás Nieto,
tomasnietoelcampanario@gmail.com


El escritor y periodista Gustavo Castro Caycedo confirmó para la primera semana de diciembre la presentación de su libro Cuatro años de soledad, que recoge las vivencias de Gabriel García Márquez cuando cursó la secundaria en el Liceo Nacional de Zipaquirá, Cundinamarca.

La divulgación de la obra coincidirá con los 30 años de la entrega del Premio Nobel, en Estocolmo, al prestigioso fabulador macondiano.

Castro anticipó el índice general de su libro, fruto de una dilatada y minuciosa investigación en su natal tierra zipaquireña: García Márquez, de la soledad al Nobel. Solo viven ocho de sus compañeros de grado. Un García Márquez elemental y muy romántico. Lo quisieron por lo que era y no por su fama, porque no la tenía. Del Gabo bailarín al joven sacudido por las tragedias. Errores e imprecisiones del biógrafo de Gabo, Gerald Martín. Siguiéndole la pista a Gabo, desde siempre

Otros segmentos del Gabito adolescente

Como el Coronel: no tuve quien le escribiera. Poemas enviados a Carmen Balcells, con explicación de su origen. Mi último mensaje a Carmen Balcells. Zipaquirá y el Liceo, algo del honor por el Nóbel. Cien Años de Soledad y cuatro de Gabo en Zipaquirá. Un García Márquez, “elemental y humano”, y coincidencias curiosas. Gabo “tragado” de “La sardina” Berenice Martínez. Gabo no volvió a ser el mismo. “Soy la voz de otros tiempos”. La última llamada a Berenice. Gabriel se volvió marxista en esa ciudad de rebeldes. Los excelentes profesores comunistas del Liceo. Cuello del Rio, un profesor de izquierda que influyó mucho en Gabo. Los 81 testimonios que revivieron esta historia.

Los protagonistas de este libro que aún viven. Por qué, Gabo: Cuatro años de soledad.

Carlos Martin,
rector del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá 
en la época de GGM estudiante en ese plantel.

Complementando el menú

Castro Caycedo adiciona el menú: El escritor de los “mil” nombres. ¿Por qué recuerda tan poco sus años de colegio? Gabo nació físicamente en Aracataca, pero literariamente en Zipaquirá. La vida de Gabo, antes de que llegara a Zipaquirá. El “trasplante” de Gabo de Aracataca a Zipaquirá. Soledad, terror y tragedias de Gabo en Zipaquirá. El drama de su propia novela en”La Ciudad de la sal”, donde se consolidó el “realismo mágico”, Otros dramas que marcaron a Gabo en Zipaquirá. Los primeros cinco discursos de García Márquez. El trágico final del rector Alejandro Ramos y de dos profesores del Liceo. Su primer discurso fue en el entierro de Ramos. Las muertes de “El Chisgo” y “Míster Perry”. “Riveritos”, el portero del Liceo, “un grandísimo alcahuete”. El Repique de “Las Marías”. García Márquez no tenía textos de estudio. Gabo, del rio Magdalena a Zipaquirá, 407 años después de Jiménez de Quesada. Víctimas de garrapatas, murciélagos y cocodrilos.

Protagonistas de la “novela” de Gabo en Zipa. El pueblo de la sal y el Liceo eran un gran Centro Literario. La historia del Liceo. Cómo era un día normal para Gabo y los internos. Dormitorios que se parecían a los de una clínica. El discurso de Gabo en el acto de graduación de 1944. García Márquez casi no tomaba apuntes en clase. ¿Se robaron los mosaicos de grado de Gabo?

Gabo: Cuatro años de soledad

INDICE GENERAL

 García Márquez, de la soledad al Nóbel
Solo viven ocho de sus compañeros de grado
Un García Márquez elemental y mUy romántico
Lo quisieron por lo que era y no por su fama, porque no la tenía
Del Gabo bailarín al  joven sacudido por las tragedias
Errores e imprecisiones del biógrafo de Gabo, Gerald Martín
Siguiéndole la pista a Gabo, desde siempre
Como el Coronel: no tuve quien me escribiera
Poemas enviados a Carmen Balcells, con explicación de su origen
Mi último mensaje a Carmen Balcells
Zipaquirá y el Liceo, algo del honor por el Nóbel
Siguiéndole la pista a Gabo, desde siempre
“Cien Años de Soledad” y cuatro de Gabo en Zipa
Un García Márquez, “elemental y humano”, y coincidencias curiosas
Gabo “Tragado” de “La Sardina” Berenice Martínez
Gabo no volvió a ser el mismo”
“Soy la voz de otros tiempos”
La última llamada a Berenice
Gabriel se volvió marxista en esa ciudad de rebeldes
Los excelentes profesores comunistas del Liceo 
Cuello del Rio, un profesor de izquierda que influyó mucho en Gabo
81 testimonios que revivieron esta historia
Los protagonistas de este libro que aún viven
Por qué, Gabo: Cuatro años de soledad
El escritor de los “mil” nombres
¿Por qué recuerda tan poco sus años de colegio?
Gabo nació físicamente en Aracataca, pero literariamente en Zipaquirá
Manuel “Fantasmagoría” Del Rio
La vida de Gabo, antes de que llegara a Zipaquirá
El “trasplante” de Gabo de Aracataca a Zipaquirá 
Su buena estrella abrió a Gabo su camino al Nóbel
Un “inmortal” caminando por las calles zipaquireñas
Frente a la oficina de Sara y al lado de la casa de Berenice
Soledad, terror y tragedias de Gabo en Zipaquirá
El drama de su propia novela en”La Ciudad de la sal”
En Zipaquirá fue donde se consolidó el “realismo mágico”
La primera noche de miedo y soledad de Gabo en el Liceo
La muerte de Lolita Porras, derrumbó a Gabo
Lolita, una pianista que vivía entre flores y frutas
El libro de contabilidad que registró el drama
Otros dramas que marcaron a Gabo en Zipaquirá
Los primeros cinco discursos de García Márquez
El trágico final del rector Ramos y de dos profesores del Liceo
Su primer discurso fue en el entierro de Alejandro Ramos
Las muertes de “El Chisgo” y “Míster Perry”
“Riveritos”, el portero del Liceo, “un grandísimo alcahuete”
El Repique de “Las Marías”
Gabriel García Márquez no tenía textos de estudio
Gabo del rio Magdalena a Zipaquirá, 407 años después de Jiménez de Quesada
Víctimas de garrapatas, murciélagos y cocodrilos...
"Gracias os doy Señor de los imperios" Gracias os doy Señor de los imperios
Protagonistas de la “novela” de Gabo en Zipa
Zipaquirá y el Liceo eran un gran Centro Literario
La historia del Liceo
Cómo era un día normal para Gabo y los internos
Dormitorios que se parecían a los de una clínica
La inspiración romántica de Gabo en Zipaquirá
Unos poemas que siempre guardaron Alvaro Ruiz y otros…
La acudiente Sara Lora y Minina, la niña de los ojos azules
Un noviazgo en 1949 por telégrafo, como hoy por Internet o Celular
Un poema que refleja melancolía, tristeza y soledad
Alvaro Ruiz, el mayor del curso, era como un padre con Gabo
Alvaro fue el mejor amigo de García Márquez
¿Por qué no nos volvemos famosos, como Cervantes?
“García Márquez no respondió, tal vez no debió recibió mi carta”.
Carlos Julio Calderón Hermida “fabricó” al escritor
Cuando Calderón descubrió en Gabo a un fantástico escritor
El primer texto Lírico de Gabriel García Márquez
Y  el ejemplar de “La Hojarasca”, se le perdió a Calderón
“La Manca” González, Daniel Arango, y los intelectuales
“De nuevo me habló de su amigo costeño”
Entrevista a Cecilia González Pizano en 1941
Con una sola mano: bordaba, pintaba y tocaba piano; y declamaba
Carlos Martín, profesores y compañeros de Gabo
Martín, un rector “fuera de serie”
El Piedracelismo y los piedracelistas
Gabo en calzoncuillos, allanaron el Liceo y destituyeron a Martín
“Gabito estuvo muy indignado durante muchos días”
Gabo y el Liceo según Hernando Forero Caballero
“Testigos silenciosos de nuestros primeros suspiros amorosos”
El rector Héctor Espitia “llegó como si fuera un sargento”
El discurso de Gabo en el acto de graduación de 1944
Garavito, “por pobre, tenía que copiar los libros en hojas a máquina”
García Márquez casi no tomaba apuntes en clase
¿Se robaron los mosaicos de grado de Gabo?
 “Sueños y recuerdos”, de Gustavo Pedraza
Gabo con “apartamento de soltero” en Zipaquirá
Héctor Figueroa Hernández: “El Infierno es la vejez”
Joaquín Giraldo Santa, último profesor de Gabo vivo, murió en 2011
Y Gabriel dijo: “Ave César, los que vamos a morir te saludamos”
Alvaro Gaitán Nieto, el Médico, profesor de Fisiologia
La estación del tren, doña Enriqueta y otros personajes
Un pariente de Shakira; López - Guerra y “El Chino” Cuellar
Gabo y el eje: Roma-Berlín-Tokio-Fusa-Zipaquirá
Cuando Colombia le declaró la Guerra a Alemania
El discurso de García Márquez cuando finalizó la II Guerra Mundial
Fines de semana con música clásica, pasillos y porros
Guillermo Quevedo Z, el gran maestro y Gabo
Las conferencias magistrales de Andrés Pardo Tovar
La misa y los conciertos del domingo
Los bailes de los domingos con “La Hora Costeña”
Otras amigas de Gabo en Zipaquirá
28 mujeres estudiaron en el Liceo, al tiempo con Gabo
Un paseo a Pacho con robo de frutas y baño en el río
La primera vez que Gabo estuvo con un Presidente
García Márquez casi no puede graduarse
“Animal que camina porque ve las gallinas”
García Márquez, del Liceo a la Universidad Nacional
Malas calificaciones, fruto de su desinterés universitario
Mi noche amarga cuando sacaron a Gabo de la TV
Irremediablemente ligado a García Márquez
Gabo y Escalona: historias liceístas casi paralelas
Escalona en Santa Marta y Gabo en Zipaquirá
Gabriel y Rafael, “los dos eran buenas muelas”
La Guerra de los Mil Días se definió en Zipaquirá
Coronel zipaquireño compañero de combate del abuelo de Gabo
El coronel Márquez y un profesor de Gabito en la misma Guerra
El capitán no tiene quien le pague: 46 años tras 2280 pesos
Zipaquirá ciudad de rebeldes desde la época muiska
En Zipaquirá fue dado el primer grito de Independencia
Nariño, Pedro Fermín de Vargas, Biviana Talero y Bárbara Forero
Zipaquirá “le declaró la guerra”dos veces a Bogotá
La historia zipaquireña que nadie le contó a Gabo
El hombre más antiguo de Colombia muy cerca a Gabito
Zipaquirá, centro político del Virreinato y Capital del Gobierno
Zipaquirá de nuevo Capital del Gobiero, y del departamento
Bibliografía

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