4 de febrero de 2012

GGM y el ajedrez

MEMORABILIA GGM 550

MEMORABILIA GGM
Cali - Colombia
4 de febrero de 2012


                                              Publicamos la siguiente nota por cortesía de su autor 
                                                                             y con nuestros agradecimientos.




   Gabito pasa al tablero… del ajedrez



Por Óscar Domínguez G.



Apertura

A los seis años – cumple 84 el 6 de marzo– García Márquez logró su primer triunfo literario gracias a un imaginativo tsunami de belleza llamado ajedrez. Tal vez por esta feliz circunstancia, personajes de algunas de sus ficciones mueven las piezas. Lo hacen con más ardor que técnica. Se les perdona.

Seguramente, el descubrimiento del juego en el que se debaten el “tenue rey, sesgo alfil, encarnizada reina, torre discreta y peón ladino”, según la descripción de Borges, tuvo en el niño Gabito impacto similar al que sufrió el coronel Aureliano Buendía cuando conoció el hielo.

Claro que para conocer intimidades del juego de los escaques, el ex niño prodigio de Aracataca tuvo que esperar hasta cuando hizo cursillo de cachaco en Bogotá. Las primeras letras ajedrecísticas se las impartió en medio del humo del café El Automático un poeta que jugó con Philidor “a los escaques. En escaques soy ducho y en las damas un hacha”. ¿Su nombre? Sí, lo sé y sí lo digo: el maestro León de Greiff.



El pequeñín caribe que cambiaría la v de escritor novel por la b larga de Nobel, paraba la oreja para pescar en la cháchara de los iluminados, pistas que mejoraran su formación literaria.

Apenas ocho palabras tiene la frase del crío que se puede considerar, “torciéndole el cuello al cisne”, la primera piedra de lo que sería su Nobel de Literatura: “El Belga ya no volverá a jugar ajedrez”.

La pronunció un domingo al abandonar con su alcahueta abuelo la casa donde habían visto el cadáver del suicida europeo que había pasado a peor vida gracias a una sobredosis de cianuro después de ver la película Sin novedad en el frente. Para no desertar solo, su perro despachó idéntico menú.

El Belga y el coronel disputaban partidas de ajedrez “mudas e interminables” en presencia del niño que en el fondo debió celebrar el suicidio del rival de su alcahuete pariente. De regreso a casa, el coronel contó la salida de su nieto como una genialidad.

“Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario”, escribió Gabo en su autobiografía.

La familia del coronel no sólo aplaudió la metáfora, sino que a medida que la repetía ante familiares y visitantes, le iba sumando arandelas. Las versiones fueron tantas y tan disímiles que “terminaban por ser distintas de la original”, cuenta el fabulista.

Esa capacidad de distorsionar la realidad, sería básica en su formación de narrador, o sea, de “mentiroso que siempre dice la verdad”, dicho sea con don Jean Cocteau.

“Me aburrían las partidas de ajedrez con el belga y las conversaciones politicas”, garrapateó el de Aracataca.

Medio juego

No se aburrían moviendo las 32 piezas en 64 escaques los dos primeros personajes de su novela El amor en los tiempos del cólera. Como la ficción se enriquece lícitamente con migajas de realidad, el primer protagonista es una reencarnación del belga de sus años tiernos. Se trata del antillano Jeremiah de Saint-Amour quien se suicidó apurando cianuro de oro que deja arena en el corazón, según su retador, el médico Juvenal Urbino.

Como los lectores podemos meter la cucharada en las novelas, digamos que el médico incurriría luego en el extraño enroque de morir para endosarle su viuda a su rival de siempre, Florentino Ariza.

Como todo buen médico, Urbino acompañó a su ex paciente hasta la tumba aunque en vez de examinar su cuerpo, se dedicó a reconstruir la última partida.

Tal vez Urbino sabía más del juego que vino a lomo de cobra desde la India, que de las artes hipocráticas, porque pronto descubrió que de Saint-Amour perdería cuatro jugadas más tarde la partida que disputaba contra su amante. Nadie sabía del ajedrez como sinónimo de viagra, si aguanta la interpretación de que la pareja intercambiaba jaques antes de entregarse a horizontales cabriolas de alcoba.

Otro eterno enamorado, el Libertador Simón Bolívar, dedicó sus últimos ocios a jugar ajedrez. Supo de su estremecedora y sutil belleza y de las emboscadas que entraña, en su segundo viaje a Europa.

La historia quedó consignada en El general en su laberinto. Cuando Dios no viene manda el muchachito. Esta vez lo hizo en la persona del fraile Sebastián de Sigüenza quien le prestaba a Bolívar “una ayuda encubierta. El fraile aceptó de buen grado, y lo hizo bien, dejándose ganar al ajedrez en las tardes áridas en que esperaban a los enviados de Urdaneta”.

Como la historia dizque se repite porque carece de imaginación, en el Macondo de hoy, para trepar, los subalternos-sacamicas suelen dejarse ganar del presidente de turno al tenis. O al póquer, en este movido cuatrienio.

Acostumbrado a las trapisondas que hay detrás de los enroques del bobo sapiens, a los falsos gambitos y fianchetos de los criollos liberados del yugo chapetón, el general caraqueño casi se vuelve un hacha jugando contra el general O’Leary en las noches muertas del Perú.

Al final, no fue más lejos porque “el ajedrez no es un juego sino una pasión… y yo prefiero otras más intrépidas”. No tiene razón, ¿pero quién le discute a quien liberó cinco naciones?

Visionario hasta en la lúdica, Bolívar fue más allá en ajedrez de lo que han ido todos sus sucesores juntos. Con excepción, tal vez, de Belisario Betancur, quien jugaba en casa de María Cano para distraer el hambre y mejorar la dormida.

El general Bolívar incluyó el ajedrez entre sus programas de instrucción pública, “entre los juegos útiles y honestos que debían enseñarse en la escuela. La verdad es que nunca persistió porque sus nervios no estaban hechos para un juego de tanta parsimonia y la concentración que le demandaba le hacía falta para asuntos más graves”.

Final

Precisamente, un bisnieto del anfitrión del Libertador en las minas de plata en Honda, Mr. Edward Nicholls, el maestro Boris de Greiff, fue uno de los protagonistas de una partida de ajedrez cubierta por el Nobel García Márquez, en casa de Fernando Gómez Agudelo. (García Márquez no da el nombre del anfitrión, lo que en su momento “enfureció” a los Nicholls que lo tienen bien averiguado y salieron al rescate de Mr. Edward. Palabra de Boris).

Al frente del hijo de Leo Legris se apoltronó el pianista vienés Paul Badura Skoda, también versado en las artes de la diosa Caisa, patrona de este esperanto de la imaginación.

“La larga noche del ajedrez de Paul Badura Skoda”, tituló don Gabo la crónica que escribió para El Espectador dando cuenta del triunfo de Boris en esa ocasión. Badura, regresó, pidió revancha y con sus manos de pianista versado en Mozart, ganó una de las dos partidas.

Anfitrión, el mismo Gómez Agudelo. Otto de Greiff, tío de Boris, anotaba las partidas y era el que “alcaponía” la música. El cronista García Márquez no estuvo en la velada.

Badura le regalaría a García Márquez la sonata Hammerklavier, de Beethoven, con la siguiente dedicatoria en español, uno de los cinco idiomas que domina: “En recuerdo de la noche más larga, le envío la sonata más larga”.

Este “Manos Brujas” me explicó en una charla que “una sonata tiene su primera parte, desarrollo y final”. El sabio hindú que inventó el ajedrez para el rey Bahir tal vez se inspiró en algún Beethoven oriental pues el ajedrez, como la vida, también tiene apertura, medio juego y final.

Los saben bien los secuestrados que han hecho del ajedrez su polo a tierra con la vida. Casi no hay liberado que no hable de sus recreos ajedrecísticos tan pronto regresa a casa.

En Noticia de un secuestro el de Aracataca recuerda (páginas 63, 68, 140 y 87) cómo el ajedrez ayudaba a los cautivos de los extraditables a no desfallecer.

La carátula, diseñada por el cineasta Rodrigo, el hijo del Nobel, es una torre, tal vez aludiendo a la pesadilla de babel que padeció el país. El ajedrez para los cautivos es una extraña forma de ejercer la libertad. Todos le dan gracias al hindú por haberlo inventado. Hay numerosas leyendas a la hora de adjudicar la paternidad responsable del juego.

 La leyenda cuenta que el rey Bahir quiso pagar recompensa por semejante creación para distraer sus ocios, y pidió la cuenta. Su súbdito le cobró un grano de maíz por la primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera y así… El buenazo del monarca se totió de la risa con la bicoca, pero perdió el insomnio cuando sus matemáticos, computadora de piedra en mano, hicieron cálculos y le pasaron la factura: 1.844.674.403.709.551.615 granos de maíz. La cuenta se quedó sin pagar. Pero gracias al ajedrez, regalo de los dioses, habemus Nobel colombiano.

DOS OPINIONES

José Luis Díaz-Granados y Óscar Alarcón opinaron sobre la frase del Nobel relacionada con su primer triunfo literario:

Lo que pasa es que al pronunciar esa frase lapidaria y literaria, el niño precoz intuyó la muerte del belga. De alguna manera, el niño presentía que el hombre iba a morir, pero lo expresó como la hubiera escrito un novelista adulto: "El belga no volverá a jugar ajedrez", en lugar de decirlo en el lenguaje común: "Lo que pasa es que el belga no va a vivir mucho" o "Estoy seguro que el belga se va a morir"... (Díaz.Granados)

Me parece que ese es otro realismo mágico del maestro. Esa "simple frase" no es más de cómo las cosas que ha contado en sus libros obedecen a versiones de cada persona que se las ha contado en forma distinta y él, a su vez, la ha puesto en su propia versión. Cuando el abuelo la contó, quien sabe en qué forma, se dio cuenta de su imaginación. Esa es mi opinión. Creo que no hay que buscarle más pelo al gato porque se convierte en fe de rata. (Oscar Alarcón)

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