30 de enero de 2012

MEMORABILIA GGM 549

En el taller de escritura al cual asisto, pidieron a los asistentes una colaboración de cualquier género de escritura, para publicarlo en un libro** que fue puesto en las bibliotecas a mediados de este mes de enero.  Espero que mi colaboración  algún día forme parte de las leyendas que inevitablemente crea un mito como GGM.


                                 RIO MAGDALENA

Por Eligio Martínez*

Cuando lo vi estaba subiendo al buque “David Arango” un baúl de madera con sus pertenencias. Su padre iba delante de él y más tarde los vi dialogando con el capitán en la cubierta. Mi tío Gabriel Eligio hacia gestos de recomendación sobre el destino de mi primo Gabriel.

Solo habían pasado cinco días desde que estuvimos en Ciénaga. Una noche en que vimos cantar a Guillermo Buitrago, y Gabriel, fascinado, cantó al mismo tiempo todos los vallenatos del repertorio del cantante. La misma noche, recuerdo que repitió muchas veces que el paseo “Que criterio”, algún día cambiaría su nombre por “La gota fría”.

Por la tarde, cuando el buque ya estaba en movimiento, nos encontramos de improviso en el pasillo de los camarotes y nos saludamos efusivamente. Después fuimos a cubierta y me contó que aunque veía el viaje con la natural curiosidad de un joven por algo nuevo, lo tenía preocupado el hecho de que tuviera que desenvolverse solo en la capital y especialmente en conseguir la beca que le permitiría continuar sus estudio de bachillerato.

-«Arregla tus vainas que te vas para Bogotá», contó que le había dicho su padre. Lo que solo me dijo esta mañana –continuó– era que tenía que conseguirme una beca para seguir mis estudios de bachillerato y eso me tiene muy preocupado. Cómo voy a llegar en Bogotá, a un sitio que no conozco, a donde gente que nunca he visto en mi vida, a buscar a alguien que me dé una beca. Mi papá se zafa de sus compromisos de una manera bien fácil.

Esa noche, cuando salí de la hamaca a donde me fui a refugiar de la nube de mosquitos que acosaban en cubierta, lo vi muy animado junto a los músicos ensayando los tangos de Carlos Gardel que más tarde cantó en público y le aplaudieron los otros miembros del pasaje. Fue una sorpresa ese hecho pues yo creía que mi primo solo cantaba vallenatos. Lo hizo con mucho sentimiento y con el tono y el gesto malevo con que se deben cantar los tangos. Los presentes en el salón de fiestas estaban encantados, aplaudieron y le hicieron repetir más de una canción.

Por esos días habíamos empezado a fumar y fuimos a la parte de atrás del salón de reuniones. Cuando llegamos encontramos allí sentada a una de las empleadas del servicio de cocina del barco. Era joven, tenía los rasgos propios de las mujeres de nuestra región con esa mezcla de indígena, negro y blanco que las hace exóticas y adorables. «Me llamo Eréndira», nos dijo y empezamos a conversar de personas y lugares que conocíamos en Ciénaga, Salamina, Sevilla, Río Frío, Aracataca, Fundación. Por sus maneras desenvueltas y sus comentarios pronto nos dimos cuenta de que estábamos frente a alguien diferente. Cuanto le preguntamos por su vida nos la contó sin ningún recato.

Mi padre es un fotógrafo –continuó relatando–, que va de pueblo en pueblo en su bicicleta y con la cámara de fotografías al hombro. Un día me dejó en la carpa de la vieja y vi cuando mi padre le recibió unos billetes. Desde ese día debo atender a todos los clientes que llegan a la carpa en busca de mujeres. Pero no crean que soy la más desdichada de las que trabajamos allí. Una compañera que me dijo ser nieta de la dueña de la carpa, me contó que debía trabajar para reponer a la anciana una casa en Manaure que se había incendiado por su culpa. Para mi fortuna este viaje lo hago para trabajar en el servicio doméstico del buque para reponer al capitán un dinero que le prestó a la vieja y ella no pudo pagarlo a tiempo. Al regreso debo encontrarme con ella en El Banco.

Todo lo contaba con un desparpajo que me sorprendió. Pero todo en ella era así. Nada la sorprendía, nada la inquietaba y parecía transcurrir por la vida sin dificultades ni angustias.

Al día siguiente me encontré con mi primo. Se veía alegre y festivo. Nos sentamos a la mesa del desayuno y me contó que en la madrugada había ido en busca de Eréndira y se dio cuenta de que estaba tomando el baño de la mañana. No pude aguantarme las ganas, –dijo–, y me subí al techo del baño y la alcancé a ver desnuda y esplendorosa. Ella me vio pero no pareció importarle que la mirara desnuda y lo único que me dijo fue “cuidado se cae”. Cuando salió del baño, envuelta en la toalla, me pareció que la había esperado toda mi vida y en ese mismo sitio, en medio del ruido de la máquina que mueve las paletas del buque, me la comí.

–¡Creo que me estoy enamorando, primo!, alcanzó a decir.

–Y se te está quitando la preocupación por tu llegada a Bogotá, también y por lo visto.

– No, eso si no. Y no me lo recuerdes que se me daña el día y hoy estoy muy contento.

Desde la mesa del comedor alcanzamos a ver a Mompox. El viaje era placentero pero esa mañana se interrumpió la calma con los disparos que hicieron unos “cachacos” a los manatíes que tomaban sol en la orilla del río. Al mismo tiempo, el capitán en una actitud enérgica pero cordial, les pidió que le entregaran las armas y les dijo que desde su buque estaba prohibido disparar. Los pasajeros, visiblemente contrariados, le dijeron que abandonarían el buque en la próxima parada.

En las noches el buque era una fiesta permanente. La orquesta interpretaba las canciones de gusto de los pasajeros y muchos subían al estrado de la orquesta y se hacían acompañar alguna canción de moda. Uno de ellos tomó la iniciativa y cantó con muy buen ritmo “Perfidia”, el bolero de moda; pero lo cantó cambiando los versos.

– Se la tiró, dijo mi primo.

Y tomó un lápiz y un papel. Se sentó y escribió la letra correcta del bolero. En el desayuno de la mañana siguiente se acercó a la mesa del cantante de “Perfidia” y le entregó el papel con la letra.

– Para que la cantemos a dúo una noche de éstas. Le dijo.

El gesto fue la nota jocosa de la jornada. Los compañeros de mesa del cantante hicieron bromas pero al final el dueño de la letra levantó el brazo y dio las gracias a mi primo.

Para disipar el tedio buscaba en cuanto podía la compañía de mi primo pero casi siempre lo veía en compañía de Eréndira y eso me obligaba a irme a cubierta a ver el transcurrir del río y toda la cantidad de cosas insólitas que flotaban en sus aguas. Uno de esos días, cuando veíamos a los autores de los disparos a los manatíes bajando del buque en el muelle de Puerto Berrío, nos pusimos a conversar sobre el extraño destino que había tomado el río Magdalena en la historia de nuestra patria. Casi al mismo tiempo alcanzamos a divisar un cadáver que bajaba por la mitad del río con un gallinazo en las espaldas.

En el comedor a la hora de la comida, cuando hacia doce días nos habíamos embarcado, un grumete del buque pasó por todas las mesas anunciando que en la mañana siguiente llegaríamos a Puerto Salgar y deberíamos tener listo nuestras pertenencias al lado de nuestra hamaca, para que los encargados las llevaran al muelle.

A la mañana, cuando estábamos listos a bajar del barco, nos fuimos a despedir del capitán y a darle las gracias.

–Ven te digo una cosa, dijo el capitán, tomando a mi primo del brazo. La persona a quien le copiaste la letra de esa canción, es el Jefe Nacional de Becas en Bogotá. Yo le conté que ibas a Bogotá en busca de una beca para terminar tu bachillerato, entonces me pidió que te dijera que lo buscaras en su oficina el próximo lunes.

En ese momento el rostro de mi primo cambió. Volvió corriendo a donde Eréndira y le propinó un largo beso de despedida y bajó dando brincos de alegría.

– Qué suerte tan maravillosa tengo, Eligio.

Y avanzamos junto a las carretillas que llevaban nuestros baúles a la estación del tren que nos llevaría a la Sabana de Bogotá

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* Seudónimo de Fernando Jaramillo

** La plana, Julio Cesar Londoño, compilador. Ministerio de Cultura – Comfandi. ISBN 978-958-44-9591-4. Noviembre de 2011

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