18 de septiembre de 2011

MEMORABILIA GGM 518
EL TIEMPO
Bogotá - Colombia
Septiembre 18 de 2011

Desde hoy, el periodista escribirá sobre episodios
 de la vida nacional de los que fue testigo.

Enrique Santos rememora 
el paso de Gabo
por la revista Alternativa


Por: ENRIQUE SANTOS CALDERÓN


No fue fácil convencer a García Márquez de fundar una revista de izquierda en la Colombia de mediados de los 70. Aunque tenía claros compromisos públicos con la causa, no creía en semejante aventura en un país donde la efervescencia de los grupos revolucionarios iba de la mano de su canibalismo político.

"No me metas en estas vainas que siempre fracasan", me dijo de entrada cuando le planteé la iniciativa, que veníamos discutiendo un grupo de amigos interesados en que los movimientos de izquierda -en esa época tan vigorosos como numerosos- tuvieran un medio de expresión distinto de las acartonadas publicaciones de cada grupo.

Él ya había tenido una reunión con otros impulsores del proyecto (Bernardo García, Orlando Fals Borda, Jorge Villegas), que le habían presentado un borrador de la revista, que a Gabo le pareció un triste boletín sindical. En su oficio de periodista había desarrollado, además, un arraigado prejuicio contra las revistas. "Es un medio desdichado en este país", me advirtió.

Gabriel García Márquez y Enrique Santos y Margarita Vidal 
en los años de 'Alternativa'.
Foto: Archivo particular

Para vencer tantas reticencias invoqué, a manera de cobranza personal, una aventura similar en la que él me había embarcado pocos meses antes y por la cual lo conocí: la creación del primer comité de derechos humanos colombiano. Fue a mediados de 1973, cuando el escritor Álvaro Cepeda Samudio me dijo que su gran amigo Gabito quería contactarme a propósito de un agrio debate que le habían armado sectores de la izquierda colombiana. La razón: el año anterior había donado los 25.000 dólares de su premio Rómulo Gallegos al recién fundado Movimiento al Socialismo (MAS) de Venezuela, y no a un grupo revolucionario nacional.

García Márquez acababa de recibir otro premio literario con 10.000 dólares (de la Universidad de Arizona) y quería consejos sobre a quién donarle esa plata en Colombia para evitar una nueva 'escandola'. Me sentí halagadísimo cuando el ya famoso autor de Cien años de soledad, con el que nunca había cruzado palabra, me llamó a preguntarme si lo indicado sería entregársela a alguna asociación de presos políticos. Cuando le dije que aquí no existía una entidad de esa índole, me dijo con su desparpajo caribe: "Pues fúndala, no joda, invéntatela". Asumí la complicada consigna, que significó convencer a media docena de escépticos líderes sindicales y campesinos, y así nació el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. Y, poco después, la revista alternativa. Y, lo más duradero, una gran amistad.

Gabo aceptó que me debía una y eso selló su respaldo al lanzamiento, en febrero de 1974, de la más difundida publicación en la historia de la izquierda en Colombia. El primer número, con ruidosa portada sobre la contraguerrilla, que fue decomisado en algunos puestos de venta de Bogotá, anunciaba el propósito de trabajar por la 'unidad crítica' de la izquierda. Tal era el tamaño de la ilusión.

García Márquez compartió, pese a sus resquemores, el espíritu de alternativa, que encajaba bien con su postura pública como escritor comprometido y crítico acérrimo de las dictaduras militares. Aunque ya era considerado el novelista más importante de América Latina, rompió con la literatura tras el golpe militar contra Allende en Chile. Poco antes de su sonada "huelga literaria contra el fascismo", había entrado a formar parte del Tribunal Russell contra la Tortura y colaboraba en París con Jean Paul Sartre en un trabajo sobre el militarismo brasileño y chileno.

La política había pasado a copar el centro de su atención. "Estoy tan metido en la política que siento nostalgia de la literatura", dijo por esos días en la revista española El Viejo Topo.

Ya integrado al equipo de alternativa, en las reuniones iniciales en Bogotá, le preguntábamos mucho por el sentido de esta pausa literaria y siempre recalcaba que él no era un hombre político, pero que la realidad lo había metido forzosamente en eso y que en América Latina todo el mundo tenía que ser político.

En una larga entrevista que le hicimos a los pocos meses de aparecida la revista, reveló que en alternativa había encontrado "una forma de militancia política que he buscado durante muchos años: un trabajo periodístico serio y comprometido hasta el tuétano...". Fue una conversación de varias horas en mi casa con el comité editorial, en la que Gabo habló de la evolución de su pensamiento político, de su adhesión al MAS venezolano como caso único de militancia partidista, de su fidelidad a la revolución cubana y de su propósito de utilizar la pausa literaria para dedicarse a causas como la lucha contra la dictadura militar de Pinochet. Ante nuestro acoso para que fijara posición sobre todos los temas imaginables, entre resignado y exasperado, terminó advirtiendo que "nadie espere de mí, en el campo de la política, nada distinto, ni más importante, ni más heroico, que mi trabajo en esta revista".

No resultó así, porque García Márquez se involucró entonces en toda suerte de proyectos y campañas nacionales e internacionales. Víctima de su propio invento, si se quiere. De la declarada intención de poner su prestigio y su pluma al servicio de la revolución. Y la 'huelga literaria' nunca supuso una ruptura con su trabajo de escritor, pues a partir de ese momento se concentró en reportajes y artículos para alternativa y otras publicaciones europeas y latinoamericanas.

Fue así, pues, como García Márquez terminó metido en un proyecto de periodismo militante que lo sumergió de lleno en el hervidero fragmentado de la izquierda colombiana de los años 70. Contra todo pronóstico, y pese a nuestro deliberado desdén por la ecuanimidad o el equilibrio informativos, alternativa duró hasta 1980 y marcó un hito en la historia del periodismo de oposición en Colombia.

Para el primer número, Gabo escribió un artículo exclusivo sobre el bombardeo al Palacio de la Moneda ('Chile, el golpe y los gringos'), lo que garantizó que se agotara la edición. De ahí en adelante, la circulación no hizo sino crecer y, estuviera donde estuviera, no dejó de escribir: columnas sobre la situación colombiana, crónicas sobre Cuba, Angola o Vietnam; entrevistas con jefes montoneros o comandantes sandinistas... (1)

Era el único que al comienzo firmaba artículos y en una ocasión nos atrevimos a reducir a la mitad, tal era nuestra pretenciosa politización, uno sobre el primer ministro sueco, Olof Palme, que nos pareció 'irrelevante'.

Fueron seis años de pasiones políticas, polémicas ideológicas y divisiones internas, que crecían al calor del éxito de la revista y de la intención de distintos grupos de que estuviera a su servicio. Para Gabo fue una reinmersión obligada en una realidad colombiana que lo alejaba aún más de la literatura. Que lo desgastaba, pero a la vez lo revitalizaba. Era una realidad ineludible y absorbente, que además lo reclamaba como símbolo unificador de una nación en trance de violenta descomposición.

Una experiencia que le costó macartismos, exilios y desgarramientos internos. En las crisis y rupturas que tuvo la revista, Gabo siempre fue la última palabra, respetada y salomónica. En todas las divisiones siempre estuvimos del mismo lado. Hasta el deceso de alternativa, en marzo de 1980, producto de agotamientos físicos, económicos e ideológicos (2).

Sin temor a equivocarme -que me corrija la 'Gaba', que estuvo siempre al pie del cañón- puedo asegurar que esos años de alternativa fueron la etapa más politizada de la vida de García Márquez. Reflejo de la agitación que se vivía no solo en su país, sino de Centroamérica al Cono Sur. De esa época tengo grabadas la paciencia casi paternal con que soportaba nuestras eternas discusiones; su reposada clarividencia ante las urgencias y presiones militantes a las que era sometido cada vez que venía a Colombia; la dedicación con que asumió una tarea y una responsabilidad que no le podían resultar muy gratas (en el exterior se hablaba de "la revista de García Márquez"). Sobre todo, en su aspecto político, plagado de intolerancias y dogmatismos.

Lo periodístico era otro cuento. Las críticas sistemáticas a la falta de rigor en la información o de imaginación en el idioma; el tiempo que dedicaba a explicarles a los redactores más jóvenes que el buen periodismo comienza por saber contar una buena historia, eran muestras contagiosas de su amor por el oficio.

Gabo lidiaba con sabiduría las acaloradas polémicas que generaban la definición de cualquier portada o toda noticia sobre acciones guerrilleras o protestas sindicales. Situado por encima del bullicio, ejercía de todos modos una sutil autoridad, no exenta de sagaz olfato político. Era conciliador, pero no inocente. Sabía rechazar los excesos, y 'mamarles gallo' a las solemnidades típicas de los revolucionarios colombianos. Pero tampoco estaba más allá de prejuicios o paranoias que por doquier rondaban. Al comienzo, se le metió en la cabeza que un reportero de asuntos sindicales, que yo había vinculado, era infiltrado de los servicios secretos de la Policía.

Se trataba de Hernando Corral, ex líder sindical bancario que había estado preso por nexos con el Eln, y luego periodista de prestigio nacional. La sola presencia de Hernando, con su bigote caído, lentes oscuros y aire conspirativo, ponía nervioso a Gabo. "Ese tipo es del F-2", decía cada vez que lo veía en la redacción de la revista.

La verdad es que era difícil no contagiarse de la prevención y suspicacia que reinaban entre los grupos de izquierda. Incontables en esos años: armados o desarmados, en todas las versiones imaginables del marxismo: leninistas, maoístas, trotskistas, fidelistas, albaneses... Una sopa de siglas y consignas enfrentadas que Gabo nunca pudo descifrar bien y que le resultaba indigerible.

Se lamentó en un artículo de julio de 1977 ('Tonto útil para servirle a usted') de que "en el archipiélago de incomunicación e irrealidad de las izquierdas colombianas, no hay un criterio unánime en relación con nada, pero mucho menos en relación con esta revista, que unas semanas es leída en voz alta en la universidad entre aplausos y gritos de entusiasmo, y en otras semanas los mismos que la aplaudieron la queman en ceremonias públicas aprendidas de los fascistas".

El radicalismo de alternativa le creaba a Gabo situaciones incómodas con personas que habían sido sus amigos en años anteriores. "Carajo, ustedes me ponen a pelear con todo el mundo", nos soltaba a cada rato. Por ejemplo, con el hombre más rico de Colombia, Julio Mario Santo Domingo, quien había sido compinche de parrandas y tertulias literarias en los años 50 en Barranquilla, y se indignaba por el tratamiento que le daba la revista de García Márquez.

En aquellos tiempos calenturientos, al desgastador canibalismo de los movimientos de izquierda, más dedicados a atacarse a sí mismos que al enemigo común, se sumaba la hostilidad visceral de los sectores de derecha que identificaban a la revista con la subversión. Si lo primero exasperaba a García Márquez, lo segundo reforzaba su compromiso con el proyecto periodístico del que formaba parte.

Cuando en 1975 comandos de un incipiente paramilitarismo detonaron una bomba en alternativa y otra en mi casa, Gabo lideró desde París una protesta internacional que incluyó condenas de Mitterrand, Sartre y otras personalidades europeas. Y en un comunicado de su puño y letra calificó el atentado como un acto de "terrorismo oficial" que "no será el último que habrá contra la izquierda". Palabras tétricamente premonitorias.

El pugnaz enfrentamiento ideológico que vivía entonces la izquierda contribuyó a la primera ruptura interna de alternativa, antes de cumplir un año. Ruidosa, pública y costosa. Gabo salió incluso caricaturizado como capitalista de cubilete en alternativa del pueblo, la revista que durante algunos meses publicó el grupo disidente, que quiso imponer posturas "más combativas y militantes". La división representó un golpe serio a nuestra credibilidad y circulación, que había llegado a la insólita cifra de 35.000 ejemplares. La exitosa revista que clamaba por la unidad de la izquierda daba un lastimoso espectáculo de división propia, que fue jugosamente explotado por el Gobierno y los medios.

Dos años más tarde vendría -éramos incorregibles- la segunda crisis interna. En esa ocasión, Gabo reclamó -exigió, en realidad- que se partieran cobijas civilizadamente y sin garroteras públicas. Y en magnánimo gesto conciliador, le entregó al grupo disidente de entonces (encabezado por el codirector Bernardo García y el gerente, José Vicente Kataraín) la distribución de sus libros en América Latina, a través de la recién creada Editorial Oveja Negra.

Siempre me pregunto cómo hicimos para durar tanto tiempo. En medio de semejantes broncas, sin publicidad privada ni oficial, con el solo apoyo de la venta callejera y de esporádicas inyecciones económicas de Gabo y alguna mía. No podía ser para siempre. En 1979 el déficit financiero de alternativa ya era estructural, progresivo e irresoluble. Un abismo cada vez más profundo y negro.

A García Márquez le pareció insensato seguir metiendo plata en un hueco sin fondo, y tanta energía política en una causa sin horizonte. Así nos lo comunicó una noche en melancólica reunión en su apartamento de Bogotá, con Antonio Caballero, Jorge Restrepo y María Teresa Rubino, del comité editorial. "Lo siento, muchachos, pero hasta aquí llego."

Y era imposible exigirle más. Ya había dado demasiadas muestras de generosidad y compromiso. En lo periodístico, siguió colaborando hasta final del año, que remató con una espléndida serie de tres crónicas desde Vietnam.

Tres meses más tarde, en marzo de 1980, alternativa imprimió su último número. En la edición de despedida reprodujimos una columna que Gabo había escrito a propósito de la segunda crisis y que tituló: 'Mis dos razones contra esta revista'. En ella reiteraba sus argumentos sobre la desdicha de las revistas en Colombia y, sobre todo, de una tan complicada como la nuestra.

Tenía razón, pero ahí estuvimos. Semana tras semana, mes tras mes, durante seis años y 257 ediciones. Mucho más de lo que ninguno de nosotros, comenzando por García Márquez, alcanzó a imaginar.

(1) Buena parte de estos artículos fueron recopilados en el libro 'Por la libre'. Editorial Norma, Bogotá, julio del 2007.

(2) Santos Calderón, Enrique. 'Las duras y maduras de una larga amistad', revista 'Cambio', 07-10-02.

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