7 de agosto de 2011

MEMORABILIA GGM 508

Hora cero.com
Panamá – R. de P.
3 de agosto de 2011


La parte humana de Omar

Por Euclides M. Corro R.

Encuentre el articulo completo en:


El periodista Luis Báez, de Prensa Latina y que por años conoció a Omar Torrijos, escribió hace algún tiempo un reportaje titulado "Desaparición física de Omar Torrijos, ¿accidente o asesinato?, en el cuál relata gran parte de la tarea cumplida por el líder del proceso revolucionario en Panamá, así como su itinerario internacional para lograr el respaldo del resto de los países del mundo en la lucha por una plena soberanía de Panamá.
Hay algunos detalles que para mí son inéditos y que con permiso no autorizado del autor, me atrevo a reproducir en dos partes. en esta columna, seguro que a muchos les interesará. Advierto que los he copiado sin ningún orden lógico. Transcribo a continuación:

[...]

"Omar se despertaba diariamente a las cinco de la mañana. Lo primero que hacía al levantarse era preguntar si tenía algún mensaje. Desayunaba y leía los periódicos. El desayuno consistía en café sin azúcar. También frutas: naranja o piña. En la época del mango, lo comía verde con sal. Se tomaba seis o siete vitaminas cada mañana. Luego bajaba y se iba en pijama para la hamaca.

Al amanecer había que abrirle las cortinas. Pues decía: "No me vas abrir el día". Desde la cama se veía el mar. En la casa de Farallón era donde más tiempo permanecía. No tenía hora fija para el almuerzo. Picaba mucho. Le gustaban los mariscos.
Diariamente tomaba dos pastillas de potasio, de color amarillo, a regañadientes, pues no le agradaban, acompañadas de soda o naranja. Nos insultaba cada vez que se las dábamos.
Si tenía resfriado y le mandaban antibióticos, se ponía irritable. Decía que si éramos el sapo del médico. Y preguntaba: ¿Quién les paga a ustedes, el doctor o yo?

En una época se acostaba a la una de la madrugada. En los últimos tiempos lo hacía entre las nueve y las 10 de la noche. Peleaba mucho con el sueño.
Era amante de la música instrumental. También le agradaban los porros, las décimas. Él decía que había que cultivarse. A veces comentaba: "Hoy me he levantado clásico". Escuchaba la música en la mañana o en la tarde, cuando leía. Era "zurdo" para el baile. Tomaba güisqui y champán. Champán ligado con cerveza, champán solo con hielo. También vino y coñac.

Apreciaba mucho la amistad con Gabriel García Márquez. Cuando el escritor lo visitaba, se pasaban la noche entera en Farallón conversando. A veces terminaban bañándose en la playa al amanecer.

Le gustaba la lectura. Últimamente estaba leyendo varias novelas. La mala hora, de García Márquez, fue el último libro que leyó. Lo llevaba en el avión cuando se mató.

Por esos días había terminado de leer El Quinto Jinete y La Alternativa del Diablo. Julio Iglesias le mandó su libro: Mi vida. Le dijimos: "¿Y usted está leyendo eso?". Nos respondió: "Es mi amigo. Me lo envió y tengo que leerlo". Igualmente se interesaba en las memorias de los estadistas.


** ** **

Ensayo publicado en Torrijos: el hombre y el mito,
de Graciela Iturbide.
Umbraje Editions, Nueva York, 2007

Torrijos: Cruce de Mula y Tigre

Por Gabriel García Márquez


Cuando el Presidente de Venezuela entró en la Casa Blanca hace un mes, el Presidente Jimmy Carter le dijo, "Recuérdame tratarte al final, brevemente, el asunto de Panamá." Aunque el tema no figuraba en la agenda oficial, Carlos Andrés Pérez iba preparado para aquella eventualidad.

"La última persona que vi antes de venir a Washington fue el General Torrijos" replicó. "Además, anoche cené hasta muy tarde con los negociadores panameños, y esta mañana desayuné con los negociadores norteamericanos." Al Presidente Carter le hizo mucha gracia aquel cúmulo de casualidades calculadas.
"En ese caso", sonrió, "eres tú quien me tiene que contar a mí cómo están las cosas. "
De este modo, el tema que no estaba en el temario no sólo fue el punto de partida de las conversaciones, sino que habría de convertirse en el de mayor resonancia. Al día siguiente, Carter declaró en una rueda de prensa que la intervención de Carlos Andrés Pérez había sido decisiva para impulsar el nuevo tratado sobre el Canal de Panamá, e hizo, de paso, un cálido elogio del General Omar Torrijos y expresó su deseo de conocerlo.
El General Omar Torrijos vio por televisión la rueda de prensa de Carter en su casa de Mar de Farallón, unos 150 kilómetros al oeste de la Ciudad de Panamá, donde suele pasar la mitad de la semana descansando sin descansar. Escuchó las palabras de Carter inmóvil en un sillón de playa, chupando el cigarro apagado, y no dejó traslucir ninguna emoción. Pero más tarde, en la mesa redonda en que cenábamos con dos ministros y algunos asesores, hizo una evocación imprevista: "Cuando oí el elogio que me hizo Carter," dijo, "sentí como un aire caliente que me inflaba el pecho, pero enseguida me dije, 'Mierda, esto debe ser la vanidad' y mandé aquel aire al carajo,"
Conservo muy buenos y muy gratos recuerdos del General Torrijos, pero ninguno lo define mejor que éste. Es, además, un recuerdo histórico, porque aquella noche se estaban definiendo las cosas que habrían de culminar este fin de semana con la reunión de Presidentes en Bogotá.
Había sido una jornada tensa, intensa y extensa, agravada por un temporal del Pacífico que se rompía en pedazos con una explosión de cataclismos en las galerías de la casa, y que dejaba en la arena un reguero de pescados podridos. Torrijos, que es capaz de soportar días enteros con los nervios de punta sin perder el sentido del humor, sin perder la paciencia ni los estribos, se había debatido durante muchas horas entre la incertidumbre y la ansiedad, mientras esperábamos las noticias de Washington.
"El pueblo panameño," decía, "me ha dado un cheque no lo podemos defraudar" La idea de reunir antes amigos para someter a su consideración el borrador fina1 del nuevo tratado estaba desde entonces cabeza. Tan importante era para él ese respaldo político y moral, que para tratar de conseguirlo no ha vacilado en someterse a lo que más detesta en el mundo: la solemnidad de los actos oficiales.

¿Para que carajo sirve la plata? Lo que faltaba por resolver aquella noche de Farallón era una simple cuestión de plata. Desde que se firmó el Tratado Burnau-Varilla en 1903, los Estados Unidos no le han pagado a Panamá sino 2.3 millones de dólares al año. Es un sueldo irrisorio. Ahora Panamá reclama mil millones de dólares inmediatos como indemnización por las sumas dejadas de pagar, y 150 millones al año hasta la recuperación total del Canal el 31 de diciembre de 1999. Los Estados Unidos se negaban a aceptar no tan solo las sumas, sino inclusive las palabras. Pagar indemnización, alegaban, implica la aceptación de haber causado un daño. Por último, aceptaron la palabra "compensación", que, para el caso, era lo mismo, pero se empecinaron en regatear el  dinero. Torrijos consideraba que, modos, era un paso importante, porque clarificaba una cuestión de principios, pero dio instrucción a Washington para que siguiera peleando por el dinero.
 

La firmeza de los Estados Unidos en este punto parecía obedecer a un razonamiento: Si Panamá ha obtenido hasta ahora todo lo que quería, no se molestarán demasiado por un simple problema de plata. Sin embargo, Torrijos no pensaba lo mismo. Uno de sus  asesores le había aconsejado ceder, con el argumento alegre de que, "Al fin y al cabo, la plata es una cuestión secundaria."
Torrijos le replicó con su sentido común demoledor, "Sí, la plata es secundaria, pero para el que la tiene." 

En todo caso, valía la pena aguantar. En seis meses de Carter, las negociaciones habían progresado mucho más que con todos los presidentes anteriores, y esto permitía pensar que, por primera vez, los Estados Unidos tenían más prisa que Panamá. Primero, porque Carter necesitaba el Tratado para usarlo como bandera de buena voluntad en una política nueva hacia América Latina. Segundo, porque debía someterlo a la aprobación del Congreso de su país, y esa posibilidad tiene una fecha límite: Septiembre.
La verdad, sin embargo, parece ser que los cálculos de ambas partes eran equivocados. Las discusiones sobre el dinero se metieron en un callejón sin salida, y nadie había podido sacarlas de allí a principios de esta semana.
De modo que es muy probable que el General Torrijas, antes que nada, quiera consultar la opinión de sus colegas de cinco países sobre ese asunto crucial: ¿Qué diablos hacemos con el problema de la plata?

Su principal defecto: la naturalidad. Hay que conocer al General Torrijas, aunque sea sólo un poco, para saber que estos callejeros sin salida lo mortifican, que lo mortifican mucho, pero no conseguirán nunca hacerlo desistir de lo que se propone. Al principio de las negociaciones, cuando no parecía concebible que los Estados Unidos cedieran jamás, le dijo a un alto funcionario norteamericano, "Lo mejor para ustedes será que nos devuelvan el Canal por las buenas. Si no, los vamos a joder tanto durante tantos y tantos y tantos años, que ustedes terminarán por decir, 'Coño, ahí tienen su Canal, y no jodan más'". Aunque los motivos de la devolución sean diferentes, la Historia está demostrando que la amenaza era cierta.
Si hubiera que comparar al General Torrijas con los prototipos del reino animal, debería decirse que es una mez­cla de tigre con mula. De aquél tiene el instinto sobrenatural y la astucia certera. De la mula tiene la terquedad infinita. Esas son sus virtudes mayores, y creo que ambas podrían servirle lo mismo para el bien que para el mal. Su principal defecto, en cambio, es lo que casi todo el mundo considera erróneamente como su mayor virtud: la naturalidad absoluta. Es de allí de donde le viene esa imagen de muchacho díscolo que sus enemigos han sabido utilizar contra él en su propaganda perversa. Hasta el Presidente López Michelsen, que muy pocas veces se equivoca en el conocimiento de la gente, dijo alguna vez que el General Torrijas era un jefe de gobierno folclórico. Hubiera podido decir, para ser exacto, que es de una naturalidad inconveniente.
En cierta ocasión, un embajador europeo se puso bravo porque Torrijos lo recibió sentado en una hamaca que, para colmo de naturalidad, tenía su nombre bordado en hilos de colores.
En otra ocasión, alguien vio mal que su secretaria lo ayudara a ponerse las medias. Los sábados, un pescador que se emborracha cerca de su casa de Farallón se suelta en improperios contra él y termina por mentarle la madre. El General Torrijas ha dado instrucciones a su guardia que no moleste al borracho, y sólo cuando se propasa en agresividad, él mismo sale a la terraza, le contesta con los mismos improperios, y hasta le mienta la madre.
Torrijos habría conjurado esa mala imagen si pudiera ser menos natural en algunas circunstancias. Pero no sólo no lo hace, sino que ni siquiera lo intenta, porque sabe que no puede. A quienes se lo critican, les contesta con una lógica inclemente, "No se les olvide que no soy ningún jefe de Europa, sino de Panamá''.

Solo los campesinos lo ponen contra la pared Aunque sus padres eran maestros de escuela y, por consiguiente, estaban formados en la clase media rural, la verdadera personalidad de Torrijos no se expresa en la cabalidad sino entre campesinos. Le gustaba hablar con ellos, en un idioma común que no es muy comprensible para el resto de los mortales, e inclusive se tiene la impresión de que mantiene con ellos la complicidad de clase.
En la Ciudad de Panamá, en cambio, se siente fuera de ambiente. Allí tiene una casa propia, la única que tiene y compró hace quince años a través del Seguro Social. Y es grande y tranquila, y llena de árboles, pero raras veces se le encuentra allí. Más aún: una vez llegué de sorpresa a Panamá y, tratando de encontrarlo recurrí a la Seguridad Nacional. Al día siguiente, cuando por fin conseguí verlo, le pregunté con bromas de burla qué clase de Seguridad Nacional era aquélla que no había podido encontrarlo en doce horas. "Es que estaba en mi casa;' dijo él, muerto de la risa. "Y ni a la Seguridad Nacional se le puede ocurrir que, yo esté en mi casa."
Sólo lo he visto una vez en esa casa, y parecía otro hombre. Estaba en una oficina muy pequeña, impecable, bien refrigerada, con fotos familiares y algunos recuerdos de su carrera militar. Al contrario de otras veces, llevaba su uniforme urbano, y era evidente que no se sentía cómodo dentro de ese uniforme formal, ni tampoco dentro de su pellejo. Yo tampoco me sentía cómodo, porque por primera vez tenía la impresión de no ser recibido como un amigo sino como un visitante extranjero en audiencia especial.
Tal vez por eso, cada vez que puede, Torrijos se escapa en su helicóptero personal y se va a esconder entre los campesinos. No lo hace, como podría pensarse, huyendo de los problemas. Al contrario, allí sus grandes problemas son más grandes. Hace poco lo acompañé en la visita a una de esas comunidades campesinas que se están desarrollando en todo el país. Los campesinos le rindieron cuentas de su trabajo en forma muy minuciosa y franca, pero al final le pidieron cuentas del suyo. También ellos, perdidos en la montaña, querían saber cómo iban las conversaciones sobre el Canal. Fue ésa la única vez que he visto a Torrijas contra la pared, haciendo un informe amplio, y casi confidencial, sobre el verdadero estado de las conversaciones, como no lo había hecho ante sus numerosos interlocutores en la ciudad.


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