14 de febrero de 2011

MEMORABILIA GGM 484

MEMORABILIA GGM
Cali - Colombia
14 de febrero de 2011

Publicamos a continuación el comentario literario
 que recibimos en el correo de
MEMORABILIA GGM, directamente de su autor.
Nuestros agradecimientos al escritor, poeta y crítico literario.

Gabriel García Márquez
Yo no vengo a decir un discurso.
Bogotá, Mondadori, 2010, 151 páginas.

Juan Gustavo Cobo Borda


"Mi obsesión por los distintos modos del poder es más que literaria -casi antropológica- desde que mi abuelo me contó la tragedia de Ciénaga. Muchas veces me he preguntado si no es ése el origen de una franja temática que atraviesa por el centro todos mis libros. En La hojarasca, que es la convalecencia del pueblo después del éxodo de las bananeras, en el coronal que no tenía quien le escribiera, en La mala hora, que es una reflexión sobre la utilización de los militares para una causa política, en el coronel Aureliano Buendía, que escribía versos en el fragor de sus treinta y tres guerras, y en el patriarca de doscientos y tantos años que nunca aprendió a escribir. Del primero hasta el último de esos libros - y espero que en muchos otros del futuro - hay toda una vida de preguntas sobre la índole del poder". Palabras de García Márquez a los militares colombianos en abril de 1996.

"La lectura era un vicio profesional. Los autodidactas sueles ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fueron de sobra para poner muy en alto el mejor oficio del mundo, como ellos mismos lo llamaban. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de la República, no era siquiera bachiller".  Palabras de García Márquez a los periodistas en octubre de 1996.

Estos dos párrafos de García Márquez tomados de sendos discursos suyos muestran como la reunión de los mismos parece prolongar el tono de sus memorias hecho de recuerdos y anécdotas iluminadoras y le confiere un gran valor al libro con sus discursos permitiéndonos  entrar en algunos de los núcleos claves de su tarea.

A los 83 años, Gabriel García Márquez (1927) reúne sus discursos. Después de una memorable carrera literaria que se inicio con La Hojarasca (1955) y El coronel no tiene quien le escriba (1958) y alcanzo su ápice en Cien años de soledad  (1967), renovándose con El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada  (1981) y El amor en los tiempos del cólera  (1985), para culminar nuevamente con dos muy logrados textos, su revisión histórica de la figura de Bolívar, en El general en su laberinto (1989) y la autobiográfica Vivir para contarla (2002) tiene todo el derecho de recoger sus frutos.


Para disfrutar de la añoranza de sus momentos culminantes y diseminar muchas perlas autobiográficas y muchas sentencias ilustrativas en estos 22 textos. Son discursos escritos desde la perspectiva de un autor famoso, solicitados indistintamente desde los premios y distinciones otorgadas (premio Rómulo Gallegos, Orden del Aguila Azteca, Premio Nobel) hasta los foros y convocatorias, trátese del grupo Contadora, la Unesco, la Sociedad Interamericana de Prensa o el Congreso Internacional de la Lengua Española, enfocados a tratar temas de actualidad.

Que bien pueden ir desde las armas nucleares y la ecología hasta la educación y el cine. Todos ellos desde la óptica de un escritor autodidacta, que sigue confiando mas en la "clarividencia de los presagios" que en las virtudes de la ciencia y la técnica.

El premio que Jorge Luis Borges no recibió, Jean Paul Sartre rechazó y Samuel Beckett envió a su editor a recogerlo dio pie a Gabriel García Márquez a su más celebre discurso : "La soledad de America Latina" pronunciado en Estocolmo, el 8 de diciembre de 1982, al recibir el premio Nobel. Una brillante y original interpretación de la historia y el carácter de América Latina, en contra de las tergiversaciones europeas y los dilemas de un mundo bipolar (Rusia-Estados Unidos) donde las tentativas de autonomía e independencia de América Latina no son tomadas en cuenta. América Latina, "esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda" (p. 23). Este era un motivo recurrente de muchos de sus otros textos: el desafío mayor, para un escritor, ante la "insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida" (p. 25) y volverla comprensible ante el mundo.

Por ello no vacilara en afirmar: "el oficio del escritor es tal vez el único que se hace mas difícil a medida que mas se practica". Un oficio de terquedad y largo aliento, que combate el tiempo y lo incorpora a sus textos, en el dilatado proceso con que imagina y compone mentalmente sus obras, entre apuntes, esbozos y comienzos fallidos, como asedio con los 19 años que paso pensando  Cien años de soledad.

Otro dato clave seria la insistencia en los poderes de la poesía como fuerza reveladora de la realidad oculta o camuflada y motor de su obra. "Sus virtudes de adivinación" y su "permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte". De allí surgen dos de sus discursos más entrañables, donde pinta de cuerpo entero a dos amigos y compañeros generacionales: Alvaro Mutis y Belisario Betancur. Allí se muestra como el presidente Betancur fingió eludir su destino
de lector de poesía entre las arenas movedizas del poder y como "la hermosura quimérica y la desolación interminable" (p.82) de la poesía de Mutis se ha convertido en patrimonio universal: "Maqroll somos todos".

No dejara, entonces, de reconocer otros hitos en su formación y sus lecturas, que bien pueden ir desde José Asunción Silva, "desvelado por el rumor de las rosas" hasta Pablo Neruda  y William Faulkner. Pero lo sugerente es como nos los devela, con un adjetivo, con una frase apenas, con una comprensión honda. La razón de estos aciertos la da cuando refiere un dialogo:
           
"Mi compatriota Augusto Ramírez me había dicho en el avión que es fácil saber cuando alguien se ha vuelto viejo porque todo lo que dice lo ilustra con una anécdota. Si es así, le dije, yo nací ya viejo, y todos mis libros son seniles" (p. 91).

Pero la capacidad ilustrativa de la anécdota no es menor que lo vigoroso de sus reflexiones, ante los militares y los periodistas, o ante la creatividad de América Latina, en sus pintores y cineastas. Como el mismo lo dice: "los artistas, que al fin de cuentas no son intelectuales sino sentimentales", son los que han mantenido identidad y continuidad de nuestro idioma, en medio de las borrascas y desfallecimientos de nuestra historia política. Y son ellos, como el propio García Márquez lo ejemplariza de modo emotivo y muy logrado, los que prosiguen "el sueño de una América independiente y unida". A ello contribuye de modo valioso estos discursos.

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